el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 29 de febrero de 2012

29/ 02: PETER KAMPF LO SABIA

Parece mentira, pero hoy tenemos... otra de nazis! Esta vez, Carlos Trillo y Cacho Mandrafina (dupla grossa si las hay) no se meten con las atrocidades cometidas por los soldaditos alemanes que hacían el paso de ganso, sino con la ideología (de ahí la referencia a Mein Kampf en el título) que alentó a Adolf Hitler en su afán por conquistar Europa y exterminar a las “razas inferiores”.
Trillo hace un pase mágico y transplanta la ideología de Hitler a unos EEUU de los años ´50, pero en una realidad alternativa, en la que la Segunda Guerra Mundial nunca existió. Hitler emigró a New York a fines de los años ´20 y se convirtió en Al Hit, un historietista medio oscuro que causó polémica con Peter Kampf, una efímera tira diaria, en la que bajaba una línea xenófoba, de marcado antisemitismo. Y Joseph Goebbels no es el jefe de propaganda del nazismo, sino del candidato republicano (que no es otro que John Wayne, paradigma del yanki facho y referencia elíptica a Ronald Reagan, que gobernaba EEUU cuando Trillo y Mandrafina crearon esta saga), quien repetirá en sus discursos las mismas sentencias xenófobas de Peter Kampf, pero ahora instando al odio, la discriminación y la violencia extrema contra negros y latinos con un ímpetu similar al que usaba otro republicano nefasto (George W. Bush) para demonizar a los árabes.
La verdad es que estamos ante una historieta de una riqueza increíble. Tiene apenas 46 páginas, pero se podrían escribir libros enteros acerca de ella. El juego de implantar la ideología nazi en EEUU garpa fortunas. La idea de combinar esta ucronía (este What if...?) con la estructura narrativa del hard boiled no tiene precio. Y el manejo que hacen los autores de los dos planos de realidad en los que opera la historia (es decir, la historieta de Peter Kampf y la historia de Paul Laudic, Karin Milas y Steve Traven) es absolutamente brillante. Mandrafina incluso “acomoda” su trazo para que las tiras de Peter Kampf parezcan obra de un dibujante yanki de los años ´20 y Trillo “elige” tiras que parecen hacerse eco de lo que los personajes viven en el otro nivel de realidad.
La trama es impredecible, pero sobre todo creíble, lo cual casi da miedo si pensamos que se trata de una ucronía. Y el final encima es un bajón, porque ganan los malos: el plan de Goebbels sigue adelante, Paul es co-optado para que no arme kilombo y Karin y Steve (lo más parecido a una figura heroica que tiene la obra) son silenciados y barridos debajo de la alfombra. Trillo nos ahorra las imágenes del genocidio que se viene, pero está claro que ya nadie lo puede evitar.
Además de varios textos muy interesantes, la edición argentina (la reedición, en realidad, porque en los ´80 esto salió en la Fierro) suma una historieta corta de Cacho y Carlos gestada a principios de los ´80 en la revista SuperHum® (de la que Trillo era director) llamada Los Héroes Están Cansados. Además de una gran historieta (que, como la principal, juega con distintos planos de realidad), Los Héroes... es un potente manifiesto político acerca del estado en que estaba la historieta argentina hace poco más de 30 años. Un lujo que se hayan rescatado del olvido esas seis páginas fundamentales para entender tantas cosas.
Lo que nunca se va a terminar de entender es lo que pelaba Mandrafina cuando se cebaba con los guiones que le entregaba Trillo. No sólo se nota a años luz la diferencia con otros dibujantes, sino incluso con otros trabajos de Cacho de la misma época, a los que no les ponía ni por casualidad la garra y el amor a la historieta que se ven en cada viñeta de Peter Kampf lo Sabía. Trillo también lo sabía, o por ahí se dio cuenta cuando vio estas páginas. Por eso el siguiente trabajo de la dupla fue esa joya monumental llamada Cosecha Verde. Peter Kampf... tiene poco que envidiarle a la mucho más célebre Cosecha... y en lo que se refiere al dibujo de Mandrafina, Los Héroes... no tiene nada que envidiarle a ninguna de las dos.
Peter Kampf lo Sabía entra holgadamente en mi selección de Historietas Perfectas. Es un thriller con una onda Elseworlds, con política, con piñas, tiros y torturas, y hasta guiños a los geeks que nos cebamos haciendo arqueología comiquera. Y además una ocasión inmejorable para reencontrarnos con una de las duplas insumergibles de la historieta argentina, con ambos capos brillando en todo su esplendor. Así cualquiera se banca que pierdan los buenos

martes, 28 de febrero de 2012

28/ 02: SGT.ROCK: THE PROPHECY

Qué grosso ver cómo Joe Kubert, con 86 años a sus espaldas, sigue genereando obras potentes, cómo sigue teniendo cosas para contarnos y el talento para contárnoslas en grandes historietas.
The Prophecy es de 2006-2007 y es una de las pocas (si no la única) saga del Sargento Rock escritas por el propio Kubert. El prócer acá se libera de los guionistas, pero no de algunos vicios de su más longevo colaborador, Robert Kanigher: de hecho, los personajes hablan como en los comics de Kanigher.
-¿Estás bien, Wild?
-Sí, Ice, no fue nada...
-Se nos vienen los alemanes, Rock.
-Tranquilo, Bull, les vamos a hacer el aguante.
Y así todo el tiempo. Los personajes se nombran entre sí cada vez que hablan, como si el lector fuera idiota y no pudiera identificarlos. Además, con la excusa de que esto originalmente se publicó como miniserie de seis episodios, Kubert urde intrincadas triquiñuelas para que, cada 22 páginas, alguien recapitule lo sucedido hasta el momento. Las dos primeras veces, está bueno. La quinta te querés subir a un tanque alemán y hacerlos mierrrda.
Ojo, hay varias bajas entre los muchachos de la Easy Co. Pero si leíste bastante Sgt.Rock, ya sabés quiénes van a morir desde la segunda página. Hay un axioma que se cumple siempre: Rock, Bulldozer, Wild Man, Ice Cream y Sure Shot llegan enteros hasta el final. Cualquier otro soldado que se sume a Easy, es boleta, no tiene la menor chance de zafar, aunque sea Batman. The Prophecy no es para nada la excepción, en ese sentido.
Lo más raro que tiene esta saga es lo que quiere contar Kubert. Hay una trama interesante, hay un montón de combates, hay bastante desarrrollo en los heroicos soldados de Easy Co., pero la paponga, lo que Kubert subraya de todas las maneras posibles es el tema de los campos de concentración. Durante las más de 140 páginas hay emociones, tanques que explotan, soldados que se cagan a tiros y hasta a trompadas, escenas conmovedoras, de todo. Ahora, en el tercer episodio, cuando Rock y los suyos llegan al campo de concentración de los nazis, es donde la prosa y la pluma de Kubert levantan vuelo y nos ofrecen los mejores pasajes de la novela. Pasajes obviamente desgarradores, porque nos recuerdan con crudeza el horror vivido por los judíos y otras etnias de Europa central condenadas al exterminio por el Tercer Reich.
Olvidate de la tradición oesterheldiana, y de aquello de “el verdadero villano es la guerra”. La pindonga. Acá los villanos son los nazis y son unos hijos de puta totalmente irredimibles. Hasta los cosacos de las estepas rusas, habitualmente presentados como bestias sanguinarias, al lado de los nazis de Kubert son carmelitas descalzas. Y cuando los malos son tan malos, uno termina por aceptar sin ni un pero que los “buenos” los recontra-caguen a tiros y respondan a la violencia y la crueldad con más violencia y más crueldad. Lo cual es choto, pero –por algún motivo- funciona.
Por ahí lo que hace tolerable todo (los cientos de cadáveres quemados e insepultos, las masacres, la destrucción de pueblos enteros, etc.) sea el dibujo de Joe Kubert, que acá está a un nivel maravilloso. Como en la anterior saga del Sgt.Rock (aquella joya del 2003 escrita como los dioses por Brian Azzarello), el viejo Joe se hace cargo del lápiz, la tinta, las letras y el color, aunque en este último rubro contó con la asistencia de Pete Carlsson. Esto es old school de la buena: dibujo clásico, fuerte, recontra-expresivo, narrativa cristalina, algún homenaje a Will Eisner (en unas viñetas sin marco y dibujadas a lápiz en las que Kubert narra un genocidio escabroso) y mucha, mucha solvencia en las manos (y la mente) de un maestro de esos que ya no abundan.
Hablar bien de los comics de guerra de Kubert ya es un lugar común, una obviedad. Pero sinceramente, lo que hace el viejo Joe acá (y en la novela junto a Azzarello) me conmovió hasta lo más profundo, me dejó sensibilizado, con los pelos de punta. Si sos fan del Sargento, seguro ya la tenés. Si sos fan de la historieta bélica, o te enganchaste con Kubert a partir de alguna otra obra suya, o si nunca lo leíste y querés saber por qué tiene tanta chapa, The Prophecy es una historieta que tenés que leer ya.
¿Un comic de aventuras y acción con soldados yankis que habla de los judíos en los campos de concentración? ¿Dónde están la AMIA, la DAIA y los retrasados mentales que le saltaron al cuello a Gustavo Sala, que no denuncian esta nueva “banalización de la Shoá”?

lunes, 27 de febrero de 2012

27/ 02: BARBARA

Hoy no tengo tiempo para leer comics ni para escribir reseñas, porque estoy a full con un montón de cosas, entre ellas un número de Comiqueando que estamos preparando para Abril.
Para zafar, tengo un prólogo que escribí hace poquito para el Vol.2 de Bárbara, la clásica serie de Barreiro y Zanotto que está siendo reeditada en España, en lujosos tomos, por 001 Ediciones. Esto está inédito, todavía no se publicó en España. La portada que acompaña al texto es la del Vol.1. Mañana, otra reseña.

BARBARA, HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE
por Andrés Accorsi
Alguna vez Borges escribió que a él se le hacía cuento que empezó Buenos Aires, porque la juzgaba eterna. A Ricardo Barreiro le pasaba algo parecido: se le hacía cuento que Buenos Aires pudiera terminar. Por eso, tras la devastación y la inundación, en esta saga Buenos Aires está ahí –como decimos los porteños- haciendo el aguante.
Disfrazar a Buenos Aires de ciudad post-apocalíptica es uno más de los tantos recursos a los que echa mano Barreiro para hacer un poquito menos obvio el mensaje que quería transmitir. Gestada entre 1979 y 1983 (en plena dictadura militar), Bárbara hablaba con total claridad de los tiempos oscuros por los que atravesaba nuestro país. Y lo hacía de un modo frontal, casi sin disimulos. Increíblemente, los organismos censores de aquella época no detectaban pistas tan elocuentes como que un planeta se llamara Ara-Guevar, o que uno de los líderes de la rebelión se llamara Ernesto.
Bárbara es, además de una ambiciosa epopeya, un gigantesco canto a la rebelión y la resistencia contra los abusos del totalitarismo. A pesar de la durísima coyuntura, la serie albergó por un lado una ideología revolucionaria (que aparece en muchas de las obras de Barreiro), y por el otro un grado de erotismo infrecuente en la historieta argentina (y americana) de aquella época. El episodio titulado “Viajero Estelar” es bastante elocuente en ese sentido. Al habitual festival de las chicas esculturales con escasa vestimenta se suman una viñeta en la que Bárbara se aferra a una especie de pene gigante, y en la siguiente viñeta, cuando Zanotto cambia el plano, las chicas parecen estar sujetas a los pezones de tres senos que flotan en el aire. Las ventajas de trabajar en una publicación como Skorpio, que estaba claramente bajo el radar de los censores...
Para 1979, Juan Zanotto ya era un dibujante absolutamente consagrado en Argentina, y con muchos trabajos realizados para Europa. Barreiro ya no era un novato, pero todavía no había creado ninguna historieta realmente exitosa (su As de Pique obtuvo el merecido reconocimiento en Europa, no tanto en Argentina). En estas páginas, que marcan la primera de varias colaboraciones entre Barreiro y Zanotto, ambos lograron una inmensa conjunción de talento, que puso a Bárbara entre las mejores obras en la vasta trayectoria de ambos maestros.
Bárbara consta de más de 500 páginas, un desafío colosal si pensamos que durante todo el tiempo en que se realizó, los autores vivieron en distintos países. Hay tramos (en especial en el último tercio de la obra) en que los guiones de Barreiro no llegaban a la redacción de Record y Zanotto debía hacerse cargo también de escribir la saga, pero siempre fiel a los lineamientos que habían trazado en forma conjunta. Paradójicamente, las obras posteriores de la dupla serían realizadas con Ricardo ya establecido permanentemente en Buenos Aires, pero no alcanzarían el asombrosos nivel (ni el éxito) de Bárbara.
Los paralelismos con El Eternauta son muchos y bastante evidentes. Una vez más, vemos cómo una invasión alienígena a Buenos Aires puede convertir en héroe a una persona común y corriente y parte del atractivo de Bárbara reside en cómo Barreiro nos muestra el pasaje de la protagonista de nena vulnerable a aguerrida líder de una revuelta interestelar. La gran diferencia está en el final: en El Eternauta los heroicos esfuerzos de Juan Salvo fracasan, mientras que aquí los valores de la solidaridad, la compasión y la valentía ganan una lucha que, en el mundo real, estaba perdida. Lo cual hace que la victoria valga mucho más.

domingo, 26 de febrero de 2012

26/ 02: PROMESAS ROTAS

Nueva antología de historietas cortas de Hiroshi Hirata, repletas de samurais, daimios, ronins y estipendios medidos en kokus. De todas las que leí hasta ahora, esta es la que trae las historietas más antiguas, en su mayoría realizadas por el maestro a fines de los ´60, que es cuando despega en Japón la historieta para adultos (o el gekiga, aunque no sean exactamente lo mismo) ya no en el bizarro formato de “mangas de alquiler”, sino en revistas grossas, de altos standards de calidad y tiradas de alcance nacional.
La verdad es que el dibujo de Hirata no está tan afianzado como en los tomos que recopilan material más “moderno”. La única historieta dibujada... a los pedos y con errores medio groseros es la última. En especial las primeras páginas, que aparentemente fueron hechas en tiempo record. En el resto del tomo Hirata se ve sólido, pero sin el virtuosismo que nos deslumbrara en otros títulos. La narrativa está muy controlada, porque las páginas están repletas de viñetas muy chiquitas, y esto es parte del motivo por el cual el dibujo se luce menos. Por supuesto, hay algunas secuencias de alto impacto, y algunas de indecible belleza. Hay una historieta (la única con guión de un tercero) todo trabajada con aguadas, hay un uso magistral de las tramas mecánicas y unas ilustraciones al inicio de cada historieta con unos detalles y un laburo de plumín que te hielan la sangre. Y aún así, visualmente Promesas Rotas se queda bastante atrás de los tomos que reúnen las historias de los ´70 y ´80.
De todos modos, lo que define son los guiones, y en ese rubro la cosa viene aún más despareja. La primera historia, sin ser gloriosa, es fuerte, shockeante, imbuída (como muchas otras en este tomo) de ese clásico fatalismo japonés, en el que los personajes tienen muy claro que el curso de sus acciones lleva hacia un desenlace trágico, y aún así avanzan hacia el mismo como cumpliendo un protocolo, o una profecía ineluctable.
La segunda debe ser la más breve del tomo (sólo 24 páginas) pero probablemente sea la mejor, la que mejor arma y mejor sostiene la tensión dramática de principio a fin. Le sigue la que está dibujada con aguadas, un bodrio infumable, escrito por Keizuke Kazahaya. Un horror, posta.
La cuarta historia tal vez no sea la mejor, pero seguro es la más interesante, porque acá Hirata pela los mismos conceptos que años más tarde vimos eclosionar en Death Note: Yanosuke Kasai desarrolla una técnica que le permite matar a sus víctimas a distancia y sin heridas, mediante paros cardíacos. Incluso puede calcular cuándo va a morir cada enemigo, lo cual convierte a Kasai en un hombre valiosísimo para un poderoso señor feudal que quiere acabar con una conspiración que se teje en su contra. No sólo la historia está bien planteada, sino que el final es tan redondo como impredecible.
En la siguiente historia, aparece otro samurai con una técnica parecida, pero va para otro lado: hay mucha más machaca y el argumento tiene mucho menos atractivo. La sexta historia arranca bien, pero rápidamente derrapa hacia otro bodrio al que le sobran personajes, diálogos, datos y protocolo.
El séptimo relato es intenso, perturbador y jodido. Es una historia de amor y dignidad, con bastante sexo y violencia. De hecho se llama “El Impotente”, porque al protagonista le cortan el miembro viril (ay, la puta que te parió, con eso no se jode!). Le sigue otra historia estirada, que se pierde en los laberintos del chamuyo, las negociaciones y las reverencias y termina por aburrir, pese a que tiene un par de secuencias muy grossas. Y la última, la que está dibujada a los santos pedos, también dura más de lo que debería, pero por lo menos el guión está bueno y termina con un doble impacto, dos sacudones de último momento, uno de ellos en el bloque de texto con el que cierra la historieta.
Resumiendo, un tomo prescindible, sólo recomendable si sos MUY fan de Hiroshi Hirata o del manga de temática histórica.

sábado, 25 de febrero de 2012

25/ 02: FABLES Vol.13

Vuelvo a encontrarme con otra serie de Vertigo que tenía muuuy abandonada. Acá queda clarísimo por qué a Fables la apodamos “el X-Men de Vertigo”: este tomo presenta un crossover de nueve episodios repartidos entre tres títulos distintos: la ya clásica Fables, el spin-off que tenía como protagonista a Jack of Fables (que no estaba demasiado bueno y duró relativamente poco) y una miniserie de tres partes, the Literals, creada por Bill Willingham y Matthew Sturges especialmente para este ambicioso crossover.
La historia, básicamente, enfrenta a las fábulas con un tipo, Kevin Thorne, que tiene el poder de re-escribir el universo. Thorne puede, de un plumazo literal, moldear a su capricho el mundo en el que transcurre esta historia, desde lo más conspicuo hasta detalles mínimos e intrascendentes. De pronto, Thorne decide tirar a la mierda este universo que ya imaginó y arrancar con la escritura de uno nuevo, y por supuesto, los muchachos de Fabletown tendrán que impedir que eso suceda.
La historia está un poquito estirada, pero bien. Willingham y Sturges la complementan con peripecias y situaciones menores, que por ahí no tienen mucho que ver con el bolonki este de Thorne, pero que están bien pensadas y sirven para definir mejor a los personajes e incluso para sembrar plots que se desarrollarán mejor en los episodios futuros de las dos series regulares que salían en ese entonces. Los propios guionistas –acá más concientes que nunca del proceso por el cual se escriben las historias- se hacen cargo de que el final es un poco Deus Ex Machina, lo cual no lo hace menos ingenioso ni menos satisfactorio. La saga termina, ni más ni menos, como debía terminar.
Por supuesto, más interesante resulta el desarrollo de las tramas, para lo cual hay un pequeño obstáculo: los Literals, es decir, Kevin Thorne, su hijo y su nieto, y las hermanas Page vienen de la revista de Jack of Fables y los guionistas suponen –en mi caso, erróneamente- que todo el mundo seguía las dos colecciones. Por ende, dan por sentado que uno conoce a todos estos personajes (y la dinámica entre ellos y con Jack) y no se esfuerzan por explicar cosas que uno –que en su puta vida leyó Jack of Fables- tendrá que deducir medio a los ponchazos. Para no ser menos, también dan por obvias un montón de cosas que tienen que ver con la serie central de Fables, pero como esa sí la sigo desde el principio, entendí todo. Tampoco hay taaantas referencias: las suficientes para que, si decidís saltearte esta saga y retomar Fables en el Vol.14, te queden unas cuantas incógnitas por despejar. Por ahí me resultó rara la proliferación de escenas en clave más cómica, más distendida, pero bueno, evidentemente la saga de los Literals se venía gestando en la revista de Jack of Fables donde el tono era –deduzco- más festivo y menos dramático.
Por el lado de los dibujantes, tenemos tres, cada uno a cargo de tres episodios: Medalla de Oro, obviamente para Mark Buckingham, el pulenta, el que la rompe desde el número uno de esta longeva serie. Su fascinante mezcla entre Steve Ditko, Jack Kirby y Steve Rude funciona a la perfección y sus páginas son, lejos, las más atractivas del tomo. Medalla de Plata para Russ Braun, un dibujante correcto, sobrio, que dibuja unas minitas hermosas y maneja un muy buen repertorio de expresiones faciales. Y Patada en el Orto para Tony Akins, dibujante mediocre, tosco, con menos gracia que un desalojo. Sus páginas no llegan a ser un suplicio, pero al lado de Buckingham y Braun pasa más vergüenza que Deux cuando pone stand en la Feria del Libro.
The Great Fables Crossover no es ni por casualidad la mejor saga de la serie más exitosa de Vertigo. Aún así, es una lectura entretenida, con muchísimas ideas muy originales (esos personajes que encarnan a los géneros literarios son una genialidad) y situaciones muy gancheras y muy bien resueltas. Ojalá en el Vol.14 Bill Willingham retome todas las puntas argumentales que abrió en el Vol.12 y que me dejaron muy cebado.

viernes, 24 de febrero de 2012

24/ 02: ANI

“Las comparaciones son odiosas” es una frase muy trillada y además bastante pelotuda. En general, cuando alguien te dice “esto está bueno”, preguntás (o te preguntás) “¿comparado con qué?”. Para saber si algo nos gusta más o menos que otra cosa, no nos queda otra que comparar. Y en este caso, la comparación inevitable es entre Ani y la anterior novela gráfica de Roberto “el Profe” Von Sprecher publicada por Llanto de Mudo, dibujada por Nacha Vollenweider, titulada Ruta 22 y reseñada en este blog el 31 de Marzo del año pasado.
Esta historia es, en principio, mucho menos pretenciosa. No hay un tinte político, no hay coqueteos con la autobiografía del guionista y la dibujante (“dibujanta”, diría Cristina) banca una misma técnica de dibujo desde que empieza hasta que termina. Pero mirá vos... desde una propuesta más simple a veces se pueden lograr mejores resultados. Ani conserva lo mejor de Ruta 22: el clima introspectivo, el ritmo pachorro, los diálogos creíbles y certeros, las elocuentes (y excelentes) secuencias mudas, los saltos entre distintos momentos en la vida de los personajes, la exploración del tránsito de la infancia a la adultez y hasta la cereza del postre que significa cerrar la novela con un final fuerte, impactante y conmovedor. Y como ofrece menos complicaciones, le plantea al lector menos obstáculos a esquivar para disfrutar de la historia, Ani efectivamente logra que nos conectemos mejor con la trama, que además está mejor construída que en Ruta 22.
Ani narra, básicamente, momentos clave en la adolescencia y la juventud de dos hermanas, Ani y Eva, y se regodea en sus anhelos, en sus frustraciones, en su descubrimiento de la sexualidad (alternativa en el caso de Eva) y en la relación con su padre, que es un personaje secundario tan rico y con tantos matices que bien podría ser el protagonista. Todo esto ambientado en campos, pueblos y ciudades de Córdoba, en la época actual, con poco texto y mucho espacio para que se luzca el dibujo. Si en Ruta 22 el guión le salvaba las papas a un argumento medio etéreo, acá argumento y guión acuerdan tirar los dos para el mismo lado y en los dos se ve a un Von Sprecher sólido y sin fisuras.
Por el lado del dibujo, el Profe se sacó la lotería, el Loto y el Quini 6. De su lámpara de Aladino salió Lauri Fernández, artista mendocina a quien no le conocía otras obras previas y que en las páginas de Ani se revela como un talento sorprendente, a seguir muy de cerca. Fernández opta por una narrativa clásica, sin estridencias: la página dividida en tres tiras y las tiras en una, dos y muy de vez cuando tres viñetas. Mucho más que florearse con la puesta en página, a Fernández le interesa que su dibujo apoye al relato de Von Sprecher, y para eso es imprescindible que estas transiciones (de época, de lugar, de climas) sean prolijas, diáfanas. La técnica que elige la mendocina es rara y a la vez bellísima, de gran potencial expresivo. Las formas y volúmenes parecen estar definidas por pinceladas de témpera blanca, aplicadas sobre hojas negras, y luego complementadas con unos esfumados que parecen hechos con esponjas. No se me ocurre con qué referenciarlo, porque es un estilo muy, muy original. Por ahí en algunos trabajos del español Andrés Leiva (monstruo sacrosanto si los hay) se puede ver algo más o menos en esta onda. Pero Leiva es más salvaje, más extremo, y se le nota más cuando trata de afanar a Alberto Breccia. Lo de Lauri Fernández, en cambio, va más para el lado de la sutileza que de la salvajada y no por eso resulta menos atractivo o menos vistoso. Realmente no es frecuente ver una ópera prima con este nivel.
Estamos ante una novela gráfica muy bien escrita y maravillosamente dibujada, de esas que si se publicaran en Francia o EEUU armarían un revuelo espectacular y ganarían muchos premios. Lo peor que te puede pasar es que no te interese el slice of life. Si el género no te provoca rechazo (o aburrimiento), Ani te va a enganchar, de una.

jueves, 23 de febrero de 2012

23/ 02: THE AMAZING SCREW-ON HEAD

En realidad el título completo del libro es The Amazing Screw-On Head and Other Curious Objects, pero en el blog quedan feos los títulos tan largos. Esto es, por definirlo sintéticamente, una antología de historias raras de Mike Mignola, que no interesectan en lo más mínimo con el universo de Hellboy.
La más conocida es The Amazing Screw-On Head, entre otras cosas porque ganó un Eisner y tuvo una versión en dibujos animados. En esas 30 páginas Mignola da cátedra de dibujo (como casi siempre) y crea no sólo a un personaje muy atractivo, sino a todo un mundo, al que después no se le cantó volver a visitar. El tono es burlón, casi bufonesco, y la aventura es más una ironía que una epopeya. La trama es lineal, muy simple, llena de los típicos lugares comunes de la antigua historieta de aventuras, y a la vez brillantemente adornada con diálogos, personajes y locaciones totalmente bizarros y fascinantes. Una joya.
También ganadora de un Eisner, no podía faltar The Magician and the Snake, un comic co-escrito por Mignola y su hija Katie, cuando esta tenía apenas 7 años. Acá se publica por primera vez a color (magia del maestro Dave Stewart mediante) esta historia breve, extraña y contundente, en la que aparece por enésima vez una imagen recurrente en los comics de Mignola: el chimpancé con corona.
Probablemente lo mejor del tomo sea la nueva versión de Abu Gung and the Beanstalk, una historieta que Mignola realizó originalmente para una antología llamada Scatterbrain, y que para esta edición fue expandida y totalmente redibujada. Sin dudas, la remake es mil veces mejor que la versión original, sobre todo en el dibujo y el color. El argumento es igual de grosso, y el guión, al tener más páginas, se luce mucho más.
The Witch and her Soul es otra historieta muy breve, nunca antes publicada, en la que Mignola se tira un toquecito a menos en el dibujo. Igual es muy linda, con buenos personajes y un guión muy redondito.
Otra joya que debuta en este libro es The Prisoner of Mars, una historia de 17 páginas ambientada en la Inglaterra victoriana y –como su nombre lo indica- en Marte. Acá Mignola recupera el tono farsesco de The Amazing Screw-On Head para una historia menos grandilocuente, pero no menos fascinante. Ideas limadas, diálogos perfectos y dibujos de la mega-San Puta se dan la mano en otra demostración de la genialidad del creador de Hellboy.
Cierra la brevísima In the Chapel of Curious Objects, que no es exactamente un relato, sino más bien un epílogo que pretende –de algún modo- englobar a las historias ya mencionadas. Y como siempre, un montón de ilustraciones, bocetos y textos en los que Mignola cuenta cositas del backstage de cada una de las historietas de la antología. En total, son poco más de 100 páginas fundamentales para los fans del glorioso Mignola, editadas como los dioses en un hardcover precioso y para nada caro.
Puestos a quejarnos por algo, falta una historia corta maravillosa, también descolgadísima: Squid of a Man. Pero es entendible que no la hayan puesto en este libro, porque está en el TPB de Hellboy Junior y porque el guión no es del Gran Mike, sino del maestro Bill Wray.
Si te querés deleitar con el impresionante talento de Mignola sin meterte en el universo de Hellboy y sus casi 20 años de continuidad acumulada, sumergite sin dudarlo en esta colección de rarezas y bizarreadas y encontrate con el ídolo en historias que derrochan emociones, diversiones y delirios de altísimo vuelo.

miércoles, 22 de febrero de 2012

22/ 02: EL ASCENSORISTA

Como su nombre lo indica, El Ascensorista marca el ascenso definitivo de Nicolás Brondo a la Primera A de los dibujantes argentinos. Ya está, ya no es más una joven promesa. Después de este trabajo, Brondo se ganó su lugar entre los capos indiscutidos. ¿No está en la Fierro, no está en la Comic.ar, no publica en ningún blog? No calienta. Hoy ya no se puede hablar de grossos de la historieta nacional sin nombrar a este cordobés mal cebado con Dave McKean, Ashley Wood y Teddy Kristiansen, y a la vez dueño de un sello gráfico absolutamente personal y reconocible.
A lo largo de las 90 y pico de páginas de El Ascensorista, este animalito prueba de todo: distintas técnicas pictóricas (conté unas 12), infinitos trucos narrativos, páginas de mil viñetas mezcladas con splash pages, páginas mudas, con diálogos o con bloques de texto, bocetos re-crudos o ilustraciones mega-elaboradas, homenajes a artistas plásticos y hasta a Séptimo Círculo, su anterior novela gráfica, escrita por Diego Cortés. El despliegue de virtuosismo que nos obsequia Brondo en esta obra es casi demasiado y alcanzaría y sobraría para que se pusiera de moda hablar maravillas de El Ascensorista y para que todos, hasta los críticos más hijos de puta, la recomendáramos a viva voz.
Pero claro, en este blog somos hinchas de los guionistas y la verdad es que el debut de Brondo en ese rubro no me terminó de convencer. Hasta la página 24, el guión es perfecto: una especie de drama urbano, con personajes muy bien trabajados y un clima espectacular, tenso, inquietante. En las 40 páginas siguientes, empiezan a pasar un montón de cosas una más extraña que la otra. El clima se va haciendo asfixiante y uno, ingenuamente, supone que Brondo va a explicar qué corno está pasando en ese edificio al que el ascensor y su anónimo piloto recorren de punta a punta ocho mil veces por día.
Y cuando llegás a la página 66, ya está clarísimo que nada se va a explicar, que nada de lo que pasó hasta el momento era verdaderamente relevante. La historia no abandona el tono dramático y enigmático, pero se va definitivamente para otro lado, para el de la reflexión existencial, los planteos filosóficos acerca del destino, la identidad, la voluntad... en otras palabras, deja de ser una historia para ser otra cosa. Muta tanto que se desactiva. El dibujo acompaña inteligentemente esa metamorfosis del guión y es en este último tramo donde Brondo termina de darle rienda suelta a todo su arsenal de recursos gráficos. El impacto que ya no produce la historia, ahora lo produce –con creces- el dibujo.
O sea que puestos a emitir un veredicto, no hay uno sino dos. Si sos dibujante y comprás historietas por los dibujos, El Ascensorista es una cátedra absoluta que no te podés perder por nada del mundo. Si te gusta la literatura o si comprás historietas por los guiones, vas a ver cómo un planteo original y promisorio deriva en una no-historia, como si a mitad de camino el autor decidiera que esta ya no le resulta tan interesante y –puesto a llegar a las noventa y pico de páginas- prefiere crear una especie de art-book, en el cual el texto no desaparezca por completo, pero se desentienda por completo del peso que significa llevar adelante un relato. El propio Brondo comenta en el epílogo que El Ascensorista nace como un cuento que un amigo suyo deja inconcluso, y que Brondo “hereda” para convertirlo en novela gráfica y darle un final. No sé exactamente hasta qué punto de la novela Brondo sigue los lineamientos del cuento, pero me queda claro que el último tramo SEGURO no conserva para nada la impronta del escritor, sino que explota en un festival de imágenes que sólo un dibujante (perdón, un eximio dibujante) puede concebir. Tené en cuenta esos dos veredictos a la hora de decidir si te subís o no al ascensor...

martes, 21 de febrero de 2012

21/ 02: GREEK STREET Vol.2

Y era cierto lo que decían los críticos yankis, nomás. El segundo tomo de esta serie (que empecé a leer en algún momento de 2010 y dejé colgada hasta ayer) no logra ni por casualidad mantener el asombroso nivel del primer tomo. Ojo, no se va al descenso directo. Claramente, mantiene un interés más que suficiente como para que uno quiera seguir leyendo (aunque sólo queda un tomo más, ya que la serie fue prematuramente cancelada, luego de apenas 16 episodios), pero más claramente aún, la inspiración con la que Peter Milligan sorprendió en el primer arco, se fue para no volver.
El principal problema, me parece, es que Milligan cerró mucho el “universo”. Okey, no podés tener 15 ó 20 protagonistas como en Fables. Pero cinco es poco. Sobre todo si tu idea para el segundo tomo es que los protagonistas de TODAS las secuencias del Vol.1 intereactúen permanentemente entre sí. En el primer arco, las historias de Eddie (Edipo), Sandy (Casandra), Lord Menon (Agamenón), Mischa (Medea) y el detective Dedalus (Dédalo) se tocaban, pero poco, eran casi paralelas. Era lógico que, en algún punto de la serie, varias de ellas iban a confluir, pero había que dejarlas madurar un cachito más. Cruzar a los cinco tan de golpe, y de modo tan intenso, en el segundo arco da sensación de torpeza, de desesperación, de cosa forzada, traída de los pelos. No digo que sea un cagadón, porque de la interacción entre los personajes salen situaciones interesantes. Pero en un punto más avanzado de las tramas, esto mismo garparía mucho más. De todos modos, es ciencia-ficción, porque sólo queda por delante un puñadito de episodios. En la práctica (y no sé si Milligan manejaba este dato), los personajes se terminaron cruzando a la mitad de la serie.
El otro problema, mucho menor, es que este segundo arco baja mucho la impronta sexual de Greek Street. Hay un yiro que baila en un cabarulo y unos zarpados que filman pelis porno, pero se ve muy poco, se hace poco énfasis en ese aspecto, que estaba muy presente en el primer arco. Sospecho que más de un pajero habrá comprado este comic porque le dijeron que había garches al por mayor y al leer estos episodios habrá dicho “nah, me chamuyaron”, y no lo compró más.
Lo que no baja para nada es el nivel de violencia, gore y mala leche. En ese rubro, Greek Street sigue siendo peligrosamente filosa. Acá vemos balazos, explosiones, mutilaciones, cuchillazos letales, sesos fuera de los cráneos y hasta un tipo que le mea la cara a otro. Una joyita de la buena educación, como para publicarla en la Billiken. Muchas de estas guarradas están puestas en función de una trama policial dura, la de la guerra de bandas entre mafiosos griegos y chinos, y otras no, otras son cuasi-gratuitas, sobre todo las que tienen que ver con Medea, que es una especie de Wolverine descontrolado y con buenas tetas.
Además de poco sexo y mucha violencia, hay buenos desarrollos de los personajes secundarios y –sobre el final- una linda vuelta de tuerca que tiene que ver con la familia de Sandy. Pero vamos a lo más notable de Greek Street, que es el dibujo.
Impresionante lo que pela acá Davide Gianfelice. Tiene un sólo problema, muy menor, y es que TODAS las minas le salen demasiado lindas. Y con unos cuerpazos monumentales. Hasta Sandy, que tiene 15 años, parece una estrella porno recién cirujeada. Si le perdonamos ese detalle, a Gianfelice hay que aplaudirlo de pie. En su estilo conviven los dibujantes con más onda de la escuela Bonelli (Giancarlo Caracuzzo, Nicola Mari...) con dibujantes de trazo recontra-estilizado de los que habitualmente publican en EEUU, como Eric Canete o Humberto Ramos. El resultado es alucinante y está sostenido en una narrativa excelente, que por momentos le debe algo a lo que hacía Eduardo Risso en 100 Bullets, el greatest hit de Vertigo en lo que a crimen urbano se refiere.
Greek Street pasó de un tomo a otro de ser fundamental a ser... no sé si prescindible, pero sí de segunda línea. Me queda por leer el último tomo, a ver si Milligan pega un volantazo más y me vuelve a impactar como en el arranque.

lunes, 20 de febrero de 2012

20/ 02: ¿POR QUE AMAMOS LA HISTORIETA?

Estoy leyendo un libro que todavía no terminé, así que la reseña va a estar mañana.
Hoy zafo con un texto de 2008, que ya salió en la Comiqueando Online. Es más largo que los de las reseñas habituales, pero tenele paciencia...
Hay un libro muy lindo (y que le agradeceré infinitamente a mi amigo Fabián por habérmelo regalado) que se llama ¿Pour Quoi J’Aime la Bande Dessinée?, o sea, ¿Por qué amo a la Historieta?. Lo publicó Delcourt en 2006, con motivo del 20° aniversario de la editorial y a lo largo de sus 120 páginas responden la pregunta del millón nada menos que 100 autores, entre ellos varios astros del mercado franco-belga (Caza, Sfar, Dionnet, Morvan, Corbeyran...) y un par de invitados yankis: Mike Mignola y Todd McFarlane. Algunos mandaron textos con algún dibujito, otros historietas completas y cada uno trató como pudo de explicar esta pasión que –como casi todas las pasiones- no tiene explicación.
¿Y vos? ¿Sabés por qué amás la Historieta? ¿Alguna vez pensaste qué cosas te llevaron a ser comiquero y no numismático, filatelista, presidente del Club de Fans de Wanda Nara, o miembro de Los Borrachos del Tablón?
Para empezar, habría que ver cuántos se hacen cargo de ser “comiqueros”. O sea, definir a quién le cabe el término y a quién no. El que lee todos los días los chistes de La Nación y una vez por año se compra el librito de Macanudo, o –Dios nos libre- de Gaturro ¿es comiquero?. El que compra la Fierro una vez por mes y no consume otras historietas, ¿es comiquero?. No, porque no hay pasión. Hay disfrute, hay un cierto grado de entusiasmo, pero no hay pasión.
Se me dirá “¿Qué hay en el mundo menos apasionante que un numismático?”. Responderé que yo los vi con mis propios ojos, cagados de frío en el Parque Rivadavia un domingo a las nueve de la matina, acechándose los unos a los otros en busca de esa fuckin’ moneda de Bélgica sin la cual la vida (su vida) no tiene sentido. Y créanme que para estar parado un domingo de invierno a las nueve de la matina en el Parque Rivadavia hay que sentir una pasión que te quema las vísceras, digna de una telenovela brazuca.
Para aspirar a la palabra mágica, la que te da acceso al grupo “de pertenencia”, es fundamental la pasión, el entusiasmo desmedido, esa sensación de “ma sí, dejo TODO por el comic”. Si no, no sos comiquero. Lo mismo se aplica a los otakus, nuestros primos filo-nipones, con la salvedad de que en Japón la palabra “otaku” se usa en forma despectiva, para discriminar a los geeks patéticos que no tienen vida por afuera del manga y el animé. Acá escuchamos a los pibes decir “No, tal chabón es un otaku grossísimo” y entendemos que lo están elogiando. En Japón, en cambio, cuanto más otaku sos, más te asemejás a una especie de subnormal invertebrado. Es un microclima tan excesivo que la pasión le gana a la vida... como pasa acá con el futbol, bengala más, puñalada menos.
Pero seguimos sin saber por qué mierda nos picó ESTE bicho y no otro. Mi abuelo Beto tenía una colección ZARPADA de partituras de tango, con primeras ediciones de tangos grossos, autografiadas por los músicos más capos, discos de 78, instrumentos del año del orto... toda la bola. Y asi, casi de keruza, sin darle demasiada pelota, coleccionaba también estampillas y monedas. O sea, en mi entorno familiar estaba bien visto cebarse mal con algo, ser fan A MUERTE de ese algo y coleccionarlo hasta que las paredes que nos rodean digan “Pará, flaco, no doy más”. Pero, ¿por qué elegí las historietas? ¿No era más fácil carroñar a mi abuelo y coleccionar cosas de tango? ¿O cartonearlo a mi viejo, que colecciona discos de jazz y clásicos del cine yanki?
Pero no: el jazz y el tango no tenían dibujos, y a mí me fascinaban los dibujos. Miraba todos los que podía en la tele en blanco y negro, o en el cine Los Angeles, o en el Real. Y cuando yo era chico, casi todos los personajes de los dibujos animados tenían sus historietas, que
1) se conseguían fácilmente en cualquier kiosco
2) no duraban ocho minutos (como los cortos animados) sino todo lo que yo quisiera hacerlas durar
y 3) eran A COLOR!
Contaban historias, como los libritos de cuentos que me traía mi abuela y yo tiraba a la mierda sin importarme que los escribiera Oesterheld, pero acá había algo más: no sólo leías la historia, también leías la imagen. Y muchas veces una cosa no se entendía sin la otra! O sea, no sólo te cebaba más porque aparecían los personajes de la tele, sino que además te EXIGIA MAS! Y no estoy hablando sólo de los comics de Barks, o de Oswal, o de cualquiera de esos hiper-capos que hicieron grande a la historieta infantil... Hasta la historieta más obvia, insulsa y verdulera tenía ese atractivo extra del leguaje corporal y gestual de los personajes que DECIA COSAS, de las onomatopeyas, las formas de los globitos y esos simbolismos limados (como la bombita de luz en la cabeza del Oso Yogui) que también DECIAN COSAS que el texto, el diálogo, lo que me leían mi vieja y mis tías, NO decían!
Creo que ahí está la génesis. Si te gusta descifrar ese código semi-oculto, si te seduce esa posibilidad de leer varias veces algo y encontrarle nuevas puntas, si te copa el desafío de tener que prestarle atención simultáneamente a dos cosas (texto e imagen) que a veces van de la mano y a veces a las patadas... te va a picar el bicho del comic y lo vas a amar para siempre.
Y si encima en la adolescencia descubrís que hay tipos grandes, serios, inteligentes, que fueron a la universidad y que se dedican a escribir sobre comics, y a pelar textos que exponen y destripan la inmensa complejidad de esos dibujitos aparentemente sencillos y de la industria que gira en torno a ellos... ahí estás perdido. Vas a querer más SIEMPRE.
Vas a dar vuelta la internet 16 veces en busca de toda la data, vas a asistir a eventos en ciudades devastadas por bombas atómicas con tal de conocer a los autores, vas a bajarte comics hasta llenar bulks enteros de DVDs, vas a renegar de los deportes (aunque no necesariamente de las salidas con amigos y amigas) como si fueran cancerígenos, vas a gastar en el vicio el equivalente al presupuesto anual de varias provincias... y un día, cuando duermas en el piso rodeado de cajas con comics y de estantes que cada día se parecen más a una letra U, seguramente te vas a preguntar ¿por qué CARAJO amo a la Historieta?
Seguramente la respuesta te va a hacer MUY feliz.

domingo, 19 de febrero de 2012

19/ 02: REMEMBER

A ver, el artista no es un laburante normal. El artista es mucho más que eso, principalmente porque se gana la vida brindándole placer a sus congéneres. Difícilmente se pueda decir lo mismo del oficinista, la cajera del supermercado y –mucho menos- del policía. De ahí viene –creo yo- la fascinación que sentimos los mortales por el mundo del artista, el mundo que exterioriza en su obra y su mundo interior, ese que desconocemos, pero acerca del cual conjeturamos y especulamos. Benjamin, genio del dibujo si los hay, abusa un poquito de esa fascinación. Sus álbumes nos muestran, además de su obra, muchísimo de su vida, sus opiniones sobre cualquier cosa, sus gustos, sus influencias, sus sensaciones... Y la verdad es que uno puede admirarlo por sus historietas y considerarlo un salame atómico por todo lo demás.
Remember tiene, además de un montón de textos en los que el artista desnuda su mundo interior, una treintena de ilustraciones majestuosas, que nos recuerdan que estamos ante el dibujante más virtuoso que tiene hoy el comic chino. Ah, y las historietas, cierto. De esas hay dos, una larga y una más breve.
La más breve (El verano de aquel año) es decididamente chota. Acá Benjamin presenta de modo tan torpe a los personajes y los conflictos, que para cuando empiezan a pasar cosas grossas, ya no te interesa en lo más mínimo. La narrativa es confusa, sobran bloques de texto y la trama nunca llega a pegar fuerte porque está construída sobre premisas mal armadas, mal estructuradas. Del dibujo no se puede decir ni mu, porque acá el chino pela verdaderas animaladas, con una paleta de colores intencionalmente acotada y un repertorio de imágenes de conmovedora fuerza expresiva.
La más larga es larga hasta en el título: Nadie es capaz de volar, nadie es capaz de recordar. Se trata de un comic de tinte romántico, protagonizado por una minita que fue historietista y abandonó la profesión y un joven autor, talentoso y rebelde, que quiere ser figura en el mundo del comic pero la miopía de los editores no se lo permite. Benjamin mezcla ficción con autobiografía, baja línea a cuatro manos acerca de cómo funciona la industria del comic en China y sale bastante bien parado de una historieta atractiva, impredecible y cuyo único defecto es pasarse un poquito de emo. Los personajes hablan demasiado de sus sueños, de sus frustraciones, de la relación que los une... bla, bla, bla... Déjense de joder y garchen, muchachos. Todo bien con el comic, no voy a ser yo quien les pase factura por sacrificarse y dejar la vida en pos del comic, pero con tanto enrosque sentimental no se puede ni crear ni vivir.
En esta historieta la narrativa está muchísimo más cuidada, no exenta de algún salto al vacío, pero siempre con mucho criterio. Y el otro gran acierto es que –a diferencia de la historia más corta, que transcurre prácticamente toda adentro de una escuela- esta le da a Benjamin un montón de oportunidades de dibujar el paisaje urbano, que le sale demasiado bien. Autos, subtes, edificios, esa viñeta impresionante que ocupa media página y muestra el interior de un bondi... imposible no cebarse mal cada vez que Benjamin traslada la acción a las calles de Beijing.
Pero bueno, hablar bien del dibujo de este pibe ya es una redundancia absoluta, como hablar de lo mal que juega San Lorenzo. Benjamin desarrolló al máximo la técnica del lápiz óptico y los programas de dibujo digital y –dicen, yo no me lo termino de creer- que el chabón jamás dibujó con lápiz normal, de madera y grafito. Lo cierto es que su dominio sobre la técnica que eligió es sublime y además se cuida de no aplicar los mismos yeites cuando hace historieta que cuando hace ilustración. Benjamin entiende que lo que funciona bien en un medio no tiene por qué funcionar bien en otro (explicáselo a los que hacen mierda los mangas cuando los convierten en animés) y sabe cómo y cuándo cambiar el esquema táctico.
Aunque las historias no te interesen en lo más mínimo, los libros de Benjamin son una caricia para tus ojos, intensa y maravillosa, como deberían ser todas las caricias. Y si te gusta dibujar y probar cosas raras con la compu, acá vas a encontrar un nuevo dios al que venerar hasta el fin de los tiempos.

sábado, 18 de febrero de 2012

18/ 02: THE HIDDEN

Tener un blog de reseñas hace más de dos años y no haber comentado nunca un comic de Richard Sala me hace merecedor de los más ignominiosos tormentos. Como mínimo, clavos abajo de las uñas y de ahí para arriba, hasta llegar a la discografía completa de los Pibes Chorros. A mí favor debo decir que no edita comics nuevos todos los meses, ni mucho menos. De hecho, desde 2009 no lanzaba nuevas obras. Pero bueno, la Historia me absolverá, dijo Fidel Castro.
The Hidden, como libro, es medio un choreo. Está editado como la San Puta, en hermosas tapas duras, y trae 130 maravillosas páginas de historieta. Pero, ¿dónde está el curro? Es un libro de 21 x 21, cuadradito, un toque menos ancho y mucho más bajo que el típico TPB americano, y muchísimo más chico que un típico álbum europeo. Sala tiene muy claro el formato en el que se va a editar el comic y por eso muchísimas de sus 130 páginas tienen una sóla viñeta y ninguna tiene más de cuatro. Andá a saber cuál es la gracia de laburar en este formato... Me queda muy claro que esta misma historieta, publicada en un tamaño más coherente, ocuparía 90-95 páginas en vez de 130, saldría más barata y sería mucho más fácil de guardar.
De todos modos, esas quejas mariconas son nimias y baladíes (mirá qué léxico). Una vez que te metés en The Hidden, la magia de Sala te captura, te hipnotiza y ya no te importa un carajo cuántas viñetas tienen cada página ni dónde mierda vas a guardar el librito. Una vez más, Sala logra muchísimo con poco. Las cosas más grossas que pasan en The Hidden no tienen mayor explicación, el autor no ahonda en detalles ni se cuelga en el armado del contexto que va a servir de escenario para la aventura. Lo importante para él es la aventura en sí, y una vez que esta arranca, no hay como pararla.
The Hidden empieza como una especie de road movie post-apocalíptica, pero apenas pasadita la mitad se va para el lado del thriller, con una bizarra y siempre efectiva mezcla entre elementos clásicos de la ciencia-ficción y el terror. Clones, zombies y criaturas tipo Frankenstein le pondrán peligro, emociones y hasta dilemas morales espesos a esa segunda parte, en la que se respira el clima de película clase B con el que tantos lectores identifican a Sala.
En el medio hay algo muy raro: dos personajes cuyos roles en la saga terminan por ser muy menores narran a lo largo de 20 magníficas páginas una historia-dentro-de-la-historia alucinante, escalofriante y muy bien escrita, que uno espera que conecte más adelante con la trama central, pero eso nunca sucede.
Tampoco calienta demasiado, porque en esas 20 páginas es donde mejor dibuja Sala y –no jodamos- todos nos compramos sus historietas por los dibujos. Si además los guiones están buenos, mucho mejor. Pero el fan de Sala lo que ama, por encima de todo, es el dibujo del ídolo. Y acá no defrauda ni al fan más exigente. A nivel visual, probablemente este sea el mejor trabajo en la extensa carrera del Sala yanki (también están el Sala argento y el Sala francés, David Sala, un capo poco conocido en estas pampas). ¿Ubicás a Liniers? Bueno, casi todo lo que Liniers hace bien, Richard Sala lo hace mejor. El tipo tiene ese estilo bonito, simple, muy expresivo, pero amistoso, con colores puestos con sutileza y criterio, y de pronto, con ese estilo, se va al carajo dibujando freaks, monstruos, masacres y orgías de sangre, canibalismo y destrucción. Sala se hace cargo de que meter una o dos viñetas por página puede oler a choreo, por eso a cada viñeta le pone la vida y mucho más. Se mata en los fondos y si no hay fondos se luce en el color y agrega cross-hatchings limados alrededor de los personajes. A veces los fondos no entran porque los globos son grandes y con mucho texto y ese es otro deleite: nadie en el mundo rotula como Sala. Su tipografía es única, irrepetible y espectacular.
En síntesis, The Hidden es una historieta atrapante, con climas muy bien elaborados, escenas muy impactantes (y muy escabrosas), un guión que cierra a pesar de no explicar todo lo que sucede y un dibujo indescriptiblemente bello, que lo pone a Sala aún más alto de lo que ya estaba en el Olimpo de los dibujantes fundamentales, a los que hay que comprarles hasta la última poronga que editen.

viernes, 17 de febrero de 2012

17/ 02: A GOD SOMEWHERE

La puta madre, qué injusto es el mundo! ¿Cómo puede ser que nunca en la vida haya oído a ninguno de mis amigos comiqueros hablar de este libro? ¿Por qué tuve que juntar coraje para pedírmelo, como quien se juega su última ficha de 100 mangos a Pares o Impares en la ruleta? En un mundo más justo, todos (no sólo los que leemos comic yanki, sino TODOS) deberíamos estar con las bolas al plato de tanto escuchar hablar de A God Somewhere, de los premios que ganó, de sus connotaciones religiosas y sociales, de su tratamiento único y osado al ya clásico tópico de “superpoderes en el mundo real”, y por supuesto, del miedo que genera la posibilidad de que DC saque precuelas y secuelas o –peor aún- que a alguien se le ocurra convertirla en un largometraje con actores choto y edulcorado.
Sí, ya sé: Miracleman lo hizo antes y seguro lo hizo mejor. Pero acá, a John Arcudi y Peter Snejberg se les ocurren un montón de ideas que a Alan Moore no se le ocurrieron cuando escribió Miracleman, o incluso Watchmen. Hasta la mitad de la novela, ponele que sí, que A God Somewhere podría ser tildado de “Miracleman de la B Nacional”. Pero la segunda mitad, cobra un rumbo que Miracleman ni siquiera llega a sugerir y se va bien, pero bien a la mierda.
Como la novela que comentamos ayer, A God Somewhere te hace comer varios amagues a la hora de definir quién corno es el protagonista. Al principio es la historia de tres amigos, después Arcudi te hace creer que es la historia de Eric Forster y al final queda bastante claro que es la historia de Sam Knowle, el personaje con el que más se identifica el lector y al que mejor trata el guionista. Porque –no soslayemos un dato importante- esta es una historieta tremenda, descarnada, jodida, truculenta, perturbadora, dura como esos fouls que hacía el Cabezón Ruggeri en la puerta del área. Y si bien tiene momentos lindos, distendidos, de sana comedia juvenil, los personajes protagónicos la pasan mal. Muy mal. No son los únicos, claro. Arcudi reparte duro y parejo y nos ofrece hermosas masacres en las que la gente (y los cachos de la gente) vuelan por el aire, desmembrados por una ráfaga de balas, una explosión, o un tipo con superpoderes que no tiene ningún reparo en matar a ningún mísero mortal.
¿Cómo cambia un tipo común y corriente, copado y decente, el día que recibe los poderes de un dios? ¿De la noche a la mañana, o gradualmente? ¿Mucho o poco? ¿Qué lo impulsa a ayudar al prójimo y no a decir “ratas patéticas, yo tengo el poder y el que no quiera ser mi esclavo será mi víctima”? ¿Cómo se altera su entorno, la vida de sus seres queridos? ¿Cómo reaccionan los políticos y militares, que son los que creen detentar el único y legítimo poder? Y si es un dios, ¿da para venerarlo como los católicos veneran a Jesucristo y el resto de las religiones a sus respectivos mesías, profetas, etc.? Arcudi se juega la vida y responde a todas esas preguntas de un modo totalmente inesperado y definitivamente impactante.
El dibujo corre por cuenta del gran danés Peter Snejberg, en el que probablemente sea el mejor trabajo de su carrera. Gore fuera de control, violencia al recontra-extremo y genocidios estremecedores por un lado, y por el otro climas realistas, creíbles, escenas tranqui repletas de gente normal que hace cosas normales. Y como constante en uno y otro polo, el dominio cancherísimo de la anatomía, la iluminación, las expresiones faciales y la composición tanto de la viñeta como de la página en su totalidad. Snejberg apuesta fuerte y le salen todas bien. Un laburo absolutamente consagratorio para este monstruo nunca bien ponderado.
Esto, amigo viñetófilo, roza la categoría de Historieta Perfecta. Puesto a criticarle algo, se le nota un poco en su estructura, en su extensión y en cómo están organizadas las escenas, la intención de que A God Somewhere algún día se convierta en una peli de Hollywood. Pero es una boludez, una nimiedad que no opaca en lo más mínimo la apabullante calidad de esta novela gráfica. Ah, no la etiqueto como “Vertigo” porque Vertigo simplemente reedita A God Somewhere desde que desapareció el sello WildStorm, que fue el que la publicó por primera vez. Papa hiper-fina.

jueves, 16 de febrero de 2012

16/ 02: DOBLE V

Hoy tenemos otro comic bravo, no apto para quienes buscan una lectura pasatista. El género en el que incursiona el guión de Horacio Bevaqua podría definirse como “ violencia urbana”, pero está un poquito al límite, hay algunos coqueteos con el realismo mágico, con cosas que no tienen una explicación demasiado racional. Se trata de una historia sórdida, truculenta, regada generosamente con sangre de buenos y malos, de vivos y de boludos.
El truco más ingenioso –y Bevaqua emplea varios- es el del protagonista cambiante. Al principio, te comés el amague de que el protagonista es el policía. Y no. Después, suponés que es el jefe de la banda de chorros. Tampoco. Para la segunda mitad, le ponés fichas al novio de Viviana. Menos que menos. Una y otra vez, Bevaqua te hace entrar, te muestra a un personaje, se mete a fondo en su psiquis y cuando vos te empezás a identificar con él, o a ver la historia desde su óptica y a entenderla como él la entiende, pasa algo (casi siempre funesto) y el relato agarra para otro lado, le entrega la posta a otro miembro de este extraño elenco. Un elenco que incluye –mirá qué lindo detalle- a los Breccia Quiroga, cinco oligofrénicos que hablan y se mueven como los de aquella inolvidable adaptación de La Gallina Degollada realizada por Carlos Trillo y Alberto Breccia sobre el cuento de Horacio Quiroga.
Al final, buena parte del protagonismo se lo lleva Pacha, el payasito, que hasta la página 46-47 es un personaje de relleno. Pero, por suerte, al elenco de Doble V le sobran los personajes atractivos. Otra cosa que le sobran son buenos diálogos. Claramente ese es el rubro en el que más brilla el guión de Bevaqua. Los diálogos son filosos, creíbles, mucho más dinámicos y gancheros que los bloques de texto o los soliloquios que transcurren en la mente de los personajes. Como los que veíamos la otra vez en la Lule le Lele, se disfrutarían más si Bevaqua usara como corresponde los signos de puntuación (¿será tan jodido cuidar mínimamente ese detalle?), pero así como están, también la rompen.
Y lo otro que sobra, que es excesivo, es la extensión de la obra. Doble V es un relato muy descomprimido, que se cuelga muchas veces en la contemplación, en la creación de climas, en charlas que no conducen a nada ni enganchan con el accionar de los personajes. Eso hace –por un lado- que la trama avance a un ritmo medio pachorro y -por el otro- que haya mucho, mucho espacio para el lucimiento de Lucas Aguirre, el dibujante.
Lo de Aguirre es muy raro y también muy notable. El tipo pasa –según lo requiera la secuencia- de los palotes de un nene de escuela primaria a las composiciones de luces, sombras y volúmenes de la mejor época de Simon Bisley. Arriesga en la narrativa, pelas unos ángulos rarísimos, se zarpa en la planificación de algunas páginas medio al límite del mamarracho, pero lo más interesante es la técnica. Su manejo de la tinta, de los esfumados, cepillados, grisados, aguadas, toda esa inagotable gama de texturas con las que refuerza una iluminación siempre impactante hablan de la increíble versatilidad de Aguirre. Posta, si hizo esto en blanco y negro (y –si no estoy muy loco- hace más de 10 años) no me quiero imaginar lo que puede llegar a hacer si le dan la posibilidad de laburar a color.
Lo cierto es que a Bevaqua y a Aguirre les sobran los recursos para hacer algo fuerte, sólido, competente. Y aún así, prefieren timbear, apostar a algo más extraño, más complejo, menos obvio. Para mi gusto, aciertan más de lo que pifian, pero también habrá quien diga “dejame de joder con estos fumancheros del under que se las quieren dar de vanguardistas”. Si te bancás una historieta en la que cada dos por tres los autores saltan al vacío, Doble V te va a cebar, sin dudas.

miércoles, 15 de febrero de 2012

15/ 02: TESTAMENT Vol.3

Oootra serie de Vertigo que tenía colgada hace mil años. De hecho, los dos primeros tomos los leí antes de arrancar con el blog, allá lejos y hace tiempo. Por supuesto, se trata de otra serie ya cancelada, que no llegó ni a los 25 episodios. Y era bastante obvio que no iba a durar, por lo osado de la propuesta: el escritor y documentalista Douglas Rushkoff se manda a re-interpretar las historias del Antiguo Testamento, pero con un twist muy limado. Las historias no están 100% cerradas, sino que se van urdiendo sobre la marcha, a partir de runflas, traiciones y pactos entre las deidades de la antigüedad y –lo más zarpado- el accionar de los humanos de mediados del Siglo XXI. De algún modo, muchas de las historias clásicas de la Biblia se repiten una o dos décadas en el futuro, y de lo que hacen esos chicos, chicas, milicos, empresarios, etc., depende el resultado de estos grandes conflictos en los que están metidos los mismísimos dioses. Too much.
Este tomo, además, inaugura la segunda mitad de la serie con dos episodios unitarios, con poca conexión con la saga central, lo cual facilita de alguna manera el re-enganche del boludo que colgó la serie hace más de dos años. Uno de esos episodios (el que más aporta a la saga principal) es más bien choto, y el otro, el más inconexo, está bastante bueno. Pero lo grosso de este tomo es un arco de cuatro episodios en el que pasan un montón de cosas importantes, tanto en el plano de los dioses como en el de los humanos. Rushkoff reversiona la ancestral historia de la Torre de Babel a través de un mega-empresario que crea una nueva moneda, definitiva, de alcance global... y con vida propia. Surge así un verdadero Rey del Mundo, un tipo cuyo código genético está conectado a lo que el planeta entero usa para comprar y vender lo que sea. Y así como en el relato clásico Dios sentía que le estaban tocando el culo y saboteaba a la torre con el tema de la diversidad de idiomas, acá serán dos chicas las que –por un proceso muy complejo y que involucra a elementos que el guionista ya había introducido en tomos anteriores- tendrán que hacer inviable a la herramienta definitiva de la hiper-globalización.
Es un lindo arco, con buenos dilemas morales, y con la rareza de que a la hora de la caracterización, Rushkoff le da más bola a los dioses que a los humanos. Hay buenos diálogos entre los chicos, y una secuencia muy fuerte, muy impactante entre Miriam y sus captores. Pero la interacción más interesante está en el plano celestial, donde Moloch, Astarte, Krishna, Marduk y demás muestran aristas muy interesantes en sus personalidades.
En cuanto al dibujo, las dos historias cortas están a cargo de Peter Gross (el de The Unwritten), entintado por Gary Erskine. Un delirio: son dos artistas con estilos muy incompatibles entre sí y de esa mezcla difícilmente salga algo bueno. El resultado es más extraño que fulero (por suerte), pero no creas que vas a encontrar un real deleite para tus retinas.
Y el arco más extenso está a cargo de quien fuera el dibujante titular de la serie, el británico Liam Sharp. Sharp es más raro aún que la mezcla entre Gross y Erskine. Hay cuadros y hasta páginas enteras en las que todo pareciera chuparle un huevo. Dibuja así nomás, casi unos palotes con un trazo bien grueso, sin un puto fondo, lo básico o mucho menos. Hasta parecen páginas dibujadas en un formato mucho más chiquito que el del comic-book y luego ampliadas. Y hay otras páginas en las que deja la vida. Mete unas composiciones jugadísimas, los personajes cobran una dinámica que recuerda a lo mejor de Simon Bisley, las caras tienen unos detalles minuciosos y hermosos al estilo Frank Quitely, los dioses, monstruos y palacios pelan un vuelo digno de Alcatena y uno queda medio idiota, preguntándose cuál es el verdadero Liam Sharp. ¿El verdulero que saca las páginas con fritas, o el salvaje que te devasta las retinas en esas páginas fastuosas? Ni idea.
En síntesis, Testament no es una serie fundamental y si no le entrás, no te perdés ni un Sandman, ni un Invisibles ni una Promethea (por citar series complicadas, no aptas para quienes buscan una diversión livianita). Está bien, con mucho gusto voy a leer el último TPB, pero tampoco es la joya de la corona de Vertigo, ni un antes y un después. Te lo juro por Dios.

martes, 14 de febrero de 2012

14/ 02: ALFREDO GRONDONA WHITE

Qué loco cómo nos olvidamos tan rápido de Grondona White. En los ´70 y ´80 este tipo era un grosso de aquellos, un referente ineludible en materia de historieta humorística. En los ´90, cuando dejé de consumir Hum® y SexHum® lo perdí de vista y hoy tengo la sensación de que Grondona White ya no labura como humorista gráfico, ni nada parecido. Ojalá me equivoque.
Lo cierto es que en este tomo La Duendes recupera muchas de sus historietas. No sé si las mejores (no está, por ejemplo, Adolfo Cruz Gamarra Hitler, aquel hito de la primera SuperHum®), pero unas cuantas muy buenas, y además un montón de chistes de una sóla viñeta. Bah, en realidad son casi todos chistes de una sóla viñeta: la mayoría del tomo reproduce esos “ensayos” de Grondona White en los que el maestro tocaba un tema genérico, relacionado con las costumbres y modas de la Argentina de su tiempo, y lo desmenuzaba en varias viñetas, cada una con un chiste dibujado y un texto complementario por afuera de la viñeta, que solía ser sumamente gracioso. Hoy que está de moda el stand-up comedy, no estaría nada mal convertir en monólogos todas esas observaciones filosas y agudas que hacía Grondona White sobre pequeñas boludeces de la vida cotidiana. Parece mentira, pero varias están escritas hace 30 años y aún así mantienen intacta su gracia y su mala leche.
O sea que, entre estos “ensayos” y los chistes, hay poco lugar para historietas con narrativa. Tenemos, en este rubro, 7 u 8 historias cortitas de los Bespi y una sin diálogos, la sorprendente La Estufa de Aladino. En estas poquitas páginas queda clarísimo que, además de un observador agudo y certero, Grondona White es un narrador nato, un tipo al que no le cuesta para nada poner su dibujo al servicio del relato, como hiciera durante tantos años en los que nos contó las maravillosas turradas del Dr. Piccafeces.
El dibujo de Grondona White es increíble. Todo su repertorio gráfico se limita a una línea negra, siempre del mismo grosor, sobre el fondo blanco. Casi no usa manchas negras, o sea que sus páginas son mayoritariamente blancas. Ese trazo siempre igual, hace magia. Tiene nervio, tiene vuelo, capta detalles con asombrosa precisión, logra expresiones de enorme realismo o de enorme impacto cómico tanto en caras como en cuerpos. Cuando no dibuja seres humanos, la línea de Grondona White se parece a la de otro monstruo de trazo nervioso y repleto de detalles: el maestro Sergio Aragonés. Pero el fuerte de Grondona White son, precisamente, los seres humanos. Ahí es donde está su clave, en su forma de retratar a sus congéneres, en un estilo demasiado estilizado para ser un típico humorista gráfico (Tabaré, ponele) y demasiado caricaturesco para ser el enésimo clon de Alex Raymond, por mencionar al autor que motivó a Grondona White a convertirse en dibujante.
La edición por parte de La Duendes tiene varias fallas, principalmente en el diseño gráfico, que se ve feo y anticuado. Hay una página (la 73) a la que le falta un pedazo del arte, pero la das vuelta y en la 74... aparece esa misma página, ahora completa! Pero bueno, es lo que hay. Por lo menos se acordaron de rescatar del olvido a este prócer y de republicar unos cuantos trabajos suyos que –repito- no perdieron ni filo ni vigencia.
Si te querés reir un rato, Grondona White sigue siendo –como en los ´70 y ´80- una excelente opción.

lunes, 13 de febrero de 2012

13/ 02: ASTONISHING X-MEN Vol.4

Después de un par de libros muy tremendos o muy extraños, necesitaba un poquito de pochoclo, y la verdad es que esto es pochoclo de primerísima calidad. Hay machaca a rolete, genocidas a nivel planetario, más razas alienígenas y más navecitas copadas que en una peli de Star Wars y la tranquilidad esa que tiene el comic de superhéroes –por lo menos el más mainstream- de que pase lo que pase, siempre ganan los buenos.
El tema es –claro- a qué costo y ahí es donde Joss Whedon y John Cassaday sacan enormes ventajas. Ya sea que conozcas a estos personajes hace 30 años, o te hayas encariñado con ellos a lo largo de estos cuatro TPBs, los autores construyen un vínculo irrefutable entre lector y personajes. Y se aprovechan de eso para hacerte sufrir, para que se te frunza el orto veinte veces, cuando creés que tal es boleta, que tal pierde los poderes, que tal se pasa al bando de los malos, que tal se zarpa y masacra a sangre fría a los villanos que tiene enfrente... De pronto (no me preguntes cómo) Whedon logra que uno le crea que todas esas cosas terribles y extremas pueden llegar a pasar, que la victoria inevitable de los X-Men no va a ser gratis ni mucho menos, que el status quo puede ser alterado “para siempre”.
El argumento –para ser sinceros- daba para menos páginas. El tomo tiene 192 páginas y podría contarse exactamente lo mismo en 120, como mucho. Pero Whedon necesita espacio para convencernos de que esto que pasa es realmente grosso, que esto no es sólo grandilocuente, sino también monumental. Y además, ¿qué sería de Whedon sin las escenas tranqui? Esas escenas que en los ´80 duraban tres viñetas repletas de diálogos y ahora duran cuatro páginas, repletas de silencios tan elocuentes como el más inspirado Chris Claremont. Ahí, en esas secuencias, Whedon también marca la diferencia: hace que los personajes tiren frases mortales, o chistes brillantes, u observaciones tan atinadas que uno no puede creer cómo a ningún otro guionista (y por X-Men pasaron muchos) se le ocurrió ver de ese modo a ese personaje o esa situación.
La caracterización, entonces, es lo que hace realmente llevadero el exceso en la extensión de la saga y en las peripecias menores que los héroes deben sobrellevar para llegar a la resolución del conflicto. Y es, además, el punto más alto en toda la etapa de Whedon. El propio guionista se complica el laburo: arrancó el primer TPB con un grupito de cinco héroes y termina el cuarto con un elenco protagónico de nueve personajes, todos perfectamente laburados y con los momentos cruciales muy bien repartidos. Al final, serán Kitty Pryde y Colossus los que asuman los roles más destacados, pero todos los demás tienen su momento de gloria.
Hablando de gloria, es hora de babearnos una vez más con los dibujos de John “el Facha” Cassaday. Acá el ídolo afloja un poquito en las últimas páginas, las del Giant-Size donde termina la saga. Ese es el único tramo donde se le nota un poco el apuro, las ganas de sacarse este laburo de encima y agarrar otro que lo desafíe todavía más (Je Suis Legion, Planetary... proyectos no le faltaron nunca). En todo el resto del tomo, vemos al Facha en un gran nivel, magistral en los climas más tranquis y desbocado cuando estalla el bolonki. Buen timing en la entrada y salida de escena de todos esos personajes, gran laburo en los fondos, excelentes diseños para naves, armas, palacios, etc., y por supuesto, el color de Laura Martin que se acopla perfectamente con el dibujo y lo potencia muchísimo.
Impactos grossos, volantazos impredecibles y un final estremecedor para una saga un poco estirada pero realmente atrapante. Los X-Men de Whedon y Cassaday entraron, sin dudas, al panteón de las grandes etapas de esta serie, junto a la de Roy Thomas y Neal Adams, la de Claremont y John Byrne y la de Grant Morrison y sus seis o siete dibujantes. La verdad es que lo que viene después no me llama mucho la atención (por más que lo escriba Warren Ellis), así que hasta acá llego. Pero me voy feliz, con muchos libros de X-Men para recomendar tanto a los fans clásicos como a los que todavía no se engancharon en el vicio mutante.

domingo, 12 de febrero de 2012

12/ 02: META 4

Uh, qué complicado es esto... Yo lo entiendo: el maestro Ted McKeever estuvo ocho años sin trabajar en historietas con guiones propios y cuando retomó la senda de la producción autoral, personal y con control absoluto sobre su obra, se pasó un poquito de rosca.
Lo cierto es que Meta 4 se postula como “un comic alegórico” y termina por ser un comic por momentos demasiado pretensioso. Okey, por ahí hay que dedicarle más tiempo, leerlo más de una vez. Yo, obviamente, no tengo tiempo, y por eso me quedo con una primera lectura que me dejó más interrogantes que certezas. No estoy para nada en contra de las historietas que exigen un poco más de los lectores, en absoluto. Es algo sumamente importante y más que bienvenido. Pero bueno, se corre el riesgo de –como en este caso- dejar medio arafue al que sólo tiene tiempo para leer una vez la novela gráfica.
La consigna, de entrada, no parece taaan críptica: un tipo aparece en Coney Island vestido de astronauta y sin ningún recuerdo de su pasado. Tendrá que salir en busca de su identidad y lo acompañará una mina grandota (un elemento ya habitual en las obras de McKeever, la mina tamaño ropero, con tubos de camionero y menos cintura que Bob Esponja) que se disfraza de Papá Noel todo el año y habla con íconos, no con palabras. Sin embargo, las alegorías, las metáforas de las que habla el título de la obra, le ganan la pulseada a la claridad en el relato, que no naufraga ni pierde interés, pero sí te deja –como ya dije- con el culo lleno de preguntas.
Como en los diálogos de la extra large co-protagonista, lo más importante acá son las imágenes. Estas se repiten de modo sutil y muy probablemente sean ellas las encargadas de darnos las pistas para descifrar los enigmas. La narración sucede en dos tiempos paralelos: el presente y la infancia del astronauta y es en esas “coincidencias” de ambientes, de objetos, de imágenes, donde McKeever construye la identidad del protagonista. En un momento hay un amague de introducir un elemento aventurero, de hecho hasta hay una escena de tiros, pero esto pronto deriva hacia más misterio y más ambigüedad. Pareciera como si después de muchas obras que lo emparentaban con Terry Gilliam, McKeever hubiese elegido pasarse al bando de David Lynch, pero en su vertiente más extrema. Y sí, el resultado es demasiado extraño hasta para mí, que lo sigo incondicionalmente hace más de 20 años .
Por el lado del dibujo, McKeever también se propone innovar, no hacer de nuevo lo mismo. Y ahí la rompe, mal. Por un lado, incorpora una faceta más realista, sobre todo cuando dibuja al astronauta (que por momentos parece de Salvador Sanz) y a la minita de los pelos locos (que parece de Tony Harris). Después, suma unas texturas (creo que logradas con pincel muy finito) que no le habíamos visto nunca. Mediante unos raspados, le agrega profundidad, volumen y hasta vuelo poético a las masas negras. Hay viñetas logradísimas en las que se nota que dibuja con témpera blanca sobre papel negro. Y finalmente, las poquitas páginas en las que la narración se concentra en los tipos que monitorean a los protagonistas desde una oficina, son el hallazgo más notable (entre tantos), con un clima totalmente surreal y unos efectos rarísimos en la iluminación, que por momentos recuerdan a las técnicas más zarpadas de Thomas Ott o Peter Kuper.
No sé si alguna vez McKeever superará lo que hizo a nivel dibujo en Meta 4. Por ahí pega otro salto cualitativo en Mondo, la obra que está serializando actualmente en Image. No me extrañaría. O por ahí vuelve a su claroscuro de siempre, a esa onda grotesca, recontra-expresionista de sus trabajos más conocidos. Acá, sin dudas, experimentó. Y así como en el guión se pasó un poquito de vanguardista con tanta metáfora y tanta alegoría, en el dibujo abrió las puertas a un estilo nuevo, que me detonó las retinas tanto como la primera vez que vi un trabajo suyo, allá por el ´89, creo.
Si nunca leíste nada de McKeever, ni se te ocurra empezar por acá. Y si lo venís siguiendo obra tras obra, bancalo también en esta, que el prócer puso todo.

sábado, 11 de febrero de 2012

11/ 02: UNKNOWN SOLDIER Vol.3

Hoy cortito, que tengo poco tiempo.
Este tomo de la adictiva y tremenda serie de Joshua Dysart y Alberto Ponticcelli logra lo imposible: ser más heavy y más truculento que el primero. Acá vemos salvajadas fuera de escala, página por medio. Nunca vi a tantos nenitos morir de modos tan horrendos: de hambre, de enfermedades espantosas, de un corchazo, de un cuchillazo, de un flechazo o simplemente por estar cerca de un camión lleno de explosivos que vuela a la mierda. Esto es MUY difícil de digerir, como si en vez de un canelón te dieran un caño de escape envuelto en papel de lija.
Lo importante –como en el canelón- es el relleno, o sea, el contenido. Y lo grosso de todo esto es que Dysart recurre a estas escenas desgarradoras de violencia, miseria y oscurantismo para hablar de temas fuertes, urgentes, no para boludear o buscar el impacto por el impacto mismo. Unknown Soldier está pensada para que vos pienses, y eso es lo que la hace tan fundamental.
Con el correr de las páginas de este tomo, cobran especial relevancia las escenas finales del tomo anterior, las del ritual de purificación de los Acholi. De entrada me parecieron un relleno, o un intento por darle un cierre un toque menos desolador a una saga muy violenta, pero no. Se trata de episodios centrales en el desarrollo de una serie que –a apenas cinco episodios del final- no para de evolucionar ni de sorprender. No tengo la menor idea de cómo puede terminar este perturbador descenso a las profundidades del alma humana, este devastador retrato de la Uganda de principios del tercer milenio, esta redefinición absoluta de lo que se puede hacer cuando la historieta se mete a fondo (y en serio) con los horrores de la guerra.
Por el lado del dibujo, acá lo tenemos en todos los episodios al gran italiano Alberto Ponticcelli, con su trazo crudo, visceral, sin concesiones y toda su solvencia narrativa. Y además, con un plus muy, muy bienvenido: el colorista Oscar Celestini le encuentra una nueva vuelta de tuerca al color de la serie y este se hace menos estridente, más sutil, más rico en matices, más bello. Sumémosle unas portadas fastuosas de Dave Johnson y tenemos una faz gráfica de un vuelo impresionante.
Repito, esto no es para cualquiera. Hay que aguantarse secuencias muy al límite, donde bajás el libro asqueado, indignado, al grito de “pará, h¡jo de puta, no matés más pendejitos!”. Pero el talento de los autores logra convertir la revulsión en reflexión y eso es tan infrecuente que sólo puede ser considerado un gigantesco punto a favor de Unknown Soldier, una auténtica joya que duró poco, pero que siempre estás a tiempo de descubrir.


viernes, 10 de febrero de 2012

10/ 02: BLACK KAISER

Hora de reencontrarme con otro fetiche de este blog, el maestro valenciano Víctor Santos, esta vez con una novela gráfica de 2009 que no conecta con ninguna de sus epopeyas anteriores. En Black Kaiser, Santos retoma la onda del comic de acción, fuerte, trepidante, sin concesiones. Es una saga violenta, oscura, zarpada, con un ritmo que no da respiro y que te hace vibrar al ritmo de las peleas, los tiros, las explosiones y los garches.
Black Kaiser también es el nombre del protagonista, una especie de Nick Fury pero del bando contrario, nacido en Berlín pero convertido en una máquina de matar por los rusos durante la Guerra Fría. Bah, en realidad se parece más al Winter Soldier que a Nick Fury.... y con algo de Golgo 13, también, porque es un tipo duro, despiadado, casi sin emociones. Lo más parecido a un talón de Aquiles que va a mostrar Black Kaiser va a ser Irina, la joven y atractiva especialista en chumbos (y en acostarse con tipos que la duplican en edad), y por supuesto Santos va a explotar esa debilidad para poner en apuros a este recio entre los recios.
Además de deleitarnos con la abundante machaca, Santos se esfuerza por tejer una trama compleja, ambientada en los días de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Black Kaiser queda “pegado” en una runfla muy heavy que involucra a los petroleros saudíes y a una especie de gabinete de las sombras llamado Iniciativa Damocles. Tanto estos grupos como el propio Pentágono enviarán a sus sicarios a operar para eliminar a los rivales y el protagonista tendrá que jugarse el ojo que le queda en una partida muy brava entre avechuchos que juegan sucio y no tienen reparos en matar ni a sus propias madres.
El clima arranca espeso como cucharada de alquitrán ya en la primera secuencia y no se relaja nunca. A todas estas runflas y black ops habrá que sumarles más y más muertes, corrupción, lujuria, torturas y mentiras flagrantes de esas que vienen muy de arriba, tan de arriba que se nos terminan vendiendo como “la verdad”. Santos, por supuesto, está en su salsa. Este cóctel
-explosivo y perverso por donde se lo mire- le permite lucirse en los ambientes sórdidos que le encanta dibujar, esa atmósfera tipo Sin City que tan bien logró plasmar en sus obras enroladas en el género noir.
En realidad, toda la faz gráfica está plagada de logros increíbles por parte del valenciano. Las luchas con artes marciales son estremecedoras y memorables, las escenas de sexo son electrizantes, las composiciones son saltos al vacío de imponente belleza y elegancia, su claroscuro fuerte y expresivo potencia el power de todo lo que sucede. Este es el Santos maduro, el que no erra un disparo ni aunque lo intente. El que maneja de taquito la síntesis, el que combinó la estética de Frank Miller en Sin City con un laburo magistral de tramas mecánicas y los yeites narrativos de Matt Wagner o Bruce Timm. Seguramente habrá por ahí alguna historia de conspiraciones y asesinos internacionales mejor escrita, o con alguna vuelta de tuerca más impactante. Pero es poco probable que esté mejor dibujada que Black Kaiser. Que además, a nivel guión, tampoco es moco de pavo. Si nunca leíste nada de Víctor Santos (a pesar de mi insistencia, a esta altura medio insufrible), este es un gran comic para empezar.
Y dicho todo esto, de acá a fin de mes vamos a aflojar con el comic europeo para tratar de ponerme al día con el material yanki y argentino, que tengo muchísimo acumulado. Por ahí se cuela un manga, pero europeo y latinoamericano, por ahora se van un rato al freezer.

jueves, 9 de febrero de 2012

09/ 02: EL PREVIEWS DE ABRIL

Y bueno, me fundí. Este mes las editoriales yankis anuncian TODO. La vida y los cantos. Veamos:
Marvel saca el recopilatorio de Six Guns, el western de Andy Diggle y Davide Gianfelice. Me ceba mucho y en cualquier otro mes, pagaba sin pensarlo dos veces los u$ 14.99. Esta vez, lo voy a decidir a último momento.
DC se fue a la mierda. Por suerte, de los New 52 sacan un sólo recopilatorio que me calienta sobremanera: el de Animal Man, de Jeff Lemire y varios dibujantes. Me ceba mucho el de Batwoman, pero espero el softcover. Al de Animal Man, le tiro los u$ 14.99 de una.
También hay un nuevo TPB de la etapa de Grant Morrison en Batman and Robin, 168 páginas a u $ 17.99. Y trae episodios dibujados por Frazer Irving. No le puedo decir que no.
Legion Lost, gloriosa epopeya de Andy Lanning, Dan Abnett, Pascal Alixe y Oliver Coipel, sale en un power-broli de 296 páginas a u$ 29.99. Lo anoto para buscarlo en Amazon con descuento, porque lo re-merece.
Sale en softcover DC Universe: Legacies, el magnum opus de Len Wein con una legión de dibujantes impresionantes. Son 336 páginas a u$ 24.99 y leí buenas críticas. Adentro, de una.
Y en Vertigo, el Vol.2 de American Vampire, de Scott Snyder y Rafael Albuquerque. Tampoco me lo puedo perder. Ahí van otros u$ 17.99.
Y tendría que parar ahí, pero no me dejan. IDW saca el primer TPB de Cold War, la nueva serie de John Byrne, que pinta muy interesante. Está caro: u$ 19.99 por sólo 120 páginas. Pero no lo descarto... Veremos si llego.
Image ofrece el Vol.2 de 27, la serie de Charles Soule y Renzo Podestá que me re-cebó. Son sólo u$ 12.99, así que entro sin dudarlo.
La editorial Blank Slate ofrece una nueva (y nada cara) edición de Hugo Tate, una obra fundamental del indie británico, creada por el gran Nick Abadzis entre 1988 y 1994. Hace años que la quiero tener, pero justo este mes, no puedo.
BOOM! Studios ofrece el primer TPB de Snarked, la nueva serie del maestro Roger Langridge. No me puedo resistir, lo sumo.
Drawn & Quarterly edita Jerusalem: Chronicles from the Holy City, lo nuevo de Guy Delisle. Es un comic fundamental, pero ni en pedo lo compro en hardcover. Sáquenlo en softo y cuentan conmigo.
Lo mismo se aplica a Are You my Mother?, la nueva novela gráfica de Alison Bechdel. El hardco es regalado (u$ 22 por 240 páginas), pero estoy seguro que va a salir en una edición más barata y no tengo drama en esperarla.
La que me abrochó con un hardco es Fantagraphics: me lanza en tapa dura y formato chiquito The Aventures of Venus, que trae todo el material de los Hermanos Hernández para la revista Measles (que nunca lográ completar) y una historieta inédita. Son u$ 9.99, tampoco duele tanto.
Humanoids se zarpa con una joya: Koma, de los gloriosos suizos Pierre Wazem y Frederik Peeters. Y publica los seis tomos franceses en dos tomos de 288 páginas. El primero se anuncia ahora a u$ 29.95 (sumamente accesible si pensamos lo que trae) y yo me prendo fuego. Pero voy a bancar a que esté editado también el Vol.2 para pedirme los dos juntos, no sea cosa que la dejen por la mitad y me garquen.
Y la estocada final me la da Top Shelf con la esperada reedición de Lost Dogs, la primera novela gráfica de Jeff Lemire, que sale a sólo u$ 9.99. Se vienen meses de arroz, fideos y viajes en bondi a cualquier lado y a cualquier hora...

miércoles, 8 de febrero de 2012

08/ 02: MADAME XANADU Vol.2

Retomo otra serie de Vertigo que tenía colgada desde los albores de este blog y que –como Unknown Soldier- sufrió inmerecidamente las bajas ventas y la prematura cancelación.
Guarda al hilo: sin ser choto ni mucho menos, este tomo no está al nivel del Vol.1 de esta serie ni del Vol.2 de Unknown Soldier. El primer tomo de Madame Xanadu dejó el listón muy arriba y era obvio que buena parte de sus logros tenían que ver con la forma en que Matt Wagner nos narró el pasado de este personaje que, antes de que él le metiera mano, era puro misterio, pura conjetura, a milímetros de la tábula rasa, de la nada misma. Y el origen no se puede contar en todos los tomos, por ende, ese impacto del Vol.1 lógicamente no se iba a repetir esta vez.
Aún así, Wagner se las ingenia para narrar en paralelo dos historias: un misterio sobrenatural bastante jodido que Nimue (que así se llama Madame Xanadu) debe resolver en 1940, y un drama, una tragedia sin nada parecido a un final feliz que le tocó vivir a nuestra mística favorita a fines del Siglo XV, en la España de la Sagrada Inquisición. Como Arturo Pérez-Reverte en la novela del Capitán Alatriste que vimos convertida en comic hace unas semanitas, Wagner encuentra en Torquemada y sus sicarios a un villano perfecto, incuestionable, al que le saca muy buen jugo. Las vivencias de Nimue en esa España oscurantista, en la que la fe religiosa justificaba algo que si no fue un genocidio pegó en el palo, mezclan el romance prohibido (Nimue, a la que hasta ahora habíamos visto revolcarse sólo con varones, se pone de novia con una joven y hermosa aldeana) con la denuncia social, un profundo cuestionamiento a las instituciones y, al final, con un desenlace devastador, cuyos ecos resuenan en nuestra heroína incluso en 1940.
Por el otro lado, la historia que transcurre en New York a mediados del siglo pasado también tiene sus atractivos. Principalmente el hecho de que nadie te condena a la hoguera por bruja, entonces Madame Xanadu pela hechizos a full para vencer a una amenaza muy truculenta. Este arco tenía que resistir al exigente escrutinio de los hardcore fans de Wagner y de Vertigo, porque parte de la gracia era que Nimue interactuaba con Wesley Dodds, el Sandman clásico, el del Midnight Theatre. Y si bien la interacción es poca, la aparición de Sandman suma bastante a la trama, no es un capricho ni un truco de marketing. Lo único medio traído de los pelos es cómo Wagner trata de conectar esta historia con la que transcurre en la España de la Inquisición. Hay una explicación (que intenta, de paso, explicar al villano de la historia de 1940) pero a mí no me resultó muy convincente.
El otro atractivo grosso de este arco era el dibujante: Michael Wm. Kaluta, nada menos que el creador de Madame Xanadu, un tipo muy conocido y muy respetado, pero que dibuja muy poca historieta, supongo que porque como ilustrador le pagan mejor. Y acá me voy a ganar un par de enemigos (saquen número y esperen su turno) pero la verdad es que a Kaluta lo prefiero mil veces como portadista que como historietista. Ese estilo barroco, sobrecargado, con coqueteos permanentes con la estética de Alphonse Mucha y los ilustradores de fines del Siglo XIX, se disfruta más en dosis más pequeñas. Una portada está bien. 120 páginas de historieta, es mucho. Dan demasiadas oportunidades para que el dibujante muestre la hilacha. Las portadas de estos episodios nos muestran a un Kaluta glorioso, inspiradísimo. En las historietas lo vemos jugarse en la narrativa, tratar de pilotear con dignidad el hecho de que su estilo atrasa 40 años y por momentos lo consigue. Ahí parece Charles Vess, que es como un Kaluta más dotado para la historieta. O Guy Davis, que es otro que se ceba mal con los detalles en las historietas de época, pero igual la rompe. Cuando no parece ni Vess ni Davis, Kaluta derrapa hacia una onda aburrida, solemne, con dibujos muy estáticos y algunas pifias notorias en las caras. La narrativa –repito- no tiene mayores fallas y eso ya es mucho decir. Por eso no lo puedo putear. Y porque obviamente estamos hablando de un virtuoso del plumín. No es un trabajo que me emocione, pero tampoco me da vergüenza ajena.
Espero ansioso el momento de entrarle al tercer tomo, a ver si vuelve Amy Reeder Hadley, la dibujante que la descosió en el primer arco de la serie.