el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 31 de marzo de 2013

31/ 03: GREYSHIRT: INDIGO SUNSET

Allá por 2002, a Rick Veitch se le ocurrió meterse más a fondo en el mundo de Grayshirt, el personaje que co-creó junto a Alan Moore para la notable antología Tomorrow´s Stories. En aquella revista, Grayshirt protagonizaba breves historias de 8 páginas, muchas de ellas brillantes, en las que el Mago de Northampton y Veitch pelaban jueguitos narrativos imposibles en una especie de virulento upgrade de lo que solía hacer Will Eisner a principios de los ´40 en las historietas de 7 páginas de The Spirit. Y lógicamente, no había mucho espacio para narrar cosas más complicadas, ni para meterse a fondo en la psiquis del personaje y mucho menos en el entramado socio-político de Indigo, la ciudad donde transcurrían las historias.
Todo eso se revierte en este proyecto capitaneado por Veitch. Indigo Sunset se compone de 12 historietas y un montón de textos que imitan al diario de la ciudad y que nos brindan muchísima información sobre los personajes, incluso sobre personajes que aparecieron un par de viñetas en algún episodio de los publicados en Tomorrow´s Stories. Y la página de los chistes, en la que Veitch satiriza el mundo de las strips y los cartoons de los diarios yankis con inequívoca mala leche. Las historietas se dividen en dos grupos: Seis de ellas narran el pasado de Grayshirt, desde su niñez hasta que se consolida como EL justiciero de Indigo. Enseguida nos metemos con esta saga disfrazada de seis historias cortas. Por el otro lado, hay otras seis historietas realmente autoconclusivas, una escrita y dibujada por Veitch, una escrita por el maestro Dave Gibbons y dibujada por Veitch y las otras cuatro, escritas por Veitch y dibujadas por cuatro invitados de lujo: Russ Heath, John Severin, David Lloyd y Frank Cho. La única que realmente tiene mucho peso en la trama principal (la de las historias íntegramente realizadas por Veitch) es la que dibuja Heath, que además es la mejor. El resto no es “pa´dispriciar”, aunque la que dibuja Cho tiene un guión realmente flojito.
En la otra mitad del libro, donde no hay próceres invitados sino un sólo autor dispuesto a dejar la vida en una obra potente y personal, nos encontramos con estas seis historias del pasado que componen un relato magnífico. Acá no sólo Veitch explica a Grayshirt desde su origen, sino que cuenta una historia compleja y cautivante acerca de su familia, sus amigos, sus minas y esa extraña criatura que habita los subsuelos de Indigo. Mafiosos e intelectuales, alienígenas e historietistas, chantas de las Bellas Artes y cantantes de cabarulo, todo tiene que ver con todo y todo se interrelaciona, se entrelaza, se contagia con el clima intoxicante que Veitch le da a esta ciudad. Como si esto fuera poco, cada “episodio” de entre 13 y 18 páginas tiene su final, fuerte, impactante, o sea que se la re-banca leído por sí solo. Y cuando los leés todos juntos, mechados con las páginas de los diarios y con cositas de las otras historietas que aportan data y detalles al contexto, se te arma un combo increíble, tu mente termina por mudarse a una ciudad que late con una fuerza que nunca viste en ninguna otra historieta.
Como en las historietas que hacía en Tomorrow´s Stories con el Mago, acá también Veitch se juega a orquestar truquitos narrativos arriesgados, pero menos. La gran mayoría de las secuencias se desarrollan en grillas clásicas, un poco para reproducir la mecánica de los comics de gangsters de los años ´40 y ´50. El foco del autor está más puesto en la trama, en el desarrollo de los personajes y en matarse para darle vuelo poético a cada bloque de texto, cosa que llega a su pico en la historia corta que dibuja David Lloyd. El dibujo de Veitch es áspero, por momentos oscuro, por momentos medio grotesco, más pensado para incomodar que para agradar al lector. Al lado de lo que hizo esta bestia en comics como The One, Bratpack o sus historias cortas para Epic, esto es terriblemente careta, obscenamente comercial y bajalienzos. Y aún así tiene un filo provocador, fruto de los permanentes homenajes a Eisner, a la EC, a Jack Kirby, a los comics de crímenes pre-Comics Code, a Steve Ditko, a Chester Gould y hasta a José Muñoz.
Si te habías cebado con Grayshirt cuando aparecía en Tomorrow´s Stories, con este libro te vas a desintegrar de la emoción. Si sos fan de Rick Veitch, ni hablar, lo vas a terminar en la guardia de algún hospital. Y si no conocías ni al autor ni al personaje, no lo dudes: en Indigo Sunset te espera un cataclismo de genialidades, creadas por un autor fundamental de los últimos 30 años (cómplice en muchas trapisondas del mismísimo Alan Moore) y secundado por varios monstruos sagrados, de esos a los que siempre da gusto encontrarse donde sea. Gloria a Grayshirt, carajo, mierda.

sábado, 30 de marzo de 2013

30/ 03: LAS AVENTURAS DE GUALTER EL CONEJO

El paseo por la historieta latinoamericana reciente no podía dejar afuera a Uruguay, donde el año pasado se editó esta extraña gema del Noveno Arte, una vez más a través de los fondos concursables del Ministerio de Educación y Cultura.
Las Aventuras de Guálter el Conejo nos invita a jugar de la mano de Agustín Cafferata Espina, un dibujante de estilo aparentemente simple, correcto, sin mayor impacto... hasta que te metés en la historia. No hace falta recorrer ni siquiera un décimo de las más de 220 páginas de este libro para caer bajo el influjo de un autor de asombroso talento para la narrativa, capaz de desplegar un arsenal de recursos que parece infinito, para mantenernos siempre azorados, con los ojos muy abiertos, en una especie de montaña rusa de sacudones impredecibles y momentos únicos, de esos que no recordás haber vivido durante la lectura de ninguna otra historieta. Hay varias escenas intencionalmente minimalistas, pensadas para que el autor casi no se tenga que calentar por el dibujo; pero cuando la próxima sorpresa, el próximo experimento limado, pasa por algún firulete visual arriesgado, el trazo de Cafferata explota, se eleva para alcanzar niveles de verdadero mago del pincel y la tinta china. El resultado es una fiesta para los ojos, repleta de hallazgos, piruetas y proezas absolutamente impredecibles, que ponen a este historietista uruguayo MUY a la vanguardia en lo que se refiere a puesta en página, a armado de las secuencias, al manoseo bien entendido de la propia gramática del comic.
Como te imaginarás, con tanta acrobacia narrativa es lógico que ese sea el foco de la obra y no el guión en sí. Cafferata escribe al estilo “stream of consciousness” (perdón, no sé si hay una expresión castellana para esto), es decir, va fruteando, sin una dirección muy clara. Así como están perfectamente planificadas las secuencias, se nota que el autor no planificó la obra en su totalidad. Jamás le importó saber cuántas páginas necesitaba para resolver cada una de las puntas argumentales que abre, y de hecho no llega a resolver casi nada. En total hay cuatro líneas: la de Guálter (que paradójicamente no es la principal), la de Güilliam y Raúl, la de Algus y el Vendedor, y la de Rafinha y los terroristas, que es la que más se asemeja a una narración clásica de aventuras. El resto acumula extrañas peripecias en busca de cosas que nunca encuentran, que se hacen entretenidas por los malabares que hace Cafferata con la narrativa, y por los diálogos, que son muy reales y muy graciosos. En ningún momento hay siquiera un amague de que estas líneas vayan a confluir, sino que cada una avanza por su propio cauce, unas más aventureras, otras más metafísicas, otras más humorísticas, y así. Como si esto fuera poco, hay escenas que transcurren “por afuera del libro”, un bizarro meta-comic en el que Octavio, el supuesto guionista de la historieta, da explicaciones, resume lo ya sucedido, o interactúa con otras criaturas que tienen a su cargo la presentación de las dos partes en las que se divide la obra. Todo esto, por supuesto, en clave de joda.
Finalmente y después de más de 220 páginas de saltos al vacío (empezando por el formato del libro), me quedé con ganas de otras 220 páginas de Guálter y los otros bichos que protagonizan este trip. Incluso sin cerrar las puntas argumentales, sin darle demasiada bola al desarrollo de los personajes, Cafferata me convirtió en fan de este mundo ensimismado, incoherente, digno de Lewis Carroll en ácido, en el que puede pasar cualquier cosa y –lo más lindo- de cualquier manera. Si te bancás esta aproximación totalmente atípica al relato de aventuras, o si querés ver a un monstruo descontrolado derribar pre-conceptos acerca de cómo se plantea una novela gráfica y asumir todo tipo de riesgos en materia de narrativa, Las Aventuras de Guálter el Conejo van a pasar a formar parte de tu religión. ¿Viste cuando yo digo “esto es más raro que bueno”? Esto es MUCHO más raro que bueno. Pero a la vez es BUENISIMO.

viernes, 29 de marzo de 2013

29/ 03: MALINKY ROBOT

Trip bizarro a Singapur, a encontrarnos con Sonny Liew, este eximio dibujante malayo, al que un día se le ocurrió ir a estudiar Diseño Gráfico a Rhode Island. Ahí conoció al maestro Chris Claremont, que le dijo “pibe, dedicate a la historieta que la vas a romper”, y el resto es historia. Ese tiempito en EEUU le alcanzó a Liew no sólo para armar una buena red de contactos que le proveen laburo, sino además para empaparse de un montón de influencias y lecturas a las que le habría costado muchísimo encontrar tanto en su Malasia natal como en Singapur, que es donde está radicado en la actualidad.
Sonny Liew es un distinto, un raro, un inclasificable. Se le nota que leyó mucho manga, sobre todo a Taito Matsumoto (Malinky Robot es un comic prácticamente hermano de Tekkon Kinkreet) y a Katsuhiro Otomo. Y sin embargo, su estética no es similar a la de ningún mangaka. En parte porque trabaja con una paleta de colores pasteles, aplicados con gran sutileza, casi en la línea de los dibujantes pictóricos. Por debajo de ese color finoli, se ve una línea libre, elegante, vibrante, que recuerda a Bill Plympton. Y por detrás de todo eso, una narrativa que va y viene entre yankis y europeos. Y más raro que todo ese cóctel es lo que hace Liew con los climas, de enorme peso en las historietas de este libro, y que nos remiten a antecedentes tan disímiles como las limaduras setentosas de la Metal Hurlant o clásicos pre-1940 como Gasoline Alley.
En este contexto de melancolía freak trasladada a un futuro no muy lejano, se mueven Atari y Oliver, dos chicos de la calle mucho menos violentos que los de Tekkon Kinkreet, fanáticos de los robots gigantes. Lo que protagonizan no son exactamente aventuras. De hecho lo único que no me cerró de Malinky Robot es que no hay conflictos fuertes, sino meras anécdotas, devenires sin mayor trascendencia. Seguramente a Liew le interesan más los climas que arma y los personajes que inventa que las historias que tiene para contar, lo cual no está necesariamente mal, aunque a mí me diviertan más las historias. En este contexto de extrañeza, de exploración de un material absolutamente atípico, lo más extraño son esas páginas del medio del tomo, en las que Liew satiriza primero a los comics indies o underground, después a las tiras cómicas y chistes de los diarios, y por último a los comic-books de temática heroica. En los tres casos adapta su estilo al de las historietas que intenta parodiar y sorprende por su agudeza y por su gran capacidad de mímesis.
No quiero dar más precisiones acerca de las tramas, ni del mundo en el que viven Atari y Oliver. Que alcance con subrayar que no se parecen a casi nada que hayas leído antes. Y me quedo con lo que más me gustó, que es el dibujo, la puesta en página y –por sobre todo- el color. Las otras obras de Liew que había leído eran en blanco y negro, o tenían un típico colorista de comic yanki. Acá descubrí lo que sabe hacer esta bestia con el color y me morí, me encontré con genialidades dignas de ese puñado de historietistas a los que les resulta fácil pintar como ilustradores de la San Puta, tipo Juan Bobillo, Arthur Suydam, Tony Sandoval... no son tantos. Si te gusta el dibujo, vas a flashear mal con cada página de Malinky Robot, incluyendo los bocetos de Liew que ofrece el libro, y los pin-ups de grandes invitados, entre ellos el ya mencionado Sandoval, Mike Allred, Roger Langridge... un lujo.

jueves, 28 de marzo de 2013

28/ 03: CIEN VOLANDO

En mi intento de ponerme al día con el material que se editó en Argentina durante 2012, me encuentro una vez más con un libro de Llanto de Mudo, un sello que el año pasado no paró un minuto y lanzó toneladas de material. Esta vez se trata de una novela gráfica a cargo de Berliac, en la que el autor de Rachas y 5 para el Escolaso vuelve a escribir sus propios guiones.
Cien Volando nos muestra cómo Berliac, sin abandonar la temática de crímenes que suele abordar en sus otras obras, se juega también a coquetear con el realismo mágico. No quiero explicar mucho el argumento, porque además Berliac lo plantea en términos bastante ambiguos. Traducción: no quiero boquear al pedo porque tengo miedo de no haber entendido una chota. La onda es así, medio rara, medio onírica, medio película de David Lynch. Hay una trama romántica y el resto del libro está compuesto de breves historias (en realidad, fragmentos de historias) que le toca presenciar a Yolanda durante ese instante de duración indefinida, en el que su mente y sus sentidos viajan simultáneamente (dijo Jorge Corona) en un montón de pájaros.
Cada una de estas pequeñas historias involucran algún hecho delictivo, o por lo menos algo zarpado: una muerte misteriosa, una traición miserable, una pelea absurda que termina con una pérdida irreparable... momentos cruciales en las vidas bastante grises de personas a las que Berliac define con mucha precisión en muy pocas viñetas. Pero repito: no quiero extenderme en el argumento, porque me parece mucho más productivo que cada lector se acerque a la obra lo más virgen posible y decodifique a su propio modo los significados (en plural, porque estoy seguro que hay más de uno) que Berliac le asignó a esta concatenación de sucesos intrigantes.
Vamos con el dibujo, que no ofrece mayores sorpresas respecto de Devil Got My Woman, la obra anterior de Berliac que reseñamos en el blog. En la columna de lo que a mí no me gusta, lo mismo que la vez pasada: el tamaño de las letras, inmensas, casi decididas a disputarle el protagonismo al dibujo; y el tema de no dejar espacios blancos entre las viñetas (las zanjas, o calles), lo que le da a la página una sensación de estar apretada, comprimida, y hasta a veces entorpece un poquito el fluir de la lectura. El resto me gusta mucho. Me encanta esa especie de “realismo deforme”, en el que las proporciones anatómicas están perfectamente respetadas pero los rostros aparecen como borrosos, como incompletos, casi sin rasgos, por ahí con una mancha gris para sugerir algún volumen. Creo que hay pocos dibujantes de estilo realista que laburen tan bien como Berliac el tema de la referencia fotográfica. Me hice fan a muerte de ese tratamiento originalísimo de esos fondos y esos paisajes que Berliac obviamente toma de fotos, pero hace propios con el trazo y la mancha. Como en las otras obras de este autor, se disfruta también el logradísimo equilibrio entre blancos y negros, y esa aparición esporádica, subrepticia y sugestiva de los grises.
Cien Volando no es una historieta fácil, ni obvia, ni típica. Es un tapiz complejo, armado con trozos de historias, sensaciones, diálogos y silencios, en el que lo ambiguo juega un rol fundamental. Si estas pequeñas historias te atrapan, si el viaje mágico y misterioso de Yolanda te intriga, si alguno de esos textos te pega fuerte y si el dibujo te resulta atractivo, seguro vas a atesorar este libro y a recomendárselo hasta a tu gato. Como su nombre lo indica, este es un libro con vuelo que, a pesar de esos momentos medio crípticos, me cerró bastante. Berliac sigue sin pelar ESA obra definitiva, ESE clásico instantáneo que nos cierre el orto a todos y nos deje sin chances de discutirle nada. Pero está bien, porque eso le permite repartir los aciertos generosa y equilbradamente entre muchas obras muy distintas, que siempre ofrecen cosas nuevas sin eclipsar a las anteriores y –por lo menos para mí- resultan más que satisfactorias.

miércoles, 27 de marzo de 2013

27/ 03: THE ADVENTURES OF VENUS

Allá por fines de los ´90, en el paréntesis entre la primera y la segunda etapa de Love & Rockets, al maestro Gilbert “Beto” Hernández se le ocurrió coordinar una antología de historietas aptas para todo público en la que la estrella sería Venus Martínez, la hija pre-adolescente de Petra y- por consiguiente- nieta de Luba y sobrina de Fritz. Las historietas que componen este tomo salieron en esos ocho números de Measles (que así se llamaba la revista) mezcladas con breves historias de Jaime Hernández, Rick Altergott, Peter Bagge, Jim Woodring y Lewis Trondheim, entre otros habituales colaboradores de Fantagraphics. Y como es costumbre en esa editorial, para la reedición en libro Beto agregó una historieta nueva, inédita hasta hace muy poquito. O sea que si hacés guita los numeritos de Measles para comprarte el libro te perdés las historietas de los artistas invitados y si te quedás con las revistas te perdés la historia extra de Venus. Para hacerla más bizarra, la reedición no es en formato comic-book, sino que cada página de este libro (en formato tipo Macanudo de Ediciones de la Flor, con innecesarias tapas duras) equivale a media página de las aparecidas en Measles, ahora publicadas un cachito más grandes.
Disparates editoriales aparte, el libro está bueno para ver a Beto hacer cosas que rara vez hace en sus otras obras, esas llenas de tragedias, sordidez y delirios dignos de David Lynch. Las historias de Venus, además de cortitas, son clarísimas en todos los sentidos. En el de su fácil comprensión (están perfectamente pensadas para nenas de 10 años) y en su grafismo, en el que Beto se controla muchísimo para meter muy pocas masas negras, dosis moderadas de rayitas finitas de pincel, y muchos espacios blancos. Aún así, con menos elementos de los habituales en cada viñeta y con una grilla fija de cuatro cuadros por página, el ídolo se las ingenia para presentar páginas bien equilibradas, composiciones de cuadro hermosas (sobre todo en las viñetas con las que abre cada historieta) y una narrativa sin fisuras, que fluye a la perfección. Sólo la anteúltima historieta, que narra un sueño muy raro de Venus, se pasa un poquito de crípitica y pela imágenes de esas que nos encantan a los que leemos a Beto hace mil años, pero que deben resultarle bastante alienígenas a los lectores ocasionales, sobre todo si son chicos.
El resto, es tranqui, familiar, divertido. A la musculosa Petra y a la tetona Fritz no se las empoma nadie, ningún chico padece enfermedades degenerativas y no hay bajada de línea sobre la explotación de los pobres, la miseria y la injusticia. Los conflictos son chiquitos, pequeñas escenas de celos entre Venus y su amiguita-rival Glinda González, algún coqueteo de ambas con los chicos más lindos de la clase. Lo más intenso, donde aparece un mínimo atisbo de violencia, es un partido de futbol en el que Venus y Glinda juegan para equipos distintos. Y después, todo es mucho más suave, repleto de situaciones de comedia, con secuencias que nos invitan a pasear por los sueños, fantasías y travesuras de una típica nena de 10 años, hasta llegar a un episodio (casi indignante para los fans del Beto Hernández áspero, perverso y malalechístico) en el que Venus aprende que la Navidad tiene un montón de cosas más importantes que la nieve.
O sea que si a vos lo que te gusta de este autor son sus climas más oscuros, ese halo de perversión medio freak, o esa forma cruda y frontal de mostrar el sufrimiento de los que menos tienen, esto no creo que te cause demasiada gracia. Si te hiciste muy adicto a Fritz y Petra, acá las vas a ver en roles que se parecen poco a los que juegan en otros trabajos de Beto. Y si sos incondicional de este genio, lo vas a ver muy enchufado, cebado por la posibilidad de crear una atmósfera distinta, con toques de humor limpito y efectivo, y con un dibujo con poquísimo que envidiarle al de sus mejores obras. Papita rara, fina, y con la que además de divertirte un rato, podés llegar a traer al lado oscuro de la Fuerza a nenes y nenas que no tienen idea de lo infinitamente grosso que es Beto Hernández.

martes, 26 de marzo de 2013

26/ 03: THE BOOK OF HUMAN INSECTS

Uh, qué bestia! Llevaba casi dos años sin leer obras del glorioso Osamu Tezuka, el grosso entre los grossos, el único y legítimo Dios del Manga. Debe ser que hacía bastante que no le editaban esas novelas de los ´70 casi sin elementos fantásticos, en las que el maestro coqueteaba con el gekiga. No sé por qué me cebé tanto con esos trabajos, al punto de que ya casi ni me llaman la atención todos los demás.
The Book of Human Insects (serializada en Japón entre 1970 y 1971) se inscribe claramente en la línea de los thrillers adultos de Tezuka. Esta vez el Manga no Kamisama cuenta una historia 100% dramática y realista, sin chistes y sin elementos fantásticos. Y sin ni siquiera un cameo de los personajes de su “elenco estable”. A lo largo de más de 350 páginas, Tezuka nos invita a seguir a Toshiko Tomura, una atractiva joven con un talento impresionante para absorber conocimientos, habilidades y hasta estilos de quienes la rodean. Toshiko será una genial actriz, una galardonada diseñadora gráfica, una prestigiosa escritora, una exitosa fotógrafa y hasta aprenderá todos los trucos de la rosca empresarial a gran escala, mientras los que la rodean se hunden en los pantanos de la envidia y la frustración.
Toshiko Tomura es uno de los personajes más atractivos, más ricos y complejos creados por el Dios del Manga. ¿Quién es en realidad? ¿Cómo hace para “succionar” el talento de sus semejantes? ¿Qué necesita para estar satisfecha? ¿Por qué el éxito, la fama y el dinero no la complacen? La vida de Toshiko es errática, caprichosa, cubierta por varios velos que la trama intentará descorrer, mientras el impredecible devenir de Toshiko se enchastra cada vez con más sangre. Para el segundo cuarto de la novela, lo que empezó como una especie de slice of life medio extraño se convierte en un relato crudo, sórdido, por el que desfilan asesinos a sueldo, terroristas y demás criminales, vinculados de modos muy groseros al poder político y a una runfla sumamente espesa entre mega-empresarios, de esos que tienen en sus manos la economía ya no de países, sino de regiones enteras.
Por ese paisaje cada vez más turbio paseará su cautivante silueta Toshiko Tomura, quien zafará siempre con lo justo de situaciones bravísimas y aprenderá (con esa habilidad casi sobrenatural que la caracteriza) de cada pajero, cada avechucho y cada malviviente con el que se cruza. En el medio habrá amores no correspondidos, tiros, piñas, espionaje de alto nivel, garches con personas de distinto o del mismo sexo, traiciones aberrantes, golpes de estado dentro de empresas poderosísimas, abortos, incendios, explosiones, secuestros, drogas... Tezuka manda a cabecear hasta al arquero con tal de que el ritmo, la intriga y el impacto no decaigan nunca. Y sí, hace una de más: el viejo, gastado y ya descalificador truco de “una chica tan parecida a la protagonista que podría ser su hermana gemela”, algo que creo que ya en 1970 olía a trampa, a manotazo burdo por parte de los guionistas “serios”.
Por el lado del dibujo, al Manga no Kamisama se lo ve en el nivel más alto, el de sus mejores obras. Hay un excelente trabajo en las expresiones faciales, en el lenguaje corporal, los fondos están laburadísimos, los cross-hatchings te hielan la sangre, las escenas en las que experimenta y se vuelve expresionista (cuando no psicodélico) son gloriosas, los ángulos que busca son uno más zarpado que el otro... Por supuesto que es absolutamente inverosímil que Tezuka no haya contado con la ayuda de un ejército de asistentes, porque hay detalles demasiado trabajados, con precisión barroca y dedicación infinita. Donde se nota todo el tiempo la mano inconfundible del maestro es en la narrativa. Acá abundan las planificaciones de página electrizantes, siempre en función de los climas que Tezuka pretende transmitir con cada escena. Las splash pages no son recursos desesperados para llenar páginas, sino que están puestas en los momentos justos, al igual que esas grillas claustrofóbicas de 8 ó 9 viñetas chiquititas, que casi siempre muestran situaciones que sería mejor no mostrar, escenas secretas, clandestinas.
Es muy probable que The Book of Human Insects no entre al Top Five de las mejores obras del Dios del Manga. Sin embargo, es una lectura atrapante de principio a fin, con un elenco magnífico en el que sobresale un personaje de un enorme relieve (que además está buenísima), con una atmósfera de thriller político-financiero-romántico, y con unos dibujos de excelente factura, acompañado de muchos logros en materia de narrativa. Muy, pero muy recomendable.

lunes, 25 de marzo de 2013

25/ 03: 1812 - LA BATALLA DE TUCUMAN

Una vez más, los miembros del colectivo tucumano UNHIL (Unión de Historietistas e Ilustradores) se lanzan a la aventura de recrear en forma de historietas los sucesos que conmovieron a nuestro país hace 200 años. En esta ocasión los guionistas y dibujantes se centraron en la batalla de Tucumán, aquel evento decisivo en la guerra contra las tropas realistas que tuvo como protagonista a Manuel Belgrano.
Las historietas son breves y enfocan distintos aspectos de aquella gesta, desde el increíble éxodo jujeño hasta las secuelas del triunfo en Tucumán. Algunas secuencias se centran en la batalla propiamente dicha, otras en el pensamiento y el legado de Belgrano y unas cuantas se concentran en la vida de la gente común, ya sean los pobladores de las distintas ciudades por donde pasa el Ejército del Norte, o los propios gauchos, peones y demás criollos, mestizos y hasta un escocés que se sumaron a las tropas de Belgrano. Muchos de estos combatientes fueron soldados improvisados, gente común sin entrenamiento militar y con armamento muy precario, lo cual –por lógico contraste con la experiencia y el poder de fuego de las fuerzas realistas- le da a la victoria de Tucumán visos épicos, muy bien subrayados por los guiones de estas historietas.
Por supuesto los hay mejores y peores, más didácticos y más “aventureros”, más solemnes y más distendidos. Creo que el que más me gustó fue el de El Escocés del Pedemonte, firmado por Néstor Martin, que además de ser técnicamente correcto me contó de modo ameno y atractivo algo que yo no sabía. La historieta que abre el libro, co-escrita por César Carrizo y Segundo Moyano, también me llegó por la fuerza del guión, si bien se centra en un episodio que yo ya conocía (el éxodo jujeño). Si pensamos que este es un libro editado por la Municipalidad de la ciudad de Tucumán, con la intención (supongo yo) de que los chicos lean este material en las escuelas, los “peros” que se nos puedan ocurrir a los lectores especializados, muy pasados de rosca en el tema comic, se desactivan de inmediato. Obviamente cualquiera de estas historietas es mucho más entretenida y le pega mucho más a un pibe de la secundaria que leer un libro de historia o las cartas que escribió Belgrano en aquella época.
También por el hecho de estar bancado desde un organismo oficial, el libro opta por una visión “limpia” de los hechos, donde por lo menos en el bando de los criollos a nadie se le ocurre hacer trampa ni zarparse en lo más mínimo. Las figuras de Belgrano y sus lugartenientes están exaltadas al filo de la hagiografía y todo el tiempo se resalta el coraje y la valentía de los hombres y mujeres que se jugaron la vida para defender su tierra y ese proyecto de patria que todavía estaba medio en pañales. Aún simplificadas a un conflicto de Buenos vs. Malos, la batalla de Tucumán, sus causas y consecuencias dan un jugo bastante interesante, bien plasmado por los artistas de la UNHIL.
En cuanto a los dibujos, sin dudas el lápiz más notable es el del ya mencionado Segundo Moyano, un dibujante de trazo ágil, suelto, muy moderno, a años luz de las típicas ilustraciones históricas que nos ofrecía la revista Billiken. Me gustaron también Leo Miranda (al que le tocó remar uno de los guiones más áridos), Rodolfo Paz (un clásico sin estridencias, muy sólido en las expresiones faciales), Juan Aníbal de La Madrid (bestia del claroscuro que me hizo acordar a los mejores trabajos del español Sento) y un dibujante muy raro llamado Alejandro Nicolau al que le dieron sólo dos páginas y del que quiero ver más trabajos. También hay un muy buen nivel en muchas de las ilustraciones que acompañan los textos históricos que aparecen entre las historietas.
Libros como este le hacen mucho bien a la historieta argentina primero porque están bien hechos, con un buen laburo de investigación, un equipo de autores mayoritariamente idóneos, etc.. Y después porque ayudan a lograr algo que debería ser prioridad de todos, que es meter la historieta en las escuelas. Contaminar desde chicos a los pibes con el relato secuencial, mostrarles que se puede usar para contar todo tipo de historias, incluso las que tienen que ver con cosas (a priori) tan embolantes como las fechas patrias, los próceres y todo ese chamuyo de tipos viejos que no jugaban a la Play ni se mensajeaban con sus Blackberrys. Para eso hay que sintonizar una onda más o menos parecida a la que les gusta sintonizar a los docentes y en eso César Carrizo (faro ideológico de la UNHIL) es referente no sólo a nivel de Tucumán sino de toda Latinoamérica. Así como la batalla de Tucumán fue puntapié inicial para la independencia argentina, este libro puede ser un paso importantísimo para darle más visibilidad a nuestra historieta en un ámbito (el escolar) que aún hoy le es bastante hostil. Resistiremos.

domingo, 24 de marzo de 2013

24/ 03: CAPTAIN AMERICA: NO ESCAPE

Si seguís hace un tiempo este blog, tal vez recuerdes que cuando terminé de leer Two Americas, decidí bajarme de esta serie, a la que venía bancando desde el primer TPB. Pero la carne es débil y los dos tomos siguientes me tiraron onda desde una mesa de ofertas de la NYCC, así que incentivado por los precios ridículamente bajos, dije “adentro”.
No Escape está muy estirado. Es todo una larguísima previa a lo que va a pasar en el TPB siguiente. Está claro que alguien en Marvel, quizás el propio Ed Brubaker (guionista de la serie desde sus inicios), no se sentía cómodo con este status quo en el que co-existían dos Capitanes América, y lo que hace esta saga es poner en marcha un cambio en ese status quo. Básicamente, lo que sucede en No Escape es que el secreto de Bucky se hace público: ahora el mundo entero sabe que este nuevo Captain America en realidad es el pibe que fuera compañerito del Capi durante la Segunda Guerra Mundial, y lo más heavy: que durante años fue un temible operario del recontra-espionaje al servicio de la Unión Soviética, responsable de indecibles masacres y crímenes de lesa humanidad durante la Guerra Fría. Ese secreto, que le carcomía las entrañas a Bucky, ahora explota en los medios y el ex-Winter Soldier tendrá que tomar una decisión crucial... obviamente en el próximo TPB.
En este, la revelación de la identidad del nuevo Capi está adornada con muchísimas escenas de violencia innecesaria. A Brubaker se le ocurre que es más dramático, o más efectista, que Bucky sepa quién le cagó la vida y que durante muuuchas páginas confronte con este personaje. Que no es otro que el Barón Zemo, hijo de aquel nazi hijo de puta que un día de 1941 se volvió a su casa con la chapa de haber matado a Bucky y haber mandado al freezer (casi literalmente) al Capitán. El Capi fue descongelado hace mil años por los Avengers y ahora, al descubrir que Bucky tampoco murió, el Zemo Junior (el de los Thunderbolts, ese que alguna vez coqueteó con hacerse bueno) se pone como meta destruir al ex-sidekick. ¿Por qué? Ahí es donde falla el guión. La motivación del villano no está bien explicada, parece que la gracia era ver a Bucky combatir con alguien durante varios números mientras el mundo se entera de su pasado como sicario de los sucios comunistas.
Como siempre, Brubaker zafa con los diálogos. Steve Rogers, Falcon, Black Widow, el propio Bucky y hasta los villanos tienen secuencias tranqui, sin machaca ni estridencia, en la que los diálogos cobran mucha importancia y ahí sí, el guionista no falla jamás un disparo. Para esta altura de la serie, Brubaker ya tenía un conocimiento detalladísimo de todos estos personajes y ya los vemos actuar como seres humanos de verdad, más allá de los poderes, los trajecitos ajustados y la propensión a revolear patadas.
Lo que hace Butch Guice en el dibujo es muy loco. En algunas secuencias, es el Guice al que recuerdan los seguidores de esta serie, ese de estilo oscuro, realista, bastante cerca de lo que hacía Steve Epting. Pero en este arco, Guice se zarpa y empieza a meter homenajes a otros dibujantes que pasaron por las aventuras del Captain America. Tiene un par de páginas definitivamente inspiradas por Jim Steranko, secuencias que recuerdan a Gene Colan y unas cuantas páginas (especialmente las de combate contra villanos) muy en la línea de Sal Buscema. Para que la cosa se vea más caótica y más esquizofrénica, Guice sufre a tres o cuatro entintadores distintos, de los cuales algunos entenderán el truquito de los homenajes y otros no. Por supuesto, más allá de los cambios de estilo, seguirán llamándonos la atención el buen manejo de la figura humana en movimiento (el fuerte de Guice) y la proliferación de fotos mínimamente retocadas en los fondos. Eso no cambia nunca, y produce un “efecto máscara” muy loco, sobre todo en las escenas en las que Guice homenajea a Sal Buscema y dibuja de modo simple, poco realista y casi tosco, como lo hacía el hermano menor de John. Ves esos fondos mega-reales mezclados con esos dibujos granguiñolescos y decís “acá hay alguien fumando cosas raras”. Yo ya compré al Guice más dark y más realista, así que las secuencias que más disfruté fueron esas.
¿Para qué sirvió todo este tomo? Para que Bucky acepte (aunque sea por las malas) que se tiene que hacer cargo de su pasado, de todas las atrocidades que se mandó mientras estuvo controlado por los rusos. Si no, no hay redención posible. O sea que, a su manera, este es un comic de Memoria, Verdad y Justicia, ideal para un día como hoy. Me queda un TPB más del Capi, al que prometo entrarle pronto.

sábado, 23 de marzo de 2013

23/ 03: GEFANGENE (SEM SAÍDA)

Retomo la recorrida por la historieta latinoamericana reciente y caigo de nuevo a Brasil, para encontrarme con una obra y un autor a los que desconocía por completo. Koostella es un dibujante nacido en el Coloso de Sudamérica, radicado hace unos cuantos años en Alemania. El mismo nos cuenta que, desde que vive en ese país, casi toda su obra prescinde de los textos, en un intento por sortear la barrera idiomática con la que Koostella se enfrenta todos los días. Gefangene reúne 31 historias cortas (algunas de una sóla página), todas sin diálogos, sin bloques de texto y sin onomatopeyas.
A la dificultad de narrar sin textos, Koostella se suma dos más, como para terminar de darle visos heroicos a la concreción de este libro. Por un lado, las 31 historietas comparten una única grilla, la de 9 viñetas (la Gran Watchmen) y nunca jamás se mueven de ese esquema. Por el otro, todas estas pantomimas giran en torno a la cárcel, son todas historias que transcurren dentro de presidios, o que culminan cuando alguien es metido en cana. A partir de esa consigna, el autor pela secuencias a veces cómicas, a veces trágicas, casi siempre de una sordidez desgarradora. Algunas historias tienen que ver con la fantasía de los presos, los delirios con los que ocupan todas esas horas sin nada que hacer y sin poder moverse de una celda. Pero la mayoría es bastante más heavy y se regodea en la violencia, las torturas y la sangre, sin mezquinar escenas de mutilaciones, asesinatos y violaciones.
¿Da para reirse de cosas así? No sé, pero un par de sonrisas me arrancó. De todos modos, me parece que la intención de Koostella no es buscar la risa del lector, sino más bien impactarnos o incluso asfixiarnos con ese clima de injusticia y marginalidad, potenciado por el elemento del silencio, omipresente e inalterable. Algunas de las historias cuentan un poquito de slice of life de los presos, otras se juegan claramente a denunciar los abusos a los que estos son sometidos, otras bajan línea acerca de lo demencial que resultan la pena de muerte y otras formas extremas de castigo, y otras sí, son baños de sangre tan groseros y tan zarpados que obviamente tienen un efecto cómico. O sea que el humor está, como un recurso más, no como protagonista, sino como lugar al que se llega luego de recorrer estos claustrofóbicos laberintos de paranoia, ironía y desesperación.
Las historietas de Gefangene pueden ser erróneamente catalogadas como humorísticas porque el dibujo de Koostella va para ese lado. No es realista, no es anatómicamente correcto, sólo ofrece pistas acerca de la iluminación de las escenas a través del color, no de la línea, que es clara y plana, los personajes se deshacen en gestos ampulosos, muy rara vez les dibuja rasgos faciales... Visualmente esto es una mezcla entre Viuti y Johnny Ryan, con la síntesis del primero y la vulgaridad, la salvajada del segundo. Y si el dibujo no parece precario ni tosco, es porque Koostella la rompe a la hora de agregar el color, también plano y sin efectos ni texturas, pero muy criterioso y muy efectivo.
Sin un dibujante virtuoso, sin romper nunca la grilla de nueve cuadros y sin una sóla palabra, las historietas de Gefangene lograron conmoverme, atraparme, indignarme o hacerme sonreir. Son, sin duda, una demostración del poder de las ideas, porque son las ideas puras y duras las que sostienen a los relatos. Obviamente no me llegaron por igual las 31 historietas, aunque sí me cebé con las suficientes como para recomendar a full el libro (que en Argentina no está editado ni se consigue, aclaro antes de que alguno pregunte) y como para poner a Koostella en la lista de los autores novedosos, ingeniosos y asombrosos a los que conviene seguir de cerca.

viernes, 22 de marzo de 2013

22/ 03: THE LAST BATTLE

Hoy tenemos un combo raro, creo que inédito en la historia del blog: guionista italiano con dibujante yanki. El guionista es Tito Faraci, un exitoso autor de historietas, con toneladas de historias de Disney, Diabolik, Dylan Dog y Tex a sus espaldas a quien –cuando Panini controlaba desde Italia los derechos internacionales de Marvel- le habilitaron la infrecuente oportunidad de escribir dos novelas gráficas con los héroes creados por Stan Lee, sin supervisión de la Marvel posta, la de Nueva York. El dibujante es un maestro del dibujo académico-realista, con fructíferos coqueteos con la ilustración, con poca producción pero mucha chapa en el mainstream yanki: nada menos que Dan Brereton. En 2005, la Disney italiana (la editorial líder en ventas en la península donde nacieron 7 de mis 8 bisabuelos) los juntó para este proyecto, que después se editó en Francia, en España, y recién a fines de 2011 en EEUU, a través de Image.
Si leiste bastante Astérix, seguro conocés la historia: Julio César se lanza a conquistar la Galia y finalmente lo logra, al vencer a las hordas del poderoso caudillo Vercingetorix en la batalla de Alesia, 52 años antes de Cristo. Esta novela gráfica termina justo antes de que las legiones del César emprendan su marcha hacia Alesia, es la previa a ese partido que –creo- nunca se contó en forma de historieta. Faraci decide no mostrarnos la batalla, sino concentrarse en una epopeya menor, más chiquita, que sucede en el backstage de la que aparece en los libros de historia. Un pequeño grupo de avanzada liderado por Caius Rodius tiene la misión de infiltrarse entre los campamentos de los bárbaros para debilitar sus fuerzas y sobre todo para neutralizar a un caudillo capaz de liderar a las hordas galas en auxilio del sitiado Vercingetorix. Se trata de Cammius, un muchacho bárbaro adoptado y entrenado por el propio Caius Rodius, quien traicionó su juramento de lealtad a Roma para convertirse en un auténtico peligro para el César.
La trama, entonces, está armada en torno a dos ejes. Por un lado, el dilema moral de Rodius: para él, cumplir la misión que le encomienda el César significa confrontar con Cammius, a quien crió como si fuera su propio hijo. Por el otro, la runfla política: Rodius banca a full a la República, mientras que al César (que todavía no es emperador) ese sistema ya no le cierra demasiado, ya está maquinando algo más grande. Con esos dos conflictos centrales, a Faraci le sobra para embarrar la cancha, para plagar a la misión de Rodius y los suyos de dudas, de incertidumbres y –por supuesto- de traiciones. Creo que lo mejor que tiene el guión es el tratamiento del personaje de Rodius y el hecho de que, si bien es obra de un italiano, los romanos no son idealizados, sino más bien cuestionados en muchísimos aspectos. Y lo más flojo deben ser esas escenitas de acción menores, sin peso real en la trama, que sospecho que Faraci debe haber metido medio a presión, para que no se aburran los lectores más acostumbrados al peplum, o para que la compre algún gil creyendo que es una de machaca entre muchachones musculosos.
Por el lado del dibujo, Brereton superó con honores el desafío de encarar, por primera vez en su carrera, una obra sin elementos fantásticos, y con una ambientación histórica específica, que requería documentarse a full para reproducir armas, fortalezas, vestuario y un montón de detalles más, de dos culturas antiguas a falta de una. La narrativa está más cuidada que nunca, el gore está en su medida justa, y por ahí lo que menos me cerró son esos ojos, enormes, casi desproporcionados, que le hace a todos los personajes masculinos. Como siempre, Brereton saca la diferencia más brutal a la hora del color, cuando le toca trabajar con su paleta mágica la iluminación de las secuencias, o esas tomas panorámicas de paisajes que se podrían enmarcar y exhibir en cualquier museo. Un gran trabajo del creador de los Nocturnals, al que se ve muy compenetrado con el relato, sin renunciar a su estética pictórica, y muy cómodo con el hecho de que el guión de Faraci le exige bastante menos machaca que los típicos guiones que dibujó para EEUU.
No te pongo a The Last Battle entre los comics fundamentales o de lectura imprescindible, pero si te gusta la buena historieta histórica, enchastrada de roscas espurias y dilemas éticos jodidos, seguro la vas a disfrutar. Y además dibuja Brereton, lo cual es garantía de felicidad para tus retinas...

jueves, 21 de marzo de 2013

21/ 03: VIENTRE

Allá por fines de 2011, mis paseos por la historieta uruguaya me llevaron a descubrir a un guionista y dibujante llamado Roy, que ofrecía en sus historietas un humor ácido y malalechístico, basado en una observación muy aguda, con el que se mofaba por un lado del género de los superhéroes y por el otro de la sociedad montevideana. Ahora me encuentro con que Roy pega un veletazo digno del que pegó Ed Brubaker cuando pasó de escribir y dibujar comics autobiográficos en los que contaba cómo salía a afanar de caño para comprar frula, a ser un respetado guionista del mainstream que escribía comics de Batman y Captain America.
En Vientre, el uruguayo oficia sólo de guionista y le abre el rubro gráfico a dos argentinas, Nacha Vollenweider y Lauri Fernández, quienes se hicieran conocidas al dibujar cada una una novela gráfica escrita por Roberto Von Sprecher y editada por Llanto de Mudo. Desde entonces, Nacha y Lauri, o Lauri y Nacha, o “Los Angeles de Von Sprecher”, formaron una especie de dupla, a pesar de lo distinto de sus estilos. La novela gráfica escrita por Roy está estructurada para aprovechar claramente el contrapunto visual entre los estilos de ambas artistas. Hay cuatro secuencias de 6 páginas dibujadas por Nacha, cuatro secuencias de 6 páginas dibujadas por Lauri, y una secuencia final de tres páginas, con una de Nacha, una de Lauri, y una dibujada a medias por ambos “Angeles de Von Sprecher”.
Las secuencias dibujadas por Vollenweider nos invitan a seguir a Paula, una chica de más de 30 que está en pareja hace tiempo, y quiere tener un hijo. Pero la cosa no le resulta tan fácil y esto le genera angustia, tensión, y finalmente un deterioro irreversible en su relación con Gerardo. Por el otro lado, el protagonismo de las secuencias dibujadas por Fernández recae en Micaela, una chica de veintipocos que se divierte saltando de cama en cama y a la que ni se le cruza por la cabeza ser madre. Hasta que un trágico giro del destino la obliga a plantearse el tema de la maternidad y a tomar una decisión incómoda como tampón de virulana.
Con poco texto, con diálogos muy afilados (escritos en uruguayo) y viñetas mudas muy elocuentes, Roy define en pocas páginas dos conflictos muy intensos y muy reales, y los lleva hacia una especie de resolución que no es la que el lector espera. Las dos historias transitan el camino que va del costumbrismo al drama, sin bajar línea, sin golpes bajos y sin enseñarnos a vivir. La sensación que deja el libro cuando uno lo cierra es heavy, se trata de una historieta bastante más profunda que las habituales y toca temas muy ásperos con mucha altura.
Por el lado del dibujo, a Nacha se la ve muy suelta, como si dibujara directo en tinta, sin bocetos previos, y después levantara y matizara los dibujos con esas texturas, esos grises y esas aguadas alucinantes. Etéreo e ingobernable, el dibujo de Nacha se hace mucho más fuerte cuando juega a los climas que cuando tiene que plasmar las expresiones faciales (muy importantes en la trama), un punto en el que todavía tiene mucho para mejorar. A Lauri se la ve más canchera en las expresiones faciales, con un trazo sugestivo, que combina de modo originalísimo los blancos, negros y grises, muy hábil a la hora de iluminar las escenas. Lo que le falta perfeccionar es la elección de los ángulos, que en esta historieta se repiten mucho. En rasgos generales, toda la novela se ve muy bien, son muchos más los puntos en los que se lucen que las flaquezas que se observan en los trabajos de los Angeles de Von Sprecher.
Vientre es una historieta dura, comprometida, arriesgada, que no condesciende en lo más mínimo con el lector. Sin dudas, un trabajo que pone a Roy en la lista de los guionistas a tener en cuenta, ya no para hacerse el listo satirizando boludeces, sino para escribir material realmente jugado, que en pocas páginas tira muchas secuencias de fuerte impacto dramático. Al tratarse de la maternidad, me imagino que Vientre le pegará mucho más fuerte a las mujeres. Aún así, me animo a recomendársela a todos los fans de la historieta para adultos, más allá de los géneros.

miércoles, 20 de marzo de 2013

20/ 03: JSA Vol.10

Bueno, ahora sí, terminé de leer la JSA, apenas 14 años después de empezarla.
Este tomo es muy zarpado, no da un minuto de paz. Arranca con una saga de cinco episodios y ni bien termina ese arco, empalma con uno de tres. Sin unitarios, sin un momento tranqui para que los personajes bajen un par de cambios. De hecho, el epílogo, o la exploración de algunas de las consecuencias de lo que pasa al final de Black Vengeance (el segundo arco incluído en este tomo), está en el Vol.11, el cual leí hace mucho, antes de empezar con el blog.
La primera saga es otra de viajes en el tiempo: esta vez, la JSA de 2005 viaja a 1951 para lograr que la JSA de aquella época, recientemente desbandada tras confrontar con el Senado de los EEUU, se reúna para impedir que Per Degaton mate al presidente y tome el poder. La verdad es que el planteo no daba para cinco episodios, sobre todo porque Degaton es un loser consumado y sabemos de antemano que va a fracasar. Lo interesante es que a Geoff Johns no le calienta demasiado el conflicto, sabe que la lucha con el villano se va a liquidar rapidito, en 10 páginas del último episodio. El guionista arma la saga en torno a los diálogos, a la relación que se entabla entre estos héroes del presente y los héroes de la Golden Age, que para 1951 ya eran tipos cansados, baqueteados, con problemas que iban más allá de “el Gobierno me exige que revele mi identidad y yo no quiero”. Por supuesto, en todos esos team-ups entre los miembros de 2005 y 1951 hay algo de acción, como para engañar a los que buscan sólo eso, aunque lo más rico, lo más jugoso sea todo lo otro, todo el desarrollo de personajes, que es algo que en esta época Johns cuidaba muchísimo.
De a poco, con el correr de los números, te empieza a caer la ficha de que para Johns el verdadero protagonista de esta serie es Albert Rothstein, alias Atom Smasher, el personaje al que –desde que mi clon se sube a la serie- le pasan las cosas más heavies y más impactantes. El segundo tramo del libro, el arco titulado Black Vengeance, tiene apariciones del Spectre, Eclipso (ahora encarnado en Jean Loring), el brujo Shazam, Mordru y mucho protagonismo para Black Adam, otro personaje al que Johns desarrolló muchísimo. Aún así, todo gira en torno a Atom Smasher. Qué hace, qué piensa, a quién le es más leal, qué ideología compró. Eclipso y el Spectre (acá en un rol casi de villano) son la excusa para llevar la acción al país que gobierna Black Adam, y ante esa situación límite, ver qué camiseta se pone Al Rothstein. El final es abrupto, imprevisible y un poco desolador, aunque coherente con lo espeso de los dilemas morales que pone de manifiesto la trama.
En materia de dibujantes, esto es un verdadero sacerdocio. Excepto un par de tramos de Black Vengeance, que se reparten entre el casi digno Leonard Kirk y el correctísimo Stephen Sadowski, el grueso del tomo cayó en las garras de Don Kramer, un dibujante decididamente malo y que además mejora poco con el correr de los muchos episodios que le encomiendan. El entintador Keith Champagne (que en el Vol.11 le dará una mano a Johns en los guiones) trata de remar contra el dibujo de Kramer, pero necesitábamos un necromante, no un entintador. A favor de Kramer, debemos decir que no tiene ningún problema en la narrativa, que organiza bien esas viñetas en las que aparecen 145.000 superhéroes y que muy rara vez te va a mezquinar un fondo. Pero claro, ves las portadas de Dave Gibbons o de Alex Rosss, las comparás con los dibujos de adentro, y te querés detonar el ojete con el báculo de Stargirl.
Si todavía no arrancaste con esta serie, te cuento que este es un gran punto para terminarla. Este TPB llega hasta el número 75 y la serie cierra en el 87, pero de los 12 que faltan, seis están demasiado enroscados, demasiado contaminados con tie-ins y crossovers de Countdown, The OMAC Project, Day of Vengeance, Villains United y demás boludeces vinculadas a la penosa Infinite Crisis. Y los otros seis son una fumanchereada atrás de otra, escritas por Paul Levitz y difíciles de digerir a pesar de los dibujantes grossos que lo acompañan. Yo que soy un guapo, un duro, un recio de verdad, aguanté hasta el Vol.11, un poco para hacerle el aguante a Geoff, que tanta garra le puso a la JSA. Pero puesto a recomendar, si bien al final del Vol.10 no cierra todo, no me da para recomendar más allá de este tomo.

martes, 19 de marzo de 2013

19/ 03: INCOGNITO (VICTIMAS PERFECTAS)

Volvió el comic europeo, que este mes todavía no había mojado. Y nada menos que de la mano de Grégory Mardon, un autor francés que me partió la cabeza con su primera novela gráfica, Olas en el Alma, y del que siempre quise leer más material. Este trabajo se parece muy poco a aquel, primero porque es mucho más breve (apenas 54 páginas) y después porque está realizado a color. Como si esto fuera poco, Incógnito fue pensada por Mardon como una serie de varios álbumes, de la cual hasta la fecha se editó sólo este, en 2005.
Incógnito (Víctimas Perfectas) es una historia meticulosamente diseñada para poner nervioso al lector. Todo funciona como un gigantesco in crescendo, cada vez más tenso, hacia una escena –absolutamente inevitable- que llega a su cénit cuando faltan 10 páginas para que se termine la novela. Ahí me pasó algo raro, no por lo bizarro, sino por lo infrecuente: tuve que cerrar el libro, tomar aire, pensar un poquito en lo que había leído hasta ese punto, evaluar qué cursos de acción me resultarían viables y cuáles desnaturalizarían o traicionarían a lo que Mardon había construído hasta ese punto. No sólo la resolución de esa escena me sorprendió (y me pareció, además, lo mejor del libro), sino que el autor se guardaba una vuelta de tuerca más, un último giro impredecible para la trama, que llega cuatro páginas antes del final y vuelve a cambiar todo.
¿De qué va la historia, con qué elementos construye Mardon este misterio hipnótico y perturbador? Con una mina que está muy buena y manipula sutilmente a un tipo medio loser con fines... extraños. A su vez, esta mina es manipulada, presionada, chantajeada por un hombre que también tiene su propia agenda y sus propias perversiones. Todo se vive de modo muy real, ambientado en el presente, en una gran ciudad como cualquier otra. De a poco, el clima costumbrista, el slice of life de este tipo de treinta y pico medio borrachín y bastante pusilánime, se empieza a enrarecer. Un accidente, el hospital, la fisioterapeuta que queda a cargo de su rehabilitación... todo se hace cada vez más turbio, más espeso, más encaminado hacia la tragedia y la fatalidad. Y es un camino que no se puede torcer, porque en el medio hay intereses espurios, mentiras, traiciones y una pasión que de a poco desborda al errático Jean-Pierre hasta convertirlo en una marioneta, un peón en un juego de ajedrez sumamente retorcido, del cual no quiero contar nada más para no spoilear.
Con excelentes diálogos y unos personajes a los que uno casi siente respirar, Incógnito avanza a un ritmo muy ajustado, a través de muchas páginas de 11 viñetas y alguna que otra de 12, que Mardon usa para subrayar lo chiquito, lo claustrofóbico de la historia en la que nos sumerge. La página con menos viñetas tiene 7, pero Mardon no espera hasta ese momento para dejar volar su virtuosismo. El francés se zarpa en el dibujo de la primera viñeta hasta la última. Su estilo va para el lado de Blutch y Christophe Blain, aunque con rostros más reales. Mardon se destaca en el manejo de los climas, en esos cross-hatchings recontra pasados de rosca, en la narrativa (con secuencias mudas y oníricas realmente brillantes), en el lenguaje gestual y corporal de sus personajes (todos excelentes actores) y en el color, que acompaña con sobriedad al dibujo y al guión.
Como entró al mundo del comic cuando ya no existían las antologías (y nunca dibujó ninguna serie famosa), es probable que Mardon tenga poquísimos fans en nuestro país. Sin embargo, La Cúpula lleva editadas varias obras suyas, con lo cual supongo que, aunque más no sea en España, debe tener un grupúsculo de fieles seguidores. Con este thriller psicológico jodido y adictivo, Mardon me sumó definitivamente a la horda (grande o chica, me importa muy poco) que lo sigue a todas partes y lo alienta hasta el final. Si te gusta la historieta adulta, jugada y profunda, convertite vos también en una víctima perfecta de este excelente artista francés.

lunes, 18 de marzo de 2013

18/ 03: LA BABA

Hoy muy cortito, porque la verdad es que el material no da para analizar demasiado.
Primero, qué grosso que una editorial de Córdoba se juegue a reeditar en un lindo formato historietas y chistes creados para un fanzine de Mar del Plata. Eso habla del compromiso de Llanto de Mudo con la historieta arriesgada y novedosa de todo el país y la verdad que es una actitud sumamente loable.
La Baba cobra un peaje un poquito heavy: para disfrutarla, tenés que ser un hijo de mil putas que se ríe con chistes de discapacitados, abortos, violaciones, canibalismo, escatología y guarangadas de alto nivel de zarpe. Como a mí esas cosas me causan mucha gracia y creo en el humor sin barreras, me reí mucho, de punta a punta del librito. Me cagué de risa con chistes que involucran a Batman, al odontólogo Barreda, al papa Benedicto XVI, a King Kong, a los personajes de Macanudo y hasta con esa caricatura maligna de Alcides con VIH, convertido el Alsida.
En general, cuando hay un humor tan directo, tan efectivo, tan in your face, los dibujos no importan demasiado. Están de invitados capos como Gustavo Sala, Ariel López V., El Bruno y Scuzzo, pero podrían no estar y aún así recordaríamos a La Baba como un gran compilado de humor jodido. Y al toque cambio de discurso, al mejor estilo UCR, y digo que más sorpresa y más admiración que los chistes crueles y despiadados, me causaron los dibujos de Industrias Lamonicana, a quien ya habíamos visto en otra antología. ¿Qué hace ese monstruo publicando en un fanzine? ¿Estamos todos locos? Ese pibe tiene que estar, como mínimo, en la MAD yanki. No hay muchos dibujantes tan dotados para el humor y la caricatura y que además sepan manejar la narrativa como este marplatense. Y el otro dibujante muy notable y con méritos de sobra para alcanzar una repercusión mucho mayor es Diego Simone, muy grosso y muy versátil. El resto no brilla desde el dibujo pero sí desde las ideas y la forma de plasmarlas en esos chistes filosos y esas tiras desopilantes, siempre al límite del “nah, te fuiste a la mierda...”
Si alguna vez te preguntaste qué fue del under marplatense una vez que Gustavo Sala despegó y se convirtió en ídolo en todos los países de habla hispana, La Baba ofrece muchas respuestas, muy cómicas y muy hijas de puta. Desde acá la ovación para Julián Mono, creador y coordinador de este fanzine ascendido a librito que se lee muy rápido pero te deja muy satisfecho.

domingo, 17 de marzo de 2013

17/ 03: SUPERMAN: KRYPTONITE

Lo único que sabía sobre esta historieta antes de leerla era que había tenido problemas en su serialización (en la efímera revista Superman Confidential), por las demoras que tuvo el dibujante a la hora de entregar el último episodio. Ni idea si estaba buena, si era un choreo, o si era simplemente intrascendente. ¿Por qué me la compré? Porque el guionista es Darwyn Cooke y el dibujante es Tim Sale, dos tipos por los que apuesto ciegamente prácticamente a cualquier proyecto que encaren.
Esta vez la consigna era contar una historia del pasado de Superman, nada menos que su primer encuentro con la kryptonita y su primer contacto posta con la historia, la cultura y el trágico fin del planeta Krypton.
Cooke aclara desde el prólogo que va a hacer trampa a la hora de ceñirse a la continuidad, y efectivamente, la manosea más que a una borracha que está buena, en los reservados de un boliche, un sábado a las 5 AM. Si hojeás la historieta, así, superficialmente, vas a ver al Lex Luthor y a la Lois Lane de la continuidad de Man of Steel, en versiones muy fieles a las desarrolladas por John Byrne y Marv Wolfman. De hecho, hasta nos explican cómo obtiene Luthor la kryptonita para su famoso anillo. Hasta ahí, todo joya. Esto encajaría perfecto entre mediados y fines del primer mes de Superman como residente de Metropolis. Hasta que ves el Krypton que dibuja Tim Sale y a Jor-El con la vinchita y se va todo a la mierda. Ah, no! Perdón! Ya se había ido todo a la mierda al final del cuarto episodio, cuando aparece un robot de Clark Kent que interactúa con Superman y Jimmy Olsen, que se come el engaña-pichanga sin sospechar para nada que ahí había gato (o androide) encerrado! Ese truco berreta, oprobioso y digno de la época de Mort Weisinger no se podría haber hecho nunca en la etapa de Byrne y Wolfman, y sin duda es el punto más flojo de esta saga.
El resto del guión es entre muy bueno y excelente. Cooke entiende perfectamente a los personajes: nos brinda un Superman humano, creíble, vulnerable; una Lois sensual y astuta, un Luthor inescrupuloso e implacable, unos Ma y Pa Kent tiernos y queribles y un Jimmy Olsen con mucha, mucha chapa. El misterio de Tony Gallo, que anima buena parte de la trama, se resuelve de un modo totalmente inesperado: uno cree durante casi toda la obra que el recurso de Cooke de dejarle narrar parte de la historia en primera persona a un cacho de kryptonita es un giro retórico, una prosopopeya arriesgada pero efectiva. Sobre el final, el guionista ofrece un volantazo, una revelación impactante y una resolución insólita (y a la vez emotiva), de esas que cuando el que las firma es Alan Moore, nos quedamos boquiabiertos, atónitos, estupefactos y hablando maravillas durante años. Esta es la primera historia extensa que Cooke escribió para que la dibujara alguien que no fuera él mismo y la verdad es que demostró que no sólo es un crack como dibujante.
Y sí, uno se imagina Kryptonite dibujada por el propio Cooke y se derrite de la emoción. Sin embargo, el trabajo de Tim Sale es magnífico, con dos cosas que quiero destacar. La primera es obvia, y es lo bien que se complementa el trazo del dibujante con los colores del maestro Dave Stewart, el mago del photoshop al que tantas historietas vimos jerarquizar con su paleta. Acá el combo Sale-Stewart se ve afiladísimo en toda la obra, y estalla con sublime majestad en los flashbacks, en esos fragmentos virados a los colores opacos y combinados con el verde fluo de la kryptonita. En segundo lugar, en esta saga Sale se cura de su vicio más espantoso, ese que figura de modo omnipresente, conspicuo y molesto en las historietas que comparte con Jeph Loeb: la doble página con una sóla viñeta, esa especie de poster en la que aparecen una o dos figuras a tamaño gigante y algo parecido a un fondo para rellenar, a veces con bastante texto y a veces sin siquiera esa excusa. Esta vez hay que fumarse una sóla de esas doble splash, en el primer episodio, la primera vez que vemos a Superman en acción. Y en todo el resto de la saga, Sale aparece más contenido, ajustado a grillas más tranquis en las que no puede renunciar nunca a la narrativa para derrapar en el super poster. Pero la verdad que se lo ve muy cómodo tanto en las escenas intimistas como cuando explotan la machaca y la grandilocuencia. La escena de Superman casi ahogado en un río de lava, tratando de emerger de las profundidades de un volcán, es tan memorable como esos primeros planos de Lois, seductora y cautivante como pocas veces, o esas secuencias del crepúsculo en la granja de los Kent.
Si sos fan de Superman, no tengo dudas de que esta saga te va a emocionar. Si sos fan de Cooke o de Sale, también, vas a flashear. Y si no sos fan de ninguno de los tres, no sé si te recomiendo Kryptonite. Lo más probable es que no. Pero la pregunta es, ¿queda algún fan del comic que no sea fan de Darwyn Cooke?

sábado, 16 de marzo de 2013

16/ 03: ETNICA Vol.3

Sigo con mi recorrida por la historieta latinoamericana reciente y llego a un referente fundamental, la antología venezolana Etnica, que le da cabida a autores de toda la región. Me dio la sensación, sin cotejarlo con los números anteriores, que este número tiene un poco más de texto y un poco menos de historieta. Lo cual no está mal, porque (salvo el mío, que es la clásica berretada para zafar) el nivel de los textos está muy bien. Veamos con qué nos encontramos en materia de historietas.
Hay mucho material argentino. Está la ya clásica El Mago Fulano (de Trillo, Maicas y Lucas Varela), hay dos aventuritas muy cortas de Cazador que hicieran Lucas y Ramírez para sendos comic-books editados por Deux hace unos años, una breve historieta de Alejandro Aguado que bien podría haber formado parte de sus Episodios Patagónicos, tres páginas de El Toto (otro frecuente colaborador de La Duendes) que levantan muchísimo gracias a la posibilidad de trabajar a color, y cuatro páginas de Orquídeo Maidana, de José Massaroli, también con el atractivo extra del color, aunque se nota bastante que la historieta es apenas un fragmento de una serie más larga, realizada por el autor en 1996. Y para mi sorpresa, apareció un autor argentino al que yo desconocía. Se llama Guillermo Fabián, viene del colectivo tucumano Dibutopía (capitaneado por el maestro César Carrizo) y su historieta, centrada en el mítico Ekeko, fue una muy grata sorpresa.
Hay un argentino más, el guionista Pablo Barbieri (a quien ya vimos en alguna antología de La Duendes), esta vez en equipo con Diego Rondón Almuelle, un dibujante peruano con talento para el color digital, al que todavía le falta un poquito de anatomía y sobre todo de narrativa.
Esta entrega de Etnica tiene una importante presencia de autores mexicanos. Ya desde la portada, tenemos una hermosa ilustración de Francisco Herrera y Leonardo Olea. Adentro, hay una historieta muy cortita pero muy buena de Egdar Clement (gran artista e íntimo amigo de Humberto Ramos), una bastante atractiva de Hugo Arámburo (a quien vimos la vez pasada en Comikaze) y una con guión de Bernardo Fernández (ese cuyo aporte a Comikaze me había encantado), pero que no la dibuja él mismo, sino Ricardo “Micro” García. Es una historieta más de bajada de línea que otra cosa (habla sobre discriminación y violencia en el ámbito universitario, o en el CBC, no se entiende mucho si uno no es mexicano), con un dibujo limpito, muy lindo, super profesional.
Como en los números anteriores, Paraguay está representado por el maestro Roberto Goiriz (que acá aporta una breve historieta que ya vimos en su libro de la colección Grandes Humoristas Paraguayos) y Venezuela, al jugar de local, cuenta con dos colaboraciones de Edixon Rodríguez, fundador de Etnica, y una de Yilly Arana, un autor que dibuja bien, narra mejor y al que le falta por un lado un guionista y por el otro zarparse un poquito más en la búsqueda de un grafismo más personal. También participa el venezolano Ramón Siverio, con una historieta que intenta transmitir un mensaje fuerte, de mucho compromiso, pero se tropieza con varios problemas en la narrativa y un traspaso de color a blanco, negro y grises que le resta lucimiento a un dibujo que ya de por sí era bastante limitado.
No sé si este número me gustó más que el anterior. Capaz que no. Pero se nota que de a poco Etnica se va afianzando, ya no hay material desastroso de ese que te hace decir “¿Cómo pueden publicar esto al lado de trabajos de maestros como Trillo, Goiriz o Massaroli?”. Me gustaría que en todos los números hubiesen colaboraciones de autores uruguayos, colombianos, chilenos, brazucas, bolivianos... para que se repitan un poquito menos los países, y para leer más material que no conozco, porque en general, los autores argentinos aportan trabajos que uno ya leyó. Aún así, me imagino el kilombo que debe ser coordinar un proyecto de esta envergadura y digo “Nah, no jodamos. Así está muy bien. Ya habrá más variedad en la próxima entrega”. Etnica todavía tiene margen para mejorar, aunque está clarísimo que hoy no hay ningún proyecto que se le acerque ni que le haga la más mínima sombra en materia de difusión de la historieta latinoamericana. Si te interesa el tema, sabés que acá hay una publicación que lo toma, lo trabaja y lo muestra con una dedicación y un esfuerzo enormes. Aguante.

viernes, 15 de marzo de 2013

15/ 03: LA HISTORIETA DE LA DEMOCRACIA

El caso de Viuti es bastante parecido al de Alberto Bróccoli, con quien nos cruzamos el último 31/ 1: Dibujante prolífico y de mucho éxito, que publica simultáneamente en Clarín, La Nación y las revistas de La Urraca, fallece en forma prematura a los 45 años y desde entonces se lo barre abajo de la alfombra y se dejan de editar sus trabajos.
Este libro, que creo que es el último que se editó con Viuti vivo, recopila mayoritariamente tiras de Teodoro & Cia, la historieta que publicaba desde 1980 en la contratapa del Clarín. Llamativamente, las primeras tiras no son de 1980, sino que arrancan en la segunda quincena de Diciembre de 1983, es decir, en los albores mismos de la presidencia de Raúl Alfonsín. Ya desde el título, el libro está pensado como un rescate de las tiras de Teodoro & Cia que funcionaron como crónica de esos años, y así veremos a los personajes de Viuti opinar sobre todos los temas importantes que conmovieron a la opinión pública hasta llegar a fines de 1987. Y acá es donde este libro divide aguas y se vuelve plausible de lecturas que nada tienen que ver con la jerarquía de Viuti como humorista o como dibujante.
En el 95% de las tiras en las que se habla de lo que pasa en el país, los personajes subrayan lo mal que está todo, el desastre económico, las penurias por las que pasan los laburantes para llegar a fin de mes, lo poco que cambió todo desde que se fueron los milicos... Viuti toma partido desde el primer y día se planta claramente enfrente (y un cachito a la izquierda) del gobierno de Alfonsín. Y desde ahí, pega, pega, pega y nunca deja de pegar. O sea que, según cuál sea tu evaluación personal de aquellos años y aquel gobierno, podés responder “Qué fenómeno Viuti, qué huevos!”, “Este tipo era un alienígena que vivía en otro país”, “Era un visionario, un vanguardista que vio lo que en esa época pocos veían”, “Se zarpa y exagera, la cosa no era tan heavy”, o incluso “Era un sicario de Magnetto, operado desde arriba para machacar con el Operativo Desánimo desde la página de los chistes”.
Lo que más me gustó del libro son dos “sagas”, dos secuencias, una de más de 40 tiras y otra de 15, que en realidad son monólogos de González Iturry, un personaje a través del cual Viuti desnuda en primer lugar el entramado de los políticos y sus apariciones públicas: cómo se escriben los discursos, cómo se ensayan hasta los gestos, cómo se rosquea con los programas políticos para convertir a las apariciones televisivas de los candidatos en herramientas proselitistas, etc. Y en segundo lugar, toda la runfla de las encuestas electorales: quién las paga, para qué sirven, cómo y por qué se manipulan para beneficiar a uno u otro candidato, etc. Estos son textos claros, concisos, sin la más mínima ironía. Acá Viuti no baja línea ni a favor ni en contra de ningún partido, simplemente expone verdades en estado puro, desde un lugar para nada ingenuo pero tampoco pasado de cínico. Teodoro aparece sólo en la última viñeta de cada una de estas tiras, para tirar un remate gracioso invariablemente basado en un juego de palabras.
En cuanto al dibujo, acá tenemos a otro alumno avanzado de Copi. El trazo de Viuti es minimalista, despojado, anti-virtuoso, sin detalles, sin laburo en las expresiones de los rostros, a veces con una línea que ni siquiera termina de definir los contornos de los personajes y los objetos. Todo se resuelve en plano general, plano medio y primer plano, y como los personajes son bastante sedentarios y habitan un ámbito de rutina, las poses se repiten como si Viuti en vez de dibujarlas aplicara sellitos. Para lograr los efectos que uno busca con tan pocos recursos, hay que tener un manejo molecular del timing y, por supuesto Viuti lo tenía. Y cuando quería mostrar vuelo y versatilidad, lo hacía en sus páginas de humor mudo para La Nación, de las que este libro reúne apenas un puñadito.
Como yo jamás leí el Clarín, casi no había consumido a Teodoro & Cia. En este libro me encontré con una tira que, si bien me arrancó unas cuantas sonrisas, me sorprendió por su crudeza, por su clima apático, en el que predominan la derrota y el bajón. Si querés redescubrir a la “primavera alfonsinista” en clave de otoño inclemente, triste y crepuscular, no busques más: Viuti ya hizo el experimento y lo podés encontrar, disfrazado de tira cómica, en Teodoro & Cia.

jueves, 14 de marzo de 2013

14/ 03: GROO: MIGHTIER THAN THE SWORD

Esta es la tercera vez que me toca comentar un libro de Groo, y las dos veces anteriores me morfé sendos Cero Comments. Sinceramente, me chupa un huevo. Como Groo, yo no aprendo más. Soy fan de esta serie, amo a esta serie y me hace tan feliz conseguir uno de los tomos que me faltaban para completarla, que nada más me importa.
Mightier than the Sword es de 2002 y creo que de todas las miniseries editadas por Dark Horse es la que más me gustó. Tiene un sólo punto flojo: Sergio Aragonés y Mark Evanier no le abren el juego a ninguno de los maravillosos personajes que componen el elenco de secundarios de Groo. Está todo jugado al guerrero subnormal, obviamente acompañado por su perro Rufferto, y –acá sí, puntazo a favor- hay un rol importante para Pipil Khan, tal vez el más atractivo de los villanos recurrentes que Groo supo amasar en 30 años de errática trayectoria. El resto, son todos hallazgos por parte de Aragonés y Evanier, todas decisiones acertadas que logran que Mighty than the Sword cumpla los dos objetivos que la dupla se plantea para todas las sagas de Groo de esta etapa: hacernos reir (mucho) y dejarnos pensando en un tema delicado.
Esta vez el tema en cuestión es fascinante y especialmente picante en la Argentina de hoy. Los autores nos invitan a pensar –obviamente en tren de joda- en el desfasaje bestial que se da entre lo que sucede en la realidad y lo que muestran los medios periodísticos. Aragonés y Evanier introducen en este universo pseudo-medieval una imprenta, medio precaria, pero imprenta al fin, que –hábilmente manipulada por el principal villano de la historia- se convertirá en un poderoso instrumento de desinformación y en la principal aliada de este avechucho inescrupuloso, capaz de todo con tal de quedarse con el imperio de Pipil Khan. ¿Qué pasa cuando la información que recibe el pueblo es falsa? ¿Qué pasa cuando el periodismo deja de ser un vehículo de información y se transforma en una gigantesca trampa para manipular boludos? ¿Hasta dónde existe la prensa como expresión de la libertad y cuándo se corrompe para convertirse en una empresa cuyo fin principal es el lucro? Entre muchísimos chistes excelentes y muchísimas escenas desopilantes en las que Groo masacra a ejércitos enteros, Aragonés y Evanier responden todas estas preguntas.
En apenas 96 páginas, tenemos desarrollada toda esta afiladísima bajada de línea acerca del rol del periodismo, y además una aventura compleja, con cuatro villanos, un final sorprendente, muchas peripecias delirantes, escenas que se centran en la intriga palaciega, en la vida de la gente común bajo el régimen de de Pipil Khan, y los clásicos enredos y malos entendidos que siempre terminan con desastres a gran escala obviamente desencadenados por Groo. Acá el argumento saca provecho de dos elementos tomados del pilón de los back issues: por un lado, el hecho de que Pipil Khan, acérrimo enemigo de Groo, nunca se haya visto cara a cara con nuestro mentecato favorito. Y por el otro, aquel episodio fundacional (creo que el 100 de la etapa en Epic), en el que el anciano Abecedario le enseña a leer a Groo, resulta importantísimo para que avance una trama en la que el texto impreso cobra una especial relevancia.
Y mientras comparte todas estas genialidades con Mark Evanier, el maestro Aragonés se arremanga y la rompe él solito a la hora de dibujar páginas y páginas repletas de detallitos microscópicos, en ese estilo que lo caracteriza hace décadas y que lo puso allá arriba, entre los referentes fundamentales de la historieta humorística a nivel mundial. Por supuesto lo ayuda el incombustible Tom Luth, el tipo que con enorme criterio y paciencia santa colorea viñeta tras viñeta para realzar y hasta en un punto organizar la “verborragia gráfica” de un Aragonés ya setentón que parece no cansarse nunca de dibujar. El resultado no deja de asombrarnos ni siquiera a los que seguimos a Groo casi desde el principio.
Sí, extraño con nostalgia los gloriosos tiempos en los que todos los meses salía un comic nuevo de Groo. Ahora cada saga nueva es un “Ohhh! Sale una nueva mini de Groo!”, esa sensación de suceso único e irrepetible que en los ´80 y ´90 se produjo, por ejemplo, cuando además de bancar una serie mensual durante más de 10 años, Aragonés y Evanier se mandaron dos novelas gráficas del mega-carajo. Pero no está mal, esto de esperar un año (o a veces más) para leer una nueva saga que nunca llega a las 100 páginas. Es una forma de subrayar que Groo no es un comic más, no es un producto del montón, salido de la máquina de hacer chorizos. Es una historieta única, guiada de principio a fin por una dupla creativa que sobrevive a las décadas, a las modas y a las editoriales. Un clásico contemporáneo con todas las letras, una joya que –por suerte- sigue vigente para los que la bancamos hace mil años y accesible para todos los que se quieran sumar. Hoy, mañana, cuando pinte. Por siempre Groo.

miércoles, 13 de marzo de 2013

13/ 03: BANDO DE DOIS

El otro día amagamos tímidamente, con esa antología de historieta mexicana que se morfó un Cero Comments, y ahora la cosa va en serio: Se viene una nueva recorrida por la historieta latinoamericana actual y arrancamos en Brasil, con una novela gráfica de 2010 que (parece) se va a editar este año en nuestro país.
Bando de Dois es una historieta atípica para el mercado del Coloso de Sudamérica porque, fuera de los trabajos que realiza una creciente legión de dibujantes para las grandes editoriales de EEUU, casi no hay obras que se metan con la temática aventurera. Los autores brazucas que publican sólo en su país suelen ir mucho más para el lado del humor, la sátira, el slice of life, las adaptaciones de clásicos de la literatura o la fumanchereada under, pensada para ser decodificada por el autor y –a lo sumo- cuatro amigos suyos. Sin embargo, con muchísimo más talento que pretensiones, Danilo Beyruth se despachó con estas 92 páginas que reconcilian a la historieta brasilera con lo mejor del comic de aventuras, en una magnífica traslación de las convenciones del western (por ahí del spaghetti western) a la época de los cangaçeiros, aquellos temibles bandoleros que asolaron vastos territorios del noreste de Brasil entre los siglos XIX y XX.
La historia que propone Beyruth es simple, concisa, fácil de resumir. En todo caso, la complejidad, los pliegues, los matices, están en los personajes centrales. Los protagonistas de Bando de Dois, Tinhoso y Cavêra, no son héroes ni mucho menos. Son bandidos, asesinos, sin el menor resquemor a la hora de cometer delitos escabrosos. Y son, además, sobrevivientes. Toda su banda fue exterminada por la milicia a la órdenes del Teniente Honôrio y ahora su misión es evitar que este milico exhiba públicamente las cabezas cortadas de sus compañeros a modo de festejo, de constatación de su triunfo sobre los cangaçeiros. Los bandoleros, entonces, buscarán escupirle el asado al Teniente y preservar –de algún modo- la dignidad de sus camaradas muertos y decapitados. Son sólo dos contra toda una cuadrilla de hombres armados, pero como está en juego el honor de la banda, no les importa un carajo.
Con este elenco (integrado sólo por personajes masculinos) y este conflicto, que va in crescendo hasta resolverse en una encrucijada a todo o nada en el pueblito de Nova Nazaré, Beyruth nos sumerge en un territorio agreste y una historia... también, bastante agreste, enchastrada de violencia y grim ´n gritty. La narrativa está perfectamente pensada para manipular nuestras sensaciones y hacernos sentir el calor, el cansancio, todas y casa una de las cosas que les toca vivir (y hasta alucinar) a Tinhoso y Cavêra. Para eso, Beyruth pela desde splash pages dobles hasta páginas de 8 y 9 cuadros, secuencias mudas alucinantes, páginas enteras de “widescreen” (viñetas horizontales), una devastadora variedad de enfoques y unas angulaciones zarpadísimas.
El dibujo es impresionante: una mezcla perfecta entre Will Eisner y el Pasqual Ferry de la mejor época, de cuando hacía sus propias historias para el mercado español. Las escenas de acción van un poquito más para el lado de los dibujantes clásicos del mainstream yanki (alguna pizca de John Buscema, ponele) y el trabajo con las tramas mecánicas es soberbio, hay poquísimos dibujantes que pueden hacer lo que hace Beyruth con las tramas mecánicas. También hay que destacar la reconstrucción gráfica de estos de tiempos violentos y (no tan) remotos, plasmada en infinidad de detalles cuidadísimos en vestimentas, armas, arquitectura y vehículos. Acá hay tanto Siglo XIX, tanto desierto, tanto plomo y tanto protagonista jodido, que quiero ver YA una historieta de Jonah Hex dibujada por esta bestia.
Desde que este libro se editó en 2010, no paró de cosechar excelentes críticas y premios prestigiosos. O sea que no lo compré a ciegas, ni aguzando el olfato. Sabía –por comentarios de amigos y colegas- que se trataba de un material posta-posta. Lo que no me imaginaba es que fuera TAN bueno. Espero ansioso nuevas obras de Danilo Beyruth, y ojalá se concrete la edición argenta de Bando de Dois, así mucha más gente puede disfrutar de este canto (visceral y desafinado) a la dignidad de los forajidos, a la valentía de estas fieras indomables. A la hora de los corchazos, si el que lidera la banda es Beyruth, somos mucho más que dois.

martes, 12 de marzo de 2013

12/ 03: VITAMINA POTENCIA

Allá por el año ´97, las voleteretas de la vida hicieron que me pasara varias tardes en el microestadio de Ferro, más precisamente en el backstage (en los camarines, o vestuarios, no sé muy bien qué eran) de un show de Titanes en el Ring. Habían pasado 20 años de la etapa más gloriosa de los Titanes y hacía... casi 10 años que no estaban en la tele. Pero en el ´97 se vino un revival producido por Jorge Rial, con la dirección de Paulina Karadagián, la hija del mítico líder de los Titanes. En esas tardes, en ese backstage, y por primera vez en mi vida, les vi las caras a los luchadores que peleaban enmascarados, me enteré cuáles eran sus verdaderos nombres, a qué se dedicaban cuando no entrenaban o brindaban su show, quiénes eran amigos de quiénes en la vida real, quiénes se habían alejado de la troupe por kilombos de guita, minas o vanidades, quiénes habían muerto o abandonado el catch... en una palabra, dejé de verlos como íconos y los empecé a ver como seres humanos.
Y juro solemnemente que Federico Reggiani NO estaba ahí, y que jamás comenté con él (a quien en el ´97 conocía sólo por carta, creo) esta experiencia. ¿Cómo hizo el guionista platense para entender a la perfección qué pasaba con los luchadores cuando se bajaban del ring, cuando se hacía más espaciado el aplauso, cuando las luces de la fama los dejaban de encandilar? No tengo idea. Vitamina Potencia trata exactamente de eso. Astutamente, Reggiani cambia el sedentarismo de un backstage por la emoción (tranqui, lo-fi, pero emoción al fin) de la ruta, para hablar de lo mismo: de la vida de los luchadores de catch en los tiempos en los que a nadie parece interesarle los épicos combates entre los colosos del cuadrilátero. Las aventuras de Milton Kovadonga y el Lagartija Gómez, ambientadas en un 1994 en el que el furor de Vitamina Potencia es apenas un tenue recuerdo, son tan humanas, tan divertidas y tan impredecibles como las mejores anécdotas que narraban los veteranos Titanes en aquel vestuario de Ferro.
Reggiani acierta también al acotar el elenco: esta misma historia, con seis o siete protagonistas en vez de dos, se empantanaba rápido. Al trabajar sobre dos protagonistas, puede darle a cada uno de ellos una carnadura mucho más power, más creíble, y además darle más aire a las peripecias, acumular más secuencias en las que “no pasa nada”, a las que el titán de Tolosa les saca un jugo inmenso. Por momentos, el tema del catch pasa a un segundo plano y Reggiani se dedica a contar breves historias de la vida cotidiana en los pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires, en las que Kovadonga y Gómez apenas cumplen roles secundarios. Son historias chiquitas, pero que, a fuerza de excelentes diálogos y situaciones originales, no pierden en lo más mínimo el interés. Y por si faltara algo, mecha secuencias del pasado, flashbacks a la época en la que Vitamina Potencia era un éxito arrollador, con millones de fans en toda Latinoamérica. Con humor, sensibilidad y un afiladísimo sentido de la observación, Reggiani logra que, a lo largo de casi 100 páginas, estos dos cincuentones baqueteados vuelvan a brillar como auténticos campeones en historias que te hacen la Doble Nelson y no te sueltan hasta que no llega el final.
Como en tantos otros combates, a Reggiani lo acompañan los dibujos de Angel Mosquito, uno de los pocos tipos que eran tan buenos cuando empezaron en el under, que cuanto menos evolucionan más me gustan. La estética de Mosquito es inmediatamente reconocible e increíblemente idónea para retratar la berretada, el medio pelo, el “lo atamo´con alambre”. A su impecable manejo del blanco y negro, suma (a partir del segundo tercio de la obra) un trabajo notable con las tramas mecánicas, que le suman profundidad al dibujo y le permiten aflojar un poquito con las rayitas finitas del plumín, que en el primer episodio casi se morfan a las figuras. Mosquito le da muchísima bola a los fondos, no deja afuera ningún detalle de esos que contribuyen a situarnos ya sea en los ´70 o en los ´90, y acá dibuja con mucha solvencia algo que no abunda en sus otros trabajos: los cuerpos en movimiento, los combates físicos. Y como siempre, se luce en las expresiones faciales que son, definitivamente, su punto más fuerte.
La lectura de Vitamina Potencia en libro es una experiencia alucinante, lo disfruté mucho más que cuando la seguía capítulo a capítulo en la Fierro. Se nota más la riqueza de los protagonistas, el desarrollo de los secundarios, la variedad de recursos que despliegan Reggiani y Mosquito para sorprendernos... La verdad, un librazo. Y lo más lindo está al final, en la última viñeta de la última historieta, donde dice “Fin del Libro 1”, lo cual deja la puerta abierta para que Kovadonga, el Lagartija, Lucía y el resto regresen con nuevas aventuras, para beneplácito de la hinchada. Si nunca vuelve Vitamina Potencia, o si este libro no vende fortunas, estaremos ante una injusticia más terrible que cuando William Boo hacía tonga para que ganaran los malos.

lunes, 11 de marzo de 2013

11/ 03: X-MEN VIGNETTES Vol.1

Alla por Noviembre de 2010 apareció en este blog la reseña del segundo volumen de esta serie de recopilaciones de historias cortas de los ´80, aunque ambientadas en los ´70. Te recomiendo releer ese texto antes de adentrarte en este. ¿Ya está? Perfecto. La única diferencia importante entre ambos tomos es que en el primero TODAS las historias fueron escritas por Chris Claremont. El resto, sigue los mismos lineamientos ya comentados en la reseña del Vol.2.
Este es el Claremont definitivo, el imbatible, el tipo capaz de crear las más ambiciosas epopeyas cósmicas, y además breves pero intensas no-aventuras del género slice of life. El tipo que le dio a los superhéroes una humanidad y una tridimensionalidad que nunca antes habían tenido, el que respetó como nadie la consigna de armar las sagas DESDE los personajes y no crear amenazas frutihortícolas, descolgadas de la palmera, para mandarlas a pelear contra los héroes, simplemente porque estos están aburridos y justo ese día no hubo maremotos, terremotos, ni erupciones volcánicas. La Gran Claremont es la de meterse a full en la mente de estas criaturas de papel y tinta y tratar de mostrarnos, sin salir de la historieta, la ficción y la aventura, un mapa de la psiquis de cada uno de ellos. Como el personaje de los X-Men que lee mentes es Jean Grey, no sorprende a nadie que las más notables de estas historias cortas sean las que tienen como protagonista a la pelirroja: en la primera, Claremont arma la amistad entre Jean y Storm (y se mete en la psiquis de Ororo para explicar su claustrofobia). La segunda (y para mi gusto la mejor) narra la previa de un encuentro romántico entre Jean y Scott Summers en 12 páginas sin textos, absolutamente memorables. La tercera desentraña la transformación de Marvel Girl en Phoenix, esa que sucede a bordo de una nave tripulada por la colo, en una secuencia que expande (y legitima) las explicaciones que nos dieran otros guionistas de por qué y cómo sobrevivió Jean, en la previa al lanzamiento de X-Factor. Y la cuarta gira en torno a la relación con Misty Knight, con Jean ya transformada y todavía medio virgen en el manejo de los inmensos poderes del Phoenix.
Además de esas cuatro joyitas, hay un par de esos unitarios medio bajoneros tan típicos del Claremont de los ´80, esos en los que el guionista baja línea con historias profundas, melancólicas, con avalanchas de bloques de texto tan poéticos como verborrágicos. Tres de esos me gustaron mucho: el de Colossus y la bailarina, el de Nightcrawler y el pibe que tiene cáncer y el flashback al pasado de Magneto, con ese broche de oro que nos lo muestra (una vez más) tanteando a ver qué onda el camino de la redención. El resto, sin aportar demasiado, no está mal. Creo que la única historia floja es la de Wolverine y Sabretooth.
Los 13 episodios están dibujados por el maestro John Bolton en su estilo realista, bien concentrado en los climas, con momentos de asombroso virtuosismo, aunque a veces opacado por la labor de los coloristas. Por ahí no están todos los fondos que uno hubiese querido ver, pero el laburo en cuerpos y rostros es tan sólido, que está todo bien. La historieta mejor dibujada es la del Hellfire Club, que nos narra cómo Sebastian Shaw da un golpe de estado y toma las riendas de la sombría organización. En la reseña del Vol.2 yo decía que se notaba que a Bolton no le interesaban demasiado las escenas de acción, ya que ponía más pilas en las otras, las de clave tranqui e intimista. Acá el maestro me cerró bien el orto: este episodio, el del Hellfire Club, es el más violento del tomo, el más jugado a la machaca, y el que ofrece mayor lucimiento por parte del británico. Por supuesto, en la historieta 100% muda, Bolton aprovecha que no tiene que compartir protagonismo con los abundantes textos de Claremont y deja la vida en cada viñeta. Ahí también hay muchas secuencias de altísimo vuelo, en las que el dibujante da cátedra.
Y lo más lindo: además de estar muy bien por sí mismas, estas breves historietas están pensadas para complementar a los 13 primeros episodios de los X-Men escritos por Chris Claremont, es decir, a comics inolvidables, que le trajeron aire nuevo al género de los superhéroes allá por mediados de los ´70, cuando el mainstream olía peor que el túnel que conecta las estaciones Callao y Tribunales de la línea D. Por si faltara algo, mientras aquellas gemas setentosas exponían las (no tantas) limitaciones de Dave Cockrum, acá el dibujo está en manos de un John Bolton inspiradísimo, 100% compenetrado con el giro que Claremont se propone darle a las historias. Estas “vignettes” (que alguna vez fueron los back-ups de la revista Classic X-Men) me recordaron por qué estaba buenísimo ser fan de los mutantes a mediados de los ´80. Y por segunda vez (porque ya las había leído, hace más de 25 años) me hicieron feliz.