el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 31 de julio de 2013

31/ 07: LOS MAS VENDIDOS DE JULIO

Julio fue un mes de excelentes ventas para mi mini-distribuidora, obviamente impulsado por la cantidad de novedades que salieron y por el impacto que produjeron tres de ellas. Sin embargo, hubo varias novedades que no entraron al Top Ten y las que sí lo hicieron, no lograron apoderarse del primer puesto. Así quedó la cosa:
1) Bife Angosto Vol.3 (De la Flor)
2) Macanudo Vol.10 (Común)
3) Términus Vol.3 (Términus)
4) Perramus Vol.1+2 (De la Flor)
5) Bife Angosto Vol.2 (De la Flor)
6) Gaturro Vol.21 (De la Flor)
7) ¿Dónde está el Polaco? (Fabio Zurita)
8) Términus Vol.2 (Términus)
9) Peter Kampf lo Sabía (Ojo de Pez)
10) El Sabio de Sión (Noviembre)

Cinco novedades entre los 10 más vendidos, está muy bien. De los cinco puestos restantes, el Vol.2 de Términus entró por el “efecto arrastre” del Vol.3, el Vol.2 de Bife Angosto es casi una novedad (porque estaba agotado y se reeditó), Gaturro resiste hace ya varios meses pero todavía no alcanza las cifras que vendimos del Vol.20, Peter Kampf sigue tan insumergible como siempre (mientras los editores se obstinan en no publicar otras obras de Trillo y/o Mandrafina) y el más vendido, el Vol.3 de Bife Angosto, ya llevaba varios meses ahí, peleando la pole position con otros lanzamientos de la misma editorial. Esta vez vendió una brutalidad de ejemplares y se le dió.
Hablando de brutalidad, imposible enumerar todos los lanzamientos que prometen las editoriales para Agosto. Preparate para un tsunami de novedades pocas veces visto. Esto tiene que ver con que mañana arranca Crack Bang Boom, y todas las editoriales quieren tener alguna papa fina para presentar en el mega-evento rosarino. Es lógico y me parece perfecto. Veremos cómo responden los consumidores.
Y también a causa de Crack Bang Boom, el blog hace una pausa de cuatro días para retomar nuestros encuentros diarios el lunes 5. Si vas a Rosario, nos vemos allá (junto a los ídolos Paul Pope, David Lloyd y miles más) y si no, aprovechá estos días de paréntesis para leer más comics, que de eso se trata este blog.
En Agosto vamos a tener otra pausa de unos poquitos días, porque el 24 y 25 voy a estar con stand y charlas en la cuarta edición de Dimensión Comics, la convención de Comics, Cine, Anime y Cultura Pop que se realiza en Salta, ciudad a la que voy a viajar por primera vez. Allí estaremos junto a los maestros Eduardo Risso, Quique Alcatena, Darío Brizuela, Rubén Meriggi, Jorge De los Ríos y la legión tucumana de la UNHIL. La convención se realizará en tres espacios en simultáneo: Casa de la Cultura (Caseros 460), Plaza 9 de Julio y Centro Cultural América (Mitre 23). Si andás por la zona Norte (Olivos, San Isidro, esa onda) no dejes de sumarte.
Buenas ventas en comiquerías, muchos lanzamientos editoriales y eventos grossos en varias ciudades del país. Y la gilada se sigue quejando...

martes, 30 de julio de 2013

30/ 07: SHARAZ-DE

Alberto Breccia, Jorge Zaffino, Quique Alcatena, Lucho Olivera, Dave McKean, Bill Sienkiewicz... en algún momento, todos estos genios del dibujo, todos estos inclasificables, confluyen en Sergio Toppi. También dibujantes que no pertenecen al palo de la historieta, como Carlos Alonso, por ejemplo. Toppi fue un faro vanguardista inagotable, un tipo que hasta el último día se esforzó para hacer todo distinto de como lo habían hecho todos los demás. Y lo logró. Hoy ves una página de Toppi y no te cabe la menor duda de que es obra de este monstruo italiano que nos dejó hace menos de un año. Toppi jugaba todo el tiempo a sobredibujar, a recargar la figura con las más inverosímiles texturas, cross-hatchings, sombras y efectos de todo tipo en un despliegue barroco, desmesurado, de un impacto arrollador para el ojo del lector. Y a la vez, se cuidaba de que toda esa sobrecarga de información visual ocupara sólo una parte de la viñeta. El maestro cuidaba como pocos la composición y el equilibrio y en sus alucinantes viñetas se luce también el espacio blanco, esas vastas zonas vacías, en virtuoso contrapunto con esos dibujos abigarrados, repletos de rayitas y detallitos microscópicos.
En los trabajos a color de Toppi, de los que este fastuoso libro ofrece dos, vemos toda otra gama de recursos increíbles (algunos que lo emparentan al enorme Fernando Fernández) y el mismo talento inconmensurable para el dibujo y la composición. Entre el color y el blanco y negro, esta edición nos bombardea con casi 200 páginas de Sergio Toppi y esa es una experiencia totalmente alucinante, sin ninguna posibilidad de retorno. En total son 11 historias, todas ellas basadas en los cuentos (menos conocidos) de Las Mil y Una Noches, y realizadas por el italiano a lo largo de muchos, muchos años. Las primeras son de 1979 y las últimas de 2005. En ningún momento se nota la evolución: el Toppi de 1979 ya hacía gala de la solvencia y la magia que conservó hasta sus últimos días. Si no buscás en la web las fechas, jamás te imaginás que Toppi no dibujó las 11 historietas una atrás de otra.
¿Y qué onda las historias? Casi todas son muy buenas. Hablan de honor, de lealtad, de humildad, de respeto, de no dejarse llevar por el poder o la ambición, de mantenerse fiel a los sueños... todo esto con los textos bien sintetizados, de modo que no se haga para nada densa la lectura. Está claro que Toppi planeó adaptar muchos cuentos más, porque en el último no hay ni el menor indicio de que pueda cambiar ese status quo que se impone cuando el sultán decide no matar a Sharaz-de a cambio de que esta le narre nuevas historias.
El problema (porque vos que me leés todos los días sabías que en algún punto nos íbamos a topar con un problema) es que Toppi elige no narrar con sus dibujos. Estos están ahí, majestuosos y omnipresentes, y sin embargo todo el peso del relato recae sobre los textos. Si leés los textos sin mirar los dibujos, las historias se entienden perfectamente. Si mirás los dibujos sin leer los textos, vas a tener varios orgasmos, pero no vas a entender una chota. Yo soy de los que creen que, por más virtuoso que seas a la hora de dibujar, si se pueden omitir tus dibujos y aún así entender las historias, estás haciendo algo mal. Si la imagen y el texto van cada uno por su lado, si no se frotan, la magia de la historieta no se produce. Y lamentablemente Toppi eligió ese camino: el de las imágenes superlativas, que te detonan las retinas, pero que funcionan apenas como ilustración medio fumada de algún pedacito del texto.
Por supuesto, corrí a buscar otras historietas de Toppi de principios de los ´80, y me quedé tranquilo al ver que en otras obras, el maestro ponía su formidable grafismo al servicio de los relatos, hilvanaba secuencias complejas, manejaba una amplia gama de planos y angulaciones, y aún así no descuidaba ni la identidad de su dibujo ni esa forma tan personal de componer las viñetas y las páginas. Así me convencí de que esto que sucede en Sharaz-de no es un error ni una torpeza por parte del ídolo, sino una elección, que yo particularmente no comparto.
Si sos dibujante o te gusta el dibujo, supongo que ya tenés una o varias historietas de Toppi en tu biblioteca. Si todavía no capturaste ninguna, este libro te propone una sobredosis devastadora de una droga jodida de verdad. Ahora, si sos fan de las historias, si te copa más la narrativa visual que el despliegue de virtuosismo de un dibujante (o incluso de un genio del dibujo), seguro vas a encontrar obras de Sergio Toppi más logradas en ese sentido. Como sea, siempre está bueno deleitarse con el talento descomunal de esta bestia legendaria. La edición yanki (de Archaia), sencillamente inmejorable.

lunes, 29 de julio de 2013

29/ 07: SHOWCASE PRESENTS THE HOUSE OF MYSTERY Vol.1

Empecé esta colección con el Vol.3, seguí con el Vol.2 y termino con el Vol.1, que es donde tendría que haber empezado. Este Showcase recupera en magnífico blanco y negro los n°s 174 al 194 de House of Mystery, es decir que arranca justo cuando llega Joe Orlando (glorioso veterano de la EC) a hacerse cargo de la coordinación de esta longeva serie. Después de varios años con historias del Martian Manhunter y Dial H for Hero (que andá saber qué carajo tenían que hacer en una revista llamada House of Mystery), Orlando trae de vuelta el formato de antología, y las historias cortas autoconclusivas, sin personajes recurrentes, que tratarán de enmarcarse en el género del terror sin irritar a los nefastos censores del Comics Code Authority, todo esto en 1968, cuando dicho organismo todavía tenía bastante peso. Eso explica que –como vimos en los tomos ya reseñados- las historias sean bastante livianitas, con poca sangre, cero gore, cero vampiros, cero muertos vivos, cero sexo, etc. Y ahí fueron un puñado de guionistas a remar contra todas esas limitaciones. Veremos quiénes salieron bien parados.
El primer grosso es, sin dudas, Sergio Aragonés, quien se luce con sus viñetas humorísticas en casi todos los números, a veces con chistes que tienen más filo y más mala leche que las historietas supuestamente “dramáticas”. Genio y figura Aragonés.
Marv Wolfman (por entonces un borreguito) firma varias historias más que dignas, algunas con ideas que hoy servirían para bancar series de 60 episodios. La mejor es The Roots of Evil, bien dibujada por Jack Sparling, que habitualmente dibujaba para el orto. Mike Friedrich mete una sóla historia, pero está muy buena y además el protagonista es... Gil Kane, que además es el dibujante. Otto Binder logró ponerme nervioso con su Sir Greeley´s Revenge, aunque los dibujos del mediocre Frank Springer no ayudan para nada.
El mítico Robert Kanigher me sedujo con The Siren of Satan, dibujada como los dioses por Berni Wrightson. El final es choto, pero la historia es sumamente atrapante y muy al límite de lo que se podía publicar en el mainstream de 1969. También en la misma veta, está bastante buena su Secret of the Egyptian Cat, de nuevo con hermosos dibujos de Wrightson. Otra de gatos, Eyes of the Cat, logró incomodarme bastante a pesar de ser predecible. Esta está bien dibujada por Jerry Grandenetti. Y la extraña Fright se apoya mucho en la magia claroscurística del genial Alex Toth, pero además el guión se la banca bastante.
E. Nelson Bridwell, el tipo que escribía los comics de Superman más chotos de los ´70 (y la revista de los Superfriends!) me sorprendió gratamente con una historia atípica para este tipo de antologías: The Eyes of the Basilisk, de nuevo con Gil Kane en los lápices, entintado como los dioses por otro grande, Wally Wood. Joe Gill, el pulpo que escribía 150 series en las revistas de la Charlton, también mete una sóla historia, pero muy linda: The Beautiful Beasts, con unos dibujos majestuosos de Al Williamson, otro artista de lujo con pasado en la EC.
De todas las historias que juegan con la dicotomía entre sueño y realidad, la más finoli, la más sutil es Nightmare, escrita por Jack Oleck (abonado a estos títulos) y con unos dibujos de Neal Adams demasiado buenos para ser reales. Otra muy digna de Oleck, potenciada a full por los dibujos de Toth, es Born Loser, una historia con más de un giro impredecible en sólo 10 páginas. Finalmente, Len Wein da cátedra con la perturbadora No Strings Attached!, donde además logra algo casi imposible: que Bill Draut parezca un dibujante virtuoso y no uno del montón. Muy notable.
Acá tenemos, además, la primera aparición de Cain (n°175), el primer trabajo profesional de Wrightson (n°179) y el primer trabajo para EEUU de Tony de Zuñiga (n°188), que luego habilitaría el desembarco masivo de los dibujantes filipinos en las antologías de misterio de DC. Y por si faltara algo, historietas con guiones medio chotos, pero dibujadas por animales como Jim Aparo, Néstor Redondo, Russ Heath y Gray Morrow. Si a esto le sumamos las dibujadas por Wrightson, Adams, Kane, Toth, De Zuñiga y Williamson (y reproducidas en blanco y negro, sin coloristas que las masacren), vamos a coincidir en que de estas 552 páginas cerca de un tercio están a cargo de un All-Star Squadron de próceres del lápiz y la tinta. Con eso y los chistes de Aragonés y los guiones que pudimos rescatar, nos sobran los motivos (diría el poeta) para atesorar este Showcase.

domingo, 28 de julio de 2013

28/ 07: PERIODICIDADES DE UN TIEMPO LOCO

Fabián Mezquita es un dibujante muy conocido en el medio, principalmente por sus muchos años de trabajo en el Museo de la Caricatura Severo Vaccaro y por su incansable labor por la historieta infantil desde las filas de Banda Dibujada. Paradójicamente, mucha gente conoce a Mezquita pero no a su obra, que hasta ahora abarca dos libros publicados en nuestro país: la adaptación de El Diario de Ana Frank (realizada junto a Diego Agrimbau) y esta extraña compilación de dibujos (con algo, muy poquito, de historieta) editada por Llanto de Mudo.
Periodicidades... es un buen libro para descubrir a Mezquita en su faceta más libre, más suelta, en la que despliega un dibujo virtuoso, riquísimo en detalles y climas, de modo mucho más natural, menos afectado que en sus trabajos más “caretas”. El problema es que casi no hay historietas, son casi todos dibujos con algún texto alusivo, pero sin narrativa. A veces Mezquita echa mano a algún recurso historietístico, como insertar entre las ilustraciones una viñeta chiquita, en la que aparece él mismo aportando algún comentario sobre el dibujo. Los bloques de texto que acompañan a varias de las ilustraciones también, están colocados como para dar la sensación de que estamos frente a una página de historieta, obviamente con pocas viñetas. Pero no. La única historieta propiamente dicha es una joyita muda de cuatro páginas, que aparece cerca del final del primer tramo del libro. En esa secuencia sin textos y CON narrativa, Mezquita despliega un talento muy notable para el relato gráfico, y además la sana intención de llegarle al lector, de conmoverlo con una historia chiquita, basada en los sentimientos y las frustraciones de un tipo común, que podría ser cualquiera de nosotros.
El resto del libro no funciona como un relato, sino más bien como un manifiesto. En la primera parte, denominada Postales Porteñas, Fabián se cuelga en una aguda y acertada observación de Buenos Aires, sus calles, su gente, su ritmo. Su pluma capta rostros, climas, situaciones y paisajes de la gran ciudad y sus textos bajan línea acerca de contradicciones, injusticias, olvidos, recuerdos, amores y desamores vinculados a la Ciudad de la Furia. La segunda parte (Postales de un Mundo en Crisis) nos invita a recorrer mediante imágenes una larga serie de conflictos que estallaron en distintas partes del planeta entre 2008 y 2012. Mezquita apoya las ilustraciones (algunas realmente descarnadas, fuertes) con textos en los que explica brevemente –y sin escatimar sus opiniones- el núcleo de cada uno de estos conflictos. Y en el epílogo, titulado Postales de Esperanza, el autor nos cuenta (también con hermosos dibujos) hacia dónde cree él que va el mundo y qué cambios hacen falta para que la paz y la fraternidad le ganen a la violencia y la depredación de unos sobre otros. Esto es 100% bajada de línea, pero Mezquita baja línea de frente, con honestidad, sin pretender venderte otra cosa más que SU visión del mundo.
Tanto en los tramos a color como cuando se vuelca por el blanco y negro, Mezquita hace gala de una increíble solidez en el estilo académico-realista, además de ese notable sentido de la observación que destacábamos hace un ratito. Es raro, porque Fabián fue asistente de Carlos Meglia y acá no se ve nada ni remotamente parecido al estilo del ídolo. Pero se ve (y resalta a ocho cuadras) un gran manejo de la línea, de las texturas, de las aguadas, del cross-hatching, de la iluminación, y de la composición en cada uno de estos cuadritos, que tienen nivel de sobra para ser cuadros, para enmarcarse y exhibirse por sí solos.
No lo pongo en la categoría de los indispensables, porque casi no tiene historietas. Si eso no te quita el sueño y te ceba más la idea de descubrir a un dibujante de gran talento para traducir en imágenes la realidad que lo rodea, Periodicidades... te va a resultar una experiencia sumamente placentera. Si además amás a la ciudad de Buenos Aires como la ama Fabián Mezquita, seguro vas a flashear.

sábado, 27 de julio de 2013

27/ 07: CHECKMATE Vol.1

Este es un título decididamente menor de DC, muy típico del período 2006-2011, ese en el que la editorial probó suerte con 150.000 conceptos y la pegó con tan pocos, que terminó por rebootear el universo. Por lo menos lo intentaron, porque no se puede negar que la cantidad de series que lanzó DC entre Infinite Crisis y Flashpoint es impactante. Y cuando nos cansemos de buscarle sustancia al humo y la oquedad que nos quieren vender en estos últimos años, seguramente vamos a terminar por reivindicar a series de esta etapa a las que no les dimos bola: ni la que se merecían, ni menos, ni más.
Checkmate tiene un gancho irresistible: Greg Rucka. No sé cómo DC dejó ir a Rucka, porque este tipo la rompió prácticamente en todo lo que hizo para la editorial. Creo que lo único choto son esas historias de Renée Montoya como Question que enganchan con Final Crisis. El resto es todo de dignísimo para arriba. En Checkmate, además, a Rucka le dejan hacer algo que le sale muy bien: una de espionaje internacional con tono realista y con mucho énfasis en el procedimiento. Por supuesto, no logra transplantar al Universo DC la onda de Queen & Country, porque acá, para que la serie venda, tiene que meter mucha más machaca y personajes con disfraces coloridos. Aún así, se acerca bastante a la onda de las gloriosas aventuras de Tara Chace (ver reseña del 06/03/12), con mucho peso para los jetones de saco y corbata que negocian con embajadores y ministros antes de poner en marcha o abortar las misiones de los agentes, muchos muertos, mucha runfla, etc.
Esta encarnación de Checkmate, totalmente reformada tras los eventos de The OMAC Project, depende del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Acá vemos cómo el Consejo aprueba la creación de este nuevo Checkmate, a pesar del voto negativo de dos miembros y la abstención de uno sólo (Argentina, canejo!). Por supuesto, para que las cosas importantes se aprueben, hay que rosquear. Y en ese rubro, Rucka juega con 40 anchos de espada en el mazo, porque –a pesar de sus esfuerzos por darle chapa a Sasha Bordeaux- el personaje central será, sin discusión posible, Amanda Waller, la reina de la rosca. Amanda, ex integrante del gabinete de ministros de Luthor y experta en operaciones encubiertas ejecutadas por super-villanos (ver reseña del 10/05/11), llevará a cabo su propia agenda, no alineada con la ONU, sino siempre leal al gobierno de los EEUU. Y todos los demás miembros de la cúpula de Checkmate (“los reales”) tendrán que cambiar su juego para descubrir de qué juega Waller.
El primer arco está apenitas estirado y nos narra la opereta que arma Checkmate para “convencer” a China de que apruebe la creación de la agencia. Hay un episodio de transición en el medio y cierra una aventura de dos capítulos en la que Waller reactiva al Suicide Squad (con Rick Flag y todo) para resolver una crisis en Myanmar (Guy Delisle nos contó bastante sobre ese páis en el libro que vimos el 15/11/11) en la que la ONU prefieren no meterse. Si –como yo- sos fan del Squad, con estos dos numeritos vas a flashear mal.
El dibujante titular es español Jesús Sáiz (el de Manhunter), muy correcto, sin pifias y sin mayores despliegues de virtuosismo. Sáiz cuida la narrativa y logra una muy buena integración entre su grafismo y la referencia fotográfica. El suplente (con tres de estos siete episodios, incluyendo los del Suicide Squad) es Cliff Richards, al que no conocía. Y no es malo, por suerte. De hecho, se luce bastante cuando lo complementan las tintas del veterano Dan Green. O sea que visualmente, esto se la banca, sin descollar ni emocionar demasiado.
Y sí, para que esto fuera un comic de espionaje posta, había que sacar a Alan Scott (que por suerte está sólo en el primer arco), a los superhéroes chinos (algunos con pinta... interesante) y a los villanos y demás personajes del Suicide Squad. Al meterlos a todos, Rucka logra que uno se tome menos en serio el tono circunspecto y protocolar de “las partidas de ajedrez” entre la cúpula de Checkmate, ese aspecto más realista, del toma-y-daca entre intereses muy fuertes, muy encumbrados a nivel del poder mundial. Algo que, en una de esas (y sobre todo en manos de guionistas menos talentosos) podría ser un embole, y que acá se hace muy entretenido porque Sasha, Mr. Terrific, Fire, los “amiguitos” de Waller y varios personajes más vinculados al palo metahumano le ponen picante a la runfla cada vez que estalla la acción. Si sos fan de Greg Rucka o extrañás al DCU pre-reboot, no dejes de darle una oportunidad.

viernes, 26 de julio de 2013

26/ 07: ZEBITA

Hoy de nuevo muy cortito.
Esta es una tira que sale en ese horror de la gráfica, esa tragedia para el periodismo conocida como el diario MUY, obviamente parte del oligopolio que controla el prócer inmaculado de la patria, el Señor Héctor Magnetto. Por suerte, entre tanta mentira, tanto amarillismo y tanta mierda, este medio (medio choto) le da espacio a J.J. Rovella para que todos los días juegue en el espacio de una tira, muy bien reeditada en libro por Comiks Debris.
El protagonista de la tira es un chico, pero no estoy muy seguro de que se trate de una historieta infantil. Me parece que Rovella apunta a un público más amplio. Como siempre, sus recursos a la hora del humor son muy, muy amplios. Puede jugar con el lenguaje de la historieta, con el slapstick, con la clásica comedia costumbrista, con el absurdo, con una mirada más social, con juegos de palabras, con el siempre fértil recurso de meterse con la imaginación de los chicos (y contraponerla con la chatura de los grandes)... Rovella no deja timbre sin tocar ni veta sin explorar a la hora de crear los chistes, y casi siempre logra el efecto deseado.
Hasta pasada la mitad del tomo, Zebita es una family strip bastante convencional, con ese vuelo extra que le da la vasta gama de recursos humorísticos que enumeraba recién, pero no muy disinta de cientos de otras. Ahora, cuando faltan seis páginas para el final, Rovella le pega un sacudón heavy al status quo de la tira: los pades de Zebita deciden separarse! Y se separan! Y hay CHISTES basados en eso, que encima SON GRACIOSOS! Eso sí, nunca se lo había visto hacer a ningún humorista y la verdad que acá está muy, muy bien manejada la situación. El autor la viene cocinando a fuego lento desde el principio y cuando detona, lo hace de una manera muy inteligente, muy bien pensada, sin restarle dramatismo (a pesar de ser presentada en el contexto de una tira cómica) y sin convertirla en un hecho trágico, imposible de sobrellevar. Un volantazo muy, muy notable, que despega a esta tira del pelotón, rápido y bien.
El dibujo de Rovella es prolijo, correcto, pensado para gustarle a un público lo más amplio posible. Casi siempre logra una síntesis, un dibujo que funciona con pocas líneas y casi sin fondos, y ese es –para mí- el mejor Rovella. El que no sobrecarga las viñetas con información. Cuanto más despojado sea su dibujo (o sea, cuanto más se acerque a lo que hace en Dante Elefante), más me gusta. El color está muy bien, muy sobrio, aunque yo le sacaría las tonalidades y los sombreados para utilizar sólo colores planos, como en las historietas más antiguas.
Si te jugás a comprar y leer el libro de Zebita, te vas a encontrar algunas genialidades. No muchas. No estamos hablando de Mafalda, ni de Calvin & Hobbes. Pero sí de una tira más que competente, donde se nota la mano de un tipo que conoce perfectamente el oficio y que -si bien hizo su debut en el mundo de la publicación diaria con esta historieta- se mueve con muchísima solvencia en un terreno muy complicado, como es el del humor en los diarios. Habrá más J.J. Rovella en los próximos meses, acá en el blog.

jueves, 25 de julio de 2013

25/ 07: A1 Vol.5

Sí, me tuve que saltear el Vol.4. Me encantaría tenerlo, pero no, es de los tres que no conseguí. Tampoco tengo el Vol.6, así que esta es mi última reseña de A1 por un largo tiempo. Por lo menos me tocó un tomo gordito, con casi 100 páginas de historieta. Acá no hay ninguna que te haga decir “Ah, bueno. Esto es la joya superativa y me parece increíble que nunca se haya reeditado, porque merece ser descubierta y reivindicada por las nuevas generaciones de lectores”. Y sin embargo, hay buen material. Veamos.
Arrancamos con grandes ambiciones: ocho páginas en las que se reencuentran Neil Gaiman y Kelley Jones, que acababan de romperla en Season of Mists, una gloriosa saga de Sandman. Acá el guión plantea una compleja ucronía, un mundo bastante distorsionado respecto del real (con Betty Page presidenta de los EEUU!), pero le falta espacio para desarrollar al personaje y a los conflictos. Es el gen de una posible gran historieta a la que no vimos cristalizarse nunca. Y el dibujo es espectacular, con un Jones prendido fuego, que nos recuerda en cada viñeta que en blanco y negro es un tanque demoledor, como su admirado Berni Wrightson.
Glenn Fabry nos trae otro episodio de su Bricktop, con otro argumento medio frutero y un dibujo exquisito, cada vez más puntilloso, más cerca de Arthur Adams que de la cosa anatómico-cabeza de Simon Bisley (que me encanta, aclaro). Peter Milligan forma equipo con Brett Ewins (como en Skreemer) para destripar un relato de Franz Kafka en algo que más que una adaptación parece un ensayo dibujado sobre el cuento en cuestión. Son ocho paginitas, repletas de hallazgos gráficos y de textos brillantes.
Dos personajes creados en los ´50 dicen presente: El maestro Joe Kubert mete una historia de 5 páginas de Tor, sin textos, pero con unos dibujos bellísimos y una narrativa impecable. Y el piloto británico que surcó el espacio exterior, Jeff Hawke, tiene una aventura de 7 paginitas, bien escrita por su creador (Sydney Jordan) y correctamente dibujada por unos autores ignotos, a los que nunca había oído nombrar. El genio neozelandés Roger Langridge mete una de tres paginitas de Knuckles, la Monja Malévola, que combina humor con patetismo y bajada de línea, por supuesto muy bien dibujada.
Dos autores icónicos del comic independiente británico aportan sendas historietas que clavan muy arriba, entre lo mejor del tomo: Illya y Nick Abadzis, dos nombres a los que vale la pena seguir, hagan lo que hagan. El ya fallecido/a Jeff Jones (antes de convertirse en Catherine) aporta tres paginitas muy aburridas, en las que ni siquiera se luce su dibujo. La que escribe Bruce Jones tiene un guión remanido, medio traído de los pelos, y zafa más que decorosamente gracias al excelente dibujo de un tal Jim Sullivan, entintado con jerarquía por William Stout, el autor de la impactante portada.
La historieta más larga del tomo es una adaptación de un cuento. El maestro David Lloyd (a quien manosearemos la semana que viene en Rosario) convirtió en historieta de 12 páginas a un relato de Ramsey Campbell, con un guión que no me terminó de cerrar y unos dibujos que me emocionaron hasta las fibras más íntimas del alma. Magnífico trabajo en el que Lloyd, as del lápiz y la tinta, hace magia con las aguadas. ¿Lo tenías a Steve Leialoha dibujando bien? Acá la rompe en una historia corta y en joda escrita por Bill Mumy y el actor Miguel Ferrer, en la que mete muy buenos enfoques y excelentes tramas mecánicas. Y cerramos con una de cinco paginitas escrita y dibujada por Steve Dillon, que deja la vida en cada viñeta y nos regala un laburo que visualmente le pasa el trapo a TODO lo que hizo para las editoriales yankis en los últimos 25 años. El guión es un slice of life melancólico, con ritmo pachorro, una de “jóvenes a la deriva”, pero con protagonista de 30 ó 35. En cinco páginas está perfecto. Eso mismo, en 8 páginas, era para pegarse un corchazo.
A1 sirve para descubrir historias cortas raras y copadas y además para armarse un mapa mental de quiénes eran los nombres más destacados de la historieta británica allá por 1989-1991. Por supuesto, hay varias colaboraciones de autores yankis y hasta de Moebius, pero el énfasis de los coordinadores (Dave Elliott y Garry Leach) estaba puesto en el gran momento por el que atravesaba en esos años el comic del Reino Unido, en todas sus vertientes: desde los autores más comerciales hasta los más under. Y la mezcolanza les salió tan bien, que los comiqueros del 2013 seguimos tras la pista de esos seis míticos tomos de A1.

miércoles, 24 de julio de 2013

24/ 07: EDEN HOTEL Vol.1

Si estás siguiendo esta historia en su versión blanco y negro y cortada en fetas por la Fierro, dos cosas: 1) te compadezco enormemente, y 2) no sigas adelante, por las dudas de que te tire algún spoiler.
En esta novela gráfica, Diego Agrimbau pone a funcionar una fórmula infalible: toma algunos datos verídicos de la realidad y sobre eso empieza a moldear un “what if...?”, una ucronía sutil, finita, MUY factible, en la que el verosímil no se rompe nunca. De todo lo que nos narra Eden Hotel, son verdades históricas estas tres: 1) El hotel existió en La Falda y albergó a muchos jerarcas y partidarios nazis, 2) el Che Guevara y su familia llegaron una vez hasta las puertas del hotel (aunque decidieron hospedarse en otro lado) y 3) el papá de Ernesto y el General Jurado militaban en una agrupación llamada Acción Argentina, que investigaba y denunciaba el accionar de los nazis en nuestro país. El resto, lo inventó todo el guionista. Bah, también hay varios teóricos que afirman que Adolf Hitler logró escapar con vida de Alemania, vivió muchos años en Córdoba y falleció en Mendoza. El día que eso se compruebe fehacientemente, serán cuatro los episodios reales que se ven trasladados al guión de Agrimbau.
La idea de que Hitler y el Che hayan vivido un tiempo en la misma provincia argentina es – ya de por sí- riquísima. Los que leemos bastante historieta sabemos que los villanos nazis garpan a full y enfrentarlos nada menos que a un Ernesto Guevara adolescente es un golazo, de acá a Berlín. Lo más lindo que tiene el guión es cómo nos muestra en este borreguito rebelde muchas cosas que después caracterizarán al Che adulto, el Che mítico. Acá, además de sufrir por el asma, lo vemos enamorarse, discutir, soñar, tomar un arma de fuego por primera vez, tener que aguzar el ingenio para enfrentar a un ejército mucho más poderoso que el suyo... En EEUU te venderían este comic como el “Year Zero” del Che. Como Ernesto todavía es chico, lógicamente tiene que apoyarse en varios personajes más grandes que él: dos son reales (su padre y el General Jurado) y uno es ficticio, Helena Werner. Los tres están muy bien desarrollados por el guionista, pero obviamente es Helena a quien Agrimbau trata mejor, dota de más personalidad y más carnadura humana. Le sacás a Helena y el guión no avanza para ningún lado.
En 70 páginas no se pueden hacer milagros, por lo cual la madre y los hermanos del Che están apenas esbozados y los villanos... son simplemente villanos, no hay intentos serios por darles profundidad, ni siquiera a los que más escenas protagonizan. Pero hay un personaje relevante más, también tomado de la Historia real: Fritz Mandl, un mercader especializado en armas que, efectivamente, vivió muchos años en La Falda, en una finca cerca del Hotel Edén. Agrimbau aprovecha los contactos que este señor tuvo con los nazis (perfectamente documentados) para convertirlo en una pieza importante en la trama, encargado principalmente de que Ernestito Guevara y los suyos no alteren el curso de la historia que todos conocemos. O sea que las escenas con Mandl son importantísimas.
En la faz gráfica, tenemos a un inspiradísimo Gabriel Ippóliti, que vuelve a superarse a sí mismo. Este es el trabajo donde se lo ve más suelto, donde los personajes actúan mejor, donde todos (sobre todos los niños) se mueven con más plasticidad. Si las viñetas de Ippóliti te parecían algo estáticas, o por momentos pecaban de excesiva solemnidad, acá el maestro rosarino sorprende con su búsqueda de otra dinámica, más fresca y más ganchera. Y en todo lo demás está tan afianzado, tan imbatible como en sus trabajos anteriores. Una maravilla.
Esto no es historieta histórica, no es ciencia-ficción, no es un thriller, no hay erotismo, no hay persecuciones y vuelan –como mucho- media docena de trompadas y un tiro. Es una historia redondísima, intensa, que te atrapa desde el planteo y no te suelta hasta el final y que, además de jugar con los años mozos de un personaje icónico como el Che, nos invita a pensar en serio en un tema medio barrido abajo de la alfombra, que es la estrecha relación entre el nazismo y nuestro país durante la década del ´40. ¿Está al nivel de los grandes clásicos de la dupla Agrimbau-Ippóliti? Sí, totalmente. Eden Hotel no desentona para nada al lado de genialidades como La Burbuja de Bertold y El Gran Lienzo. Y demuestra, de paso, que se puede pegarla en Francia con una historieta recontra-argenta inmersa como pocas en las temáticas que nos tocan más de cerca. Muy notable, de verdad.

martes, 23 de julio de 2013

23/ 07: THE WOLVERINE

La primera peli de Wolverine fue definitivamente mediocre. Después de una primera hora más que digna, cuando Logan se escapa del laboratorio donde le engrampan el adamantium la cosa empieza a derrapar hacia el abismo y parece no encontrar fondo. Esta, lejos de ser perfecta, está mil veces mejor que aquel bodrio irreivindicable. Trataré de spoilear lo mínimo indispensable.
The Wolverine dura 126 minutos, pero no la sufrís, no se hace larga en ningún momento. En algunos pasajes, hasta logra sumergirte por completo en la historia, compenetrarte a full y hacer que sufras cuando los personajes sufren. Un ratito, nomás, no toda la película. El director James Mangold encontró un equilibrio entre machaca e introspección que funciona bastante bien. La machaca abunda, pero no es la única pata en la que se apoya la película que –sorprendentemente- ofrece un muy buen planteo argumental, capaz de atrapar y satisfacer incluso al que no es fan de Wolverine.
El principal hallazgo es –me parece- todo ese tramo en el que a Logan le funciona para el orto el factor curativo. Ahí lo vemos más vulnerable, más humano, más creíble, incluso con alguna chance de fracasar en su misión, que es impedir el asesinato de una bellisima Mariko Yashida, muy bien interpretada por Tao Okamoto. Logan tiene que echar mano a otros recursos, apoyarse un poco más en otro personaje con mucha onda (Yukio, interpretada por Rila Fukushima) y hasta usar la cabeza para deducir pistas. Por supuesto hay saltos al vacío totalmente inverosímiles, como la lucha arriba del tren bala o la escena en la que Wolverine se opera a sí mismo del corazón. Y varios momentos jodidos de verdad, en los que no se te ocurre cómo va a zafar el canadiense de los peligros que enfrenta. La runfla empresario-político-criminal que rodea a los Yashida desde aquella mítica miniserie de Frank Miller y Chris Claremont está muy bien aprovechada y es un caldo de cultivo muy fértil para... dos villanos y medio, a los que no se puede nombrar para no spoilear. La vuelta de tuerca que llega cerca del final, cuando se nos revela la identidad de... uno de los villanos, es totalmente impredecible y está muy, muy bien. Lo único medio choto es cómo se sacan de encima a la villana, a la que le habían logrado dar mucha chapa a lo largo de la película. Daba para propinarle un mejor final.
A la atractiva base de “Wolverine en Japón metido en una rosca espinosa por la sucesión de un industrial multimillonario, con villanos y ninjas”, el guión le agrega un tramito inicial tomado levemente de Logan, el comic de Brian Vaughan y Eduardo Risso, en el que Wolvie sobrevive al ground zero de la bomba de Nagasaki. Eso está bellamente contado por Mangold en una escena muy, muy notable. Sin ser una maravilla, la peli tiene poco para envidiarle a las tan ovacionadas producciones de la “línea Avengers”. Tiene acción, aventuras, runflas, honor, amor y hasta algún chiste bien calzado. Le falta la sangre, claro. Pareciera que la gente sólo sangra DESPUES de cagarse a espadazos o a tiros, cuando los médicos les curan las heridas. En las peleas no vuela una sóla gota de sangre y eso que se dan de lo lindo.
A diferencia de la primera peli, ambientada mucho antes de que Wolverine se uniera a los X-Men, esta va claramente después de X-Men III y se hace cargo de TODO lo sucedido en esa trilogía. De hecho, un personaje importante es el fantasma de Jean Grey, interpretada de nuevo por una Famke Janssen ya más viejita, pero igual de hermosa que hace 10 ó 12 años. Y la secuencia entre los créditos está pensada para cebar a los fans de los X-Men a niveles cósmicos, inconmensurables. Salís del cine y empezás a tachar los días que faltan para X-Men: Days of the Future Past, como si fueras un preso.
La verdad que Hugh Jackman hizo bien en insistir con SU versión de Wolverine en la pantalla grande. Esta vez remó con creces el bajón del film anterior y nos obsequió dos horas y puchitos de diversión al palo, bien actuada, bien filmada y con pocos momentos frutihortícolas en el guión, que no logran empañar un argumento bastante más sólido que el del comic promedio de Logan. A mí no me apasionó la trilogía de X-Men, ni soy fan de Wolverine, ni me excita ver a Jackman en cuero y todo chivado. Pero si reuniera alguna de esas tres condiciones, creo que esta película tendría grandes chances de ser mi nuevo totem personal. Aguante el kusuri.

lunes, 22 de julio de 2013

22/ 07: CAPITAN PATAPALO Vol.2

Me enteré de que existía un Vol.2 de Capitán Patapalo el día que vi este libro en la batea de una comiquería. Para mí, la serie lanzada por el español Enrique Sánchez Abulí y el francés Christian Rossi en 2000 había sido un fracaso (injusto, pero fracaso al fin) y ni me imaginaba que en 2007 se había editado un segundo tomo. Como me acordaba que el primero me había divertido bastante, me compré este sin dudarlo.
La fórmula básica es la misma: historias cortas, de 7 u 8 páginas, autoconclusivas, y que pueden leerse en cualquier orden. La ambientación nos lleva a las aguas del mar Caribe, donde los clásicos piratas hacen de las suyas y tienen en jaque a los galeones que se llevan el oro a España, a los barcos ingleses que se dirigen a los territorios del norte, o a los navíos portugueses que vienen a América a vender esclavos arrancados de Africa. El maestro Sánchez Abulí reduce el elenco protagónico a cuatro o cinco piratas que son los que aparecen en casi todas las historias y le otorga la voz cantante al más joven, al rubio grumete apodado Blondín. El Capitán Patapalo rara vez es la estrella. Las historias o bien están protagonizadas por toda la tripulación del barco, o bien se centran en el propio Blondín, que además de narrar las historias, las protagoniza con frecuencia. Pero claro, seguro es más atractivo que la portada diga “Capitán Patapalo” y no “Grumete Blondín”.
En general las historias son livianitas, con bastante humor negro, eso sí, pero sin mayor ambición. Abulí nos muestra las tropelías de estos piratas abominables, en clave de comedia, de modo que nos resulte gracioso ver cómo roban, matan y violan a gente que –generalmente- no les hizo nada. Por momentos, el guionista desliza algún dilema moral que los piratas deben resolver y, para sorpresa de ellos mismos, por ahí se cuela un rayito de esperanza, algún código, algún gesto honorable que no los redime de sus crímenes, pero los hace un poquito menos hijos de puta. Igual, la maldad de Patapalo y los suyos está planteada en son de joda, como hacía Alan Grant con Lobo, ponele. Y como Lobo en los buenos comics de la Bruja, los piratas de Abulí varias veces pierden y a veces se tienen que esforzar para arañar un empate.
La historia de este tomo que más me gustó es la que se centra en Carabín, un loser consumado de quien nadie sabe demasiado, hasta que una noche Blondín lo encara, y Carabín cuenta su estremecedor “secret origin”. Esta es una historia triste, por momentos escabrosa (Carabín mata a la mujer a la que amó toda la vida y luego tiene sexo con su cadáver), con alguna secuencia más distendida, o más cómica, pero impregnada de un clima muy heavy, muy desolador. Una timba brava, que sin dudas garpó.
El dibujo de Christian Rossi muestra la sana intención de despegarse del estilo de Jean Giraud, que es el que se ve todo el tiempo en casi todos sus trabajos, especialmente en los álbumes de Jim Cutlass en los que dibuja guiones del maestro. El primer tomo de Capitán Patapalo tenía dibujos perfectamente clonados de los de Giraud y ahora se lo ve felizmente afianzado en un estilo más personal. O en realidad, más amplio: ya no me recuerda TODO EL TIEMPO a Giraud, sino que también hay dibujos, enfoques y detalles que me recuerdan a Enrico Marini, François Boucq o Regis Loisel. Y muchos momentos muy originales, también, que no me recordaron a ningún otro dibujante, ni europeo, ni de ninguna otra nacionalidad. Rossi pilotea con éxito los desafíos narrativos, se banca como un duque todas esas páginas de 9 y 10 viñetas, se luce cuando dibuja fondos, le pone mucho huevo a las expresiones faciales y se complementa muy bien con el color, que no sé si lo pone él mismo, o si trabaja con un colorista que no aparece acreditado en la edición española de Norma.
Para hacerla corta, Capitán Patapalo es un comic de entretenimiento más que correcto, con una faz gráfica cuidada, linda, dinámica, y varios guiones muy filosos, repletos de esa alquimia entre humor, mala leche y aventuras que el glorioso Sánchez Abulí llevara a los extremos más geniales cuando escribía Torpedo 1936. No es un comic que te vaya a cambiar la vida ni mucho menos, principalmente porque no se lo propone. Y está muy bien.

domingo, 21 de julio de 2013

21/ 07: THOR: SPIRAL

Ah, bueno. Esto es impresionante. Dan Jurgens se vuelve a superar a sí mismo, pero demasiado. Se pinta la jeta a sí mismo, convierte a todas las proezas del tomo anterior en boludeces intrascendentes. Si cerré el tomo anterior asombrado por los huevos del guionista, esta vez tengo que decirte que lo de Jurgens no son huevos, sino planetas ovalados. No hay límites que el autor no esté dispuesto a cruzar en su indagación acerca de la faceta divina de Thor, su vertiente de deidad viviente, palpable, su efecto en los mortales, en la repartija del poder, en la concepción de la fe y la religión.
El TPB abre con un episodio muy descolgado, más raro que bueno (aunque no malo) a cargo de Christopher Priest y Trent Kaniuga, más basado en el mito de Thor que en el propio pelilargo, que ni aparece. Y después volvemos a la extensa saga de Dan Jurgens, esa que arrancó con la muerte de Odín y fue cobrando un rumbo cada vez más extremo, más jugado, más hipnótico. En este tramo se hace más manifiesto lo que veíamos en el anterior: casi no hay machaca, porque Thor no tiene contra quién pelear. Las escenas más violentas las protagonizan los propios humanos, divididos entre los que reconocen a Thor como legítimo dios y los que se aferran a las religiones clásicas y consideran herejes a los “thoristas”. Acá hay dilemas morales maravillosos, escenas y diálogos magníficos (el contrapunto entre Thor y el cura católico en el n°64 no tiene desperdicio, es de los mejores que leí alguna vez en un comic) y cuando se ve la mano negra que manipula a las facciones en pugna, todo cierra y se hace aún más atractivo. Sobre el final, hay un arrebato de machaca, un “todos contra Thor”, que termina mal para todos menos para Thor. Ahí se cruzan varios rubicones y queda claro que la cosa va a cambiar a partir del próximo tomo y se va a poner bastante más dark.
En cuanto a los secundarios, Jurgens manda al banco de suplentes a Thialfi y Balder (que tuvieron bastante protagonismo en el tomo anterior), le da consistencia de a poco al rol de Zarko (un viejo villano de la época de Stan y Jack), vuelve a acordarse de Tharene (que en el tomo anterior ni figuraba) y le pega un sacudón importante a Jake Olson, el personaje que él mismo creó en el n°1 de esta serie. Esto que pasa con Jake es tan impactante, que seguro tendrá graves consecuencias a futuro. Y en los distintos episodios, el guión se centra bastante en personajes humanos, comunes y corrientes, a medida que explora este difícil proceso de adaptación de la gente normal a la presencia muy tangible del Señor de Asgard y sus huestes de guerreros. Ahí también hay hallazgos por parte de Jurgens, que escribe personajes muy reales, afectados de modo muy creíble por este tsunami de elementos fantásticos entre los cuales el hecho de que Asgard flote sobre Manhattan es casi una nimiedad.
¿Por qué esto no es un clásico de clásicos, venerado por generaciones enteras de viñetófilos? Porque el pobre Jurgens tuvo mala suerte con los dibujantes. En este tramo le tocaron dibujantes no sólo mediocres, sino además inconsistentes, incapaces de dibujar varios episodios consecutivos. Después de ese laburito raro de Kaniuga (con onda grafitti urbano), hay un episodio más del muerto de Joe Bennett, a quien ya sufrimos en el tomo anterior. Con tres de los nueve episodios a su cargo, los dibujantes con más presencia son Ben y Ray Lai, una dupla de crotos sin imaginación que en los primeros planos tratan sin éxito de imitar a Travis Charest. Y hablando de imitadores, tenemos dos numeritos a cargo de Paco Medina, que clona milimétricamente el estilo de Humberto Ramos, con tristes resultados, porque no tiene ni un décimo del talento del ídolo mexicano. En la superficie, lo de Medina se ve lindo. Pero no profundices en composición, narrativa o manejo del lenguaje facial y corporal, porque se hunde en cuestión se segundos. La cosa levanta bastante con un capítulo que cae en manos del siempre solvente Tom Mandrake, con excelentes trucos narrativos y una perfecta integración de la referencia fotográfica. Después tenemos un numerito a cargo de nuestro Max Fiumara, en el que probablemente sea su primer trabajo para una editorial de EEUU, y donde se ven limitaciones y falencias que hoy no vemos ni de casualidad en las historietas de este joven maestro. No es una garcha, pero comparado con lo que hace Max hoy en día, es un poquito precario. Para el postre, una historia corta, también muy rara, escrita por el ignoto Marlan Harris y dibujada por el astro japonés Kia Asamiya... en un estilo irreconocible, a años luz de sus mangas más conocidos y totalmente jugado a la splash page, sin la menor intención narrativa.
Imaginate si para esta etapa de Thor se hubiesen quedado Andy Kubert o Stuart Immonen... Hoy –que hace frío- estaríamos por tirar al fueguito de la estufa los números de Walt Simonson, y aquella hermosa saguita de Warren Ellis y Mike Deodato ya sería un bollito de ceniza, negro y retorcido como el corazón de Loki. Vuelvo pronto a la carga con un nuevo TPB de Jurgens, porque este me dejó cebadísimo!

sábado, 20 de julio de 2013

20/ 07: HISTORIAS DE BOSQUENEGRO

Hoy. sintético, porque si no no llego.
Este segundo tomo de Bosquenegro nos muestra a Fernando Calvi otra vez inmerso en su mundo de criaturas fantásticas, a las que mueve con maestría por historias cortitas, simples, ideales para los más chicos.
La historia más larga tiene 24 páginas y está escrita de tal modo que hay un mini-remate al final de cada página. Detrás de su aparente simplicidad, la historieta tiene una estructura dramática clásica perfectamente respetada y sortea con creces la dificultad de resolver el conflicto sin recurrir a la violencia.
La historieta que a mí más me gustó es Merienda Accidentada, de cinco páginas, un relato decididamente humorístico, pero con las vueltas de tuerca suficientes para no ser un chiste largo que desemboca en (y le juega todas las fichas a) un remate gracioso.
Las últimas siete páginas del libro exploran un nuevo formato: historietas muy breves, de apenas media página, con bastantes viñetas, a veces con bastante texto, y acá sí, con la conisgna de desarrollar un breve argumento humorístico y rematarlo en la última viñeta.
En este formato, el de muchas viñetas chiquitas, casi abigarradas, es donde más me impactó el dibujo de Calvi, que es sin dudas el atractivo principal que le ofrece este librito a los lectores adultos. Ahí se ven más claros los planteos estéticos del autor, que me remitieron al A.L.I.E.E.E.N. de Lewis Trondheim, mezclado con las obras más sofisticadas de Miguel Calatayud. En las historias largas, las de viñetas grandes, se ve más Trondheim, mientras que en las últimas, las de las viñetas chiquitas, se ve más Calatayud, especialmente en la que cierra el tomo, que además es la mejor de esta última tanda. Visualmente, esto es un deleite irresistible. Los juegos que propone Calvi con las formas y los colores no sólo ceban infinitamente a los más chicos, sino que sorprenden a los más grandes, porque obligan al cordobés a plantearse una composición de las viñetas y una relación entre figuras y fondos muy, muy complejas, en la que se nota un laburo colosal para que todo se acople de manera armónica y funcional al relato.
Gran trabajo de este narrador virtuoso y versátil, que a veces se pasa de críptico en sus trabajos para los más grandes y que a la hora de crear historietas para chicos peló la magia que nos cautiva a todos: la de las historias chiquitas, muy controladas en cuanto a la extensión y a las pretensiones, y muy descontroladas a la hora de la imaginación y del despliegue de talento gráfico en cada página. Un librito ideal para comprar, leer en 15 minutos y regalar a un niño o niña con quien quedaremos como un duque, y a quien –en una de esas- ayudaremos a cebarse con la historieta sin tirarlo a esa picadora de carne tipo The Wall, pero con cara de gatito cachetón.

viernes, 19 de julio de 2013

19/ 07: PLASTIC MAN ARCHIVES Vol.3

Otra vez me animé a leer historieta yanki pre-1960, pero esta vez no me hizo falta juntar coraje, porque ya había leído los Vol.1, 2 y 4 de esta lujosa colección editada por DC. El nunca bien ponderado maestro Jack Cole creó a Plastic Man en pleno boom de los superhéroes, cuando estos brotaban como hongos, vendían fantastillones de ejemplares y se parecían demasiado entre sí, y sin embargo se las ingenió para que -70 años más tarde- esto se lea como historieta de autor. En 1944, seguramente los pibes lo leían como una marcianada, como un comic totalmente atípico e inclasificable, porque realmente Plastic Man no se parecía a nada. Y lo bien que hacía.
Plas vivía en una ciudad imaginaria (Capital City), pero trabajaba para una organización muy real, el FBI. Se enfrentaba a criminales peligrosos, sin abandonar nunca el clima festivo, de joda, más en joda todavía que el Spirit de Will Eisner. Para esto, Cole tenía un ancho de espadas: Woozy Winks, un personaje de enorme potencial cómico, que en varias historias opaca incluso al protagonista. Plas es, en principio, un criminal reformado, pero para este tomo ya nadie se acuerda de eso. No se repasa nunca el origen, no hay flashbacks a aventuras anteriores, ni villanos recurrentes, ni menciones a ningún otro héroe de los que en este entonces publicaba la Quality. En una palabra: no hay continuidad. Las historias de este tomo (13 en total) pueden barajarse y leerse en cualquier orden (por eso me animé a leer el Vol.4 once años antes de conseguir este), como las aventuras de Lucky Luke.
En la estructura, las historias de Plastic Man no son tan distintas de las de otros justicieros de la Golden Age. Lo que es totalmente atípico es el desarrollo, plagado de villanos estrambóticos (aunque sin poderes), juegos de palabras muy graciosos en los diálogos y sobre todo de toneladas de slapstick, es decir, humor físico, de brocha gruesa, ese en el que los personajes constantemente se tropiezan, se chocan contra paredes y se les caen pianos en la cabeza. Y hay un segundo elemento, muy bizarro para los comics de superhéroes de hoy e inaudito hace 70 años, que también emparenta a estas historietas con los violentos y gloriosos dibujos animados de Bugs Bunny, Daffy Duck y compañía: Plastic Man se disfraza mucho de mina! Mucho! Cada vez que necesita desorientar a sus enemigos, cambia sus facciones por las de una chica sexy, con tetas y culo prominentes, y rápidamente los rodea con sus brazos elásticos. No lo vemos pegarles chupones como los que le pegaba Bugs Bunny a Elmer Fudd, pero casi.
Entre estas 13 historias, no sé si hay alguna joya de esas que decís “Esta es la mejor historieta de Plastic Man de todos los tiempos”, pero casi todas son muy divertidas. Y hay una que tiene una idea tan brillante que le hubiese encantado escribirla a Borges: The Gay Nineties Nightmare, la de la ciudad que desapareció de los mapas en 1890 porque el tipo que fue a hacer el censo perdió los papeles. El argumento es la enésima batalla de Plas contra una banda de chorros, pero la idea, el disparador, es una genialidad.
El dibujo de Cole sufre, por supuesto, por el hecho de tener que meter ocho viñetas en casi todas las páginas. El trazo del ídolo, por lo menos en esta época, no deja ver un virtuosismo como para arrancarse las mechas. Está lejos de Eisner (a quien asistió tanto en las tiras diarias como en las aventuras semanales del Spirit) y a años luz de lo que 10 años más tarde pelarían Bill Elder, Wally Wood o Jack Davis en las páginas de MAD. Donde realmente se luce Cole es en la narrativa (impecable, dinámica e hipnótica incluso en las páginas donde se zarpa con los diálogos) y en la composición de las viñetas, donde prueba muchas cosas que nunca se habían visto en el comic y le salen todas demasiado bien.
Extraña cruza entre comedia salvaje y aventura policial, Plastic Man es la única historieta de superhéroes de los ´40 que me atrapó. No sé si como para seguir comprando Archives (las reediciones siguen hasta el Vol.8), pero sí como para estudiarla como una obra de vanguardia, en la que Jack Cole se concentró en darle onda a su mundo sin “mirarle la hoja al compañero”, y se convirtió –supongo que sin querer- en precursor en esto que es hacer comic de autor dentro del mainstream. Ahora quiero los libros de Plas de Kyle Baker, que nunca los conseguí.

jueves, 18 de julio de 2013

18/ 07: DRACULA

Otra vez me toca leer una biografía, esta vez de un muchacho al que le pasaron cosas un poquito más heavies que a John Coltrane. Me refiero a Vlad Tepes, o Vlad Dracul, o simplemente Drácula, que es como lo conoció el mundo gracias a su rol protagónico en la mitología vampírica, cortesía del escritor Bram Stoker. Además del Drácula vampiro (el Drácula “mediático”, digamos) hubo un Drácula real, que no era de Transilvania sino de Valaquia y que vivió en la segunda mitad del Siglo XV. Robin Wood y Alberto Salinas, la dupla que pasó a la historia por haber creado a Dago, nos invitaron allá por los primeros años ´90, a descubrir la vida del Drácula histórico, en una novela gráfica realizada a lo largo de cinco años (lo cual, para 120 páginas, es una infinidad) y que recién en 2012 se publicó completa en nuestro idioma.
Acá empieza a despuntar el Robin Wood moderno, el que se zarpa mucho menos con la cantidad de texto que mete en cada página. Las primeras páginas de Drácula (de 1990) están bastante cargadas de extensos diálogos y voluminosos bloques de texto, y las últimas (de 1995) ya no, ya se leen de otra manera. Lo bueno es que, cuando abundan y cuando escasean, los textos de Wood tienen un nivel altísimo, con muchas frases memorables. El argumento en sí es lineal, es la vida de este zarpado dispuesto a todo por el poder, cegado por la ambición, y a la vez dueño de una dignidad y un coraje que lo hicieron amado por su gente y temido por los imperios más poderosos de su época. El guión pega varios saltos, omite meses y hasta años enteros en la vida de Drácula, pero cuando elige un momento para desarrollar, lo hace con criterio. Con el correr de las páginas, Drácula adopta carnadura humana, complejidad y hasta buenos personajes secundarios.
El tono del relato es crudo, descarnado y hace un hincapié escabroso en la violencia, la crueldad y la desmesura de este genocida al que Wood pinta más como una bestia infernal que como un ser humano. Por momentos, vemos a Drácula desplegar una conducta tan extrema, tan abominable, que hay que juntar huevos para seguir adelante con la lectura. Pero fijate vos que, a pesar de las runflas espurias, las torturas, los asesinatos, las violaciones, las traiciones, las mutilaciones y las masacres que le vemos cometer a Drácula, Robin logra que siempre hinchemos por él. Sí, es un hijo, nieto y bisnieto de putas sin el menor escrúpulo. Y aún así uno quiere verlo ganar. Mitad porque se enfrenta a otros hijos de puta tan ambiciosos como él, mitad porque es un hijo de puta que va de frente, al que impulsan su orgullo y su amor por su patria. Una especie de Dr.Doom más realista, vendría a ser...
Y ya que metí esa referencia a Marvel, me acuerdo que cuando leí Tomb of Dracula, de los maestros Marv Wolfman y Gene Colan, también me sorprendí a mí mismo hinchando por el capo del vampiraje. Que no combatía contra emperadores codiciosos, sino contra un puñado de humanos a los que Wolfman se esforzaba por mostrarnos como “héroes”... y que no empalaba gente, entre otras cosas. O sea que, de alguna manera, Drácula ejerce esa fascinación: uno sabe que es un sorete, pero lo quiere ver ganar. Loco, no?
Párrafo para hablar maravillas del dibujo de Alberto Salinas, maestro de maestros, clásico de clásicos. Lo mejor, lo que más me gustó, es la reconstrucción de la época, impecable en todos los aspectos, y la línea, el trazo sobrio, muy elaborado, con un pincel y un plumín que no descuidan ni el más mínimo detalle. Y las escenas de batallas, en las que Salinas dibuja a 500 soldados a caballo contra otros 500 soldados a caballo como si fuera una boludez, como si el dibujante promedio no quedara al borde del ACV cuando lee un guión que dice “dos soldados a caballo”. Lo que menos me gustó es que, alrededor de la página 50, Salinas cambia la forma de encarar la página y prácticamente erradica la grilla de seis cuadros para plantarse casi siempre en cuatro cuadros más grandes. Sin embargo, las páginas de menos viñetas no tienen más laburo en cada viñeta. Simplemente vemos al maestro dibujar un poco menos. Sobre el final, se ve que la querían terminar rápido y reaparecen las páginas de seis viñetas (más alguna de siete) dibujadas como la hiper-concha de Dios. Hay algún palo menor en la narrativa, alguna secuencia en la que no queda claro cuál es el siguiente cuadro que toca leer, pero en general está todo muy bien resuelto.
Yo había leído Drácula muchos años atrás, en italiano y a color. Creo que era color directo, aplicado por el propio Salinas, no me acuerdo bien. Esto, así, en blanco y negro, me gustó más. El guión también, me gustó más que la primera vez que lo leí. Si sos fan de Alberto Salinas o de Robin Wood, o si te interesa la figura del Drácula real, hincale los colmillos a esta obra que, sin ser la Octava Maravilla del Mundo, se disfruta a full.

miércoles, 17 de julio de 2013

17/ 07: A1 Vol.3

Esta vez bajaron un cambio, los muchachos. De las 128 páginas del Vol.2 nos fuimos a 80, sin afectar demasiado a la calidad del material, que es lo que importa. Hay menos diversidad, claro, pero bueno, todo no se puede. Veamos qué se puede rescatar.
Arrancamos con dos historietas que bien podrían haberse publicado en esta misma época (1990) en la revista Dark Horse Presents: primero, un interesante episodio de The American, de Mark Verheiden, con muy buenos dibujos de Dougie Braithwaite. Y después una nueva del Bacchus de Eddie Campbell, que se hace muuuy larga, porque tiene muchísimo texto y le falta fuerza a los conflictos. El dibujo, sorprendentemente bueno.
Vamos con tres paginitas en joda de The Actress and the Bishop, escrita (en rima!) y dibujada como los dioses por el maestro Brian Bolland. Una belleza. Le siguen seis páginas del siempre alucinante Dave McKean (junto a un guionista ignoto), repletas de imágenes espectaculares, pero con dos problemas que la hunden: primero, está clarísimo que era un laburo a color, y pierde mucho en el traspaso a blanco y negro; y segundo, narrativamente no existe, es la nada misma. Es pura paja visual, tan hermosa como intrascendente.
Los hermanos Gary y Warren Pleece se mandan un spaghetti western con sutiles toques de parodia, que también se hace un poquito largo, porque avanza lento. El dibujo de Warren es raro, casi no se ve su estilo habitual. Se parece mucho más al típico comic de Sean Phillips, con algo de Guy Davis y un claroscuro bien extremo. Muy lindo. Tenemos también un nuevo episodio de Bricktop, esa serie que vimos en el tomo anterior, con unos dibujos excelentes de Glenn Fabry. Este es un capítulo lleno de acción y chistes (algunos muy buenos) que no pasan del entretenimiento para adolescentes que la van de rebeldes y contraculturales. Lo salvan la diversión y los dibujos, mejores incluso que la vez pasada.
Otra serie que vuelve es la indescifrable The Bojeffries Saga, esa comedia costumbrista pasada de rosca que escribía Alan Moore y dibujaba con muchísima onda Steve Parkhouse. ¿Y te acordás que en el Vol.2 había una de John Bolton que mezclaba a los crímenes de Jack el Destripador con la locura de Van Gogh? Bueno, esta vez hay una en esa misma línea (también escrita por Graham Marks) en las que se mezclan un asesino siniestro que desfigura a sus víctimas con los cuadros de Pablo Picasso. El arte de Bolton, devastador.
Y me guardé para el final lo mejor de la antología, dos unitarios exquisitos. El primero es uno romántico de Philip Bond, con final triste, dibujos inspiradísimos y unos bloques de texto demasiado bien escritos por tratarse de un dibujante con poca trayectoria como guionista. Y el otro se llama The House of Heart´s Desire y es una joya oculta del hoy tan de moda Grant Morrison. El dibujo es choto, es cierto. Se trata de un tal Dom Regan, del que por suerte no conozco otros trabajos. Pero eso no alcanza para empañar un guión fastuoso, con un montón de ideas y elementos que conectan al universo de Morrison con el de Jorge Luis Borges. Son sólo siete páginas, realmente brillantes, también con muchos bloques de texto trabajados a la perfección. No hace falta ser un morrisonzo, de esos que compran cualquier garcha que lleve la firma del escocés, para babear como un infradotado y decir “lo quiero tener...”.
Me queda un tomito más de A1 para repasar. Prometo entrarle pronto. Y sigo a la búsqueda de los tres que me faltan, aunque el pronóstico indique que tengo menos chances que Gerardo Sofovich en los 100 metros llanos.

martes, 16 de julio de 2013

16/ 07: COLTRANE

A veces el olfato falla. Agarré este libro del italiano Paolo Parisi (editado en Argentina por La Pinta) bastante convencido de que iba a leer una joya, o algo así. En los meses que pasaron desde que salió, escuché muchas críticas favorables y además la tapa me parecía extraordinaria. El tema, la biografía de John Coltrane, me resultaba... nada, no sabía qué esperar, porque mi desconocimiento acerca del mundo del jazz es absoluto. Y ahí me sumergí, muy bien predispuesto.
Me encontré con una obra que no me convenció. Compartí la decisión de Parisi de no narrar la vida del saxofonista en forma lineal. Los saltos para adelante y para atrás en el tiempo ayudaron a mantener mi interés hasta el final, a la espera de un pase mágico que le diera al desenlace la onda que no tenía el desarrollo. También me pareció interesante el contexto social en el que vivió el músico. Parece (digo, después de haber leído biografías en comic de Jimi Hendrix, Fats Waller y Bob Marley) que es muy difícil contar la vida de los músicos afroamericanos sin meterse con el contexto social y político, como si todos fueran –antes que artistas- productos de su época. Acá el tema de la discriminación racial está tocado con sutileza, no le disputa el protagonismo a la vida de Coltrane ni se lleva las reflexiones más produndas por parte de Parisi.
Hasta ahí, muy bien. ¿Cuáles son los problemas del guión? Básicamente dos: por un lado, el “feteado” de la vida de Coltrane. La elección por parte de Parisi de qué momentos privilegiar, en qué escenas centrarse. Acá hay algunas muy cortitas, casi fotos, en las que no llega ni siquiera a plantearse un conflicto y mucho menos a desarrollarse. Está muy bien mostrar un toque de la grabación de cada disco, repasar los nombres de los músicos que lo acompañaban, pero Parisi dedica muchas páginas al simple hecho de mostrar a las bandas tocando. Lo cual es alucinante en una película, y bastante aburrido en un comic, donde no existe el sonido. Y en las escenas más centradas en la vida privada de Coltrane, lo que sucede fuera de los escenarios y los estudios de grabación, “pasan más cosas”, aunque los distintos mini-relatos adolescen siempre de lo mismo: no hay conflictos fuertes. O hay, pero Parisi no los enfatiza. El puterío entre los músicos, representantes y empresas discográficas está apenas esbozado. El deterioro de la relación entre Coltrane y su primera esposa recibe apenas un poquito más de atención. Y lo más rico, el elemento de mayor potencial dramático, está totalmente desaprovechado. Me refiero al dato de que Coltrane fue –durante un tiempo- adicto a la heroína y luego se recuperó. ¿Es muy frecuente eso? ¿Hay muchos artistas consagrados que se hayan recuperado de la adicción a la heroína? Me parece que no, y por eso la lucha del saxofonista contra esa adicción tendría que estar plasmada no sé si como una epopeya, pero sí con mucho más énfasis del que le pone Parisi.
El dibujo es correcto, sin virtuosismos ni pifias groseras. Parisi va para el lado de varios autores del indie yanki y por momentos me hizo acordar a los laburos de Adrian Tomine en su etapa under, o a algunas cosas de Chester Brown. La figura humana está un poquito descuidada, pero me da la sensación que es una decisión por parte del autor, no una limitación con la que se encuentra. Los fondos están muy bien, la documentación es acertada (me gustó ver a Harlem hace casi 50 años) y las expresiones faciales, que tienen mucho peso en la trama, sí revelan ciertas carencias en el estilo de Parisi. La puesta en página es clásica, casi siempre con grilla de seis cuadros y transiciones cortas, lo que le da a casi todas las secuencias un ritmo pausado, tranquilo, como para relajarse como te relajás cuando escuchás un disco de jazz. Esperaba un poquito más del dibujo, realmente, sobre todo por la gran calidad de la imagen de la portada. Pero bueno, Parisi tiene apenas 33 años y seguro va a pelar obras mejores, por lo menos en la faz gráfica.
No te pongo a Coltrane entre la lista de los libros imprescindibles y tampoco en la de los excecrables. Supongo que a los fans del saxofonista les parecerá mil veces mejor que a mí, porque realmente se nota que Parisi se compenetró a fondo no sólo con la vida, sino incluso con la obra del músico. Estudió su forma de componer, de interpretar, su forma de relacionarse con los otros íconos del jazz (Miles Davis, Duke Ellington, Thelonius Monk, etc.) con los que le tocó compartir discos y escenarios, su estrategia a la hora de armar sus bandas... Eso seguramente al amante del jazz lo va a cebar muy mal. Yo, como fan del comic, me llevo un poco menos de lo que esperaba. Me jodo por haber arrancado con las expectativas tan arriba...

lunes, 15 de julio de 2013

15/ 07: SCOUT Vol.2

Segundo y último tomo en este intento por parte de Dynamite de recuperar un cuasi-clásico ochentoso de Timothy Truman. Intento en el que le debe haber ido tirando a mal, porque las reediciones se cortan acá y la serie original siguió bastantes números más.
En este tomo, Truman nos escamotea un elemento que estaba bueno en el anterior: el misticismo de los aborígenes nortreamericanos. En el primer episodio hay un poquito de eso, pero justo ahí Scout se despide de Gahn, y donde antes había bestias místicas ancestrales ahora habrá... robots israelíes con diseño de mechas japoneses. Truman abordará el tema de la religión y le dará mucho protagonismo con el correr de las páginas, pero no será la religión de los apaches, sino la de un pibe que está medio tocado y combina el cristianismo con las novelas de El Señor de los Anillos.
El profeta, a quien una facción del gobierno de los EEUU quiere hacer pasar por líder terrorista, no es otro que Doody, un personaje menor del tomo anterior, que acá está muy cambiado, incluso físicamente. Truman no se calienta siquiera en dibujarlo parecido. La aventura se articula (con perdón de la palabra) en torno a esta dicotomía: Doody empuja a sus seguidores por el desierto yanki hacia una base militar en la que todavía quedan algunos misiles activados, guiado por visiones extrañas e inspirado por el viaje de Frodo hacia el Monte del Destino. El artero vicepresidente de los EEUU, en cambio, afirma que se trata de una célula armada que intenta apoderarse del arsenal nuclear para poner en jaque al país. El miedo crece, las tropas se movilizan y al final resultará que Doody es algo más que un salame con visiones proféticas.
A todo esto, ¿de qué juega Scout? Eso es lo más flojo de la saga central. Al principio, Emanuel Santana traba amistad con un ganadero copado y lo ayuda a defender sus tierras. Pero después, ¿para qué acepta sumarse al caos que se desata en la base militar? ¿Qué hace un criminal buscado por la policía de todos los estados en una misión especial encargada por la presidenta de la nación? No se termina de explicar. Lo bueno es que la presencia de Scout en el desenlace de la saga de Doody sirve para que finalmente lo capturen los milicos y da pie a los dos últimos episodios del tomo, que son los mejores.
Acá, Santana está internado en el pabellón psiquiátrico de un hospital para veteranos de guerra, debilitado por sus heridas y empastillado hasta las uñas. Truman aprovechará el primero de los episodios de Scout en el hospital/ manicomio para bajar línea acerca de cómo EEUU trata a sus ex-combatientes, y en el segundo estallará una machaca sumamente salvaje, con dos objetivos: presentar a un nuevo personaje (a quien no veré desarrollarse a menos que consiga las revistitas de los ´80) y sacar a Santana de su cautiverio. Las primeras 16 páginas de ese último capítulo tienen un nivel de violencia muy, muy difícil de digerir.
El dibujo de Truman mantiene el nivel del tomo anterior, siempre muy vibrante, con muy buenos truquitos de narrativa y una gran labor de Sam Parsons en el coloreado. Hay una historia muy breve dibujada por Ben Dunn (pionero del manga en los EEUU) bastante intrascendente, y además hay 19 páginas a cargo de dos compañeros de curso de Truman, que egresaron junto con él de la escuela de Joe Kubert: los gloriosos Rick Veitch y Stephen Bissette, que se van al carajo a la hora de graficar el capítulo en que Scout está en el hospital drogado y hecho mierda. Si recordás sus trabajos en Swamp Thing, o en la antología Taboo, sabés que a los muchachos les gusta el terror, bien podrido y visceral, y acá se zarpan para ese lado, en unas páginas memorables en las que se ve la clásica anatomía del maestro Kubert mezclada por una puesta en página rarísima y un entintado bien dark, bien sórdido, todo eso en los espacios que dejan los textos de Truman que –lamentablemente- son muy, muy abundantes. El propio Truman dibuja el último episodio (el de la tremenda machaca con Monday) con la novedad de que acá no aparece con el color de Parsons retocado por los efectos digitales de Mike Kelleher, sino que este último colorea toda la historieta con su paleta photoshopera. Y la verdad que le suma puntos a Parsons porque esto, de 2008, está bueno, pero no tanto mejor que lo que hizo el colorista original en 1986, cuando la tecnología que hoy usa Kelleher no se podía ni soñar.
Futuro distópico, ciencia-ficción, medio ambiente, runfla política, religión, combates militares con hardware y robots gigantes, machaca a puño limpio y algún garchecito apenas sugerido (pero lésbico!) sirven de marco para las violentas aventuras de Emanuel Santana, a las que estuvo bueno descubrir, aunque sea con más de 25 años de demora. Habrá más Tim Truman antes de fin de año.

domingo, 14 de julio de 2013

14/ 07: ALGO IMPOSIBLE

Sin saberlo con certeza, estoy bastante seguro de que algún día alguien lo agarró a Peter Bagge y le dijo “flaco, si te ponés un poquito más las pilas y te rompés un poquito más el culo, vas a poder vivir de dibujar historietas”. Ernán Cirianni es el Peter Bagge de una realidad paralela en la que nunca existió esa conversación. Ernán y Bagge no son de la misma generación, ni nacieron del mismo lado del mundo, pero comparten la mirada aguda sobre la sociedad en la que viven, la facilidad para plasmar diálogos MUY reales en sus viñetas, y sobre todo la furia, la mecha encendida para que –cuando el lector menos se lo espera- detonen esas expresiones de cuerpos y rostros totalmente sacados, totalmente volcados a la emoción más exacerbada.
Pero claro, a Ernán le chupa un huevo dibujar bien. Se apoya todo el tiempo en su trazo nervioso, urgente, una especie de cable pelado debajo del cual se nota la ausencia de boceto, de planificación. Y le queda bien. Hay que no entender un carajo para cerrarle las puertas a Cirianni porque dibuja así nomás, con un grafismo que es más caligrafía que dibujo. Lo más interesante es que el dibujo es grotesco y despojado, mientras que los temas que tocan los personajes (dos varones de casi 40, anónimos ambos) son profundos, complejos y van todo lo a fondo que se puede ir en una historieta cuyo principal objetivo es divertir. Los textos son amenos, gancheros, repletos de ideas ricas para pensar, debatir o simplemente cagarse de risa.
Pero claro, ahí aparece un problema que me parece un poquito más insalvable: Ernán rotula con el mismo descuido con el que dibuja. Así es como los diálogos no sólo sufren esa caligrafía temblorosa y desprolija, sino que además tienen tachaduras, faltas de ortografía y signos de puntuación que brillan por su ausencia. Por supuesto, un rotulado digital prolijito y careta no le quedaría nada bien a una historieta como Algo Imposible. Pero tiene que haber un punto medio, algo que refleje la sensibilidad de Ernán como autor y a la vez invite al lector a quedarse, no a tirar el librito a la mierda al grito de “Me empomaron, pagué $ 35 un fanzine de mierda”. No sé si el autor es consciente de la cantidad de gente que “le hace patito” a sus obras por el tema del rotulado.
El resto está buenísimo, es un comic en el que durante 47 páginas sólo hay tipos hablando Y es algo difícil de hacer, no sólo porque se te tiene que ocurrir, sino porque además tenés que remar mucho para mantener la atención del lector durante todas esas páginas de tipos sentados frente a una taza de café. De alguna manera, Algo Imposible no sólo se hace llevadero, sino adictivo. No querés que se termine, querés que siga la charla, en el bar o por teléfono, no importa. Enorme mérito de un loco de mierda, un kamikaze, un tipo al que nada le gusta más que armar su ranchito por afuera del cánon y hacer la suya, para divertirse él y que se diviertan sus amigos. Ernán Cirianni no se quiere romper el culo para vivir de dibujar historietas. Prefiere limar en su mundo, pasarla bien, hacer lo que se le cante la chota. Si no te gusta su onda, su estética o los temas que toca, todo bien, seguro habrá miles de autores que se esfuerzan día a día para que a vos y a miles más les guste lo que hacen. El esfuerzo de Ernán está puesto en otro lado y -en libros como este- da frutos riquísimos.

sábado, 13 de julio de 2013

13/ 07: PARKER: THE HUNTER

Parker no existe, es un personaje de ficción creado por Richard Stark. Richard Stark no existe, es un pseudónimo del escritor Donald Westlake (1933-2008), cuyas obras más famosas está adaptando al comic Darwyn Cooke. Y no, Darwyn Cooke tampoco existe. O no debería existir, porque el hecho de que haya un tipo capaz de narrar historietas a este nivel es muy injusto para todos los demás. Cooke está fuera de la media y fuera de la realidad. Ya lo tenía claro desde hace años, pero este trabajo de 2009 (que los garcas de IDW se tomaron tres años para reeditar en softcover) me lo termina de explicitar del modo más contundente que te puedas imaginar.
Lo que hace Cooke a la hora de convertir en historieta a Parker: The Hunter no tiene nombre. Es algo que está más allá de las palabras. Desligado de la responsabilidad de construir y desarrollar una trama, el genio canadiense se aboca a la tarea de darle a las palabras de Richard Stark una dimensión gráfica que las potencie, que las haga llegar a donde por sí sólas no llegaban, que les agregue impacto y belleza. No están todas las palabras de la novela, claro. Pero hay muchas, se trata de una obra con más texto que el comic norteamericano promedio. Y a las palabras que sacó, Cooke las reemplazó con imágenes perfectas, de devastadora elocuencia.
El dibujo es majestuoso: una mezcla zarpada entre Alex Toth y Bruce Timm. En la composición de las viñetas y en los truquitos de narrativa despunta también Will Eisner. Y la puesta en página es 100% Cooke, al igual que el recurso, aprovechado al mango, de incorporar esas tonalidades de turquesa para realzar la iluminación (expresionista al mango) lograda con el claroscuro. Ah! Y el rotulado, que no sé si es manual o digital, imita la peculiar caligrafía de Toth, como para sumar un lujo más.
La solidez del argumento es ejemplar. Stark/ Westlake concibió un thriller intenso, violento, que te hipnotiza, te aplasta y te deja pidiendo a gritos más Parker. No quiero meterme mucho con la historia, primero para no spoilear, segundo porque prefiero concentrarme en los aportes de Cooke y tercero porque tengo poquito tiempo. La verdad que los aportes de Cooke son miles. Las secuencias mudas, poco frecuentes en las adaptaciones literarias, son unas cuantas y todas funcionan a la perfección. La reconstrucción de la época (EEUU, 1962) está muy bien lograda, con una integración armónica y convincente de la referencia fotográfica, que se acopla sin estridencias al personalísimo grafismo del canadiense. Las expresiones faciales, tanto del recio Parker como de los secundarios, los villanos y las hermosas mujeres que lo rodean, son otro punto altísimo. Ojalá todas las adaptaciones de obras literarias fueran la mitad de buenas que esta.
No sé si voy a aguantar a que IDW lance en softcover las otras dos novelas de Parker que adaptó Cooke. Esta me dejó demasiado cebado. Es un trabajo demasiado bueno, una historieta perfecta que recupera la impronta de los clásicos y la moderniza, que toma recursos del comic europeo y los norteamericaniza... una bestialidad, una orgía para cualquier fan del Noveno Arte. No creo que necesitara mi perdón, pero lo perdono a Darwyn Cooke por haber hecho Before Watchmen. Con esta calidad, puede hacer Before Youngblood que también se lo voy a comprar.

viernes, 12 de julio de 2013

12/ 07: ¡BAIROLETTO! Y OTRAS HISTORIAS

Juan Dalfiume nació en Italia (donde lo bautizaron “Gianni”), pero vive desde muy chiquito en Argentina, así que lo consideramos uno de los nuestros. Dalfiume es conocido sobre todo por su trabajo para Columba donde, durante la época del máximo auge de la editorial, dibujó toneladas de páginas, tanto de Jackaroe (su popular western, creado por Robin Wood y continuado por Ray Collins) como de otros personajes. Claro, eran los años de “la máquina de hacer chorizos” y muchas de las historietas firmadas por Dalfiume para Columba no reflejan ni por asomo las cualidades artísticas del dibujante. Por suerte, a principios de los ´80 Dalfiume transitó la senda de la redención en las revistas de Ediciones de La Urraca y felizmente La Duendes recopiló algo de ese material, junto a historietas de esa misma época, que hasta ahora estaban inéditas.
La historia que le da título al libro es la única que salió en Fierro y la única en la que Dalfiume colabora con un guionista (Otto Carlos Miller). También es muy floja. Basada en la biografía del bandido rural Juan Bautista Bairoletto, la historieta tiene una sóla secuencia bien resuelta en 14 páginas (la del velatorio del padre del protagonista). Muy poco. El resto explicita demasiado, pega saltos muy brutales... defrauda, en una palabra. El dibujo de Dalfiume, realizado con aguadas es magnífico... si lo leés en la Fierro. Acá está mal reproducido, como si se hubiese trabajado no en base a los originales del autor, sino en base a archivos digitales de baja resolución. Una lástima.
De las inéditas, De Caza sorprende por su crudeza. Es un relato breve, con poco texto pero mucho clima, con un in crescendo manejado con mucho criterio. Y el dibujo está muy suelto, muy expresivo, muy bien. La Suerte del Inglés es casi un chiste largo, totalmente jugado a un remate que llega en la última viñeta y que puede o no causar gracia. Por suerte tiene unos dibujos muy logrados. Dos Ciegos y un Sordo es otra historia de notable mala leche, un slice of life que arranca para comedia y termina en tragedia. De nuevo, está todo muy jugado al giro de la última viñeta y esta vez el dibujo no está tan cuidado: hay planos my repetidos y menos énfasis en los climas. Y cierro con La Estrella, de apenas tres páginas, en las que Dalfiume le pega una vuelta de tuerca ingeniosa al mito de los Reyes Magos. El dibujo es correcto, cumple sin descollar.
Y me quedan cinco historietas publicadas originalmente en la mítica SuperHum®. Al Pie de la Letra es otra comedia salpicada de mala leche, con un remate shockeante al final y un dibujo al que se le nota demasiado la velocidad a la que fue hecho. Daba para elaborarlo más. Le sigue Cara de Chancho, donde el dibujo está mucho más laburado, la composición de cada viñeta está más cuidada y el equilibrio entre blancos y negros está más logrado. Lástima el guión, que arranca con un planteo interesante, de ciencia-ficción, y termina por derrapar en una especie de chiste medio boludo. El Amo del Mundo es una extensa secuencia muda, cuyo final no se termina de entender, pero que tiene a Dalfiume dando cátedra de narrativa y de manejo de las texturas (no sólo con aguadas). Esto se desluce un poquito en la edición de La Duendes, pero igual se nota que hay un laburo sutil y brillante por parte del autor. La mala leche y la crueldad se imponen de nuevo en Hermano Blanco, otra historieta tremendamente heavy, con un remate desolador y excelentes dibujos.
Para el final, la mejor historieta del tomo: una versión de No Vale Nada la Vida... más extensa que la que se vio en SuperHum®. 22 páginas, dibujos laburadísimos, muchísima atención por los detalles y la documentación, acción, violencia, buenos diálogos, hermosas secuencias mudas y una revelación impactante en la última viñeta. Un lujo.
Quedan sin recuperar las historietas que Dalfiume realizó para SuperHum® en equipo con Carlos Trillo o Guillermo Saccomanno. Ahí se ve el mismo nivel de dibujo que en las mejores historias de este tomo, y además hay ideas muy interesantes en los guiones. De todos modos, estas setenta y pico de páginas recopiladas hoy por La Duendes sirven para constatar que, además de su producción “por kilo” para Columba, Dalfiume tenía otras cosas para contar y el talento para contarlas de modo más que atractivo. Hoy, al maestro se lo nombra poco en el mundillo de la historieta argentina. Tan poco, que varias generaciones no saben que sigue trabajando, básicamente para Italia. Por ahí, gracias a este libro, algunos empiezan a descubrir la faceta más “autoral” de Dalfiume y a reivindicarlo como el gran historietista que es.

jueves, 11 de julio de 2013

11/ 07: KOMA

Aprendan, giles: así se edita el comic francés fuera de Francia. Un masacote con 280 páginas, tapa blanda y SEIS albumcitos de 46 páginas de historieta cada uno, para que el lector pueda acceder a la obra completa en un sólo tomo. En Francia, los seis tomos de Koma salieron entre 2003 y 2008, o sea que los pobres pibes tuvieron que esperar cinco años para leer lo que yo leí en... dos horas y media, tres a lo sumo.
Aclaremos que esta genialidad la hizo Humanoids (la filial yanki de Les Humanoides Associés), especialista en ahuyentar lectores con sus hardcovers finitos, carísimos e innecesariamente lujosos. Esta vez, no sé por qué, pero a los fans de los maestros suizos Pierre Wazem y Frederik Peeters nos regalaron una edición PERFECTA de una obra muy, muy notable.
Hasta la mitad del cuarto tomo, el guión de Wazem es demoledor. Tiene misterio, conspiraciones, aventura, diálogos brillantes, presenta un mundo raro, cautivante, lleno de posibilidades, explora conceptos loquísimos con mucha coherencia y nos deleita con el desarrollo de un elenco de personajes entrañables, encabezado por la fascinante Addidas, la borreguita pasada de rosca, mucho más inteligente que una nena normal, pero que sufre extraños desmayos. Durante muchas páginas, Wazem (a quien nos cruzamos un lejano 07/07/10 con su hermosa Como un Río) encauza perfectamente los misterios, los dota de sustancia, de dilemas morales, los puebla de héroes y villanos creíbles (a pesar del tono claramente fantástico de la historia). Y para la segunda mitad del Vol.4, la trama empieza a virar hacia un terreno más cercano al de Lewis Carroll que al de Terry Gilliam, que era por donde –más o menos- transitaban las primeras 160 páginas.
A lo largo del quinto tomo pasan cosas grossas y varios de los plots siguen avanzando hacia un final tan zarpado como todo lo que sucedió hasta ese momento. Y en el tomo final, la cosa ya cobró dimensiones tan colosales que, varias páginas antes del final, uno ya sospecha que Wazem no va a llegar a cerrar satisfactoriamente todas las puntas que abrió. Para mi sorpresa lo logra, pero antes tiene que simplificar mucho el conflicto y acotarlo a una lucha entre la imaginación y la resignación, en la que una de las puntas más interesantes (la de la conspiración) no tiene cabida y termina desactivada con más pena que gloria. No termina mal, no es un final choto ni abrupto. Simplemente no está a la altura de una obra increíblemente bien escrita, repleta de situaciones impactantes, locaciones alucinantes y personajes recontra-atractivos.
El dibujo de Peeters no baja nunca. Al contrario, es cada vez mejor. Mucho mejor que en Píldoras Azules, donde ya había alcanzado un nivel excelente. Esto está tan bien dibujado que me gustaría leer TODAS las historietas que leí en mi vida, redibujadas por Peeters en este estilo. Con una narrativa cristalina, una puesta en página muy tranqui, muy tradicional, y un trabajo formidable de la colorista Albertine Ralenti, los dibujos de Peeters alcanzan la perfección absoluta. Acá no hay fotos, no hay computadora, no hay nada. Sólo un virtuoso de la historieta que deja todo en cada página y la rompe en todos los aspectos del relato gráfico. No quiero destacar a ninguno por encima del resto porque –de verdad- no hay NADA que baje de los 10 puntos.
Si bien le falta esa vueltita al final para elevarla a la categoría de Historieta Perfecta, Koma tiene ritmo, derrocha ideas que nunca antes se habían visto en ningún otro comic, transmite muchísimas emociones distintas (desde la ternura de una peli de Pixar a la mala leche de un Warren Ellis o los delirios meta-comiqueros de un Grant Morrison), te engancha de principio a fin y tiene unos dibujos demasiado buenos para ser reales. Pierre Wazem y Frederik Peeters nos obsequiaron una clase magistral y dejaron clarísimo por qué son dos de los nombres fundamentales que Suiza le dio al comic europeo en este siglo. Tengo más material de Peeters sin leer, así que lo revisitaremos en los próximos meses.