el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 28 de febrero de 2014

28/ 02: MACANUDO Vol.10

Dosis extra large (casi 190 páginas) de Macanudo y la verdad no es mucho lo que me queda para decir, porque ya pasaron por el blog las reseñas de los dos tomos anteriores.
Quiero destacar que me reí bastante. Hay como... cinco o seis tiras que me hicieron reir en serio, no una sonrisita, ni un “ja” medio contenido. La del pagadiós, o la de las precuelas de libros famosos son tiras que me llegaron con mucha fuerza, que me impactaron con su gran comicidad. Está claro que Liniers no sale a buscar la carcajada, sino la complicidad del lector, la predisposición de este (o esta) a pasear junto con el autor por distintos estados de ánimo, distintos climas, donde en general prima una atmósfera de reflexión y de buena onda, de invitación a sentirnos bien, a reencontrarnos con valores copados, con cosas lindas de la infancia, o simplemente a encontrarnos con situaciones absurdas o descolgadas. Por ese camino laberíntico, sinuoso, también se llega (de vez en cuando) a la risa.
En este tomo doble, el elenco clásico de Macanudo se refuerza con incorporaciones como Nuevos Refranes, Benito el Nihilista, Pambo Dice Cosas, El Escritor de Cartas y la que menos me cerró: Estos Locos, Locos Políticos, una serie de tiras muy bien dibujadas, en las que Liniers regurgita todos los clichés del típico discurso de la anti-política. Yo no digo que los políticos se merezcan la canonización, por el contrario, me parece muy sano señalar los delitos que cometen, su doble discurso, etc. Pero puestos a señalar, prefiero que se señale con nombre y apellido a los que EFECTIVAMENTE mienten, chorean y se cagan en la gente, que por suerte no son todos. Con chistes como estos, en los que se bardea a los políticos en general, se le da sustento al malintencionado chamuyo de que TODOS son chorros, garcas, etc., y la verdad que eso no suma en lo más mínimo.
Liniers también recopila muy lindas anécdotas de la vida real protagonizadas por sus hijas y republica cinco tiras de los ´90, de antes de que empezara a publicar Bonjour en Página/12 (yo las tengo en un fanzine, en blanco y negro), donde vemos un estilo de dibujo muy, muy distinto al actual. La recopilación termina justo cuando Macanudo festeja sus 10 años de publicación en la contratapa de La Nación, y se complementa con las tiras “apócrifas”, entre las que hay muy, muy poquito para rescatar: la de Juan Sáenz Valiente, el dibujo de la de Marcela Trujillo, y el resto... para atrás.
Y como siempre, lo más destacable de cada libro de Macanudo es la infrecuente calidad del dibujo, muy por encima de lo que se ve normalmente en las tiras diarias no sólo de nuestro país. Es muy obvio que Liniers ama dibujar, que le pone el alma a cada trazo, a cada pincelada, y que se mata para sorprender incluso al lector que lo sigue hace más de 10 años con el armado de la tira, con el montaje de las viñetas y –obviamente- con los contenidos.
Sigo a la espera de una novela gráfica de Liniers que rompa todo y le cierre el orto a todos los que lo critican. Mientras tanto, Macanudo sigue vigente como un patio de juegos donde pasar un buen rato y dejarnos maravillar por la pasión, la imaginación y el laburo que le pone este animalito a cada tira, cosas que por supuesto se aprecian más en estos tomos recopilatorios que en las páginas del house organ de la oligarquía argentina.

jueves, 27 de febrero de 2014

27/ 02: YOUNG ROMANCE

No aprendo más... Allá por el 08/11/12, cuando me devoré ese masacote de historietas románticas publicadas por DC en los ´60 (Young Love) afirmé que ese libro era el único de su género que me pensaba comprar. Pero apareció muy barato este, con historietas aún más antiguas, que van de 1947 a fines de los ´50, firmadas nada menos que por Joe Simon y Jack Kirby, los inventores del género romántico. La presencia de los próceres y el hecho de que fueran sólo 21 historietas y reeditadas a color me llamó la atención como para volver a darle una chance a estos “secretos del corazón” que en su mejor época vendían –literalmente- millones de ejemplares y lograban holgadamente eso que hoy parece imposible para el comic yanki, que es llegar masivamente al público femenino.
Entre muchas historias muy chatas y muy pelotudas, encontré un par realmente fuertes. “Her Tragic Love” es la historia de una mina enamorada de un tipo condenado a muerte por un crimen, y además del romance hay una situación muy tensa, en la que no sabés si Sam Ford es culpable o inocente hasta el final. “Fraulein Sweetheart” cuenta el romance a contramano entre una chica alemana, que fuera fanática del Führer, y un soldado yanki de los que ocupan la ciudad de Marburg una vez derrotado el Tercer Reich. Un tema espinoso, como el de la desigualdad entre las clases sociales, está muy bien abordado en “Shame”. La extensa “I Want Your Man!” (14 páginas con texto como para 48) le da una linda vuelta de tuerca al viejo tema de “dos minitas compiten por un chongo”. Y la otra que me sorprendió fue “Lovesick!”, con un giro argumental infrecuente, que deja muy mal parado al protagonista, mientras que casi siempre las que se mandan cagadas grossas (y a veces aprenden la lección) son las chicas.
El principal problema, del que no zafa ninguna historia, es que Simon narraba en pocas páginas historias bastante complejas. Y como Kirby nunca metía más de siete cuadros por página, hay páginas realmente repletas de texto, donde entre globos y bloques se morfan más del 60% de las viñetas. Los diálogos son blanditos, muy reiterativos, y los bloques ahondan en lo que el dibujo no muestra, básicamente en lo que las minitas (que casi siempre narran en off) piensan y sienten. Rápidamente te cae la ficha de que si no leés los bloques de texto, las historietas también se entienden y hasta se disfrutan un poquito más.
Con estas restricciones, más las que se suman a partir de 1954 cuando el Comics Code Authority achica las márgenes de lo que se puede mostrar en una historieta, está todo dado para que la mayoría de los relatos, leídos hoy, resulten un embole, soso, obvio y con menos onda que Inés Pertiné. Por suerte, alguito se puede rescatar, sobre todo comparado con lo que vimos en el Showcase de Young Love, donde no había ni en pedo argumentos tan interesantes como esos cinco que –en distinto grado- me gustaron.
El dibujo del Rey está a años luz de los trabajos con los que redefinió el comic-book en los ´60. Arranca muy pegado a su estética “cuarentosa” (esa derivada de Milton Caniff y Alex Raymond, pero sin el virtuosismo de ninguno de los dos) y de a poco evoluciona hacia el Kirby más identificable, aunque –por supuesto- le falta el power, la intensidad, la emoción de sus comics en los que chabones musculosos con poderes se cagan a trompadas. Alguna vez yo dije que un comic de Kirby sin machaca es como un clásico sin goles, un boliche sin minas, un kiosco sin alfajores... y lo sostengo. Acá suelen estar muy buenos los dibujos más grandes, los que el Rey se mandaba (no siempre) a modo de splash page; y después, en el “viñeta a viñeta”, hay lindas composiciones, pero no genialidades. Quizás debido a que el texto (no el dibujo) llevaba adelante los relatos, y porque al haber tanta cantidad de letras por cuadro, el ídolo casi no tenía lugar para dibujar.
En fin, si te interesa conocer cómo nace la historieta romántica, o querés ver qué hacía Kirby antes de irse a DC a crear a los Challengers of the Unknown y esas historietas bizarras que vimos el 29/05/12, este libro está muy bien. Si no, la verdad que no se justifica el esfuerzo.

miércoles, 26 de febrero de 2014

26/ 02: TITEUF Vol.12

Vuelvo a encontrarme con la hiper-taquillera creación de Zep, pero en vez de seguir el orden cronológico, me mandé al tomo más reciente que encontré. O sea que pegué un salto bestial, de principios de los ´90 a 2008, apostando a ver algo bastante distinto, una evolución marcada respecto de aquellos primeros dos álbumes (reseñados a principios de 2013). Y la verdad es que encontré algunos cambios, pero no muchos, ni muy significativos.
Como aquel álbum de El Pequeño Spirou que vimos el 16/09/13, este tiene, además de un montón de planchas autoconclusivas, una historieta “larga”, de cuatro páginas, titulada “La Edad del Pavo”. Acostumbrado a hacer humor en base al contraste entre los chicos y los adultos, Zep se mete ahora con los adolescentes. Titeuf debe convivir varios días con un chico que está en plena edad del pavo y descubre que la adolescencia, esa que le espera en no muchos años, “no mola”. Todo esto a través de una sucesión de gags muy cómicos, donde el suizo revela un agudo sentido de la observación.
En las historietas de una sola página lo que más llama la atención es cómo Zep no adopta nunca una grilla standard. Tiene páginas de cuatro tiras (con 11 ó 12 viñetas), páginas armadas con la clásica grilla de nueve cuadros, páginas con CINCO tiras de dos o tres cuadros, páginas de ocho viñetas idénticas entre sí, y mucho criterio para decidir qué chistes se pueden contar sin recurrir a los marquitos de las viñetas. Las variaciones en la grilla y las frecuentes desapariciones de los marcos de las viñetas (y los fondos) son apenas algunos de los muchos trucos narrativos que despliega Zep para controlar molecularmente el tempo de cada uno de estos mini-relatos y potenciar el efecto cómico de los mismos. Por supuesto, le sale MUY bien. Acá hay algunos chistes realmente muy graciosos, que sorprenden por el ingenio, por la mala leche o por el nivel de guarangada (bastante elevado, si pensamos que esta es una historieta pensada básicamente para chicos).
En este tomo hay una especie de saga, un tema que recorre varias planchas autoconclusivas, que tiene que ver con el papá de Titeuf, que de pronto se queda sin trabajo. Esto hace que el protagonista se empiece a cuestionar cosas que ya no tienen que ver con los pitos y las tetas, sino con el dinero, el laburo y la economía en general. Los adultos le explican estas cuestiones a Titeuf (obviamente a medias, porque suponen que no va a entender la explicación exhaustiva de cómo el capitalismo salvaje exprime y descarta a los trabajadores) y esto le genera al enano maldito toda otra serie de confusiones y malinterpretaciones, también muy cómicas, a pesar de que Zep está hablando de algo mucho más trágico que darle un beso de lengua a una chica o un chico que tienen mal aliento.
Por último, un parrafito mínimo para hablar del dibujo, que es espectacular. Dinámico, expresivo, redondito pero no “cute”, y respaldado por un trabajo sublime, lleno de sutilezas, a la hora de sumarle el color. Acá sí, se nota una evolución muy interesante respecto de los primeros tomos. Zep creció mucho como dibujante y si al principio era buenísimo, ahora ya es imbatible.
Se ve que en Argentina no le fue bien a Titeuf, porque la edición local nunca pasó del Vol.2. Como consuelo para el que no sabe francés, está la edición española, que no sé si pasó del Vol.12 pero es excelente.

martes, 25 de febrero de 2014

25/ 02: JOE THE BARBARIAN

Bue, no era para tanto... Me habían inflado este libro hasta convencerme de que estaba por leer una de las joyas definitivas de los últimos años y la verdad es que no está ni lejos de aspirar a esa categoría.
El planteo de Grant Morrison es interesante: un pibe medio loser, medio solitario, que sufre diabetes, se descompensa por falta de glucosa y empieza a alucinar jodido, de modo que lo que en realidad es una recorrida por su casa, él lo vive como una odisea fantástica, en un mundo paralelo donde se convierte en un valiente guerrero. Hasta ahí, todo muy lindo. Ahora, ¿se puede sostener el interés del lector durante casi 200 páginas con esa consigna? Mi respuesta es No.
Como siempre, a Morrison le sobran ideas para que ese mundo alterantivo sea fascinante, con razas, culturas e historias muy atractivas, e incluso con una geografía extraña, que se presta muy bien para convertirse en escenario de peligrosas peripecias que nuestros héroes deberán sortear. También hay un muy buen trabajo en la caracterización de Joe, el chico protagonista, al que uno rápidamente siente que conoce desde siempre, y con el que es casi imposible no encariñarse. Pero nada de esto nos logra distraer de lo más obvio: para que esto dure casi 200 páginas, el guionista estira groseramente con las ya mencionadas peripecias. Así es como la trama se escurre entre un montón de escenas “fuertes” en las que Joe y sus amigos (del mundo ficticio, porque en el real tiene menos amigos que Golgo 13) se enfrentan a villanos terribles, a ejércitos enteros, a piratas, a criaturas abisales, a inundaciones, caídas tremendas, explosiones... y de todo escapan virtualmente ilesos, a pesar de que Joe supuestamente se está muriendo por la falta de glucosa.
Tanto es el énfasis que le pone Morrison a la aventura a todo o nada en el mundo fantástico, que durante largos segmentos se olvida del mundo real, y el paralelismo entre realidad y alucinación (a priori muy rico para trazar un juego de espejos) queda tristemente desaprovechado. La machaca y la acción están buenas, pero se nota demasiado que todo hubiera funcionado mucho mejor en menos páginas, con una trama que fuera más al grano, que no permitiera que el conflicto se diluya tanto como se diluyó en esta obra. No te digo que daba para un unitario de 14 páginas de la Skorpio (aunque me la re-iimagino dibujada por Lito Fernández), ni para 10 paginitas en una antología de Vertigo. Pero ni a palos daba para ocho episodios de 22 páginas.
¿Por qué creo yo que Joe the Barbarian cosechó buenas críticas y hasta nominaciones a premios importantes? Por el dibujo de Sean Murphy. Si tenés un ratito, hacé click en la etiqueta de este autor y fijate qué elogios se llevó las veces anteriores en que me tocó reseñar obras suyas. ¿Ya está? Bueno, todo eso es una miseria, una palmadita en la espalda tenue, sin demasiado énfasis, comparado con lo que merece Murphy por su labor en este comic. Pocas veces vi a un dibujante tan comprometido con una historia, tan dispuesto a hacer todos los sacrificios del mundo con tal de que esta no naufrague. Acá, como nunca antes, Murphy deja la vida. La narrativa es perfecta, los fondos son fastuosos, los personajes son alucinantes, los efectos de iluminación, la aplicación de las tramas mecánicas, la integración de la referencia fotográfica, las expresiones faciales (incluso en las caras de bichos y criaturas totalmente atípicas), el lenguaje corporal... todo es increíble. Murphy trabaja pensando en blanco y negro (como su ídolo Jorge Zaffino, cuya influencia combina con la del mejor Chris Bachalo, Andy Kubert y –en algunos detallitos- Enrique Breccia) y se manda unas composiciones hipnóticas basadas en un claroscuro intenso, equilibradísimo. No debe ser fácil colorear estas páginas, pero claro, acá tenemos al maestro Dave Stewart, que no falla jamás y se encarga de potenciar aún más la belleza, la complejidad y la espectacularidad del dibujo de Murphy.
Seguramente este es un libro que entra, que fascina, que cautiva, desde lo visual. Cuando lo hojeas, te volvés loco. Y cuando lo leés, no te digo que puteás o que te aburrís, pero se nota demasiado la estirada, el hecho de que casi nada de lo que sucede es determinante para que la trama llegue a buen puerto. Joe the Barbarian tiene buenas ideas, personajes queribles y un dibujo de la hiper-concha de Dios. Aún así, como producto global, como obra integral, no arrima ni por asomo al podio de los trabajos más memorables de Grant Morrison. Sí lo pongo como pico insuperable en la carrera de Sean Murphy, que con este laburo se terminó de recontra-consagrar como un Número Uno indiscutido.

lunes, 24 de febrero de 2014

24/ 02: OMETEPE

¿Qué mierda hago leyendo en francés un comic de Luciano Saracino con un dibujante español? Me siento un deforme del orto. Por lo menos me queda la tranquilidad de que esto está editado en España, por Astiberri, o sea que el que lo quiera leer en el idioma en que fue escrito, puede hacerlo.
El libro reúne seis historias cortas (ninguna llega a las 20 páginas) ambientadas en Ometepe, una isla que está situada en medio de un gran lago de Nicaragua. Saracino nos presenta a Ometepe como una tierra fantástica, donde las historias cobran vida, donde gobierna la imaginación, así que me sorprendió descubrir que la isla existe en la realidad. Enseguida me convencí de que era un invento del guionista. Lo más parecido a un protagonista es un muchacho pelirrojo, al que los nativos apodan “Gringo Dingo”, y que es el hilo conductor de las dos historias más largas: la primera y la última. No sabemos mucho acerca de él, pero está claro que es un pibe soñador, enamoradizo, con bastante labia y mucha facilidad para imaginar historias. Una especie de alter ego de Saracino, aventuro yo, al que el autor no se calienta demasiado por desarrollar, porque prefiere usarlo para hacer avanzar historias compactas, en las que hay poco margen para el chamuyo. Repasemos uno a uno los seis relatos.
La primera historia sirve para ponernos en clima. Son nueve páginas con muy poco texto, en las que Saracino deja que el dibujo se haga cargo de llevar adelante una narración tranqui, mucho más de contemplación que de acción. Los escasos diálogos nos advierten que acá puede pasar cualquier cosa y que casi nada es lo que parece. La segunda historia es una remake de una que había aparecido hace... tres años, creo, tanto en La Murciélaga como en Comiqueando. En ambos casos el guión es el mismo y está desarrollado en la misma cantidad de páginas, sólo que cambia el armado de las páginas, la cantidad de viñetas y sobre todo el tratamiento del grafismo y del color. El guión es hermoso y muy redondito.
La tercera tiene un sutil filo malalechístico y tiene que ver con cierto clima de superstición y de oscurantismo que reina en la isla. También es un relato muy redondo, con un cierre perfecto. Lo mejor es que primero nos comemos el amague de que la protagonista va a ser Rebeca, después que va a ser Chico Largo, y finalmente no es ninguno de los dos. La cuarta es una explicación fantástica para algunas de las cosas que suceden en la isla, en la que Saracino despliega mucho vuelo y mucha imaginación, y me hizo acordar a los mejores momentos de Varua Rapa Nui, ese gran comic chileno del que pronto voy a leer el Vol.2. También en la sintonía de explicar el origen de Ometepe y su extraña geografía, la quinta es decididamente poética, aunque arranca para el lado de la epopeya, del mito.
Y en la sexta tenemos lo más parecido a un conflicto, a un cruce medio áspero, entre “Gringo Dingo” y Chico Largo, dos hombres fascinados por la belleza de una misma mujer. Claro que uno juega de local y tiene poderes místicos y el otro es un pichi que sólo sabe urdir historias y citar poetas. Uno intuye casi siempre cómo se puede resolver la trama, lo cual no le quita atractivo ni belleza.
El promedio de los guiones es muy alto pero, una vez más, a Saracino le falló el dibujante. Esta vez el elegido fue el español Javier De Isusi, que sin ser un desastre, no está al nivel de los guiones que entregó nuestro compatriota. La narrativa está buenísima y el tratamiento del color, con esas acuarelas que recuerdan todo el tiempo a Gipi y a Hugo Pratt, es alucinante. Donde le falta bastante a De Isusi es en el dibujo en sí, que se ve apresurado, desprolijo, no muy distinto al de muchos dibujantes del “palo indie” francés, que por subirse al carro de Joann Sfar han publicado verdaderos mamarrachos. Al dibujo de De Isusi le sobra expresividad, pero le falta solidez, una solidez que sí tenía en la primera versión de Flores en el Vientre, en la que se jugaba a un claroscuro fuerte, vibrante. Acá, nada que ver. La línea tiembla todo el tiempo y el color se esfuerza por salvarla, pero no lo logra.
Ojalá que la próxima obra de Saracino para el mercado europeo tenga esta misma calidad en los guiones y cuente con la complicidad de un dibujante un poco mejor. Estamos hablando de un guionista que colabora habitualmente con nombres de la talla de Quique Alcatena, Dante Ginevra y Gerardo Baró (entre otros) así que no es para nada improbable dar ese saltito cualitativo que le permita a Saracino aspirar a su obra maestra.

domingo, 23 de febrero de 2014

23/ 02: GENIUS

Otra vez lejos de la aventura y de los elementos fantásticos, la aceitadísima dupla integrada por Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen lanza una nueva novela gráfica y es casi inevitable compararla con la anterior (El Cuaderno Rojo, reseñada el 18/06/13).
Genius cuenta la historia de Ted Halker, un chico con una capacidad intelectual asombrosa, que se convierte en pocos años en un físico brillante, con una carrera sumamente promisoria en el campo teórico y de investigación. Pero ahora Ted ya pasó los 40 y hace muchos años que no se le ocurre una idea genial, de esas que cambian el juego y abren todo tipo de posibilidades. De a poco, su crédito entre la elite de los físicos se empieza a acabar, y ahora tiene un hijo adolescente, una nena que apunta a ser una nueva genia y una esposa que padece una enfermedad muy heavy, de esas que requieren MUCHA plata para pilotearla. Si no frota la lámpara pronto, si no saca de la galera alguna genialidad digna de Albert Einstein, Ted se va al descenso, arrastrando a toda su familia.
¿Nombré a Einstein? Mirá qué casualidad: el suegro de Ted, un oscuro policía militar jubilado y postrado hace años en una silla de ruedas, conoció a Einstein en los años ´30 y pasó muchas horas en compañía del seminal científico. Ted intentará por todos los medios sonsacarle a su suegro cierto secreto que una vez le reveló Einstein, convencido de que ahí está el génesis de la idea que le va a permitir recuperar su propio status de genio. No te quiero contar si lo logra o no, porque ahí está el principal atractivo de la novela: en los diálogos afiladísimos entre un Ted desesperado que quiere zafar con una idea ajena y un viejito mal llevado, turro hasta la tumba, que humilla permanentemente a su yerno y encanuta innecesariamente la data que le habilitó Einstein.
Además, hay hermosas secuencias de Ted con su hijo Aron, secuencias en las que Ted flashea que pasea y charla con Einstein y un montón de otras secuencias que ilustran uno de los ejes temáticos del libro: no es lo mismo el saber que la sabiduría. Ted es un monstruo de la física, capacitado para desarrollar cálculos y fórmulas de altísima complejidad, pero hay cosas de la vida diaria, de la relación cotidiana con la gente común, en las que se mueve como un completo inútil. Porque claro, le falta la otra pata, la de la sensibilidad, la picardía, la empatía, la de las cosas que no enseñan los libros.
Con estos elementos, Seagle arma un relato que fluye armónicamente a lo largo de 120 páginas, que nunca se hacen densas ni parsimoniosas, como sí sucedía con El Cuaderno Rojo. Genius tiene otro ritmo, al que no le faltan las pausas ni las escenas pachorras, pero al que le sobra una vitalidad que a El Cuaderno... no le sobraba para nada. El final, que podría haber sido un golpe bajo más maligno que Rodríguez Larreta, es realmente exquisito y nos muestra cómo Ted logra arañar un decoroso empate e incluso replantear su “vínculo” con el fantasma de Einstein, esa sombra inefable contra la que parecen medirse la chota todos los científicos que aparecen en la novela.
El dibujo de Kristiansen es austero, despojado, siempre en ese estilo cercano al de Egon Schiele, pero ya sin esas narices angulosas. Acá las caras están un poquito más redonditas, más “amables”, siempre dentro de una estética dominada por la síntesis. Y también –por qué no decirlo- por una cierta frialdad. El único personaje realmente expresivo, que deja ver sus emociones en su rostro y en la forma de moverse, es Francis, el octogenario suegro de Ted. Los fondos aparecen cuando no queda otra y apenas bocetados, mientras que por atrás de los personajes solemos ver colores y texturas muy elaborados. La narrativa es muy accesible, muy fluída, ayudada por el hecho de que no hay páginas de más de cinco cuadros. Kristiansen acierta también cuando, en las escenas en las que Ted “dialoga” con Einstein, hace desaparecer los bordes de las viñetas. El color también es austero y se basa en una paleta intencionalmente limitada, con engamados que dominan las distintas secuencias. El más logrado es uno en el que predomina el turquesa oscuro, en la escena en la que Ted y Francis pasean por el parque a la noche, donde Kristiansen pela unos trucos cromáticos dignos de Miguelanxo Prado en Trazo de Tiza.
Otra obra rara, sin piñas, ni persecuciones, ni garches, donde dos maestros muy cancheros en lo suyo nos meten en una trama muy real, en la que los diálogos y los silencios acentúan un dramatismo que los dibujos casi se esfuerzan por desenfatizar. Genius no es “un antes y un después” de nada y es probable que Seagle y Kristiansen pelen obras mejores que esta en un futuro cercano. Aún así, es papa muy fina, distinta, impredecible, sumamente recomendable.

sábado, 22 de febrero de 2014

22/ 02: UN BUEN HOMBRE

La consigna de esta antología parecía ganchera: Corre el año 1945 y la Segunda Guerra Mundial toca a su fin. En Austria, muy cerquita de un campo de concentración, hay una urbanización de lujo para los oficiales de las SS, de seis viviendas, donde algunos prisioneros del campo trabajan como esclavos en el servicio doméstico, como albañiles o en cualquier tarea que se precise. La urbanización se llama Ciudad Jardín. En cada una de las seis viviendas se producirá un hecho inesperado que afectará, como en un efecto dominó, al hogar del siguiente vecino. Cada historia es autoconclusiva pero todas convergerán en un final inesperado donde se revelará el terrible sesgo del horror nazi.
Con esa idea, y con buenos dibujantes, el novelista y a veces guionista Javier Cosnava redondeó un libro que quiere ser profundo pero termina por ser un embole. Hay un hallazgo que me encanta: nunca vemos a los nazis en combate, ni torturando gente en el campo de concentración, y no aparece nunca Adolf Hitler (fuera de la hermosa portada de Daniel Acuña). Esto es algo así como “nazis de entrecasa”, algo que me parece que en el comic se exploró poco. Cosnava investigo, viajó, hizo entrevistas y recogió testimonios orales y fotográficos de ancianos que fueron jóvenes en 1945 y vivieron en Ciudad Jardín, y nutrió a sus historias con toda esa información.
Pero se zarpa, y ahí es donde el libro derrapa: las historietas tienen MUCHO texto, los personajes no paran de hablar un minuto y los globos y bloques de texto se convierten en la fuerza hegemónica. Me parece que el problema pasa por la cantidad de páginas asignadas a las historietas. Hay varias de cuatro o seis páginas, que se proponen contar cosas que daban para 8 ó 12. Entonces están llenas de viñetas muy chicas y tienen texto por todos lados. Alguien debió haberle explicado a Cosnava que en 43 páginas de historieta no se puede contar seis historias, desarrollar una trama para cada una y además una trama mayor, que englobe a las seis. Entre las historietas y una vez que estas se terminan, hay bastantes textos más, donde Cosnava mete... más información! Y la obra en su conjunto termina por ser una cátedra, más que una historieta. Un testimonio de cómo este autor se obsesionó mal con el tema, se pasó de rosca y quiso meter TODO en una obra relativamente breve.
El efecto más lamentable de estos excesos por parte de Cosnava tienen que ver con que desaprovecha a los dibujantes. Tiene un elenco con varios jugadores muy talentosos, pero la estructura de las historias, la escasa cantidad de páginas y la hiperabundancia de textos hacen que estos no se luzcan para nada. Veamos uno por uno...
Toni Carbos la pagó barata: su historieta está repleta de texto, pero es el único que tiene 11 páginas para desarrollarla. Así es como el ritmo del relato es lento, ceremonioso, pero igual se luce a full su estética fuerte, muy expresiva, muy gráfica. Juan Bernardo Muñoz es un dibujante realista correcto, al que todavía le falta un poquito de cocción, y su trabajo no tiene la onda suficiente para contarrestar el sopor que producen los infintos diálogos que mete el guionista.
Javier Fernández está en ese mismo nivel, el de los dibujantes correctos a los que les falta un poquito de onda, y la historia que le tocó tiene un poco menos de texto, pero la tiene que contar en apenas cuatro páginas, así que también se ve apretadísima. Alfonso Zapico, en cambio, es una bestia, un autor con un estilo muy propio, muy sólido, con muchos años de laburo para Francia y premios importantísimos en su haber. Al pobre pibe le encajaron una historieta repleta de diálogos, que tiene que comprimir en cuatro páginas, entre ellas una con 15 viñetas. Lo cagaron mal.
Javier Navarro Barreno es otro dibujante realista correcto, que se fuma páginas de 11 cuadros con diálogos infinitos. Nuestro compatriota Fernando Baldó (dibujante de Los Canillitas) tiene sólo cuatro páginas, también hasta la chota de texto, con extensos soliloquios. Y las últimas ocho páginas le exigen proezas inimaginables a Rubén del Rincón, excelente dibujante, suelto, plástico, dinámico, muy expresivo... y víctima de otra historieta con miles de cuadritos diminutos llenos de texto.
Nada, esto daba para desarrollarse de otra manera, en muchas más páginas. Así, terminó por naufragar en el océano del embole.

viernes, 21 de febrero de 2014

21/ 02: THOR: THE MIGHTY AVENGER

Hoy como ayer, me toca deleitarme con el trabajo de un maestro del claroscuro. Chris Samnee (que de él se trata) no dibuja parecido a Leandro Fernández, pero entiende como el rosarino la fuerza que tiene el dibujo cuando es sólo mancha negra y espacio blanco y además, aunque está perfectamente inserto en el mainstream yanki donde todo se publica a color, se le nota que piensa la historieta en blanco y negro. Samnee tiene una anatomía tranqui, que no se regodea en músculos imposibles ni en poses estridentes pasadas de rosca. Y lo más lindo: maneja unas expresiones faciales fascinantes, dignas del mejor Ty Templeton. Por si faltara algo, su gran capacidad para la síntesis y su uso de las masas negras lo emparentan, además, con Alex Toth. O sea que estamos frente a un dibujante con un estilo muy atractivo, muy personal, a años luz de los Juan Carlos Flicker que recurren todo el tiempo a la foto y de los pavos que sobredibujan y llenan las viñetas de rayitas innecesarias. Que un dibujante como Samnee se haya impuesto en un contexto tan adverso, donde se valora tanto a los que hacen todo lo contrario a lo que hace él, resulta tan asombroso como meritorio.
Lo que más me sorprendió de este libro, sin embargo, son las fechas en las que se publicaron originalmente estas historietas. Varias de ellas salieron en 2010, es decir, bastante antes que la primera película de Thor. Sin embargo, el guionista (nada menos que el prócer neozelandés Roger Langridge, un fetiche de este blog) ya juega con varios elementos de los que –creía yo- se habían inventado para la peli. Langridge des-bizarrea el origen de Thor, desconoce olímpicamente a Don Blake, le da onda, chapa y personalidad a Jane Foster (la cambia tanto que se podría haber llamado de cualquier otra manera) y explota esa veta tan atractiva que es mostrar a Thor como un tipo medio alienígena, al que le cuesta bastante adaptarse a los EEUU del presente, porque viene de una cultura radicalmente distinta. Y no puedo creer que a Langridge se le haya ocurrido hacer negro a Heimdall. Eso seguro se lo impuso algún capanga de Marvel que ya sabía que en la peli el personaje iba a estar a cargo de un actor afroamericano.
Hasta ahí llegan las coincidencias con la versión fílmica de Thor, porque Langridge le reserva a Loki un rol MUY chiquito y –lo más loco- nunca llega a mostrarnos a Asgard. La meta de Thor es volver al Reino Eterno, pero en estos nueve episodios no lo logra. Ni siquiera confronta con alguno de los villanos asgardianos, o con los gigantes de hielo, y a Sif (que aparece en la ilustración de la portada) ni siquiera la nombran. Supongo que el guionista se guardaba a los villanos asgardianos (y a Odin) para más adelante, un más adelante que nunca llegó, porque la revista vendió poco y duró menos. Lo cierto es que en estos episodios el neozelandés rompe la tradición de los comics de Thor, esa que impone buscar un equilibrio entre cosas que suceden en la Tierra y cosas que suceden en Asgard. Acá todo pasa por la Tierra, por la relación entre Thor y Jane y por los encuentros de Thor con algún que otro villano y unos cuantos superhéroes de nuestra dimensión. El Dios del Trueno pareciera llegar “con todo ya empezado”, porque Langridge nos muestra a los otros héroes (Giant Man y Wasp, Captain Britain, Namor, Iron Man) como más asentados en lo suyo, más curtidos en comparación con este extranjero en tierra extraña que va por ahí, medio a los tumbos, dándose cuenta sobre la marcha de cómo viene la mano. Por supuesto, el coraje y la nobleza de Thor lo harán ganarse rápidamente la confianza y la amistad de estos paladines.
Como suele suceder en el mainstream superheroico, varias de las peleas que nos muestran Langridge y Samnee están al pedo, porque claramente les interesa más mostrarnos otra faceta del personaje. Sin embargo, estas no eclipsan a los momentos más intimistas, a la “comedia romántica” entre Thor y Jane, que está finamente elaborada y sostenida por excelentes diálogos, silencios, miradas y seguramente algún encuentro sexual de alto voltaje, que no está, pero que uno se puede imaginar dónde se produce sin mayor dificultad. Si te gusta Thor, dale una chance a esta versión medio descolgada de su “year one”. Y si sos fan de Samnee o de Langridge, aprovechá para disfrutarlos en una serie muy linda, muy ganchera, muy reader-friendly, en la que los dos pusieron mucho huevo y mucho talento. Habrá más trabajos de ambos muy pronto, acá en el blog.

jueves, 20 de febrero de 2014

20/ 02: FAR SOUTH

Otro team-up entre guionista uruguayo y dibujante argentino y van... Esta vez, el ya consagradísimo Rodolfo Santullo forma equipo nada menos que con Leandro Fernández, un gran dibujante argento con muchísima obra publicada en EEUU, pero poco conocido en nuestro país. El resultado es una historieta muy atractiva, muy fiel al estilo de Santullo, a la que Fernández le aporta muchísimo con su solidez y su experiencia para el thriller aventurero.
Las historias de Far South amagan con ser autoconclusivas, hilvanadas sólo por la presencia de la pulpería de Montoya, que funciona como nexo, como punto de encuentro entre personajes muy distintos, como funcionaba el bar de Joe en las historietas de Muñoz y Sampayo o la tetería del Oso Malayo en las de David Rubín. Pero es un amague, nomás. Y si ya te lo comiste en Dengue, acá ya estabas prevenido, ya olfateabas que Santullo estaba por pegar el zarpazo, por hacer un pase mágico y lograr que estas historias que al principio parecen inconexas, se vinculen de un modo cada vez más estrecho y más manifiesto. Tanto que para el final no sabés si leíste varias historias cortas o una novela gráfica dividida en episodios.
Ambientadas en una zona rural que puede ser de Argentina o de Uruguay, en una década que podría ser la de 1920, las historias de este Far South están salpicadas de violencia, corrupción, lujuria, sangre, injusticias y -sobre todo- venalidad. El concepto de “los buenos” no existe. Acá no hay buenos. A lo sumo veremos a alguno de estos tipos y minas duros e inescrupulosos tener algún gesto honorable, mostrar algún mínimo respeto por los códigos. Santullo mete a los personajes en situaciones extremas, donde la propia venalidad de los mismos, su propia ambición y falta de reparos a la hora de perseguir el billete o el poder ajenos, los hace jugarse la vida en persecuciones, tiroteos, peleas con armas blancas o incluso en garches bastante hot. Como la guita y los corchazos, los personajes van y vienen y los que en un relato son protagonistas, en otro pueden ser antagonistas, secundarios, o manipular la acción desde las sombras. Para que esto funcione armoniosamente hace falta un guionista muy hábil y acá reluce una vez más la chapa de Santullo, a quien le fascina el mundo del hampa y los marginales, sobre todo cuando lo puede explorar acá nomás, en nuestro Río de la Plata.
El trabajo de Leandro Fernández al frente de la faz gráfica es exquisito. Como a todos los ex-asistentes de Eduardo Risso, se le notan un poco algunos tics heredados del maestro, sobre todo cuando trabajan en blanco y negro y le ponen todas las fichas al claroscuro. En la comparación con Risso, Fernández pierde claramente a la hora de dibujar minitas: las del maestro son bastante más lindas. Pero le va muy bien a la hora de la síntesis, cuando para sumarle fuerza expresiva a los rostros, Leandro les saca elementos, los simplifica. Y además se juega a rostros menos reales, más caricaturescos (o más grotescos, incluso), por ahí más cercanos a los de un Horacio Domingues, un Alberto Dose o un Dante Ginevra que a los del león de Leones. Por supuesto, Fernández la rompe en la composición de las viñetas y no falla jamás ni en la narrativa ni en la integración de la referencia fotográfica a su estética oscura, marcada por los climas sórdidos y ominosos. Y otra cosa que le suma fantastillones de puntos a Leandro son esas ilustraciones a color directo con las que abre cada una de las cinco historias de este libro.
Que parece que son apenas las primeras cinco, porque Santullo y Fernández están preparando nuevas, en parte porque este libro anduvo muy bien y en parte porque Far South despertó el interés de Dark Horse, que la quiere publicar en EEUU en un tomo más voluminoso que el que tengo yo en la mano. No sé cómo va a hacer Santullo para integrar en una historia mayor a las historias “menores” que vimos acá, porque son pocos los personajes que sobreviven. Pero le tengo fe. Si todavía no te diste una vuelta por la pulpería de Montoya, no lo dudes: Santullo y Fernández te están esperando, acodados en la barra, para contarte un puñado de historias tremendas, con mucha mala leche, mucho impacto y un gran nivel tanto en guiones como en dibujos.

miércoles, 19 de febrero de 2014

19/ 02: JOURNALISM

Al igual que ayer, me toca reseñar un tomo de historias cortas de un autor habitualmente asociado con historietas largas o –como se dice ahora- con “la novela gráfica”.
El maestro Joe Sacco, que compite con Guy Delisle a ver quién visita los lugares más chotos del planeta, tiene en su ilustre trayectoria una buena cantidad de historias cortas (mucho menos promocionadas que sus trabajos más extensos) y esto libro reúne 11 de ellas, precisamente las que (como nos sugiere el título) tienen que ver con la especialidad de Sacco, que es el comic documental, con un marcado perfil periodístico. Entre fines de los ´90 y 2010, Sacco estuvo en Palestina, en Chechenia, en Irak, en India, en el Tribunal de Justicia de La Haya y hasta en Malta, la islita donde nació en 1960, pocos meses antes de afincarse en Melbourne, Australia, donde vivió hasta los 12 años.
Las historietas periodísticas o documentales de Sacco tienen un sólo problema, por así decirlo: los finales. Uno está acostumbrado a que las historietas se terminen cuando los conflictos que impulsan las tramas se resuelven. Por lo menos en un porcentaje importante, si no en un 100%. Acá las reglas son otras. Para empezar, no hay tramas. Hay hechos y testimonios, presentados de modo bastante objetivo. A veces Sacco intenta plantear una especie de curva dramática, y a veces hasta lo logra. Pero eso no es lo importante. Lo importante es meterse en lugares donde está todo para el orto y mostrárselos al lector. Y lo más heavy: el autor no inventa los conflictos. Se enfrenta con conflictos que ya existen y que lo más probable es que no se resuelvan jamás.
Así es como, antes de que empiece a rodar la pelota, ya está totalmente desactivado el clásico esquema de introducción-nudo-desenlace. Se podría conjeturar que esto es todo introducción, que todo lo que hace Sacco es plantear una situación límite, que puede derivar en un conflicto de la San Puta, como puede estirarse hasta el infinito sin que nadie salte ni haga nada. Lo cierto es que el maltés quiere, antes que entretenernos, informarnos. Darnos la data necesaria para que tomemos conciencia y si da, para que sacudamos la modorra y hagamos algo al respecto de las inequidades y los desastres que nos muestra. O aunque más no sea que nos indignemos, que digamos “hijos de puta, ¿cómo puede ser que nadie haga nada por esta pobre gente?”. Las historietas de Sacco no tienen héroes ni villanos, pero el autor se las ingenia para señalar con bastante precisión quiénes juegan el rol de víctimas y quiénes son (por obra u omisión) los victimarios.
La lectura de todo este material (denso en el sentido de que tiene muchísimo texto y unos dibujos laburadísimos) nos deja con un sabor invariablemente amargo. No por la calidad del trabajo de Sacco, que es sublime, sino porque el autor nos sumerge en un océano de penurias, miserias, hambre, enfermedades, exilios, odio racial y religioso, crímenes de lesa humanidad totalmente impunes... Son historias dolorosamente reales de gente que, si todavía no perdió todo, tiene muchas chances de perderlo a menos que pase algo muy loco y –de pronto- la solidaridad y la fraternidad le ganen al “me chupa todo un huevo”.
Algunas historietas tienen más texto, otras menos. Algunas tienen más cuadros por página, otras menos. En todas, lo primero que llama la atención, el dato excluyente, es la pasmosa habilidad de Sacco para el dibujo. Por el tipo de historias que cuenta, casi no necesita romperse el orto en la planificación de las secuencias. Y sin embargo, lo hace y sorprende. Pero lo que realmente te deja estupefacto es el rigor documental de su dibujo, cómo te hace creer TODO, no dudar de NADA, cómo te convence con un pase mágico de que lo que te está mostrando no es un dibujo sino LA REALIDAD. Para eso, Sacco juega en todas las viñetas su ancho de espadas, que es su capacidad para dibujar texturitas, rayitas, puntitos y crosshatchings a niveles inhumanos, como si fuera asquerosamente fácil. Por suerte, en la única historia del libro publicada a todo color, se controla un cachito más y deja que los colores (no las texturitas logradas con plumín o rotring) rellenen los contornos de las figuras y sugieran la iluminación de los escenarios.
No descubro nada nuevo si digo que Joe Sacco es un genio, un referente fundamental del comic de los últimos 20 ó 25 años a nivel mundial. Si no te da el estómago, o si las temáticas no te interesan tanto como para meterte a fondo con sus historietas más largas, acá lo vas a ver al nivel de sus mejores trabajos, pero en historias cortas. Habrá más Sacco en el blog, dentro de unos meses.

martes, 18 de febrero de 2014

18/ 02: THE ARMED GARDEN (and other stories)

En algún momento de 2011, cuando vi este libro anunciado en el Previews, lamenté mucho no poder comprármelo, porque no era barato y salía en un mes superpoblado de lanzamientos grossos. Pero un volantazo del destino hizo que varios meses después apareciera en oferta en uno de los sitios a los que habitualmente le compro libros, y ahí sí, no me pude resistir. Aquel sufrimiento de tener que tacharlo de la listita se convirtió en felicidad el día que, por si faltara algo, el propio autor me lo firmó en Comicópolis. Y ahora que lo leo, no puedo creer cómo esto no fue un hitazo, cómo terminó en el pilón de las ofertas y no entre los títulos rápidamente agotados que claman urgente por una reedición. En realidad sí, hay una explicación lógica para eso... pero no deja de ser injusta.
La verdad es que en estos tres relatos el francés David B. pone todo y un poco más. Son tres historias muy extremas, a todo o nada, en las que el prócer combina altas dosis de violencia con un vuelo poético muy atractivo, que le permite trascender los confines de la epopeya para probar otra cosa, más cercana a la fábula o la leyenda.
La primera historia, The Veiled Prophet, me pareció la más lograda. Son 30 páginas desaforadas, en las que pasa de todo y en las que David B. combina metafísica, intriga palaciega, batallas tremendas, sexo, misterio y delirio. A su descomunal manejo del claroscuro le agrega varias tonalidades de un naranja opaco, casi marrón, que potencia muchísimo la fuerza expresiva de los dibujos y le agrega una dimensión más a esas composiciones recontra-impactantes que propone el autor, incluso cuando se ciñe a una grilla clásica de seis viñetas. The Veiled Prophet es magia y belleza en estado puro y esas 30 páginas valen lo que pagues por todo el libro (sobre todo si lo conseguís en oferta).
The Armed Garden, la historia que da título al libro, es un toque más extensa (36 páginas) y también transmite esa sensación de desmesura, de relato más grande que la vida misma. Acá también David B. combina los combates entre poderosos ejércitos con elementos metafísicos (la búsqueda del Paraíso que supieron habitar Adán y Eva) y si bien la historieta se disfruta (en parte por sus escenas shockeantes, con masacres, garches, vómitos, canibalismo y gente quemada viva) al guión le falta una vueltita más, sobre todo al final. The Veiled Prophet, al estar ambientada en la época y las tierras de los califas y sultanes, tenía una impronta gráfica que “dialogaba” con la típica ilustración musulmana del medioevo. The Armed Garden, en cambio, está ambientada en la Europa del este, alrededor del año 1420, y la estética que elige David B. tiene que ver con los grabados religiosos de la baja Edad Media, por supuesto sin renunciar a su estilo propio, moderno, intenso, con momentos de gran lirismo.
Finalmente, The Drum Who Fell in Love retoma a uno de los protagonistas de The Armed Garden para otras 36 páginas, que podrían haber sido 20, o a lo sumo 24. La idea tiene muchísimo vuelo: un caudillo militar cae en combate, un villano manda a hacer un tambor con su piel y el tambor se convierte en receptáculo del espíritu inquebrantable del caudillo, capaz de inspirar a los soldados en combate e incluso de enamorarse de una minita que, en vez de golpearlo, lo acaricia. La trama decae un poquito en las 14 páginas finales, cuando aparece Jesucristo y se propone guiar a la chica y al tambor hacia el Paraíso. Son secuencias a las que no les falta poesía, ni imaginación (de hecho, por momentos parecen escritas por Lewis Carroll), pero sí un toquecito de dirección. De todos modos, es una muy linda historia, obscenamente bien dibujada por este genio del Noveno Arte.
No sé si esto está editado en castellano, fuera de una historieta que encontré hace un tiempo en una Nosotros Somos los Muertos (ver reseña del 04/12/13). Por las dudas, recomiendo la edición yanki de Fantagraphics (traducida como los dioses por el ireemplazable Kim Thompson), que es una maravilla. Habrá más material del glorioso David B. en el blog, en los próximos meses.

lunes, 17 de febrero de 2014

17/ 02: BAKUMAN Vol.4

Venía con una abstinencia de manga importante, de más de dos meses, y decidí romperla con un nuevo tomo de mi manga favorito, o por lo menos del que más me ceba, cuyo tomo anterior fue –casualmente- el último comic ponja que reseñé acá en el blog. Tengo más mangas sin leer, de autores muy diversos, y ya van a pasar por acá. Pero ahora me quería sacar la leche con esta maravilla de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata que por suerte nos ofrece Ivrea a los lectores argentinos.
Creo que si los diálogos fueran una mierda, los personajes fueran unos subnormales y la temática no me enganchara en lo más mínimo, también me gustaría Bakuman por su increíble frescura y su conmovedora vitalidad. Este es un manga que vive, que late, que está hecho del mismo material que los sueños de miles y miles de pibes que aman al manga. Es la historia de dos pichis que no son nada pero van por todo. Bakuman es juego, es diversión, es emoción... pero ya estamos en el momento en que empiezan a estar en juego cosas MUY serias. Saiko y Shuujin, todavía alumnos de escuela secundaria, logran metas muy grossas, que no cualquiera alcanza, y lo hacen con un esfuerzo, con un sacrificio y con una responsabilidad que no son para nada frecuentes entre los adolescentes, que a esa edad (la del pavo) están –como su nombre lo indica- en la pavada. Estos chicos, en cambio, laburan a destajo, van a reuniones con editores, se codean con mangakas que ya lograron publicar en las revistas más importantes... De a poco se les abren las puertas del mundo editorial, de las revistas de manga más populares de Japón. Un mundo fascinante, y a la vez muy complejo, muy enrevesado, lleno de vericuetos y tecnicismos, al que los guiones de Ohba nos muestran con rigor documental y a la vez con el suficiente filo dramático como para que jamás decaiga el interés que suscita la trama.
Quizás ese sea el salto cualitativo que pega el guión de Ohba en este tomo: convertir en algo “aventurable” (como diría el maestro Sasturain) a un procedimiento burocrático y ascéptico como es el de la selección de nuevos historietistas para incluir en las páginas de un semanario japonés. El voto del público, la opinión de los editores, la chapa previa de unos y otros aspirantes, todo se conjuga en un in crescendo dramático que se hace realmente atrapante y que llega a su cénit en la famosa “reunión de serialización”, que vendría a ser una especie de “gala de eliminación” de un reality, por trazar una analogía más accesible. Si alguna vez seguiste un reality y te pusiste nervioso en esos momentos de tensión en los que están en juego los sueños, las esperanzas y meses de esfuerzo por parte de varios pibes o minitas con los que –de algún modo- te identificaste, ya tenés una idea de qué botones va a apretar Ohba para que no puedas soltar ni en pedo este tomito de Bakuman.
El resto, excelente. El elenco de la serie sigue en expansión (de hecho reaparece la mamá de Azuki, que no figuraba desde el Vol.1), la historia de amor sigue en un segundo o tercer plano y lo único que hace ruido es cómo los chicos se las ingenian para zafar de las obligaciones del colegio secundario para poder ponerle tantas pilas al despegue de sus carreras como mangakas.
El dibujo de Obata no puede ser mejor. Está cada vez más suelto, más expresivo, más zarpado, menos atado al realismo fotográfico, y por si faltara algo para pintarles la cara a todos los demás dibujantes de esa onda, acá dibuja en CUATRO estilos distintos, uno por cada mangaka ficticio con algún peso en el guión. Cada vez que los editores o los dibujantes discuten sobre la calidad de algún manga, Obata nos muestra un par de páginas, cada una con la impronta gráfica y las técnicas de uno de los personajes. Impresionante. De la truculencia dark de los mangas de Shinta Fukuda al minimalismo cute (“chibi”, le dicen los ponjas) de las escenas graciosas (en las que casi siempre tiene chapa Miyoshi), Obata da cátedra de versatilidad y sobre todo de sabiduría.
Sin peleas, sin misterios retorcidos, sin dilemas morales con la humanidad toda en juego, sin sexo, ni drogas, ni rockanrol, Bakuman es un manga brillante, completamente adictivo, ameno, esclarecedor y desbordante de una onda juvenil, festiva, acaso un toque ingenua pero para nada pavota. Una gloria.

domingo, 16 de febrero de 2014

16/ 02: LAS CHICAS DE NADIE

Hoy cortito, que tengo poco tiempo.
Entre tantas antologías, el guionista Damián Connelly encontró un tiempo para mandarse una nueva novela gráfica, esta vez junto a Matías San Juan. Como tantas historias cortas del guionista, esta está ambientada en la ciudad “vale todo” de Winchester, que uno supone quedará en algún lugar de EEUU.
Esta obra propone una novedad para los seguidores de Connelly, acostumbrados a ver cómo el guionista toma un género tradicional, lo subvierte, o le mete varios giros extraños hasta que la historia tome otro cauce, para nada tradicional. Acá, por el contrario, elige un género y lo banca hasta el final, sin transgredir el canon, sin salirse de los lineamientos clásicos. Las Chicas de Nadie es un comic de suspenso y lo es hasta el final. No se hace romántico, no se hace porno, no se hace de terror, ni derrapa hacia el slice of life. En vez de experimentar por ese lado, Connelly arma una estructura clásica, en la que todo pasa por un tipo que busca a una chica que desapareció. Lo interesante es cómo el guionista construye a este protagonista y las situaciones en las que este se verá involucrado a causa de su búsqueda no tan frenética, pero sí bastante obsesiva.
El misterio es interesante, está bien llevado y no avanza ni se resuelve a fuerza de casualidades medio traídas de los pelos. Pero el sustento principal de la novela es el desarrollo de Emmet Leech, un personaje muy interesante, de gran tridimensionalidad, al que Connelly define con pocos diálogos y elocuentes silencios. Es tan improbable que un tipo como Emmet se convierta en héroe, que eso hace que uno no pueda dejar de leer la novela hasta que llega el final. Y al final, todo cierra de modo sumamente satisfactorio, a años luz de lo predecible.
El dibujo de Matías San Juan (a quien ya habíamos visto en varias antologías) es sobrio, elegante, impecable. Su línea combina realismo, expresividad y la dosis exacta de sordidez que requiere una trama por momentos perturbadora, espesa de verdad. El principal mérito de San Juan es la forma en que aplica los grises. Ahí es donde saca chapa de maestro y donde demuestra con categoría que fue un acierto plantear esta historieta en blanco y negro. Un trabajo muy, muy sólido por parte de este joven talento argentino.
No te quiero mentir: Las Chicas de Nadie no te cambia la vida, ni mucho menos. Pero cuenta una historia jodida, la resuelve muy bien y da testimonio del talento de Connelly para elaborar a un protagonista complejo y cargarle sobre las espaldas el peso de una trama turbia y cautivante a la vez. Y si comprás historietas por los dibujos, preparate para flashear con el magnífico desempeño de Matías San Juan.

sábado, 15 de febrero de 2014

15/ 02: BATMAN: THE BLACK MIRROR

Ah, bueno... ¡Esto es finoli de verdad! Este libro recopila los 11 episodios de Detective Comics previos al reboot, cuando la serie pasa a manos de Scott Snyder. Me imaginé que podía llegar a estar bueno, pero no tenía idea de que me iba a encontrar con un clásico contemporáneo, sin nada que envidiarle a las grandes etapas de Batman. Esto está lleno de logros muy notables, de los cuales yo elijo subrayar estos:
a) Dick Grayson como Batman. Y escrito mucho mejor que en la etapa de Batman & Robin de Grant Morrison, en la que Dick era una especie de Juan Carlos Nadie y toda la onda la ponía Damian. Acá Damian no aparece, pero es un placer ver a Dick interactuar básicamente con Jim Gordon, Barbara, y en menor medida con Alfred y Tim Drake, que acá ya era Red Robin.
b) El plan a largo plazo. Snyder escribe estas historias como pequeños arcos agumentales de dos o tres números, complementadas por historias más breves (back-ups) que al principio parecen no tener conexión entre sí. Pero en realidad está pensado todo en conjunto, como una gigantesca novela gráfica de más de 300 páginas. De a poco, gradualmente, te cae la ficha de que todo lo que sucede en cada arquito está perfectamente entroncado con una saga mayor, más ambiciosa, que por momentos pasa por atrás, por los costados, o se deja ver mínimamente, en algún detalle menor de las aventuras. Cuando eso queda claro, cuando Snyder decide descorrer el velo, ya te tiene atrapado en una red alucinante, y ya tiene a punto la “cocción” del conflicto principal, del cual no pienso dar ni la más mínima pista.
c) El clima. Olvidate de la psicodelia pop y la onda light. Esto es grim´n gritty del bueno, con crímenes escabrosos, misterios espesos, ambientes ominosos, dilemas morales muy jodidos, y personajes oscuros, impredecibles, sumamente perturbadores. Por momentos me hizo acordar a los guiones de Denny O´Neil para The Question, y eso es un gigantesco elogio.
Por supuesto hay peleas al pedo, que no conducen a nada, simplemente porque en un comic de superhéroes hay que repartir patadas o piñas no menos de una vez cada 20 páginas. Y de verdad, eso es lo único criticable. El hecho de meterle violencia a una trama en la que los conflictos se pueden solucionar (y de hecho lo hacen) por otra vía.
El dibujo de estos 11 episodios está repartido entre Jock y Francesco Francavilla, dos autores a los que ya nos cruzamos acá en el blog, cada uno dueño de una impronta gráfica muy personal, muy distinguida de la de los dibujantes del montón. Ya he hablado muy bien del dibujo de Jock en otras reseñas, y acá debo decir que para Batman no me termina de cerrar. No me gusta su interpretación de Gotham (toda llena de cables eléctricos, que los otros dibujantes rara vez muestran) y me molesta que le dibuje la capa tan larga al protagonista. Nada es lógico en el mundo de los superhéroes, pero que un tipo corra, salte, luche o nade envuelto en un trapo que parece esas banderas que cubren toda la popular de Racing, es un disparate. El resto bien, una variante atractiva del estilo de Sean Phillips, un poquito más sacado, más expresivo, más visceral.
Y lo de Francavilla es monumental. El italiano tiene un estilo muy impactante, mezcla de Eduardo Barreto, David Lapham y David Mazzucchelli, con un talento muy especial para narrar “de cerca”, con planos cortos, y además un vuelo majestuoso a la hora de arriesgar con la puesta en página. Su claroscuro es tan fuerte, tan extremo, que lo dejan colorearse él mismo y la verdad es que en ese rubro también me sorprendió y mucho. A esto hay que sumarle un excelente manejo de los climas y ya está, ya tenemos a un nuevo ídolo que –sin ser un virtuoso del lápiz- encontró una vuelta nueva, que funciona muy bien. Recomiendo seguir de cerca a Francavilla, porque en pocos años pegó varios saltos cualitativos muy notables y lo más probable es que pegue varios más.
A veces pasa, muchachos. Por más curtido que esté, por más escéptico que sea, a veces aparece un comic bien de mainstream y me caga a patadas en el cerebro. Creo que desde la época de Greg Rucka que no flaseheaba así con un número de Detective. Y esto es mejor que lo de Rucka, así que imaginate. No sé qué estará haciendo ahora Snyder en la serie post-reboot de Batman, pero como seguramente le meten crossovers con otros títulos (a cargo de autores que no me interesan para nada) y encima tiene a Bruce Wayne bajo la capucha, no creo que me caliente en averiguarlo. Con lo que hizo acá me alcanza para ponerlo entre los grandes guionistas de Batman de todos los tiempos.

viernes, 14 de febrero de 2014

14/04: SIN LUZ

Se me cortó la luz a las 17:30, justo cuando estaba redactando la reseña de hoy.
Y todavía no volvió.
Por eso, desde una compu prestada, pido las disculpas correspondientes y, si mañana tengo luz, termino de escribir la reseña y la posteo.
Hasta entonces...

jueves, 13 de febrero de 2014

13/ 02: JEANGOT Vol.1

Una de las creaciones recientes del siempre prolífico Joann Sfar es una biografía en forma de comic del célebre guitarrista gitano Django Reinhardt, publicada por el prestigioso sello Gallimard. El primer tomo salió en 2012 y ahí nos encontramos con tres sorpresas. 1) No la dibuja Sfar, sino Clément Oubrerie, otro dibujante muy prolífico, con un estilo con bastantes puntos de contacto con el de Sfar, conocido sobre todo por los seis tomos de la saga de Aya de Yopougon (escrita por Marguerite Abouet), un embole soporífero que ganó varios premios y vendió mucho. 2) No se trata de una historieta autoconclusiva, sino de una serie, de la cual hasta ahora no salieron nuevos tomos. 3) Django Reinhardt y todos los personajes secundarios aparecen dibujados como animalitos antropomórficos (Sfar sabe de eso, lo hizo en Le Donjon durante años) y con los nombres cambiados. Así, el protagonista se llama Jeangot Renart (palabra que se escribe casi igual que “renard”, que significa “zorro”, y que suena muy parecido a como un francés pronuncia “Reinhardt”) y el primer tomo se llama “Renard Manouche”, que es algo así como “Zorro Zíngaro”.
Reinhardt vivió sólo 43 años y en este tomo, el relato de Sfar no llega ni siquiera a cuando cumple 19. Arranca con el nacimiento del músico en Bélgica y llega hasta cuando parece abandonar su carrera, luego de haberse enseñado a sí mismo a tocar la guitarra con dos dedos menos, cuyo uso perdió en un accidente. Estas 52 páginas están centradas en la infancia y la adolescencia de este virtuoso de la música que empezó a ganarse la vida con su talento desde los 13 años. ¿Y no va muy lento? No, más o menos. En cada página, como casi todas tienen entre 10 y 12 viñetas, pasa bastante.
El tema es que Sfar se cuelga en secuencias en las que no avanza el relato, sino que giran en torno al narrador, al personaje que el autor elige para contar la historia de Jeangot. Se trata de un erizo llamado Niglaud que además cumple el rol que en la realidad cumplió el hermano de Django. Niglaud es un personaje definitivamente carismático, con el que Sfar y Oubrerie se encariñan muchísimo, al que vemos crecer junto a Jeangot y –a diferencia del protagonista- llegar a viejo y escribir en base a sus recuerdos (no del todo confiables) la hsitoria de su mejor amigo. También veremos el backstage de esa biografía: la rosca de Niglaud con los editores, su búsqueda de personas que hayan conocido a Jeangot y puedan aportar su testimonio, y hasta peripecias menores (a las que se les dedican bastantes páginas), como la del final, cuando se escapa del hospital conectado al suero. Todo esto le va a interesar más al que quiera leer una historieta divertida, con una impronta de comedia, que al que busque una biografía de Django Reinhardt más tradicional, más basada en la documentación.
El dibujo de Oubrerie es bellísimo y muy expresivo. Cultiva la línea chunga, como Sfar, pero en ningún momento parece laburar directo en tinta, a mano alzada, sin boceto previo. A Oubrerie no lo amedrenta en lo más mínimo la grilla de cuatro tiras, ninguna con menos de dos viñetas, sino que se lo ve muy cómodo en ese formato. Lo mejor que tiene son los climas, las texturas que imitan el trazo de la carbonilla, y los momentos que elige para hacer desaparecer los fondos y los marcos de las viñetas. Acá, cuando trabajar sólo con Niglaud, plantea secuencias totalmente despojadas y a la vez muy logradas, con el timing de los grandes humoristas gráficos. El color también es extraordinario, con efectos y hallazgos asombrosos, y es mérito de Oubrerie y de Philippe Bruno, quien lo asistió en este rubro.
Espero ansioso el Vol.2, porque la verdad que este tomo me gustó mucho. Me interesó la historia de Jeangot, me encariñé yo también con Niglaud y descubrí una nueva faceta de Clément Oubrerie mucho más interesante que la que había visto en su obra más conocida. Hay que ponerle fichas a Joann Sfar, amigo viñetófilo. El tipo rara vez falla y generalmente la rompe. Yo siempre esperé leer la biografía de Django Reinhardt hecha en comic por Carlos Sampayo, que sabe bocha de jazz y lo metió en una historia corta, creo que de El Bar de Joe. Pero bueno, le ganó de mano Sfar con una historieta muy linda y muy satisfactoria. ¡Música, maestros!

miércoles, 12 de febrero de 2014

12/ 02: ANTOLOGIA ZOMBI

Siguen sin interesarme los zombies, pero bueno, este librito traía historias cortas de varios autores que me gustan mucho, por eso le entré. Veamos cómo me fue.
La primera historia cuenta un momento (supongo que importante) del pasado de Michonne, una de las protagonistas (creo) de The Walking Dead, serie que jamás leí. Este fue mi primer contacto con TWD y la verdad es que... ni fu ni fa. Son seis paginitas, no hay demasiada sustancia para el análisis, y supongo que si lo que nos muestran Robert Kirkman y Charlie Adlard tiene peso, lo tiene en función de historias que yo nunca leí y probablemente nunca lea.
Me gustó mucho Esqueleto, la historieta de Salvador Sanz, no sólo porque está obscenamente bien dibujada, sino porque crea un personaje nuevo, inmerso en un mundo muy atractivo, con reglas y rasgos propios. Toca tangencialmente el tema de los zombies, porque hay gente que morfa gente, pero no es exactamente una de muertos resucitados.
Otra muy bien dibujada es la de Germán Peralta, uno de los más destacados autores de la Términus. Le falta sacarse de encima algunos tics muy propios de Eduardo Risso (incorporados en los años en que fue asistente del maestro) y ya está, ya tenemos un nuevo dibujante de la San Puta, con todo para triunfar a nivel mundial. Como contraparte, las cuatro páginas que dibuja Renato Guedes no me gustaron ni ahí, parecen sacadas con fritas, para zafar, a años luz de las maravillas que le vimos hacer en los comics de Marvel y DC.
La de Rodolfo Santullo, con apenas siete páginas, ofrece una sóla escena en la que “la trama” se queda en un par de diálogos interesantes, mientras lo que cuenta es muy menor. El dibujo de Guillermo Hansz, sin ser choto, me parece que queda mejor en otro tipo de historias.
A Gonzalo Duarte, en cambio, le alcanzaron cinco páginas para contar una muy buena historia, intensa y jugada. El precio a pagar fue un toque caro: como cada página tiene muchas viñetas y cada viñeta tiene bastante texto, se desluce un poco el dibujo de Juan Manuel Tumburús, un virtuoso al que conviene mucho más mostrar que tapar.
La historia más floja del tomo me pareció la última, la de Ricardo Romero y Pablo Churín. Me gusta cómo están armadas las secuencias, pero ni el guión ni el dibujo me terminaron de cerrar.
Vamos a las joyitas, que también hay. La de Diego Agrimbau es una historieta brillante. En 10 páginas te da cátedra de ironía, ingenio, mala leche y además pela un enfoque totalmente original para el tema de los zombies. Por ahí el contexto de la historia no permite que se luzca demasiado el dibujo del alucinante Agustín Graham Nakamura, un talento especialmente dotado para escenas de machaca, destrucción y persecuciones. Quizás esto sería igual de bueno con dibujos de Fernando Baldó o algún otro de los habituales partenaires de Agrimbau.
Y dejo para el final las dos historias del inmenso (y aún hoy poco reconocido) Mauro Mantella. La más cortita (tres páginas) es apenas una idea ingeniosa, casi un chiste largo y muy gracioso. Lo acompaña en los dibujos Alejandro Aragón, un dibujante que –sin ser malo- no me convenció demasiado. La otra historieta escrita por Mantella, la de 12 páginas, es una auténtica genialidad. Acá hay riesgo, hay experimentación, hay una sensibilidad y una imaginación increíbles, y además una precisión muy notable en la ejecución, que funciona como un mecanismo de relojería. Para eso es fundamental que se ponga las pilas el dibujante y Mantella se sacó el Quini 6 con Facundo Percio, un dibujante de estilo realista muy sólido, bastante conocido en el exterior pero casi sin obra publicada en nuestro país.
El resto del libro se llena con biografías de los autores, bocetos, pin-ups y carátulas que bien podrían no estar para dejarle lugar a otra historieta corta. ¿Y dónde está Luciano Saracino, que fue el creador e impulsor del proyecto? Tuvo mala suerte. Se puso a trabajar con dibujantes que no entregaron en fecha y se quedó afuera de la antología que él mismo ideó. Habrá revancha pronto, porque tengo para leer en las próximas semanas varias obras del talentoso creador de Germán: Ultimas Viñetas.

martes, 11 de febrero de 2014

11/ 02: ART D´ECCO

Ya tuvimos a dos hermanos brasileros que publican en Argentina, un canadiense que vive en Francia, y hoy dos hermanos neozelandeses que viven en Inglaterra. Uno de ellos el es genio máximo del comic de su país, el maestro Roger Langridge. Y el otro es su hermano Andrew, que acá oficia de guionista para escribir casi 150 páginas rarísimas, más inclasificables aún que lo que hace Roger en solitario.
Art D´Ecco es una serie claramente humorística, apoyada en dos pilares: por un lado el absurdo, el delirio, el disparate, el non-sense, la limadura en la que cualquier cosa puede pasar; y por el otro, el humor basado en los juegos de palabras boludos, pero graciosos. Al principio parece que se trata de una idea que sólo funciona en historias muy cortas, pero pronto empiezan a aparecer relatos más largos, de 12 ó 15 páginas, y antes de la mitad del libro, Andrew y Roger se clavan una verdadera novela gráfica de 60 páginas en la que enfrentan el demencial desafío de sostener algo así como un argumento sin que decaiga la infinita sucesión de gags.
El veredicto es “no, no superaron el desafío”. La Trahisson des Images (que así se llama la extensa aventura) lleva a los protagonistas (Art D´Ecco y The Gump) a vivir una peripecia bizarra atrás de otra, hay desarrollo de personajes secundarios, flashbacks, secuencias muy distintas narradas en paralelo, mucho firulete, pero el resultado es un comic que se hace largo, que te obliga a contar cuántas páginas faltan para que se termine, porque el interés no se sostiene.
Por suerte a los hermanos les va mucho mejor con las 21 páginas de The Secret Origin of the World, una maravillosa incursión en el género de los chistes de naúfragos, que no aburre nunca y está repleta de momentos geniales. Y después, más chistes de una sóla página y más historias cortas de menos de 12, algunas muy efectivas y otras medio pavotas.
Me parece que, salvo en The Secret Origin of the World, la dinámica entre los personajes y el estilo de humor propuesto por Andrew se disfruta más en dosis más pequeñas. Casi 150 páginas de esto es un poco mucho. De hecho, es imposible bajarse todo el libro en una sentada. La lectura pide a gritos varias pausas, en lo posible con otras lecturas (más convencionales, menos anárquicas) en el medio.
Por supuesto, nada de esto importa cuando las historietas están dibujadas con total libertad y muchísima onda por Roger Langridge. Estamos ante un artista de una magnitud tan sublime, ante un historietista tan “quintaesencial” (palabrita que hace saltar a más de un pelotudo de los que leen este blog para indignarse), que nada opaca el infinito placer de tener otro libro suyo en la biblioteca. Langridge experimenta con todo: con la línea, con los fondos, con los marcos de las viñetas, con la puesta en página, con las tipografías, con las tramas mecánicas, con el armado de las secuencias (en las que aparecen transiciones totalmente impredecibles) y hasta en el diseño de los personajes. Y ahí, en este último rubro, es donde se manda la única que a mí no me gusta, que es ese diseño triangular para The Gump, un personaje que le quedó muy feo, muy chocante. Todo lo demás es talento en estado puro y podría incluirse tranquilamente en aquel fundamental recopilatorio de historias cortas del ídolo que vimos el 24/04/12.
Todo este material se escribió y dibujó entre 1988 y principios de los ´90 y, salvo alguna que otra historietita de una página, el resto envejeció con muchísima dignidad. Hoy se pueden mirar las casi 150 páginas de Art D´Ecco, compararlas con los últimos trabajos de Langridge, y que salgan muy bien paradas. Irrefutable testimonio de la vigencia de este genio del lápiz y la tinta, al que volveremos a visitar acá en el blog. Varias veces, incluso.

lunes, 10 de febrero de 2014

10/ 02: SHENZHEN

Shenzhen es el primero de los (cuatro) libros en los que el canadiense (radicado en Francia) Guy Delisle nos cuenta sus viajes por lugares medio bizarros del planeta. Este es un viaje que el autor realiza en 1997, narrado en un comic que se edita por primera vez en 2000. O sea que va antes de sus viajes a Pyongyang (lo reseñamos el 14/08/10) y a Birmania (lo reseñamos el 15/11/11). Veamos cómo le fue.
Shenzhen es una mega-ciudad de China, a la que Delisle viaja durante tres meses para supervisar la producción de una serie animada, producida por un estudio francés para el que trabaja. En esos meses, ademá, va a descubrir una nueva cultura, muy distinta de la canadiense y la francesa, siempre acompañado de intérpretes porque no entiende una palabra de chino y casi no encuentra chinos que hablen inglés, ni mucho menos francés. Buena parte de las más de 140 páginas que ofrece el libro, se tratan de eso, de una crónica graciosa de las costumbres, los paisajes, las comidas y hasta los olores que Delisle descubre en la mega-urbe china. Los restaurantes donde se morfa perro, los maniquíes en las vidrieras, el tránsito intenso de bicicletas, las obras en construcción, la basura y hasta la proliferación de soretes humanos en los lugares más improbables son algunas de las cosas que impactan al autor y este nos cuenta, obviamente en clave de humor.
Por suerte, esta vez no hay un contexto político tan denso como el de Corea del Norte, Myanmar o Israel. Delisle casi no ve militares, no respira ese clima de opresión, no le caen misiles a dos cuadras del hotel. Esta rara cruza de comunismo y capitalismo que experimenta en China le causa una cierta sorpresa, pero –de nuevo- le parece más graciosa o bizarra que indignante. Por supuesto le da por el quinto forro prender la tele y que haya sólo dos canales, pero no está contado como algo grave, no hay una intención de denunciar una injusticia o un disparate mayúsculos como sí se ve en otras crónicas del canadiense.
Lo más lindo, o lo que a mí más me gustó, es cómo Delisle nos mantiene enganchados todas esas páginas sin un conflicto fuerte. Se supone que el tipo llega con una misión: garantizarle un nivel de calidad a esta serie en la que trabajan los animadores chinos. Pero rápidamente se da cuenta de que todo está planteado con menos tiempo, menos guita y menos ganas de las que hacen falta para que todo salga bien y dice “ma´sí, váyanse a cagar”. Y en vez de hacerse mala sangre por la baja calidad de la animación, se relaja y se propone simplemente corregir los errores más groseros, que igual son muchos. Toda esa parte en la que Delisle nos muestra el backstage de la realización de la serie es muy divertida, muy ganchera, y claro, es la que peor hace quedar a los locales, porque los muestra como unos improvisados, colgados y bastante ineptos a la hora de laburar.
Por supuesto, a la hora de describir, de no narrar, de no engancharse a establecer un conflicto fuerte o a generar tensión, Delisle tiene un arma infalible que es la asombrosa calidad de su dibujo. Mezcla perfecta entre Lewis Trondheim y los humoristas de los diarios yankis (con Ted Rall a la cabeza), el grafismo del canadiense se embellece y se potencia con un fastuoso trabajo de grises aplicados con lápiz negro. De hecho, salvo algún fondo negro de alguna viñeta, toda la obra parece estar dibujada con lápiz negro, un elemento al que Delisle le arranca una gama de texturas virtualmente infinita. Quizás sea un efecto de photoshop que imita el trazo del lápiz, pero lo cierto es que se ve muy, muy suelto, muy genuino, y sobre todo muy bello. Cada tanto, el relato es interrumpido por una splah-page en la que el autor mete una ilustración sin textos, en la que retrata con un grado de detalle pasmoso algún edificio o algún paisaje urbano de Shenzhen que le llamó mucho la atención. Son imágenes imponentes, en cuya contemplación te podés colgar horas.
Si sos fan de Guy Delisle, no hace falta que te recomiende este libro. Ahora, si estás pensando en engancharte con las crónicas de este talentoso autor que recorre lugares bizarros, me parece que te van a impactar más Pyongyang, Crónicas de Birmania o Jerusalén, porque tienen todo ese contenido extra de los contextos socio-políticos espesos. Habrá más Delisle en el blog, en los próximos meses.

domingo, 9 de febrero de 2014

09/ 02: OESTE SANGRIENTO

Hoy tenemos una vez más comic brasilero, pero con una novedad sumamente bienvenida: comic brasilero publicado en Argentina, traducido a nuestro idioma nada menos que por Eduardo Santillán Marcus, un verdadero pontífice de la religión de las viñetas.
Ahora bien, ¿cómo te das cuenta de que Oeste Sangriento es un comic brasilero? No hay forma. Si nadie te dice que los autores nacieron en Ciudade Gaúcha y viven en San Pablo, no encontrás en la obra ni el menor indicio de que esto está escrito y dibujado en el Coloso de Sudamérica. Esto no está ni bien ni mal per se, pero me llamó la atención, sobre todo porque la otra novela gráfica de autores brazucas que se editó en Argentina (Banda de Dos, reseñada el 13/03/13) exhibía de modo más que conspicuo su documento de identidad.
Y vamos a frenar ahí las comparaciones con Banda de Dos, para que Oeste Sangriento no se nos vaya tan rápido al descenso. La verdad es que el gran atractivo de esta novela de los gemelos Magno y Marcelo Costa (no alcanzaba con Moon y Bá, por eso el comic brazuca tiene... ¡más gemelos!) pasa por el dibujo. El guión, en cambio, es derivativo, obvio, inverosímil... una colección de clichés que sabemos que funcionan, porque ya los vimos 50.000 veces en las películas. Los gemelos Costa se embarcan en un western sórdido, violento, en el que Frank Jones, el sobreviviente de una masacre, irá en busca de los asesinos de su familia y sus amigos para cobrarse una venganza sangrienta y sin piedad.
Es un planteo básico, para nada original, pero bastane ganchero. Sobre todo porque Frank está en una grosera desigualdad de condiciones respecto del perverso Chartreux (a quien secunda una pandilla de malvivientes bastante bien trabajada desde el guión) y uno se pregunta cómo carajo le puede llegar a ganar. La respuesta es poco convincente, como en tantos films de cowboys en los que el pichi le gana al grosso de modos totalmente inverosímiles.
Un detalle que acentúa la desigualdad entre Frank y los malos es que Magno y Marcelo dibujan a los villanos como gatos y a todos los demás como ratones, o sea que físicamente la diferencia es enorme. De todos modos, ambas razas tienen pulgares reversibles y armas pensadas para que cada uno las pueda levantar y utilizar sin mayor esfuerzo. El de los gatos y los ratones es un efecto visualmente lindo (esto mismo, con protagonistas humanos, quizás se confundía con un western del montón) pero que al nivel del guión sólo aporta confusión, porque el conflicto entre buenos y malos termina por ser una mera manifestación de un odio racial. La brutal diferencia ética entre Frank y Chartreux se empequeñece frente a la diferencia de tamaño, de contextura, de apariencia... muy raro.
El dibujo, por suerte, banca los trapos. Salvo por el “epílogo” en el que Magno se hace cargo de la faz gráfica (y evidencia que el dibujo no es lo suyo), el resto del libro es un verdadero deleite visual. Los gemelos desarrollan a lo largo de casi todo el libro una grilla de tres tiras, con tres cuadros por tira. Parecida a la de Watchmen, pero con viñetas más cuadradas, porque el libro es más cuadrado. Y Marcelo rompe la grilla todas las veces que lo cree necesario, para acentuar los momentos más impactantes del guión. Si bien la composición de las viñetas es correctísima, a veces, cuando se yuxtaponen, se evidencian problemas que entorpecen la composición no de la viñeta, si no de la página. Pero en general, esto se lee muy bien, con un ritmo muy fluído, muy atrapante. Los encuadres están bien, hay mucha variación de ángulos, muy buenas secuencias mudas, los globos están ubicados con buen criterio... muy poco para mejorar en la próxima. Y lo más notable, lo que más me gustó fue el uso del color, aplicado con talento y sensibilidad por Marcelo, y fundamental para apuntalar y sumarle dramatismo e intensidad a los climas que sugiere el guión.
Si querés leer un western típico, sin mayores pretensiones, con tiros, piñas y mala leche, animalitos antropomórficos y dibujos de gran calidad, seguro la vas a pasar bien con Oeste Sangriento. Si buscás una historia más profunda, menos trillada o más verosímil, me parece que Magno y Marcelo Costa te van a dejar con gusto a poco.

sábado, 8 de febrero de 2014

08/ 02: FANTASTIC FOUR Vol.5

Bueno, al final no era tan grave. Se podía leer este tomo después del Vol.4, sin hacer escala en los Vol.1 y 2 de FF, que van en el medio y recopilan esos 12 episodios en los que Spider-Man toma el lugar de Johnny Storm en el clásico cuarteto. Debe haber... un detallito o dos que Jonathan Hickman no explica y que tenés que deducir por vos mismo. Pero no se siente el vacío, no te encontrás con un status quo totalmente indescifrable. Lo que sí tenés que tener muy frescos son los episodios anteriores de Fantastic Four de Hickman, sobre todo los que vimos en los tres primeros TPBs, esos en los que pasaba poco y el guionista (e hincha de River) sembraba plots grossos a futuro y tiraba pistas sutiles de que se venía una saga de proporciones cósmicas.
Esa saga está acá. Todo lo que Hickman sembró, lo cosecha en los episodios reunidos en este TPB. Acá pasan tantas cosas que el regreso de Human Torch (que obviamente no estaba muerto) es casi un elemento menor. En realidad no, porque Hickman dedica 50 páginas (casi una novela gráfica, dentro del monumental n°600) a contarnos qué le pasó a Johnny en la Zona Negativa y cómo logró volver. Pero antes y después de eso, tenemos a Annihilus, la armada Kree, los Inhumans, Galactus y los Celestials en una machaca cósmica a todo o nada, con todo el universo en juego. La trama es compleja, y por ahí cuando la tiene que resolver, Hickman la simplifica un toque, porque se da cuenta de que si no, necesita 15 episodios para resolverla. Y así desaprovecha un poquito (no mucho) a una de las amenazas (los Kree).
El resto es todo un in crescendo, hasta llegar a momentos de una tensión impresionante, donde el guionista te tiene agarrado de la garganta y a cada nuevo giro o revelación, uno responde “nah, pará un poco, esto ya es demasiado”. El conflicto más grosso que yo recuerde en la larga historia de los Fantastic Four (que, nos cuenta Hickman, es desencadenado por algo que nos narró en su Vol.1 como si fuera una anécdota casi menor) no lo pueden resolver ni Reed y su grupo ni todos los héroes que se acercan a dar una mano. Lo va a resolver un personaje que viene de otra era, al cual Hickman ya nos había mostrado, y al que no quiero nombrar para no spoilear. Alcanza con decir que es un ser tan poderoso, que al final Galactus se convierte en heraldo suyo. Que Galactus sea tu heraldo es algo así como que Maradona sea tu chofer, Natalia Oreiro tu mucama y Quino vaya con vos a todas las convenciones para cargarte la mochila y las bolsas con lo que te comprás.
La verdad es que el final es tan fuerte, tan impactante y cierra tan bien todas las puntas que abrió Hickman en los tomos anteriores, que no tengo la menor idea de qué puede pasar en el Vol.6, el último que escribe el maestro antes de cerrar esta serie para irse a escribir a los Avengers. Necesariamente tiene que ser una aventura más chiquita, menos ambiciosa, pero ni idea de para dónde puede ir. Quizás para el lado del Dr. Doom, que es un personaje al que, en este tomo, Hickman mantiene inteligentemente en las márgenes del mega-conflicto.
En cuanto al dibujo, tenemos muchas páginas de un Steve Epting no a media máquina, pero por debajo de lo que nos mostró en Captain America y The Marvels Project. Hay páginas tan apuradas, sacadas tan “con fritas” que por momentos parece que amaga con volver el Epting de los ´90, el que dibujaba Avengers en la etapa de Bob Harras, ese que parecía un clon oscuro de John Buscema. Pero claro, en esa época no usaba fotos y acá abusa un poquito de ese recurso. Sin mirar siquiera una foto, Barry Kitson reemplaza a Epting en dos episodios muy bien dibujados, en los que el inglés pone mucho huevo y los coloristas dejan la vida. También hay una linda historia corta dibujada por Farel Darlymple y una muy breve (apenas 6 páginas) dibujadas sin demasiada onda por Leinil Francis Yu. Lo mejor del tomo a nivel visual son esas 50 páginas de Johnny en la Zona Negativa, dibujadas como la San Puta por Carmine Di Giandomenico, un talentosísimo artista italiano que, también sin tocar una foto, le pone onda y personalidad a un trabajo consagratorio para él y para el colorista Andy Troy, que también la rompe. Son 50 páginas casi sin fondos, pero con un nivel de dibujo estremecedor.
Ahora sí, ya estoy a un sólo tomo de terminar la etapa de Jonathan Hickman en Fantastic Four. Me quedan pendientes los tomos de FF, que me los voy a comprar sólo si los veo muy baratos. Prometo entrarle pronto al Vol.6, así ya paso a la (breve) etapa de Matt Fraction.

viernes, 7 de febrero de 2014

07/ 02: PANNA MARIA

Esta obra ejemplifica las injusticias del mundo editorial. El guionista es yanki, el dibujante es argentino y la novela no está editada ni en castellano ni en inglés. Sólo existe en francés o en italiano, algo que habría que remediar de modo urgente. Panna Maria (de 1999) es la segunda colaboración entre el escritor, docente y guionista Jerome Charyn y nuestro genio del claroscuro, José Muñoz. También es una adaptación al comic de la novela homónima, que Charyn publicó por primera vez en 1982.
No sé qué se sentirá al leer la novela, pero la historieta es una verdadera joya. El guión nos traslada a Manhattan, a principios del Siglo XX, cuando la isla Ellis era la puerta de entrada para miles de inmigrantes europeos que venían –literalmente- a hacerse la América en los prósperos EEUU. En las primeras 15 páginas, Charyn nos cuenta lo poco que le dura el sueño americano a una inmigrante polaca que, seducida y engañada por el protagonista de la novela (otro polaco, Stefan Wilde), terminará como prostituta en un burdel. En las 15 páginas siguientes, Stefan asume claramente el papel principal y el guionista explora a fondo su relación con las putas, con su patrón (un caudillo del Partido Demócrata) y con Panna Maria, el edificio propiedad del puntero donde funciona el prostíbulo y donde Stefan, que se las da de amo y señor, en realidad es un simple ordenanza.
Para la página 31, llega un sacudón importante: entra en escena Kitty Matlock, la encantadora y aristocrática hija de uno de los capos del Partido Republicano y Stefan se enamora de ella. Acá arranca el segmento más extenso de la novela, una especie de Romeo y Julieta, entre un ordenanza demócrata y una cuasi-princesa republicana. El romance está condenado desde el minuto uno y Charyn nos estremecerá al mostrarnos con crudeza (e incluso cierto vuelo poético) los tremendos costos que pagará Stefan por aferrarse a ese amor a contracorriente. En las últimas 15 páginas, veremos al ordenanza tocar fondo, quedarse ahí un rato largo y eventualmente encontrar una esperanza, un caminito de regreso a Panna Maria, a las calderas y el carbón, y a las prostitutas a las que les mintió con descaro una y mil veces, que al final eran las únicas que alguna vez le tuvieron algún tipo de respeto o de afecto.
En total son 77 páginas inolvidables, repletas de personajes y situaciones muy reales, muy elaborados, sin buenos ni malos, con los que uno rápidamente se encariña. Charyn logra un magnífico equilibrio entre escenas pachorras y escenas más violentas, con bastante acción. Pero lo mejor es que sabe mantenernos atrapados por la trama tanto cuando parece centrarse en la denuncia de las injusticias que padecen los inmigrantes, como cuando se mete a fondo con la rosca política, como cuando la historia parece virar hacia el romance.
Y a todo esto hay que sumarle un manejo impecable de los climas, que corren por cuenta de un Muñoz inspirado, compenetrado, muy al servicio del relato. El genio del claroscuro opta por su grilla más frecuente de los ´80 para acá, la de seis cuadros (y a veces siete) en tres tiras, y rara vez la abandona para probar algo distinto. Cuando lo hace, brinda unas tomas panorámicas del West Side newyorkino que te ponen la piel de gallina. Muñoz aprovecha que Charyn es un experto en narrar mediante escenas mudas, y ahí donde no aparece el diálogo, son las expresiones faciales que conjura nuestro compatriota las encargadas de contarnos qué sucede en las mentes de los protagonistas. Muñoz transmite amores y desamores, respetos y desprecios, sueños y desencantos y hasta piñas y persecuciones con una fuerza expresiva única, inigualable. Ya desde la primera escena, esa primera secuencia de siete viñetas totalmente hipnótica que desemboca en una página de tres cuadros en grilla widescreen, el co-creador de Alack Sinner te avisa que no se piensa guardar nada.
Si te gusta el comic europeo, seguro lo tenés junado a Jerome Charyn por sus colaboraciones con François Boucq, Jacques Loustal, Massimiliano Frezatto, o por El Colmillo de la Serpiente, su otro laburo con Muñoz, que sí se editó en nuestro idioma. Lo cierto es que en su segunda y última colaboración el yanki y el argentino (ambos más famosos en Francia que en sus respectivos países) nos obsequiaron una Historieta Perfecta, que en un mundo más justo debería ser mucho más accesible y mucho más conocida de lo que es hoy. Si podés conseguir Panna Maria, no lo dudes. Garpa aunque no sepas francés, para delirar con los dibujazos de un José Muñoz fuera de escala.