el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 28 de febrero de 2015

28/ 02: ZERO POINT

Esto es algo que en nuestro país se hace poco, que es lo que yo llamo “historieta sin documentos”. Zero Point no da el más mínimo indicio de haber sido ideada y dibujada por un autor argentino. Está escrita en neutro y ambientada en una ciudad aparentemente yanki a la que jamás se menciona. No hay “argentinadas” en ningún lado: ni en los diálogos, ni en la ambientación, ni en la trama, que es un clásico thriller de asesinos a sueldo, mafias y canas corruptos que podría haber sido tranquilamente producido en EEUU, Japón, Brasil o cualquier país europeo.
Visualmente, lo que hace Agustín Graham Nakamura tampoco se parece en nada al típico comic argentino. Agustín vivió varios años en Japón (país donde nació su madre), y estudió manga y dirección de animación. Eso se ve con toda claridad en este trabajo, que tiene una estética muy cercana a la del manga, mucho más que cualquier otra historieta de autores locales editada hasta el momento en Argentina. Ojo: no estoy diciendo que “es un manga”. Está narrado de izquierda a derecha, está hecho a un ritmo muy lento (Nakamura tardó años en realizar menos de 190 páginas) y casi sin asistentes, apenas con la colaboración de Ramón Bunge, encargado de aplicar las tramas mecánicas.
Pero la impronta japonesa está y está muy bien lograda. Las recién mencionadas tramas mecánicas están perfectas, las líneas cinéticas abundan y están magníficamente usadas, hay ángulos típicos del manga, trucos narrativos alucinantes que rara vez se ven en el comic occidental (¡esa secuencia toda narrada en cámara subjetiva!), mucho énfasis en los silencios, escenas trepidantes de altísimo impacto narradas sin diálogos ni onomatopeyas, y el típico contraste entre edificios, armas y vehículos muy realistas y figuras humanas mucho más simples, en las que se ve el amor de Nakamura por autores como Naoki Urasawa y Katsuhiro Otomo, entre otros. También en algunos rostros hay cositas menos japonesas y más yankis, especialmente en los personajes femeninos. Y lo más importante: todo está muy, muy bien dibujado. En poquísimas viñetas, Nakamura te mete adentro de su universo, te seduce, te convence de que todo es real y te lleva de un sacudón a otro a fuerza de una faz gráfica contundente, sin fisuras.
Por supuesto, todo esto no alcanzaría para hablar bien de Zero Point si no estuviera respaldado por un buen guión. Y felizmente, el guión está buenísimo. Es complejo, pega giros impredecibles, no se rompe nunca el verosímil, no juega al impacto por el impacto mismo, y hasta se anima a saltar al vacío en el desarrollo de un personaje clave (¿o son dos?). El pase de manos que hace Agustín sobre el final de la obra, redefine a un personaje secundario (Crow, el mejor diseñado de todo el elenco) y abre toda una nueva perspectiva acerca de todo lo que habíamos leído hasta ese punto. Ese es un golpe maestro, no parece una idea de un autor que está forcejeando con su ópera prima.
Entre una cosa y otra, Zero Point resulta una lectura atrapante, muy intensa. No le pidas mucho más que un rato de entretenimiento, porque eso es lo que se planteó Agustín Nakamura como meta: entretener con una historia fuerte, basada en el ritmo y en los momentos extremos en los que estallan las peleas, las persecuciones, los tiros y las explosiones. Si a eso le sumamos una profundidad asombrosa en algunos personajes, buenos diálogos, un garche muy hot y giros argumentales inesperados, estamos en condiciones de afirmar que las aspiraciones del autor se cumplieron con creces.
A la historieta argentina le hacen falta más obras como Zero Point, más obras que –por estética, más que por temática- puedan resultarle irresistibles a los fans del manga que ni en pedo te tocan una historieta de autores locales… y que a la vez no subestime ni a este grupo de lectores ni a los otros. Agustín Graham Nakamura, un ronin del comic y la animación hoy radicado en Brasil, frotó la lámpara y logró con esta obra convocar a lectores de todos los palos, generar un éxito de ventas muy notable y dejarnos cebados a muchos de los críticos más exigentes, que hoy nos preguntamos cuándo carajo sale su próxima novela gráfica, para comprarla de una.

viernes, 27 de febrero de 2015

27/ 02: VALERIAN Vol.5

Venía leyendo los álbumes de Valérian de a uno, pero bueno, pintó muy barato este mega-tomo de Norma que trae tres álbumes juntos y no lo pude evitar. Por suerte, la historieta de Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres se caracteriza por su ritmo ágil, con lo cual clavarme tres álbumes en un día no resultó un sacrificio mayúsculo ni mucho menos. Este hardcover trae los episodios 13, 14 y 15 de esta mítica serie, que pertenecen a la época en la que Valérian deja de serializarse en la revista Pilote y empieza a salir directamente en álbumes, de modo bastante espaciado.
La primera aventura de este tomo es Sur les Frontiéres, de 1988, que originalmente se publicó serializada y en blanco y negro en el diario France Soir. Este es el peor guión que escribió Christin para la saga de Valérian y probablemente en toda su carrera. El guionista presenta a varios personajes nuevos, empieza a armar un conflicto grosso, hace crecer la tensión, mata a uno de los personajes y revela al otro como un villano zarpado con un plan ambicioso y fatal, pone a los héroes en acción para intentar frenarlo, cuando la cosa ya está al borde de la hecatombe llega el enfrentamiento entre el villano, Valérian y Laureline… y ahí se desinfla totalmente la historia. De las 62 páginas, 55 son un build-up hacia una lucha que promete ser definitiva. Sin embargo, en la página 56, todo el espesor dramático, todo el conflicto se desvanece de un modo que torna totalmente irrelevantes a todas las peripecias, peligros, marchas y contramarchas que dieron buenos y malos a lo largo de casi toda la aventura. Un bajón al que sólo levantan esos toques de caracterización magistrales que Christin le mete todo el tiempo a Valérian y Laureline y que los hace tan reales y tan queribles.
Vamos con Les Armes Vivants, aparecida directamente en álbum en 1990. Acá los autores vuelven al formato de 54 páginas y el guión levanta un poco. De nuevo, Christin repite el truco de presentar a varios personajes nuevos y repartir mucho el protagonismo entre ellos y los héroes “titulares” de la serie. Y le sale bien. Son personajes atractivos, que rápidamente generan una muy buena química entre sí y con Valérian y Laureline. Al final, resulta no haber “malos”: los buenos quedan atrapados en medio de un conflicto bélico ancestral que amenaza con no resolverse jamás, y el guionista lo usa para bajar línea acerca de la carrera armamentista y lo poco creíbles que suenan los discursos de los líderes de las grandes potencias cuando hablan de ponerle fin a las guerras. El final es bastante poco verosímil, como si Christin hiciera “una de más” en su afán de que estos nuevos personajes terminen bien y le queden a mano por si los necesita para más adelante; pero bueno, al lado del final de Sur les Frontiéres, este es brillante.
Cuatro años después de Les Armes… aparece Les Cercles du Pouvoir, lejos el mejor de los tres álbumes que integran este integral (cuac!). Esta es una aventura en todo su esplendor, repleta de persecuciones, peleas, espionaje, investigación al estilo del hard boiled, traiciones, escenas de comedia sumamente efectivas y revelaciones shockeantes. Acá reaparecen varios personajes del álbum Les Spectres d´Inverloch (reseñado el 28/01/13) y está todo ambientado en el hiper-corrupto planeta Rubanis. Christin se prodiga (y se divierte) en la descripción de esta extraña sociedad (con más de un guiño a la nuestra) y logra que todos los detalles que nos resultan atractivos en esa descripción, tengan peso a la hora de la acción, de la resolución de la trama. El final tiene una resonancia rara con el de The Wizard of Oz y está muy bien. Los personajes nuevos también tienen mucha onda y no estaría mal volver a verlos, especialmente a la villana Na-Zultra.
Este último episodio es el único en el que se lo nota a Mézieres un poquito por debajo de su mejor nivel. El dibujo arranca muy arriba, con Mézieres realmente prendido fuego, tirando magia en las expresiones faciales, en la plasticidad de los cuerpos, y obviamente en la creación de paisajes, naves y seres inimaginables. El primer tramo del integral, que transcurre mayoritariamente en la Tierra del presente, nos lo muestra también muy afilado para documentarse y mostrarnos lugares perfectamente reconocibles de nuestro planeta. En el segundo tramo, Mézieres deja la vida en las escenas de combates multitudinarios de miles contra miles. Y en el tercero, parece gastar todos los cartuchos en dos o tres escenas muy grossas y al resto prestarle menos atención. Esto se nota especialmente en los primeros planos, que a menudo parecen apresurados, descuidados, dibujados “como para zafar”. Convengamos en que Mézieres, al 70% de lo que puede dar, también es una bestia implacable. Pero uno es un rompebolas que lo quiere todo el tiempo al 100%.
Y me faltarían dos de estos masacotes de 190 páginas para completar todo Valérian. Deben valer un huevo y la cáscara del otro, pero me gusta la edición, las traducciones son muy buenas y son la forma más práctica de capturar los seis álbumes que no tengo y jamás leí de esta serie que tanto hizo por expandir los límites de la ciencia-ficción.

jueves, 26 de febrero de 2015

26/ 02: FLOYD FARLAND, CITIZEN OF THE FUTURE

¿Alguna vez te preguntaste qué hizo Chris Ware antes de inventar Acme Novelty Library? Yo no. Pero me encontré de casualidad con este librito y me pareció interesante, por eso lo capturé. Se trata de una historieta que Ware hizo a los 19 años para un periódico escolar, reversionada para esta edición a cargo de Eclipse, que salió en 1988, cuando el autor tenía apenas 21 años.
Esto es MUY loco, porque no se parece absolutamente en nada a los trabajos más conocidos de Ware. El formato es el del típico comic-book, es en blanco y negro, y la estética no se parece para nada a la que vimos a partir de los ´90 en las “aventuras” de Jimmy Corrigan y demás. Olvidate de ese estilo puntilloso, de línea clara generosa en detalles y pensada para ser complementada con el color: Acá Ware trabaja con un claroscuro extremo, binario, en el que ni siquiera hay lugar para la línea negra. Todo es mancha o espacio en blanco. El resultado es por un lado impactante y por el otro muy raro, muy experimental. Es algo que por ahí se podría haber visto en El Víbora, en la RAW, o en alguna otra publicación de impronta vanguardista.
De los trucos que ya le conocía a Ware, el único que se ve acá es el de controlar milimétricamente el tempo narrativo mediante el armado de secuencias compuestas por muchas viñetas muy pequeñas, idénticas o bastante parecidas entre sí. Acá se juega con páginas de hasta 19 cuadros, algo muy infrecuente en el formato de comic-book. Y ofrece muchísimas páginas con más de 15 cuadros. Eso hace que estas 41 páginas se lean muy lento, en el tiempo en el que normalmente leemos 64 u 80. Como el dibujo es muy extremo, una vez que lo decodificás ya “se lee solo”. Y el gancho pasan a ser por un lado la acción, y por el otro los textos.
Hay que decir que, para ser una obra de un chico de 19 años, Floyd Farland está muy bien escrita. Es una especie de comedia de enredos con espionaje y conspiraciones, ambientada en un futuro distópico, con guiños a G. K. Chesterton y George Orwell. Ware encuentra la forma de que sucedan cosas bastante escabrosas, pero contadas de modo tal que parezcan livianas, casi cómicas. Los personajes están delineados con brocha gorda, no tienen demasiados matices, porque lo interesante está en la forma en que los vaivenes de la trama los van llevando a situaciones muy complejas. No quiero contar muchos detalles para que te sorprenda como me sorprendió a mí.
Y si bien el grafismo, algunas puestas en página y sobre todo la splash page que se manda cerca del final (con un bizarro tributo a la publicidad de los años ´50) muestran una sana intención de experimentar, de innovar, esta no es una obra revolucionaria desde lo formal como sí lo sería Acme Novelty Library. No es tradicional, se va al carajo por varios caminos distintos, pero no es ese “antes y después” que va a plantear Ware a partir de 1993.
La compañera Wikipedia me tira el dato de que hoy Ware no se hace cargo de Floyd Farland, que le parece un bochorno, una obra ingenua y muy de principiante. De hecho se dice que el autor suele comprar todos los ejemplares que encuentra para destruirlos. Bueno, maestro, se te escapó uno. Y cayó en mis manos. Y lo leí con mala leche, porque –ya lo conté varias veces- a mí Ware me parece un genio en cuanto al replanteo formal que propone en el armado de las páginas y las secuencias, me encanta su dibujo, pero sus historias me aburren, me parecen frías, reiterativas, no me transmiten la más mínima pasión. Siempre lo comparo con esos violeros prodigiosos onda Yngwie Malmsteen, que te devastan desde la técnica pero que a la hora de generar emociones resultan muy pecho frío. Esta vez, el virtuoso con un témpano en el tórax me enganchó con una historia muy interesante, con un conflicto atractivo, giros impredecibles, buenos textos y algún capricho medio bizarro, por qué no… Seguro que Floyd Farland no estuvo nominado para ningún premio ni vendió un choto ni le aportó demasiado capital simbólico a su joven autor. Pero es una historieta muy digna y, si conseguís este librito antes de que Chris Ware termine con su campaña para borrarlo de la faz de la Tierra, sospecho que te va a gustar, incluso si no sos fan de este celebrado ícono del comic contemporáneo.

miércoles, 25 de febrero de 2015

25/ 02: KINGSMAN: THE SECRET SERVICE

Ayer fui al cine después de muchos meses, a ver una peli que me llamaba la atención por ser una adaptación de un comic de Mark Millar y Dave Gibbons. Tengo el libro, pero todavía no lo leí, así que no sé si me va a gustar más o menos que la película. Por ahora, lo que tengo para opinar sobre Secret Service son estos 129 minutos dirigidos por Matthew Vaughn. Un dato curioso es que este muchacho ya gritó “¡acción!” en otras tres películas basadas en comics (Stardust, Kick-Ass y X-Men: First Class), de las cuales yo no vi ninguna.
Así, en bolas, sin haber leído nada, sin tener la menor idea del argumento que ideó Millar para el comic (seguramente especulando con que se podría convertir también en largometraje), Kingsman: TSS me gustó mucho. Me pareció un entretenimiento muy logrado, con mucho ritmo, mucha intensidad, con una mirada irónica muy bien puesta sobre las convenciones de las típicas películas de espías, y sobre todo con un excelente desarrollo del personaje principal, Eggsy, muy bien encarnado por Taron Egerton.
Por supuesto hay momentos en los que el guión (obra de Vaughn y Jane Goldman) se va un poquito al carajo y abandona toda pretensión de verosimilitud. Los excesos pochoclísticos tan propios de los blockbusters se imponen en algunos pasajes por sobre una atmósfera bastante realista, construída sobre todo a través de los diálogos. Ojo, no es que pasen cosas más fumadas que en una peli típica de James Bond o del Capitán América. Pero, en un contexto más “verídico” como el que plantea Kingsman:TSS, hace un poco más de ruido ver –por ejemplo- a 50 tipos cagando a tiros a uno sólo sin acertarle un mísero disparo. O a un pibe sin ningún tipo de entrenamiento aguantando casi un minuto abajo del agua. En fin, deslices habituales en este tipo de relatos basados en la acción incesante y espectacular.
Acá, además de tiroteos, peleas alucinantes y explosiones, hay una trama muy atractiva, con un villano muy carismático cuyo plan no tiene nada que envidiarle a los de los mejores films de James Bond. La conspiración que urde este excéntrico personaje va más allá de lo que uno sospecha al principio y mucho antes del final de la peli ya genera consecuencias muy grossas, de las que alteran radicalmente el desarrollo de la historia. Esto habla de lo impredecible del argumento, que es algo que hay que valorar. Y también está muy presente la mala leche típica de Mark Millar. No sólo las puteadas (que abundan como pocas veces), sino esa crueldad, ese humor negro, ese tinte maligno para mostrar desde un simple choque de autos a un intento de genocidio a nivel global.
Los diálogos, además de la superpoblación de puteadas, ofrecen pinceladas que sirven para delinear al menos dos conflictos de menor escala: el de los aristócratas acomodados vs. la gente humilde que subsiste con lo justo, y el de los ingleses protocolares y atildados vs. los yankis relajados y barderos. Esas son cositas que enriquecen mucho al guión, y andá a saber si están tan logradas en el comic.
Y, sin spoilear (porque capaz que alguno se decide a ir a ver Kingsman: TSS después de leer esto), hay una secuencia que no creo que esté en el comic (la de Eggsy al volante del auto robado a los muchachones del pub), y una que, si está, debe haber sido graficada y orquestada por Gibbons de un modo muy distinto a lo que nos muestra Vaughn: la de la detonación de los implantes que tienen en el cogote todos los que rosquearon con el villano. Ya me voy a enterar cómo se resuelve eso sin movimiento y sin música. En la pantalla grande, la resolución que ofrece Vaughn me pareció brillante, un contraste exquisito con lo tremendo de la escena.
En cuanto a las actuaciones, además de la de Taron Egerton destaco la de Colin Firth, a quien había oído nombrar pero no recordaba de otras películas (obviamente debido a mi escasa cultura cinematográfica). Y generalmente me encanta verlo actuar al maestro Samuel Jackson, pero acá me irritó con la manía de hablar zezeando, algo que no creo que Millar haya imaginado cuando creó al personaje de Richmond Valentine. Otro punto muy a favor de la película es que no tiene una historia de amor, si bien hay una chica de la misma edad de Eggsy que gana bastante protagonismo, interpretada por una hermosa Sophie Cookson, a quien tampoco conocía.
Kingsman: TSS ofrece rito iniciático, acción y espionaje en una muy buena historia que funciona como una especie de lado B de Wanted (el comic, la peli jamás la vi), esta vez centrada en el bando de los buenos. No la puedo comparar con otras adaptaciones al cine de las obras de Mark Millar, porque no vi ninguna. Pero para pasar un lindo rato, la recomiendo a full. Y prometo entrarle pronto a la historieta.

martes, 24 de febrero de 2015

24/ 02: BATU Vol.1

Allá por 2009, la editorial Sudamericana empezó a recopilar en libritos las tiras de Batu que Tute publicó durante varios años en la contratapa de La Nación, hasta que se cansó y volvió a los chistes de una sóla viñeta. Yo había leído algunas tiras, en forma esporádica, y la verdad que al leerlas así, en una dosis extra-large de 93 tiras, me gustaron mucho más.
Lo primero que hay que destacar es el dibujo. Acá vemos un Tute radicalmente distinto del que nos cruzamos allá por el 08/04/14 con El Amor es un Perro Verde. Acá hay cero dibujo a mano alzada, cero improvisación, cero desprolijidad. Este es el Tute “careta”, si se quiere, que cuida mucho las formas y que –sin renunciar a su sello personal- se encolumna detrás de los grandes maestros de las tiras cómicas protagonizadas por niños: Charles Schulz, Quino y Bill Watterson. A veces, cuando el guión lo justifica, Tute deja volar a su plumín y sorprende con unas texturas fantásticas, dignas de David B. o Joann Sfar, aunque siempre contenidas en una línea negra prolija, diáfana, muy pensada para ser coloreada con colores planos, casi siempre primarios.
Al contar con una tira doble, Tute no escatima esfuerzos y muchas veces nos regala entregas con ocho o nueve viñetas. Estas secuencias armadas con cuadros chiquitos en los que los dibujos apenas se modifican le permiten manipular perfectamente el tempo narrativo de las tiras, que se enriquecen con los silencios, las pausas, que impone el autor, y que acompañan a las logradas pantomimas de los personajes.
La temática elegida por Tute es la niñez, no tanto en contraste con el mundo adulto (si bien cada tanto se nutre también de ese elemento), sino más bien encarada como un inagotable patio de juegos, como un reino en el que lo imaginario se hace real con tan sólo un “dale que…”. Batu tiene reflexiones que cualquier chico de ocho o nueve años puede producir y, cada tanto, algún pensamiento más agudo, más pensado para descolocar al lector, que seguramente tiene más de nueve años. La relación entre Batu y Tútum (su perro) por momentos me hizo acordar a la de Ernestina y Fellini, aunque Tute nos propone más similitudes y menos distancia entre niño y mascota. Buena parte del tiempo Tútum es un chico más, con morfología canina pero con un rol que podría cumplir tranquilamente un hermano humano de Batu. Y el otro personaje secundario muy bien planteado por Tute es Boris, el gordito de anteojos, secuaz a pesar suyo de las travesuras de Batu, cuya falta de iniciativa (que debería resultarnos patética) muchas veces resulta conmovedora.
No es mucho más lo que puedo agregar sin ponerme a contar los chistes. Lo importante es que, al menos en estos primeros meses de serialización, Batu se planteó como una tira muy interesante, con muchos recursos humorísticos y gráficos muy bien plasmados y con la sana intención de actualizar para el Siglo XXI la tradición de las tiras protagonizadas por chicos. Con talento e imaginación, Tute encontró nuevas vueltas de tuerca a un tópico que ya parece muy gastado, muy transitado, y mientras duró ese impulso inicial Batu fue una magnífica tira, a la que vale la pena descubrir o redescubrir ahora que el autor dejó este formato para volver al chiste.

lunes, 23 de febrero de 2015

23/ 02: APACHE CONTRA REVOLVER

Tenía bastante abandonada a la historieta mexicana, pero entre este mes y el próximo vamos a tener bastante material de ese país acá en el blog. Para empezar, me tocó un libro muy raro, una historieta de apariencia clásica pero realizada en forma de experimento bizarro por el guionista (y periodista especializado, y a veces editor) Luis Gantus y el dibujante Sergio Tapia.
Apache Contra Revolver surgió como webcomic a fines de 2009, con una consigna muy loca: Tapia entregaba una página por semana de un western convencional, una aventura bastante genérica en la que un héroe y una heroína cabalgaban las planicies del Lejano Oeste en busca de… algo, y vivían peripecias, peleas y demás. Y después venía Gantus y le agregaba a las páginas una importante cantidad de texto… absolutamente en joda. Tanto los diálogos de los protagonistas como los del narrador (un personaje con un diseño magnífico, más cerca de Tales From The Crypt que de All-Star Western) están sobrecargados de chistes, juegos de palabras, doble sentido al borde de la guarangada, nombres delirantes y graciosos para las personas, los lugares y hasta los caballos… y todo escrito con los informalismos y localismos de México, lo cual lo hace muy arduo de leer si no manejás esa jerga.
Este detalle para nada menor convierte a los diálogos festivos y zarpados de Gantus en un laberinto del terror del cual es muy difícil salir. Si fueran ocho páginas, o diez, se banca. Pero en 72 páginas, tanto texto cargado de chistes de los cuales más de la mitad sólo se entienden si sos mexicano, es un poquito heavy. El argumento, sin embargo, se hace divertido, las peripecias están buenas, el ritmo es siempre intenso… pero llega un punto en que todo ese volúmen de texto se hace inviable.
Me imagino que el lector mexicano, que entiende todos los chistes, se debe cagar de risa. Sobre todo leyendo esto de a una página por semana. Y supongo que cuando entendés todos los chistes se debe disfrutar más ese contraste entre un dibujo serio, que intenta contarnos una aventura clásica, y unos diálogos pasados de rosca en los que los personajes –entre otros disparates- rompen la cuarta pared para hablar de los autores y de los lectores.
Hay que agregar un dato importante y es que el dibujo de Tapia está muy bien, es muy correcto. Me hizo acordar bastante a los mejores trabajos del maestro Roberto Goiriz. Lo mejor que tiene es el equilibrio entre blancos y negros y los primeros planos, que están muy logrados, siempre repletos de expresión. Sobre el final hay algunos fondos que son fotos apenas retocadas (una pena) y a lo largo de todo el libro, un detalle extraño: hay unas cinco o seis imágenes de diligencias típicas del far west demasiado bien dibujadas, en un estilo más elegante, más puntilloso, más realista que el resto de la historieta. Todas estas viñetas son apaisadas y están resueltas con un trazo más fino. Sospecho que son viñetas que Tapia había dibujado con anterioridad, para algún otro proyecto, y que las re-utilizó para Apache Contra Revolver. El resto muy bien. Se nota que Tapia está curtido en las lides de los “sensacionales” (pequeñas revistas apuntadas a los sectores populares, con historietas bien de género, siempre condimentadas con una pizca de erotismo bastante poco sutil) y que ni la ambientación ni el ritmo del western le son extraños.
Me encanta que, además de las obras con las que pagan las expensas, los historietistas se embarquen en proyectos limados para subir a la web, en los que pueden jugar a cualquier cosa sin ninguna restricción. Por eso banco a Gantus y Tapia, aunque por momentos Apache Contra Revolver me haya resultado casi imposible de descifrar. Si sos mexicano, obviamente te lo recomiendo a full. Y si no, difícilmente lo puedas conseguir, así que está todo bien…

domingo, 22 de febrero de 2015

22/ 02: PROMETHEA Vol.1

Hace más de 15 años, cuando salió Promethea, empecé a coleccionar las revistitas y a leerlas cada vez que salían, pero nunca llegué hasta el final. Habré leído… la mitad, en una de esas. Así que en algún momento las hice guita y me pasé a los TPBs. Ahora estoy en eso, tratando de juntar los seis libros en los que está recopilada esta obra maestra de Alan Moore y J.H. Williams III, quizás la que más me cebaba cuando America´s Best Comics era una novedad.
Si hace ya unos años que leés comics, y más todavía si te gusta leer crítica de comics, lo más probable es que ya hayas oído hablar de Promethea, o ya hayas leído uno o varios textos acerca de esta serie, de la que –con toda justicia- se ha escrito bastante. En ese caso, lo que pueda aportar yo difícilmente te sume algo. Pero bueno, con intentarlo no pierdo nada.
Promethea es una especie de choque alucinante entre una serie “conceptual” al estilo Sandman, y una serie clásicamente superheroica. Como en la obra maestra de Gaiman, acá hay una idea 100% nueva, un concepto que abre infinitas posibilidades: la Inmateria, el reino de la imaginación. ¿Qué es esto? Moore nos va a invitar a explorarlo a lo largo de la serie. ¿Cómo engancha esto con la temática superheroica? A través de un linaje de heroínas, todas llamadas Promethea, que desde el antiguo Egipto protegen a este reino y viven aventuras en el mundo real, donde se convierten en avatares de mujeres reales, con una conexión especial con el arte y la creatividad.
Si bien la historia arranca con la aparición de una nueva Promethea (la adolescente newyorkina Sophie Bangs), la saga le guardará buenas dosis de protagonismo a las Prometheas anteriores, bien en la línea de los “legacy heroes”, ese concepto llevado a su máxima expresión por el Starman de James Robinson. En el contexto global de la serie, y por lo que me acuerdo por haber leído hace mil años las revistitas, las amenazas con las que se enfrenta Sophie son bastante menores: recién para el final de este primer tomo se empieza a esbozar mínimamente el conflicto grosso entre las distintas Prometheas y lo que podríamos llamar “los malos” de esta historia.
En este primer tramo, lo más notable es cómo el Mago nos presenta las ideas que van a explotar a lo largo de la serie, los mundos en los que va a ambientar las historias (una New York futurista y las dimensiones intangibles que componen los distintos espectros de la existencia), y los personajes: Sophie, su amiga Stacia y las Prometheas anteriores están perfectamente delineadas por Moore, con unos diálogos brillantes y sobre todo con muchísima humanidad. Le falta un toquecito a la aventura, y es bastante lógico, porque el primer tomo se centra mucho en la presentación de los elementos que enumeraba recién: las ideas, los mundos y los personajes. Y cómo las distintas Prometheas se vinculan con las distintas épocas históricas y tienen una impronta propia, que depende del medio en el que se dieron a conocer (tradición oral, literatura, historieta, etc.). Pero más adelante la aventura se pone más intensa, y las ideas más locas, más ambiciosas, más originales si es que eso resulta posible.
Con tanta fuerza como las ideas de Moore, en Promethea explota el dibujo de J.H. Williams. Hasta acá, el dibujante tenía una carrera muy interesante, siempre en proyectos chiquitos: números unitarios, algún prestige, algún annual, una serie efímera y marginal como fue Chase… Era una especie de secreto bien guardado. Y acá se va todo a la mierda. Acá se produce una simbiosis entre los delirios de Moore y los delirios de Williams que los eleva a ambos a un nuevo nivel de genialidad y convierte a Promethea en una serie visualmente única y fundacional. Después de esto, varios autores tratarán en algún momento (y con distintos grados de éxito) hacer la Gran Promethea. ¿En qué consiste? En replantear la puesta en página como nunca antes se había replanteado, para convertir la espacialidad en una dimensión compleja, mitad poética/mitad lúdica, en la que nada se parece a lo de siempre. A esto hay que sumarle la gran solvencia de Williams para el dibujo realista, su amplio registro en materia de expresiones faciales, su laburo monumental en los fondos y –lo más difícil- la creatividad, la imaginación para bancar la faz gráfica de una serie en la que lo mágico, lo onírico y lo épico van al extremo.
Alguna vez alguien definió a la historieta con la ingeniosa frase “la imaginación al cuadrado”, obviamente aludiendo al formato cuadrado de las viñetas tradicionales. En Promethea, Alan Moore y J.H. Williams elevaron la imaginación al cubo, le agregaron una dimensión más y contaron –bajo la fachada de un comic de superhéroes- una historia compleja y fascinante que nunca es tarde para descubrir.

sábado, 21 de febrero de 2015

21/ 02: 21 EXPERIMENTOS CORTITOS

Cualquier libro que reúna 21 historias cortas de un mismo autor resulta -a priori- atractivo, porque seguro que en 21 historias vas a ver distintas técnicas gráficas, distintas formas de pensar la puesta en página, o distintas temáticas. Y seguro que, entre 21 relatos, algún buen guión se tiene que colar. Ahora, cuando ves que el libro tiene sólo 56 páginas de historieta para repartir entre 21 historias, empezás a rezar para que se trate de un autor que entienda el formato, que sepa jugar en espacios reducidos y plantear ideas atractivas en muy pocas viñetas. Por suerte, Aleta Vidal (con quien ya nos cruzamos el 13/06/14) trabaja con muchísimo criterio el formato de la historieta cortísima y ofrece algunas joyitas breves, mezcladas con otras ideas que –en tan poco espacio- no terminan de cuajar, o apenas llegan a esbozarse.
Lo de las distintas temáticas se ve clarísimo: las cuatro primeras historias tienen que ver con hadas, brujas, vampiros y zombies, temas en los que Aleta se mueve con mucha soltura, porque le dan la posibilidad de jugar con convenciones de un género que los lectores nos sabemos de memoria. Ahí alcanza con meter un giro, un elemento imprevisto, y ya está, ya tenés una linda historia de tres o cuatro páginas.
Después vienen historias brevísimas, de una o dos viñetas, cositas muy cortas, de una sola página, como la exquisita (y autobiográfica) Durmiendo a Benjamín. Las hadas y los elfos vuelven en la atractiva El Viaje, donde Aleta juega con la puesta en página y la composición. Y dos muy extrañas: Alicia y el Conejo y Caperucita y los Lobos, en las que Aleta y sus dos co-guionistas (sí, hay tres guionistas para una historieta de tres páginas) juegan a mezclar elementos de los famosos cuentos con la vida real, en un cóctel surrealista, bastante extraño.
La mejor historia, lejos, es La Nietita, escrita por Valentina Vidal, una de las hermanas de Aleta. Por la calidad y la cantidad de los textos, pareciera tratarse de un cuento al que Aleta le agregó imágenes para convertirla en una historieta, ganchera y perturbadora como pocas. Y la verdad que le salió muy bien. De las historias más “románticas”, me gustó bastante De Idas y Vueltas. Y por supuesto la impactante Diez Años De…, ambas escritas por Hernán Carreras.
De todos modos, lo más interesante del libro es el dibujo de Aleta. O en realidad LOS dibujos, porque a lo largo de estas páginas la vemos jugar, siempre dentro de un estilo con base realista, en varios registros distintos, y probar un montón de variantes, tanto en el grafismo como en el tratamiento del color. A veces opta por una impronta más pictórica, más similar a la de Benjamin (el chino, no el hijo de Aleta), y a veces se vuelca hacia una estética más básica, con colores planos y texturas aplicadas en el photoshop. Pero hay muchas exploraciones, muchas búsquedas, y sería arduo enumerar todas las variantes técnicas y estéticas que ensaya Aleta en estas historias.
Lo importante es notar cómo la autora se divierte, cómo disfruta en este juego que consiste en probar cosas raras, tanto en las historias como en la forma de plasmarlas gráficamente. Lo más flojo, algunos signos de puntuación que en algunas historias no están o están mal puestos. El balance general, sin embargo, es muy positivo: si bien no hay un relato complejo, con ambiciones tanto en el armado de la trama como en el desarrollo de personajes, hay unas cuantas buenas ideas y sobre todo, muchas excusas para que Vidal despliegue todo lo que sabe hacer en materia de puesta en página, climas, dibujo de figura humana, expresiones faciales y técnicas de color. Como en todos estos rubros el trabajo es sobresaliente, me animo a recomendarle enfáticamente este libro a los que ya son fans de Aleta Vidal y a los que todavía no descubrieron a esta interesantísima exponente de la historieta argentina actual.

viernes, 20 de febrero de 2015

20/ 02: BLACKSAD Vol.5

Desde la primera viñeta hasta la última, este no es un álbum de Blacksad, sino de Chad, el león novelista. Con él empieza la historia, con él termina, e incluso la imagen de la contratapa nos lo muestra sólo a él. Esta vez, el talento de Juan Díaz Canales consistió en escribir un guión en el que John Blacksad fuera un personaje secundario, pero de modo no tan obvio, como para que el lector desprevenido no lo note demasiado.
Y sí, le salió muy bien. Hay una sóla casualidad medio forzada, que es la forma en que Blacksad consigue el cadillac para salir de New Orleans. Después, la historia del detective y la del escritor se entrelazan en forma muy armónica, en un guión trepidante que ofrece vueltas de tuerca impredecibles incluso cuando faltan apenas dos páginas para el final. No te digo que sin Blacksad la trama se podía desarrollar de la misma manera, porque sería una exageración grosera. Pero me queda claro que la historia principal, la que más le interesa contar a Díaz Canales, es la del atormentado Chad; esa novela que por una cosa u otra nunca termina, esa pulsión aventurera que lo lleva a meterse en un brete atrás de otro y que termina por convertirse en el verdadero motor de esta historia.
En el medio, atravesando tanto el periplo de Blacksad como el de Chad, hay otros dos personajes muy interesantes, muy bien trabajados por Díaz Canales: el carismático chanta Neal Beato y la enigmática y bella Luanne. Como en toda road movie, esta acumula personajes circunstanciales que se cruzan con los protagonistas en distintos puntos de sus respectivos viajes. Algunos amagan a ser villanos importantes y se quedan ahí, otros crecen en estos roles antagónicos y finalmente el principal enemigo a vencer (además de la fatalidad, eterna compañera de ruta de nuestro felino favorito) termina por ser un personaje al que ya nos cruzamos en un tomo anterior, que es algo que no sé si hacía falta.
El resultado es una lectura realmente apasionante, muy entretenida, quizás menos visceral, menos violenta, menos hot que las entregas anteriores, pero no por eso menos lograda. Como siempre, Díaz Canales propone diálogos muy afilados y le saca un jugo inmejorable a la decisión de ambientar las historias en los EEUU de los años ´50. Así que si venís enganchado con Blacksad, lo más probable es que sientas que la larga espera entre el tomo anterior y este valió mucho la pena y pongas a Amarillo entre las mejores aventuras de la saga.
Y claro, también habrá fans de Blacksad que ni se molestan en leer los guiones, porque se compran los libros para alucinar con los dibujos (¿qué digo “dibujos”? ¡Recontra-dibujazos!) de Juanjo Guarnido, el creador de la ya muy imitada estética de esta serie. No sé si este es el mejor trabajo de Guarnido. En una de esas, no. Pero está intacta la jerarquía, la decisión de crear un mundo asombroso y a la vez muy real, de maravillarnos con cada fondo, cada expresión facial, cada diseño de cada personaje. Esto último me parece lo más notable. Me fascina ver cómo los personajes de Guarnido ganan cada vez más expresividad, cómo en una escena se los ve perfectamente adecuados a una situación de comedia y en la siguiente resuelven con éxito situaciones tremendamente dramáticas. Todo eso sirve para resaltar la gran versatilidad de este artista, que además no falla nunca a la hora de poner su exquisitas imágenes al servicio del relato.
A esta altura, Blacksad está como más allá de la crítica. Ya cualquiera puede salir a decir cualquier cosa sobre esta serie y nada va a ser suficiente para quitarle o mancharle la chapa de Clásico Contemporáneo. Estos son libros que hay que comprar el día que los ves, sin dudar, sin preguntar si están buenos, si continúan, si son caros o baratos. Díaz Canales y Guarnido lograron darle al comic europeo actual un nuevo (y esperemos que longevo) ícono, pensado para convocar a un público muy amplio, muy diverso, pero sin resignar calidad ni complejidad, sin bajarse nunca los pantalones ni apelar al mínimo denominador común. “And for that, we thank you”, diría Daniel Tosh, el genio del Mal.

jueves, 19 de febrero de 2015

19/ 02: BATMAN: THE MAN WHO LAUGHS

Este TPB recopila un librito prestige de 64 páginas y una saga publicada en tres episodios de Detective Comics, todo escrito por Ed Brubaker, cuya temporada al frente de la revista Batman ya evaluamos en otras reseñas, allá por principios de 2011. El prestige titulado The Man Who Laughs tuvo muy buenas críticas, y además soy bastante fan de Doug Mahnke, el dibujante; por eso me compré este libro, aunque lo de Brubaker en Batman no me había terminado de cerrar, y a pesar de mi minoritaria cruzada contra el ya insostenible Bruce Wayne.
La consigna de The Man Who Laughs es un disparate: se trata de contarnos el primer combate entre Batman y el Joker. ¿Está mal? No, está bien. Pero ya lo habían hecho Denny O´Neil y Brett Blevins en el n° 50 de Legends of the Dark Knight. De hecho, esta historia se pisa con varios episodios “canónicos” de la recordada LOTDK. ¿Hacía falta recontar la primera lucha Batman y el Joker? No creo. ¿Y contar de otra forma la primera aparición de la bati-señal? Menos todavía. Lo cual no quiere decir que The Man Who Laughs sea una mala historia, o que Brubaker se haya tirado a chanta en el desarrollo de esta idea de escasísima originalidad.
Acá hay una excelente caracterización del Joker, una dignísima intención de recrear la dinámica entre Batman y Gordon que imaginó Frank Miller en el glorioso Year One, diálogos y bloques de texto muy bien escritos y –lo que a mí más me atrapó- un equilibrio muy logrado entre un relato más aventurero, más centrado en la machaca, y un relato más detectivesco, en el que lo más importante es la investigación y el análisis de las pistas que Batman y/o la cana van encontrando. Por eso, aunque el argumento me pareció sumamente reiterativo, pude disfrutar del guión. Del “cómo pasa” por sobre el “qué pasa”. Lo único flojelli son las volteretas medio inverosímiles que pega Batman para proteger el secreto de su doble identidad, pero bue… hay que fumárselas.
También ayuda mucho el dibujo de Mahnke, que está muy bien. Su Gotham es ominosa, su Arkham Asylum es inquietante, su Joker es perturbador y en las escenas de acción conserva una sobriedad muy bienvenida. La única cagada es que no dibuja lenguas. Sí, el mejor dibujante de lenguas del mundo no dibuja una puta lengua en 64 páginas. Tener a Mahnke en un comic en el que no hay lenguas es como tener a Milo Manara en un comic sin minas, o a Rudy Nebres en un comic sin panteras. Un desperdicio absoluto, sin pies ni cabeza.
¿Y qué onda la otra historia, la que aparece como complemento, para rellenar un poco el TPB y que no sea una mera reedición del prestige? La verdad que está muy buena. Acá Brubaker hace algo que a nadie se le ocurrió hacer en la época clásica de Legends of the Dark Knight: un team-up entre Batman y el justiciero más grosso que defendió a Gotham en los ´40 y ´50, nada menos que Alan Scott. Por primera vez, ambos héroes unen fuerzas para resolver una serie de crímenes que se había iniciado en 1948 y que el Green Lantern original no había podido resolver en su momento. La forma en que la amenaza de 1948 se manifiesta en 2003 es medio… discutible y, al encarar la historia más para el lado detectivesco, hay muchas escenas en las que Scott queda medio pintado al óleo. Pero a pesar de eso la trama está muy bien, es ganchera, no está estirada ni apretada, incluye revelaciones grossas, dilemas morales complicados… muy entretenida y bastante profunda, incluso. De nuevo, Brubaker trabaja muy bien al personaje de Gordon y me sorprendió con su manejo de Alan Scott, un héroe que va para un lado muy distinto del que le gusta explorar al guionista.
El dibujo de estos tres episodios está a cargo de Patrick Zircher, un obrero del lápiz sin nada para destacar, ni positivo ni negativo. Es un dibujante cumplidor, correcto, de la parte del medio del montón, que por momentos parece una cruza no muy lograda entre Eduardo Barreto y Paul Gulacy. No es brillante, no es original, tiene menos sorpresa que un Kinder, pero podría ser infinitamente peor.
Se supone que el anzuelo para que piquen las masas son Batman y el Joker. Pero si te gusta Ed Brubaker, acá lo vas a encontrar en un muy buen nivel, piloteando con mucho decoro dos reencuentros con un personaje que no le había resultado tan fácil escribir durante su paso por la serie regular. Si sos fan de Doug Mahnke, también te esperan 64 páginas muy atractivas. Y si seguís incondicionalmente a Alan Scott, acá hay una aventura que pocos de sus fans saben que existe y que está muy bien. No es un TPB de primera necesidad, pero se la re-banca.

miércoles, 18 de febrero de 2015

18/ 02: BARRAS VS. HOOLIGANS

Después de varios números autoeditados de la revista Barras, el creador de la serie, Emilio Utrera, decidió subir la apuesta y salir con una novela gráfica de 50 páginas para coincidir (más o menos) con las fechas del Mundial. El resultado es un producto atípico, muy raro, con algunos logros y unas cuantas limitaciones.
Lo primero que llama la atención es el prólogo, un texto pensado para contextualizar la historia y explicar algunas cuestiones que tienen que ver con las barras bravas argentinas, brasileras y británicas. Y llama la atención porque el texto está muy mal redactado, con serios problemas en la gramática y en los signos de puntuación. Esos mismos problemas se van a ver a lo largo de toda la historieta, no sólo en los globos de diálogo (en los que los errores podrían ser intencionales, para reflejar los modismos medio deformes con que se expresan los barras) sino también en los bloques de texto, en los que toma la palabra un narrador omnisciente. Ahí hay faltas de ortografía, espacios entre las palabras que no están o están mal puestos, muchos signos de puntuación, acentos y hasta letras faltantes, y textos que no encajan bien en el espacio de los globos. Un verdadero alud de desprolijidades que, sumado a la espantosa tipografía elegida para los textos, hace que todo el libro sea muy arduo de leer.
Lo peor es que el argumento en sí es bueno. Está bien documentado, la acción está bien dosificada, todo lo que pasa es creíble, tiene momentos de verdadera tensión, momentos cómicos, situaciones muy extremas, muy impactantes, y además es muy revelador en su intento de mostrarnos ese “lado B” del Mundial, que tiene que ver con la violencia, el kilombo propiciado por estos salvajes, y los métodos (legales, ilegales y cuasi-legales) que usan para financiarse. A lo largo de 50 páginas, muchos personajes entran y salen de escena, y en ningún momento te perdés, ni te los confundís, porque Utrera se esfuerza para darles a todos rasgos distintivos, tanto en el diseño como en la personalidad. Hay una “traición” grossa, que es que el enfrentamiento con los hooligans a los que hace mención el título es casi una anécdota menor, que ocupa poco más de cuatro páginas. El título “honesto” de la novela debió haber sido Barras en Brasil.
O sea que los problemas son mayoritariamente de guión, no de argumento, ni de dibujo, ni de narrativa. Utrera es un gran osbervador de los comportamientos, la forma de hablar, de moverse, hasta de vestirse de estos… homínidos, y hasta logra que uno les cobre un cierto afecto a pesar de mostrarlos como una manga de bestias, de marginales, siempre al borde del delito y el descontrol.
El dibujo está muy bien, es muy dinámico, muy plástico, muy expresivo, y se apoya en un claroscuro fuerte, intenso, poderoso. Me hizo acordar a los mejores trabajos de Fernando León González, pero con más mancha negra. La puesta en página está muy bien, pensada para sumarle vértigo a las tropelías de los barras, y además potenciada por una gran variedad de ángulos y enfoques y un despliegue muy generoso en materia de fondos. Si no te produce rechazo su impronta grotesca, exagerada, seguro te va a gustar el dibujo de Utrera, como le gustó a los coordinadores de Vertigo que ya le publicaron algún trabajo en EEUU.
Acá había personajes, situaciones, datos de la realidad y sobre todo una temática, como para mandarse una muy buena novela gráfica. No llegó a octavos de final porque le patearon en contra los textos, que es sin dudas el punto que Utrera deberá repensar (o delegar) en futuras historietas, con o sin barrabravas.

martes, 17 de febrero de 2015

17/ 02: BAKUMAN Vol.7

Vuelvo al manga, después de unas cuantas semanas de abstinencia, y vuelvo con el mejor manga que se está publicando actualmente en Argentina.
Este es un tomo importantísimo en la obra de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, porque acá los chicos protagonistas se ven obligados a replantearse un montón de cosas, entre ellas el rumbo que van a elegir para continuar con sus carreras como mangakas. Es un tomo que avanza lento, muy hablado, muy pensado, pero en el que finalmente pasan unas cuantas cosas importantes para Mashiro, para Takagi y para el Shonen Jump en general. Ohba nos muestra una radiografía cada vez completa, más osada del backstage del popular semanario japonés, se anima a poner al descubierto detalles, milimétricamente diseccionados, de prácticas, roscas y hasta manías y perversiones de los coordinadores que trabajan en la publicación y que muchas veces resultan determinantes en el éxito de un manga o incluso en la carrera de un autor.
Tan importante es en este tramo el rol de los coordinadores que durante un extenso pasaje del tomo Ohba propone a Goro Miura como “el villano a vencer” y tensa a niveles casi épicos las opiniones y estrategias cruzadas entre el coordinador y los jóvenes protagonistas. Por supuesto, ganará la cordura, y sobre todo el esfuerzo, la pasión de Mashiro y Takagi por esta profesión a la que más que abrazarse, se aferran. Una vez más, vamos a ver a los chicos dejar el alma para salir adelante, para lograr afianzarse en el competitivo mercado del shonen sin renunciar a su pulsión creativa, a lo que realmente tienen ganas de hacer.
En paralelo al rol de los coordinadores, Ohba reserva también muy buenas secuencias a otros jóvenes mangakas que debutaron en la Jump más o menos al mismo tiempo que Mashiro y Takagi. A veces les dedica apenas una viñeta a cada uno, como para decir “no me olvido que todos estos personajes siguen siendo parte del elenco”, y cuando puede, habilita escenas en las que se lucen muchísimo, especialmente el excéntrico e hiperkinético Eiji Niizuma y Koh Aoki, la chica intelectual, retraída y misteriosa, que para el tramo final del tomo cobra bastante protagonismo. La que esta vez come banco de suplentes a lo pavote es Azuki, la “novia” de Mashiro, que sólo figura a través de un par de mensajes de texto. Es el personaje que menos me interesa de toda la serie, así que todo bien.
Lo único que me resultó ilegible son las viñetas en las que Obata dibuja los bocetos de Takagi, en un estilo intencionalmente precario. El resto, si bien tiene muchísimo texto, es un verdadero deleite visual, mérito de un Obata que sabe perfectamente cuándo desentenderse del realismo fotográfico para acentuar las expresiones de los personajes, y cuando eliminar los fondos.
Terminado el primer tercio de la serie, Bakuman no decae en lo más mínimo, sino que el entusiasmo sube tomo a tomo. Dibujo maravilloso, guiones increíbles, personajes muy bien delineados, diálogos muy graciosos (por lo menos en la traducción argenta, obra de Nathalia Ferreyra) y ese gancho irresistible, que es el de conocer por dentro los entretelones de la producción de los mangas más populares. Un lujo que esto se esté editando en nuestro país.

lunes, 16 de febrero de 2015

16/ 02: HELLRAISER Vol.7

Después de aquel violento masacote de historias cortas de Hellraiser que me bajé el 06/02/12, me quedó bastante más claro cómo está armado y cómo funciona el universo con el que Clive Barker revolucionó el terror en los ´80. De todos modos, lo que me hizo tirarme de cabeza sobre este librito (el Vol.7 de la edición original, la de Epic) fue primero el precio, porque lo rescaté de una batea de ofertas a un precio irrisorio, y segundo la presencia de dos dibujantes que me ceban infinitamente: John Bolton y Kyle Baker. Veamos con qué me encontré.
Abre una historieta breve, de sólo seis páginas, escrita por Robert Washington y dibujada por John Rheume, dos autores a los que no tenía para nada presentes (Washington me suena hasta ahí, quizás de algún título del sello Milestone que jamás leí). Lo que tienen para ofrecer es bastante pobre, con alguna buena intención en el dibujo (en una onda Angus McKie, pero con menos narrativa) y cero ideas en el guión.
El maestro Bolton forma equipo con otro guionista ignoto, Nicholas Vince, para una historia bastante más extensa (15 páginas). Me interesó el argumento, pero no la forma en que Vince lo desarrolla, que se me hizo muy larga y muy anodina. Por suerte están los dibujazos de Bolton, a un nivel superlativo, quizás entre lo mejor de su gloriosa carrera. Le faltan los fondos, nomás. Todo el resto es magia y talento en estado puro, con una cantidad impresionante de recursos estilísticos y con un vuelo plástico muy por encima de Hellraiser en general y del guión que le tocó dibujar en particular.
La historia más larga tiene 16 páginas y es una vuelta de tuerca bastante ingeniosa para vincular a Jack el Destripador con la mitología de Hellraiser, los cenobitas y todo el chamuyo barkeriano. Esperaba poco de esta historia, porque no conocía al guionista (Ron Wolfe) y nunca fui fan del dibujante (Bill Reinhold). Sin embargo -y quizás gracias a mi escasa expectativa- me dejó sat¡sfecho, en especial el trabajo de Reinhold, que acá pela onda, dinamismo y climas, no a niveles de un dibujante de primera línea, pero sí por encima de otros laburos suyos que recuerdo haber leído en los ´80 y ´90.
La que le toca dibujar a Kyle Baker es una breve historia de seis páginas, sostenida en una idea que daba… para un chiste de una sola viñeta. O una ilustración de una página con flechitas acotando boludeces graciosas, como hacían varios dibujantes en MAD, Satiricón, etc.. Un programa infantil emitido desde el Infierno (en el que un payaso macabro les enseña a los chicos a sufrir, con sangre, magia negra, tortas envenenadas y demás atrocidades) como chiste me cierra. Transformado por D.G. Chichester en un guión de historieta para seis páginas, la verdad que no. Por suerte está Baker para bancar los trapos con el dibujo, también con cero fondos y con un color abominable, obra del propio dibujante.
Y cerramos con otra de 15 páginas, que no pude terminar de lo choto que me pareció el guión. Mejor, porque miré la última viñeta y terminaba en “continuará”… Y le entré con ímpetu, eh? Porque el guionista era el recordado Dwayne McDuffie, que en esta época (1991) venía bien, pelando historias raras y atractivas en distintos géneros. No hubo caso, me ahuyentó a las pocas páginas. Me queda para rescatar el dibujo de Paris Cullins, otro segundón (o tercerón) que acá dejó la vida y se mandó un trabajo muy superior a lo que había hecho hasta ese momento, principalmente en el mainstream de DC. A estas páginas les sobra onda, impacto, riesgo… y además ayuda muchísimo el color de Gloria Vasquez, también a años luz de los coloristas que le habían tocado a Cullins en sus trabajos para DC.
Como todo lo que uno compra por los dibujantes, sólo garpa porque estaba obscenamente barato. En materia de guiones, no encontré nada ni remotamente comparable con las bestialidades que dibuja Bolton ni con las desopilantes tropelías gráficas de Baker. Por eso sólo lo puedo recomendar a los fans de estos dos artistas, o de Paris Cullins, o de Bill Reinhold, que algún fan tendrá. Ah, y si te gusta John Van Fleet (a mí, más o menos) adentro hay un par de pin-ups realmente notables (y escalofriantes) de este referente del estilo pictórico. Eso y la hermosa portada de Dan Brereton ayudan a que la faz gráfica justifique casi cualquier cosa.

domingo, 15 de febrero de 2015

15/ 02: A VIDA DE JONAS

Esto es una maravilla, seguramente la mejor historieta de autores brasileros que leí de Banda de Dois para acá. Una de esas novelas gráficas que si se editaran en Europa se cansarían de ganar premios y se traducirían a 15 ó 20 idiomas. El autor es Magno Costa, el hermano gemelo de Marcelo Costa, a quienes vimos el 09/02/14 en la reseña de Oeste Sangriento.
Ahí, un boludo que se las de de grosso decía: “el epílogo, en el que Magno se hace cargo de la faz gráfica, evidencia que el dibujo no es lo suyo”. Bue, me cerraron el orto mal. Acá Magno propone una estética totalmente distinta a la de Oeste Sangriento, en la que los personajes están diseñados como si fueran muñecos de Jim Henson y ese extraño hallazgo le permite lucirse tanto en el dibujo, que es fresco, novedoso y atractivo, como en la narrativa, que es muy clásica, casi siempre sostenida sobre la base de seis viñetas iguales. Marcelo Costa se encarga del color y, como en Oeste Sangriento, la rompe con una paleta, unos climas y unos efectos impecables, siempre pensando en cómo sumar, en cómo agregarle fuerza, profundidad y belleza a lo que nos quiere narrar su hermano. Visualmente, A Vida de Jonas no tiene nada que envidiarle a Oeste Sangriento, que para mi gusto era una de esas historietas que valía la pena ser comprada aunque el guión no te interesara, por la notable calidad de la faz gráfica.
Acá se da eso mismo, con el agregado de que el guión es excelente. Estamos frente a una historia fuerte, conmovedora, muy real, muy honesta. En 56 páginas, Magno logra convencernos de que conocemos de toda la vida a Jonas, este alcohólico que lucha por recuperarse y por reconstruir su vida en el tramo más difícil de la era post-escabio, que es cuando toma conciencia de lo mucho que dañó a la gente que lo quería. Jonas va a tratar de hacer buena letra, y sobre todo de recuperar el amor de Julia, siempre con la guía y el consejo de su amigo Tony. Pero las heridas son profundas y no cicatrizan en el tiempo que a Jonas le gustaría, con lo cual se suceden intentos que fracasan, malos entendidos, desencuentros que le suman ansiedades y angustias a la ya incómoda sensación de haber largado el chupi. Y Jonas no es de fierro.
En las últimas 24 páginas, Magno reparte sacudones tremendos entre los tres personajes principales y ahí es donde la trama gana en intensidad y logra poner realmente tenso al lector. Pero nunca se convierte en un thriller, ni en un “buenos vs. malos”. Desde que empieza hasta que termina, A Vida de Jonas es eso, la vida. El drama, el patetismo, el aguante en la lucha contra fantasmas más jodidos que cualquier villano. El resultado es realmente notable, te engancha a full hasta el final y te deja la sensación de haber leído un comic realmente trascendental, a pesar de su aparente simpleza.
No me quiero extender más, porque de verdad, sólo me queda reiterar elogios. Editada por Zarabatana en 2014, esta es una novela gráfica absolutamente indispensable, un trabajo consagratorio para Magno Costa y una obra que –en un mundo más justo- estaría cosechando una ovación memorable a nivel global. ¿Comic para adultos, profundo, jugado y original con dibujos que parecen muñecos tipo los Muppets o Plaza Sésamo? Sí, se puede.

sábado, 14 de febrero de 2015

14/ 02: BATTLEFIELDS: THE FALL AND RISE OF ANNA KHARKOVA

Hoy cortito, porque tengo poco tiempo.
Esto es un disparate editorial de Dynamite: un librito con sólo 66 páginas de historieta, a u$ 16.99. Trae el guión del tercer episodio y el papel es buenísimo. Pero igual es un delirio, sólo se puede comprar si (como yo) lo ves en oferta.
Estoy casi seguro de que esta es la última miniserie de la colección Battlefields, y acá el guionista Garth Ennis retoma a un personaje que ya había aparecido en la primera de todas. Si no la leíste, esto se entiende igual. Como su nombre lo indica, The Fall and Rise of Anna Kharkova se centra en la vida de esta chica, piloto militar de la Unión Soviética, y nos narra tres historias chiquitas pero intensas ambientadas en tres épocas distintas: la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea y la Guerra Fría, la época de la carrera espacial entre rusos y yankis.
En cada una de estas épocas, a Anna le pasan cosas muy jodidas, injustas como el arbitraje de Pitana anoche en Racing-Rosario Central, simplemente por ser mujer y tener muchos huevos. Ennis nos presenta a un personaje que es pura vitalidad, pasión, ganas de vivir y de servir a su patria, atrapada en un conflicto irresoluble con un sistema de mierda, opresivo, retrógrado, anquilosado en el machismo más cabeza y la burocracia más obsoleta. Herida, ninguneada, humillada, Anna nunca va a agachar la cabeza sino que va a subir la apuesta, a cantarle un desafiante “quiero retruco” a sus victimarios. En la caracterización de Anna (y un par de secundarios) y en el contrapunto con el nefasto Merkulov están los hallazgos más notables del prócer irlandés.
El dibujo está a cargo de Russell Braun, a quien ya vimos meter mano en un TPB de Fables. Con pocos cuadros por página (nunca más de seis), Braun tiene muchas oportunidades de lucimiento y las aprovecha para realizar su mejor trabajo, por lo menos de los que yo recuerdo. La reconstrucción histórica está muy cuidada, los fondos, tanques y aviones no parecen fotos retocadas y lo más importante, que acá son los sentimientos de los personajes, está perfectamente plasmado en muy buenas expresiones faciales. Lo de Braun es un punto medio entre un José Luis García López un toque menos elegante, y una versión lavadita, menos intensa y menos dark de Steve Pugh. ¿Funciona? Sí, y muy bien.
Si sos fan de las historias bélicas de Garth Ennis, si querés descubrir a un muy buen dibujante de estilo realista, si te interesa el tema de las mujeres militares en la ex-Unión Soviética, o si sencillamente te querés dejar llevar por una historia redonda, fuerte y emotiva, fijate si encontrás este librito a buen precio y levantá vuelo junto a la carismática Anna Kharkova.

viernes, 13 de febrero de 2015

13/ 02: CHIKO Y AMIGO

Esta es una muy linda historieta de jóvenes autores argentinos, sostenida sobre todo en una buena idea y pretensiones muy bajas.
El guionista es Ariel Grichener, de quien ya había leído unas cuantas historietas en la Términus, y los dibujantes son Sebastián Sala (también de la Términus) y Belén Andrade, cuya ópera prima vimos allá por el 23/04/13. No tengo idea si uno dibuja y el otro entinta, o si uno se encarga de los personajes y el otro de los fondos… una pena, no estaría mal especificarlo en algún rinconcito de la publicación. Lo importante es que la tríada funciona muy bien, muy aceitada, como si fueran autores con 20 ó 30 años de trayectoria y muchas obras en conjunto a sus espaldas.
La buena idea es la siguiente: una trama de gangsters urbanos, con mafias, drogas, tiros, piñas, garches, traiciones y corrupción al mejor estilo Sin City, pero ambientada en Epic City, una ciudad poblada por elfos, orcos, enanos, hadas y elfos. Se parece un toque a lo que hizo Carlos Trillo en Boggart, pero Grichener tiene la viveza de no explicar nada, de mostrar este “choque de géneros” como algo totalmente natural. Y concentrarse en la historia, el desarrollo de los personajes y los diálogos, tres rubros en los que acá está más sólido que en sus trabajos para Términus.
Si le sacamos los elementos fantásticos, Chiko y Amigo es una clásica aventura de gangsters, muy parecida a muchas otras: Dos sicarios se pasan de vivos y tratan de “mexicanear” al capo mafia que los contrata, y este les va a cobrar cara la avivada. Con ese planteo básico, están garantizadas la acción, las persecuciones, los corchazos y una buena cuota de mala leche. El resto es fruto del muy buen criterio del guionista a la hora de definir las personalidades de estos tipos y minas y el mundo en el que los va a hacer operar.
Por el lado del dibujo, veo como principal logro el mismo que me sorprendió la primera vez que me encontré con un trabajo de Sebastián Sala (¡otro Sala, la puta madre! ¡ya son cuatro!) en las páginas de Términus: el manejo impecable del claroscuro. Acá está todo pensado en términos de masa negra y espacio blanco, muy bien equilibrados y definidos por una línea muy prolija, muy dinámica, muy versátil, que me hizo acordar sobre todo a esa camada de dibujantes españoles de los ´90, en la que estaban Germán García, Javi Rodríguez, Luis Bustos, Miguel Cháves y algún otro que ahora no me viene a la mente. Hay algunas cositas de Eduardo Risso, casi inevitables si hablamos de gangsters y claroscuro, pero todo va más para el lado de la joda que en las historietas del león de Leones, y consecuentemente Sala y Andrade optan por trazo más redondito, más “esponjoso” . La narrativa está muy cuidada, el ritmo se mantiene muy fluído incluso cuando no hay acción y en general, todo se ve muy bien, muy coherente consigo mismo.
Con sólo 46 páginas en las que Grichener nunca se zarpa con las cantidades de texto, Chiko y Amigo no aspira a mucho más que a hacerte pasar un rato divertido, con escenas impactantes, peleas, puteadas, runflas y descontrol. Y cumple ampliamente con esas aspiraciones, al punto que no sólo te deja satisfecho, sino con ganas de leer nuevas aventuras de estos personajes, que son un lindo soplo de aire fresco en el panorama de la historieta argentina.

jueves, 12 de febrero de 2015

12/ 02: DEATH

Este voluminoso TPB trae todo material que ya había leído y del que me acordaba poco.
Primero, la primera aparición de Death, en aquel recordado n°8 de Sandman, de 1989. Leído hoy, es aburridísimo. Son un montón de páginas en las que Dream recapitula lo que sucedió en el primer arco de su serie, charlan entre ellos, Death lo bardea, vemos a qué se dedica esta señorita, y al final pasa algo chiquito, lindo, que cierra prolijamente el unitario. El dibujo es de Mike Driggenberg, bastante cumplidor aunque sin nada brillante para destacar. El choreo de fotos en vez de fondos es muy evidente, los rasgos faciales de los protagonistas cambian de una viñeta a otra… en fin. Mejor recordemos a esta historieta por el impacto que causó cuando salió.
Vamos con otro unitario clásico de la revista de Sandman, el del n°20, en el que Neil Gaiman desempolva a Element Girl, un personaje que no aparecía desde los ´60. Es una historia emotiva, ganchera… pero que no daba ni ahí para 24 páginas. En 12 se podía contar lo mismo. El dibujo de Colleen Doran se luce poco porque la tapa mucho el entintador, que le da un cariz más oscuro, más grotesco. Donde brilla Doran es en la narrativa, que está impecable. Eso y los diálogos son lo mejor del unitario.
La primera miniserie de Death (The High Cost of Living) tiene unos dibujos de Chris Bachalo gloriosos. Y un gran problema: el argumento es la nada misma. Aburrido, lento, repleto de diálogos que están buenos pero que no sirven para que avance la trama… Menos mal que es corta, si no, sería soporífera. Lo más interesante es la caracterización y el concepto limado de que, una vez cada tanto, Death puede vivir un día como si fuera una mortal más. Ese es el toque mágico de Gaiman. Lo demás es un slice of life con pretensiones, o una aventura sobrenatural con serios problemas de ritmo.
La segunda miniserie (The Time of Your Life) es mil veces mejor. Gaiman prácticamente no se esfuerza en ocultar que no es una historia de Death, sino de Foxglove y Hazel, con la hermana de Dream en un rol muy secundario. Leída así, es una historia copadísima, profunda, con momentos inolvidables, diálogos magníficos y certeras reflexiones acerca del amor, la fama, la lealtad, las ambiciones y anhelos de la gente, etc.. Papa muy fina, que lamentablemente no cuenta en su último episodio con un Bachalo que acá estaba realizando el que para mi gusto es el mejor trabajo de su carrera. Dibujo impecable, narrativa muy mejorada respecto de la mini anterior, todo 10 puntos. Y la termina Mark Buckingham, que ya era muy bueno, pero no estaba a ese nivel de Bachalo tocado por la varita mágica.
También hay tres unitarios que no salieron en la revista de Sandman: el que dibuja Jeff Jones (poco antes de convertirse en Catherine) es puro humo, pura forma y cero fondo, cero narrativa, cero sustancia. El que dibuja Bachalo (con motivo del ataque a las Torres Gemelas) está muy bien escrito, lástima que el dibujo vaya tan para atrás. Este ya es el estilo actual de Bachalo, más caricaturesco, más minimalista, con mucho menos énfasis en la narrativa. No es choto, pero comparado con The Time of Your Life, deja gusto a poco. Y después está el que dibuja P. Craig Russell, una historia de 22 páginas que se pone interesante en la página 17. El final es excelente, pero Gaiman se toma demasiado tiempo para presentar a los personajes y los conflictos, con lo cual todo se estira al pedo. El dibujo de Russell, inobjetable, con sus dos estilos bien marcados (el más limpito y menos realista, y el más oscuro y más cercano a un Dave Gibbons, ponele) y una narrativa muy cuidada.
Después vienen las ilustraciones de la Death Gallery (no hacía falta, pero bue… la verdad que hay muchas hermosas) y como broche de oro, la breve no-aventura en la que Death habla del SIDA, enseña a ponerse el forro para coger y baja línea acerca de la discriminación que sufrían (allá por 1993) los enfermos de HIV. Esto es una joya extraña, en la que Gaiman peló unos huevos muy notables, y en la que los dibujos del maestro Dave McKean no están pensados para hacernos caer la mandíbula al piso (como casi siempre), sino para acompañar a los textos, que son brillantes.
Mucho de esto ya lo tenía en otros libros o revistas, pero me llamó la atención el recopilatorio, lo vi barato, y como me faltaba una de las dos miniseries, me lo compré. Me parece que de todo lo que ofrece este tomo, lo único que te pongo en el podio a competir con las mejores obras de Gaiman es The Time of Your Life. El resto es lindo, está bien, es mejor que casi todo lo que se publicaba en la época en que salió, pero tiene sus fallas, sus inconsistencias, o cositas que un monstruo como Neil Gaiman podría haber hecho mejor. Y si sos fan de Chris Bachalo, también lo podés comprar por los dibujos.

miércoles, 11 de febrero de 2015

11/ 02: LUCHA LIBRE INTEGRALE Vol.2

Thierry Frissen está loco. Por si no lo ubicás, es un belga que se radicó en Los Angeles, se rebautizó “Jerry” y se enamoró de la cultura de la baja California, con todo su bagaje de bizarreada latina, surf y pochoclo hollywoodense. A partir de 2006, formó un equipo de dibujantes con los que en vez de una serie creó cinco, todas integradas a un mismo universo, y por si faltara algo, en vez de lanzar cinco álbumes distintos, armó una especie de revista de antología en formato álbum, de la que Humanoïdes Associés lanzó 13 entregas en poco más de cuatro años.
Este segundo integral (un fuckin´masacote de más de 400 páginas) recopila los números 6 al 13 de Lucha Libre tal como se editaron en su momento, es decir, con las cinco series mezcladas y con las editoriales en las que Frissen bajaba línea, obviamente en joda. Basado en la iconografía de los luchadores enmascarados tan populares en México, todo el universo Lucha Libre juega a la aventura, pero sin dejar nunca afuera al humor y el delirio. De hecho, hay dos series netamente cómicas, y vamos a empezar la disección de este tomo por ahí.
Profesor Furia es la única que no escribe Frissen. La guionista es Inés Vargas y el dibujante es Witko. Es una historieta basada en el humor políticamente incorrecto, desbordante de mala leche, con un protagonista irredimible que miente, roba, se pone en pedo, se droga y se garcha pendejitos de ambos sexos. Una joya, el Profesor. El dibujo está en cierto modo emparentado con el de David B. (con un claroscuro fuerte y rasgos muy expresionistas), pero va más para el lado del grotesco, y las historias mejoran mucho cuando dejan de ser chistes de una página (con 14 ó 15 viñetas) para convertirse en relatos un poco más extensos.
La otra serie 100% cómica es Los Luchadoritos, escrita por Frissen y con dibujos de Romuald Reutimann. Acá los protagonistas son nenes, por eso hay menos violencia y depravación, pero igual los chistes son bastante densos. Frissen no rompe nunca el formato de chiste de una página (tan arraigado en la historieta franco-belga), pero a veces aparecen “sagas” de varios chistes enlazados. El dibujo es muy bueno y muy adecuado al tipo de historias que protagonizan Melindez y sus hermanos.
Dos de las series se parecen bastante entre sí: Les Tikitis y The Luchadores Five son dos grupos de “wrestlers” enmascarados que viven aventuras imposibles en lugares exóticos. En las dos Frissen cuida mucho la caracterización y balancea muy bien la acción con los diálogos graciosos, muchas veces bastante subidos de tono. Lo más interesante en ambos casos es el ritmo frenético al que se suceden las peleas, los peligros imposibles y las revelaciones acerca del pasado de estos aventureros, que parecen ser veteranos del catch venidos a menos (en la onda de Vitamina Potencia) pero la propia vida aventurera que llevan los eleva muy por encima de esa categoría. Si me tengo que quedar con una sola, creo que voy con The Tikitis, porque me cebó mucho el dibujo de Fabien M., una bestia en materia de narrativa, diseño de personajes y locaciones, que además hace gala de una fuerte (y sana) influencia de Akira Toriyama a la hora de coreografiar las peleas y darle expresividad a los personajes. En The Luchadores Five tenemos como dibujante a Bill, que también debe haber leído bastante a Toriyama, y que –sin ser aburrido ni soso- me pareció menos personal, menos jugado.
Si Les Tikitis y The Luchadores Five son los Fantastic Four y los Avengers, Tequila es el Hulk de este universo. Sin dudas el personaje más carismático, Tequila es el que tiene la aventura más extensa y más intensa del tomo, la que da más margen para la machaca descontrolada, las puteadas… y no, no es una especie de Cazador. Es otra cosa, muy interesante. El dibujante es Gobi, una bestia fuera de control que también leyó toneladas de manga y comic de superhéroes, pero que a la hora de diseñar monstruos y criaturas deformes, tiene una cierta impronta brecciana que me resultó fascinante. Además se colorea a sí mismo y logra una paleta y unos climas alucinantes.
Bill y Frissen se juntan para co-escribir una saga un poco más breve, protagonizada por El Gladiator (el capo de los Luchadores Five), con los dibujazos de Christophe Gaultier, a quien ya nos cruzamos en un tomo de La Mazmorra. El estilo de Gaultier no tiene nada que ver con el de Bill, Gobi y Fabien M., pero también es espectacular, ideal para los climas oscuros que propone el guión. Acá también hay chistes y machaca, pero menos. Y no hay locaciones exóticas, sino que todo sucede en las inmediaciones de Los Angeles. El guión no me terminó de cerrar, porque El Gladiator está medio al pedo; se podría haber contado la misma historia sin él. Pero igual me divertí.
Lucha Libre es una maravilla, es una serie rarísima y cautivante por donde se la mire y nada de lo que leas te va a parecer suficiente. Yo la descubrí gracias a Image, que la publicó parcialmente en inglés, pero no recomiendo esa edición porque no está completa. Esto da para tenerlo todo, ya sea en los 13 álbumes originales (las antologías) o en los 16 tomos que reeditan este mismo material pero centrándose en las aventuras completas de los distintos personajes, sin mezclar series y casi sin continuará.
Me fui a la mierda con la extensión de esta reseña, pero a) Lucha Libre lo vale y b) hacé de cuenta que es el festejo por haber llegado al post número 1800 (y por haberme bajado en menos de 36 horas más de 400 páginas de historieta en francés). Aguante.

martes, 10 de febrero de 2015

10/ 02: KA-ZAR Vol.2

Segundo y último recopilatorio de esta breve serie que apareció allá por 1997-98, cuando Marvel tenía que tapar de alguna manera el bache dejado por los títulos clásicos que habían sido rebooteados por la infausta movida de Heroes Reborn. Esta tenía un atractivo innegable, que era ver todos los meses a Mark Waid y Andy Kubert, dos autores de esos que mueven muchos fans cada vez que se pasan de un título a otro, y bueno, Ka-Zar (eterno tercerón) resultó beneficiado por la movida.
El Vol.2 empieza con un Annual que funciona como prólogo al primer episodio de la serie, como una especia de número 0. No tiene mucha sorpresa, porque ya sabés hacia dónde se dirigen todos los personajes, pero tampoco es un embole ilegible. Tiene el atractivo de ser uno de los primeros trabajos profesionales de Brian K. Vaughan, así que si sos muy fan del pelado, te lo recomiendo. El dibujante es Walter McDaniel, un obrero del lápiz apenas correcto, que no suma ni resta.
Sorteado este escollo, volvemos a la saga central, en la que nuestro pseudo-Tarzan favorito se va a enfrentar nada menos que a… Thanos. No, de verdad. Ka-Zar contra Thanos, en serio. Es algo así como los suplentes de Excursionistas contra la selección alemana, a ese (des) nivel de poder. Un verdadero despropósito que se extiende a lo largo de cuatro episodios y que no se sostiene en ningún momento.
Lo bueno es lo que obtiene Waid mediante el recurso de meter a Thanos en esta ecuación, en la que a priori no tiene un carajo que ver. Por un lado, pergeña una excusa casi lógica para convertir a la ciudad de New York en una jungla tipo Savage Land, con animales prehistóricos y todo. Eso es fumanchero, pero también original, divertido y dispara buenas imágenes y buenas situaciones de peligro. Por el otro lado, el combate con Thanos le sirve al guionista para llevar a Ka-Zar y Shanna de vuelta a la Savage Land y cambiarle brutalmente el status quo, porque el poder que maneja el titán loco permite eso y mucho más. Y ahí es donde la serie se pone realmente interesante.
Esos últimos tres episodios, sin Thanos, sin Parnival Plunder, con Shanna recontra-papuseada con los poderes del terraformador y con el High Evolutionary metido en la rosca son lo mejor que recuerdo haber leído de Ka-Zar. Acá prácticamente no hay acción: Waid le juega todas las fichas al dilema moral que quiebra por su punto más vulnerable (tipo Karnak) a la familia de Ka-Zar y Shanna y acierta con la jerarquía de los grandes. Recién sobre el final, la tensión que genera esta encrucijada de humanos jugando a ser dioses desemboca en una especie de “batalla” contra el High Evolutionary que sólo se puede resolver si se resuelven otros conflictos más íntimos, más reales. Muy lindo, de verdad.
A lo largo de todos estos episodios, Waid condimenta las tramas con muy buenos diálogos, repletos de frescura, chispa, referencias ingeniosas a la cultura pop, y cuando le deja a Ka-Zar narrar la historia en primera persona, pela bloques de texto muy auténticos, muy genuinos, como esos que le habilitaba a Wally West, en los que parecía conocerlo casi como si fuera su alter ego.
Además del Annual, hay dos episodios que no dibuja Andy Kubert, que son los dos primeros de la trilogía del High Evolutionary: uno cae en manos del mediocre Louis Small y el otro le toca al correcto Aaron Lopresti, al que suele faltarle onda pero no nociones básicas de dibujo o narrativa. Y después tenemos más de 120 páginas del hijo mayor del Viejo Joe, bastante mejor que en el tomo anterior. Acá hay pochoclo, hay estridencia, pero me hizo acordar más a los primeros trabajos de Andy (Adam Strange, por ejemplo) que a las atrocidades anatómicas de Marc Silvestri. El último episodio de la serie (el único de la trilogía del High Evolutionary que dibuja Andy) tiene momentos brillantes, quizás con menos laburo en los fondos, pero con un combate aéreo electrizante, con magistrales homenajes al inolvidable Enemy Ace de Papá Joe. Además, como en la historia son fundamentales los sentimientos, Andy se pone las pilas con las expresiones faciales y logra resultados muy satisfactorios. Está claro que muchos de los volantazos que pega el argumento fueron ideados por Waid para que aparecieran las cosas, las locaciones y los personajes que Kubert tenía ganas de dibujar. Quizás por eso se pueda disfrutar tanto del laburo de Andy, que transmite una pasión que no transmitía ni a palos en X-Men.
Ni bien termina Ka-Zar, el dibujante se pasará a Captain America (que ya había sido relanzada por Waid y Ron Garney), y la dupla seguirá por el buen camino. Y a mí mucho no me copa que los TPBs tengan avisos, pero gracias a un aviso de este libro, me acabo de enterar de que hay una saga de Ka-Zar realizada por Paul Jenkins y Pascal Alixe. La anoto en mi want list, de una.

lunes, 9 de febrero de 2015

09/ 02: SALAMANCA: PROEZAS DEL RASTREADOR

Ultimo de los tres libritos que editó Salamanca a mediados del año pasado, y de nuevo, tengo que cuestionar la decisión de armar un libro de 68 páginas con sólo 48 páginas de historieta. Para la próxima, mi consejo es publicar un sólo libro, más voluminoso, con todas las historietas juntas y la menor cantidad posible de páginas dedicadas a carátulas, biografías, índice de historias, etc.
En cuanto a las historietas, este libro ofrece tres relatos protagonizados por Ceferino Robles, el Rastreador, ambientados a mediados del Siglo XIX, en una Argentina todavía semi-salvaje, repleta de confines a los que la civilización había llegado muy hasta por ahí nomás. Valentín Lerena elige hacer con el Rastreador algo que no hace con el Malevo que es introducir elementos fantásticos, por lo menos en la primera de las tres historias. Y no queda mal, es una buena forma de ampliar el espectro de lo que se puede contar con este personaje que, a priori, pareciera el menos atractivo de los tres.
A diferencia de los dos tomos anteriores, Proezas del Rastreador no tiene una historieta excelente, un guión de esos que decías “la puta que lo parió, qué bien escrito que está esto”. Las tres historias tienen sus méritos, pero ninguna roza la genialidad. La primera es intensa, tiene bastante sorpresa, pero está planteada en términos muy maniqueos y desde la segunda página sabés quién va a ser el verdadero villano. Como decía recién, el elemento fantástico está muy bien integrado a la trama. La segunda (la más breve, con 12 páginas) es ingeniosa y maneja buenos recursos para narrar un mismo hecho desde distintas perspectivas. Quizás sea la mejor de las tres.
Y la tercera es muy predecible, aborda un tema que ya dio origen a demasiadas historietas: la minita que rechaza al poderoso para irse con el tipo copado y termina asesinada por el poderoso, que además de poderoso (y cornudo) es muy garca. Hay que dejar de usar ese argumento por lo menos cinco años. Por suerte, Lerena adorna este argumento trillado con un vuelo poético muy interesante y con muchas escenas que propician el lucimiento del dibujante para que no se haga aburrida, aunque –si leíste bastantes historietas de Skorpio o Columba- en todo momento sabés lo que va a pasar.
Por suerte Roberto Fontana aprovecha esas oportunidades de lucimiento y urde unos climas muy atractivos, con ese estilo expresionista que coquetea con el realismo académico para luego traicionarlo sistemáticamente. Me encantaría analizar estas historietas cuadro por cuadro con Fontana, para que él mismo me blanquee cuando y por qué decide romper con la estética realista y mandarse esas anatomías raras, esas cabezas más grotescas, casi sin cuellos, que contrastan con algunas imágenes (de animales, de edificios, pero también de personas) que se ajustan mucho y muy bien al dibujo académico. Lo más interesante, me parece, está en el entintado, en las técnicas que despliega Fontana a la hora de equilibrar blancos y negros en la página. Ahí es donde más se luce, por lo menos para mi gusto.
En el contexto de la historieta argentina actual, lo que vienen haciendo Lerena y Fontana con estos personajes es bastante extraño. Sin embargo, no es tan distinto a lo que fuera mainstream hace 40 años. Que hoy Salamanca sea un proyecto autogestivo y chiquito, y que sus autores casi seguro vivan de otra cosa y generen estas historietas en los ratos libres, es un testimonio más que elocuente de lo mucho que cambiaron el mercado, la industria y el público de los ´70 para acá. Y de lo amplio, inclusivo y diverso que es el panorama actual, donde evidentemente hay cabida para historietas como estas, que comparadas con lo que se suele ver en la Fierro, la Términus o los blogs más populares, parecen hechas por marcianos exiliados en una luna de Saturno, daltónicos, esquizofrénicos, sodomitas e hinchas de Crucero del Norte.

domingo, 8 de febrero de 2015

08/ 02: EX MACHINA Vol.10

Final para esta atípica serie de Brian Vaughan y Tony Harris que brilló a pleno en la segunda mitad de la década pasada.
En este último tomo, pasa lo que esperabas que pasara desde que empezó la serie: New York se ve amenazada por algo tan heavy, que Mitchell Hundred se tiene que cagar en todas las reglas y volver a vestir el traje y el jetpack de Great Machine para salir a la calle y luchar contra… eso. Ya no alcanza con usar su poder de controlar a las máquinas con comandos orales. Acá hay que repartir machaca y usar esas armas locas con las que experimentó durante años con ayuda de su viejo mentor, Kremlin. Y además, bancarse las consecuencias, porque estaba muy claro que mientras ocupara el cargo de intendente de NYC, Hundred no podía bajo ningún concepto salir enmasacarado a impartir justicia por la Gran Manzana.
Por supuesto, Vaughan se las ingeniará para que eso, que supuestamente es crucial, no sea lo más importante del tomo. Para este gran final, el guionista se guardó un montón de revelaciones impactantes: el origen de los poderes de Hundred, la transparencia de la elección que ganó en 2004, su futuro político, su relación con Bradbury… son un montón de giros zarpados, en los que finalmente todo queda muy claro y se acaban las suspicacias. También hay escenas importantísimas para Dave Wylie, para la mamá de Mitchell, para January y sobre todo para Suzanne Padilla, que resulta ser la villana más peligrosa de toda la serie.
Me parece que este es el tomo en el que están mejor equilibradas la acción con todo lo demás. Nunca antes Vaughan tuvo excusas tan buenas para mostrar peleas, tiros, persecuciones y muertes truculentas como en esta saga final. Y por supuesto, todo lo demás está perfecto: desde flashbacks a la infancia de Mitchell hasta todo ese extenso epílogo en el que se revela qué hace Hundred cuando se termina su mandato como intendente de New York. A lo largo y a lo ancho del tomo, Vaughan se despacha con otra sobredosis de diálogos formidables, afilados, groseros, cómicos, profundos, con cero ingenuidad a la hora de meterse en temas políticamente jodidos como el aborto y con encomiable ternura a la hora de jugar con temas de la cultura geek como Tierra-1 y Tierra-2.
Supuestamente esta serie iba a tener una secuela llamada Vice en la que Hundred competía por la vicepresidencia de los EEUU como compañero de fórmula de… prefiero no revelarlo, porque es una de las sorpresas grossas del final de Ex Machina. Lo cierto es que eso nunca sucedió y la verdad es que no está mal. Dejémosla ahí, no aclaremos, que oscurece. Máxime cuando Vaughan tendría que haber empezado a escribir Vice en 2011, sabiendo perfectamente quién había ganado las elecciones presidenciales de 2008. Me parece que, como primera aproximación al tema de política + superhéroes, Ex Machina funciona muy bien así, es redonda, es completa, casi no deja tema sin tocar. Si más adelante Vaughan quiere volver a explorar el tema, lo ideal sería encarar para otro lado, quizás dejando a los superpoderes afuera de la ecuación, para no forzar esas secuencias de machaca entre escenas mucho más interesantes en las que los personajes juegan al peligroso juego de gobernar.
Por el lado de Tony Harris, casi todo el tomo está dibujado muy por encima de lo que habíamos visto hasta ahora. Quizás porque el tono de la saga ofrece muchas más oportunidades de zarparse hacia el lado oscuro, de limar con imágenes y climas más jodidos, más ominosos, menos ascépticos. O quizás porque el colorista J.D.Mettler quería probar cosas nuevas y lo convenció para que el inglés se fuera un poco más a la mierda. Lo cierto es que en estas páginas hay muchas más viñetas (y hasta secuencias enteras) en las que no se ve la referencia fotográfica, y miles más en las que sí se ve, pero el tratamiento de la iluminación y el color hace que no sea tan obvia, que no se parezca tanto a una fotonovela. Y dicho todo esto, hay una página en el cuarto episodio en el que las fotos se notan mucho más que en todo el resto de la obra. Son cuatro viñetas en las que parece que Harris se hubiera olvidado de retocar las imágenes que capturó con su cámara (o con el Flickr) y están ahí, groseramente puestas en el medio de un comic, apenas reventadas en el Photoshop, con el color y los globos de diálogo, pero sin la más mínima huella del estilo de Harris. Un bochorno que ojalá se corrija en las nuevas recopilaciones (más lujosas) de Ex Machina.
Y no hay más. No sé en qué anda Harris y Vaughan está a full en Image, con Saga y alguna cosita más. Quizás para la segunda mitad del año, cuando se anuncie la renovación total de la línea Vertigo, los muchachos nos den una sorpresa. Por ahora, queda esto: 10 tomos de excelente lectura, con ideas nuevas y con un personaje que rápidamente se convirtió en ídolo, aunque se haya dedicado a la política. No es fácil, pero Hundred lo hizo. Lo seguimos y no nos defraudó.