sábado, 9 de enero de 2010
09/ 01: NEW NATIONAL KID
Acá empieza la leyenda. Este libro reúne las primeras historietas cortas de Suehiro Maruo, el Genio Maldito del Manga. Acá están los trabajos de fines de los ´80 y principios de lo ´90 que le permitieron asentarse como autor en la prestigiosa antología Garo y dejar gradualmente su laburo como ilustrador en revistas porno. Incluso está la primera historieta que le publicaron fuera de Japón, la polémica y estremecedora El Planeta de los Japos.
Por supuesto, es un Maruo primerizo, todavía muy lejos del nivel que le veremos en los otros recopilatorios de historias cortas (D.D.T., Lunatic Lovers, etc.) o en sus celebradas novelas gráficas (Doctor Inugami, La Extraña Historia de la Isla Panorama, etc.). Pero ya está, desde el vamos, la impronta única del genio: ese origen autodidacta que lo lleva a no parecerse a ninguno de los mangakas de su generación, sino a los antiguos grabadistas, o a dibujantes europeos, como Vittorio Giardino o André Juillard. También está desde el principio el amor por la atrocidad: la sangre, las mutilaciones, las violaciones, la gente que estalla esparciendo sus entrañas por toda la página, la crueldad sin límites y los insectos, por todos lados los insectos, para dejar bien claro que se está pudriendo todo, todo el tiempo.
También aparece temprano el clima surreal, lo onírico como reemplazo de la lógica argumental. Muchas historias son bizarreadas sin pies ni cabeza, con momentos que parecen tomados de sueños –o más bien pesadillas- del autor. Y, como en los sueños, en las historietas de Maruo aparecen también imágenes poderosísimas, de increíble belleza y sublime vuelo poético. Por ahí no en la historia del pibe con dos porongas que fantasea con llenarle dos agujeros a la vez a la chica que le gusta, pero en casi todas las demás (me vienen a la mente las dos de Hormigas Eléctricas, delirios dignos de David Cronenberg en ácido), entre los hectolitros de sangre y los cuerpos destrozados, se cuela un lirismo casi imposible de reproducir.
Y por si faltara algo, el primer Maruo ya se divertía jugando a los simbolismos. Por supuesto, casi todos tienen que ver con el sexo (una de sus fijaciones), pero también hay hermosas metáforas visuales que tienen que ver con la historia del Japón, el honor en la guerra, la relación entre el hombre y la tecnología, e incluso el genocidio de judíos perpetrado por los nazis. Todo eso, plasmado en un dibujo elegante, sofisticado, casi barroco, y a la vez mezclado con sangre, pijas y estalidos de bombas atómicas.
Dentro de lo que es la narrativa más convencional, tenemos que destacar los tres episodios de Pécora (protagonizados por una colegiala maligna y perturbadora) y por supuesto, El Planeta de los Japos, la impactante ucronía (o What If…, para decirlo en términos comiqueros) en la que Maruo nos cuenta una Segunda Guerra Mundial que termina cuando Japón lanza bombas atómicas sobre Los Angeles y San Francisco y EEUU presenta su rendición incondicional para someterse a la ocupación (y todo tipo de humillaciones) por parte del Imperio del Sol Naciente. Esas 28 páginas justifican todo el libro.
Pero no recomiendo empezar por New National Kid. Estas son historias para lectores que ya compraron la Fórmula Maruo, no para cebar a nuevos fans. Si nunca leíste a Maruo, arrancá con La Sonrisa del Vampiro, o con La Isla Panorama, o con Lunatic Lovers, si lo tuyo son las historias cortas. Pero a New National Kid entrale cuando ya estés en crack, perdido totalmente en las garras de este vicio con nombre y apellido que tanto daño hace y tanto placer da.
Muy interesante! a pesar de no tenerle mucho aprecio al surrealismo. ¿Me podrías decir que editorial lo publicó en español?
ResponderEliminarGracias
Sí,lo publicó Otakuland, una editorial que ya no existe. Igual creo que tu dealer lo tiene...
ResponderEliminarInteresante reseña Andrés,a mi el surrealismo me encanta, y estoy por leer La Sonrisa del Vampiro de Maruo,a ver que onda. Gracias por hacer este blog tan piola para leer cosas por afuera de los mismos 2 o 3 géneros de siempre.
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