Para reseñar hoy tengo dos publicaciones que coquetean con el terror, como decía aquella hermosa canción de Metrópoli.
Empiezo por el Vol.1 de Taboo, publicado en EEUU en 1988, en plena revolución, plena ebullición, en el momento en el que un montón de autores realmente sintieron que podían dar el salto cualitativo, romper ciertos esquemas viejos y chotos de las grandes editoriales, y encontrar en la autoedición el camino para producir obras de calidad sin bajarse más los lienzos. En ese contexto, el gran Stephen Bissette lanza esta antología, pensada para acobijar historietas de terror, pero de terror adulto, serio, más íntimo, más denso, más psicológico, más cerca de las novelas de Clive Barker que del enésimo refrito de Drácula y Frankenstein. El resultado es impactante y perturbador, ya desde la portada de esta primera entrega. Pero veamos qué hay adentro.
S. Clay Wilson aporta dos paginitas muy bien dibujadas. Alan Moore forma equipo con el siempre versátil Bill Wray para una historia macabra, con una mala leche desesperante, angustiante. Gran gema de apenas 10 páginas. El maestro Charles Vess aporta una historia inquietante, quizás no tan original en el planteo, pero bien resuelta y con unos dibujos fastuosos. Tom Sniegoski (acá joven e inexperto) y Mike Hoffman ofrecen la historia más floja del tomo. Charles Burns (por este entonces todavía más conocido en Europa que en EEUU) se luce con un relato que bien podría funcionar como preludio a Black Hole, la que quizás sea su obra maestra.
Bernie Mireault estira un poco una idea que podría haber funcionado mejor en menos páginas, pero por lo menos se pone las pilas en el dibujo. Jack Butterworth forma equipo con un Cam Kennedy prendido fuego para la historia menos sutil, más visceral, más asquerosa de la antología. Mike Hoffman reaparece, ahora con el ignoto guionista Tim Lucas, con quien pergeña un relato perverso, enroscado, muy seductor y con un dibujo exquisito. Eddie Campbell manda una historia autobiográfica, de las que en Australia se publicaban en la serie Alec, que no me atrapó en lo más mínimo. El propio Bissette sale a matar en cinco páginas tremendas, sumamente oscuras, realmente aterradoras. Chester Brown aporta un par de historietas muy cortitas, en joda, pero muy sangrientas. Y cierro con la historia del Vol.1 de Taboo que más revuelo generó: la de Robert Loren Fleming y Keith Giffen. Lo choto es que no se habló de Chigger and the Man por su sordidez, por lo perturbador de su contenido, sino porque acá Giffen se fue al pasto mal, y copió minuciosamente una viñeta atrás de otra de historietas de Alack Sinner dibujadas por el inimitable José Muñoz. Una pena, porque la historieta es jodidamente hermosa. Taboo decae más adelante, cuando la empiezan a llenar de series continuadas (From Hell, sin ir más lejos), pero este primer tomo, compuesto sólo por historias autoconclusivas, toca el cielo con las manos.
Me vengo a 2017, cuando dos íconos del comic rioplatense se juntan para crear El Escapista. Se trata del guionista Rodolfo Santullo y el dibujante Horacio Lalia, a quienes ya habíamos visto colaborar en una antología editada por Pictus. Esta obra tiene varios problemas, y el principal tiene que ver con la narrativa. En varias páginas, las viñetas y los diálogos están ubicados de tal manera que nos llevan a leerlos en una secuencia que no es la correcta. Es decir que leemos antes cosas que pasan después. Los autores deciden prescindir de las flechitas (que nos salvaron las papas en más de una obra de Lalia donde se repiten estos accidentes “gramaticales”) y uno queda pedaleando en el aire, yendo para adelante y para atrás en la lectura, en busca de una secuencia que tenga sentido. Realmente, a esta altura del Siglo XXI, esto es imperdonable. No se puede creer que no haya un editor, un coordinador, alguien que le diga a los autores “esto está mal, no se entiende en qué orden hay que leer las viñetas”.
El otro problema es que los dos elementos más atractivos que tiene la trama (el plan del Escapista para sacar a su cliente de la cárcel y la hecatombe que se desata con la llegada de una criatura lovecraftiana al penal) no terminan de amalgamarse armónicamente. Una idea aplasta a la otra, le impide desarrollarse, le resta impacto y profundidad. Y obviamente le agrega clima, polenta, grandilocuencia… Pero me hubiese gustado ver a estas dos ideas de Santullo más y mejor aprovechadas en dos historietas distintas.
Por suerte, la trama tiene mucho ritmo, excelentes diálogos (escritos en uruguayo), un muy buen trabajo en varios de los personajes principales (el Canario, el Polaco y la Rubia) y sí, también algunos lugares comunes de estos relatos sórdidos y violentos que transcurren en cárceles. El guión es generoso en secuencias mudas, y Lalia responde con un despliegue gráfico muy atractivo, con un trabajo notable en fondos, efectos de iluminación, expresiones faciales y un monstruo que mete miedo, pero posta. O sea que, con tropiezos y todo, el oficio y el talento de estos dos grandes profesionales sacan adelante la novela y hacen que uno se anime a recomendarla.
Y no hay más, por hoy. Nos vemos este finde en Dibujados, y nos reencontramos la semana que viene, con nuevas reseñas acá en el blog.
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