el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 27 de febrero de 2021

21 AL 28 DE FEBRERO

Dos meses, ya, de este año que pareciera que empezó anteayer. Y es hora de comentar el material que leí esta semana que fue predeciblemente poco, porque estoy hasta las manos con otras cosas, de las que seguramente hablaremos en unos días. Hoy tenemos reseñas cortitas, pero bueno, prometo compensar más adelante con textos más extensos. En 2017, cuando Netflix salió a robar con la serie de Iron Fist (que nunca vi, porque me dijeron que me iba a desgarrar el alma), Marvel consiguió que Kaare Andrews regresara al personaje, luego de aquellos intensos 12 episodios que dieron origen a los brolis reseñados acá el 16/10/17 y el 04/02/19. Esta vez el canadiense se encargó sólo de los guiones y el dibujo fue a las habilidosas manos de Afu Chan, que no sé si es varón o mujer, pero dibuja muy bien, con un estilo muy potente y muy personal. No me imagino a esta historia dibujada por el propio Andrews, porque el guion pide cosas que (sospecho) al canadiense no le debe gustar dibujar, como todas esas escenas de nenas de 14 años en la escuela secundaria. Por suerte Afu Chan resuelve todos esos segmentos con gran destreza, con diseños de personajes tan lindos como verosímiles, en esa línea rarísima para un comic de Marvel, que por ahí tiene más que ver con el material autobiográfico de Bob Fingerman, ponele. Y felizmente, a la hora de dibujar los combates de artes marciales y superpoderes a todo o nada, también cumple más que decorosamente. El guion de Andrews propone un ingenioso juego de inversión de roles. Hace muchos años, Daniel Rand era un nene cheto de New York que fue entrenado en K´un-Lun para convertirse en Iron Fist. Ahora Danny es el adulto que entrena a Pei, la nueva Iron Fist, y lo hace jugando de local, en su propia ciudad. Del contrapunto entre Danny y Pei deberían salir las escenas más ricas y más divertidas, pero finalmente estan surgen del choque cultural entre Pei y las otras nenas de la secundaria, para las que una chica de 14 años criada en una ciudad mística para convertirse en una guerrera perfecta, en un arma humana infalible, es un bicho completamente alienígena. Si Danny se sentía medio descolocado en K´un-Lun, el desconcierto que le produce a Pei la vida actual de los newyorkinos lo supera ampliamente. Por suerte las excusas que se le ocurren a Andrews para que Pei y Danny tengan que repartir piñas y patadas no están mal, y si bien sobran algunas peleas sumamente innecesarias, la trama se hace entretenida y llegás al final pensando “qué cagada que se terminó”. No sé si los guionistas posteriores se hicieron cargo de Pei y su preparación para ser la nueva Iron Fist, pero estas 120 páginas centradas en eso (sin ser una gema indispensable) están bastante bien.
Para festejar la nueva edición a todo color, volví a leer 78 Km/h, la saga escrita por Mauro Mantella y dibujada por Tomás Aira, cuya edición original (con grises en lugar de color) había leído unos… ¿15 años atrás, puede ser?. Puede ser, porque no acordaba una chota. Esta vez me gustó mucho el dibujo y el color de Aira: no parece que fuera uno de los primeros trabajos de este dibujante que en aquel entonces era realmente muy, muy pibe. Está bien la anatomía, bien las expresiones faclales, bien la puesta en página, muy sólida la narrativa, muy bien plasmadas en la página las sensaciones que transmiten los textos de Mantella… gran laburo, consistente y potente de punta a punta. El guion me gustó a medias. Me pareció muy atractiva la premisa, el mundo que nos describe Mantella, la situación acuciante en la que pone a los personajes, me gustaron bastante los diálogos y el desarrollo que recibe el protagonista… Lo que no me convenció es el conflicto en sí, la forma en que Mantella manipula la trama para que haya buenos, malos y combates a muerte entre ellos. No es una cagada, no está totalmente traída de los pelos, pero yo esperaba un poco más en ese rubro. Una motivación más interesante para el villano, no sé… Algo más, como para que la inevitable presencia de la aventura interesectara mejor con ese panorama tan extremo, tan rico y tan ganchero que describe el guionista en las primeras páginas. Pero bueno, tengo presente que este es un trabajo que ya tiene unos cuantos años y que hoy Mantella está mucho más curtido y afianzado en lo suyo. Probablemente no haya una horda de lectores que ponga a 78 Km/h allá arriba, al lado de El Hombre Primordial, pero entre los fans de la ciencia-ficción y la aventura, es una obra que no pasa papelones, ni hoy, ni hace 15 años cuando fue concebida por Mauro y Tomás. Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

sábado, 20 de febrero de 2021

14 al 20 de FEBRERO

Nueva tanda de reseñas, y esta vez se me juntaron historietas de tres personajes icónicos del Noveno Arte. Me regalaron el Vol.30 del coleccionable de Nippur, ese que yo leía de prestado, gracias a mi hermano que había comprado hasta el Vol.28. Con un mínimo saltito en el medio, retomé la lectura de este clásico de Robin Wood, ahora con episodios del año 1980, todos muy tristes, muy bajoneros, en los que Nippur pierde hasta cuando gana. Los guiones transmiten una sensación de derrota, de desolación, de gran oscuridad. Y eso se refleja muy bien en la prosa de Wood que, como siempre, cobra vuelo en los bloques de texto. Al respecto de esto, dos curiosidades: la sexta aventura empieza con bloques narrados en off por Netpaht, por supuesto en primera persona, pero para la última página, el texto pasa a manos de un narrador omnisciente que relata en tercera persona. Y en la séptima historia, pasa algo similar, pero al revés: en las primeras dos páginas leemos textos a cargo de un narrador omnisciente, y de golpe empieza a narrar el propio Nippur en primera persona. Nada, me llamó mucho la atención, por eso lo comento. En cuanto a las tramas, creo que las mejores son la cuarta, la quinta y la séptima, la historia con la que cierra el tomo, en la que Robin parece urdir el inicio de una saga ambiciosa. La cuarta recordaba haberla leído de pibe, y me había impactado el mensaje, pero sobre todo el nivel de violencia. Es la única historieta de este tomo dibujada por Jorge Zaffino, y acá ya se ve un poquito más de lo que años más tarde va a ser el estilo definitivo de este monstruo sagrado, acá todavía muy pegado a la línea de Ricardo Villagrán. El propio Villagrán dibuja los seis episodios restantes, con su trazo elegante, con la influencia siempre presente de Harold Foster y una generosa variedad de enfoques. Por supuesto, tanto Villagrán como Zaffino se fuman muchas páginas de nueve y diez viñetas, a veces muy cargadas de texto, pero las pilotean con bastante decoro y además el color no les clava ninguna puñalada trapera. En ese rubro, este tomo es bastante mejor que los anteriores. No estoy como para retomar en serio la colección de Nippur donde la dejó mi hermano, pero si aparece el Vol.29 por ahí, seguro lo compro para completar el huequito que quedó.
Me voy a EEUU, a leer un voluminoso TPB de 320 páginas, que recopila unos cuantos números (y un Annual) de Shadow of the Bat, todo escrito por Alan Grant. Algo de esto había leído en su momento, y me acuerdo lo mucho que odié toda esa etapa de KnightQuest y demás secuelas de KnightFall, con Azrael disfrazado de Batman, en esas historias ultraviolentas y amargas al extremo del vómito. Esta vez las volví a padecer, pero algo pude rescatar. El episodio autoconclusivo que dibuja Vince Giarrano, en el que la Bruja Grant se mete con el tema recontra-áspero de la compra-venta de bebés, me pareció muy logrado. Hasta me gustó el dibujo de Giarrano, que habitualmente me resulta detestable. Los dos numeritos con la historia de los Clayface que forman una familia tienen un pibe, giran en torno a una idea interesante, pero el conflicto, lo que inventa Grant para que haya acción y peleas, es medio pelotudo. El número que engancha con Zero Hour es un bochorno, el número cero sólo zafa por algunos apuntes copados que tira Grant en los flashbacks, y el tomo cierra con una obra maestra, el Annual de Elseworlds. No te digo que esas 56 páginas rediman todo el dolor y la desolación que te inglige el resto del libro, pero The Tyrant es de esas historias definitivas de Alan Grant, repleta de bajada ideológica, ideas osadas, la posibilidad que dan los Elseworlds de llevar la trama hacia un final para nada obvio, y además la cuota habitual de machaca y buenos diálogos. El dibujo es desparejo, pero todo el tramo dibujado por Joe Staton y entintado por nuestro compatriota Horacio Ottolini se ve realmente MUY bien. El dibujante de casi todo el tomo es Bret Blevins, acá bastante alejado de ese trazo sutil (y por momentos incluso emotivo) que nos mostrara en sus primeros años en Marvel. Este es un Blevins que no resigna su plasticidad ni su dinamismo, pero que exagera al punto del grotesco la violencia, la acción y cualquier recurso que le sirva para sugerir que los personajes son todos muy heavies, muy jodidos y están muy enojados. No puedo decir que esté mal dibujado, ni mucho menos, pero obviamente me gusta mil veces más el Blevins de New Mutants, o de la graphic novel de los Inhumans. En síntesis, me parece que Alan Grant es, fue y será un gran guionista para Batman, pero justo esta etapa, lastrada por sagas grandilocuentes como las secuelas de KnightFall y Zero Hour, no es el mejor momento para disfrutar del talento del otro gran guionista escocés. Me guardo el Annual (tengo la revistita desde 1994) y el TPB lo regalo.
Finalmente, le di otra oportunidad a Astérix y los Pictos, un álbum que leí en digital en 2013, ni bien se publicó, y nunca reseñé acá en el blog, porque en el blog no hablo de las cosas que leo en digital. En aquel momento, este primer intento de Jean-Yves Ferri y Didier Conrad por recuperar la magia de esta serie emblemática me había parecido un fracaso, mucho más cercano a los álbumes chotos de Albert Uderzo como solista que a la época dorada de René Goscinny. Esta vez me pareció lo mismo. Por ahí valoré un poco más el esfuerzo de Ferri por remar desde el guion las falencias del argumento. Chistes, guiños, juegos de palabras, todas esas sutiles referencias al rock & roll de las islas británicas… Eso me causó una cierta gracia, en medio del embole soso y predecible que me resultó la trama. Por suerte Ferri se iba a reivindicar con su segundo álbum, que hasta ahora es el mejor de los creados por esta nueva dupla autoral. Del dibujo de Conrad no voy a hablar, porque no tengo nada para agregar a lo ya expresado en la reseña de El Papiro del César (publicada acá el 22/08/17). La conclusión es que se tacha a Astérix y los Pictos de la lista de álbumes del héroe galo que cada tanto ameritan una relectura. Y así se termina este encuentro semanal. Retomamos el finde que viene, con nuevas reseñas, acá en el blog. Gracias por el aguante y a estar atent@s, que se vienen novedades grossas.

sábado, 13 de febrero de 2021

7 al 13 de FEBRERO

Otro sábado, y otro rato para repasar las lecturas de la semana. Empiezo con Fantastic Four 1234, una miniserie publicada por Marvel hace exactamente 20 años, cuando el glorioso cuarteto festejaba sus primeros 40 años de publicación. El guion de Grant Morrison es bastante decente, sin ser maravilloso ni mucho menos. Lo mejor que tiene es la chapa que le da a Reed Richards y sobre todo la calidad de los diálogos, que es impresionante. Podés leer todo el comic tapando los dibujos, y siempre te vas a dar cuenta por los diálogos si el que habla es Reed, Doom, Ben o Namor. El argumento en sí es más promisorio que bueno. El plan del Dr. Doom, que Morrison te trata de vender como el más audaz y genial de la historia de este icónico villano, es en el fondo bastante ramplón, aunque me gusta cómo eligió torturar al querido Ben Grimm. Lo bueno que tiene este aspecto de la trama es que subraya (una vez más, por si alguno todavía no lo entendió) que el único y verdadero Super Clásico del Universo Marvel es Reed vs. Doom, y que al lado de esta pica, todas las demás son Excursionistas vs. Defensores de Belgrano. Y ya en el terreno de la conjetura, me dio la sensación (por el rol lamentable que le otorga en la miniserie) que Morrison coincide conmigo y con la mayoría de los fans de los Fantastic Four en que Johnny es el personaje menos interesante, y que si lo sacás de ecuación, el resultado no varía demasiado. Por el lado del dibujo tenemos a Jae Lee, en un estilo bastante similar al que le vimos en la miniserie de Inhumans (ver reseña del 21/05/16), un estilo vistoso, original (atrás quedó esa etapa aciaga en la que Lee le copiaba páginas enteras a Leo Manco) y acompañado de un atractivo despliegue a la hora de la puesta en página. Y por supuesto, con el típico problema de Lee, que es cierta torpeza en la narrativa, en parte producto de esas figuras estáticas que siempre parecen no estar en movimiento, sino posando para un cuadro o una escultura. Entre que el estilo de Morrison es bastante menos obvio que eld el guionista promedio, y estos desaciertos de Lee que le restan claridad y fluidez al relato, seguro que te vas a encontrar con alguna secuencia en la que te vas a preguntar qué carajo está pasando. Aún así, Fantastic Four 1234 no es para nada un mal comic, porque hay un par de ideas grossas, imágenes potentes y esos diálogos y bloques de texto sumamente logrados. Si sos fan del cuarteto, o del siempre inquieto demiurgo escocés, este es un lindo librito para sumar a tu biblioteca.
El humor gráfico está de fiesta porque se empieza a recopilar en libros el chiste que Alejandra Lunik publica todos los días en la contratapa del diario La Nación. Bajo el título genérico de Andá a Lavar los Platos, la talentosa historietista e ilustradora demuestra que también la tiene muy clara a la hora de hacer humor. O por lo menos lo que hoy se entiende como humor, esa búsqueda de la sonrisa cómplice, o de la reflexión piola, que con los años se llevó a “los chistes del diario” hacia un terreno bastante distinto de aquel humor de cuando éramos chicos, que tenía como única meta hacer reir. Lunik tira, de vez en cuando, algún misil de esos que te hacen estallar de risa, pero son los menos. En general, te atrapa con la habilidad para buscarle un costado humorístico a situaciones cotidianas, mediante diálogos sencillos y un gran poder de observación. Los temas que aparecen una y otra vez en Andá a Lavar los Platos son la inestabilidad de las relaciones afectivas, la injerencia de las redes sociales y la tecnología en nuestras vidas y la dinámica entre mujeres y varones, por supuesto desde una óptica feminista. Entre una legión de minitas enamoradizas, más alguna chica separada que tiene que criar a una hija, la creación de Lunik que más me sorprendió es una anciana que ya cruzó la barrera de los 80 y que tiene una forma de vincularse a las problemáticas de la tira totalmente distinta a la de las mujeres más jóvenes. Me encantó porque me pareció un personaje muy real, muy genuino, escrito desde el cariño pero además desde una especie de comnocimiento “real” de lo que es ser una vieja de 80, lo cual es muy meritorio para una autora que todavía no llegó a los 50. Imposible no nombrar a Maitena si hablamos de viñetas humorísticas creadas por mujeres para el diario La Nación y sí, otro gran mérito de Lunik es haber logrado que dejemos de extrañar las épocas en las que todos los días nos encontrábamos en el diario con las Mujeres Alteradas. A diferencia de Maitena, la impronta visual de Lunik tiene mucho que ver con la línea clara clásica: es fan del efecto máscara (ese que consiste en dibujar a fondos y objetos con rasgos mucho más realistas que los que se utilizan para los personajes) y con su trazo finito despliega una prolijidad apabullante, un poder de síntesis brillante y rostros de gran expresividad, todo realzado por un excelente trabajo con el color. O sea que aunque no te interese el humor gráfico (o el tipo de humor gráfico que cultiva Lunik), esto te puede atrapar por el lado del dibujo, que es realmente superlativo. Visualmente, Lunik no tiene nada que envidiarle a ningún dibujante (o dibujanta) de los que publican viñetas diarias a nivel global.
Finalmente, después de muchos años, me volví a internar en el mundo bizarro y crepuscular de Hideshi Hino, para viajar junto al Circo de Monstruos y vivir de la mano de estos freaks estos siete relatos originalmente publicados en 2009 en Japón. Del dibujo de Hino ya ni tiene sentido hablar, porque mantiene ese nivel increíble de las obras anteriores suyas que vimos alguna vez en este espacio. Es uno de esos tipos que indudablemente hacen lo que quieren con el dibujo, y suben todo el tiempo la apuesta para llevar a la página imágenes, ideas y sensaciones cada vez más extremas, en un estilo que por su complejidad y el grado de destreza técnica que requiere, es imposible de imitar. Y después, en todo caso, se puede discutir si los guiones son mejores o peores, si logra llevar a buen puerto los relatos que encara, o si las ideas se le deshilachan por el camino. Circo de Monstruos tiene un poco de todo: ideas geniales cuyo desarrollo no está a la altura de la premisa, historias que se quedan en el mero impacto y no llegan a profundizar, personajes atractivos que crecen de modo asombroso hasta darse de lleno contra un final abrupto… y por supuesto alguna historia ya bastante remanida, que cualquiera con mucha historieta de terror a cuestas ya sabe cómo va a terminar. Pero entre las atracciones del circo también hay un par de relatos muy sólidos, muy emotivos, bien desarrollados, en los que nada (ni la violencia fuera de control ni la ternura que generan algunos de estos freaks) eclipsan los aciertos de Hino a la hora de construir estos dramas bizarros y retorcidos. De todos modos, cuando el dibujo y la narrativa alcanzan niveles tan sublimes como los que alcanza Hino en este libro, no hace falta que en las 228 páginas haya genialidades en materia de guion. Con que no salgamos convencidos de que el autor le está faltando el respeto a nuestra inteligencia, alcanza y sobra para atesorar el libro y hasta para recomendarlo, por lo menos a los fanáticos del terror, y de este exponente fundamental, ineludible, que tiene ese género en Hideshi Hino. Nada más por hoy. Nos reencontramos el finde que viene, con nuevas reseñas acá en el blog.

sábado, 6 de febrero de 2021

31 de ENERO al 6 de FEBRERO

Bueno, al final estoy leyendo bastante, a pesar de todo. Vamos a recorrer el material que me devoré esta semana. Lo primero fue H-E-R-O, una serie que editó DC allá por 2003, que duró 22 episodios de los cuales sólo los seis primeros están recopilados en libro. Una lástima, porque estas primeras historias, escritas por Wil Pfeifer, están bastante bien. El enfoque no es novedoso, es el clásico “superhéroes en el mundo real”, si bien la historia está ambienada en el Universo DC. El énfasis está puesto en cómo la posibilidad de acceder a un vasto repertorio de superpoderes le cambia la vida a un pibe común y corriente, bastante loser, al que las cosas le suelen salir mal. Pfeifer nos cuenta que se puede aprender a controlar los poderes, a pilotear el tema de la identidad secreta, a encontrar un tiempo para dedicarse a combatir el crimen… pero lo que no se puede aprender es la ética del superhéroe, el criterio de responsabilidad, de ser siempre no sólo un protector sino además un ejemplo para sus semejantes. De las tres personas que acceden a los superpoderes gracias a este extraño artefacto (la explicación acerca de su origen y su funcionamiento estará, me imagino, en los episodios que no salieron en TPB), las tres actúan por afuera de los códigos de los superhéroes, es decir, sin dejar nunca de lado su propio beneficio. Y ese pareciera ser el conflicto central de esta serie. Hasta dónde los superpoderes te cambian la forma de entender el mundo y la forma de vincularte con tu entorno. Es un planteo interesante y está bien llevado. Las historias duran lo que tienen que durar, hay una exploración acertada de la psiquis de los personajes, las cosas que hacen tienen consecuencias… No es una boludez atómica como eran en los ´60 y ´70 las aventuras de Dial H for Hero. El dibujo de Kano está bastante bien, con algunos momentos realmente excelentes, pero me confundió un poco con tanta indecisión a la hora de jugarse por una línea. Por momentos parece querer pegarse a lo que hacía Michael Avon Oeming en Powers, de pronto se corre hacia una estética más tipo Paul Pope, después busca una síntesis casi cercana a un Jason Pearson… Me tuve que fijar a ver si era que le cambiaban varias veces los entintadores, pero no. En todo el tomo Kano se entinta a sí mismo, con lo cual estos sacudones gráficos son producto de la decisión del dibujante. Y bueno, respeto sus elecciones, porque la verdad que a nivel narrativo no jode para nada que cambie un poco el estilo de dibujo. En síntesis, no te digo que H-E-R-O sea la Gloria Suprema del Noveno Arte, pero arranca muy bien, con una consigna original, atractiva, apoyada en dilemas morales complejos, giros impredecibles y una mirada inteligente al tan trillado tema de los superhéroes.
Después le entré a Mega, la última novela gráfica de Salvador Sanz, en la que su autor trabajó casi tres años. Sí, posta. Eso que yo leí en menos de 25 minutos, a Sanz le tomó (y me consta, porque lo conozco y charlamos del tema muchas veces durante la realización de la obra) casi tres años de trabajo. Un despropósito. El resultado de tanto esfuerzo es desparejo. Magnífico en el apartado visual (dibujo, puesta en página, color) y no muy convincente en lo que se refiere al argumento. El guion en sí está bien, los diálogos son muy buenos, el ritmo del relato está muy bien pensado, los cortes de las secuencias están puestos en los lugares adecuados, y la verdad es que, si te cierra el argumento, Mega te lleva sin saltos al vacío del principio hasta el final. En todo caso, mi problema es que no me cerró el argumento. O en realidad no me cerró la forma en la que Sanz vincula una trama muy impactante pero muy chata (dos monstruos gigantes de origen ancestral se machacan en la ciudad de Montevideo) con otra trama más compleja, más intimista, más sutil, que es el misterio de la nena y el flaco que (de alguna manera) tienen conexión con los monstruos. Me parece que el enganche entre estas dos facetas de la historia (la más violenta y la más tranquila) no está bien logrado, y eso hace que si te comprás Mega para ver un combate a todo o nada entre monstruos zarpados te quede la sensación de que Sanz te los muestra poco, y le dedica demasiadas páginas a la historia de la nena, su papá y su abuelo, que por ahí no te atrapa en lo más mínimo. Y lo mismo sucede al revés: si lo que te interesa es el misterio sobrenatural, estos objetos arcanos que están en manos de gente que parece común pero evidentemente no lo es, probablemente te frustre un poco llegar al final sin que haya una resolución a esos enigmas, simplemente porque el autor se distrajo con una batalla épica entre kaijus que no le aporta ninguna pista al que se enganchó con la intriga de los marinos desaparecidos y demás. Pero bueno, me quedo con el dibujo, que es fastuoso. Y con la narrativa, que es hipnótica. Y con detalles copados, como que la nena protagonista tenga la cara de la hija de Salvador, o que en las escenas que transcurren en Montevideo veamos a gente con los rasgos de los guionistas y dibujantes más famosos de Uruguay. Como ya mencioné, el tratamiento del color es espectacular, perfectamente ajustado a los distintos climas por los que transita la obra, y agrego –ya que estoy- que hay un puñado de páginas con una única viñeta que son devastadoras: imágenes que se te clavan en las retinas y te las detonan para siempre. Mientras esperamos que los guiones de Sanz vuelvan al altísimo nivel que mostraron en la segunda parte de Angela Della Morte, podemos seguir flasheando con un autor cuya destreza gráfica y narrativa no para nunca de crecer y de marcar nuevos hitos en la historia de la historieta argentina.
Y finalmente, breve glosa para Atlanta ´96, un álbum de Mortadelo y Filemón escrito y dibujado por Francisco Ibáñez, al que le entré 25 años tarde. Nada, en una de esas, hace 25 años era gracioso que TODOS los chistes se basaran en el gran tamalo y el exceso de peso de la señorita Ofelia, pero hoy se me hizo un poco reiterativo. Hay otros chistes, claro, y también está bueno ver cómo Ibáñez modifica un poco el esquema de sus aventuras para darle un marcado protagonismo a Ofelia, que hasta ahora siempre aparecía en cinco o seis viñetas por álbum. El grotesco y el slapstick funcionan tan bien como siempre, porque la verdad es que Ibáñez es un maestro indiscutible en ambos rubros. El tema es que la sucesión furibunda de gags violentos que estamos acostumbrados a ver en esta serie se hacen predecibles cuando van menos de 15 páginas: acá están TODOS los chistes que te puedas imaginar con la combinación deportes/ gente con sobrepeso, por supuesto potenciados por el dibujo dinámico y naturalmente gracioso de Ibáñez. Pero no hay mucho más que eso. Al final del tomo, tenemos algunas historias de Pepe Gotera y Otilio que repiten el mismo yeite que las aventuras de Mortadelo y Filemón, pero ahora con dos tipos que se dedican a reparar cloacas, conexiones eléctricas, electrodomésticos y demás. Es el mismo nivel de violencia, pero con meno imaginación, menos descontrol y con el obstáculo que significa meter seis tiras por página, de modo que las viñetas se vean muy chiquitas y no se luzca el trabajo del dibujante. Bueno, nada más, por ahora. La semana que viene nos reencontramos con nuevas reseñas acá en el blog.