el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 31 de mayo de 2011

31/ 05: ASTROBOY Vol.5


Ay, ay, ay… Osamu Tezuka se retuerce en su tumba. No se puede creer cómo de un tomo a otro, el incorregible Muñones se las ingenió para bajar TANTO la calidad del papel y la impresión de este manga. Los primeros tomos no eran de lujo, ni mucho menos, y tenían varios problemas en la impresión. Pero este ya es una inmundicia. El papel es asquerosamente trucho y las páginas en las que en vez de negros plenos hay grises arratonados son… demasiadas. La cartulina de las portadas tampoco puede ser más berreta: la mirás fijo y se resquebraja. Que no le caiga una gota de agua a tu tomito de Astroboy, porque te lo desintegra como si fuera un ácido hiper-corrosivo desarrollado en las profundidades de Apokolips.
Por suerte las tres historietas del tomo zafan dignamente. Las tres tienen cosas en común: acción grandilocuente, elementos de ciencia-ficción, un ritmo muy salvaje, de palo y palo, en el que todo el tiempo pasan miles de cosas, y mucho protagonismo para los personajes secundarios, que eclipsan casi por completo a Astroboy. La primera es la más acelerada, en la que los villanos tienen el plan más zarpado y en la que el peligro se siente más inminente. Acá los malos (todos viejos conocidos para el asiduo lector del Manga no Kamisama) se roban el spotlight, aparecen más que los buenos y –por supuesto- no falta el que apuesta a la redención. También tiene mucho peso en la trama Puk, otro chico robot, que rivaliza con Astroboy hasta que recibe poderes mil veces más copados que los del titular de la serie. Y el otro que se morfa la aventura y protagoniza muchísimas secuencias fundamentales para el guión es el ídolo, Shunsaku Ban, a quien en tomos anteriores llamaban “Mostachio” y ahora alguien (no se sabe quién traduce los mangas de Deux, se ve que es gente que está muy orgullosa de su trabajo) rebautizó como “Mustacchio”.
En la segunda aventura, de nuevo Mustacchio tiene un rol destacado, pero ahora también participa el Profesor Ochanomizu, que en la primera estuvo pintado al óleo. Esta es la más fumada de las tres historias, en la que Tezuka se caga más veces en mantener algo así como un verosímil. Hay explicaciones pseudo-científicas, pero pasan cosas tan increíbles (y a un ritmo tan frenético), que terminan por no explicar nada.
Y la tercera por ahí es la menos original, pero es la que tiene el guión más redondo, con menos giros argumentales limados o traídos de los pelos. Hay peligros grossos, hay muertes, destrucción, un plan maligno por parte del villano (que es el más malo de los de la primera aventura) y si bien no aparece Shunsaku Ban, hay otro co-protagonista que se lleva buena parte de los laureles: Tezuka usa a Sherlock Holmspan para bajar línea en su clásico argumento de “los robots son seres vivos como cualquier otro y no hay que despreciarlos ni discriminarlos”, pero lo hace tan bien, que Un Sol Artificial termina por ser una aventura de Sherlock Holmspan en la que participa Astroboy.
En la primera secuencia de esta historia, el Manga no Kamisama habla del proceso por el cual re-adapta, a principios de los ´80, estas aventuras originalmente creadas varias décadas antes. Por lo que da a entender, él mismo es el responsable de que muchas páginas estén armadas en cuatro tiras de viñetas y de pronto irrumpan páginas armadas en tres tiras, esas en las que el dibujo se aprecia muchísimo más. Ojalá sea así. Sería un bajón que esas idas y vueltas entre las tres y las cuatro tiras fueran fruto del capricho de algún editor occidental.
Lo bueno es que, entre tantos retoques que Tezuka le hizo a las historietas, logró que el dibujo alcance la calidad del de las grandes obras con las que el maestro nos deleitó en los ´70. En este tomo no se ven ni asistentes, ni clones chotos de Tezuka, sino el estilo más maduro del ídolo, desplegado con onda, con ingenio, con osadía, y siempre al servicio de la narración. Como siempre, abundan las secuencias exageradamente humorísticas, que hacen ruido en el contexto de peligro y tensión que crean los guiones, pero sería un delirio pretender que Tezuka convirtiera en obras 100% adultas (y bastante dark) a las historietas que creó en los ´50 y ´60, cuando su público principal eran los más chicos.
Lo que también parece una exigencia desmedida e imposible de cumplir es que este material se edite en Argentina como corresponde. Al problema principal de casi todas las ediciones locales de manga (que es la periodicidad entre errática e irrespetuosa), Deux aporta su granito de arena que es –repito y me indigno, como los manifestantes españoles a los que les mando toda mi solidaridad- una estrepitosa caída en la calidad del papel y la impresión, que dificulta el disfrute de las historietas del Más Grande. Ni olvido ni perdón.

lunes, 30 de mayo de 2011

30/ 05: OUTLAW TERRITORY Vol.2


Al final Mayo resultó un mes rico en antologías. Esta en particular me enganchó mucho y me dejó muy satisfecho. Bien por el coordinador, Michael Woods, y por los muchachos de Image que la editaron.
El tomo es una aplanadora de casi 250 páginas en las que encontramos nada menos que 30 historietas, ninguna con menos de 8 páginas. O sea que está todo dado para combinar diversidad con calidad, siempre dentro de la temática que engloba a todas las historias, que es el western. Si no te gusta el western, cagaste, porque acá todos respetaron la consigna a rajatabla y todas las historias de este territorio forajido están ambientadas en el violento oeste de los EEUU en la segunda mitad del no menos violento Siglo XIX. En una palabra, todos los autores aportaron “una de combóis”.
La verdad es que hay poca basura. Algunos guiones no tienen nada para aportar, o son demasiado predecibles, o se terminan en cualquier lado. Pero también hay muchos buenos y algunos buenísimos. El primero, del crítico Rich Johnston es magistral, digno de Will Eisner. El de Len Wein también está bueno, al igual que el de Michael Woods, la comedieta de Pete Doree, el extraño thriller de Jeremy Barlow, el de Freeman y Bernardin (muy mal dibujado, pero intenso y perturbador), el de D.K. Stockton, el de Jan Napiorkowski, muy copado también el de Robert Kirkman (ídolo máximo de la Image actual), bien el de Greg Pak (aunque parece ser parte de una serie), muy grosero pero atractivo el de Sean McManus, correcto el de Shay, digno el de Mark Kauffman (lejos, el peor dibujado por un impresentable Leigh Kellogg) y muy grosso el de Joshua Dysart. 14 sobre 30, no está mal.
Y de los 16 restantes, no hay muchos desastrosos. El de Mike Baron (prócer de los ´80, hoy algo deslucido) casi zafa. El de Kathryn Immonen se pasa un poquito de vanguardista, pero tiene buenas intenciones. El de Joshua Fialkov está ahí de ser bueno… y además hay tres (sí, sólo tres) guiones escritos por dibujantes, o sea, historietas con un único autor. Y si bien los tres se destacan mucho más como dibujantes que como guionistas, tanto Connor Willumsen, como Franceso Francavilla, como Moritat (sobre todo el segundo) se la bancan decorosamente en el doble desafío.
Por el lado de los dibujantes, hay tres o cuatro crotos y algún mediocrón, pero también hay unos asesinos seriales que ma-mita… Tom Fowler, Rafael Albuquerque, el siempre correcto Joe Staton, un Sean Phillips prendido fuego y en un registro atípico, el imparable Dustin Weaver (seguro el mejor dibujante que dio el mainstream yanki en los últimos cinco años), el maestro Stuart Immonen, Andy Kuhn con un muy buen trabajo, el también correcto Sean Chen, el argentino Diego Tripodi bizarreando de lo lindo, el ídolo Jeff Lemire (más Angel Mosquito que nunca) y el versátil Paul Azaceta, acá en un estilo que combina al típico Juan Carlos Flicker con las genialidades claroscurísticas de Alex Toth. Más los ya mencionados Willumsen (un derivado de Paul Pope con narrativa europea), Francavilla (gran dibujante clásico, entre Eduardo Barreto y Paul Gulacy) y Moritat, que se juega todo al homenaje (merecidísimo, claro) al maestro Jean Giraud, creador del mejor western de la historia del comic (no me digas que hace falta que lo nombre, porque me ofendo).
Si te llaman mínimamente la atención los ladrones de bancos, los caza-recompensas, los tahures de saloon, los bravíos aborígenes norteamericanos, los duelos en la calle de tierra, los disparos de winchesters y colts, las caravanas que atraviesan desiertos, y los más variopintos personajes (casi todos carentes de la menor ética) que en esa época extrema y anómala tratan de subsistir, de hacerse ricos, de ponerla, o simplemente de no ser traicionados por avechuchos más inescrupulosos que ellos, internate en el violento territorio forajido, a cabalgar con unas cuantas luminarias del comic. Hay que jugarse la vida cada ocho o diez páginas, pero realmente vale la pena.

domingo, 29 de mayo de 2011

29/ 05: PEGALE QUE ME GUSTA


Hoy retomo un tema sobre el cual ya pensamos en voz alta acá en el blog, hace varios meses. Me refiero al rol del crítico, su función, su utilidad o no… esas cosas.
Una de las sensaciones que tengo, y que me alarman un poco, es que el lector que lee crítica se divierte más cuando el crítico se ensaña con un comic que le pareció abominable. A mí me pasaba, también, cuando empezaba a leer crítica (en la Comics Journal o la Amazing Heroes de fines de los ´80) y algún asesino serial prendía la motosierra y le salía a dar con tutti a las bostas inmundas que se publicaban en aquel entonces en EEUU. No sé por qué… me parecía divertido, o por ahí me parecía un gesto valiente… De pronto, Juan Carlos Nadie, un pichi que seguramente no tenía ni diez mangos en el bolsillo, “se jugaba la vida” para desemascarar el nuevo choreo de Marvel, DC, o quien fuera. Era David versus Goliat, y eso cuando sos joven te ceba mal.
Ahora lo noto en algunas reseñas del blog. Cuando me clavo y leo un comic entre mediocre e insostenible, la respuesta de los lectores suele ser poderosa. No siempre, claro, pero a veces parece que el lector disfruta más cuanto peor la pasa el crítico leyendo comics de mierda. Hay un placer morboso, algo raro, algo que a mí no me cierra mucho, que esa imagen del crítico como verdugo, como tipo que viene a “hacer justicia”, pero con métodos tipo Punisher, donde la carnicería inmisericorde está ampliamente permitida y hasta incentivada.
Yo, sinceramente, no creo mucho en el crítico-verdugo. Tampoco en el critico-policía, que impone normativas para que los autores las cumplan, ni en el crítico-juez, que decide si el autor es culpable o inocente, y qué penas le corresponden por haber terminado la historieta con el artero recurso de “era todo un sueño”. Para mí el crítico es más parecido a un forense. Nosotros llegamos cuando el acto ya se consumó, nos toca destripar la obra cuando ya está terminada. No nos toca orientar la conducta del autor hacia el cumplimiento de X normas. El tipo escribe y dibuja como se le canta, y nosotros después analizamos el producto terminado.
¿Cómo sabe un crítico, que no es un artista, si un trabajo artístico está bien o mal hecho? Lo sabe porque leyó y estudió a otros autores que lo hacían bien. No se puede decirle a nadie "Esto está mal hecho" si no tenés con qué compararlo. Yo comparo con Breccia, Eisner, Hergé o el que me resulte más idóneo según el estilo/ tema/ onda del autor en cuestión y en base a eso postulo que se podría haber hecho mejor, o no. Con lo cual, cuando digo “esto está mal”, lo que digo en realidad es "¿Leíste a Breccia, Muñoz, Caniff, Franquin y todos esos tipos que lo hacían bien? Entonces, ¿qué te cuesta aprender de ellos y tratar de hacerlo bien vos también? Y si no los leíste ¿qué esperás?". No es muy lindo, no es el camino más corto hacia la popularidad y el cariño de las masas, pero bueno, uno no hace esto precisamente para ganar amigos…
El problema es que, si no existe una crítica, o algo que logre establecer normas y standards menos efímeros que las cifras de venta de este mes, y que además intente educar al público e inspirar a los artistas en la búsqueda de metas más perdurables, la única fuerza que termina por regir a la historieta es el marketing, con resultados obviamente deplorables para cualquiera que se interese en serio por este medio.
La lógica marketinera es una especie de brújula cuyo Norte cambia una vez por mes. Preguntémosle a un gerente de Musimundo qué es lo mejor que le pasó a la música en los últimos 25 años y nos va a contestar “el nuevo disco de Shakira”, o “el nuevo disco de Green Day”, o lo que sea que esté vendiendo a lo loco este mes. Los críticos tenemos que estar ahí, porque somos la única alternativa a la lógica del marketing. Si te rompemos tu ilusión al contarte que tu autor favorito es un clon defectuoso de un viejo dibujante de los ‘60 al que casi nadie recuerda, lo siento mucho. Si creías que el nuevo relanzamiento de tu superhéroe favorito respondía a un rapto de originalidad por parte de un gran guionista y no a una abyecta maniobra editorial para vender 300 revistas más, de nuevo, te pido disculpas. Pero es esto, o consumir sólo gacetillas de prensa de las editoriales contándonos que tal comic es glorioso e imperdible porque ya agotó cuatro ediciones.
Sacar al factor calidad de la ecuación a la hora de hablar de comics es peligrosísimo. Lo hizo Lazer, durante muchos años, y las consecuencias fueron terribles. Las estamos pagando todos los lectores de manga y las vamos a pagar muchos años más. Prometo ahondar en este tema en un futuro post, pero la idea básica es esta: Sí, es una opinión y es sólo eso. Vos sabrás si la preferís o no frente a las otras alternativas: la gacetilla de prensa, el olvido y el silencio.

sábado, 28 de mayo de 2011

28/ 05: ETNICA Vol.1


A veces los sueños se hacen realidad. Desde aquel inolvidable Noviembre de 2006, cuando se realizó en Amadora (Portugal) el primer Congreso de Historieta Latinoamericana en el que tuve el honor de participar, todos los que estuvimos ahí, los delegados de los nueve países (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay y Venezuela) y los de los dos que estaban invitados y no pudieron llegar (Cuba y Paraguay) soñamos con una publicación que hermanara a los autores de historieta de todo el continente. Hablamos mucho, intercambiamos gigas enteros de e-mails, pero no le encontramos la vuelta. Siempre faltaba algo. En 2010, sin embargo, apareció un tipo que cambió la historia. Desde Venezuela (un país sin una tradición demasiado rica en materia de comics), un tal Edixon Rodríguez le dio forma al sueño de todos. Y salió Etnica, la antología de historietas latinoamericanas, que en su primer volúmen reunió trabajos de autores de 11 países de nuestra región, más un invitado de España, nada menos que Cels Piñol.
Como en toda antología, el nivel del material no es parejo a lo largo de las 88 páginas. Y como en todo primer intento, siempre hay un montón de cosas para mejorar. Aún así, el primer tomo de Etnica tiene algunas papongas sumamente atractivas. Por supuesto la portada de Humberto Ramos, que no puede ser más linda y ganchera. La historieta del mexicano Sebastián “Bachan” Carrillo está muy, pero muy bien dibujada. También la de los colombianos del Clan Nahualli, y la de Jorge Lucas (que nació en Uruguay, pero ya se considera argentino), en un estilo bien kirbyano, con un gran manejo de la narrativa.
También están el siempre solvente maestro paraguayo Roberto Goiriz, y el máximo exponente del buen comic boliviano, Joaquín Cuevas. Diego Tapié, de Cisplatino, le pone garra charrúa a un dibujo que combina estridencia y expresionismo. El brasileño Sandro Zamboni aporta un breve pero copada historieta cómica y el mexicano Edgar Clement también se zarpa con los dibujos. Para matizar, hay una selección de artículos sobre historieta latinoamericana, de los cuales uno no se puede evaluar (porque lo escribí yo) y otro no se puede leer, porque está demasiado mal escrito. Pero hay buenos trabajos de nuestro compatriota Fernando Ariel García, de la venezolana Carolina Rodríguez y el mexicano Luis Gantus. Muy buena la idea de integrar estos textos a las historietas, para que el panorama vaya más allá de lo superficial.
Y dentro de lo ambicioso del proyecto (y de lo grosso que es verlo concretado), hay algunos puntos que es necesario ajustar en las próximas ediciones. Empiezo con el menor: el diseño gráfico de la editorial, el índice y los artículos es muy chato, casi triste. Urgente un par de ideas nuevas y atrevidas para reforzar desde lo visual lo interesante de lo que dicen los textos. El segundo ya es un problema más complejo, aunque no exclusivo de Etnica: Faltan guionistas! ¿Dónde están los guionistas? ¿Por qué casi todas las historietas están escritas por los dibujantes, que casi nunca saben escribir? Incluso en las historietas muy bien dibujadas, encontramos fallas en los guiones, que van desde el abuso de jergas locales (los colombianos, por ejemplo, escriben en un dialecto indescifrable para los lectores de otros países) hasta los huecos lógicos o los finales anticlimáticos, apresurados o incomprensibles.
Y el tercer problema es el que más fácil se resuelve: reemplazar a algunos dibujantes mediocres o malos por otros mejores es un proceso normal, natural, una tarea que le va a resultar sencilla a Edixon Rodríguez en la medida en que Etnica salió, se dio a conocer y rápidamente se ganó el apoyo ya no de los incondicionales, sino de los mejores, de los más capacitados. Para las próximas ediciones, el pool de talentos de donde elegir es sin dudas mucho más vasto y más rico.
Con sus limitaciones y todo, con sus problemas más financieros que creativos, con países de enorme tradición y países de incipiente aparición, la historieta latinoamericana atraviesa hoy un momento muy interesante, con mucho y muy bueno para descubrir. Etnica se propone ayudarnos a conocer y disfrutar lo más destacado de nuestro continente, a todos, porque de a poco se va distribuyendo en todos los países. Con algunos ajustes y con el apoyo que sin duda va a obtener en toda la región, este sueño hecho realidad va a lograr su cometido. El camino hacia la cima empezó a transitarse. No es fácil, pero Etnica tiene todo para llegar.

viernes, 27 de mayo de 2011

27/ 05: EX MACHINA Vol.4


Cumplí rápido mi promesa de volver a leer esta serie a un ritmo normal. Acá estoy con un nuevo tomo, que hasta ahora es el mejor.
El dibujo de Tony Harris ya me está empezando a cansar. Se nota tanto, pero tanto que labura todo en base a fotos, que se me hace pecho frío, le falta esa cosa más expresionista de Obergeist o Starman y la reemplaza con algo que al principio gusta, engancha, llama la atención, pero con el correr de las páginas hincha un poquito las bolas. Encima este tomo ofrece dos episodios dibujados por Chris Sprouse, un grosso de aquellos, que demuestra que sin jugarle todas las fichas a la referencia fotográfica también se puede lograr un estilo muy realista, muy creíble, muy digerible para el tipo que lee esto porque parece más una serie de HBO que una historieta. Decía la otra vez que, a diferencia de muchos Juan Carlos Flicker, Tony Harris integra muy bien la referencia fotográfica a su dibujo, logra meter las fotos en los fondos de modo armónico, nada chocante. Bueno, no alcanza. Todo se ve muy lindo, incluso demasiado lindo, pero le falta personalidad, riesgo, vuelo… no sé, en una de esas me quejo de lleno, nomás. Será que realmente quiero ver a Harris en su estilo anterior, más dark, más personal, menos reader-friendly.
Igual, poco importan estas quejas cuando tenés buenos dibujantes y tanto Harris como Sprouse son dos bestias infalibles. Y nada importan estas quejas cuando los guiones son excelentes, como en este caso. La serie venía en alza y para este cuarto tomo lo que pela Brian Vaughan ya es indescriptible: grandes personajes, magníficos diálogos, pero además conflictos jodidos, momentos realmente tensos, dilemas morales complicados y lo más importante: una trama 100% política, donde queda un mínimo margen para que Mitchell Hundred use sus superpoderes, pero donde lo principal pasa por la ética, por el compromiso ideológico, por las convicciones. La segunda historia, la que dibuja Sprouse, es un flashback a la época en la que el intendente todavía era superhéroe y tiene un villano y una estructura más clásica. Pero la secuencia inicial y la de cierre (ambientadas en el presente) nos traen de nuevo a la encrucijada política de Hundred, que –de nuevo- tiene que ver con las convicciones. Hoy estos episodios tienen un sabor distinto, porque varias veces se nombra a Osama Bin Laden, y se especula con qué hacer si las tropas yankis lo capturan, si da para matarlo, si no, quién lo tiene que ejecutar… Diatribas que desde hace un par de semanas tienen menos sentido, pero que hace unos años formaban parte de los debates acerca de la seguridad en unos EEUU sumidos en una paranoia de la que Vaughan se burla apenas, de keruza, sin hacerlo demasiado obvio, por las dudas.
La temática de Irak, Al Quaeda, Saddam Hussein, Bin Laden, la guerra, la respuesta yanki a los atentados del 11/9 (hace ya casi 10 años, qué lo parió!) invade la New York de Mitchell Hundred y Vaughan se las ingenia para que la Gran Manzana se convierta en un espejo (o en una lupa, para amplificar) de lo que se vivía en esos años en los EEUU de George Bush. Pero claro, las diferencias entre Hundred y el borracho-genocida-retrasado mental son millones y, en la medida en que uno PIENSA cómo carajo responder ante el miedo, las respuestas tienen que ser otras, menos obvias, más complejas… y en un punto más dolorosas.
Por lo menos en este arco, no se cumplió ni por casualidad mi predicción acerca del rol creciente de la mamá de Hundred. Pobre vieja, ni una viñeta aparece… Pero no me puedo quejar en absoluto del trabajo que hace Vaughan con los personajes secundarios. Todos están perfectamente pensados y trabajados y –si bien la que se roba los mejores tramos es Amy Angotti, la jefa de policía- el entorno vasto, creíble y complejo es parte de lo que hace tan sólido al personaje de Hundred.
Ex Machina –ni hace falta decirlo, creo- ya está en la lista de las series imprescindibles, definitivas de la década pasada. El engaña-pichanga de “el protagonista tiene poderes y antes era superhéroe” le permitió a Brian Vaughan juntar los suficientes lectores como para bancar un comic de política, arriesgado, sin miedo de meterse con temas ásperos, incómodos como tampón de virulana. No es DMZ, está claro, pero está a años luz del “más de lo mismo”. Y la próxima vez que alguien trate de meter la temática política en un comic de superhéroes (o algo así), todo el mundo va a decir “Miralo a Fulano, cómo trata de hacer la Gran Ex Machina”… Una gloria.

jueves, 26 de mayo de 2011

26/ 05: DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE


Lo primero que llama la atención cuando uno agarra este libro es la calidad de la edición. Posta, no recuerdo muchas ediciones nacionales con este tamaño, este papel, esta impresión y esta encuadernación. Con sólo tenerlo en las manos, uno se convence de que está ante un lujo, ante algo excepcional.
Y después llega el momento de abrirlo y de dejarse invadir por una enorme cantidad de dibujantes impresionantes, nada menos que 18, que además no son los obvios. No son los de La Murciélaga, hay uno sólo (Diego Greco) de la Comic.Ar, y uno sólo (Dante Ginevra) de los de la Fierro. El resto son un testimonio poderosísimo de la gran riqueza no explorada de la historieta argentina, porque son historietistas argentinos prácticamente desconocidos o inéditos en el país. Hay un par de españoles también, pero se entiende, no? Alguien (supongo que Luciano Saracino, el guionista que adaptó los 18 cuentos de Horacio Quiroga que incluye el tomo) buceó en las profundidades de un verdadero océano de talento y encontró estas perlas, estos diamantes semi-ocultos. Los textos que incluye el libro nos permiten deducir que muchos de ellos se dedican a otras ramas del dibujo, como la ilustración y la animación. Eso habla de otro mérito de Saracino: evidentemente logró convertirlos (al menos por un rato) en eficaces narradores de la imagen, cosa para la que no cualquier dibujante está capacitado.
Lo cierto es que los que seguimos sus trabajos para otros mercados nos dimos el gusto de ver historietas de Max Fiumara o Julián Totino Tedesco publicadas en el país. Los que nos copamos con sus ilustraciones pudimos ver historietas de Fernando Rossia o Poly Bernatene. Los fans del comic español pudimos conocer a Manu Ortega y a Infame & Co. (este volverá pronto por este blog) y los que nos cebamos descubriendo dibujantes nuevos, flasheamos con monstruos hasta ahora ignotos como Franco Spagnolo, Juan Manuel Tumburús, Diego De Rose o Fernando Sawa. Lo único criticable es que muchas de las historietas son demasiado breves: las hay de dos, tres y cuatro páginas. Entonces, para cuando te metés en el clima de la historia, para cuando te acostumbrás a la propuesta estética del dibujante, viene la última viñeta, fin, y a empezar otra vez de cero. Y a quedarse con las ganas de seguir disfrutando de estos maravillosos dibujantes.
Esto no es culpa de los dibujantes, claro, ni tampoco del guionista. Los cuentos son así, cortos. Y pegan más si se los comprime que si se los estira. Después, podemos entrar en el terreno del sacrilegio y debatir qué tan buenos son los cuentos de Horacio Quiroga. Saracino nos lo presenta como el cuentista perfecto, y yo me encuentro con un montón de cosas que no me cierran. Sí, es cierto, hay un puñado de relatos perfectos, redondos, sorprendentes, inapelables: La Gallina Degollada, El Solitario, La Meningitis y su Sombra y Una Estación de Amor, son más que ejemplares. Pero otros cuentos… no sé, les falta algo. Me siento un animal al escribir esto, porque no soy especialista en literatura: la última vez que leí a Quiroga fue hace casi 30 años y no me acuerdo casi nada. Pero la verdad es que hay cuentos que hacen ruido, que no terminan de hilvanar un conflicto ni mucho menos de resolverlo, o a veces sí, pero son demasiado predecibles (onda “el tipo está muy enfermo y al final… se muere”). Lo que no se puede discutir es que están muy buenos los climas y las ambientaciones, y eso contribuye al lucimiento de los dibujantes convocados por Saracino para las adaptaciones.
De todos modos, este es un laburo colosal. Va a acercar a muchos lectores jóvenes al universo de Horacio Quiroga y va a lograr que unos cuantos seguidores del escritor uruguayo lean una muy sólida colección de historietas, lo cual ya es más que loable. Pero también logró que los fans de la historieta descubramos a un montón de dibujantes que hasta entonces estaban por debajo del radar, que disfrutemos a lo bestia del trabajo de varios consagrados (y acá subrayo la labor de Dante Ginevra, que una vez más deja en claro por qué tantos lo ponemos tan arriba) y que comprobemos que la adaptación literaria es un recurso más que Luciano Saracino maneja con solvencia, inteligencia e intuición. Ojalá todos los meses se editaran en Argentina libros de esta envergadura, con este nivel de ambición y este nivel de talento.

miércoles, 25 de mayo de 2011

25/ 05: PLASTIC FORKS


Esta es una serie de 1990, cinco libritos prestige que alguna vez se reeditaron en un lujoso hardcover, al cual jamás vi ni tuve acceso. Pero encontré la portada en internet para ilustrar la reseña, así que a disfrutarla…
Esta debe ser una de las obras más enfermas del alucinante Ted McKeever y eso es mucho decir. El argumento es bastante sencillo: Henry Apt, un notable científico que experimenta cosas raras con animalitos es engañado, traicionado y termina convertido en sujeto de una de sus propias experimentaciones. Zafa de pedo, y se prepara para tomar venganza y a la vez para salvar a su esposa, para quien los villanos también tienen planes bastante macabros. Es un planteo lindo, ganchero, con varias aristas para explorar. Pero, ¿se bancaba 300 páginas? Nah, ni en pedo.
Y eso es lo único criticable de Plastic Forks: la brutal descompresión narrativa. Páginas y páginas con una o dos viñetas en las que no pasa absolutamente nada. El ritmo predominante es pachorro, pero guarda, que cuando estalla el kilombo, estalla de verdad, con todo. Y si lo querés ver del lado positivo, en todas esas páginas en las que pasa poco o nada, se recontra-luce el dibujo de McKeever y su talento inhumano para crear climas angustiantes y perturbadores. La narrativa está descomprimida, pero el autor la controla de taquito. Sabe perfectamente cuándo estirar y con qué. Sabe qué efecto tiene mandar 32 páginas al hilo con una o dos viñetas y poquísimo texto. Y por supuesto, lo aprovecha a full para lograr lo que se propone.
En esta obra, lo que busca McKeever es hundirte una especie de sacacorchos en el cerebro, algo punzante, retorcido, algo que te invade y te sacude. Y lo hace con escenas tremendamente violentas, con momentos tristes, con breves chispazos de esperanza, con algunos chistes, con dilemas éticos que carcomen a los personajes, y por supuesto, con la bizarreada, que es condimento infaltable en sus historietas. Además de Harry Apt, hay tres personajes más elaborados con mano maestra, algo que no habíamos visto en sus primeras obras (Transit y Eddy Current). Los diálogos llegan cuando no se los puede obviar y están realmente bien escritos, si bien algunos globos se hacen gigantescos de tan extensos que son algunos soliloquios. Si alguna vez se reedita Plastic Forks, estaría bueno también reemplazar el rotulado original (de Phil Felix) por letras más chicas, que le disputen menos espacio a los dibujos.
Y ya que nombro a los dibujos… este es uno de los poquísimos comics de McKeever realizados en color directo. Y no sólo se parece poco a sus trabajos en blanco y negro. No se parece a nada. Es como esas obras a color del Viejo Breccia (me acuerdo de la de Drácula, o la de Lope de Aguirre) que rompen totalmente con su estética tradicional y se disparan en direcciones totalmente nuevas, siempre imbuídas de un expresionismo visceral, incandescente, fuera de control. En Plastic Forks aparece otro McKeever, uno al que el color le abre posibilidades expresivas impredecibles y le permite pelar efectos y texturas que en la era pre-photoshop eran absolutamente alienígenas. Hay viñetas en las que la línea normal, el trazo de tinta, conserva el protagonismo de siempre. Y momentos en que no, en que el color, la luz, la textura, estallan y se comen a la línea, y el dibujo pasa a ser algo que se intuye, que se sospecha, pero que no se ve. Esto hay que verlo para creerlo.
¿Cómo hizo Marvel para publicar algo así en el sello Epic? Digo, no sólo por la violencia, o por los chistes que involucran penes y eyaculaciones… Visualmente esto es más extremo que lo más jugado que se había publicado en Epic hasta ese entonces (que casi seguro fue Stray Toasters, del glorioso Bill Sienkiewicz) y le hace el aguante a lo más vanguardista que publicaban las editoriales más chicas… La verdad, un misterio. Por ahí les pareció que al tener un argumento lineal, casi de fábula, nadie se iba a espantar con el dibujo salvaje, casi surrealista, muchas veces al filo del mamarracho. Pero bueno, esto salió, seguramente vendió decentemente (esto lo sospecho simplemente porque el siguiente trabajo de McKeever también lo editó Epic) y hoy, esa historieta excesiva y desmesurada ya no es una rareza adelantada a su época, sino un gran comic de autor, en el que un genio indiscutido nos detona el cráneo con un arsenal que hasta ese entonces no le conocíamos. Si sos fan de McKeever lo tenés que tener, y si no sos fan de McKeever, seguramente lo tuyo no es la historieta, sino el hockey sobre patines, la repostería, o la otorrinonaringología.

martes, 24 de mayo de 2011

24/ 05: THE COMPLETE BAD COMPANY


Estos ingleses se zarpan! Este tomo recopila TODO Bad Company, y son un montón de sagas, originalmente publicadas entre 1986 y 2002. Leídas una atrás de otra, te parten la cabeza y te permiten ver la increíble evolución de un guionista cada vez menos explicable: Peter Milligan. Cuanto más lo leo, menos lo entiendo. ¿Cómo hace Milligan para que todas sus obras sean tan distintas entre sí? ¿Por qué no hay temas recurrentes en su obra? ¿Por qué cambia tan brutalmente de estilo a la hora de escribir? Es un caso único, sin duda.
La primera saga de Bad Company es la típica historieta bélica ambientada en el futuro. Podría haber aparecido tranquilamente en la Skorpio, escrita por el querido Loco Barreiro. Hasta tiene esa cosa oesterheldiana del héroe grupal, y la clásica bajada de línea de “el verdadero villano es la guerra”, que viene desde la época de la E.C. Pero Milligan le pone demasiada atención a la construcción de la psiquis de dos personajes, Kano y Danny Franks, y eso hace que la segunda saga tenga –por ahí sin proponérselo- la posibilidad de explorar otros terrenos menos obvios y menos seguros.
The Bewilderness es una saga de transición, una preparación para un tercer arco revolucionario. Acá Danny arma una nueva Bad Company, y el conflicto central pasa por la psiquis de Kano. Ya no es más un comic de guerra, en todo caso ahora es una de misterio, o incluso de terror, porque Milligan juega con el paralelismo entre Kano y el monstruo de Frankenstein. Y todo desemboca en una tercera saga, The Krool Heart, donde la machaca vuelve a cobrar protagonismo, donde Danny Franks logra opacar a la figura de Kano, donde Milligan hace mierda a los personajes que acaba de inventar, y donde por primera vez aparecen conceptos más limados, más jugados, más cercanos a los que veíamos en las obras del guionista para EEUU. La fosa del dolor, por ejemplo. La reproducción del líder de la raza Krool. La danza de átomos. La sonrisa de la nada. De pronto, el concepto de la mente y la demencia pasa a ser central, en una historia salpicada como pocas por la violencia, las torturas y las muertes escabrosas.
Young Men Marching es un unitario poco trascendente, donde la novedad es el color, aplicado a lo salvaje, una onda Brendan McCarthy, o incluso más psicodélico. La brevísima Simply también es olvidable. La siguiente saga extensa se titula simplemente Kano, y esta vez está coloreada de modo sobrio y tradicional. De nuevo, el thriller psicológico y el suspenso desplazan al género bélico y de nuevo el protagonista camina por la angosta cornisa de la cordura. Tras un largo paréntesis, Milligan retoma la saga de Kano en la breve Down Among the Dead, que desemboca en el arco final, Bad Company 2002, con nuevos personajes y una resolución perfecta para la guerra con los Krool y un giro brillante y definitivo para Kano y para Danny. Perdón por ser tan breve: esto ameritaba muchísimos caracteres más de los que tengo disponibles en una reseña diaria. Por ahí más adelante armo un artículo para la Comiqueando, o la Comiqueando Online.
El dibujo de casi todo el tomo está a cargo de la dupla Brett Ewins-Jim McCarthy. A este último no lo ubicaba. Me acabo de enterar que dejó de dibujar y se convirtió en un escritor muy importante, especializado en las biografías de músicos y bandas de rock. Y a Ewins sí, claro, porque era uno de los dibujantes de Skreemer, aquella joyita que Milligan publicara en DC hace como 20 años. Los dos dibujantes se complementan bien y, sin descollar, están a la altura de las circunstancias. Es raro, porque en algunas de las sagas posteriores se ven torpezas que no se veían en la primera. En algún punto tratan sin éxito de parecerse a Kevin O´Neill, pero lo que a mí más me convence es el primer estilo, ese que trata de llegar a Wally Wood o Jack Davis y no llega, y se queda en un especie de Richard Case o Darick Robertson. Eso, con fallas y todo, tiene mucha onda y es muy funcional al relato que propone Milligan. Por suerte, la mayoría de las sagas están dibujadas en ese estilo.
Bad Company no es la obra maestra del comic británico, ni lo mejor que publicó la 2000 A.D. en su historia, ni el mejor trabajo de Peter Milligan. Pero es una historieta honesta, cruda, áspera, que se anima a salirse del libreto, por momentos intimista y por momentos grandilocuente, repleta de climas atrapantes y giros inesperados, poblada de personajes muy bien logrados y a la que -16 años después de empezarla- Milligan, Ewins y McCarthy le encontraron un final redondo y poco predecible, que no decepciona en lo más mínimo. No es poco, para nada. Y menos cuando te lo sirven todo junto en una edición devastadora como esta que sacó Rebellion al irrisorio precio de u$ 20.

lunes, 23 de mayo de 2011

23/ 05: DC COMICS PRESENTS LOBO


La colección de TPBs para pobres de DC ofreció un tomito dedicado a Lobo que, de movida, parecía interesante. Republicaba el especial del evento DC First que narra el primer encuentro entre el Capo y Superman, escrito por Keith Giffen; un arquito con Demon que abarca los dos números finales de la serie regular, dibujados por Ariel Olivetti; y una historia muy cortita (casi un chiste largo) de un reciente especial de Halloween. Hasta antes de leerlo, pintaba bien.
A medida que lo leí, se despintó todo.
La historia con Superman es un desastre. Lo único rescatable son un par de diálogos ingeniosos y el chiste que aparece en el último bloque de texto. El resto no tiene sentido, está mal escrito, no tiene la menor tensión dramática, ni siquiera esos arrebatos de violencia al filo de la revulsión que hacen impactantes a algunos comics de Lobo. No sé qué se habría fumado Giffen el día que escribió esto, pero es uno de los peores guiones de su carrera, de una. Por si faltara algo, el dibujante es un muerto de frío impresentable, Cliff Rathburn. Pobrecito este pibe, de verdad. Buscás “mediocridad” en el diccionario y aparece una foto suya. Me dice acá la amiga Wikipedia que Rathburn es el encargado de aplicar los grises en los comics de The Walking Dead, el hitazo de Robert Kirkman en Image. Buenísimo. Que siga aplicando grises y que le vaya bárbaro en eso, porque como dibujante tenía menos futuro que los amigos de Punisher…
La historia con Demon es un poquito mejor. La escribe Alan Grant, que algo conoce a los dos personajes, o sea que hay ciertas garantías. Pero tampoco es una joya, no vayas a creer. El argumento está bien, hay un par de chistes copados, está apenas estirada… El problema es que sobra Lobo. Claro, el Capo tenía serie regular y Etrigan no. Pero claramente la Bruja Grant tenía en mente una aventura de Demon y lo metió a Lobo a presión para poder hacerla. O sea que el último czarniano está, habla, mete chistes, reparte patadas, tiros y cadenazos, pero podría tranquilamente no estar, y la historia sería la misma, aunque bastante más corta (y con más rimas bizarras). A la clásica violencia festiva de los comics de Lobo, Grant le suma toda la temática del Cielo y el Infierno que, cuando la podés encarar 100% en joda, difícilmente falla. Así le sale algo que –sin ser memorable, y sin redimirlo de esa saga pésima de Lobo y Demon en el Infierno con la que se despidió de la serie de este último allá por el ´93- si no tenés altas pretensiones, se hace llevadero.
Junto a la Bruja tenemos a otro ídolo argentino, el gran cantor de tangos Ariel Olivetti. El trabajo de Olivetti se parece bastante a los otros de su período pre-tableta Wacom: oscila entre viñetas con las que se ceba mal y pone todo y viñetas que saca con fritas y a las que le pone lo justo, o un cachito menos. El resultado es un comic muy desparejo, donde el dibujo cambia tanto que cuesta hilar las secuencias, y donde por momentos aparece una imagen que te tira de culo. Fondos, ni por accidente y expresiones faciales, muchas y muy graciosas, para enfantizar que esto es una gran joda.
La historia cortita/ chiste largo no merece mayor análisis. Simplemente decir que cayó en manos de otro verdulero irredento, Eric Battle, quien nos lastimó las retinas en los ´90 cuando dibujó esos números de Aquaman que escribía Erik Larsen. Y sigue sin mejorar, eh?
O sea que esto se puede comprar sólo si sos muy fanático de Lobo, o uno de esos completistas que quieren tener todo lo que dibujó Olivetti para DC (o para EEUU en general). Como historietas de calidad, tanto Giffen, como Grant, como Ariel tienen material muchísimo mejor que el que ofrece este tomito. Frag ya!

domingo, 22 de mayo de 2011

22/ 05: ARZACH & OTHER FANTASY STORIES


Creo que acá empezó mi vicio de leer comic europeo editado en EEUU. Cuando Marvel lanzó (en el sello Epic) unas ediciones de la reputísima madre de toda la obra de Moebius. Estábamos a fines de los ´80 y yo era hiper-fan del prócer francés. Por supuesto, tenía un montón de sus obras repartidas entre revistas de antología y álbumes, todo de editoriales españolas. Pero las ediciones de Epic les pasaban el trapo, mal. El propio Moebius coloreó historias que habían salido en blanco y negro, corrigió textos, cambió diálogos y escribió prólogos y notas complementarias para casi todas las historietas, con anécdotas, recuerdos, lecturas o vivencias que lo inspiraron, y mucha data del backstage. Para traducir todo eso al inglés, Marvel puso a Jean-Marc Lofficier (francés radicado en EEUU) y a su muy yanki esposa Randy, que se convirtieron en los fieles esbirros de Moebius en toda su etapa en California, donde el ídolo vivió casi 15 años. El matrimonio logra una equilibrada síntesis entre la sensibilidad de Moebius y los requerimientos del mercado americano, que parece enamorarse –brevemente, al menos- del genio francés.
Este tomo es la devastación total. En sus 72 páginas tenemos las cuatro historias clásicas de Arzach, las de los ´70, las que armaron un kilombo bárbaro cuando se publicaron en los primeros números de Metal Hurlant, porque nadie entendía nada. Al toque, pegadita, una de las pocas historias que Jean Giraud nunca quiso colorear, La Deviation (realizada antes de fundar la Metal Hurlant junto a los otros Humanoides Associés). Y en el tramo final, otro clásico de los ´70 (Ballade, inspirada en un poema de Rimbaud) y tres rarezas de los ´80: La Ciudadela Blanca (de la época en que Moebius realizaba sus estudios de espiritualidad bajo el ala del gurú zen Jean-Paul Appel-Guéry), Ktulu (inspirada en la obra de Lovecraft y con el entonces presidente de Francia como villano) y una historieta 100% nueva de Arzack, que se publicó por primera vez en este álbum, incluso antes que en Francia.
Esta última es la más extraña de todas. Son apenas cinco páginas realizadas en color directo, con poquísimas viñetas por página, y con textos! Textos narrados por el propio Arzack, que explican cómo funciona su universo, resumen un poquito su historia y, como si esto fuera poco, incorporan a “la continuidad” a los personajes de La Deviation, que hasta ese momento era una fumanchereada que no encajaba ni a palos en ningún lado. Los textos que acompañan a las historietas nos cuentan que Moebius y los Lofficier estaban armando una novela gráfica extensa de Arzack, un poco con la intención de conseguir un productor que la convirtiera en un largometraje animado, y de ahí la necesidad de darle cierta cohesión (y personajes humanos y “normales”) a la saga del tipo amarillo con el gorro con forma de pija.
De todos modos, me parece que Arzack funciona mejor cuanto menos se lo explica. Esas primeras historias mudas, en las que Moebius dibuja cada viñeta con el detalle y la dedicación que un dibujante normal le pone a una ilustración o una portada, son sin duda lo más poderoso del tomo. Los argumentos (sobre todo el de la cuarta historia) son menores, a veces apenas excusas para que Moebius dé cátedra desde lo visual, para que despliegue esas imágenes fastuosas que parecen venir directo de su subconsciente, sin filtro ni explicación.
Y por supuesto, esos excesos en materia de dibujo son lo que hacen fundamental a La Deviation, la historieta más zarpada, desmedida y vanguardista del ídolo, que aparece firmada por Gir, dibujada en el estilo de Moebius y nos narra las vacaciones del historietista Jean Giraud. A partir de esta historieta de 1973 ya no hacía falta ser un perito calígrafo para convencerse de que esos tres autores eran, en realidad, uno sólo, cosa que no era de público conocimiento para los lectores de ese entonces. Al exceso visual, Moebius le suma una grosera cantidad de textos (obviamente a propósito) y termina por redondear 7 páginas que tienen más laburo y más contenido que muchos álbumes actuales de 46 páginas.
En 2010, Moebius volvió con Arzack y lanzó una novela gráfica que anduvo muy bien, pero que nunca leí. Ojalá esté a la altura de estos clásicos a los que vuelvo cada tanto, para recordar por qué me enamoré del trazo sobrecargado y los argumentos delirantes de este titán del lápiz y la tinta hace casi 30 años.

sábado, 21 de mayo de 2011

21/ 05: CUESTION DE TAMAÑO 2, EL REGRESO


Qué lindo cómo el mundo confabula para que yo nunca tenga razón… Hace unos meses, creo que el 26 de Febrero, el blog tocaba el tema de los formatos y los tamaños en los que hoy en dia se editan los comics. En esa oportunidad decíamos que Marvel y DC todavía bancan a muerte el clásico formato comic-book, el de 25,5 x 17 cm., y que el resto de las editoriales apuestan a los formatos más chicos, más cercanos al de las novelas no-gráficas.
Bueno, en paralelo a esto, con muchísima fuerza y sin que yo me hiciera mucho cargo en el mencionado post, crece otra variante, que tiene a Marvel como abanderada: los hardcovers gigantescos (oversized, les dicen), bastante más grandes que el comic-book tradicional, pero además combinados con esa otra vertiente que yo sí mencioné en aquel artículo, que es la de reeditar las obras en la menor cantidad posible de tomos, la de los Omnibus, los Absolute y los mega-TPBs a los que Marvel llama “Ultimate Collection”. Ahora la tendencia más fuerte pasa por ahí: mega-libros enormes y con infinitas páginas.
El ejemplo más claro, la nave insignia, el que abrió caminos y marcó un antes y un después, fue el hiper-tomo que recopila TODO lo que hizo Walt Simonson en su paso por Thor, allá por 1983-86. El libro, completamente recoloreado, trae la animalada de 1192 páginas, como para que entren los números 337-355, 357-369 y 371-382 de Thor, más los cuatro episodios de la mini de Balder the Brave, escrita por Simonson pero dibujada por Sal Buscema. Posta, un sólo libro, casi 1200 páginas, un peso al que varias modelos top no llegarán jamás y un precio que, en relación a lo que trae, es casi módico: u$ 125.
Seguro, lo multiplicás por lo que vale un dólar en Argentina y es medio un delirio, pero si pensás que trae casi 50 comic-books y que hoy cada revistita de mierda vale –con suerte- u$ 3, ya te están haciendo el recontra-precio. Y se hace mucho más irresistible si lo comparás con las reediciones anteriores, la de la colección Thor Visionaries: Walt Simonson, que eran cinco tomos de u$ 30 cada uno, en papel finoli, pero en tapa blanda, tamaño tradicional, y con el coloreado original, que sin ser un atentado contra la salud de tus retinas, está a años luz (a un puente bifrost) de distancia del de la nueva edición.
Y la tendencia vino para quedarse. Ahora viene el hiper-hardcover de Fantastic Four de John Byrne, y pronto se les ocurrirá reeditar otras series, probablemente más pedorras, tipo X-Men de Jim Lee… ¿Cómo? ¿El de X-Men ya está anunciado para Octubre? ¿Y pretenden cobrarnos u$ 125 por 728 páginas? Nah, ya me están cagando…
La onda, entonces, es darte una opción más. Una que elimina por completo la dificultad de armar algo así como una colección, porque cada tomo ES en sí mismo la colección. Y que te convierte, además de en coleccionista de comics, en coleccionista de muebles, porque por peso y volúmen se complica distinguir entre estos mega-libros y una mesa ratona, o un frigobar. Como lindo, es lindo. Y como cheto, ni hablar, le sobra glamour. El tema es que, si un libro vale u$ 125, ¿cuántos libros te comprás por mes? ¿Dos? ¿Tres, como MUY zarpado? O sea que la consecuencia lógica del hiper-libro es que el comprador cierra su espectro de consumo, compra (y lee) mucho, pero de lo mismo. Y eso definitivamente va para atrás. Igual, al lado de las revistitas de los ´80, con el papel ya amarillo, el color impresentable y todos esos avisos ridículos de golosinas, muñecos y jueguitos para el Atari, el hiper-libro es una maravillosa forma de apostar sobre seguro: es un billetón de los que duelen (si enganchás una buena oferta de algún dealer, no tanto), pero también es un pase de magia, sencillo y efectivo, que hace que puedas vender/ canjear/ regalar/ tirar a la basura esos ancestrales comic-books y redescubrir comics de la San Puta en una edición que –aunque sea 25 años después- les hace justicia. Da para pensarlo, no?

viernes, 20 de mayo de 2011

20/ 05: FANBOY


Esta es una miniserie del milenio pasado, que yo como buen salame leí recién hoy. Depende por dónde le entres, Fanboy puede ser varias cosas distintas, y eso habla de su riqueza y su complejidad.
Por ahí lo querés leer como un meta-comic, como una historieta que habla de historietas. Ahí te vas a volver loco, porque Mark Evanier y Sergio Aragonés no sólo hablan de historieta: también bajan una línea muy grossa respecto de un montón de temas relacionados con cómo se lee la historieta, cómo se consume, cómo se produce y cómo es vista fuera del ghetto. De la caza de brujas de los años ´50 a la fiebre del coleccionismo hueco y ridículo de los ´90, los autores exploran cada tópico con aguda y con certera mala leche.
También le podés entrar como si fuera una versión yanki de Kingyo Used Books (reseñamos el Vol.2 hace poquito): un slice of life que transcurre en buena medida dentro de una comiquería, a la que Aragonés y Evanier pueblan con la típica fauna comiquera yanki, a través de estereotipos bastante obvios, pero no por eso poco atractivos, o poco logrados. El protagonista, Finster, es un personaje perfectamente construído, con quien el lector rápidamente se identifica (incluso a pesar suyo), para vivir junto con él sus “aventuras”, pero sobre todo sus sueños y anhelos (crear tu propia historieta y que sea un hitazo, levantarte a la minita más linda del curso, en fin…). Claro que Finster hace trampa: es el único que sabe que es un personaje de historieta y, por ende, rompe a menudo la cuarta pared para hablarle directamente al lector. Ahí ya nos alejamos años luz de la consigna de Kingyo Used Books, pero creeme que igual el recurso garpa a full.
Otra forma de engancharte con esta obra es encararla como un tributo de Aragonés y Evanier a la historia y la chapa de la DC, o incluso al revés, como un tributo de los grandes historietistas de fines del milenio pasado a los autores de Groo. Lo cierto es que, en muchas secuencias del libro, los personajes de Aragonés comparten viñetas con dibujos de grandes próceres de todas las épocas, como Dick Sprang, Russ Heath, Gil Kane, Neal Adams, Mike Grell, Frank Miller (que vuelve a dibujar al Dark Knight!), Dave Gibbons, Jerry Ordway, Steve Rude, Jordi Bernet, Bill Sienkiewicz, Wendy Pini, Phil Jimenez y varios más. Los invitados dibujan secuencias que suceden casi siempre en la fértil imaginación de Finster, que obviamente leyó más comics de DC de los recomendables para su salud mental. Imaginate lo grosso que hay que ser para crear una historieta en joda acerca de un geek comiquero y que todos estos tipos acepten dibujarla, y hasta te dejen que tus personajes se superpongan sobre sus dibujos. Bueno, Aragonés en EEUU es así de grosso. Y obviamente hay que ovacionar también a Tony Bedard, que fue el coordinador que hizo posible que todas estas bestias ensamblaran su trabajo a la perfección.
Hay dos cositas mínimas para criticarle. Primero, está un poco forzada la interacción entre Finster y los personajes de DC, especialmente en los primeros episodios. Uno viene cebado con el slice of life y de pronto te lo interrumpen para una pelea cósmica con Green Lantern que, por más que la dibuje Gil Kane, desentona un poquito. Igual la aparición más al pedo de héroes de DC es la de la JLA, dibujada sin ganas por Brent Anderson. Para el final, los episodios con Batman y Wonder Woman están mejor planteados.
Y lo otro: es un comic MUY pro-DC. No sólo porque hay palos bastante duros a Marvel y a Image (muchos justificadísimos), también porque transmite la sensación de que todo lo importante, todo lo definitivo en la industria del comic de los años ´30 para acá, pasó en torno a los comics de DC. Está también el tributo a William Gaines (de la E.C.), pero claro, lo identifican sobre todo con la revista MAD, que hace ya muchos años es parte de DC.
El resto, excelente. Una gran comedia protagonizada por un geek del comic, con buenos personajes secundarios, temas más que interesantes para los que nos cebamos con cualquier cosa que tenga viñetas, humor, sociología, algo de machaca, misterio, romance y la participación especial de una legión de Monstruos Sagrados del dibujo, por si fuera poco con Sergio Aragonés, que –como siempre- se dibuja la vida. No te lo pongo en la lista de los comics imprescindibles, pero sí de los que se disfrutan a full.

jueves, 19 de mayo de 2011

19/ 05: LA TRAGEDIA DE P


Ah, qué delicia! Esta es la Rumiko Takahashi que a mí me gusta. Sin estridencia, sin fan service, sin exabruptos y –lo más importante- sin repetir una misma fórmula tomo tras tomo, hasta el infinito y más allá, hasta que lo que al principio era gracioso o ingenioso al final tenga menos gracia que un desalojo. Este libro reúne seis historias cortas autoconclusivas, realizadas por Rumiko entre 1987 y 1993 para la revista Big Comics Original, y nos muestra a la famosísima (y multimillonaria) mangaka en todo su esplendor, en una dimensión distinta y a la vez fascinante.
Las seis historias están ambientadas en el presente, en algún suburbio tranqui de Japón, y protagonizadas por gente absolutamente normal. Hay unos toques de delirio (de realismo mágico, si querés), pero todo está encorsetado en los parámetros de la vida cotidiana. La primera historia (que se llama igual que el libro) es una excelente comedia de enredos: una familia tiene que esconder en su departamento a un pingüino (!), e impedir que se entere una de las grossas del consorcio, una mina estricta y casi autoritaria que pide poco menos que la pena de muerte para los vecinos que tienen mascotas, cosa que el reglamento del edificio prohíbe. Sí, es la misma consigna con la que Trillo, Maicas y Varela desarrollaron durante años la serie Ele, para la revista Genios. Pero Rumiko la remata en 32 páginas, sin estirar innecesariamente y sin romper el verosímil. El final es impredecible y redondísimo. Una joyita.
La segunda historia, El Negocio del Romance, es la más chata, a pesar de que baja una línea muy copada (pelear por tus sueños, nunca rendirte ante la adversidad). El guión está un poquito estirado y la casualidad tiene un protagonismo algo desmedido para mi gusto.
El Basurero de Casa es otra comedia de enredos, más graciosa y extrema que la primera. Rumiko la aprovecha para contarnos cómo es la relación fuera de la oficina entre jefes y subordinados. Seguro exagera, pero no tanto. A los que no somos japoneses nos parece un delirio absoluto que los empleados hagan las cosas que hacen para congraciarse con los jefes, pero en la islita, esto que nos cuenta Rumiko en son de joda debe darse a menudo y en serio.
La cuarta historia, En las Macetas, es un thriller psicológico. Es la única escrita en un tono más dark, más perturbador. Acá Rumiko crea clima, levanta presión y define con jerarquía, mediante una brillante incorporación de flashbacks en los momentos justos.
Le sigue Cien Años de Amor, una comedia romántica maravillosa, en la que se cuela un mínimo elemento fantástico. Acá aparece el mejor personaje de todo el libro, Lisa Hoshino, la viejita de 90 años que vuelve de la muerte. Impresionante cómo en menos de 40 páginas Takahashi construye a Lisa y a tres personajes más de modo integral, con defectos, virtudes, sentimientos, recuerdos, dudas… Otra joyita.
Y el tomo cierra con La Felicidad, Talla Grande, una tercera comedia de enredos, que una vez más enfrenta a una chica buena pero medio pusilánime con una figura de autoridad bastante brava (la suegra). Esta vez, un elemento fantástico va a motorizar las confusiones y a disparar varios momentos de enorme comicidad. A pesar de estar planteada 100% en joda, la historia logra ponerte nervioso y ese es un mérito enorme.
Del dibujo de Rumiko, no sé si hace falta hablar, a esta altura del partido. Atrás de esa engañosa simplicidad, hay una dibujante increíble, con un manejo inhumano de las expresiones faciales, del lenguaje gestual, de los cuerpos en movimiento. Los fondos también son excelentes, pero seguro los dibuja un asistente. En la edición española, las páginas a color están reproducidas en grises, pero Rumiko también se luce a la hora de ponerle color a sus dibujos.
La Tragedia de P va mucho más allá del manga. Es una oportunidad inmejorable para descubrir a una de las grandes narradoras del Noveno Arte, en historias que no tienen nada que ver con sus obras más famosas, esas llenas de transformaciones, luchas infinitas, superpoderes y monstruos. También en clave intimista, Rumiko logra impactar en el lector, meterlo en las historias, arrancarle varias risas, hacerle sentir la angustia y la alegría de sus protagonistas. Y lo más importante: en poquísimas páginas. Si (como a mí) te gusta la onda de Rumiko pero no te querés subir ni drogado a una serie de chotocientos mil tomos, seguro ya te compraste la de las Sirenas cuando la editó LARP. Y seguro te gustó, porque es una aplanadora. Bueno, esto es mejor.

miércoles, 18 de mayo de 2011

18/ 05: DAYTRIPPER


Qué loco que hayamos leído una de las mejores historietas latinoamericanas de todos los tiempos en una edición de Vertigo. Pero bueno, esto es así, todos los días hay sorpresas.
Daytripper es una obra maestra, seguramente el mejor comic de autores brasileños que leí en mi vida. Es –hasta ahora- el trabajo más importante de los Gemelos Fantásticos, Fábio Moon y Gabriel Bá, y es tan bueno que desafía la capacidad de análisis y de explicación. En cada uno de sus 10 episodios nos encontramos con un mismo protagonista, Bras de Oliva Domingos, en distintas etapas de su vida. Pero no es la biografía de Bras, son fragmentos de la vida de este periodista especializado en escribir obituarios, que sueña con triunfar como novelista. Lo más alucinante es que cada episodio termina con la muerte de Bras. Lo vemos morir a los 76 años, a los 11, y un montón de veces más en medio de esos dos extremos.
Pero las muchas muertes de Bras son apenas un brochecito, el toque final, la guinda en el postre de cada episodio. Lo más grosso, lo que eleva a esta historieta al status de joya es lo que sucede en cada episodio y –sobre todo- cómo nos lo cuentan Moon y Bá. Las historias de Bras son slice of life puro. Tienen algo de comedia, algo de tragedia, romance, humor, poesía, ternura, desazón, algún pequeño misterio… pero siempre dentro de un registro mucho más cercano al de Adrian Tomine que a la historieta de acción y aventuras. Todo transcurre en el Brasil actual, magníficamente retratado. A pesar de estar publicado en EEUU, en Daytripper los tipos y minas tienen nombres brazucas, está clarísimo que los textos que escribe Bras están en portugués y que las ciudades y pueblos por los que deambula la historia son todos de verdad, y todos forman parte del Coloso de Sudamérica. Y como en la realidad, quedan cabos sueltos. Historias de amor que no llegan a concretarse, secretos que no se llegan a revelar, actitudes raras de amigos o parientes que uno nunca llega a entender… porque claro, al final de cada capítulo pasa la muerte, se lleva a Bras de modos inesperados, y todo queda ahí, trunco, a medio madurar o a medio resolverse.
También como la vida real, los conflictos que presentan los Gemelos Fantásticos en estas historias son tirando a light. Nunca está en juego el destino de la Humanidad, ni mucho menos. Son conflictos de bajísima intensidad, como los que vemos en las historias cortas de Jiro Taniguchi, por ejemplo. Lo grosso es cómo nos los muestran, cómo Moon y Bá logran meternos en la piel de Bras, vivir su vida, sufrir y disfrutar con él. A través de diálogos y secuencias magistrales, nos vamos involucrando más y más, hasta sentir que su amigo, su mujer, sus padres, su hijo, no son sólo suyos sino también un poquito nuestros.
El dibujo es alucinante. Los Gemelos dibujan mezclado, y sólo a veces se nota qué viñetas son de Gabriel y cuáles de Fábio. Entre los dos se arma una amalgama muy, muy atractiva, donde vemos cositas de Dupuy y Berberian, de David Lapham, de Joann Sfar, Jeff Lemire y Will Eisner, entre otros. Pero el punto más fuerte es –claramente- la narrativa, donde los Gemelos prueban de todo y aciertan siempre. Cada escena dura lo justo, los flashbacks están perfectamente colocados, las transiciones son brillantes, las secuencias mudas se te impregnan en las retinas, las secuencias oníricas son flasherísimas… Todo está pensado para que te sumerjas a fondo en la historia de Bras y sientas que lo conocés de toda la vida. Y por si faltara algo, el colorista es un favorito de este blog: el insuperable Dave Stewart, que se complementa con los Gemelos de un modo increíble para realzar desde su paleta todos los climas del guión y hacer un aporte fundamental cada vez que los dibujantes nos proponen colgarnos a mirar un paisaje, un pueblo, una puesta de sol.
De la mano de un tipo que vive de las muertes de otros, Moon y Bá le cantaron a la vida. Al amor, la amistad, los sueños, la dignidad. Como esas películas de mierda en las que Meryl Streep, Susan Sarandon o Glenn Close se mueren de cáncer, pero bien, con onda. No sé si en Brasil los fans le darán a Gabriel y Fábio la bola y el reconocimiento que se merecen. Por suerte, en EEUU ya tienen la chapa suficiente como para que les editen trabajos como este, que es –repito- un comic imprescindible para los amantes de la historieta de autor honesta, jugada, profunda, que se anima a soñar y que –además de entretenerte- te seduce, te conmueve y te invita a volar. Daytripper es una joya del comic latinoamericano actual, un clasico instantáneo del que se va a hablar mucho, siempre.

martes, 17 de mayo de 2011

17/ 05: LOS PUNTOS DE VENTA


Hacía bastante que no rompía las bolas con algo relacionado con el libro que recopila las primeras 182 reseñas subidas al blog, así que hoy vuelvo a la carga con algo que prometí hace mucho y nunca cumplí, al mejor estilo Muñones: El listado de los puntos de venta donde se puede conseguir el libro mediante un trámite tan sencillo como sacar $ 45 de la billetera. En todos estos locales, el libro estuvo, o si vos no te lo llevaste, todavía está. También en estos locales podés pedir los otros títulos de la editorial Llanto de Mudo, entre los que vas a encontrar merca bastante más atractiva que 182 artículos en los que un boludo cuenta qué comics le gustaron y qué comics no.
Los ordeno por ciudad, así los encontrás más fácil.

BARILOCHE (Río Negro)
-DOBLEVECUBO, Morales 438.

CAPITAL FEDERAL
-CABILDO COMICS, Av. Cabildo 2294.
-ENTELEQUIA I, Uruguay 341.
-ENTELEQUIA II, Juramento 2584.
-ESPACIO MOEBIUS, Bulnes 635.
-LA FABULA, Rodriguez Peña 416.
-MERIDIANA, Av. Rivadavia 5108, Local 307.
-PLANETARY, Av.Corrientes 1388, Local 18-19.
-RINCON DEL ANTICUARIO, Junín 1270.
-TIERRA-2, Av.Corrientes 1660, Local 6 bis.

CORDOBA
-CROSSOVER, Av. Gral Paz 174, Local 11.
-LA CONJURA DE LOS NECIOS, Ayacucho 306.
-LLANTO DE MUDO, Colón 355, Local 61.
-RUBEN LIBROS, Dean Funes 163, Local 1.

LA PLATA (Buenos Aires)
-ATENEA, Calle 49 Nº 467.

LOMAS DE ZAMORA (Buenos Aires)
-ETERNIA, Av. Meeks 172.

MAR DEL PLATA (Buenos Aires)
-RAYOS Y CENTELLAS, Peatonal San Martin 2365, Local 12.

PLOTTIER (Neuquén)
-DALILA, Santa Cruz 157.

RAMOS MEJIA (Buenos Aires)
-ETERNAL DARKNESS, Richieri 91, Local 11.

ROSARIO (Santa Fé)
-MILENARIO, Richeri 814.
-PURO COMIC I, San Martin 843, Local 15-16.
-PURO COMIC II, 3 de Febrero 1180.

SALTA
-MORRISON, Peatonal Caseros 646, Local 7.

SAN LUIS
-EL CALABOZO DEL ANDROIDE, Martín de Loyola 139.

SANTIAGO DEL ESTERO
-SANDOKAN, Urquiza 110, Local 1.

TRES ARROYOS (Buenos Aires)
-ACME, Colón 467, Local 1-3.

TUCUMAN
-LEGION, San Juan 798.

USHUAIA (Tierra del Fuego)
-SMALLVILLE, Indios Yamanas 809.

Y seguramente lo encontrarás también los sitios de los dealers virtuales, los que no tienen local físico, sino que operan a través de la web.
Corresponde darle las gracias a toda esta buena gente, que se pone las pilas para encargar el libro, exhibirlo y venderlo. Se me dirá que viven de eso y que es lo menos que pueden hacer. Y, un poco sí. Pero para muchos de estos comercios, arriesgarse por libros en cuya portada no aparecen ni Batman ni Dragon Ball es una timba grossa.
Si vas a buscar el libro a alguno de estos lugares y te responden “no lo tengo”, tu réplica debe ser “Encargáselo a Districomix”, excepto en la ciudad de Córdoba, donde la réplica correcta es “Encargáselo a Llanto de Mudo”. Y cerrás con un “culiau”, claro.
Vamos, que ya estamos a full preparando el Vol.2.

lunes, 16 de mayo de 2011

16/ 05: STIGMATA


Nah, me están jodiendo… Busco en Wikipedia y me dice que esta historieta se publicó originalmente en 1994… No puede ser. ¿Cómo es que desde esa fecha hasta hoy no la escuchamos nombrar TODOS LOS DIAS como una obra cumbre de lectura absolutamente imprescindible? Posta, yo me enteré que existía cuando Fantagraphics anunció la edición yanki en el Previews. Y me la pedí de una, pero de timbero que soy, no porque estuviera convencido de que había que tenerla sí o sí. Andá a saber qué leen los cientos de críticos que -de 1994 para acá- se olvidaron de cantar las merecidas loas a esta descomunal novela gráfica de Claudio Piersanti y Lorenzo Mattotti.
Pero bueno, hoy las canto yo, así vos te cebás, lo buscás, lo encontrás, lo leés, te derretís, te juntan gota a gota con la aspiradora y eventualmente recuperás la forma humana, aunque tu mente nunca volverá a ser la misma. Stigmata narra la historia de un tipo cuyo nombre no sabemos, un grandote con pocas luces y poquísima suerte, al que un día se le abren extrañas heridas en las manos. Las heridas no paran de sangrar, porque sí, como le pasó alguna vez, hace mil años, a algún santo. Pero lejos de ganarse la canonización, el grandote se gana la discriminación, y pronto su extraña condición le cuesta el trabajo, la casa y casi también la vida. Varias veces a lo largo de más de 175 páginas, el grandote sacará fuerzas de donde no hay y saldrá del fondo de la tabla, movido por el instinto de vivir, de aferrarse a la vida por chota e injusta que esta haya sido con él. Así lo veremos tocar fondo más de una vez, ganarle al dolor y a la desesperación con un gol en offside, con la mano y en el minuto 94, y seguir, sin tener la menor idea de hacia dónde va.
El novelista Claudio Piersanti (de quien no conozco otras historietas) construye a este personaje a base de silencios y de bloques de texto que nos meten en su psiquis, la psiquis de un tipo simple, sencillo, que se conforma con poco. Y claro, a lo largo de tantas páginas y tantos sucesos shockeantes, de poco lo van rodeando personajes secundarios, muy distintos al grandote y entre sí. Piersanti los explora con jerarquía a todos, pero le reserva el privilegio de narrar un tramo de la historia (con bloques de texto en primera persona) a la hermana Anne, una de las monjas del hospicio que le brinda asilo al grandote.
Ya mencioné a los santos y a las monjas, o sea que las pistas están. El elemento religioso es definitivamente importante en esta trama de sacrificio y redención, de fe ciega. Y sorprende, porque Piersanti propone este abrazo a la devoción religiosa, no como cura infalible de todos los males, pero sí como un valor positivo, como el camino a tomar para no precipitarse al abismo de la desesperanza. No es el discurso más frecuente entre los autores de historieta para adultos, para nada…
Pero lo más raro de esta obra maestra no es tanto la línea que baja, sino el aspecto visual. ¿Lo tenías a Mattotti en blanco y negro? Yo creía que desde mediados de los ´80 TODA sus obras eran a color. Para mí, Mattotti era al color lo que José Muñoz al blanco y negro, el genio del color, el poeta del color. De hecho, así se llama un libro SOBRE Mattotti que escribieron varios colegas españoles y que no dedica ni UN RENGLON a hablar de Stigmata. Bueno, al grano: Stigmata está toda dibujada en blanco y negro, por un Mattotti fuera de control. Con una línea salvaje, sobrecargada, abigarrada, de increíble expresividad, exhuberante. Todo da la sensación de haber sido dibujado a los pedos, a mano alzada, pero no puede ser. Nadie puede dibujar tan bien sin un boceto previo. Como en sus obras a color, Mattotti compone cada viñeta como si se tratara de un cuadro para colgar en un museo. Mirándolas de a una, cada viñeta es perfecta, redonda, completa. Y después las mirás en el contexto de la página y se integran maravillosamente para construir secuencias tremendas, contundentes, poderosísimas. Por supuesto la más llamativa es la de los salmos, 17 páginas que parecen el story-board de un dibujo animado desbordado de lirismo y pasión. Pero hay varias secuencias fundamentales, sobre todo en los capítulos II y III, que es donde más avanzan las tramas.
Stigmata es un viaje de ida, mal. Para el fan de Mattotti, porque te abre la cabeza con el monumental trabajo del ídolo en blanco y negro. Para el fan del comic en general, porque te mete enseguida en una historia de singular belleza, que te estremece hasta los más remotos confines del alma. Una verdadera joya que ya tiene unos cuantos años, pero no envejeció ni 15 minutos.

domingo, 15 de mayo de 2011

15/ 05: EX MACHINA Vol.3


Qué loco que desde que empecé este blog no haya leído ningún tomo de esta serie… La tengo tan presente como si hubiese leído el Vol.2 la semana pasada y no: hace no menos de 500 días que no toco un tomo de Ex Machina. Ahora tengo varios TPBs acovachados, así que seguro que en los próximos meses va a aparecer a menudo por acá.
No creo que haga falta presentarla, pero por las dudas, Ex Machina es una serie creada por Brian K. Vaughan y Tony Harris para el extinto sello Wildstorm que se publicó entre 2004 y 2010, y contó con 50 números y 4 especiales. El protagonista es Mitchell Hundred, el Jefe de Gobierno de New York, que alguna vez fuera superhéroe, bajo la identidad de Great Machine. Hundred tiene el superpoder de controlar a las máquinas y gracias a su valiente accionar, una de las Torres Gemelas sobrevivió al supuesto ataque de Al-Qaeda del 11/9 de 2001. Desde ese momento, Hundred amasó tanta chapa, que se postuló para intendente y ganó por afano. Y ahí, cuando colgó el traje de superhéroe y se puso el de Jefe de Gobierno, empezaron sus verdaderos problemas.
Ex Machina no reniega de los superpoderes de Hundred (de hecho, uno de los principales sub-plots de estos primeros tomos tienen que ver con cómo obtuvo Mitchell sus habilidades paranormales), pero pone el énfasis en el otro poder, en el que le confieren los votos que sacó para gobernar una ciudad siempre conflictiva como la Gran Manzana. Estamos ante un comic que trata, básicamente, de política. Y eso lo hace sumamente interesante.
Brian Vaughan pone a un ex-superhéroe a pelear contra amenazas poco frecuentes para los justicieros enmascarados: hospitales, escuelas, impuestos, inseguridad, obras públicas, ley de matrimonio igualitario… Mitchell Hundred va a tener que aguzar de su ingenio, su carisma y su cintura para la runfla, por supuesto rodeado de un elenco de asesores y secretarios a los que Vaughan dota de personalidades complejas y atractivas. Pero claro, son políticos. Hundred no. Es apenas un ingeniero que leyó muchos comics de superhéroes y que aprendió a cachetazos el viejo adagio del poder y la responsabilidad que acuñara Stan Lee en los ´60. Ahí ya hay materia prima para un contraste sustancioso. Pero falta otra parte del elenco, los amigos de Hundred que lo bancaron durante el tiempo en que fue Great Machine, el único superhéroe del mundo. Y la madre de Mitchell, que aparece por primera vez en este tomo y pinta para tener un rol destacado en los próximos. Y las minitas, porque Hundred es soltero (algunos sospechan que es gay) y el cargo que ocupa en New York lo convierte en una presa codiciada por más de una mujer con ganas de salir en las tapas de las revistas. Los personajes copados son muchos, pero el protagonismo rara vez se hace coral. El peso de las tramas recae siempre en Mitchell Hundred y al resto del elenco se lo ve de vez en cuando, no hay demasiado espacio para explorar a fondo a ninguno de ellos, por lo menos hasta ahora.
Por supuesto, se trata de un comic muy hablado, y ahí Vaughan saca una enorme diferencia, porque puebla las páginas con unos diálogos afiladísimos entre estos maestros del chamuyo que, cuando se cruzan, se sacan chispas. En este tomo hay un poquito más de acción que en los anteriores (porque aparece un nuevo justiciero enmascarado), pero en general, la resolución de los conflictos no llega por esa vía.
A cargo del dibujo tenemos al maestro Tony Harris, en un estilo menos oscuro y menos cargado que el que descubrimos en Starman, The Liberty Files u Obergeist. Este es un Harris más claro, más transparente, más realista y con más trabajo con modelos que posan para sus viñetas. Seguro que muchos fondos provienen también de la referencia fotográfica, pero Harris los incorpora a la página con gran criterio, con mucho laburo para que personajes y decorados estén perfectamente integrados, y lo más importante: que no se vean estáticos. Como en sus trabajos anteriores, Harris maneja a la perfección los climas y sorprende todo el tiempo con las expresiones faciales. Y cuando aparece la acción (sobre todo en los flashbacks que nos muestran a Great Machine), sale a matar, con el cuchillo entre los dientes.
Ex Machina se cansó de ganar premios y es –junto a Y, the Last Man- una de las series que puso a Vaughan en la lista de los autores imprescindibles de la década pasada. Y la verdad es que toda la chapa y el reconocimiento acumulados se justifican plenamente al leer las historietas. Esto no se parece a nada y encima está muy, pero muy bueno. Y acá vendría un chiste con otro ingeniero convertido en Jefe de Gobierno de una ciudad enorme y conflictiva, pero no quiero manchar el buen nombre y honor de Mitchell Hundred mencionándolo en la misma frase que a ese mentiroso PROfesional, que de heroico no tiene absolutamente nada.

sábado, 14 de mayo de 2011

14/ 05: LEVIATHAN


Hoy me toca visitar una gran novela gráfica europea, más precisamente británica. A veces Inglaterra no parece parte de Europa, no? Los comics británicos suelen tener rasgos muy propios, y encima sus mejores autores trabajan tanto para EEUU que de a pocos se “contaminan” con esa otra forma de contar historias que es la que se impone de este lado del Atlántico. Esta vez encontré un gran comic británico, que en ningún momento parece pensado para gustarle al lector yanki y que gráficamente tampoco se parece mucho a nada.
El dibujante es el increíble D´Israeli (Matthew Brooker, en el documento), un tipo sumamente versátil, poco conocido en EEUU (autor junto a Warren Ellis de la demencial Lazarus Churchyard) que acá pela un estilo donde se mezclan Marc Hempel, Jacques Tardi, Kyle Baker y Marc-Antoine Mathieu; un cóctel exquisito, que por momentos me hizo acordar a los mejores trabajos de Dante Ginevra. Con blancos, negros y grises, D´Israeli pone en escena un festival visual inolvidable, repleto de detalles minuciosos, con personajes mucho más simples que los fondos, unos climas absolutamente irresistibles, miles de recursos para que la lectura sea amena (a pesar de que se habla muchísimo) y con unas pocas pero inolvidables escenas de acción. Un trabajo absolutamente consagratorio para este dibujante fundamental de la escena británica.
A cargo del guión lo tenemos a Ian Edginton, un tipo que se empezó a hacer conocido en EEUU antes de pegarla en Inglaterra. Eventualmente, la pegó también en su país, pero repercutió primero de este lado del mundo. Edginton nunca tuvo un hitazo, un best-seller, o un comic de esos que, si no los leés, te condenás al oprobio y el escarnio. Pero casi todos los comiqueros tenemos aunque sea un laburito suyo en la biblioteca, porque tuvo la viveza de trabajar con un montón de dibujantes grossos, entre ellos Phil Hester, Alex Maleev, Rick Leonardi, Dave Lapham, Steve Pugh y algunos argentos notables, como Quique Alcatena, Leandro Fernández, Adrián Sibar o Pancho Paronzini.
De todos los dibujantes con los que trabajó, Edginton pegó una onda muy especial con D´Israeli. De hecho, ya llevan juntos cuatro obras importantes. Esta la venían meloneando desde mediados de los ´90 y finalmente se empezó a publicar en la 2000 A.D. en 2003. Pero aclaremos rápido que Leviathan no se parece en nada a las típicas historietas del popular semanario. Esta es la historia de un barco de la década del ´20, el más grande y fastuoso de la historia de los transatlánticos. El Leviathan es, en la práctica, una ciudad flotante, llena de edificios, bares, casinos, plazas y hasta un zoológico. Pero al poco tiempo de zarpar, se pierde en un limbo donde el tiempo no pasa, el viaje se hace infinito, la gente se empieza a morir, o a suicidar, la esperanza se esfuma y sin embargo el combustible no escasea y el mega-buque sigue andando como si nada.
Evidentemente hay un misterio grosso y así es como el protagonismo recae en el detective Aurelius Lament, un jovato venido a menos, quien se internará en los sectores restringidos del coloso para descubrir la verdad acerca del extraño viaje del Leviathan. El misterio está muy bien llevado y Edginton tiene la gran viveza de resolverlo cuando faltan 25 páginas para el final. Ahí, cuando Lament queda cara a cara con… alguien, casi empieza otra historia, más terrible, más violenta, más despiadada, y el guionista tiene espacio para desarrollarla y llevarla hacia un final más que satisfactorio. A pedido del público, Edginton y D´Israeli crean, a modo de secuela, algunas historias cortas ambientadas en el Leviathan, que también aportan bastante al background de algunos personajes. Pero lo grosso son esas casi 60 páginas de la saga central, que te atrapa no sólo con la magnitud del misterio, sino también con las extrañas situaciones que se viven en el barco, con la runflas entre los poderosos (porque incluso en esta twilight zone hay avechuchos dispuestos a sacar tajada), y con la excelente construcción de varios personajes, no sólo el protagonista.
Retorcida y cautivante, en un péndulo hipnótico entre la tensión y la violencia, Leviathan es una muy, muy buena novela gráfica que te hace salir corriendo a buscar las otras obras de la dupla autoral (Scarlet Traces, Kingdom of the Wicked y Stickleback) a la espera de que estén igual de buenas. Y guarda, porque los críticos dicen que Scarlet Traces está bastante mejor.

viernes, 13 de mayo de 2011

13/ 05: DAREDEVIL: ULTIMATE COLLECTION Vol.1


Tarde o temprano iba a suceder: me compré un tomo que trae material que ya reseñé en el blog. Este hiper-TPB dedicado al Daredevil de Brian Michael Bendis incluye Underboss, el TPB al que le dedicamos la reseña del 30 de Abril de 2010. O sea que todo lo que dije en ese momento acerca de ese tomo, se aplica también a este.
Pero acá hay bastante más. El libro arranca con una saguita muy rara, prácticamente sin argumento. El protagonismo se lo lleva todo el guión, que se estira, se enrosca, se tensa, para crear clima, para ponernos nerviosos, hasta que finalmente Bendis revela qué fue lo que dejó a ese pobre nene en ese estado. Como no hay acción, Daredevil prácticamente no aparece, y le deja la manija a un gran personaje secundario, el periodista Ben Urich, que pela chapa de protagonista, especialmente en unos diálogos antológicos con el maestro de los maestros, J. Jonah Jameson. El arte (no lo puedo llamar dibujo) está a cargo del inigualable David Mack, el creador de Kabuki, un genio de la ilustración que se la banca decorosamente a la hora de tener que contar historias con sus majestuosos dibujos. Arrancamos muy bien.
Después viene Underboss, que pasamos por alto, y después las secuelas de Underboss: la brutal movida de Vanessa Fisk, la esposa del Kingpin, contra los que complotaron para destronar (y boletear) a su marido. En todo este tramo Daredevil sigue sin aparecer en un rol destacado, pero está bien. Bendis se propone lograr que este deje de ser un comic de superhéroes para enrolarlo en el género “pulp fiction” y barrer al cuernitos abajo de la alfombra lo ayuda bastante a lograr su cometido.
La siguiente saga es la que arranca cuando se derrama la data que sólo el Kingpin manejaba: Matt Murdock es Daredevil. Y acá de nuevo tienen chapa los periodistas, que desplazan por unos números a los gangsters. Matt tendrá que “vérselas” con ellos para gambetear la noche que se le viene si todo el mundo se convence de que él es Daredevil. Acá tampoco hay machaca, sólo reflexión, introspección, replanteos, y más diálogos brillantes como el que tiene Matt con Rosenthal, el dueño del diario que lo escrachó en primera plana. Para no aburrir a los lectores que todavía no entendieron que esto era comic de autor, para adultos, Bendis hace desfilar (sin demasiada explicación, pero con algún aporte coherente) a Spider-Man, Black Widow y Elektra, todos tratando de que DD baje un cambio y piense bien su próxima movida.
Al igual que Underboss, todos estos episodios están dibujados por Alex Maleev, ya muy afianzado en ese dibujo realista, sucio, con algunos estallidos expresionistas, y con un abuso de la referencia fotográfica que lo convierte en pionero, en primer abanderado del estilo Juan Carlos Flicker tan popular hoy en los comics de Marvel. Flaco, todo bien… son muchas páginas por mes, te piden realismo, te tenés que fumar ocho mil viñetas de cabecitas que hablan… pero dibujate UN fondo, UNA vez. Un monitor de computadora, una tele, un auto… algo que no sean los personajes. Igual se ve todo muy lindo, en parte gracias al laburo monumental de Matt Hollingsworth, colorista de la San Puta.
Y queda la saguita final, un arco en el que se interrumpe el plot de la lucha de Matt por proteger el secreto de su doble identidad. Es la hora de que Bendis nos muestre qué tal se la banca en ese otro sub-género que siempre estuvo presente en los comics de Daredevil: el courtroom drama. Pero mientras los otros guionistas se esforzaban por meter el courtroom drama adentro, o en paralelo, con tramas de acción protagonizadas por el cuernitos, Bendis no. Para todo, elimina la acción y durante varios episodios sólo vemos el juicio en el que Matt defiende a un justiciero enmascarado de la C, acusado de un crimen que no cometió. Lo cual está excelente… si te gusta el el courtroom drama. Si no, te querés matar. El pobre pibe que tuvo que dibujar toooodas esas páginas de gente con saco y corbata hablando en un tribunal fue nuestro compatriota Manuel Gutiérrez, también conocido como Waccio Zkater. Pero no se la aguantó hasta el final (es comprensible) y el último episodio le cayó a Terry Dodson.
Con la saguita del juicio al White Tiger, Bendis terminó de dejar en claro que este ya no era ni por casualidad un comic de superhéroes. Era otra cosa, personal, rara. No rara en el sentido de escasa, porque por suerte coincidió con esa maravillosa época en la que la gran mayoría de los títulos de Marvel estaban bárbaros. Rara, porque podía pasar cualquier cosa. Hasta que Matt Murdock perdiera un caso por goleada, sin que el Kingpin ni ningún villano metiera mano en el proceso judicial. Impresionante!

miércoles, 11 de mayo de 2011

11/ 05: SABOR A MENTA


Este para mí era un Santo Grial, un álbum que sabía que existía, pero al que jamás vi. Me refiero a la edición original, la de Ediciones De la Torre, que es la que publicaba las obras de Carlos Giménez en los ´70 y ´80. Esta edición, la de Glénat, además de ser excelente, agrega algunas historietas sueltas de Giménez posteriores a aquella edición original, así que me hizo doblemente feliz.
Sabor a Menta es un rejunte de material raro de Giménez, esas historias cortas que –por algún motivo- no entran en ninguno de los otros álbumes del maestro madrileño. Y guarda, que esto no es sólo para el fanático pasado de rosca que quiere tener TODO lo que hizo Giménez. Acá hay papa finísima, magníficas historietas que cualquier fan del medio querría tener en su biblioteca. O sea que es rejunte, pero no de sobras, sino de extrañas exquisiteces realizadas por el prócer entre 1970 y 1992.
La primera historia, El Miserere, se usa en España para dar clase de historieta. Es uno de los comics en el que mejor se ven un montón de sensaciones que tienen que ver exclusivamente con lo auditivo, pero transpuestas a un medio 100% visual. Increíble lo que logra Giménez en estas páginas en las que todo gira en torno a la música, que –lógicamente- no está, sino que nos obliga a imaginarla en nuestras mentes. Una joya, bastante reeditada, por suerte.
La segunda es una adaptación de un clásico de Edgar Allan Poe, también bastante reeditada, y donde Giménez da cátedra de manejo del tempo narrativo para crear tensión y exasperar al lector. Le sigue El Futuro Empieza Hoy, una muy linda bajada de línea acerca del planeta, su gente, su organización socio-política y sus posibilidades, dibujada con increíble categoría. Paraíso Perdido (con guión del maestro Víctor Mora) es un impactante unitario de ciencia-ficción, un guión del hiper-carajo, pero cuyo exceso de texto hace que se luzca poco el dibujo de Giménez. La Gotera es casi un chiste largo, una breve pieza de corte satírico en la que Giménez se ríe, básicamente, de la miopía de los medios de comunicación y de la gente que los consume de modo acrítico. Le sigue una oda al barrio, al costumbrismo, donde no hay un relato, ni un conflicto, simplemente escenas tiernas, o graciosas en torno a Lavapiés, el barrio donde nació el autor.
Y después sí, Sabor a Menta, una historieta originalmente publicada en tiras diarias en un periódico, luego convertida en 12 páginas perfectas, de las mejores que escribió y dibujó este monstruo de la narrativa gráfica. Personajes redondos, una trama sin fisuras, diálogos brillantes, temas para pensar, romance, costumbrismo, un poquito de mala leche… Incluso sin meterse con la temática socio-política, que es casi su marca de fábrica, Giménez pela una historia urbana cautivante, verídica y hasta conmovedora. Sin duda, lo más pulenta del tomo.
Su siguiente intento de tira diaria fue una adaptación de una novela de Jack London, pero tuvo que terminarla antes de lo previsto y el relato cambia de ritmo abruptamente cerca del final, cuando Giménez tiene que poner quinta a fondo para cerrar rápido las tramas. Igual nada empaña el trabajo del ídolo en la faz gráfica, que es absolutamente magistral. Y para cerrar, Treinta por Minuto, otra breve historieta de bajada de línea, esta vez con menos viñetas por página y menos pilas en el dibujo, pero contundente en su mensaje: un desgarrador pedido de ayuda para los chicos que mueren de hambre todos los días en los países más pobres de Africa.
Estamos frente a una antología que nos invita a repasar 22 años en la trayectoria de un autor fundamental del Noveno Arte, que una vez más, demuestra estar por encima de las modas, los estilos, los géneros y las temáticas. Acá hay ciencia-ficción, terror, adaptaciones literarias, crónica urbana, bajada de línea, slice of life, todo dibujado por un zarpado que se acomoda donde lo dejan: si hay que hacer jueguito en una baldosa, y apretar el dibujo para meter cuatro viñetas en una tira, Giménez va y lo hace. Si hay que pelar cuadros enormes, casi más para el artbook que para la revista de comics, Giménez se arremanga, pela y te llena la página de detalles microscópicos. Y si hay que tirarse a simplificar, por esto que explicaba Scott McCloud de que los personajes caricaturescos transmiten mejor las ideas cuando de eso se trata, ahí va Giménez con unos “monitos” que parecen de un tipo que laburó toda la vida en Bruguera. En fin, no demos más vueltas… esto es tan imprescindible como las obras de Giménez de las que habla todo el mundo.