el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 29 de agosto de 2019

GEMAS DE JUEVES

Mientras nos reencontramos con el viejo y querido default (hello darkness, my old friend), yo sigo avanzando con mis lecturas.
Empezamos en Francia, en 2003, cuando Denis Deprez adapta al comic una de las novelas más leídas y más influyentes de todos los tiempos: el Frankenstein de Mary Shelley. Hay chotocientas noventa y tres mil versiones de Frankenstein en historieta, pero esta es bastante destacable, por varios motivos.
Por supuesto lo primero que llama la atención es que acá prácticamente no hay dibujo. Lo que hace Deprez es completamente pictórico, las viñetas son pinturas en las que se ve todo el tiempo el trazo de los pinceles. A veces Deprez define los contornos con una línea (casi nunca negra) pero muchas veces la omite, de modo que los distintos elementos son masas de distintos colores, no contenidas por una línea. La estética es expresionista al palo, o post-impresionista, si se quiere, con mucha influencia de Paul Gaugain y Vincent Van Gogh. La única referencia que se me ocurre sin salir del mundo del comic es Lorenzo Mattotti, quizás el historietista de estilo pictórico más completo que nos dio Europa.
Lo segundo que me sorprendió es cómo Deprez se las ingenia para que este tipo de trabajo sumamente plástico, con un vuelo alucinante, se ponga en función de contar una historia. La trama que todos conocemos está muy presente en la adaptación, no se pierde ni se disuelve entre la magia de la paleta y el pincel del autor. ¿Se lucen más los textos tomados de la novela de Shelley que las imágenes que conjura Deprez? No, ni en pedo, pero se da una conjunción muy armónica entre ambos elementos, bastante infrecuente en las adaptaciones en las que se opta por un estilo pictórico tan impactante como el que vemos acá.
Y finalmente, comendo el acierto de Deprez para tomar lo esencial de la novela y contarlo a un ritmo que no tiene mucho que ver con el de la obra original. El francés no deja afuera ninguno de los momentos clave de la novela, pero hace que todo encaje en un relato donde todo fluye de manera original, con posibilidades de sorprender incluso al que leyó Frankenstein varias veces. Por supuesto ayuda mucho la atmósfera que construye Deprez desde el “dibujo”, una atmósfera en la que garpa mucho más sugerir que mostrar, con una apuesta fuerte a la introspección, a lo que le pasa por la cabeza a Victor Frankenstein, y no tan pendiente de los actos de violencia que la criatura comete o genera.
Una versión realmente hermosa de la novela de Shelley, a cargo de un autor francés (creo que inédito en nuestro idioma) que también adaptó Moby Dick y Otelo. Esta última la conseguí, así que prometo reseñarla pronto.
Retomo la lectura de la cautivante, hipnótica y asfixiante Oyasumi Punpun, esta serie del genial Inio Asano que Ivrea publicó completa en nuestro país. Este tomo tiene poco Yuichi. El tío de Punpun, que compartía el protagonismo con su sobrino en los Vol.3 y 4, esta vez aparece poco y nada. Pero eso no es óbice para que Asano siga desarrollando su relación con Midori, esta chica bastante más joven que él, que tiene un rol central en este tomo.
Estamos en un momento infernal de la serie, en el que pasan un montón de cosas en la vida de Punpun, tenemos el debut sexual del pibe tímido al que nunca le “escuchamos la voz”, peleas grossas en el seno de la familia, muertes… y sin embargo, Asano en un momento para la bocha y, así como en los tomos anteriores le abría el juego a la historia de (des) amor de Yuichi, esta vez agarra para otro lado y le habilita el protagonismo de un montón de secuencias a Seki y Shimizu, dos amigos de Punpun. Con estos personajes, Asano vuelve a explorar uno de sus temas recurrentes: el de los jóvenes a la deriva. Chicos prácticamente marginales, que merodean por la gran ciudad buscando el mango (el yen) y terminan envueltos en situaciones turbias, o por lo menos atípicas. Este es el tramo menos emo, donde menos peso tienen las emociones, los vínculos y la reflexión (casi siempre tremendista) de Punpun y los otros protagonistas de esta serie. Pero es sólo un interludio. Para el final, Asano vuelve a concentrarse en la familia Onodera, sus conflictos y sus vaivenes.
El dibujo (ya ni hace falta decirlo) está totalmente fuera de escala. Las piruetas narrativas de Asano también, ya son mitológicas. Esa secuencia de Seki y Shimizu en el bar, contada como si fuera casi una obra de teatro, es apenas uno de los muchos ejemplos de la magia que hace este mangaka a la hora de elegir cómo y desde dónde contar. Clavo una pausa en la lectura de Oyasumi Punpun (alguna vez entenderé por qué Ivrea le dejó el título en japonés) para entrarle a un pseudo-manga que me llamó la atención, pero en cualquier momento vuelvo a visitar esta serie apasionante, que no se parece a ninguna otra que yo haya leído en mis muchas décadas de voraz consumo de viñetas.

Trato de clavar un post más el domingo, y después habrá receso hasta el lunes 9, por lo menos. Domo arigato y nos reencontramos pronto, acá en el blog.

martes, 27 de agosto de 2019

MORIR A LOS 27

Hoy es 27 y justo estaba leyendo Morir a los 27, una magnífica antología producida por Loco Rabia, que nos invita a descubrir las vidas (y muertes) de siete figuras de la música que tuvieron la pésima idea de palmar a los 27 años. Las siete historietas tienen la misma duración (24 páginas) pero fuera de eso, son todas muy distintas entre sí. Te invito a recorrerlas.
En la primera historia, Alejandro Farías y Marcos Vergara (dupla que ya se conoce de memoria) se meten con la trágica historia de Robert Johnson. Una historia que se contó chotocientas veces, siempre centrada en el cruce de caminos, el pacto faustiano y demás. Farías y Vergara no pasan por alto ese episodio, pero desplazan el foco de la historia hacia otro conflicto, de índole racial y de clase. Finalmente vendrá por ese lado el prematuro desenlace de la promisoria carrera de este virtuoso de la guitarra. El riesgo de no basar todo en el pacto es enorme, pero la verdad que el camino alternativo que explora la dupla resulta sumamente satisfactorio, por su originalidad y sobre todo por su espesor dramático. En la faz gráfica, Vergara vuelve a sorprender a propios y ajenos con un nuevo grafismo (otro más y van…), una línea clara y chunga a la vez, repleta de dinamismo y de expresividad, con el nivel de detalle exacto que requiere cada composición. Otro gran hallazgo del imparable autor oriundo de San Nicolás.   
Matías Giamportone (a quien nunca había oído nombrar) se ocupa de la historieta protagonizada por Jimi Hendrix y elige hacer foco en vacío existencial que siente el ídolo de la psicodelia en sus últimos días de vida. Es una historieta con poco texto, que casi describe más de lo que narra, en la que prácticamente no pasa nada. La clave está en la exploración puertas adentro de lo que flashea y/o reflexiona Hendrix… Y sí, para 24 páginas es poco. Me hubiese gustado ver a Giamportone contar algo más de la convulsionada vida de esta estrella incandescente del rock de los ´60. Por suerte el dibujo es muy lindo (pierde un poquito la “traducción” a grises de algo que parece estar pensado para publicarsea a todo color) y las transiciones entre viñetas, el armado de las secuencias y la puesta en página son todos puntos a favor.
La tercera integrante del Club de los 27 es Janis Joplin, y la dupla integrada por Javi Hildebrandt y Lauri Fernández elige otra alternativa extraña: en vez de centrarse en la vida de la cantante, juegan a mostrarnos los cruces entre ella y el glorioso Robert Crumb, otra figura emblemática de aquellos álgidos años de fines de los ´60, cuando la cultura estadounidense bullía como nunca. El guión de Javi opta por una lógica más parecida a la de los sueños que a la de las biografías, con saltos medio inexplicables entre una secuencia y otra, sin trazar una curva dramática ni plantearse un relato lineal. El dibujo de Lauri, a puro lápiz sin entintar, es una exquisitez, una orgía de líneas y texturas de gran belleza plástica. Y en la planificación de las secuencias también sobran los hallazgos.
Rodolfo Santullo y Facundo Belgradi se ocupan puntualmente de los distintos enigmas, contradicciones y zonas grises que rodean a la muerte de Jim Morrison. El guión repasa y evalúa todas las versiones que hay sobre el suceso, que obviamente chocan de frente unas contra otras. Un gran trabajo de documentación por parte de Santullo, muy bien complementado por Belgradi desde el dibujo, en el que se lucen algunos diseños de página rupturistas y un gran combo entre entintado tradicional y grises aplicados con aguadas.
El mejor guión, el que más me cerró, el que más me informó, el que más me hizo sentir que me iba del libro conociendo a fondo al personaje, es el que escribió Nicolás Peruzzo para la historieta sobre Kurt Cobain. Acá está todo: la carrera musical del prócer del grunge, sus inspiraciones, sus convicciones, sus contradicciones, los escandaletes de su vida privada, los mambos y las angustias que lo llevaron a quitarse la vida de un escopetazo… Peruzzo entiende a Cobain quizás más que el propio Cobain, y eso se disfruta muchísimo en estas 24 páginas. El dibujo de Camila Torre Notari acompaña correctamente, sin disputarle nunca el protagonismo al guión.
Alejandro Farías aborda junto a varios dibujantes (que camuflan sus estilos para parecer uno solo) la historia de Rodrigo, el ídolo del cuartetazo cordobés. Obviamente daba para hacer una historieta mucho más extensa, por eso Farías elige centrarse en los inicios de Rodrigo, darle mucha bola a ese tránsito entre el pibe que sueña con ser cantante y el momento en el que “el Potro” acaricia la consagración. Se nota que detrás de estas páginas hay una investigación grossa, que Farías no debería desaprovechar. Yo que él, reconvierto parte de este material en un primer episodio de una novela gráfica extensa y exhaustiva que narre la biografía de Rodrigo, que seguro la rompe.
Y termino con la de Amy Winehouse, una historieta muy rara escrita por Damián Connelly y dibujada por Nicolás Brondo (autor también de la espectacular portada del libro). Acá no tienen peso ni la vida, ni la carrera artística ni la muerte de la cantante británica, sino que todo gira en torno de una chica cualquiera, cuya vida conecta mínimamente con la de Winehouse. Es una historia intensa, por momentos perturbadora, dibujada por Brondo en un nivel zarpadísimo, pero es la que menos cuadra dentro de la consigna del libro.

Cierro con un balance muy positivo, la recomendación para que los fans de estos músicos y estos historietistas compren el libro y el aplauso para el que tuvo la idea de elegir este tema para una antología de historietas. ¡Rocanrrollnennnnnaaaa!  

sábado, 24 de agosto de 2019

SABADO PRIMAVERAL

El clima en Buenos Aires sigue cambiando abruptamente, como el discurso de los pseudo-periodistas que durante casi cuatro años vivieron de la pauta de un gobierno que –felizmente- se empieza a despedir.
Lo que no cambia es que sigo leyendo muy buen material, en este caso en perfecto desorden. El Vol.2 de FF de Jonathan Hickman va entre el Vol.1 de esa serie (lo vimos en 12/01/17) y el Vol.5 de Fantastic Four (reseñado mucho antes, el 08/02/14). Pero bueno, si te gusta Hickman ya estás acostumbrado a que las cosas nunca son sencillas. Estamos en 2012, en el medio de una saga sumamente compleja, en la época en la que supuestamente Johnny Storm estaba muerto y la revista del cuarteto pasa a llamarse FF, siglas también de la Future Foundation.
El TPB incluye seis episodios, de los cuales dos consisten básicamente en traer de regreso a Black Bolt, a quien había boleteado el maestro Dan Abnett poco tiempo antes, en el épico desenlace de War of the Kings. Hickman tiene planes zarpados para los Inhumans, los Kree y demás actores del plano cósmico de Marvel, y para eso Black Bolt tiene que estar. Pero además, el hincha de River nos suma al High Evolutionary, Ronan the Accuser, la Supreme Intelligence (con flashbacks a algo que sucedió ¡30.000 años en el pasado!), Annihilus, el Dr. Doom, Diablo, el Thinker, el Wizard, el maestro Nathaniel Richards (ya está, si tenés leído un poquito de Marvel ya sabés que cuando entra en escena Nathaniel Richards todo se complica y se retuerce a niveles descomunales), varios Reed Richards de realidades paralelas y al final, un ejército de unos 40 superhéroes que combina a Avengers, X-Men y rejuntados variopintos. Con todo esto, Hickman arma un guiso potente, espeso, condimentado con diálogos excelentes y una atención asombrosa por la caracterización de cada miembro de este cuasi-infinito elenco. Pero no te lo podés comer en este TPB. Todo esto es la previa a algo mucho más complejo y grandilocuente, que ya vimos y disfrutamos en el Vol.5 de Fantastic Four.
En cuanto a los dibujantes, muy bueno lo de Greg Tocchini (el que mejor se entiende con el colorista Paul Mounts), muy sólido aunque por ahí demasiado dark lo de Steve Epting (no lo veo mucho para una serie como esta, de ciencia-ficción “brainy”), y muy correcto como siempre lo de Barry Kitson, al que en el último episodio le meten mano como cuatro o cinco entintadores. Un disparate.
¿Hay más FF de Hickman? Sí, pero es esa segunda serie que va a avanzar (durante un tiempo) en paralelo a Fantastic Four. ¿Me ceba? Sí, pero para comprarla sólo cuando la encuentre en oferta, no para pagarla fortunas. Aguante Hickman, a esta altura un prócer casi infalible.
Salto a Uruguay, donde este año se publicó el recopila-
torio de Garra en Viñetas, una historieta cómica que se publica semanal-
mente en el periódico deportivo Garra, con guiones de Rodolfo Santullo y dibujos de Guillermo Hansz (el mismo equipo de El Club de los Ilustres). La historieta repasa en tono de joda las noticias deportivas de cada semana, con énfasis en las actuaciones de la selección uruguaya y los equipos grandes del futbol local con sede en Montevideo (Nacional, Peñarol y algún otro).
Lo mejor: el dibujo de Hansz es un heredero directo de la mejor tradición franco-belga y en su trazo vive la magia de Morris y André Franquin. Maravilloso, de punta a punta. Y las semanas en las que Hansz va al banco de suplentes, entra Max Aguirre, que también la descose.
Lo interesante: Santullo logra que veamos todas estas noticias de la semana a través del prisma de tres personajes carismáticos, con un buen grado de delirio y frescura, más una dosis justa de mala leche para leer con ojo crítico las oscuras maniobras dirigenciales y empresariales que suelen manchar a la pelota.
Lo medio choto: La gran mayoría de las historietas pierden por lo menos una parte de su gracia leídas en otra coyuntura. Para el lector que no es uruguayo, que no se emociona ni con bolsos ni con manyas y que accede a este material más de un año después de que Santullo y sus dibujantes lo produjeran, no todos los chistes resultan graciosos, ni todas las situaciones resultan atractivas, ni todas las polémicas resultan candentes.
Lo inaceptable: el color. No sé quién decidió colorear los dibujos de Hansz de esa manera bestial, pero merece morir en un penal de máxima seguridad, rodeado de asesinos y violadores que conviertan a su vida en un infierno. Esto en blanco y negro sería mil veces mejor, y con un buen color sería infinitamente mejor. Coloreado así, requiere un estómago de acero para ser tragado.
Recomiendo mucho Garra en Viñetas a los fans del futbol uruguayo (el “fúbol”, como le dicen en el paisito), o a los junkies de Rodolfo Santullo (me incluyo en esta categoría) que quieren acopiar toda la obra de este guionista prolífico y versátil, al que vemos obtener buenos resultados en los géneros más diversos y en las canchas más difíciles. Vamo´arriba la Celeste.

Y nada más, por hoy. Gracias por tanto, perdón por tan poco, y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

miércoles, 21 de agosto de 2019

MIERCOLES DE REALISMO

Casualmente los dos últimos libros que leí son historietas en blanco y negro, de un único autor, sin ningún tipo de elementos fantásticos y bastante bajoneras.
Por un lado, retomé la serie 36-39 Malos Tiempos, del prócer español Carlos Giménez, con el Vol.3 (el Vol.2 lo vimos el 20/12/16). Esto es absolutamente desgarrador, una patada al alma atrás de otra. Imaginate que a una gran ciudad dejan de entrar alimentos. En poco tiempo, no hay más comida en ningún lado. La gente (que ya se morfó a caballos, gatos y perros) hace largas colas para conseguir aunque sea una papa, y al poco tiempo empieza a desmayarse de hambre por la calle, o directamente a morir de inanición. A los cadáveres que pueblan las calles fruto del hambre y las enfermedades, se suman los cientos de muertes causadas por los constantes bombardeos, por parte de aviones que pasan todos los días… y todas las noches. O sea que, si el hambre y el frío te dejaran dormir, igual te despertarían los estruendos de las bombas. Y tendrías que salir corriendo de donde sea que estás tratando de dormir, por miedo a que el techo se te caiga encima, o que todo el edificio se prenda fuego. En estas constantes evacuaciones perdés sistemáticamente objetos de valor, ropa de abrigo y hasta hijos y esposas o maridos. Y ahí vas de nuevo, a escabullirte a otro refugio como si fueras una rata, gambeteando fiambres y pestilencia.
No, no es una ficción del género post-holocausto. Así vivieron los madrileños mientras la capital española fue asediada por la insurrección fascista que llevó al poder al nefasto genocida Francisco Franco. Sí, todas esas penurias que sufrieron los hombres, mujeres y niños de Madrid, les fueron infligidas por compatriotas suyos. No fueron los franceses, ni los ingleses, ni los marcianos. Fueron otros españoles, lo cual hace que todo sea mucho más atroz, más jodido, más angustiante… y obviamente más difícil de explicar a quien no tenga la menor idea de qué pasó durante la tristemente célebre Guerra Civil Española.
Por suerte está Carlos Giménez para recrear esos Malos Tiempos con un rigor documental escalofriante, con su trazo dinámico y recontra- expresivo, con su narrativa cristalina, con su equilibrio perfecto entre masas negras y espacios blancos y –lo que a mí más me gusta- decidido a no bajar ninguna bandera. Giménez sigue denunciando los crímenes de lesa humanidad de la dictadura franquista, no se resigna a barrer bajo la alfombra la hora más oscura de la historia de su país. La memoria (los argentinos lo sabemos muy bien) duele como la San Puta, pero sin memoria no hay verdad, sin verdad no hay justicia y sin justicia las heridas no cicatrizan jamás. Además de tremendas, estas historietas son 100% verosímiles, por eso a pesar de estar buenísimas, te dejan un sabor horrendo, como si te transaras a Laura Alonso en el bunker de Cambiemos. Me queda el cuarto y último tomo pendiente, y prometo entrarle pronto.
La Hija del Carpintero es la novela gráfica más reciente de Brian Janchez, y la más extensa en la carrera de este notable autor argentino. Esta también es una historia 100% verídica, probablemente basada en hechos reales.
Como en varias de sus obras más recientes, Janchez usa diálogos muy breves y precisos, cortitos y al pie, junto a bloques de texto que se cargan encima buena parte del flujo del relato, pero que también están escritos con una prosa adusta, para nada florida ni sobrecargada. Esto genera un contraste bastante notable, porque los recursos narrativos que pone en juego Janchez hacen que uno se aleje de lo que nos cuenta, genera entre el lector y los personajes una relación fría, distante. Y sin embargo, la historia en sí, lo que de hecho le pasa a Berta a lo largo de estas 84 páginas, logra el efecto contrario, que es que el lector se involucre, se identifique, sienta lo que siente Berta, sufra y (muy de vez en cuando) goce con ella.
El otro contraste lo obtiene Janchez desde el dibujo. Como ya lo hiciera tantas veces Chris Ware, Brian narra una historia cotidiana, muy próxima, por momentos muy triste, con un estilo muy idóneo para contar historias de corte humorístico. La línea despojada de Janchez, sin efectos de iluminación y con ese tembleque que recuerda a Charles Schulz, va perfecto con la comedia o el humor puro y duro. En La Hija del Carpintero hay menos humor que en una película de Ingmar Bergman, y contar una historia así con ese trazo, es sin dudas un manifiesto por parte del autor.
En síntesis, La Hija del Carpintero es una historia conmovedora, real, de alcance barrial (no llega a ser urbana), seria, dramática y que le permite a Janchez desplegar una amplia gama de recursos narrativos muy bien manejados. También produce en el lector una cierta amargura (menos que 36-39, porque no hay casi violencia), que se mezcla con la grata sensación de haber leído un buen comic en el que un buen autor hizo lo que se le cantaron las pelotas. No es poco.

Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog. Y vayan pensando qué quieren hacer a fines de Diciembre o principios de Enero para festejar los 10 años de 365 Comics por Año…

domingo, 18 de agosto de 2019

DOMINGO CON GUSTO A SABADO

Mientras se me reconstruye lentamente el culo después de la goleada que se comió ayer la Academia, avanzo con las reseñas de un par de libritos que leí en estos días.
Tenía colgada la serie central de Fables desde un lejano 06/11/16, cuando me tocó reseñar el Vol.19. Ahora, por fin, le entré al Vol.20, que me deja ahí, a un TPB y monedas del final de esta complejísima epopeya diseñada por Bill Willingham. El Vol.20 es un tomo voluminoso, con 10 episodios de la serie regular. No precisamente los mejores, pero bueno, tampoco es que acá Fables se va a la B o rifa la tremenda chapa acumulada en los años previos.
El TPB arranca con un episodio autoconclusivo muy menor, centrado en la familia de humanoides creados por Geppetto con la madera mágica, que ahora viven una vida absolutamente normal en una Fabletown que se reconstruye de a poco. Esto está dibujado con sobriedad por el siempre efectivo Barry Kitson. En el tramo final del libro, otro unitario (esta vez centrado en el mismísimo Geppetto, con algunas pistas de para dónde puede llegar a agarrar uno de los personajes más impredecibles de la serie) y un arquito de dos episodios, protagonizado por el Gato con Botas y los chicos de la banda de Boy Blue. Acá dibuja como puede Steve Leialoha (después de tanto entintar a Mark Buckingham ya casi le clona el estilo) y es una aventura sumamente estirada, pero que plantea algo que –supongo- Willingham va a utilizar para darle un final muy lógico a Fables.
Y el núcleo del libro, o sea, los seis episodios restantes, son un gigantesco epílogo a lo que sucedió en el tomo anterior. La reconstrucción de Fables, la resurrección de un personaje al que vimos morir, los intentos de los magos por revivir a otro al que vimos… convertirse en algo inerte (perdón por no especificar), y en el medio, un nuevo plan disparatado de Rose Red, que puede terminar en una nueva era de gloria o en otra catástrofe. Willingham aprovecha este “tomo de pretemporada” para hacer hablar mucho a los personajes, para que se replanteen un montón de cosas, para que aprendan y crezcan. Para esta altura, el autor ya tiene clarísimo cómo sacarle el mejor provecho al tema de la serie periódica sin límite de episodios y se da lujos muy notables en el timing del relato y en la cantidad de escenas que le dedica a la introspección o las charlas entre los personajes.
Por supuesto el mejor episodio es un interludio en el arco de Rose Red, que consiste en el encuentro entre tres personajes muertos, que se juntan en una especie de limbo, simplemente a conversar. Acá están los mejores diálogos del tomo, las secuencias más emotivas y las páginas mejor dibujadas por un Mark Buckingham notable. Y como siempre, por atrás y por los costados de historias largas y unitarios cortitos, avanzan unas cuantas runflas espesas, premoniciones ominosas, facturas impagas que se acumulan y personajes menores que esperan agazapados su momento para copar la parada y brillar. No tengo los dos tomos que me faltan para completar Fables (acepto donaciones), así que no sé cuándo podré leer y reseñar el final de esta increíble serie del sello Vertigo, al que todos los dioses tendrán en la gloria ahora que no existe más.
No me quiero ir sin recomendar Tirapia, un librito publicado este año por Ediciones de la Flor que reúne más de 180 tiras cómicas realizadas por J.J. Rovella y aparecidas originalmente en las redes sociales del autor.
Acá Rovella trabaja con total libertad para abordar los temas más diversos, sin tener que centrarse en personajes puntuales (aunque en varias tiras aparecen el Oficial Yuta, Brunella, Zebita, Don Pictórico y hasta Dante Elefante), con la posibilidad de jugar con el absurdo, con el humor negro, de tirar referencias a la cultura pop, de buscarle vueltas ingeniosas al lenguaje icónico de la historieta y hasta de clavar comentarios políticos que no tienen nada que envidiarle a los que leemos todos los días en Alegría. El resultado es muy satisfactorio, con unas cuantas tiras que me hicieron reir en voz alta, otras que me dejaron pensando, otras donde el dibujo brilla más que la idea que motoriza al “chiste”… Creo que las tiras más flojas son esas en las que Rovella juega al humor verbal, a tomar una frase y darla vuelta para tratar de generar un efecto cómico. Me divierte mucho más cuando el efecto cómico llega de la mano del dibujo, o del armado de la secuencia, o de una ingeniosa subversión de las normas que normalmente se aplican a la lectura de historietas o chistes gráficos. Obviamente quiero más libritos con tiras cómicas de este animalito que no deja recurso sin utilizar a la hora de arrancarnos una sonrisa, o de bajar una línea clara, potente y hasta urgente.

Nada más, por hoy. Ni bien tenga más material leído, se viene un nuevo post, acá en el blog.

jueves, 15 de agosto de 2019

JUEVES DE HISTORIAS CORTAS

Hoy tengo para reseñar dos antologías de historias cortas, de esas que a veces se te escurren como el agua entre las manos y sentís que no te duraron nada.
Ese fue exactamente el caso de La Caja Negra, un lujoso álbum que recopila material disperso del maestro español Javier Olivares, relatos muy breves que el ídolo había publicado originalmente en revistas, fanzines o libros en formato “antología temática”. Acá me encontré con una historieta que ya había leído en el libro que reseñé el 04/08/12, otra que está en el libro reseñado el 04/12/13 y unas 15 tiras que ya había leído en la revista U, una de las grandes revistas de información que tuvo España entre fines de los ´90 y principios de este milenio. Ah, y también dos historietas que salieron en otras publicaciones de los ´90, que seguro tengo y leí (aunque hace no menos de 20 años). O sea que arrancamos con mucha figurita repetida.
Pero bueno, es Javier Olivares. Incluso con material repetido, el dibujo de esta bestia es tan inquietante, tan alucinante, tiene un vuelo tan infrecuente en los narradores gráficos de este nivel, que no me molesta nadar en un río en el que ya nadé hace unos años. Fuera del dibujo (que nunca baja de los 10 puntos), los mejores momentos a nivel de los guiones los encontré en las dos historias (muy) cortas escritas por Jesús Gras: Me Ocurrió a Mí, Te Ocurrirá a Ti y Bandera Negra, una joyita que estuvo inédita hasta que en 2001 alguien la incluyó en este libro. ¿Sólo para muy fanáticos de Javier Olivares? Y, sí. Al que todavía no está on fire con este monstruo, le recomiendo empezar a descubrirlo con otros trabajos (se puede hacer click en la etiqueta y releer otras reseñas de obras de Olivares que ya vimos acá en el blog).
Los amigos de la AUCH (Asociación Uruguaya de Creadores de Historietas) completaron este año la tetralogía de las estaciones del año, con la esperada edición de Primavera. Esta vez, quien tuvo a su cargo la selección y el prólogo fue otro prócer español, nada menos que Enrique Sánchez Abulí. El maestro le dio el visto bueno a diez historias cortas, que paso a sobrevolar:
La primera (a cargo de Magnus y Fiorella Santana) no me convenció demasiado, ni el guión ni el dibujo. Este último pendula mucho entre el exceso de detalles y cierta impericia en el dibujo de los rostros humanos. En la segunda, Alejandro Rodríguez Juele retoma la famosa historia de Frankenstein creada por Mary Shelley, en unas páginas dibujadas de modo muy despojado, con una línea gruesa, de gran dinamismo, gran expresividad, con el efecto (que quizás muchos no entiendan o valoren) de síntesis, de mostrar algo que parece un boceto a mano alzada, pero en tinta. El guión, inobjetable.
De la tercera historia rescato el dibujo de Santiago Musetti (pronto le entraré a su primera novela gráfica) y la última, a cargo de Silvio Galizzi y Gabriel Serra, tiene un dibujo muy logrado y un guión que me costó entender. Cerca del final me cayó la ficha de que la historieta es un enorme gaste a los hinchas de Peñarol, una sátira descarnada a la historia del “Carbonero”, escrita por un fanático de Nacional como Galizzi, y bastante críptica para quien no sabe bastante de futbol uruguayo.
Me quedan por mencionar una historieta en la que no encontré nada para rescatar (la de Pablo Fernández, que me dejó de interesar al segundo error de ortografía) y después hay cinco historietas MUY grossas, sumamente disfrutables: La de Magnus con Pablo Praino tiene una idea limadísima y muy graciosa, desarrollada en la extensión justa y bien dibujada. La de Alceo y Richard Ortiz retoma al carismático personaje de El Viejo (vimos su libro “solista” el 29/12/13) en una historia de romance y mala leche. Rodolfo Santullo y Guillermo Hansz plantean una comedia suburbana que deriva en un bizarro post-holocausto con clima de anti-epopeya y un humor muy filoso. Nicolás Peruzzo la rompe con un guión autobiográfico que mucho le hubiese gustado escribir a Peter Bagge para un número de Hate.
Y la mejor historieta del libro, lejos, es Sakura, una maravilla de ocho páginas escrita con Abel Alves y dibujada a lápiz sin entintar por el imparable Matías Bergara. Esto es bestial en todo sentido (guión, dibujo, ritmo narrativo, enfoques, climas) y justifica por sí solo cualquier esfuerzo que hagas por conseguir el libro. Bien por los hermanos charrúas, que lograron recorrer las cuatro estaciones con sendas antologías de muy buen nivel.

Y esto es todo por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 13 de agosto de 2019

VAMOS QUE SE VAN

Bueno, parece que la pesadilla neoliberal se termina en Diciembre. Un gran alivio. No me quería ir del país… ni quedarme a aguantarlos otros cuatro años de saqueo y destrucción. Vamos con algunas reseñitas, para no perder la costumbre.
Mal y tarde le entré a Ernie Pike: Cuatro Décadas, un libro de 2007 que rejunta varias historias del corresponsal de guerra creado por Héctor G. Oesterheld cincuenta años antes, y que por algún motivo nunca se habían recopilado en libros. O sí. La historia corta dibujada por Alberto Breccia estoy seguro que la incluyó Colihue en uno de los brolis de la colección naranja… Pero hay material que no conocía y me gustó mucho, principalmente la historia con la que abre el tomo. En apenas tres páginas, Oesterheld y el maestro Eugenio Colonesse (mucho más conocido en Brasil que en Argentina) narran una historia redondísima, con un giro final muy lindo… y una cantidad de texto que hubiese quedado mejor repartido entre siete u ocho páginas. ¿Qué va´cer? Es material de los años ´50, cuando Oesterheld se zarpaba mal con los bloques de texto y los diálogos… y no era una marcianada. Casi todos los guionistas hacían lo mismo.
Todo lo contrario pasa en la historia de 1963, dibujada por un irreconocible (y muy joven) José Muñoz, donde casi no hay texto. La brecha estética que hay entre 1959 y 1963 es impactante, como si en vez de cuatro años hubiesen pasado 30 ó 40. Las dos historias de los ´70 (una dibujada por Néstor Olivera y la otra por Solano López) muestran un equilibrio mucho más logrado entre texto e imagen. Oesterheld no se zarpa con los masacotes de texto y tampoco son historietas de 12 páginas de las cuales 10 son mudas. Las dos son muy buenas historias, si bien Solano dibuja la suya a un nivel un poquito por debajo de lo que solía pelar en esta época (mediados de los ´70). Después vendría la secuela de El Eternauta y ahí sí, tendremos al Solano Perfecto, el tocado por la varita mágica que tanta gloria desparramaría prácticamente hasta el cierre de la década del ´80.
Finalmente, en 1986 y con Oesterheld ya desaparecido hacía muchos años, Juan Giménez hace una remake de un episodio clásico, originalmente dibujado por Colonesse, que aparece en las páginas de Fierro, en estremecedor blanco y negro. Visualmente, estas son las mejores seis páginas del libro, no sólo porque se ven más modernas, sino por la enjundia, el arrojo con el que el astro mendocino se manda a redibujar esa muy buena historia de HGO. Si estás descubriendo a Ernie Pike ahora, con las nuevas ediciones que recopilan las historias dibujadas por Hugo Pratt, fijate si podés sumar a tu experiencia de lectura este breve pero efectivo compilado de sobras y rarezas, como para tener más completo el vibrante recorrido de Pike por el mundo de las viñetas. Ah, me acaba de caer la ficha: casi 10 años escribiendo este blog y esta es mi primera reseña de un libro de Oesterheld. Un disparate.
Tenía colgada Velvet desde hace casi dos años (la reseña del Vol.2 apareció acá el 11/09/17) y ahora sí, me clavé el tomo final de esta magnífica serie de Ed Brubaker y Steve Epting. No quiero agregar nada a lo ya mencionado en materia de argumento, porque acá es cuando se resuelve todo y cualquier pista que tire puede resultar un spoiler muy choto. Lo único que voy a decir es que está muy bien explicado por qué los adversarios de Velvet desaprovechan todas esas oportunidades que tienen para hacerla boleta.
Como todo buen comic de espionaje a la James Bond, Velvet tiene acción, escapes imposibles, una runfla espesa, que te intoxica a medida que te das cuenta de que acá no hay ni buenos ni malos, un buen uso del contexto histórico (principios de los ´70), lindos garches, diálogos afiladísimos entre profesionales de la ambigüedad y el bluff, una intriga compleja, que nos lleva de Europa a EEUU y de los callejones más sórdidos a las más altas esferas del poder… y por sobre todo eso, un gran trabajo en el personaje central (Velvet Templeton), a la que definitivamente me gustaría ver volver (como a la que te jedi).
El dibujo de Epting se acopla perfectamente a esta atmósfera densa, de tono muy realista, sin margen para la estridencia pochoclera que asociamos con el comic de superhéroes. Imaginate una especie de Paul Gulacy en Master of Kung-Fu, pero mucho más relajado, sin tanto énfasis en la machaca y sin los trucos narrativos heredados de Jim Steranko y Bernie Krigstein. Más o menos para ese lado agarra Epting, muy bien complementado por la colorista Elizabeth Breitweiser. Si no te rompen las bolas las heroínas moralmente ambiguas, que matan y mienten a ocho manos mientras fuman, chupan y se voltean chongos, no tengo dudas de que Velvet te va a resultar una serie cautivante, fuerte y sumamente satisfactoria.

Y hasta acá llegamos, por hoy. Seguramente vuelvo a postear pronto, ni bien tenga un par de libritos más leídos. Abrazo nac & pop para todos los que le dijeron “basta” a la Pesada Gerencia.

sábado, 10 de agosto de 2019

PALPITANDO LAS PASO

Mañana nos toca ir a votar y se empieza a pinchar el globo de la mentira. La única cagada es que esta noche no se puede salir a atorrantear por ahí. Pero bueno, aprovecho para escribir un par de reseñas de material que ya tengo leído.
Murder 101 es el segundo tomo dedicado a Sinister Dexter de aquella colección de material de la 2000 A.D. que produjera DC hace ya unos cuantos años. El Vol.1 lo leí hace mucho, antes de empezar con el blog y ahora retomo esta serie del maestro Dan Abnett con unas 140 páginas publicadas en capitulitos de siete u ocho allá por 1998.
Sinister Dexter es una especie de Pulp Fiction del futuro, la enésima romantización de los asesinos a sueldo, repleta de chistes de un humor negrísimo, situaciones sórdidas, masacres y mexicaneadas varias. Nada muy distinto a lo que hacía Garth Ennis en Hitman, con la diferencia de que acá no hay superpoderes pero (como estamos en el futuro) hay bizarreadas imposibles y locaciones alucinantes explicadas por el lado del desarrollo tecnológico. El ancho de espadas de Abnett es, sin dudas, el manejo del humor irónico que le permite contar en clave de fiesta las carnicerías de Finnigan Sinister y Ramone Dexter. Nada que no suceda en otras chotocientas series de la 200 A.D., pero la verdad es que funciona muy bien.
El libro arranca con una saguita de 62 páginas con un gran ritmo, por lo menos dos volantazos del guión que no me vi venir y muy buen desarrollo de personajes. Dibuja el alucinante Simon Davis, en un estilo cuasi-pictórico de gran espectacularidad, aunque con algún problemita menor en la narrativa. Y cierra con una historia de 22 páginas, también con varios giros impredecibles y tres personajes nuevos más que atractivos. Lástima que esta la dibuja el perro catatónico de Steve Yeowell.
En el medio hay un montón de aventuritas breves de siete u ocho páginas, algunas olvidables, otras rescatables por la labor de los dibujantes (hay varias muy buenas) y un par realmente notables. “60 Seconds” es un unitario precioso, ideal para sumar nuevos lectores a la serie, con unos dibujos inmejorables de Paul Johnson. Y la brevísima “Thing to do in Downlode when you´re dead” (dibujada por el correcto Julian Gibson) es sencillamente brillante, casi al nivel de un buen episodio de The Spirit. Esto se parece muy poco a los comics que suele escribir Dan Abnett para las grandes editoriales de EEUU, pero (seas o no fan del prolífico autor británico) merece ser descubierto por la efectividad y la onda con la que combina aventuras futuristas de acción, tiros, femme fatales y malvivientes varios con un humor de exquisita mala leche. Me hizo acordar mucho a Burton & Cyb (de los maestros españoles Antonio Segura y José Ortiz) pero con mucha más explosión en las escenas de tiros y machaca y un dibujo más impactante, más estridente (salvo lo de Yeowell, pobrecito, que tiene menos estridencia que un chaski-boom mojado).
Me vengo para Argentina, donde este año se publicó la versión completa de Cayetano, la novela gráfica en la que Luciano Saracino y Nicolás Brondo revisitan la truculenta hisroia de Cayetano Santos Godino, masivamente conocido como “el petiso orejudo”, el primer asesino serial de Latinoamérica. Lo que más me gustó, muuuy lejos, son esas secuencias en las que Brondo se disfraza de Eddie Campbell para mostrarnos la Buenos Aires de principios del Siglo XX de un modo bastante similar (en lo formal) a cómo el australiano nos mostró la Londres victoriana en la seminal From Hell. Por supuesto que Brondo no se limita a repetir yeites de Campbell, sino que además pone muchísimo (y muy bueno) de su propia cosecha, una cantidad de recursos escalofriantes para conjurar climas y sensaciones con el blanco y negro, en un péndulo diabólico entre el realismo y el grotesco. Pero a mí me impactó mucho eso, la acertada mímesis con esas grillas de nueve cuadros que Campbell desbordara de magia en From Hell.
El guión de Saracino es audaz, porque se juega a ser sutil y poético en vez de gráfico y morboso. Por momentos se pasa de sutil y no terminamos de apreciar las atrocidades que comete Cayetano en toda su dimensión. Por esas rendijas Saracino deja escapar parte de la fuerza que tiene el personaje, que nunca termina de verse como un freak maligno, sádico y degenerado, sino más bien como un pobre pibe, víctima de injusticias y de un entorno socio-familiar de mierda. Me gusta que los crímenes del Petiso se encaren desde ese lado, aunque falte un poquito de énfasis en todos esos episodios de violencia que lo tuvieron como protagonista.
Hace tres años, el 16/08/16, me tocó reseñar el libro El Petiso Orejudo, de Pablo Barbieri y Carina Altonaga, y también me pareció notable la intención de gambetear el shock value, de no regodearse en la descripción de las escenas más macabras. Al encarar su versión por este mismo rumbo, Saracino y Brondo subieron un toque la vara, pero además dejaron la puerta abierta para una tercera novela gráfica basada en la vida de Cayetano, que agarre para el otro lado y nos muestre un festival de mutilaciones, violaciones y asesinatos bien zarpado, bien estremecedor, con más gore que los comics de la E.C., chistes jodidos de humor negro y cero intenciones de empatizar con el protagonista. Me la re-imagino dibujada por Jorge Lucas, ponele…
Y bueno, nada más por hoy. Nos reencontramos la semana que viene con nuevas reseñas, acá en el blog.


miércoles, 7 de agosto de 2019

TARDE APACIBLE

Por supuesto que esta tarde me gustaría estar en Rosario haciéndole el aguante a los Fernández, pero bueno, me toca estar tranqui en casa y aprovecho para reseñar algunos libritos que me devoré en estos últimos días.
Empezamos con el Vol.4 de Oyasumi Punpun, la serie del maestro Inio Asano que estoy disfrutando muchísimo gracias a la edición de Ivrea. Felizmente, el autor repite en este tomo la fórmula del Vol.3: la mitad de las páginas son para la historia de Punpun y la otra mitad para la historia de su tío Yuichi. Todo el arco argumental de Yoichi es tremendo, te pone mal de lo bueno que está. Nunca había visto un manga que se metiera tan a fondo en los sentimientos y los pensamientos de un adulto, que pudiera poner en textos e imágenes tantas cosas que uno alguna vez pensó o sintió a la hora de vincularse afectiva o carnalmente con personas del sexo opuesto. Es increíble como algo tan normal, tan ordinario como la dinámica de una pareja, las inseguridades, los silencios, los miedos, los celos, el deseo, se pueden plasmar en un papel de un modo tan espectacular, con semejante despliegue gráfico, con tantas ideas y tantos recursos para que el lector sienta en carne propia lo que están viviendo los personajes. Lo que hace Asano en estas páginas es profundo, es arriesgado, es asombroso por su sinceridad, su emotividad y su efectividad a la hora de conmovernos.
Y el tramo centrado en Punpun tampoco está mal, eh? Esta vez  todo gira en torno a un torneo de badmington, y Asano se revela como un mangaka notablemente dotado para contar gestas deportivas. Las páginas en las que el Senpai Yaguchi juega al badmington tienen ese power hiper-kinético que le vimos hace no mucho a los partidos de ping-pong del maestro Taiyo Matsumoto, y en las restantes avanza a ritmo muuuuy pachorro la telenovela de Punpun y la bella y esquiva Aiko, también contada desde lo más hondo de los sentimientos del pibe con pinta de pajarito fantasma. En el medio hay chistes groseros, breves pinceladas de comedia estudiantil, metidas para romper de modo efímero ese clima raro, denso, siempre más propenso a la melancolía y la introspección que a la joda pavota típica de los adolescentes. 
Oyasumi Punpun es un manga de una intensidad infrecuente, con un enfoque totalmente único, potenciado por el dibujo descomunal de Inio Asano, prendido fuego y secundado por un equipo de siete asistentes, todos merecedores de una larga y sentida ovación. Voy por más Punpun, en cualquier momento.
Justo cuando están todos muy cebados con la serie de TV de The Boys, yo me pongo a leer otra obra de Garth Ennis que consiste en tomar los clichés del género superheroico y mezclarlos (en realidad, enchastrarlos) con chistes pasados de rosca que van para el lado de la violencia extrema, el sexo y la escatología. All-Star Section Eight salió en 2015 y acá el irlandés vuelve a formar equipo con el gran John McCrea para traernos 120 páginas de delirio, descontrol y groserías. Hacía bastante que no leía obras de Ennis 100% en joda con lo cual me reí bastante con Section Eight.
Las apariciones de los superhéroes clásicos de DC (Superman, Batman, Wonder Woman, Hal Jordan, Martian Manhunter y un montón de personajes del palo místico-vertiguesco) están bastante al pedo, porque la verdad que con Six-Pack y sus impresentables adláteres alcanza y sobra para que la serie mantenga alto el nivel de humor chocante y bizarreada al límite. De hecho, lo mejor que tiene la saga es que Ennis se decide a profundizar un poco en Six-Pack, a contarnos un poco más de dónde viene y por qué hace lo que hace. Los personajes nuevos no están mal, y siempre es un gusto (mal gusto, pero gusto al fin) reencontrarse con creaciones como Baytor, Dogwelder y el inexplicable Bueno Excelente. Creo que cualquier comic donde aparezcan esos tres personajes merece ser comprado.
All-Star Section Eight forma parte de una sub-continuidad de DC de la que sólo Garth Ennis se hace cargo. Es parte de ese “pliegue en la realidad” que incluye la etapa de Ennis y McCrea en Demon, todo Hitman y aquel irrepetible (por lo extremo) one-shot de Hitman y Lobo, una guarrada que hoy no se publicaría ni en pedo en ninguna editorial. Ennis ambienta todas estas historias en Gotham… pero es obvio que ningún guionista de Batman ni de ningún otro personaje de Gotham puede incluir a Six-Pack y Section Eight en sus historias. Y por otro lado, los héroes que visitan el bar de Noonan lucen sus trajes perfectamente tomados de la época del New 52, con los cuellitos mao, Superman sin calzones rojos, Diana con la vincha plateada, etc.
El dibujo de McCrea está buenísimo, mucho mejor que en sus trabajos para DC de los ´90. Más elegante, más para el lado de Cam Kennedy, y a la vez más suelto, más versátil, siempre generoso en las expresiones faciales, cuanto más grotescas mejor. El colorista John Kalisz suma un montón a esta estética crota, barriobajera, que consigue hacernos sentir el olor a birra barata, a chivo, a meo, a vómito. Si no te gustan los chistes asquerosos ni la machaca descerebrada, igual podés disfrutar de Section Eight por los dibujos.
Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog. 


domingo, 4 de agosto de 2019

DOS DE DOMINGO

Aprovecho esta linda tarde de domingo para clavar un par de reseñas de material que leí en los últimos días.
Empiezo en 2017 con Equatoria, la segunda aventura de Corto Maltés a cargo de los maestros españoles Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero (la primera la vimos el 07/09/17). Una vez más, el dibujo del catalán es increíble, una fusión molecular devastadora entre su estilo de siempre y la línea de Hugo Pratt. Esta vez Pellejero adopta otro vicio de Pratt: delegar en un asistente el dibujo de trenes, barcos y edificios. Pero la tinta está 100% a cargo de Pellejero, y esa instancia, la del entintado, le alcanza y le sobra al ídolo para darle al libro su impronta tan personal y que mí tanto me gusta. También colabora con Pellejero su hija Sonia, que le da una mano en el color, magnífico de punta a punta del tomo. Como en su debut en esta serie, el dibujante de Dieter Lumpen nos ofrece 72 páginas visualmente exquisitas, tanto para sus fans de siempre como para los que lo descubrieron cuando heredó al personaje más masivo del inolvidable Hugo Pratt.
Por el lado del guión, el trabajo de Díaz Canales me dejó bastante más conforme que la vez pasada. De nuevo, acá no aparece nada que no hayamos visto en las historietas de Pratt, el guionista español no pone ni una coma que Pratt no habría puesto jamás, es todo 100% respetuoso de la obra del Tano. Equatoria saca ventaja en el acierto de Díaz Canales de reproducir la dinámica de las buenas aventuras de Corto, e incluso de recuperar un tema que Pratt abordó en otras obras suyas, que es la etapa final del colonialismo europeo en Africa. Entonces tenemos la búsqueda del tesoro, la bajada de línea, los breves cruces con personajes tomados de la realidad, los paisajes exóticos, ese truco que le salía tan bien al Tano que era hacer crecer la tensión sexual entre Corto y alguna mujer pero que nunca viéramos ningún tipo de “concreción carnal” de esas tensiones, el volantazo en el que el tesoro resulta ser algo que no esperábamos que fuera, las frases memorables (esas sentencias que tiraban los personajes de Pratt), el choque de culturas, una dosis moderada (pero efectiva) de acción y un leve toque de realismo mágico, sin caer en la trampa de los últimos álbumes de Corto realizados por Pratt, en los que la abundancia de elementos oníricos y sobrenaturales empantanaba innecesariamente las tramas.
Obviamente no te pongo a Equatoria entre las mejores historias de Corto Maltés de todos los tiempos, pero la recomiendo sin temor a equivocarme y celebro que me haya gustado bastante más que la primer incursión de Díaz Canales y Pellejero por esta serie icónica y definitiva del comic europeo.
Me vengo a Argentina, a 2019, cuando la afianzadísima dupla integrada por Alejandro Farías y Leo Sandler realiza su apuesta más arriesgada hasta la fecha. Raymond es un comic rarísimo, que corre las fronteras de “lo historietable”. Con un dibujo sintético, plástico, muy expresivo, y un color sencillamente glorioso, Sandler se dedica a ponerle imágenes a algunos textos de Farías que no son relatos, sino monólogos de Carlos Raymond (el poeta maldito fan del escabio y el sexo con mujerzuelas) en los que este piensa en voz alta acerca de la vida que lleva, su relación con la gente, con el arte, con el dinero, con el alcohol, con el mundo en general. Varias de estas historias son secuencias de cuatro páginas en las que no pasa absolutamente nada, en las que los textos de Farías son reflexiones existencialistas y los dibujos de Sandler cumplen un rol descriptivo, recorren lugares, recrean atmósferas, como hacía Darick Robertson cuando tenía que acompañar con imágenes las columnas de opinión de Spider Jerusalem en Transmetropolitan, o incluso en el estilo de la famosa “Don't Get Around Much Anymore”, esa historieta de una sóla página de Art Spiegelman en la que empezaba a experimentar con el comic no-narrativo.
También hay historias más convencionales, donde Raymond dialoga con otros personajes e incluso una en la que el protagonismo recae en una de las putas amigas de Carlos. Las historietas más “narrativas” son breves anti-aventuras del género slice of life, con una ambientación entre lumpen y depravada, algunas groserías muy buen puestas (no me lo imaginaba a Farías hablando de garches y petes) y una mala leche ácida y corrosiva que funciona como logrado tributo a Boogie el Aceitoso, aunque sin chumbos ni violencia física.
Farías y Sandler no juzgan a Raymond, no ensalzan ni destruyen la mascarada de este gordo jodido y vividor. Raymond se ampara en su talento artístico para salir más o menos bien parado cada vez que su personalidad arrogante y abusiva lo hace chocar de frente contra la realidad, y para los autores esto no está ni bien ni mal. A veces me resultó patético, otras dije “qué capo el gordo, cómo la piloteó”. Si te gusta la poesía, si alguna vez pensaste cómo sería crear historietas en base a la poesía, o si te atrae el mundo noctámbulo, alcohólico y a veces sórdido de los “escritores malditos” al estilo Charles Bukowski pero en la Argentina actual, jugale una ficha a Raymond. El dibujo de Sandler justifica por sí sólo la compra del libro, y las historias (y las no-historias) de Farías abren puertas nuevas, como para pensar y leer la historieta desde otra óptica, lo cual siempre es sano y enriquecedor.
Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog. 



jueves, 1 de agosto de 2019

OTRA VEZ DE A TRES

Sin más prolegómenos, inauguramos Agosto con un terceto de reseñas.
¿Alguien se puede resistir a un TPB de Thor con tres historias autoconclusivas y las firmas de Mike Carey, Alan Davis y Peter Milligan? Yo vi este Wolves of the North en oferta y le entré como María Eugenia Vidal a la cocaína, pero me dejó sabor a poco.
La primera historia, la que escribe Mike Carey, es muy flojita. Casi la nada misma. Y el dibujante (Mike Perkins) tampoco ayuda. La de Peter Milligan no la puede reivindicar ni el fan más incondicional del maestro (ni el más Milliganso): el guión es el Más de lo Mismo más obvio y predecible de la historia, también sepultado por un dibujante con escasísima onda (Miko Suayan) y uno con escasísimo talento (Tom Grindberg).
Menos mal que en el medio están esas 34 páginas escritas y dibujadas por el glorioso Alan Davis a un nivel demoledor. El guión es brillante, la bajada de línea es clara y punzante, el ritmo es trepidante, los diálogos están perfectos y el dibujo… No me hagas hablar del dibujo, que me babeo todo. Un combo inmejorable entre el raw power onda Kirby y la elegancia que asociamos con Neal Adams o José Luis García López. Los fondos son un lujo, las expresiones faciales, los cuerpos en movimiento, la planificación de las páginas, todo maravilloso. Y el color de Rob Schwager ayuda un montón a que todo se luzca aún más. Si no te querés comprar todo el TPB sólo por lo de Davis (que es lo que realmente vale la pena), el one-shot del prócer se llama Thor: Truth of History, y salió en 2008. Por ahí te conviene capturar esa revistita y gambetear el resto, que es entre mediocre y desolador.
Allá por el 26/11/18 me tocó leer el primer tomito de Manta y ahora voy por el segundo. Si me preguntás de qué se trata la serie, te tengo que contestar que veintipico de años después de una matanza atroz, el único sobreviviente reaparece para encontrar a los responsables y hacerlos mierda, uno por uno. Y ahí seguramente me dirás “pero eso ya lo leí chotocientas veces…”. Es verdad. Vista así, desnuda, despojada hasta que quede sólo el esqueleto, la historia que nos cuentan Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo no se diferencia mucho de otras tantas que tratan de exactamente lo mismo.
Lo que hizo que yo me enganchara con Manta es cómo está contada la historia, la forma en la que los guionistas nos presentan la información, la forma en que entran y salen de escena los personajes, el ritmo, las decisiones (siempre acertadas) de dónde clavar cada flashback, el clima de misterio y tensión que se va a armando, y la infrecuente calidad de los diálogos. En esta segunda entrega, la data que manejamos es más, la misión de Santiago está más clara, el dilema moral se hace más espeso y lo único que falta (tengo entendido que aparece en el Vol.3) es un personaje femenino interesante, con un rol destacado en la trama.
El dibujo de Nacho Lázaro es muy correcto, con muchos puntos de contacto con el estilo de su maestro, el inmenso Marcelo Frusín. El color también está a cargo de Lázaro y acompaña muy bien al dibujo. Manta es una serie que va muy bien encaminada y a la que recomiendo darle una posibilidad.
Otra serie de álbumes de autores argentinos jóvenes de reciente aparición es Albión. Tuve la suerte de leerla hace unos meses en pdf, porque me la mandó el guionista y editor de la misma, mi amigo Fede Sartori. Ahora tengo en mis manos la edición impresa y la quiero recomendar, porque realmente me pareció una historieta preciosa.
El dibujo de Facundo Moyano no es para descorchar champagne, pero no le falta atractivo ni encanto. Es un clásico dibujante cuasi-realista, con una estética muy de mainstream yanki y un toque especial para dibujar escenas más introspectivas o más emotivas, donde la machaca brilla por su ausencia. Moyano casi no escatima fondos, varía mucho y bien los planos y sabe ponerles onda y expresión a cuerpos y rostros.
Del guión de Sartori no quiero contar nada, porque este primer tomito salió hace poco y prefiero que los interesados lo consigan y lo lean. Se trata del primer tramo de una aventura muy intensa, con muchos momentos fuertes, que podría funcionar muy bien en un mercado como el francés. Tienen mucho peso en la trama la ambientación histórica, un elemento sobrenatural (no lo quiero explicitar) y el hecho de que ambas protagonistas son de sexo femenino. Y también la acción, la ternura, la bajada de línea y la identificación (casi inevitable) de los lectores con Albión.
Quiero ver crecer a esta historia, quiero que se publique en muchos países y que se haga conocida o (mejor aún) popular entre el pueblo comiquero porque -de verdad- me resultó original, potente y cautivante desde las primeras viñetas. No la pongo en la lista de las Joyas Inenarrables de la Historia del Noveno Arte, pero sin dudas es una serie a seguir MUY de cerca, porque tiene todo para convertirse en un hito. Ojalá salga pronto el Vol.2.

Y nada más, por hoy. Merci beaucoup y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.