el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 30 de junio de 2013

30/ 06: DAGO: SAQUEO DE ROMA Vol.3

Final para esta saga que tiene más de 10 años, pero que en Argentina nuca se había publicado completa. La verdad que me entretuvo bastante, pero me dejó con un gustito agridulce. Veamos:
En primer lugar, Dago pierde. Al principio, su objetivo es evitar el saqueo a Roma. Al final, ya se conforma con que las hordas imperiales no violen a huerfanitas de 12 años o no cocinen al Papa Clemente al spiedo. Es el precio a pagar por aprovechar un contexto histórico para nutrir tus historietas: no podés hacer que Dago cambie el curso de la Historia y evite que suceda lo que todos los libros de Historia dicen que sucedió. O si lo hacés, tenés que plantear la serie como una ucronía (tipo Rex Mundi) o encararla en son de joda (tipo Astérix). Robin Wood elige para Dago un rigor histórico prácticamente sin fisuras y para respetarlo, el héroe tiene que aspirar a un rol secundario, a veces de mero testigo.
Aún así, Dago realiza una hazaña o un acto de justicia cada 12 páginas, siempre, sin faltar nunca a la cita. Después del saqueo, no puede simplemente abandonar Roma en su caballo: se tiene que ir con unas minitas, y la difícil misión de llevarlas sanas y salvas a su aldea natal, lo que significa vencer a más ladrones y asesinos. Y en la aldea, no lo esperan con los brazos abiertos: hay una trama de muerte, lujuria y demencia que Dago debe desentrañar antes de entregar las minitas a su abuelo. Y al final, no puede simplemente despedirse de las minitas: tiene que enfrentar a un asesino serial que casi mata a una de ellas... y así. No para nunca, pobre pibe. En los viajes, en las misiones, en las horas de descanso, siempre tiene garantizado un peligro cada 12 páginas.
Y también porque los episodios duran 12 páginas, a veces se desaprovechan ideas de gran potencial. El villano del último episodio, por ejemplo. Andrea Cornelli, galán, poeta, ilusionista y asesino serial, tenía todo para ser un personajón, un excelente némesis para Dago. Sin embargo, como esto es una especie de epílogo del epílogo de la saga de Roma, Wood opta por desarrollarlo a lo largo de... nueve páginas. Cornelii aparece en la página 3, y en la 12 ya es boleta.
Lo mejor del tomo, a nivel guión, está al principio, cuando Dago salva a una dama de la nobleza veneciana y se entera de que no es otra que la esposa del Príncipe Bertini, uno de los integrantes de la conjura que masacró a su familia. Ahí, el guionista pone a prueba la integridad del héroe. ¿Qué onda? ¿Se cobra venganza de Bertini y liquida con total impunidad a su esposa y a su hija? ¿O va hasta las últimas consecuencias para salvar a las mujeres de una muerte segura y deja para más adelante la venganza contra el Príncipe? Ahí hay un dilema moral muy jugoso, apuntalado por excelentes diálogos y elocuentes silencios. Y se supone que el climax de la saga va a llegar cuando se enfrenten Dago y Enfeldt, el poderoso fanático luterano que arengó a la horda para ir contra la ciudad del Papa. Bien, la lucha final, a todo o nada, entre Dago y el monje dura... una página. Cinco viñetas. Si Dago se lo podía sacar de encima tan fácilmente, ¿no era más lógico pasarlo a valores al principio del Vol.1, y ahorrarnos tantas atrocidades? No, porque Wood está a atado por la Historia y sin Enfeldt no había saqueo. El rigor histórico le ganó a la lógica argumental de la saga.
El dibujo de Carlos Gómez es, de nuevo, formidable. El cordobés tomó la base académico-realista de Alberto Salinas y le agregó plasticidad, dinamismo, ritmo, onda. Y además, al trabajar con páginas de muchas menos viñetas y casi ningún bloque de texto, se puede jugar mucho más a modernizar la narrativa, a explorar nuevas variantes. Casi siempre le sale muy bien.
Excelente la iniciativa de Comic.ar de publicar este material en nuestro país. Dago te puede gustar más o menos, pero sin dudas la saga del saqueo de Roma es un punto altísimo en los más de 30 años de historia del personaje, y era una injusticia que los lectores hispanoparlantes no tuvieran acceso a ella. Veremos cuándo y con qué material sigue esta colección. Yo, mientras dibuje Gómez, compro sin preguntar si están buenos los guiones. Total, es Robin Wood, y eso te garantiza una calidad mínima más que consistente. Un Wood a media máquina con un Gómez al nivel que vimos en estos tres tomitos, me recontra-cierra.

sábado, 29 de junio de 2013

29/ 06: THE HIVE

Llegó, nomás, la secuela de la maravillosa X´Ed Out, que comentáramos allá por el 09/01/11. Recomiendo enfáticamente releer esa reseña, porque esta va a ser cortita, para no repetir los conceptos de aquella.
No pienso hablar del dibujo de Charles Burns, por ejemplo. Simplemente quiero señalar que, así como en el tomo anterior metía muchísimas referencias y homenajes a las historietas de Tintín, acá se ceba a full con brillantes recreaciones de los comics románticos de los ´60, los que vimos cuando me tocó reseñar aquel Showcase de Young Love. Es alucinante ver a Burns reversionar hoy la estética de los maestros de hace 50 años, esa línea anodina y pulcra que desplegaban en las historietas románticas tipos como John Romita, Win Mortimer o Mike Sekowsky. También hay muchos guiños a Hergé, y muchísimo del imaginario propio de Burns, de esas cosas que sólo a este genio se le ocurre dibujar y que, metidas en un comic de cualquier otro autor, suenan a burdo choreo a Burns. Acá, el prócer nos obsequia algunas de sus imágenes más bizarras y perturbadoras (especialmente en la inolvidable página 24), todo tan groseramente bien dibujado y tan bien complementado con el color, que The Hive merecería ganar todos los premios aunque no tuviera guión.
Por suerte tiene guión, y está muy bueno. Esta vez Burns no va para adelante, para atrás y para los costados. Va sólo para adelante y para los costados. Y está muy bien, porque además de internarnos en secuencias totalmente adictivas, completa (no necesariamente explica) mucho de lo que ya vimos en el tomo anterior. El foco sigue puesto en Doug, pero esta vez Suzy, su novia, recibe mucha atención por parte del autor, que parece decidido a darle chapa de gran personaje. Los misterios siguen siendo muchos y muy gancheros, lo cual no hace más que sumarle expectativa a la próxima novela gráfica, la que cerrará la trilogía, cuya aparición espero para... dentro de media hora, en lo posible.
Con diálogos perfectos, con perversos jueguitos entre distintos niveles de realidad, con personajes muy creíbles y situaciones cada vez más retorcidas, Charles Burns demuestra una vez más estar en la cumbre de su oficio. Amor y horror, asco y virtuosismo, delirio y misterio. Es muy difícil describir lo que se siente al leer esta historieta. Creeme que es muy rara, muy hermosa y te deja muy, muy cebado, aunque no sepas cómo (ni cuándo) puede llegar a terminar. Papa finísima.

viernes, 28 de junio de 2013

28/ 06: BLACK WIDOW

A fines de 1999, cuando todavía no había empezado el reinado mágico de Joe Quesada y Bill Jemas y cuando faltaban años para que el personaje cobrara chapa de la mano de Scarlett Johansson y las pelis masivas, alguien en Marvel decidió darle la oportunidad de brillar a Black Widow, la eterna segundona.
A la hora de buscar guionista, fueron a la opción más obvia: Devin Grayson, que por aquel entonces escribía Catwoman en DC. En sólo tres episodios, Grayson tenía que pilotear un desafío bravo: reconciliar a Natasha con su pasado como espía y presentarnos a una nueva Black Widow, una chica joven, inexperta, hambrienta de gloria y absolutamente leal a Rusia (en contrapunto con Natasha, que en los ´60 traicionó y se pasó al bando de los yankis). Todo esto, atravesado por una aventura, claro, porque para que este tipo de comics funcionen, los personajes tienen que vivir situaciones límite cada 22 páginas. En una demostración de vanguardismo, Grayson elige como villanos a los fundamentalistas islámicos, dos años antes de los antentados en las Torres Gemelas y el Pentágono. Diez años después, Pierre Christin elegiría a los mismos villanos para la historieta que vimos ayer, aunque obviamente con más huevos, porque te dice claramente que son de Georgia (no de “Rhapastan”) y por lo que veíamos ayer del cuidado meticuloso por conservar el verosímil. Lo de Grayson es mil veces más pochoclero, repleto de escenas de alto impacto, pero claro, el verosímil queda más roto que cuando Prat Gay y Lilita Carrió se definen como “de centroizquierda”.
Y en el dibujo hubo un poquito más de riesgo: el elegido fue J.G. Jones, que en ese momento no era un artista cotizado, ni mucho menos. De hecho, este fue su primer trabajo para una de las “big two”. Pero qué trabajo, maestro! No sé cuánto tardó Jones para dibujar esas 66 páginas, ni cuántos asistentes metieron mano. Lo cierto es que es un trabajo absolutamente consagratorio al que no sé si logró superar en los 14 años transcurridos desde entonces. Esto es dibujo académico-realista de gran nivel, con la referencia fotográfica muy bien integrada, una gran simbiosis con los coloristas, miles de truquitos para darle ritmo a la narrativa y un preciocismo muy fino, como para dotar al pochoclo de una cierta pátina de sofisticación. Gran labor, en serio.
A todo esto, el TPB ofrece una segunda miniserie de tres episodios, y de nuevo hacen la obvia: a Grayson se suma Greg Rucka, que la acababa de romper con el debut de Queen & Country, otra serie de espionaje con protagonista mujer. Esta vez la aventura ocupa un rol casi secundario. A Grayson y Rucka les interesa más bucear en la mente de Yelena Belova (la nueva Black Widow) para definir mejor quién es, cómo se va a relacionar con Natasha y desde dónde va a encarar su laburo como agente del recontra-espionaje. Para eso arman una trama muy psicológica, con psicopateadas al límite, bastante ganchera aunque aún menos verosímil que la anterior. La acción transcurre en New York (en el barrio donde paré yo en Octubre) y eso permite que venga a jugar con las viudas el querido Daredevil, un personaje que garpa incluso cuando lo ponen de suplente, a jugar los últimos 10 minutos del partido. Nick Fury también aparece, pero aporta poquito.
El dibujo está a cargo del glorioso Scott Hampton, un dibujante de la línea pictórica, a quien uno relaciona mucho más con historias de castillos, hadas, duendes y criaturas fantásticas que con una de machaca urbana en el Upper West Side. El maestro igual se la banca: dibuja lindas peleas, hermosos primeros planos y cuando no puede zafar de dibujar los fondos, retrata las locaciones de New York con magia, sutileza e inobjetable criterio estético.
Ninguna de las dos saguitas son joyas y a la vez ninguna de las dos falla en sus propósitos. O sea que si sos fan de Black Widow, o de alguno de los cuatro autores mencionados, o te parece interesante el rol de los espías y agentes onda James Bond o Golgo 13 en un mundo en el que existen los superhéroes, en este libro vas a encontrar buenas dosis de machaca, buenos diálogos, muchas situaciones fuertes y –como bonus track- la presentación de una nueva Viuda. No sé si Yelena Belova hoy sigue activa, pero acá muestra condiciones para meterse en el grupito de los personajes atractivos a los que estaría bueno verlos desarrollarse más. Hay por lo menos un TPB más de Black Widow que no tengo y me interesa leer, así que voy por él.

jueves, 27 de junio de 2013

27/ 06: LENA Y LAS TRES MUJERES

Hace ya varios años, cuando terminé de leer El Largo Viaje de Lena, de los maestros Pierre Christin y André Juillard, no me imaginé ni por puta que acababa de terminar el primer tomo de una serie. Era una historia redondísima, bella y cautivante por donde se la mirase, con muchos de los elementos que Christin ya había empleado en Las Falanges del Orden Negro y Partida de Caza, dos de sus grandes álbumes autoconclusivos junto al inmenso Enki Bilal. Imaginate mi sorpresa cuando encuentro en la comiquería de mi barrio un segundo tomo de Lena, firmado por los grossos en 2009. Adentro, de una. Y a ver qué pasa cuando un excelente tomo unitario pega el salto y se convierte en serie.
Lo que más me llamó la atención es cómo se esfuerza Christin por sostener el verosímil. El primer tomo terminó con un final muy feliz para Lena y de pronto necesitamos que se vuelva a sumergir en la fosa séptica del espionaje internacional, para infiltrarse en una peligrosa célula islámica. ¿Cómo la convencemos? En un comic yanki, aparecería un personaje hiper-carismático experto en psicopateadas, tipo Amanda Waller, Nick Fury o Paul Crocker y con un par de one-liners la tiene envuelta para regalo preguntando qué modelo de coche-bomba tiene que manejar. Acá la cosa es más realista y así es como la historia tarda 10 largas páginas en encauzarse hacia una nueva aventura al límite de esta super-agente que comparte sólo la profesión con la Black Widow de Marvel (a la que casualmente vamos a visitar mañana). A Lena no le causa mucha gracia andar calzada, no le gusta correr ni revolear patadas, ni mucho menos usar ropa ajustada que resalte sus atributos físicos. Porque, claro, es un personaje de comic francés.
Quizás porque trabaja con un dibujante decidamente frío como Juillard, Christin hace esfuerzos extremos por desenfatizar la tensión que crea con su propio guión. Desde que Lena llega a París, el clima de la obra se hace cada vez más denso, más exasperante, al punto que sentís el tic-tac de una bomba que está por explotar. Y sin embargo, guión y dibujo se confabulan para disimular esa urgencia, para que la historia conserve ese ritmo parsimonioso, como si no se estuviera por ir todo a la mierda. Los autores no apelan a ninguno de los típicos recursos para crear tensión: no hay dibujos repetidos, no hay acercamientos de cámara, no aparecen de golpe las grillas de 700.000 cuadritos para comprimir el tempo narrativo, ni la ametralladora de frases cortitas en los bloques de texto... El argumento, el propio devenir de los acontecimientos, es el único que se hace cargo de que estamos sobre una cornisa muy, muy finita.
Por supuesto, cuando llega la acción, es casi imperceptible. A Juillard ni se le ocurre plantear una página con poquitos cuadros para darle más envergadura a la única escena realmente impactante del libro y el final definitivo de “los malos” llega en un flashback de una sóla viñeta, en la última página. ¿Se dieron cuenta tarde de que la historia se terminaba en la página 54, o es todo un ejercicio de estilo, para diferenciarse aún más de las típicas historietas de espías? No me juego por ninguna de las dos respuestas.
Sí voy al frente como un tailibán duro de merca para afirmar con toda la contundencia que haga falta que el guión es MUY bueno, MUY atrapante, con un nivel de investigación y de observación por parte de Christin realmente impresionante y con un subtexto que trasciende ampliamente a los cheap thrills del género y que tiene que ver con el choque de culturas entre Europa y Medio Oriente. El creador de Valérian exprime a full ese contrapunto, con maravillosos resultados. Y el dibujo de Juillard... bueno, si no te molesta el virtuosismo pecho frío, hay que sacarse el sombrero. En las expresiones faciales, Juillard es limitado: sólo maneja las más leves, las más sutiles, un repertorio de mohínes casi imperceptibles, más allá de la gravedad de la situación. En todo lo demás, es devastador: paisajes, decorados, vehículos, armas, vestimenta, lenguaje corporal... todo es demasiado perfecto para ser real, y por si faltara algo, el propio Juillard lo realza con un color hermoso, tan propio del maestro como su grafismo. El dibujante de Pluma al Viento se mata como nadie en cada viñeta, y encima pocas páginas bajan de las 7 u 8 viñetas. Es frío, es distante, casi no usa primeros planos, no le gusta dibujar acción, pero es un monstruo, no hay con qué darle...
Si nunca leíste El Largo Viaje de Lena, te lo recontra-recomiendo, porque es una maravilla. Y una vez que leas eso, va a ser casi imposible que te resistas a esta secuela, porque seguro te vas a hacer fan de esta atípica y logradísima creación de Christin y Juillard, dos nombres a esta altura fundamentales en la historia del comic francés. Cuando salga el tercer tomo, cuentan conmigo.

miércoles, 26 de junio de 2013

26/ 06: METROPOL

Hoy tengo poquito tiempo, y justo me leí un broli superpower, con milones de páginas. Trataré de ser sintético.
Metropol es una obra del genial Ted McKeever, serializada entre 1991 y 1992 en el sello Epic. Desde entonces, se reeditó dos veces, primero en cinco libros (excelente edición del sello canadiense Sorhenn) y más tarde en uno sólo (en Image, como parte de la colección de la cual ya vimos los dos tomos anteriores). La historia es básica: se viene el juicio final, el apocalipsis definitivo, en una extraña ciudad amurallada, sin contacto con el resto del mundo. Pronto las calles se infectan de monstruos y demonios, se extienden todo tipo de epidemias y muere gente por decenas de miles. Es hora de que entren en acción los ángeles, a tratar de parar la embestida del Infierno. Claro que los ángeles no son lindos, buenos y asexuados, sino gente normal, bastante baqueteada por la vida, que muere y renace con los poderes –y el designio- divinos.
McKeever nos mostrará la enésima batalla entre el Cielo y el Infierno librada en la Tierra, y será una batlla cruenta, truculenta, con un grado de violencia escalofriante. También (como suele suceder en estos casos) utilizará la situación límite para reflexionar sobre la alienación en las grandes urbes, lo fácil que juzgamos al de al lado, lo rápido que los mediocres y los resentidos abrazan la causa del Mal, lo difícil que es lograr que la solidaridad le gane al “sálvese quien pueda”. Todo esto en el marco de una aventura lineal, atrapante, de gran escala, que no cae en la grandilocuencia barata.
De todos modos, siempre se nota un piolín de la marioneta: de principio a fin, te queda claro que el guión de Metropol es este y no otro, porque así McKeever tiene excusas para dibujar lo que tenía ganas de dibujar. Y claro, no le podés decir ni mu, porque el dibujo del ídolo está a ese nivel superlativo, tremendo, de sus mejores trabajos. Con un claroscuro visceral y recontra-expresivo, McKeever deforma todo, rediseña todo, le imprime a todo su identidad gráfica, que corroe y carcome como un virus fuera de control a toda la imaginería de Cielo, Infierno y gran ciudad.
Pasada la mitad de la obra, el autor pega un volantazo muy fumado: en medio de una historia seria, jodida, densa... resucita Eddy Current (ver reseña del 08/12/10) para aportarle humor y delirio a un guión que no sé si lo necesitaba. El pase de magia es brillante: uno de los ángeles, Sarakiel, en realidad es la Monja, la amiga de Eddy. Y bueno, re-cierra. Pero después hace una demás: muy sobre el final, nos revela que otro de los ángeles, Jasper Notochord, muerto y resucitado como Enoch, en realidad es Spud, uno de los protagonistas de Transit (ver reseña del 01/06/10)... y eso cierra bastante menos. La idea es piola: Metropol vendría a ser el broche de oro de una especie de “trilogía urbana” de McKeever y está bueno que todos los personajes tengan su rol en la saga. Pero si tenés sólo seis “buenos”, que tres sean personajes de las obras anteriores, es un poco mucho, demasiada coincidencia.
Más allá de eso, Metropol te lleva puesto como una aplanadora. Es una saga muy jugada, muy a todo o nada, que no da respiro, llena de momentos alucinantes. Y dibujada por un genio pasado de rosca al que hay que comprarle todo lo que dibuja, siempre, hasta que llegue el verdadero Juicio Final o funcionen las escaleras mecánicas de la estación Juramento (a esta altura, las dos cosas son igual de improbables). Aguante McKeever.

martes, 25 de junio de 2013

25/ 06: CITY OF TOMORROW

Howard Chaykin lo hizo de nuevo. Acá está todo lo mejor del maestro, todos los rasgos típicos de su estilo, condensados en menos de 150 páginas. Acá están la ciencia-ficción distópica, la comedia, la corrupción, la lujuria, la acción, la violencia, los chistes subidos de tono, las ideas zarpadas, la bajada de línea socio-política... todo lo que Chaykin mejor hizo en su carrera, en una sóla obra, que por cierto pasó bastante desapercibida cuando la editó WildStorm allá por 2005.
Habitualmente, en los ´80 y ´90, el maestro planteaba este tipo de historias en 88-96 páginas, y terminaba por resolver todo sobre la hora; miles de incógnitas se despejaban, una atrás de otra, en el último tramo de las obras. Esta vez la planteó para seis entregas de 22 páginas, lo cual le permite, por un lado, resolver todo con más aire, con más naturalidad; y por el otro, meter mucha splash-page y no pocas páginas de tres viñetas. Obviamente esto repercute en un notable lucimiento del dibujo, que lo deja a Chaykin muy bien parado. Es bastante evidente que acá metieron mano varios asistentes y también queda clarísimo la importancia de la labor de la colorista Michelle Madsen (que entiende a la perfección al Chaykin del Tercer Milenio) y de los letristas de ComiCraft, que detonan un asombroso arsenal de tipografías en diálogos, carteles, pantallas y onomatopeyas. Por supuesto, no faltan los clásicos truquitos del maestro a la hora de resolver la puesta en página, esas típicas viñetas con primeros planos o planos detalle, con marquitos bien finitos y metidas adentro de viñetas más grandes. De esas hay muchas, todas muy bien dibujadas y puestas donde tienen que ir.
Lo bueno es que la mayor decompresión del relato no le da pie a Chaykin para despilfarrar páginas en secuencias intrascendentes. El guión de City of Tomorrow tiene la complejidad suficiente para que cada página tenga su escena importante, su pieza fundamental para armar este rompecabezas. La complejidad a la que hacía mención está garantizada, por un lado, por el elenco: tenemos a un protagonista excluyente, Tucker Foyle, a otros cuatro personajes muy importantes, con casi tanto peso como él, a los que Chaykin desarrolla muchísimo (el padre de Tucker, Ash, Fabian y Adam), tres o cuatro personajes secundarios que hacen su aporte, más un par que aparecen, intentan cobrar protagonismo, pero terminan por durar muy poco. Tucker es un personaje 100% Chaykin: soberbio, pendenciero, ganador, decidido a hacer justicia aunque nadie se lo pida. Y los otros personajes importantes son todos cajas de sorpresas, siempre listos para habilitarle al guión nuevos giros impredecibles.
Lo otro que garantiza la complejidad de la trama es el mundo: Chaykin crea una sociedad que no existe, Columbia, la idílica isla del mañana donde los androides le brindan a los humanos toda clase de servicios. Sin aburrir con el background y las explicaciones, el autor le saca un jugo enorme al contrapunto entre los personajes de carne y hueso y los generados de modo artificial. Por supuesto, donde hay humanos hay corrupción y pronto el tecno-paraíso de Eli Foyle se convertirá en un nido de gangsters, prostitutas, narcos y garcas varios, una runfla espesa y violenta, bien condimentada con traiciones y cuernos, que le resulta atractiva a la propia presidenta de los EEUU para sus propios intereses, que tampoco son demasiado transparentes.
Con todo eso, Chaykin arma un thriller vibrante, en el que abundan la machaca (incluso sobra un poquito), los peligros y los diálogos ingeniosos, en esos incesantes duelos de esgrima verbal entre cínicos, nihilistas y meros hijos de puta. Ah, y entre toda la mala leche y la podredumbre moral, crece una historia de amor, bizarra e impredecible, pero con todo el romanticismo que puede caber en una saga de este tipo. “Después de todo, todo esto es por amor”, dice Chaykin en un bloque de texto que revela los pensamientos de Tucker cerca del final. Y no es así, es un jueguito que hace el maestro para la tribuna. Pero así como no escasea el sexo (picantito, casi al límite), el amor también tiene su quintita en este atractivo tapiz.
City of Tomorrow no aspira al rótulo de “historieta perfecta”, pero es un trabajo de enorme solidez, dinámico, entretenido, con puntas para pensar, nacido de la pluma de uno de los íconos, de los referentes que dio el comic yanki en los últimos 40 años. Un creador siempre vigente, siempre dispuesto a timbear por lo nuevo, acostumbrado a imponer su sello personal en todos los proyectos que encara. Cada nuevo trabajo de Howard Chaykin promete más que todos los candidatos de todos los partidos políticos. City of Tomorrow, además, cumple.

lunes, 24 de junio de 2013

24/ 06: IS THAT ALL THERE IS?

El holandés Joost Swarte es, desde hace 40 años, el pionero de la línea clara posmoderna, el primero en estudiar a fondo y renovar (sobre todo desde lo temático) el estilo que identificara durante décadas al maestro Hergé. De hecho, el primero en acuñar el término “línea clara” fue el propio Swarte. ¿Por qué, áun hoy, Swarte es un autor de culto, sólo venerado por un puñado de autores y especialistas? Porque tiene muy poquita producción. El maestro se dedicó también al diseño gráfico y a la arquitectura, y en ambas disciplinas le fue muy bien y ganó mucha guita. Por eso tiene muy pocas historietas en su haber. De hecho, fuera de las 135 páginas que ofrece este recopilatorio, yo sólo conozco las 42 de Un Journal Phénoménal, una obra de 1977 apuntada al público infantil. Todo lo demás, lo que en su momento apareció en las grandes antologías ochentosas (Cairo, El Víbora, Raw, Metal Hurlant, etc.) está acá, en este tomo coherentemente titulado ¿Esto es todo lo que hay?
En la recopilación predominan las historias cortas (las dos más largas tienen 16 páginas), y dentro de estas, predominan los chistes largos, las historias de corte claramente humorístico, que no siempre avanzan hacia un remate cómico, pero se desenvuelven en ese registro, al que Swarte maneja con muchísima soltura, con una gran variedad de recursos a su disposición para lograr la sonrisa del lector. También hay breves aventuras, interesantes no tanto por los argumentos (que suelen seguir una lógica esquiva, medio caprichosa, como la de los sueños) sino por los diálogos (brillantes en esta traducción de Kim Thompson, a quien aprovecho para homenajear a poquitos días de su lamentable deceso) y por un elemento alucinante, que se convertirá en la base de la línea clara posmoderna (o Estilo Atómico): el quiebre entre la estética visual y la temática de las historias.
Swarte dibuja casi como si fuera Hergé: prolijito, elegante, sin sombras, con objetos y fondos mucho más realistas que los personajes... hasta dibuja a los negros con esos rasgos que hoy resultan racistas y en los años ´30 no. El dibujo es impecable, la narrativa es cristalina, la tipografía es tan perfecta que asusta, todo transmite un clima de sofisticada armonía. Y sin embargo, en las historias que cuenta Swarte no sólo hay lugar para patéticos y fracasados como Jopo de Pojo y Anton Makassar. También afloran por todas partes la corrupción, la violencia, la mala leche, la lujuria, los criminales, los estafadores, los pordioseros, los fanáticos religiosos, los traidores... De a poquito y sin romper nunca los códigos del humor, Swarte nos va llevando por la senda de la miseria, de la depravación, de las muertes escabrosas, de la atrocidad por la atrocidad misma, sin mensajes moralistas y muchas veces sin siquiera una esperanza. Este contraste entre el dibujo amistoso y pulcro y las historias sórdidas y cínicas resultará crucial para la renovación de la línea clara de la segunda mitad de los ´70 y toda la década del ´80.
De particular interés es una historieta muy cortita, apenas 7 viñetas, realizada por Swarte en 1978, para protestar contra la participación de Holanda en el Mundial que se jugó en nuestro país. En clave de humorada, el autor muestra a los milicos argentinos utilizando al Mundial para torturar de maneras novedosas a los presos políticos. Pero hay muchas muy graciosas. Y algunas de corte más informativo, como la que explica (de modo ingenioso y ameno) cómo trabajan las imprentas que imprimen en cuatricromía (el famoso CMYK), interesantísima para los que no saben cómo se coloreaban las historietas antes de que se desarrollaran el photoshop y demás software de color digital.
Si te gusta la línea clara y seguís a alguno de los autores que descollaron en este estilo de... 1975 para acá, te tengo que contar que son TODOS hijos de Swarte. Salvo algún nostálgico que no se quiso mover nunca de la sombra de Hergé, todos los demás encontraron en el maestro holandés una nueva forma de transitar por un viejo camino. Si no te gusta la línea clara... no sé si recomendarte este libro; lo más probable es que no, porque la impronta visual es tan fuerte que –si no te copa- cuesta dejarla de lado para meterte en las historias. De todos modos, siempre está bueno descubrir a Joost Swarte, porque es un innovador, un tipo que partió aguas, que descubrió cosas que nadie creía que se podían hacer en la historieta franco-belga, un vanguardista del cual –estoy casi seguro- vas a oir hablar bastante en los próximos meses. ¿Esto es todo lo que hay? Sí, pero mañana hay otra reseña.

domingo, 23 de junio de 2013

23/ 06: Y: THE LAST MAN (DELUXE EDITION) Vol.4

Uh, me fui a la mierda. Hacía más de dos años que no leía Y: The Last Man! El blog no me deja mentir: la tanda anterior de 12 episodios la terminé el 16/02/11. ¿Cómo aguanté tanto tiempo sin tirarme encima de este libro, que me compré en Octubre de 2012? Ni idea. Lo que sé es que me falta sólo el último tomo, estoy a 12 míseros episodios del final y ya no tengo chances de leerlos antes de fin de año. Es una deuda conmigo mismo que prometo saldar en 2014.
En general, este tomo se parece bastante al anterior. Acá se nota un poquito más que a Brian Vaughan ya no se le ocurren tantas cosas para que le pasen a Yorick, con lo cual acentúa más la tendencia de abrirle el juego a los personajes secundarios. Así es como tenemos muchas, muchísimas secuencias (tanto flashbacks como del presente) centradas en la Dra. Alison Mann, en la agente 355, en la hermana de Yorick, en su mamá, en Alter Tse´elon y hasta en Ampersand, el monito, el otro macho que quedó vivo después del genericidio, que tal vez sea la clave para resolver este gigantesco misterio. Yorick no está exactamente de adorno: sigue siendo el único hombre vivo en el planeta y su cotización sigue en alza. Así es como nunca faltan las peripecias jodidas, las persecuciones, amenazas y capturas por parte de minas inescrupulosas que se quieren quedar con el último macho del mundo a como dé lugar.
Vaughan se mete él solito en un lindo brete: por un lado, se supone que las lectoras mujeres van a interesarse por esta serie, por el hecho de que –salvo el pibe del título- tiene un elenco íntegramente compuesto por mujeres. El guionista se hace cargo de eso, y labura mucho para darle a cada una de estas chicas de papel y tinta una verdadera carnadura humana, una verdadera tridimensionalidad. Las minas de Y: The Last Man son creíbles, complejas, de vez en cuando hasta entrañables. Pero claro, esta es una serie de aventuras, y para que haya aventuras tiene que haber villanos que hagan de las suyas. Y acá hay villanas. Capítulo tras capítulo, Vaughan nos estremece al mostrarnos las crueldades, las maldades, las aberraciones que son capaces de hacer estas minas, tan jodidas, ambiciosas, retorcidas y perversas como los villanos más turros que dio el género masculino. Con el agravante de que es más heavy, más shockeante, ver a una mina comportarse de modos tan bajos y miserables. O sea que el truquito del elenco 99% femenino se convierte en un arma de doble filo, que puede cautivar a las lectoras mujeres tanto como repelerlas u ofenderlas.
A mí la saga me tiene muy enganchado, aunque me queda claro que Vaughan está estirando, que a sólo 12 episodios del final, no transmite con demasiada claridad la sensación de que esto se está por resolver. Por supuesto, estira con secuencias muy gancheras y con diálogos brillantes, ingeniosos, repletos de onda... que no lo van a salvar de mis puteadas si esto desemboca en un final apresurado o anticlimático.
El ritmo descomprimido que Vaughan le imprime al relato hace real el sueño de todos los dibujantes: casi no hay páginas de más de cinco viñetas. Con esta tranquilidad, se reparten la faz gráfica el siempre excelente croata Goran Sudzuka y la canadiense Pia Guerra. Acá noto una mejora: no sólo hay más páginas de Sudzuka que en el tomo anterior, sino que además Guerra levantó su nivel y ahora hay menos diferencia entre el lujoso suplente y la otrora precaria titular. Por supuesto que los dibujos del croata se ven más sueltos, más expresivos, con chicas más lindas y fondos más elaborados. Pero por lo menos lo de Guerra ya no es un bajón profundo como el de los primeros tomos, en los que el dibujo tenía menos onda que el batero de U2.
Incluso con la gran cantidad de flashbacks que la interrumpen, la epopeya de Yorick Brown para descubrir por qué es el único macho vivo en la Tierra se apoya en consignas tan gancheras, que no hay más remedio que seguir preso de este relato hasta el final. Por si faltara algo, Brian Vaughan te tira, uno atrás del otro, momentos de gran tensión, nuevos y atractivos personajes, giros argumentales zarpados y pequeños datos que le dan grosor y sabor al misterio. No se puede pedir mucho más. Bueno, sí... más páginas dibujadas por Sudzuka.

sábado, 22 de junio de 2013

22/ 06: DAGO: SAQUEO DE ROMA Vol.2

No te dejes engañar por esa tapa fea, en la que Dago tiene el cuello demasiado largo y monta un caballo demasiado chico. Adentro, el dibujo de Carlos Gómez está tan zarpadamente bueno como siempre. No voy a reiterar item por item todos los hallazgos de este maestro, porque son muchos, y para no aburrir.
Me voy derecho al guión de Robin Wood, repleto de referencias históricas reales, hábilmente manipuladas para agregar a un personaje que no aparece en las crónicas oficiales: Dago no estuvo en el verdadero saqueo de Roma, y sin embargo mucho de lo que le pasa a los personajes que sí son parte de ese episodio histórico (el Papa Clemente, el Condestable de Borbón, Benvenuto Cellini, Antonia Medina, etc.) está motorizado por las acciones de este intrépido justiciero. ¿Cómo hacés para que las decisiones y las hazañas de Dago tengan peso en un contexto histórico ya determinado, al que no podés alterar sin convertir a esta saga en una ucronía y sacarla del género que estás explorando? La respuesta es sorprendente, y Wood la encuentra página a página, en un atractivo paseo sobre una cornisa muy finita.
Este es el Wood moderno, el que narra todo en base a la acción y los diálogos y se abstiene de meter esos potentes masacotes de texto que definieron su estilo en los ´60 y ´70. O sea que nos perdemos uno de sus rasgos más destacables, que es el lirismo de su prosa, su peculiar talento para la descripción de lugares y sensaciones no visuales, y a cambio ganamos un relato mucho más dinámico, en el que textos y dibujos se ensamblan de modo mucho más armónico, sin que uno aparezca groseramente sometido al otro. Y la otra ventaja de narrar casi sin bloques de texto: hacen falta más viñetas para contar lo mismo, y eso repercute en historietas más descomprimidas, en las que son impensables esas páginas con 14 ó 15 viñetas microscópicas de las que veíamos en los primeros trabajos del guionista.
En cuanto a lo negativo, dos cosas. Primero, lo que subrayaba la vez pasada: el Dago guacho-pija, que se las sabe todas, no duda nunca y acierta siempre. Un cúmulo de perfección física y moral imposible de quebrantar que a mí, personalmente, me llena muy rápido los huevos. Segundo, en el tomo anterior Dago reunió, en pocas páginas, a un nutrido y atractivo elenco de personajes secundarios. En este tomo, para mostrarnos que el héroe la está pasando mal en su lucha contra un enemigo mucho más poderoso que él, esos mismos secundarios caen como moscas, algunos sin haber tenido muchas chances de lucirse, o de desplegar su potencial. Para el final del tomo, a Dago le quedan... cuatro aliados, de los cuales tres están ocultos fuera de las murallas de Roma.
Me parece lógico que Wood mate a los personajes históricos que efectivamente murieron durante el saqueo a Roma, pero no es el caso: de los personajes “verídicos”, el único que muere en este tomo es uno que peleaba del lado de la horda imperial. El resto, son los mismos que el propio guionista se esforzó por crear entre el tomo anterior y este. Si leíste bastante Dago, ya sabés que generalmente sus amigos y las minas que pegan onda con él, son boleta. Y eso es algo que nunca me cerró, que me parece un error estratégico grave, sobre todo al tratarse de una serie abierta, de duración indefinida.
Me falta el final de la saga, nomás, un tomo que –me parece- trae un par de episodios que no estaban en la edición italiana que yo había leído hace varios años. Veremos cómo termina esta epopeya violenta regada de ambición, descontrol, odio religioso y atrocidades escabrosas. Sabemos que Dago se va a ir de ahí entero y sin mayores consecuencias. Y si conocés la historia, sabés qué va a pasar con el Papa y demás. Aún así –creeme- hay margen para que Robin Wood nos sorprenda con un par de giros argumentales y para que Carlos Gómez nos deleite, una vez más, con sus majestuosos dibujos, en hermoso blanco y negro y con un lindo rotulado digital, dos cosas que los lectores clásicos de Dago (acostumbrados a las masacres cromáticas y tipográficas de Columba) viven como una grata novedad.

viernes, 21 de junio de 2013

21/ 06: STRANGE SCIENCE FANTASY

Scott Morse es uno de los monstruos míticos que habitan en las márgenes del comic yanki, habitualmente relegado a proyectos raros en editoriales chicas, o a aportar historias cortas a antologías de las más variadas temáticas (de hecho, ya nos lo cruzamos un par de veces en los años que lleva el blog). Tuvo sus chispazos de exposición, allá por el 2004, cuando reemplazó a Kyle Baker en la revista de Plastic Man y le editaron Room Full of Strangers, un prestige que te lo vendían como si fuera de Batman, pero en realidad el protagonista era James Gordon. Lo cierto es que Morse es un eterno remador, al que nunca le llegó el reconocimiento que realmente se merece.
En 2011, IDW le publicó uno de sus trabajos más extraños y atractivos, que es el que hoy nos ocupa. A lo largo de los cinco primeros relatos de Strange Science Fantasy y casi hasta el final del sexto y último, se imponen estas características: historietas autoconclusivas, sin relación entre sí, sin personajes recurrentes, narradas sin diálogos, con franjas de texto rotulado a mano entre las viñetas, que son siempre tres y siempre en formato apaisado, excepto en alguna splash page. Con este esquema, Morse pela historias muy bizarras, con conceptos estrambóticos (el Shogunauta, un detective con cabeza de proyector de cine, un soldado curtidísimo que se hace gigante para luchar contra una raza entera de alienígenas, un boxeador mutado que adquiere el poder de cambiar de forma...), claramente orientados hacia la acción, aunque no todas las aventuras se resuelvan por la vía de la machaca.
Esto es la imaginación al poder, son ideas delirantes, de alto impacto, apoyadas por textos que –en un juego estilístico que remite a los comics de los ´50 y ´60- subraya lo extraño, lo único e irrepetible de lo que está sucediendo en las viñetas. Strange Science Fantasy quiere ser una mezcla entre parodia y homenaje a los comics “raros” de la época que va entre la Golden y la Silver Age, y por momentos recupera perfectamente ese peculiar sabor de los comics de monstruos de Jack Kirby, de invasores alienígenas de Steve Ditko, o de freaks con onda de Jack Cole. Hasta que llegan las últimas páginas del sexto episodio, y ahí Morse pega un giro genial e impredecible que alejan a estas historias del mero pastiche y las reformula para convertirlas en algo mucho más grosso, más cerca de Borges que de Kirby. Estas últimas páginas rompen la grilla de las tres viñetas widescreen, incorporan los diálogos y proponen una lectura de todo lo visto hasta el momento mucho más interesante.
Aunque eso no sucediera y el sexto episodio fuera uno más, Strange Science Fantasy iría al pilón de los excelentes libros editados en 2011 por los prodigios que despliega Morse en la faz gráfica. El dibujo parece hecho a mano alzada, directamente en tinta, con trazos gruesos, bien expresivos, al estilo del Jeff Lemire más salvaje, con un gran criterio para meter manchas negras. La estética, entre retro y caricaturesca, con poses (aunque no composiciones de viñetas ni de páginas) que remiten a Kirby, tiene algo de los trabajos más zarpados de Fernando Calvi de los ´90, o de los trabajos más recientes de Kyle Baker, pero todo más visceral, más jugado, más extremo. Hasta el rotulado se va al carajo. La magia que hace Morse con el pincel y la tinta se complementa con un laburo sublime en el color, que tiene muchísimo protagonismo. Entre texturas de revista vieja, Morse detona un arsenal de efectos logrados con técnicas digitales, que le suman muchísima fuerza a los dibujos y a los climas, a la vez que terminan de dotar a Strange Science Fantasy de una impronta visual absolutamente original, propia, nunca antes vista, a pesar de las influencias a las que Morse intenta homenajear. Esto es una aplanadora, de asombrosa potencia gráfica y hasta con un cierto lirismo freak, totalmente infrecuente en el comic de aventuras de género.
Además de un amplio background como animador, Morse tiene muchas novelas gráficas y muchos unitarios publicados, a veces en clave humorística, a veces más por el lado de la introspección o el vuelo poético, y casi siempre con guiños a los clichés de la historieta clásica, de género, algo que evidentemente apasiona al autor al punto de manejarlo de taquito. Virtuoso del dibujo y demoledor a la hora de la narrativa, Scott Morse es –sin dudas- un autor al que vale la pena seguir de cerca. Y este es un gran libro para iniciarse en este periplo, porque acá sobran ideas espectaculares, dibujos de la hiper-concha de Dios y -sobre todo- onda. Ah, y al final hay unas paginitas dibujadas por Paul Pope, un ídolo al que conoceremos muy pronto en Crack Bang Boom!

jueves, 20 de junio de 2013

20/ 06: BAKUMAN Vol.2

Qué grosso, cómo me estoy divirtiendo con este manga. Parece mentira: en Death Note, Tsugumi Ohba y Takeshi Obata nos obligaban a pensar, a deducir movidas cada vez más retorcidas, nos estrujaban los huevos de a poco con un misterio denso, tenso, irrespirable, lleno de dilemas morales jodidos. Y en Bakuman, todo lo contrario: acá la onda es pasarla bien, hinchar por los buenos, reirse de las boludeces que hacen, disfrutar con sus logros, olvidarse de todo y dejarse llevar por un tsunami de ilusión, de onda, de sueños adolescentes, de amor al manga.
El ritmo del relato también es radicalmente distinto: en un tomo promedio de Death Note pasaba bastante poco, y en cada tomo de Bakuman pasan miles de cosas. No tenemos transitadas ni 400 páginas y Takashi y Mashiro –con sólo 14 años- ya tienen una historieta publicada en una revista grossa de Shueisha. La historia ya está perfectamente definida, encaminada... tanto que no se me ocurre cómo carajo hacerla durar 18 tomos... pero bueno, ya veremos con qué me sorprenden los autores. Por ahora me sorprende la velocidad con la que avanzan, sin colgarse en boludeces que no aportan nada a la trama.
En una de esas, no es muy verosímil lo que está pasando. No sé, realmente, si en Japón hay chicos de 14 ó 15 años que publican mangas en las revistas de las editoriales más importantes. Por ahí es un delirio de Ohba, que no tiene sustento en la realidad. Tampoco me calienta demasiado, porque a los efectos de mostrarnos los primeros pasos de Takashi y Mashiro en el mundo del manga profesional, los autores despliegan un montón de información intramuros. Gracias a Bakuman, podemos ver de modo diáfano las maniobras, las políticas, los procedimientos, hasta las estrategias de los tipos que rara vez se hacen conocidos, que son los que arman esas antologías, los que deciden qué autores publican, cuáles hacen unitarios, cuáles acceden a serializar sagas más extensas... Todo eso acá está centrado en Akira Hattori, un personaje que en este tomo cobra una magnitud casi protagónica, un grosso absoluto.
Hay dos personajes más a los que Ohba y Obata desarrollan bastante: la noviecita de Takashi, la kilombera pero copada Miyoshi, y el joven prodigio del manga, el excéntrico y prolífico Eiji Niizuma, que sin conocer siquiera a los protagonistas, ocupa algo así como el rol del villano. Sin dudas es un personaje del que el lector quiere ver más, porque está muy bien presentado, en pocas pero muy atractivas secuencias. Por suerte, en este tomo hay menos Azuki, la chica de la que está enamorada Mashiro, una auténtica pelotuda. Cuanto menos Azuki, mejor. Y también esta vez hay menos flashbacks a la vida de Nobuhiro, el tío de Mashiro que quiso ser un mangaka famoso y nunca logró jugar en Primera. No me quejo, eh? Así como está, el elenco está muy interesante.
Una salvedad antes de meternos con el dibujo. Guarda, no creas en ningún momento que Bakuman es un manga “de no pensar”. Para nada. Todo el tiempo se nos invita a pensar en un tema fundamental, que se resume en la pregunta ¿Por qué algunos mangas tienen éxito y otros no?. Los chicos protagonistas quieren pegar un hitazo, ¿qué tienen que hacer para lograrlo? ¿Lo que a ellos les apasiona, o lo que exige una masa anónima de lectores a la que no tienen el gusto de conocer? ¿Se puede pegar un hitazo sin bajarse los lienzos? Ohba y Obata, que superaron con creces esa prueba con Death Note, dirán –obviamente- que sí, que se le puede vender un manga distinto a las hordas que idolatran a Naruto y demás shonens pochocleros. Pero eso no le garantiza la misma suerte a Takashi y Mashiro, ¿o si?. Veremos cómo se resuelve esa incógnita, que es la que a mí más me interesó en este tomo.
Y me quedan poquitas líneas para hablar del dibujo de Obata, que acá también agarra un camino distinto al que transitara en su magnum opus. Olvidate del realismo fotográfico. Acá eso existe sólo en los fondos. A la hora de dibujar a los personajes, Obata se zarpa mucho más, mete expresiones faciales mucho más exageradas y caricaturescas (sobre todo en las escenas con Miyoshi), deforma todo mucho más, juega más con la puesta en página, con las angulaciones de las viñetas... Todo se ve más suelto, más vivo, más fresco. Una gloria.
Por suerte, después de otro paréntesis larguísimo, Ivrea ya editó el Vol.3. Me faltan décadas para leerlo, pero por lo menos me quedo tranquilo, porque tengo 200 páginas más de este manga adictivo y entrañable, con el que aprendo cosas que no sabía sobre una industria apasionante, y además me cago de risa.

miércoles, 19 de junio de 2013

19/ 06: JONAH HEX: LUCK RUNS OUT

Una vez más, me voy al Lejano Oeste (Merlo, Paso Del Rey, esa onda...) a encontrarme con el cazarrecompensas más jodido de aquel violento Siglo XIX. Por suerte me esperan dos viejos amigos, Justin Gray y Jimmy Palmiotti, que no sólo no faltaron a ninguna cita en esta serie, sino que se mantuvieron al frente de la misma (ahora llamada All-Star Western) después del reboot de 2011. Ya llegarán las reseñas de ASW. Por ahora, lo que hay son seis numeritos de Jonah Hex, todos autoconclusivos, como me gustan a mí.
Aprovecho que se pueden leer en cualquier orden para empezar por el segundo, dibujado como la San Puta por el imparable italiano Giuseppe Camuncoli. Es una historia tan cruel, tan perversa y truculenta, que casi se va del western para enrolarse en el género del terror. Ni los guionistas ni el dibujante dan tregua, son 22 páginas tremendas, con una tensión asfixiante, en la que cada tres cuadritos decís “No! No podés! Pará un poco, animal!”. Una maravilla, sólo para lectores con mucho aguante.
La tercera ilustra perfectamente la compleja ética de Jonah Hex, su particular manera de entender “los códigos” del cazarrecompensas. Es otra historia redondísima, con más de un giro impredecible y un final perfecto. Por si le faltara algo, el maestro Jordi Bernet la realza con sus dibujos, siempre más caricaturescos que los del dibujante yanki promedio, aunque sin sacrificar filo ni sordidez.
La cuarta es bastante asquerosa, no sólo porque el dibujo de John Higgins no está a la altura, sino porque el argumento es macabro al pedo. Acá vemos a Jonah irse al carajo, humillar y torturar a un tipo que –equivocado y todo- sólo buscaba venganza. Y Jonah ha cometido auténticas atrocidades con tal de obtener venganza, con lo cual no se entiende bien por qué se le planta con tanta furia a este desgraciado. Y así como digo que el dibujo de Higgins no me gusta, es menester subrayar que la secuencia muda de las seis primeras páginas es una cátedra de narrativa, una parada dificilísima de la que el inglés salió más que airoso.
En la siguiente historia tenemos una vez más al español Rafa Garrés, habitual colaborador de esta serie, con su estilo raro, complejo para la lectura. Garrés combina un color clásico, muy logrado, elegante y de alto impacto, con un estilo de dibujo medio enroscado, una versión de Giraud o Hernández Palacios mezclados con esteroides y LSD. El resultado es hermoso a la vista, aunque complicado a la hora de seguir con fluidez el relato. Por suerte el guión no es de los mejores, se queda bastante en la machaca sanguinolienta.
El tomo cierra con una historia excelente, que arranca en tragedia y termina en una comedia fascinante, una vez más apoyada en la versatilidad y la expresividad del dibujo de Bernet. La tragedia de las primeras páginas tienen que ver con la historia del propio Hex, con el canon establecido por Gray y Palmiotti a lo largo de su años al frente del personaje. Un flashback nos resume la relación entre Hex y Mei Ling, el nacimiento de su hijo Jason y la huida de la mujer y el bebito, que sume al caracortada en una profunda depresión, regada con hectolitros de alcohol. Incluso destruído por la pena y el escabio, Hex acabará con la banda de Lucky Dave en una historia magníficamente resuelta.
Y dejé para el final a la primera, porque no sólo es canónica, sino que es crepuscular. El protagonista es un Hex ya veterano (cincuentaimuchos o sesentaipocos), que se encuentra cara a caripela horrenda con su hijo Jason, ya un adulto. Las primeras 14 páginas son chamuyo, no aportan nada. Pero las últimas 8 son emoción en estado puro, una sóla escena vibrante, de gran intensidad, en la que Gray y Palmiotti dejan la vida. Lamentablemente, el dibujante elegido es un Russ Heath ya muy viejito, al que le cuesta un huevo darle onda a lo que dibuja. Se nota el esfuerzo, la lucha de Heath para que las cosas que imagina en su cabeza aparezcan plasmadas en el papel, pero el fracaso es tan evidente como descorazonador. Una lástima enorme, por la calidad del guión y por la infinita chapa que los fans más veteranos le reconocemos a este maestro de intachable trayectoria, que en sus últimos años agarró trabajos en los que le fue imposible brindarse al máximo. Esta historia, con un dibujante más afilado, era un clásico instantáneo.
Una vez más, el balance del tomo da positivo. Me queda sin leer un TP más de la serie anterior y después sí, arranco con All-Star Western. Aguante Jonah Hex.

martes, 18 de junio de 2013

18/ 06: EL CUADERNO ROJO

Hora de visitar al glorioso Teddy Kristiansen, el más internacional de los maestros del comic danés, de quien –injusta e inexplicablemente- nunca había reseñado ninguna obra en los tres años y medio que lleva el blog. El título está mal traducido: debería llamarse El Diario Rojo, o a lo sumo La Agenda Roja. Digo, tomando como punto de partida el título con el que se conoció la obra en Francia, que fue el primer país donde se editó. No es un error grosero, y menos en comparación con el manoseo que sufrió esta historieta cuando la publicó Image en EEUU.
El Cuaderno Rojo se parece poquísimo a los trabajos que hizo Kristiansen para las editoriales yankis. Sólo en su número de Solo (valga la redundancia) hay historietas con estos climas, este ritmo y esta narrativa. Una de las historietas de aquel Solo (la que se titula Love Story) tiene tanto en común con El Cuaderno Rojo que –con mínimas modificaciones- hasta podría ser un capítulo de este libro. Por suerte, la que hoy nos ocupa no es una historia de amor. O sí, pero de amor al arte. Kristiansen nos presenta a William Ackroyd, un escritor viudo, que se pone a investigar la vida de William Miller, un poeta inglés de principios del Siglo XX. Sin embargo, termina por interesarse más por un amigo (y cuñado) del poeta, el enigmático Philip Marnham, un muchacho con talento para las artes plásticas que en 1910 se va a probar suerte a París. Ackroyd (y Kristiansen) reconstruyen la trágica vida de Marnham a través de cartas, dibujos, pinturas y sobre todo de diarios íntimos en los que el artista documentaba su vida cotidiana.
El ritmo de la obra es sumamente parsimonioso, avanza con la lentitud con la que avanzaban las cosas hace 100 años, y está muy contaminado de melancolía. El pobre Marnham no la pasa bien en París y la cosa definitivamente empeora cuando se le ocurre enrolarse en el ejército para pelear contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial. Los tramos en los que el protagonismo recae en Acrkoyd también tienen ese tono crepuscular, triste, esa cosa tanguera del “todo tiempo pasado fue mejor”. Eso es lo único que tengo para criticarle a Kristiansen, la falta de onda, de alegría, de una rendijita por la que filtrar aunque sea cinco centavos de esperanza. No esperaba un canto a la vida, repleto de optimismo y felicidad, pero tampoco un clima tan bajonero, sostenido durante tantas páginas. Incluso el epílogo, sumamente depresivo, podría no estar, como para que la historia no terminara tan para el orto.
El resto es una maravilla. Los bloques de textos son brillantes (y eso que Kristiansen suele trabajar con guionistas), los saltos de una época a la otra están muy bien planificados, todo tiene un vuelo poético muy alto, muy borgeano. Por momentos, uno sufre en carne propia las desgracias que narra el desdichado Marnham, cagado de frío en una trinchera espantosa, superpoblada de ratas y cadáveres en descomposición. De a poco, el autor nos da la información que necesitamos para completar el cuadro, para deducir por qué Philip abandona su carrera como pintor para sumergirse en el infierno de la guerra, todo de modo bien dosificado y coherente, aunque no predecible.
Como sucede a menudo, nada de lo dicho anteriormente importa, porque el atractivo principal de esta obra es, sin dudas, el dibujo de Teddy Kristiansen. Y cuando dibuja el Gran Danés, el guión puede ser la última de las giladas, que igual la hinchada va a delirar. Si sos fan de Teddy, esto te masacra. Nunca viste en este tamaño grandote páginas del ídolo a color directo y con tan pocos cuadros (nunca más de seis, muchas veces tres o dos). Acá se luce como nunca el trazo de Kristiansen, su línea tipo Egon Schiele, su personalísimo tratamiento del color (un poquito más cerca de Edvard Munch o Van Gogh), esa impronta rara, etérea, que se ve en los paisajes (hay muchos, algunos muy desoladores), su habilidad para la síntesis... Todo eso en viñetas grandes, muchas de ellas compuestas como si fueran a exponerse por sí solas en un museo, en las que se aprecian con claridad las texturas, los detalles, las sutilezas de este genio del dibujo. La narrativa tenía todo para fracasar (pocas viñetas muy laburadas, muchos bloques de texto de gran vuelo poético, etc.) y sin embargo funciona. Repito: le falta un poco de ritmo, pero aún así hay secuencias de gran intensidad, que subrayan con categoría las emociones que Kristiansen le hace vivir a Philip en el pasado y a Acrkoyd en el presente.
El Cuaderno Rojo es anti-pochoclo desde que empieza hasta mucho después de que termina. Es una historia de misterio, es cierto, a la que el Gran Danés atraviesa con el tema del amor al arte, la curiosidad de un escritor que siente que su tiempo se termina, y -sobre todo- con un crudo retrato de los horrores de la guerra. El resultado es una obra triste, que te deja con una profunda desazón, en grosero contrapunto con el infinito placer estético que provocan los textos y las imágenes que te obsequia un Teddy Kristiansen inspiradísimo. Belleza bajonera, pero belleza al fin.

lunes, 17 de junio de 2013

17/ 06: THE BIG BOOK OF LOSERS

Ahora sí, creo que ya tengo todos los Big Books que quería tener. Este está bueno, es muy divertido. No tiene esas genialidades que me dejaron boquiabierto en los dos Big Books que escribió Doug Moench, pero está muy bien. Tiene tres guionistas: Irwin Chusid (a quien no conocía), Nancy Ann Collins (la escritora de novelas de terror responsable de una etapa abominable de Swamp Thing) y el gran Paul Kirchner (nada que ver con Néstor y Alicia, aclaro rapidito, así no saltan los trolls), a quien conocía por sus historietas limadísimas para Heavy Metal y revistas under de los ´70. Este último es el que más guiones escribe, mientras que Chusid aporta sólo seis guiones, todos en el tramo dedicado a los fracasos musicales.
Como siempre sucede en los Big Books, los textos van al frente y son los que llevan adelante los relatos. Los dibujos ilustran (muchas veces en son de joda) algo de lo que se menciona en los bloques de texto, y los diálogos son adornos, chistes o boludeces ingeniosas. Esto, sumado a la gran cantidad de viñetas que tenemos en cada página (con la grilla watchmenesca de 9 cuadros como formato “hegemónico”) hace que los dibujantes casi no tengan chances de narrar. Lo suyo se limita a sumarle ilustraciones a los textos de los guionistas. Aún así, hay varios nombres que sacan chapa y brillo en esta dura parada. Veamos.
Bryan Talbot aprovecha para jugar con un estilo más funny y visceral, que le queda bárbaro. Tayyar Ozkan y Frank Quitely la rompen los dos con el mismo recurso: una línea finita, preciosista y de gran expresividad. El veterano Gary Morrow descolla al meter grises con tramas mecánicas. Además de lucirse con la portada, Glenn Barr descontrola en dos páginas magníficas, en las que ilustra la tremenda muerte de James Garfield. Jason Lutes, un virtuoso dueño de un trazo habitualmente adusto, casi pecho frío, acá deja la vida en cuatro páginas desopilantes. Al maestro Peter Kuper le alcanzan dos páginas para dejarnos una de las historietas mejor dibujadas del tomo. Otro que acumula infinitos logros en sólo dos páginas es Ty Templeton, que cuenta (como los dioses) los fracasos de Rudolf Hess. Y como en el Big Book que leí el año pasado, de nuevo sube al podio Joe Sacco, esta vez con sólo tres páginas, pero de un nivel devastador.
Otros dibujantes que aprovechan el clima jocoso del libro para experimentar con la línea y el estilo son Val Semeiks y Randy DuBurke. Ninguno llega al nivel de Talbot, pero los dos pelan muy lindas viñetas. Por el mismo lado va la búsqueda de Paul Gulacy y este sí, logra unos resultados maravillosos. Quisiera ver más trabajos del maestro en ese estilo más funny. Joe Staton, en cambio, prueba lo contrario y le va mal: se juega a una estética mucho más dark, con sombras muy fuertes, y su dibujo no se luce ni a palos como en sus trabajos más limpitos. La sorpresa más interesante fue Karen Platt, a la que no conocía, que me impactó con un claroscuro alucinante, muy europeo. Y me queda por ovacionar a un puñado de monstruos, casi todos con varios Big Books a sus espaldas, que sin moverse de sus estilos de siempre, aportan calidad y solvencia a la faz gráfica de las historias que les tocó ilustrar. Mirá qué nombres: Sergio Aragonés, Hunt Emerson, Roger Langridge, Rick Geary, Rick Parker, cinco páginas de un Ralph Reese inspiradísimo, prolijito, a años luz de las guarradas que hacía en los ´70, Richard Piers Rayner y el maestro español Carlos Ezquerra, al que le toca una historieta de cuatro páginas (la del fallido raid del FBI en Little Bohemia) donde tiene la posibilidad de contar la historia con los dibujos, y obviamente no la desaprovecha.
El balance general del libro da muy positivo. Me enteré de un montón de datos que desconocía, me divertí con la vida y los fracasos de varios perdedores entrañables, disfruté al ver estrellarse contra el fondo del precipicio a varios garcas que se lo re-merecían y me deleité con los dibujos de unos cuantos historietistas de primera línea, de esos que me ceban como para querer tener TODO lo que hicieron. Tal vez por eso, por las breves participaciones de 10 ó 15 ídolos de siempre, no descarto comprarme los Big Books que me faltan el día que los vea baratos. Por ahora, me bajo acá de esta hermosa colección con la que DC supo darle diversidad, alegría y onda al comic de los ´90.

domingo, 16 de junio de 2013

16/ 06: POWERS Vol.4

Bueno, era casi inevitable: este tomo me gustó un poco más que el anterior, que me pareció un delito a mano armada. Acá hay choreo, pero es menos brutal. Lo que Brian Michael Bendis y Michael Avon Oeming nos narran en más de 150 páginas podría haber sido una hermosa novela gráfica de 80 páginas, o –estirándola un cachito- dos lindos prestiges de 48. El problema es que esta vez Bendis no estira con lo que mejor le sale, que son los díalogos, sino que mete escenas flojas, que deberían aportar tensión pero no lo logran, principalmente todas esas centradas en los medios de comunicación y su cobertura (amarillista y berreta al mejor estilo de nuestros canales de noticias) de los tremendos sucesos que nos toca presenciar en este tomo. Bendis también prolonga hasta el infinito persecuciones y escenas de acción, pero por lo menos son escenas grossas, muy impactantes, y que nunca sabés cómo se pueden llegar a resolver.
La redención para este arco argumental viene por dos lugares distintos. Primero: estirada y todo, hay una trama fuerte y se resuelve de modo sorprendente. El trágico fin del grupo conocido como FG-3 está muy bien orquestado, abre puntas muy interesantes y plantea un dilema (vinculado a los seres con superpoderes) que dificilmente puedan plantear los autores que abordan el género superheroico desde un ángulo más careta, o más tradicional. Y segundo (y principal): todo lo que pasa afecta MUCHO a uno de los protagonistas. Sin dudas, lo mejor del tomo llega en el epílogo, cuando Bendis nos revela (en siete páginas brillantes) cómo afectaron a Christian Walker las cosas que pasaron y las decisiones que lo vimos tomar. Pobre Deena Pilgrim, está prácticamente de adorno durante toda la saga. Apenas si logra mechar un par de sus frases ingeniosas y habitualmente muy guarangas. Esta vez, Bendis se las ingenia para que toda esta bola de misterio, violencia y muerte le detone en la cara a Walker, el ex-supehéroe convertido en cana, y habrá que ver cómo se da vuelta la torta para que la serie recupere su status quo, porque el sacudón que recibe Christian tiene pasta de definitivo. Lo cierto es que, si imaginamos una versión resumida, sin toda esa perorata al pedo que no va a ningún lado, tenemos un excelente arco argumental, jugado, original, y muy importante en el desarrollo de la serie.
El dibujo de Oeming... está un poquito más raro, más desparejo. Tiene viñetas colosales y otras en las que se lo ve muy deforme, muy grotesco. Acá estrena colorista nuevo (Peter Pentazis), y se encuentra con toda una serie de efectos de iluminación, brillitos y texturas que antes no estaban y que le cambian bastante la impronta visual a la serie. La narrativa también tiene sus problemas, sobre todo en esas páginas dobles llenas de viñetas, en la que no está muy claro cuándo hay que bajar la vista para pasar a la segunda tira de cuadros. Como siempre, Oeming repite dibujos a lo pavote y no mezquina esfuerzos a la hora de dibujar fondos. Esta vez, no sé por qué, lo toleré más de lo que lo disfruté. Por ahí al ser una historia tan dark y tan truculenta, se achicó el margen para jugar con la estética cartoon que Oeming heredó de los creadores de Batman: The Animated Series. Lo cierto es que, si bien hay dibujos excelentes, el conjunto no me terminó de cerrar.
Al final, no sé si seguir adelante con Powers o si colgarla acá. Si la cuelgo, me quedo con un final triste, amargo, como el que tuvo ayer la novela de IndeBendiente. Y con un personaje (Deena) apenas explorado, al que nunca vi rozar siquiera su verdadero potencial. Veremos qué onda. Supongo que si veo baratos los TPBs que me faltan no me voy a resistir. Y si no, mala leche: si en cuatro tomos Bendis y Oeming no lograron sumarme a los fans incondicionales de la serie, por algo será. O como decían los fachos en los ´70, “algo habrán hecho”...

sábado, 15 de junio de 2013

15/ 06: DAGO: SAQUEO DE ROMA Vol.1

Esto lo había leído en italiano antes de empezar con el blog, en un tomito gordo, pulentoso, de una colección muy parecida a la de la Biblioteca Clarín, pero con muchos más títulos, que llegó a los kioscos tanos a principios de este siglo. Esta edición, si bien trae muchas menos páginas (y sale –proporcionalmente- bastante más cara), es mejor, primero porque está en castellano y la puede leer más gente, y segundo porque al ser más grande, permite disfrutar más del principal atractivo de la obra, que son los dibujos de Carlos Gómez.
El guión de Robin Wood no es malo, para nada. El ídolo hace los deberes, se documenta a full, se mete (y nos mete) de lleno en el período histórico que eligió para su infinita epopeya y sobre todo le pone emociones humanas a algo que de otro modo tendría la solemnidad y la distancia de un documento histórico, de un papiro, de algo antiguo, anquilosado y ajeno. Contados desde el llano, desde abajo del caballo, entre la mugre y la miseria (material y humana), los sucesos que Wood le hace presenciar a Dago cobran una dimensión más próxima, más vívida, y hasta te dan ganas de saber más sobre esas épocas oscuras (el siglo XVI), regidas por papas, monarcas y “nobles”, uno más ambicioso y rosquero que el otro. Lo que para mi gusto tira mucho paar abajo a estas historias es el propio Dago. Cuando era un esclavo miserable, cuando se hacía de abajo y cada empate le costaba un Potosí, Dago me caía bárbaro. Este Dago canchero, ganador e infalible me llena las bolas muy rápido. El tipo es perfecto: es el más duro, el más pillo, el más fuerte, el más hábil, el más piadoso, el más íntegro... Too much. Ya parece una especie de Batman que no tiene problemas a la hora de matar y que la pone de vez en cuando.
Y cuando el personaje es tan imbatible, y estás tan seguro de que va a salir entero de cualquier kilombo en el que se meta sin importar su magnitud, empezás a darle bola a los secundarios. Por suerte, en esta saga, Wood rodea a Dago de secundarios interesantes (todos sacados de los libros de historia) y –lo que más me cerró- ya van más de 120 páginas con el mismo villano, que todavía no es boleta. Enfeldt no es un villano al que le sobren los matices, pero el sólo hecho de que Dago no lo haya pasado a valores después de 120 páginas lo destaca mucho dentro del contexto de esta serie, en la que los que osan enfrentar al veneciano se compran el pasaje al Infierno en una sóla cuota y en el vuelo directo, que no hace escala en ningún lado.
Del dibujo de Carlitos Gómez ya hablé maravillas cada vez que me tocó reseñar un libro de Dago (y ya van unos cuantos). A este trabajo le corresponden todos los halagos, porque pertenece a la etapa ya madura del cordobés, en la que ya brilla en todo su esplendor, asentadísimo en su estilo dinámico, elegante, de gran realismo y a la vez con mucho margen para dotar a sus personajes de onda y expresividad. Ansío con locura esos álbumes de Gómez para el mercado francés, porque lo quiero ver narrar más de lejos, con menos primeros planos, que acá abundan en demasía. Me encanta la forma en que Gómez dibuja las caras, pero quiero ver más paisajes, más fondos, más personajes de cuerpo entero... y sé que en Dago eso no lo voy a ver nunca, por la cantidad de páginas que entregaba Gómez por mes a la editorial italiana que le encargaba este trabajo. Y por supuesto, esta edición ofrece la invaluable posibilidad de disfrutar de los dibujos de este monstruo en blanco y negro y acompañados de buenas tipografías, algo con lo que ni soñábamos en la época en la que leíamos a Dago en las revistas de Columba.
Yo ya sé para dónde va esta saga porque –repito- la leí hace varios años. También por eso, la expectativa para los próximos tomos es alta. Ojalá en esta segunda lectura se mantenga intacta la magia de la primera vez. Si todo sale mal y la historia no logra volver a atraparme, por lo menos me queda la alegría de ver a Gómez dibujando a un nivel altísimo. Felicitaciones a Comic.ar que se decidió a editar este material en nuestro idioma y abrazo académico para los hinchas de Independiente, que hoy vivieron en carne propia lo que vivimos nosotros hace casi 30 años. A Ber cuándo BuelBen ;)

viernes, 14 de junio de 2013

14/ 06: BEOWULF

Durante la segunda mitad de los ´80, la editorial First lanzó desde su base en Chicago varias novelas gráficas de altísimo nivel, varias de ellas firmadas por próceres como Howard Chaykin, Steve Rude, Tim Truman o John Ostrander. Su primera incursión en ese formato fue esta adaptación de Beowulf, publicada en 1984, muchos años antes de que la editorial apostara fuerte por las adaptaciones con su recordada colección de Classics illustrated, de la cual vimos un par de títulos en el primer año del blog.
Beowulf es un antiquísimo poema épico de autor anónimo (escrito en algún momento entre los siglos VIII y XI), quizás el más antiguo de los textos escritos en lengua anglosajona que hayan llegado hasta nuestros días. Sobre este texto trabajó Jerry Bingham (por entonces un dibujante menor, con cierta presencia en el mainstream de Marvel y algún laburito más fino publicado en Heavy Metal) para dar a luz a una historieta de 46 páginas, bastante ambiciosa para los parámetros de 1984. Beowulf resultaba irresistible para ser adaptada al comic por un motivo fundamental: es una historia violenta, sangrienta, de machaca entre monstruos y chabones musculosos, en la que nadie se escandalizaría si apareciera Conan repartiendo hachazos o espadazos. La fantasía épica en su vertiente de “espada y brujería” había demostrado su afinidad con el público del mainstream yanki ya desde pincipios de los ´70, y un formato más lujoso y sin censura podría ser un gran vehículo para impactar a los lectores que se abrazaban a ese género.
Y ahí fue Bingham, con un trabajo fino, atractivo, basado en un gran criterio a la hora de planificar las páginas, con un estilo que combina a Barry Windsor-Smith (referencia ineludible cuando hay bárbaros y monstruos de por medio) con Harold Foster, aunque la línea no trata de acercarse a la del gran dibujante de Prince Valiant. Su parentesco con Foster viene más bien por el lado de la elegancia y la sobriedad, por la incorporación del texto (que no aparece en forma de globos de diálogo), y en la composición de las páginas, sobre todo en las secuencias tranqui. Cuando estalla la machaca, el dibujo se va mucho más para el lado de Smith, con ese plumín finito abocado a describir texturas imposibles en piedras, metales y escamas de dragón.
Claro, hay que aclarar que Bingham (a quien muchos ubicarán por su Batman: Son of the Demon) no es tan buen dibujante como Smith o Foster. Es un dibujante correcto dentro del estilo clásico, con muy buena base de anatomía, mucho huevo para los fondos, narrativa linda, dinámica, con búsquedas interesantes, pero no es un genio. Tiene un problema fundamental: las caras. TODOS sus personajes tienen la misma cara, son todo hermanos gemelos, o clones. El único personaje que se distingue de inmediato es el Rey Hrothgar porque, al ser viejo, tiene el cabello y la barba grises. Si no, también sería idéntico a Beowulf y a todos los demás guerreros que lo secundan. Le pegué una repasadita veloz a Son of the Demon, y ahí esta falencia se nota bastante menos, por suerte.
Y el argumento... bueno, es el mismo del poema clásico. Acá todavía no existía esa vuelta de tuerca brillante que incorporó el largometraje animado de 2007 y que levanta enormemente a la historia. Aquel guión (en el que metió mucha mano Neil Gaiman) le da a la saga de Beowulf la cohesión que la original no tenía, y que tampoco tiene la adapatción de Bingham, que se lee como una sucesión de peleas contra bichos jodidos sin mucho más sustento que el de los “cheap thrills”. De todos modos, es loable la labor de la adaptación. Yo me acuerdo que en la secundaria, cuando estudiábamos Literatura Inglesa, la profe intentó hacerme leer Beowulf (en una edición que traía dos versiones del poema, una en inglés antiguo y una en inglés moderno) y yo me aburrí como un infeliz. La versión de Bingham no aburre en lo más mínimo, y eso que por un lado respeta muchísimo los textos originales, y por el otro lucha contra la restricción de tener que meter toda esa epopeya en sólo 46 páginas de historieta.
Hoy, esto no debe ser fácil de conseguir, pero te la recomiendo si sos fan de Jerry Bingham (alejado hace décadas del Noveno Arte), del Conan de Barry Windsor-Smith, si te comprás cualquier cosa con el loguito de First (conozco a un par de limados), o si sos fan de la serie Classics Illustrated, de la cual esta novela gráfica podría considerarse un número 0, un primer escarceo a ver qué onda. Ah, y si te gusta ese inconfundible olorcito que tenían las novelas gráficas yankis de los ´80, a esta te la vas a llevar a dormir con vos varias noches.

jueves, 13 de junio de 2013

13/ 06: RALPH AZHAM Vol.1

Uy, cómo me clavé, la puta que los parió! Veo este libro en el Previews, anunciado por Fantagraphics, y decía “96 páginas, u$ 15, tapa dura”. Yo dije “Bien! Están haciendo la Gran NBM: dos álbumes franceses en un mismo tomo, a muy buen precio, y en hardcover” y obviamente me lo pedí, feliz por la enorme diferencia de guita que habría con la edición española, que en ese momento no existía y ahora ya anda por ahí, a la venta en varias comiquerías de Buenos Aires... Me llega el libro y me quiero cortar la pija en Juliana. La edición de Fantagraphics ofrece en cada página... MEDIA página de la edición francesa! O sea que en 96 páginas, sólo entra el primer álbum de esta serie que ya tiene cuatro tomos publicados en Francia. Estos hijos de puta de Seattle inventaron un formato nuevo bizarrísimo, apaisado, un toque más alto que el formato que usa De la Flor para los libros de chistes de Alberto Montt. Una verga, un sinsentido, una cosa pesada (por las tapas duras), chiquita y difícil de guardar. Y encima, por más que me la disfracen, son u$ 15 por menos de 50 páginas de historieta, o sea, un delito a mano armada.
Por suerte, una vez que amainó el vendaval de puteadas, me senté a leer el libro, y me encontré con una historieta sencillamente brillante, quizás el mejor guión que le vi firmar al genio Lewis Trondheim. Ralph Azham tiene el ingenio, el humor corrosivo y la sensación de que puede suceder cualquier cosa que tenían los mejores álbumes de La Mazmorra, y además es totalmente original, no es una parodia de nada, no abreva en los tópicos de ningún subgénero clásico, no juega a los guiños cómplices al lector.
La historia está ambientada en una aldea medieval, ubicada en un terreno agreste, rodeada de montañas y de una represa pensada (como los “zancos” sobre los que se elevan las casas) para que la aldea no se inunde cada vez que crece el río. En este entorno, bastante retrógrado y endogámico, se mueven personajes jodidos, entre los que cuesta encontrar algo así como un héroe. El joven Ralph es el protagonista, pero es un auténtico imbécil, un cagón, un ganso con una enorme habilidad para mandarse cagadas. En el medio hay dos tramas muy interesantes: por un lado, la amenaza iniminente de una horda que saquea caminos y poblados, y por el otro, un extraño suceso en la infancia de Ralph, cuando debió presentarse ante el Enviado, quien decidiría si el chico era o no uno de los Elegidos. Trondheim decide develar aquellos sucesos de a poquito, por etapas, y logra un efecto dramático de enorme impacto, un volantazo impredecible y magistral, que nos hace ver desde otra óptica todo lo sucedido hasta el momento, en especial la relación entre Ralph y Bastien, su padre. El final resuelve apenas uno de los conflictos y abre la saga en una dirección muy atractiva. Me dejó cebadísimo, cortando clavos con el orto hasta que salga el Vol.2 (que ni en pedo me compraré en la edición yanki).
El dibujo es glorioso. Trondheim deja la vida en cada viñeta (y cada una de estas paginitas tiene muchas), se mata en los fondos, no le escapa a dibujar multitudes, largas escenas de diálogo, escenas de acción al recontra-palo y –cerca del final- una secuencia muda majestuosa, en la que pasan miles de cosas y todo se entiende y se siente a pleno. Por supuesto, le salen de taquito esas expresiones faciales que tanta comicidad le agregan a la historia. De tanto leer Les Petit Riens (Little Nothings, en la edición de NBM), yo ya me había acostumbrado al Trondheim que se colorea a sí mismo, a acuarelazo limpio, con vuelo, con onda, pero a mano alzada, dedicándole... cinco minutos al color de cada página. Acá, en cambio, me encuentro con Brigitte Findakly, esposa de Trondheim y colorista de los mejores álbumes de Joann Sfar, abocada a convertir a Ralph Azham en uno de los comics visualmente más logrados de la vasta trayectoria del ídolo. Acá, ningún cinco minutos. Findakly trabaja con dos paletas complejísimas (una para el presente y una para los flashbacks), agrega unas texturas sutiles y hermosas (algo que rara vez queda bien en contraste con la línea de Trondheim) y labura con inmejorables resultados los efectos de iluminación, apenas sugeridos en el trazo de su marido.
Ralph Azham está, sin dudas, entre las mejores series que tiene hoy el mercado francés. Es un relato hipnótico, que va para adelante a fuerza de accidentes, mentiras, caprichos, contradicciones y choques entre gente de mierda, incapaz de ponerse un segundo en el lugar del otro. Como pasaba con Lapinot y La Mazmorra, el dibujo parece sugerir que está apuntada a chicos o adolescentes. A medida que la leés, te cae la ficha de que no, de que es una aventura que parece clásica, pero es retorcida, oscura, empapada de cinismo y mala leche. Es así, amigo viñetófilo. Lewis Trondheim lo hizo otra vez. Otra vez logró hacerme adicto a una serie suya y a hacerme sospechar que su último trabajo quizás también sea su mejor trabajo. Gracias por la magia.

miércoles, 12 de junio de 2013

12/ 06: ROCKETEER ADVENTURES Vol.1

Hacía bastante que no me tocaba una antología, no? Y muchísimo que no le entraba a un comic yanki de los últimos años.
Esta antología de 2011 está muy buena. A los cráneos de IDW se les ocurrió relanzar a Rocketeer, la serie que creara el finado Dave Stevens allá por 1981 y que explotara muy poquito, más allá de que tuvo un largometraje bancado por Disney. Sin Stevens de por medio, la mejor opción resultó una antología, con historias cortas (ocho páginas) a cargo de grandes luminarias del mainstream actual, con portadas de Alex Ross y toda la fanfarria. Veamos cómo les fue.
Arranca un muy inspirado John Cassaday que escribe y dibuja tan pegado al estilo de Stevens (capo absoluto de la línea clásica y elegante) que hay que mirar varias veces los créditos para no creer que es el maestro que volvió del más allá. Excelente trabajo del “Facha”, aunque no se luzca su impronta personal. Michael Allred, en cambio, le pone todas las fichas a su impronta personal, siempre fresca y atractiva. Lástima el guión, que no aporta nada, a pesar de estar muy imbricado (con perdón de la palabra) a la segunda saga grossa de Stevens, Cliff´s New York Adventure. Al maestro Kurt Busiek le toca bailar con la más linda: en su historieta (bellísimamente dibujada por Michael Kaluta), casi no aparece Rocketeer y todo se basa en su novia, la sensual y aguerrida Betty. Por ahí no es una joya, pero está muy bien escrita y dibujada.
La historia que más me gustó, la que por temática, ejecución y subtextos más arrima al calificativo de “joya” es la de Mark Waid y Chris Weston (otro que oculta su impronta para “disfrazarse” de Dave Stevens). Son ocho paginitas, nada más, que a Waid le alcanzan para contar una linda historia y para bajar línea acerca de “el pecado original”, es decir, el empome sistemático de las editoriales a los chicos que crearon a los superhéroes más grossos allá por fines de los años ´30. La de Darwyn Cooke es la única de 7 páginas y el guión es muy menor. De todos modos, al estar tan bien dibujada, no importa un carajo el guión. Importa la magia gráfica del canadiense, que levanta un vuelo alucinante. El ignoto Lowell Francis firma un guión lindo, intenso, con jueguitos entre texto e imagen que remiten a Alan Moore. Lo acompaña el siempre grosso Gene Ha, con muchas pilas y más fondos que de costumbre.
Otra que se sube al podio es la de Ryan Sook (¿lo tenías como guionista?), una aventura chiquita, sencilla, muy redonda y muy emotiva, con magníficos dibujos. Joe Lansdale y Bruce Timm no ofrecen una historieta, sino un cuento ilustrado. No me interesó como para leerlo, me colgué con los fastuosos dibujos de Timm. Otro guionista ignoto, Jonathan Ross, firma un guión digno, entretenido, al que el gran Tommy Lee Edwards no le encuentra la vuelta. Pareciera requerir más de 8 páginas... no sé bien por qué se entorpece el relato con el correr de las viñetas... Lo cierto es que no funciona como debería.
Dave Gibbons y Scott Hampton forman dupla para otra historia chiquita y linda, sin mayores pretensiones y sin mayor trascendencia, tampoco, más allá de la solvencia de ambos próceres. El guión de Joe Pruett es el más zarpado, el más al límite, el que nos cuenta en poquísimas páginas una secuencia que bien podría haber sido el climax de una saga grossa de Rocketeer. Lo acompaña un Tony Harris excelente, que abandona el vicio de meter fotos a mansalva y dibuja en un estilo muy orgánico, casi al filo de la caricatura, muy hermoso y con una narrativa infalible. Y cierra una dupla de grossos sub-valorados, John Arcudi y Brendan McCarthy, con otra historia que daba para mucho más, con un peligro heavy, una villana que pedía a gritos más desarrollo y una buena idea desaprovechada por la obligación de rematarla en 8 páginas. McCarthy está muy controlado, no pela en ningún momento su estética extrema, al filo del delirio, y aún así, tirándose a menos, demuestra su insoslayable talento como dibujante y narrador.
El promedio da muy alto, el reencuentro con Cliff Secord, su novia, su perro y su amigo Peevy fue muy grato, la edición es majestuosa y el problema es uno sólo: los precios que le pone IDW a sus lujosas publicaciones. Si lo ves a un precio accesible (como me pasó a mí), no lo dudes. Si no, que la sigan chupando.

martes, 11 de junio de 2013

11/ 06: MAN OF STEEL

Ahora sí, puedo explayarme acerca de esta película que vi el viernes y me pareció excelente. Vamos a tratar de spoilear lo menos posible, porque supongo que la mayoría la verá a partir del jueves.
Los hallazgos de Zack Snyder son muchísimos, de verdad. Creo que lo mejor que hizo fue estudiar a fondo la irredimible Superman Returns para detectar todo lo que no funcionaba en aquel bodrio y agarrar para el lado contrario, algo similar a lo que vimos en The Amazing Spider-Man en relación a la trilogía de Sam Raimi. Snyder hizo milagros con la doble consigna de ser lo más fiel posible a la esencia del personaje y a la vez cagarse lo más posible en la peli de 2006. ¿Bryan Singer le daba mucha bola al Daily Planet? Acá aparece lo mínimo indispensable. ¿La trama giraba en torno a Luthor y la kryptonita? Snyder no nombra a ninguno de los dos. ¿En Returns no se hacía hincapié en el origen alienígena del héroe? En MOS no sólo la trama gira en torno a eso, sino que además se redefinen por completo Krypton y los roles de Lara y –especialmente- Jor-El, que tiene tanta chapa que casi se morfa la película.
Como pasó con Gotham en la trilogía de Batman de Christopher Nolan, acá no se le da mucha bola a Metropolis. Es una ciudad más, a la que apenas se nombra. A Smallville ni siquiera eso. Vemos un cartel con el nombre del pueblo y gracias. Ahí hay otro hallazgo: durante mil años, una serie de TV batalló para que relacionáramos a los primeros años de Superman con Smallville y Metropolis. Snyder agarra para otro lado y le da un tinte mucho más global a estos “años secretos” en los que Clark le agarra el gustito a esto de ayudar a los demás con sus poderes. Otro tema interesante es el de la doble identidad: al ver esta peli, te cae la ficha de que ese tópico que generalmente resulta una forrada no es una forrada, sino que simplemente no estuvo bien manejado en las versiones anteriores. En MOS el secreto de que Clark es Superman está planteado de un modo totalmente rupturista, 100% impredecible y además brillante.
La otra peli a la que hay que hacer referencia es, sin dudas, Avengers. Me juego la chota a que Snyder se la estudió de memoria, para contar cuántos edificios, autos y naves se destruyen en ese film... y destruir muchos más! Si en algún momento de Avengers la sobredosis de machaca y destrucción te hizo decir “Paren un poquito, muchachos, dejen algo entero”, acá vas a ver un “quiero retruco” jodido, en el que –posta- no queda NADA entero. Por suerte, más allá de su increíble espectacularidad y su marcado protagonismo, la machaca no se lleva puesto al argumento, no es pochoclo por el pochoclo mismo.
¿Guiños comiqueros? Muchos. Me quedo con uno que me emocionó. ¿Te acordás cuando comentamos Secret Identity, y yo ovacionaba al maestro Kurt Busiek por haber escrito una escena PERFECTA, que cualquier guionista que metió mano en Superman hubiese querido escribir? Bueno, en la peli están ESOS MISMOS DIALOGOS, textualmente transplantados, aunque repartidos en dos escenas distintas. De todos modos, dejate cebar por ESTA versión de Superman, sin colgarte demasiado en encontrar guiños a las otras. MOS garpa a full y seguro va a dar pie a muy buenas secuelas.
La música, buenísima. Los efectos especiales, perfectos. El elenco: creo que la que menos me cerró fue Lois Lane, no porque Amy Adams actúe mal, sino porque la Lois de 2006 (Kate Bosworth) estaba mil veces más fuerte. El resto, muy grosso. Yo -que no consumo cine- no conocía a Michael Shannon, y me encontré con un actor intenso, talentoso... un lujo. Diane Lane, viejita y todo, sigue siendo hermosísima y le pone onda y calidez a una Ma Kent insuperable. Kevin Costner aparece poco, pero se lleva una de las escenas más emocionantes de las dos horas y 10 que dura la peli. Laurence Fishburne también aparece poco y parece el papá del chabón que hacía de Morpheus hace 10 años en las infaustas secuelas de Matrix. Y un actor al que yo detesto, el habitualmente insulso Russell Crowe, acá se pone a la altura de un papel grossísimo. Henry Cavill, impecable, un auténtico Superman, de punta a punta.
Por fin, después de siglos de aburrirnos con telenovelas chotas y bodrios introspectivos, Superman se carga al hombro una peli de SUPERHEROES con todas las letras. Con muchísima ciencia-ficción, aventura, romance, cataclismos zarpados, un poco de runfla política... pero siempre basada (como toda buena historia de superhéroes) en el conflicto a todo o nada entre monos con superpoderes, dispuestos a dar y repartir sin asco. MOS tiene ritmo, tiene escenas MUY emotivas (estuve dos veces al borde del lagrimón) y tiene un respeto nunca antes visto por la esencia de lo que un superhéroe debe ser.
Y si te faltaba algo para convencerte de ir a verla, te tiro la fatality: No aparece Jimmy Olsen! Gloria y loor a Zack Snyder, que ya me había hecho pasar un gran momento con su adaptación de Watchmen.