el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 27 de febrero de 2019

MIERCOLES DE MATERIAL RECIENTE

Hoy se me juntaron para reseñar dos publicaciones bastante recientes, ambas aparecidas en 2018.
Arranco con el nº1000 de Action Comics, una antología de 80 páginas, con lomito, muy buen papel y ni uno solo de esos millones de avisos nefastos que hacen que uno no quiera coleccionar issues ni aunque fueran gratis. La historia más extensa la escribe y dibuja Dan Jurgens, masacrado sin piedad por las horrendas tintas de Norm Rapmund. No es que el dibujo sea sublime, pero uno que leyó mucho a Jurgens se da cuenta de que, con entintadores menos chotos, los trabajos de este autor se ven mucho mejor. El guión es un poquito frío, pero tiene la buena intención de poner el foco en los vínculos de Superman con sus amigos y su ciudad, no tanto en la machaca. Peter Tomasi acomete la dura tarea de armar una historia con 15 splash-pages dibujadas con mucho power por Patrick Gleason… y por suerte le queda algo bastante presentable. La que dibujó Curt Swan no la pude leer porque hice patito precisamente contra el dibujo.
La de Geoff Johns y Richard Donner tiene unos dibujos zarpadísimos de Olivier Coipel, pero no me interesó para nada. La misma ecuación (dibujos de la San Puta, guión rayano en la nada misma) experimenté con la de Scott Snyder y Rafael Albuquerque y con la de Tom King y Clay Mann. Tanto Louise Simonson (que trabaja junto al maestro Jerry Ordway) como Brad Meltzer (cuyo guión fue dibujado por John Cassaday) tratan de ofrecer una vueltita más, un ganchito más atractivo en los guiones, pero lo logran sólo a medias. Acá tenemos también el debut de Brian Michael Bendis en los títulos de Superman, con 12 páginas que funcionan como prólogo a la miniserie The Man of Steel, que se quedan en la machaca a todo o nada contra el enésimo villano alienígena sin personalidad. Encima dibuja Jim Lee, que (por lo menos para mí) ya perdió toda sorpresa y todo atractivo.
Dejo para el final la mejor historieta del librito: Actionland, una cátedra de apenas cinco páginas de los próceres Paul Dini y José Luis García López, sencilla, divertida, impredecible y exquisita. Me imagino que a los muy fans de Superman este especial los emocionará mucho más que a mí. Yo me llené los ojos con unos dibujantes magníficos, pero a nivel guiones, encontré muy poco para rescatar.
Me vengo a Argentina, para leer El Loco Komare y Otras Historias, un librito que marca el reencuentro entre Fabio Zurita y Francisco Baron, la dupla detrás del libro reseñado un lejano 26/12/13. Esta vez tenemos una historieta de 24 páginas, una de 18 y un montón de relleno (textos, relatos en prosa con ilustraciones, bocetos, carátulas, hojas en blanco, etc.). Y tenemos además un salto cualitativo muy notable en el trabajo de Francisco Baron, que acá ya muestra nivel de sobra para ocupar un lugarcito en la mesa de los grandes dibujantes de historieta que hay hoy en nuestro país. Las dos historietas, pero sobre todo la primera (la que da título al libro), tienen mucho espacio para secuencias mudas, en las que el dibujante se pone el relato al hombro con una solvencia y un aplomo indescriptibles. Acierta en los ángulos, en los detalles que enfoca, se zarpa en el armado de la página, le pone toda la garra a las expresiones faciales para enfatizar lo grotesco o lo bizarro de las situaciones que tiene que narrar y la rompe cuando pone los grises con el Photoshop. Un laburo realmente excelente, absolutamente consagratorio de Baron, que andá a saber por qué no es mucho más conocido en el ámbito local.
El guión de El Loco Komare es simple, sin pretensiones, un poco más que una mera acumulación de anécdotas, cuyo principal atractivo es el impacto de algunas secuencias bastante violentas… y obviamente los huevos para animarse a contar casi toda la historia sin textos. En la otra historieta (La Otra Explotación) se habla un poco más, pero la temática me interesó un poquito menos. Acá Fabio Zurita nos cuenta varias peripecias medio inverosímiles que vive Lucho, en su ruta hacia un encuentro entre poetas… que terminará con todos peleados entre sí por diferencias políticas. Es una historieta divertida, intensa, que arranca como una mezcla entre humor y aventura (aventura a nivel urbano, bien croto, casi lumpen) y termina con una especia de sátira a las eternas divisiones entre los intelectuales de la izquierda y sus alrededores. Recomiendo este librito a los buscadores de rarezas dentro del panorama actual de la historieta argentina, y por supuesto a los que quieran disfrutar del talento de un Francisco Baron inspiradísimo.

Y nada más. Por ahí vuelvo a postear mañana, por ahí queda para el viernes, pero ya tengo material leído como para escribir nuevas reseñas. Hasta muy pronto.

lunes, 25 de febrero de 2019

LUNES POR LA MADRUGADA

Ayer se me complicó encontrar un rato para reseñar los libros que había leído en los últimos días, por eso hoy arranco a escribir boludeces más temprano que de costumbre.
Quería leer comic británico raro, que no fuera de aventura convencional, y así me metí con The Luck in the Head, una novela gráfica de 1993, que venía con la chapa de haber sido editada por Victor Gollancz, un sello identificado con un paladar exquisito para elegir el material. Si mi cultura literaria fuera más vasta, también me habría resultado atractivo el dato de que The Luck in the Head era originalmente un cuento de M. John Harrison, consagrado escritor del cual es muy fan Neil Gaiman. El propio Harrison trabajó en la adaptación al comic del cuento, junto a un dibujante que venía del palo de la ilustración: el asombroso Ian Miller, que no sé si tiene otras historietas aparte de esta.
Lo cierto es que, una vez que me sumergí en la novela, me encontré con un pantano narrativo, un choque de frente a 160 kmh entre imágenes y texto imposible de sobrellevar. Miller es un dibujante prodigioso, una mezcla incandescente entre Luis Scafati y Barron Storey, con un manejo colosal de técnicas pictóricas que van de las fotos recortadas a los estallidos abstractos de colores y formas. Maravilloso para mirar, tremendo para leer. No sólo abusa de las splash-pages (lógico, viene de la ilustración), sino que cuando trata de armar páginas con varias viñetas rara vez le queda algo presentable. Y por si esto fuera poco, rotula todo a mano, con una caligrafía muy retorcida, muy difícil de decodificar. Y por si todo lo anterior fuera poco, está mal dosificado el texto: hay páginas donde vemos sólo imagen, con apenas una o dos frases tomadas del cuento de Harrison, y páginas donde el texto copa la parada y casi no deja espacio para los dibujos de Miller, que aparecen chiquititos, casi en las márgenes. Todo esto conspira para que The Luck in the Head se convierta en una lectura ardua, procelosa, un laberinto del terror repleto de trampas y pozos ciegos, tipo Comodoro Py.
La trama del cuento/ novela gráfica tampoco ayuda, ya que se trata de un relato onírico, por momentos críptico, donde muchísimas cosas de las que suceden se rigen por la”lógica” de los sueños. Hay un cierto trasfondo político, cierta intención de darle como en bolsa a Margaret Thatcher y su funesto gobierno, pero hay que leer MUY entre líneas para encontrarlo y la verdad que el dibujo de Miller no ayuda, porque te volvés loco mirando técnicas, detalles y demás magias que tira el iustrador. En fin, menos mal que lo pagué barato…
Tenía pendiente la segunda mitad de La Chica a la Orilla del Mar, el manga de Inio Asano cuyo Vol.1 vimos el 24/09/18. En dos palabras: un bajón. El dibujo es fastuoso, los climas son increíbles, pero argumentalmente se me cayó a pedazos. La trama de la muerte del hermano de Isobe tiene poco peso y se desactiva durante muchísimas páginas. La trama del vínculo entre Isobe y Sato se desarrolla poco, Asano le dedica muchas menos páginas que en el Vol.1. Lo que pasa entre la parejita de quinceañeros está muy bueno, es sin dudas lo más interesante del tomo (por no decir lo único). Lamentablemente, el espacio que no ocupan ni la trama policial ni la del “romance” entre los protagonistas es bastante amplio, y Asano se lo dedica a un montón de personajes secundarios que giran básicamente en torno a Sato, de los cuales ninguno me generó el menor interés. Todas estas chicas y chicos que se enamoran, que compiten entre sí por el chico o chica que les gusta, que se confiesan boludeces como si fueran importantes, que se organizan para participar del Festival Cultural en medio de esa tormenta furibunda… todo muy menor, muy chato, a años luz de la fuerza del Vol.1 cuando todo pasaba por Sato, Isobe y el deseo sexual que explotaba entre ellos.    
Por supuesto que Asano te tira algunos diálogos brillantes, alguna secuencia con más vuelo poético, e incluso un garche entre los chicos mucho más subido de tono que los del tomo anterior. Pero todo lo bueno que tiene esta segunda mitad se diluye entre el relleno, entre largas secuencias en las que no avanzan ni un milímetro las dos tramas más atractivas que ofrecía la obra. Me la guardo por los dibujos del ídolo, que acá alcanzan un nivel… conmovedor.

Y nada más, por hoy. Volvemos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.  

jueves, 21 de febrero de 2019

JUEVES EN CASA

Hoy es mi cumpleaños y hace mucho calor, con lo cual decidí no moverme de mi casa en todo el día. Aprovecho para escribir las reseñas de algunos libritos que leí en los últimos días.
Me bajé el Vol.3 de The Invisibles, con los últimos nueve episodios de lo que fuera la primera serie. Seis de estos nueve episodios van para adelante de modo muy lineal, y continúan la trama que empezó en el tomo anterior: King Mob y Lord Fanny están prisioneros de la Conspiración y hay que liberarlos como sea. En el primer arco, el gran protagonista es Gideon Stargrave, o Gideon Starorzewski, o Kirk Morrison, o King Mob, como más les guste. Acá es donde la vida real de Grant Morrison se empieza a entrelazar con la/s vida/s ficiticia/s de este personaje complejo y fascinante, al que vemos soportar los más ignominiosos tormentos. Es un arco osado, con secuencias ambientadas en distintas épocas y distintos planos de realidad, dibujado como los dioses por Phil Jiménez.
En el segundo grupo de tres episodios, Morrison reparte mucho más el protagonismo entre todos los miembros del elenco de la serie. Son tres números básicamente de combate, con espacio para tirar ideas limadas y diálogos ingeniosos, lo cual justifica que esté bastante estirado. Para desgracia de mis retinas, acá regresa el funesto Steve Yeowell, al que esta vez entinta el veterano maestro Dick Giordano. Por momentos, el trazo firme de Giordano logra ocultar la impericia de Yeowell, pero en la gran mayoría de las páginas se ve un dibujo chato, tosco, sin alma y sin talento.
En cuanto a los unitarios, uno va para atrás, para narrarnos un extenso flashback al pasado de Boy. El dibujo de Tommy Lee Edwards es magnífico, pero se luce poco por la brutal cantidad de texto que mete Morrison. Otro unitario va en paralelo a la saga central y tiene que ver con el díscolo Dane McGowan, al que finalmente convencerán para que vuelva a unirse al resto el grupo. Una vez más, los dibujos están a cargo de un excelente Paul Johnson. Y el último unitario es miti-miti: combina escenas del pasado con escenas que funcionan como epílogo a la saga principal, todo centrado en Mister Six y sus adláteres. Está medio estirado, es cierto, pero acá están los diálogos más graciosos del tomo y algunas de las ideas más zarpadas y escabrosas. El dibujo es obra del siempre grosso Mark Buckingham.
En síntesis, para 220 páginas de historieta la trama avanza bastante poco, pero sin embargo el tomo me resultó entretenido, con momentos emotivos, impactantes, bizarros y hasta cómicos. Vuelvo a entrarle pronto a esta magnum opus de Grant Morrison.
Mientras tanto, me vengo a Argentina a 2018, cuando aparece 48, Muerto que Habla, una novela gráfica escrita y dibujada por el tucumano Segundo Moyano. El libro tiene dos trampas: una ilustración de portada (del magnífico Carlos Barocelli) en un estilo que no tiene nada que ver con el que vamos a ver en las páginas interiores, y 17 páginas de relleno, que no forman parte de la historieta y podrían tranquilamente no estar.
¿Qué diferencia a 48, Muerto que Habla de otros intentos por crear comics más o menos superheroicos ambientados en Argentina? Que Segundo Moyano no disfraza su trazo de comic yanki. No se quiere parecer a ningún dibujante de los conocidos, no se sube a ninguna estética ya impuesta. Muere en su ley, con ese trazo violento, fuerte, lleno de rayitas, muy funcional al relato, con cuerpos macizos, casi gordos, todo muy jugado a un dinamismo extremo. Y además me parece que ningún otro autor argentino abrazó tan fuerte al grim & gritty urbano como lo abraza Moyano. No recuerdo haber visto a otro “héroe” argentino matar a tantos delincuentes, ni armar los kilombos que arma 48 en estas páginas.
El guión es muy introductorio, y a la vez muy eficaz a la hora de explicarnos quién es este personaje y por qué hace lo que hace. Los flashbacks están muy bien calzados (aunque no me copó la estética del dibujante Jorge Endrizzi, que es quien los ilustra), el rol de la cana y los villanos está muy bien pensado, funciona todo bastante bien. No seré yo quien cuestione el uso de los bloques de texto para hacer narrar al protagonista en primera persona, ni tampoco el que descubra lo bien que funciona eso en los relatos grim & gritty, para enfatizar el clima e incluso en el contraste entre el lirismo de la prosa y la violencia y la sordidez de las situaciones que nos muestran los dibujos. Moyano abusa un poquito de este recurso y nos bombardea con MUCHOS bloques de texto muy voluminosos. Incluso cuando el ritmo del relato no da para meter bloques de texto, estas frases profundas, potentes, casi poéticas aparecen (medio a presión) en los diálogos, lo cual atenta contra el verosímil, porque Moyano le hace decir a 48 cosas que ningún ser humano diría jamás en una conversación normal. Lo bueno es que el nivel de esos textos es realmente notable, no dicen giladas ni ensayan un vuelo que termina hecho mierda contra el piso, como otros guionistas que se creen poetas sin tener con qué.
48, Muerto que Habla es un comic distinto, muy violento, atractivo sobre todo para los fans de los justicieros urbanos tipo Punisher, pero con un filo argento y una veta introspectiva muy lograda.

Gracias por estar ahí y nos reencontramos ni bien tenga un par de libros leídos como para reseñar. ¡Hasta entonces!

lunes, 18 de febrero de 2019

LUNES A TODA ACCION

Luego de la contundente victoria de Racing, es un buen momento para sentarse a escribir unas reseñitas.
Hacía bastante que no leía nada del maestro español Sergio Bleda, y ahora cayó en mis manos Bloody Winter, una obra que ya tiene unos 15 años. Bloody Winter es un thriller urbano de tiros, persecuciones, traiciones y hectolitros de mala leche. Y además tiene algo de experimento formal porque, excepto en los flashbacks, Bleda se propone mantener a lo largo de las 46 páginas del álbum el formato de cuatro viñetas horizontales, o widescreen. La verdad es que el truquito le sale muy bien: sin variar nunca el formato de las viñetas, el autor nos muestra desde tomas panorámicas de esta New York cruda e invernal a primeros planos recontra-expresivos de los personajes.
Como en los buenos thrillers de Hollywood, acá lo importante es el grado de enrosque que tiene la trama y la tensión que logra generar el autor cuando la encamina hacia esa escena crucial, definitiva, en la que todo se resuelve… de un modo absolutamente impredecible. A todos los impactos que acumula durante las primeras 45 páginas, Bleda le suma un impacto más (lejos, el más jodido) a la última página de Bloody Winter, para asegurarse de que no haya ninguna chance de que los críticos la califiquemos de “una más de corrupción y mala leche”. No quiero contar nada, pero posta, se trata de una obra muy generosa en materia de sorpresas.
El dibujo está muy bien, el color lo apuntala con mucha fuerza y si te da el estómago para bancarte crueldades, sangre y truculencia a granel, le podés entrar en castellano, inglés o francés.
Allá por el 28/08/17 me tocó reseñar el Vol.1 de Rip Van Hellsing, la serie escrita por Enrique Barreiro y Hernán Ferrúa y dibujada por Enrique Santana. Aquella vez me llamaba la atención la escasa profundidad del personaje protagónico, y en las tres sagas que componen este tomo, eso empieza a cambiar. De a poco, aparecen datos acerca del pasado de Rip, empezamos a enterarnos por qué hace lo que hace, y hasta lo vemos dudar, cuestionarse algunas cosas. La responsible de sacudirle la estantería a esta implacable máquina de matar es Sombra, una vampira enigmática y sensual, que suele jugar para el bando contrario al de Rip. Ahí los guionistas se abstienen de clonar la relación entre Batman y Catwoman (que sería lo obvio) y llevan el vínculo entre Rip y Sombra por otros carriles, bastante interesantes aunque con poco desarrollo, porque lo importante, lo fundamental, sigue siendo la machaca.
Rip Van Hellsing puede sumar un poquito de introspección, una pizca de romance, pero siempre en cantidades muy pequeñas, porque todo está jugado a las peleas, las explosiones, los conflictos que exigen al límite las habilidades tácticas y de combate de este héroe taciturno al que esta vez descubrimos también en su faceta de galán irresistible.
Si no sos muy fan de las batallas a tiros, espadazos y granadas entre milicos, vampiros y licántropos, dudo mucho que te atrape el guión de Rip Van Hellsing. En ese caso, te recomiendo que te dejes llevar por los exquisitos dibujos de Enrique Santana, un artista descomunalmente dotado para contar aventuras clásicas con una onda moderna. El trazo de Santana fluye por estas páginas con una armonía notable, el armado de las secuencias esta ajustadísimo, el impacto de la machaca está sumamente logrado, dibuja perfecto fondos muy complicados, armas, vehículos, minitas, monstruos, batallas multitudinarias… La verdad que lo único que no me copa del dibujo es el rostro inexpresivo del protagonista, pero me queda claro que es una exigencia del guión, no un capricho de Santana.
De nuevo, la calidad de la edición es impecable, un auténtico lujo para un mercado alicaído como el nuestro. Y por cómo termina la teercera saga de este libro, intuyo que tarde o temprano habrá más tomos de Rip Van Hellsing.

Y nada más por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 14 de febrero de 2019

RESEÑAS DE TRASNOCHE

A mitad de camino entre jueves y viernes, aprovecho un ratito libre para postear un par de reseñas.
Arranco con el Vol.2 de The Invisibles, para no perder el envión del Vol.1. Acá la apuesta de los que bancamos a este delirio de Grant Morrison empezó a dar sus frutos. La mejora respecto de los primeros ocho episodios es más que ostensible. El primer unitario hace lo que no hubo espacio para hacer al final de “Arcadia”: evaluar un poco las consecuencias de lo sucedido hasta el momento, cagar un poco a palos a algunos enemigos y –acá está la sorpresa- desestabilizar al equipo protagónico con la sublevación por parte de Dane McGowan, que no quiere saber nada con convertirse en el nuevo Jack Frost y se va a la mierda. Después vendrán otros tres episodios sumamente autoconclusivos, casi sin conexión con lo que Morrison nos había narrado hasta el momento, de los cuales dos (el de Jeremy Sutton y el de Bobby) son brillantes. Sí, es medio un bajón que una serie ofrezca su primer episodio brillante en el nº11. El propio Morrison, sin ir más lejos, había puesto altísimo el listón de su etapa en Animal Man con el nº5. Pero bueno, más vale tarde que nunca.
Después tenemos una trilogía en la que, mientras King Mob y los suyos buscan a Dane, Lord Fanny se mete en un lindo bolonki y Morrison aprovecha para revelarnos su origen y un montón de data acerca de un personaje que despliega un carisma infernal y cobra un trasfondo interesantísimo. Acá también hay saltos para adelante y para atrás en el tiempo, esoterismo, bizarreadas, violencia extrema, etc., pero presentado de un modo mucho más lineal y menos pretencioso que en “Arcadia”. Y cierra un unitario en el que –de nuevo- nos centramos en Dane, solo en la ciudad, de nuevo perseguido por el bando contrario y de nuevo “asesorado” por Tom O´Bedlam. Mucho de lo que no estaba bueno en el primer arco argumental, acá está buenísimo, en parte porque son 24, no 100 o más. Tanto la trilogía de Lord Fanny como el unitario de Dane terminan con cliffhangers jodidos como enema de chimichurri, como para que quieras leer YA el Vol.3.
En materia de dibujantes, Jill Thompson reincide con cuatro de los ocho episodios del tomo y en la trilogía de Lord Fanny se anima a entintarse ella misma, con lo cual todo se ve mucho mejor. Y los cuatro dibujantes invitados se lucen a full: Chris Weston, John Ridgway, un Steve Parkhouse magnífico y sobre todo Paul Johnson (en el unitario de Dane) tiran magia y categoría. Lo de Johnson brilla todavía más porque revisita personajes y situaciones que ya vimos en el Vol.1 dibujadas por Steve Yeowell: obviamente, la comparación beneficia ampliamente a Johnson. Prometo entrarle pronto al Vol.3.
Hacía bastante que no leía historieta boliviana y volví con la reciente antología titulada Toda la Nieve Bajo el Sol (antología de historietas sobre la ciudad de La Paz). En el texto que publiqué acá eñ 17/08/11 conté lo mucho que me impactó La Paz en mi primera y única visita a la ciudad donde se realiza el festival Viñetas con Altura, así que no está mal repasarla, para entrar en calor.
El libro tiene dos problemas: 1) Mezcla historieta con ilustración como si fueran lo mismo, o como si ambas disciplinas artísticas le interesaran de igual manera a todos los potenciales lectores. Si en subtítulo del libro aparece la palabra “historietas”, yo adentro quiero encontrar historietas, no ilustraciones. Lo cual no quita que muchas de estas sean excelentes. 2) En parte por la proliferación de ilustraciones, y de carátulas, y prólogos, y biografías, y páginas en blanco, el libro tiene pocas páginas de historieta, apenas 49 sobre 114 páginas totales. ¿Dije “pocas”? Pongamos poquísimas. 
Por suerte algunas son muy buenas. La última, a cargo de François Sanz, es una belleza. La de Andrés Montaño no está nada mal. La de Armín Castellón es otra exquisitez, quizás lo mejor del tomo. La de Diana Cabrera es rara, pero correcta. La del argentino César Carrizo está muy bien dibujada, pero quizás el argumento sea demasiado ambicioso para las exiguas seis páginas con las que contaba el tucumano, y además eligió una planificación que a mí no me copa. La de Alexandra Ramírez también tiene muy buenos dibujos y un color logradísimo, lástima que al durar sólo cuatro páginas se queda en una anécdota graciosa pero muy simple.
Y no encontré muchas más cosas para destacar. La portada del maestro Frank Arbelo, de quien me hubiese encantado encontrar una historieta dentro del libro.
De todos modos, lo importante es que descubrí a tres o cuatro autores que no conocía (Sanz, Montaño, Castellón y Cabrera) que muestran un nivel entre interesante y alucinante, como para cubrir dignamente el espacio de otros referentes del comic boliviano que aparecían en otras antologías (Crash, La Fiesta Pagana, etc.) y esta vez no fueron de la partida. Tengo muchísimas ganas de volver a Bolivia, aunque no sé cuándo sucederá ese regreso.
Acá al blog, vuelvo pronto. Seguramente el domingo o el lunes. Gracias y hasta entonces.


martes, 12 de febrero de 2019

MARTES MIXTO

Mientras el calendario me recuerda que faltan siete partidos para que Racing salga campeón y 10 meses para que se termine el gobierno más cínico que me tocó padecer en vida, sigo adelante con las lecturas.
Una vez más, el fanatismo incondicional por algunos autores me jugó una mala pasada. En una librería de EEUU vi un libro de Hermann que no tenía (y que no sabía que existía) y como estaba regalado, lo agarré sin siquiera mirar una página de adentro. Se trata de la edición en inglés (aunque realizada en Eslovenia) llamada Hey, Nick! Are You Dreaming?, bizarra traducción de una serie que en Bélgica y Francia se lama simplemente “Nic”. Nic es una obra de Hermann apuntada claramente al público infantil, realizada a principios de los ´80 para el semanario Spirou, junto al guionista Philippe Vandooren, que acá firma como “Morphée” (por Morfeo, el dios del sueño). La idea es básicamente la misma de Little Nemo in Slumberland (de hecho, el homenaje de Hermann a Winsor McCay es bastante explícito) con la diferencia de que los cinco episodios en los que se divide el álbum cuentan un sólo sueño extenso, que se interrumpe cada 8 páginas y se retoma en el episodio siguiente.
La historia es muy pueril, muy lavadita, sin mayores sobresaltos. Y el dibujo es raro por tres motivos: 1) Como ninguna página tiene más de seis viñetas, lo vemos a Hermann dibujar más grande, con más espacios que en los álbumes para adultos, donde muchas veces nos clava páginas de 10 u 11 cuadros. 2) Esta vez Hermann recurre a una línea clara y a los colores planos, dos cosas que siempre le salieron muy bien a Moebius. Y quizás por eso, vemos a Hermann copiar técnicas de entintado del Genio Eterno, al punto que aparecen viñetas que cualquier lector no muy curtido podría confundir tranquilamente con viñetas de Moebius. Y 3) A Hermann no le queda bien disfrazarse de dibujante limpito, bonito, amigable, y mucho menos disfrazarse de Moebius. O sea que, si bien está todo bien dibujado, visualmente esto es un bajón para cualquier fan del maestro belga.
No estoy muy seguro si me queda algún álbum de Hermann en la pila del material no leído, como para empezar a palpitar una revancha. Pero acá, mi fanatismo por este prócer me costó una dolorosa derrota.
Lo de los siete partidos y los diez meses tienen que ver con la idea de que esperar con ansias que llegue algo grosso, muchas veces garpa. Fue lo que me pasó cuando me devoré el tan esperado y tant postergado Vol.2 de El Aneurisma del Chico Punk, continuación del libro que vimos allá por el 04/03/14. En aquel Vol.1, la saga creada por Renzo Podestá arrancaba muy arriba y prometía muchísimo. En este Vol.2, la calidad sube aún más y todo lo que era promesa, se hace realidad.
El Vol.2 de El Aneurisma del Chico Punk me quitó el aliento, me atrapó como pocas veces me atrapó un relato. El dibujo me gustó más que en el Vol.1, los diálogos siguen igual de geniales, la interacción entre los personajes está perfecta, las dimensiones que cobran los conflictos son tremendas… Si el Vol.1 amagaba con contarnos una historia de jóvenes a la deriva, con sexo, droga, rock´n roll y comics, acá (sin descuidar nada de eso) Podestá sube la apuesta y se propone narrarnos nada menos que el Apocalipsis. De “recorramos juntos un mundo turbio y crepuscular” a “se nos vino la noche posta, y del mundo no quedó una mierda”. Al igual que el tomo anterior, este termina con un cliffhanger pasadísimo de rosca, que andá a saber cómo revierte o pilotea el autor cuando lo tenga que continuar. Y a diferencia del tomo anterior, cosas que parecían caprichosas, ambiguas, o bizarras por la bizarreada misma, ahora tienen explicación. A veces explicaciones sesudas y extensas, pero que no llegan a aburrir. Nada de lo que vimos pasa porque sí, todo es parte de un plan maestro, llevado a cabo con jerarquía por un Podestá realmente prendido fuego.
Me llamó la atención que aparezcan unas 45 páginas sin entintar, sin ningún motivo aparente. No son un flashback, no son una ilusión, no hay un motivo argumental para cambiar de golpe (y en el medio de la obra) la propuesta visual, pero Renzo lo hace, supongo que porque se le cantaron las bolas. Esas páginas en las que sólo se ve el lápiz también son fabulosas y ayudan a mostrar la increíble versatilidad del autor, lo mucho que puede lograr a nivel gráfico y narrativo sólo con el trazo, sin tinta, sin tramas, sin manchas, ni esfumados, ni témpera blanca, ni efectos de Photoshop. Por supuesto cuando aparece la tinta, el dibujo se ve más terminado, con más contrastes, más profundidad de campo, más énfasis en las texturas. Pero sin todo eso, también se disfruta a full.
Lo insinué en la reseña del Vol.1 y lo afirmo ahora: El Aneurisma del Chico Punk es una Obra Maestra, así, de una. Imposible no recomendarla, incluso a aquel que leyó alguna otra obra de Renzo Podestá y no se fue demasiado satisfecho. Posta, esto está a otro nivel. Y bueno, ahora a esperar años el Vol.3. Si la saga de Nolasco y sus amigos va a seguir mejorando a este ritmo, lo espero 10, 15 años, los que hagan falta.

Y nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

sábado, 9 de febrero de 2019

OTRA NOCHE DE SABADO

Sábado a la noche y mientras definimos a dónde nos vamos de joda, no está mal sentarse a escribir (o a leer) unas reseñitas.
Completé mi traspaso de comic-books a TPBs de The Invisibles, la serie que en 1994 lanzara Grant Morrison en el sello Vertigo. Para festejarlo, la pienso leer toda de nuevo, exceptuando por supuesto el Vol.7, que fue el que nunca completé en revistas y cuya reseña ya apareció acá en el blog el 20/05/13. Pero el Vol.7 es el final y hoy me toca hablar del principio.
Un principio duro, muy cuesta arriba. El primer arco tiene más de 100 páginas en las que pasa MUY poco. Acá Morrison presenta el planteo general de la serie, recién a cuatro páginas del final nos brinda un primer pantallazo del elenco completo con el que va a trabajar, y todo el resto está centrado en la iniciación de Dane McGowan, un chico rebelde y kilombero, elegido por los Invisibles para convertirse en Jack Frost. El encargado de convertir a este adolescente sublevado en un soldado de King Mob será Tom O´Bedlam y en la gran mayoría de las escenas sólo veremos la interacción entre Dane y Tom, que por momentos se hace MUY aburrida. Hay conceptos copados, hay diálogos ingeniosos y hay pequeñas chispas de acción. Pero en general, resulta denso, estirado, falto de dirección. Y encima el dibujante es Steve Yeowell, un mediocre sin alma, sin onda, sin talento, cuyo mejor trabajo vimos en la reseña del 28/05/13. Este probablemente sea de los peores trabajos de este dibujante británico al que (por motivos que no logro descifrar) Morrison siempre bancó a muerte.
El segundo tramo se titula “Arcadia” y acá tenemos una dibujante mucho más presentable: la hoy consagrada Jill Thompson, a la que acá le hacen un grotesco gang bang entre el entintador y el colorista, para que se luzca poco. Pero Jill resiste, y claro, al lado de Yeowell esto es la Capilla Sixtina. A nivel argumento, también hay más sustancia. Pasan muchas más cosas. De hecho, pasan demasiadas cosas. Morrison se va de mambo e introduce una cantidad de elementos narrativos totalmente excesiva para una saguita de 96 páginas. Arcadia tiene mucha acción, viajes en el tiempo, varias secuencias narradas en paralelo, una infinidad de referencias literarias, los primeros hallazgos en materia de interacción entre los protagonistas, bizarreadas geniales como la aparición de la cabeza de Juan el Bautista cantando un tema de Dead or Alive (el clásico “You Spin Me”), y toda una arista de perversiones sexuales mezcladas con violencia extrema, cortesía del legendario Marqués de Sade. Evidentemente, acá Morrison deja en claro que esta serie no era para cualquier tipo de lectores y nos advertía que de verdad, en estas páginas podía pasar cualquier cosa. De hecho, en 1994 yo no había visto nunca en comics de DC escenas de sexo con sangre y torturas como las que dibuja acá Jill Thompson, por supuesto desenfatizadas, casi borroneadas por el trabajo del colorista Daniel Vozzo, al que le deseo cáncer en un testículo. Leída hoy, esta aventura barroca y pretenciosa llamada Arcadia tampoco me resulta satisfactoria, pero bueno, me consta que para el Vol.2 esto mejora bastante.
Hace un año y una semana me tocó leer Poncho Fue (ver reseña del 02/02/18), la que hasta ahora es la obra más importante de Sole Otero. Ahora voy con un librito que recopila los chistes que Sole hacía para las redes sociales: Siempre la Misma Historia. Lo único que no me cerró del libro es que, en medio de decenas de chistes de Blancanieves, Caperucita, Pinocho y Ricitos de Oro, aparecen tres o cuatro chistes de Batman y Robin. ¿Por qué mezclar, de golpe, cuentos de hadas con superhéroes? ¿Y por qué un sólo superhéroe? En fin, vamos a lo importante, que es el talento de Sole para el humor gráfico, para condensar una pequeña situación humorística en una única imagen. Acá evidentemente garpa toda esa montaña de trabajos que realizó la autora en el campo de la ilustración. Pero además están buenas las ideas. Sole encara para el lado de la ucronía, de introducir en el contexto de los cuentos de hadas clásicos toda la temática de las redes sociales, los hipsters, la publicidad, el psicoanálisis, la inseguridad y la miseria que ganan los jubilados. De ese choque entre personajes y ambientación clásicos y problemáticas actuales, salen chispazos sumamente cómicos y bastante originales.
El estilo de dibujo se parece bastante al de Poncho Fue, con ese trazo muy suelto, muy expresivo, ideal para ser coloreado con acuarelas, y con la novedad de que acá en vez de bares y calles porteñas, Sole dibuja bosques y palacios de reinos lejanos. Incluso cuando recurre a la secuencia, y arma una pequeña historieta con varias viñetas chiquitas, el grafismo está cuidado y se pone al servicio de contar esas mini-historias sin la menor dificultad. Recomiendo mucho Siempre la Misma Historia a los fans del comic humorístico, de los cuentos de hadas, de Sole Otero, o a los que estén buscando algo copado para regalarle a gente que habitualmente no consume historietas.

Nada más, por hoy. Que tengan lindas lecturas y hasta pronto.

miércoles, 6 de febrero de 2019

HERMOSO MIERCOLES

Hermoso día de verano, y una noche tranqui como para escribir las reseñas de los últimos libritos que tuve oportunidad de leer.
Empiezo con el Vol.3 de Ping Pong, este manga de Taiyo Matsumoto que me tiene totalmente cautivado. Es un shonen sumamente atípico, con muchísimo énfasis en los personajes, en el desarrollo del mundo interior de cada uno de ellos, sus ilusiones, sus anhelos, la forma en que se vinculan entre sí, con su entorno y con este maravilloso deporte.
Este tomo está particularmente centrado en cambios y conflictos de los personajes, mucho más que en los partidos. Y por supuesto, hay partidos. Y por supuesto, Matsumoto los aprovecha para irse al carajo con unas imágenes poderosísimas, llenas de fuerza, de impacto, en las que sentís el movimiento, oís cómo se acelera la respiración de los personajes, casi les olés la transpiración. La magia que tira el autor en el armado de estas páginas (las que le dedica a los partidos) es indescriptible y deberían usarse para dar clases de narrativa en cualquier escuela o taller de historieta.
Decía yo que Ping Pong es un shonen atípico, y la verdad que es una afirmación totalmente al pedo, porque con sólo mirar el dibujo de Matsumoto te cae al instante la ficha de que esto no tiene mucho que ver con Dragon Ball, Saint Seiya o One Piece. Hasta en las viñetas donde sólo vemos edificios queda claro que a Matsumoto le interesa dibujar en un registro distinto al de la mayoría de los mangakas, con otro tratamiento de la mancha negra, sin eliminar los grisados de trama mecánica, pero mucho más jugado al claroscuro. Pariente de José Muñoz en el manejo de la línea y la mancha, continuador de Guido Crépax en el tratamiento de los espacios blancos y el armado de las secuencias, originalísimo en la elección de los planos y los ángulos, Matsumoto es una rara avis del manga que en esta obra (previa a la mucho más famosa Tekkon Kinkreet) narraba con un equilibrio perfecto entre claridad y potencia visual. Antes de entrarle al Vol.4 voy a mechar algún otro manga que tengo pendiente, pero vamos a volver pronto a dejar la vida en la mesa de Ping Pong. 
Me vengo a Argentina, a 2018, para encontrarme con Fáunica, una novela gráfica de Marcia Juárez que quizás sea su ópera prima (la verdad, no conozco obras previas de esta autora). Lo primero que me sorprendió fue la extensión de la historieta: casi 150 páginas, algo bastante infrecuente en las nuevas generaciones de autores. Y lo que más me gustó es el guión. En menos de 150 páginas, Juárez nos sitúa en un mundo fantástico, presenta y desarrolla a tres o cuatro personajes importantes, plantea un conflicto sumamente interesante, lo hace crecer, lo deja explotar en unas cuantas secuencias de acción, le pega un par de vueltas de tuerca bastante impredecibles y lleva toda la trama hacia un cierre realmente satisfactorio, y para nada definitivo, como para que eventualmente Velvet pueda volver con nuevas aventuras. Los diálogos están muy bien escritos, la evolución de Velvet de joven aprendiz de enfermera a chica superpoderosa es creíble y hasta emotiva, el rol en la trama de esta sociedad utópica y esta tecnología vegetal están muy bien pensados, el ritmo del relato es sostenido, atrapante. De pronto me encontré frente a un guión de una solidez impresionante, no exento de cierta profundidad que suele faltarle a las historietas de aventura y machaca apuntadas al público juvenil.
El dibujo me convenció un poco menos. Por momentos lo vi bien, por momentos algo precario. La aplicación de las tramas de grises, por ejemplo, me pareció impecable. Y las onomatopeyas, por el contrario, me resultaron espantosas, sumamente descuidadas. No tengo dudas de que Marcia Juárez puede crecer un montón dentro de este estilo filo-manga (o pseudo-manga, como más les guste), pero la veo bien encaminada. No hay tropiezos en la narrativa, no hay errores notorios en la anatomía y en todo caso será cuestión de ganar en belleza plástica sin sacrificar dinamismo ni fuerza en el trazo. Espero ansioso nuevos trabajos de esta autora.
Como siempre, hasta acá llegamos. Sigo avanzando con las lecturas para volver pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.


  

lunes, 4 de febrero de 2019

NOCHE DE LUNES

O trasnoche, en realidad, porque se me hizo tarde grabando un podcast con mis amigos de Tierra-X. Vamos rapidísimo con las reseñas de los últimos libritos que me bajé.
Desde un ya lejano 16/10/17 tenía colgada Iron Fist: The Living Weapon esa serie de 12 episodios recopilada en dos tomos. Por fin le pude entrar al Vol.2 y bueno, recomiendo repasar la reseña del Vol.1 porque coincido mucho con lo que escribí en aquella ocasión.
Esta es una aventura grandilocuente, estridente, hiper-pasada de rosca, en la que Kaare Andrews nos bombardea sin tregua con una sucesión interminable de peleas contra ninjas, androides, monjes, demonios y un largo etcétera. Y no sólo está todo dibujado como la hiper-concha de Dios (en un estilo a caballito entre Frank Miller y Fernando De Felipe), si no que además está todo perfectamente articulado con la larga historia previa de Iron Fist. Muchos elementos que me encontré hace poco en el Essential (ver reseña del 18/12/18) acá aparecen resignificados por Andrews, que nunca deja de nutrir a su epopeya con toques de continuidad tomados de distintos momentos de la historia de Danny Rand.
Y aunque la historia fuera infinitamente más básica y más cabeza de lo que ya es, igual habría que recomendar The Living Weapon sólo por lo que hace Andrews en materia de dibujo, color y narrativa. En esos rubros, acá tenemos una orgia, un bacanal, un canto a todo los excesos que están bien. Andrews llega a armar una sola viñeta repartida en SEIS PAGINAS, una séxtuple splash-page en la que vemos a Iron Fist destrozándole la cabeza a un villano de una ñapi. Son excentricidades rayanas en la demencia, de un autor que se anima a todo menos a pasar desapercibido.
Me encantó verlo a Andrews decido a hacer en este comic un montón de cosas que nunca habíamos visto en apectos como el tratamiento del color, las onomatopeyas, la puesta en página, la violencia a niveles desorbitados, la forma de mostrar las escenas oníricas y los flashbacks… Sin dudas este segundo TPB es lo mejor que leí de este autor, del cual ya me hice hardcore fan. Lo único flojo es un detalle del argumento del último episodio: la hija de Howard Meachum que busca vengar la muerte de su padre es una muy buena idea… que ya habia tenido Doug Moench en los ´70. El resto está muy bien y creo que cualquier fan de Iron Fist va a coincidir conmigo en que es lo mejor que le sucedió al personaje desde la etapa de Matt Fraction y Ed Brubaker.
Me vengo a 2018, cuando se publica en Argentina el nuevo trabajo de Nahuel Sagárnaga, el autor que la rompiera con ¡Corré, Wachín!. Ahora es el turno de Mirina (café y tortas robot), una combinación muy lograda entre aventura y comedia. Mirina es una androide poderosísima, con cuerpo de chica de unos 20 años, que lucha contra robots malignos y contra delincuentes en general. Pero además es camarera en una especie de Starbucks, tiene un grupito de amigos y trata (sin ningún éxito) de levantarse a las chicas que le gustan. De todo esto, incluso de la orientación sexual del personaje, Sagárnaga saca situaciones muy cómicas, que mantienen muy alto el nivel de la comedia. En los dos últimos episodios se suma como co-guionista Martín Renard, que hace gala de un oído para los diálogos afiladísimo, perfectamente sintonizado con el habla de los jóvenes de la Buenos Aires actual. O sea que si a este comic le sacáramos la machaca y las explosiones, igual sería divertidísimo de leer como una especie de Friends más actual y 100% porteño.
Pero además la faceta aventurera está muy bien trabajada, no es un relleno ni un fan service berreta, si no un muy buen intento de contar las andanzas de una chica superpoderosa insertada en nuestra realidad cotidiana. El dibujo de Sagárnaga es espectacular, al nivel de cualquier autor grosso de cualquier país. Y claro, se luciría muchísimo más en un formato más libre. Acá, encapsulado en tiras de tres o cuatro viñetas, el dibujo no termina de explotar nunca, no va nunca a la par de la estridencia y el impacto que proponen un montón de pasajes del guión. Me encantaría releer Mirina en otro formato, remontado como comic-book o como álbum europeo, con no más de seis o siete viñetas por página y con la posibilidad de que Sagárnaga se vaya al carajo en alguna splash-page, o en viñetas bien zarpadas, que subrayen y/o apuntalen lo grosso de los combates. Así se ve muy lindo todo, pero me parece que en otro formato se vería mucho mejor, más power.
Machaca, robots, explosiones, chistes, romance, rock, guiños a mangas y videojuegos, sexualidades alternativas y bares chetos donde un café de mierda vale una fortuna en un comic fresco, canchero, entrador, pensado para que sientas que estos personajes son amigos tuyos de toda la vida. Ojalá haya pronto nuevas aventuras de “la mujer lesbiónica”. O nuevas recopilaciones de las tiras de Wachín. O cualquier otra cosa que lleve la firma de Nahuel Sagárnaga, un autor clave para disfrutar la historieta argentina actual.

Gracias por estar ahí y nos reencontramos con nuevas reseñas muy pronto, acá en el blog.  

viernes, 1 de febrero de 2019

VIERNES DE RAREZAS

Vengo de leer dos libros sumamente atípicos, dos ejemplos de comic de autor, donde no existen restricciones de géneros y –por ende- se puede contar cualquier cosa o incluso no contar nada.
Arranco en 2009 cuando se publica en Francia la novela gráfica Rebétiko, del maestro David Proudhomme. A lo largo de casi 100 páginas, el autor nos invita a vagabundear por los barrios bajos de la Atenas de 1936 de la mano de un grupo de rebetes, unos músicos bastante atorrantes, casi marginales, que cultivan el rebétiko, un género popular barriobajero, no muy distinto a lo que fue el tango en sus orígenes. Me gustaría contar algo del argumento, pero la verdad es que –para 100 páginas- el argumento de Rebétiko es tan tenue, tan exiguo, que no da. Incluso cuando Proudhomme hace aparecer puntitas de conflictos que podrían dinamizar la trama, las deja ahí, sin explorar, o sin darles demasiado énfasis. La llegada del ejecutivo de la discográfica yanki podría haber gestado un conflicto copado; el hecho de que Beba es un minón infernal que se junta con cuatro o cinco lumpenes a los que sólo les interesa la música, el escabio y fumar hachís también. Incluso la coyuntura política podría haber soportado que la estructura dramática del relato se sostuviera en ella, pero tampoco. Proudhomme explica el contexto político del peor modo posible: a través de un personaje que lo único que hace es explicar el contexto político. Aparece tres páginas, expone la situación generada por la llegada al poder del filo-fascista Metaxas a lo largo de un “diálogo” con Markos y ya está, no lo vemos más.
¿Qué queda, con qué llena el autor casi 100 páginas? Con un slice of life de estos músicos borrachines y kilomberos, que desde la bohemia, la música y el desparpajo encarnan algo así como una resistencia rea y artística en los violentos años previos a la Segunda Guerra Mundial. ¿Alcanza para mantenerte atrapado? No, pero no es esa la idea de Proudhomme. ¿Y con qué te conquista? Claramente con la faz gráfica, que es perfecta. La línea es perfecta, el color es perfecto, la anatomía, las expresiones faciales, los climas, la reconstrucción de la época, todo eso es perfecto.
La narrativa… y, ya es un poquito más polémica. El autor abusa un poco de las páginas con ocho viñetas iguales, y cuando rompe esa grilla casi siempre es para sumar más viñetas chiquititas, muy pocas veces para darle más aire a alguna viñeta importante. En Rebétiko vamos a encontrar peripecias, secuencias con mucho ritmo, y también momentos muy tranqui, donde a Proudhomme no le interesa tanto cebarnos con una trama si no más bien seducirnos con los climas y transmitirnos sensaciones. Si no te jode leer comics donde la trama no es lo principal, acá vas a flashear fuerte con el dibujo, que es realmente majestuoso.
Algo parecido me pasó con Alienígena, la ópera prima de Julia Inés Mamone. Es una historia totalmente jugada a la introspección, a la reflexión, donde la autora no se sube al tren de la aventura y los cheap thrills ni siquiera cuando aparecen elementos fantásticos (el alienígena del título). También acá la música cumple un rol importante, contribuye mucho a la creación de este clima melancólico, que no cambia demasiado ni siquiera cuando Julia nos muestra garches bastante subidos de tono (con cinturonga incluído) entre la protagonista y sus distin@s amantes. El tema de la sexualidad está muy presente, de hecho la protagonista además de no tener nombre no está definida claramente como mujer. Dice “me siento solx, estoy rodeadx de edificios”… Recién cuando la vemos desnuda nos convencemos de que se trata de una chica. Porque también es importante en la obra el hecho de que este personaje no luce el típico cuerpo de “minita que está buena”, si no que es más bien corpulenta, con pelos en las piernas y menos cintura que Bob Esponja.
Buena parte de lo que pasa tiene que ver con la vida sexual y las fantasías sexuales de este personaje, que no lo dice abiertamente pero (postulo yo, en base a haber escuchado charlas y entrevistas que brindó la autora) se siente medio alienígena en un mundo cis, heterosexual y patriarcal. O sea que hay un mensaje (no muy panfletario pero bastante obvio) de militancia contra todas esas reglas tácitas que determinan qué carajo es “lo normal” en una sociedad.
El dibujo de Mamone es realmente exquisito, una mezcla muy sutil, muy lograda, en la que veo algo de Paul Pope, algo del estilo más “filo-gekiga” de Berliac, un laburo increíble en los fondos y muchos logros en el color. Le falta un poquito más de plasticidad, para que los personajes no se vean estáticos, pero quizás es algo buscado por la autora para subrayar que en esta obra lo importante no es la acción. Y la narrativa… de nuevo, acá tenemos una grilla hegemónica (seis viñetas casi iguales) que se rompe muy pocas veces. Pero bueno, al tratarse de una autora que está dando sus primeros pasos, no me parece mal que apueste a lo seguro. En todo caso, los saltos al vacío, los riesgos que asume Alienígena, los asume en otros rubros. Espero descubrir pronto nuevos trabajos de Julia Mamone, a ver para dónde agarra.
Gracias por todo y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.