el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 30 de diciembre de 2018

ULTIMAS LECTURAS DEL AÑO

Se termina el año y vengo leyendo bastante poco, estos últimos días. Tengo empezado un libro y terminados dos, bastante cortitos. Veamos con qué me encontré.
Allá por Junio de 2014, cuando reseñé los libritos de la colección Todo Clemente, me faltó el Vol.17, que no venía en el lote que conseguí en oferta en aquel entonces. El otro día lo encontré a $ 25 en una mesa de saldos de Corrientes, y aproveché para completar la colección.
Todo el material de este librito corresponde al tramo final de Clemente (2010-2012) y por supuesto son tiras que yo no había leído nunca. De hecho, me costó entender una de las ideas más bizarras de Caloi: a lo largo de muchísimas tiras, co-existen el Jacinto adolescente (el del piercing y el pelo de colores) con el Jacinto bebé, el del chupete y los charquitos de meo. Yo pensaba que eran dos personajes distintos, no entendía que eran el mismo, desdoblado en dos. Muy loco todo.
Acá, fuera de una secuencia de Clemente y la Mulatona repleta de chistes bastante básicos acerca del físico exhuberante de la morocha, tenemos una selección de chistes bastante meta-comiquera. En el primer segmento, Clemente se entera de que lo que dice y piensa aparece escrito en globos, que la gente puede leer. Y un personaje anónimo le explica las distintas formas y significados que pueden tener los globos en la historieta. Más adelante, Clemente le enseña a Jacinto las onomatopeyas que todo personaje de historieta debe conocer. Y en el tramo final, ya sin Clemente, los dos Jacintos rediseñan la tira para darle un look más joven y transgresor… con impredecibles resultados.
Este tramo final es increíble desde lo gráfico, porque le da a Caloi y a su colorista (y pareja) María Verónica Ramírez la posibilidad de cambiar totalmente de estilo. Por un lado, abandonan los fondos sobrios en favor de una estridencia punk muy lograda, y por el otro Caloi rompe con su línea prolija y redondita para irse a un trazo más rústico, como si dibujara directamente con el mouse. Hasta la tipografía muta, para hacerse intencionalmente más desprolija, más cercana a una pintada callejera.
Y lo más importante: el humor. Acá encontré unos cuantos chistes muy buenos, basados en este estudio de la dinámica del comic hecho desde adentro, y por supuesto también en el esgrima verbal entre personajes que no paran de tirar juegos de palabras ingeniosos (el famoso “humor radial”). Seguimos extrañando a Clemente, incluso los que no lo leíamos ni en pedo todos los días en ese diario nefasto en el que aparecía.
Salto a EEUU, año 2016, cuando se publica Captain America: White, hasta hoy la última colaboración entre Jeph Loeb y Tim Sale, una dupla prácticamente insumergible. Como ya lo hicieran con Hulk, Daredevil y Spider-Man, Loeb y Sale nos llevan mediante flashbacks a los primeros años de actividad del héroe, o sea a la Segunda Guerra Mundial, cuando había muchos (y muy malos) villanos nazis para machacar. El argumento en sí no es gran cosa, la verdad. Lo que más me atrapó pasa por otro lado.
Así como Hulk lloraba por Betty Ross, Daredevil por Karen Page y Spidey por Gwen Stacy, el Capitán llora por… Bucky. El amor perdido en este caso es un varón, un chico seis o siete años menor que Steve Rogers con quien entabla una relación muy estrecha… pero no romántica. Loeb desliza algún comentario jocoso acerca de un posible amor carnal entre Steve y Bucky, pero la historia va para otro lado, para el lado de un amor fraternal. Imaginate: atravesás codo a codo con tu mejor amigo cuatro años de una guerra tremenda, jugándote la vida a cada minuto y compartiendo emociones extremas de esas que te conmueven hasta el tuétano. Bueno, eso les pasa a Bucky y Steve cuando uno tiene 15 años y el otro 21. Y se terminan amando, posta.
Y lo más lindo: Loeb nos cuenta que Steve llega a los 21-22 años siendo virgen (el título no es casual: blanco es el color de la virginidad) porque claro, 15 minutos antes de convertirse en el Capitán, era un alfeñique de 45 kilos al que las minas no se le acercaban ni por accidente. Ahora es un chongazo tremendo y todas le tiran onda, pero la inexperiencia le juega en contra y hasta el propio Bucky la tiene más clara que él en materia de relaciones con el sexo opuesto. Sin dudas Loeb sale muy bien parado en el intento de darles profundidad y complejidad a personajes que en los ´40 eran absolutamente sosos y unidimensionales. Y en esto incluyo también a Nick Fury, que se lleva varios de los mejores diálogos de una obra donde los buenos diálogos abundan muchísimo.
El dibujo de Sale está bien, un poco pasado de rosca para mi gusto, pero con momentos muy hermosos y con unos colores de Dave Stewart que lo levantan muchísimo. ¿Podemos poner a White al nivel de Yellow, Gray o Blue? No, ni ahí. Pero eso no significa que esté mal, ni que no ofrezca un lindo combo de machaca + emotividad.
Feliz fin de año para todos y nos reencontramos en 2019, acá en el blog.


jueves, 27 de diciembre de 2018

JUEVES DE GEMAS

Las lecturas de estos últimos días me han tratado inusualmente bien, y lo quiero destacar.
Una de las sorpresas más gratas de este año fue Mr. Crabb y el Paraíso, una novela gráfica de un autor español al que nunca había nombrar, llamado Alberto Taracido. Parece mentira, pero esta es la opera prima de Taracido, que llega al comic con un amplio background en la animación.
Mr. Crabb y el Paraíso me hizo acordar bastante a aquella joya de Jodorowsky y Moebius que fuera El Corazón Coronado. Arranca como una aventura bastante realista, con personajes empapados de una problemática actual y tristemente palpable como es la corrupción en los altos niveles del poder gubernamental y empresarial, y en un momento empiezan a aparecer elementos fantásticos que le dan a la trama un tinte más salvaje y menos predecible. Como Jodorowsky, Taracido aprovecha estos elementos fantásticos para resolver el final con una cierta ambigüedad, lo cual no lo hace menos satisfactorio.
Los diálogos son excelentes (esta vez la edición argentina los conserva en español de España, con un par), los personajes están muy bien construídos, el ritmo de la historia no decae nunca, la bajada de línea va para el lado correcto… No se puede pedir mucho más, realmente. Quizás (ya para hinchar las pelotas) algún personaje femenino un poco más protagónico.
Y el dibujo es glorioso. No sé si originalmente la historieta era a todo color y acá se publicó en escala de grises, o si Taracido la pensó así como la vemos en el libro, pero visualmente esto es extraordinario. Por supuesto que en la faz gráfica también hay que hacer mención a Moebius, que es claramente el principal referente de Taracido no sólo en el dibujo sino también en la narrativa. No es exactamente un clon del Genio Eterno, porque en los rostros de algunos personajes se ven rasgos que no tienen tanto que ver con la estética del ídolo. Pero sí hay composiciones, planos, secuencias enteras, que te van a recordar al inmenso Jean Giraud.
Europa y África enroscadas en una trama de corrupción, violencia, mala leche y un cierto misticismo, que puso en el mapa a Alberto Taracido, un autor al que de ahora en más vamos a seguir a todas partes.
Cruzamos la cordillera para leer la edición chilena de Herbert West: Carne Fresca, una notable colaboración entre el guionista argentino Luciano Saracino y el dibujante chileno Rodrigo López. Sobre la base de un famoso relato de H. P. Lovecraft (Herbert West: Re-Animator), Saracino y López construyen una novela gráfica fraccionada en episodios, con muchísimo clima, un gran ritmo y un equilibrio logradísimo entre una trama dramática, elementos clásicos del terror (básicamente, muertos resucitados) y sutiles toques de humor negro.
La adaptación de Saracino es respetuosa, pero no comete el error de enamorarse de la prosa de Lovecraft y aplastar la narrativa con inmensos globos de diálogo o interminables masacotes de texto. Esto se lee con el dinamismo de cualquier buena historieta actual, y con un extra que no sé si el relato original tenía, que es una gran profundidad en los personajes. Al igual que Lovecraft, Saracino conserva un cierto velo de ambigüedad en cuanto a la relación entre Herbert y su compañero Gregory, sin explicar si son sólo amigos, o si entre ellos hay algo más. Lo importante es que los personajes están muy bien desarrollados y el contexto histórico y geográfico muy bien aprovechado.
Y el ancho de espadas de este Herbert West es el dibujo de Rodrigo López, con esa impronta medio caricaturesca que acentúa el fino humor negro que ensaya Saracino. Sin salir de una puesta en página 100% clásica, López deja la vida en la narrativa y sobre todo en esos cros-hatchings enfermizos, totalmente pasados de rosca. López cuida los detalles de la ambientación histórica y los combina con una cierta exageración granguiñolesca, que no choca en lo más mínimo con los climas ominosos y truculentos del guión.
Herbert West: Carne Fresca es una hermosa historieta de terror, que no requiere ser fan de Lovecraft para ser disfrutada, que nos muestra a Saracino y López muy compenetrados, en un nivel muy notable, y que –por si faltara algo- tiene edición argentina.

Gracias por todo y seguramente habrá una entrada más en el blog antes de fin de año.

lunes, 24 de diciembre de 2018

UN LUNES COMUN Y CORRIENTE

Para los que no festejamos Navidad, este lunes es un lunes casi como cualquier otro, con el detalle de que es feriado y además víspera de feriado, con lo cual muy probablemente surjan salidas de trasnoche. Yo tengo un par de libritos leídos, así que aprovecho la tarde para reseñarlos.
Arrancamos con el Vol.1 de Scarlet Traces, de los maestros británicos Ian Edginton y D´Israeli (ya vimos otra obra de la dupla un lejano 14/05/11), un tomo que incluye el primer álbum de la serie en cuestión (en su versión de 2003, tal como la publicó Dark Horse) y su precuela, que no es otra cosa que la adaptación al comic de War of the Worlds, la famosa novela de H. G. Wells. Básicamente, lo que Edginton se plantea contarnos en Scarlet Traces es cómo cambia la historia del Reino Unido a partir del ataque de los marcianos que narró Wells en su novela. De pronto, el país invadido y devastado por la flota alienígena tiene a su disposición una inmensa cantidad de artefactos de tecnología avanzadísima para la época (primeros años del Siglo XX) y una vez que aprenda a manejarlos, se va a posicionar una vez más como una potencia privilegiada a nivel global.
Scarlet Traces arranca 10 años después del final de la guerra, cuando Inglaterra ya fue transformada gracias a la tecnología que le carroñó al invasor derrotado. Es una época de esplendor en materia de infraestructura, edificios, medios de transporte, fábricas, dispositivos de seguridad… pero claro, el rápido avance tecnológico y científico tiene su costo: cientos de miles de trabajadores perdieron sus puestos a manos de la robótica y las otras inovaciones en materia industrial y ahora se mueren de hambre. El foco principal de la saga está puesto en eso, en el gran salto cualitativo que deja afuera del sistema a un montón de gente, condenada a la más abyecta de las miserias.
Está claro que con ese tono de denuncia social (porque es obvio que Edginton sitúa la acción en el Siglo XX pero habla el XXI) no alcanza para venderle al gran público un comic que supuestamente tiene que tener aventuras, y ahí es donde entra la otra faceta muy atractiva de Scarlet Traces: la conspiración. Tras bambalinas, hay gente muy poderosa planeando una chanchada muy heavy, y un puñado de hombres decididos a descubrir qué corno está pasando. Eso está muy bien armado, y prometo darle un poco más de bola el día que lea el Vol.2 y lo reseñe. Porque por suerte a esta novela le fue muy bien y además de la precuela, generó varias secuelas, que intentaré conseguir a la brevedad.
El dibujo de D´Israeli es excelente, podría estar horas enumerando sus virtudes. Además (como en las buenas series del mercado europeo) lo dejan colorearse a sí mismo, y en ese rubro también saca mucha diferencia. Recomiendo a full Scarlet Traces por la gran vuelta de tuerca que le dan los autores a War of the Worlds y por ese combo magnífico entre aventura conspirativa y conciencia social.
Me vengo a Argentina, donde en 2018 apareció La Mejor de mis Ex-Novias, una breve historieta escrita y dibujada por Brian Janchez. Esta vez, me quedé con gusto a poco. La historia me sonó más a un rejunte de dos o tres anécdotas que a un relato con una estructura dramática fuerte y los personajes no me terminaron de enganchar. Me engancharon, como siempre, los diálogos y los silencios, que son recursos que Janchez maneja con una solvencia apabullante. Pero la trama en sí, además de muy breve se me hizo bastante livianita, me generó un impacto mínimo.
Y hablando de mínimo, me encanta cómo Brian busca la síntesis, como va todo el tiempo hacia el minimalismo, pero también me doy cuenta que esa estética se aprecia más en un tamaño más chico, como el de los libritos de Janchez anteriores a El Permiso. En este formato más grande, queda todo muy pelado, los globos de texto se ven inmensos y hacen más ruido esas composiciones de página (contra las cuales nunca dejaré de militar) en las que hay dos viñetas de igual tamaño, una arriba y una abajo.
Por suerte Janchez no para nunca de producir, con lo cual seguramente falta poco para que haya revancha. Hoy, lamentablemente, tengo en la mano un comic que no me animo a recomendar, firmado por un autor fundamental para entender la década que se termina en un par de años.

Y eventualmente volveremos con nuevas reseñas, como siempre, acá en el blog.

viernes, 21 de diciembre de 2018

VIERNES DE DEPORTES

Casualmente los dos libros que leí en estos días tienen que ver con deportes de pelota. Vamos a ver en qué puesto de la tabla quedamos.
Arranco en Japón, con el Vol.1 de Ping-Pong, un manga creado entre 1996 y 1997 por el sensei Taiyo Matsumoto. El ping-pong es, lejos, mi deporte favorito y el único que practico aún hoy, a mi avanzada edad. O sea que entré en una temática que me emociona muchísimo, más allá de las tramas y los personajes.
Matsumoto plantea un shonen clásico, con desafios para los jóvenes protagonistas que se irán poniendo cada vez más bravos con el correr de las páginas, hasta que eventualmente llegue (o no) la esperada consagración deportiva de Smile o de Peko, su amigo de la infancia. Sobre este andamiaje que a priori deja poco margen para la sorpresa, el autor de Tekkon Kinkreet empieza desde temprano a tirar magia con su habitual talento para la construcción de climas y sobre todo para el desarrollo de personajes. En poco más de 200 páginas, uno siente que conoce de toda la vida a los dos protagonistas y al personaje más complejo e interesante que apareció hasta ahora, el veterano entrenador Koizumi.
Pero lo mejor que tiene el manga es el dibujo. Acá lo tenemos a Matsumoto en un nivel infernal, concentrado sobre todo en transmitir desde la puesta en página el vértigo y la adrenalina de unos partidos de ping-pong demoledores, entre jugadores que la tienen clarísima. Con sólo ver cómo agarran la paleta los personajes de Matsumoto, uno asume que le rompen el orto, aunque ellos sean de papel y uno de carne y hueso. La elección de los ángulos, las onomatopeyas, los cortes de cámara para mostrar las reacciones  de los espectadores… Matsumoto pone todos los recursos habidos y por haber para que esos duelos (que por ahora son entrenamientos) resulten tan vibrantes y emotivos como las más grandes gestas del tenis de mesa.
Tengo los tomitos que siguen (no sé si todos), y no me voy a poder aguantar las ganas de entrarles, así que seguramente el próximo manga que lea será el Vol.2 de Ping-Pong. Gracias ECC España por publicar esta gema.
Salto a Uruguay, donde este año se publicó El Camino del Maestro, una novela gráfica a cargo de la dupla integrada por Rodolfo Santullo y Marcos Vergara. A lo largo de 68 páginas, el guionista uruguayo nacido en México y el dibujante y bibliotecario de San Nicolás repasan toda la historia del Maestro Tabárez al frente de la selección de Uruguay. Es un relato atípico, que combina el rigor de un documental con escenas en las que cuatro personajes de ficción muestran desde el lado del espectador, del uruguayo de a pie, cómo se vivió en el país vecino todo este largo proceso conducido por el ya legendario DT.
Santullo toma de la realidad varias declaraciones de Tabárez y por supuesto el desarrollo y los resultados de los partidos. Esto hace que la trama avance siempre por carriles que el lector ya conoce de antemano: cualquiera mínimamente interesado en el futbol sabe en qué torneos Uruguay salió campeón, en cuáles llegó a semifinales, a a cuartos, a octavos, etc.. Y ese es el lastre narrativo que impide que El Camino del Maestro levante más vuelo. Las situaciones de comedia entre los personajes de ficción, si bien están ejecutadas con ingenio y solidez, no alcanzan para darle a la novela la emoción que pierde al contarnos una historia que ya conocemos.
Me interesó mucho el principio, la posibilidad de descubrir los inicios, el secret origin, de la Era Tabárez en la Celeste, y me divertí con la interacción entre Héctor, Morán, Laucha y el Colo (cuatro hinchas arquetípicos, apasionados al punto de amar u odiar a jugadores y técnicos según los resultados de los partidos). Pero me doy cuenta de que incluso el momento de mayor tensión dramática (el alargue contra Ghana en Sudáfrica) impacta mucho menos de lo que impactó ver por la tele aquel partido tan inverosímil como inolvidable.
El dibujo y el color de Vergara son excelentes, y a priori mucho más idóneos para plasmar la comedia costumbrista que las epopeyas deportivas. Acá la impronta visual del nicoleño no desentona en ningún momento, y hasta sintoniza bastante bien las resemblanzas con las caras de las personas reales que forman parte del relato. Lo más bizarro es que, en esta época en la que todos los historietistas se esfuerzan por incorporar a sus obras uno o varios personajes femeninos fuertes, Santullo y Vergara salen a la cancha con casi 70 páginas en las que prácticamente no hay mujeres.
Recomiendo El Camino del Maestro a los fans de Santullo y Vergara que quieren tener TODO el material de la dupla, a los interesados en leer historietas de temática futbolera, y por supuesto a los hinchas acérrimos de la Celeste, que seguro van a vibrar reviviendo partidos y goles (y patadas y mordiscones) que quedaron en la historia grande del balompié.

Y hasta acá llegamos. Ya superamos ampliamente la meta de las 120 entradas que me habia propuesto para este año, pero igual prometo volver por más. Será hasta pronto.

martes, 18 de diciembre de 2018

ESSENTIAL IRON FIST

Otro viaje largo, otro Essential al buche.
Este maravilloso masacote de casi 600 páginas recupera todas las apariciones solistas de Iron Fist desde su debut en el nº15 de Marvel Premiere hasta el punto en que se forma la dupla con Power Man, en el nº50 de la revista de este último. En total son 31 episodios, una animalada.
Al principio, la serie de Iron Fist en Marvel Premiere es tan errática como cualquier otro comic de superhéroes publicado por Marvel a mediados de los ´70. En las primeras ocho apariciones meten mano cuatro guionistas y tres dibujantes, en un desfile bastante caótico. Sin embargo, esos ocho episodios iniciales narran en profundidad el origen de Iron Fist, delinean una misión, un sentido para el personaje y llegan a un final (en el nº 22, escrito por Tony Isabella) que bien podría haber sido definitivo. Si nunca más volvía a aparecer Daniel Rand después de ese cierre, estaba todo bien, nadie se podía sentir defraudado. Y además, los tres guionistas que suceden a Roy Thomas (autor de la primera aparición de Iron Fist) conservan el principal hallazgo del guionista inicial: los bloques de texto escritos en segunda persona, en los que el narrador omnisciente le habla no al lector, sino al propio Iron Fist. Un recurso narrativo de inmenso potencial y sumamente efectivo… que ya había puesto en práctica unos años antes nada menos que Héctor G. Oesterheld en las aventuras de Argón, uno de los personajes que le tocó escribir en su paso por Columba.
Lo cierto es que en el nº22 de Marvel Premiere la saga de Iron Fist no se terminó, sino que encontró a partir del número siguiente a quien sería su guionista definitivo, a cargo del personaje durante varios años: el maestro Chris Claremont, que en ese mismo momento la estaba rompiendo en X-Men. Los dos primeros episodios de Claremont son flojitos, poco trascendentes, pero a partir del tercero, justo cuando forma equipo por primera vez con un joven John Byrne, empieza a levantar vuelo, a tomar lo mejor que le dejaron los guionistas anteriores y combinarlo con ideas nuevas. Siempre habilidoso para escribir personajes femeninos, Claremont le da mucha bola a Coleen Wing y Misty Knight, reformula villanos tomados de otras series y de los back issues de Marvel Premiere y crea a algunos nuevos, entre ellos al celebérrimo Sabretooth. 
¿En qué falla Claremont, o por qué Iron Fist nunca levanta la temperatura que levantaron sus X-Men? Porque lo mantiene siempre a un nivel urbano, con alguna aventura más internacional, pero sin esa dimensión épica que –en sus mejores momentos- va a cobrar Danny Rand una vez formada la dupla con Luke Cage. Estas son aventuras de barrio, con fuerza dramática, con un héroe de apenas 19-20 años que tiene mucho que aprender y mucho que replantearse, pero sin mayores consecuencias y sin siquiera meterse en temas relevantes a nivel socio-político. Apenas hay una referencia no demasiado explícita a la guerrilla irlandesa en Inglaterra y no mucho más.
Los dibujantes anteriores a Byrne son el maestro Gil Kane (a un nivel demoledor), Larry Hama (por entonces asistente de Neal Adams, encima entintado por Dick Giordano, que también compartía estudio con Adams y colaboraba con él en varios proyectos), un muy tosco Arvell Jones y un Pat Broderick con mejores intenciones que resultados. Y después tenemos el privilegio de ver evolucionar episodio a episodio a John Byrne, quien -en las páginas de Iron Fist- pasará de dibujante primerizo recién llegado a las “ligas mayores” a monstruo legendario.
Al principio lo entinta un tal Al McWilliams, que lo achata, lo hace parecer un dibujante mucho más clásico, una especie de Russ Manning con menos onda. Le va a ir un poco mejor cuando lo entinte Frank Chiaramonte y va a llegar a su mejor momento al final de la serie de Iron Fist, cuando las tintas estén a cargo del veterano maestro Dan Adkins, al que le sobra oficio para tapar las ya poquísimas cagadas que se mandaba Byrne. En el número final de Iron Fist y en la trilogía que desemboca en la Power Man & Iron Fist nº50, el gran Dan Green se caga bastante en Byrne, lo tapa considerablemente al poner su sello personal. Pero nada te prepara para los dos numeritos de Marvel Team-Up, en los que Claremont cierra los plots que le quedan colgados cuando se cancela Iron Fist: acá a Byrne lo masacra ese asesino serial de dibujantes, ese verdadero criminal de la tinta llamado Dave Hunt. Incluso con los lápices del prócer anglo-canadiense, esas páginas precipitan la calidad gráfica del tomo al nivel del peor episodio de Arvell Jones (el que entinta otro muerto, Vince Colletta).
Si sos fan de Iron Fist, de las Daughters of the Dragon, de los Heroes for Hire, o de Chris Claremont, o de John Byrne, y querés conocer los inicios de estas leyendas, acá tenés muchas páginas muy disfrutables. En cambio, si lo que te atrae de Iron Fist es el costado de las artes marciales, la verdad que no, que acá le dan mínima bola a ese tema. Creo que sólo en los episodios de Doug Moench y Larry Hama se lo toman más o menos en serio. El resto, lo sarasea bastante.

Tengo sin leer material más reciente de Iron Fist, así que prometo reencontrarme con él en un futuro cercano. Gracias a todos los que se acercaron a saludar en la Colossus Com de Catamarca y volvemos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 13 de diciembre de 2018

JUEVES CON TORMENTA

El clima en Buenos Aires está espantoso, y seguramente mejorará a partir del sábado, cuando yo esté en Catamarca, en Colossus Com, el último evento lejos de Capital al que voy a asistir este año. Pero vamos a las lecturas recientes.
Allá por el 14/09/14, me tocó leer un recopilatorio de historias cortas del maestro Peiró. Recomiendo repasar esa reseña, en la que yo me quedaba con ganas de tener un libro más voluminoso, que reuniera todas, o la mayor cantidad posible, de aquellas breves gemas con las que el autor cordobés nos deleitara sobre todo en la década de los ´80. Bueno, ese libro finalmente cobró forma y se llama Córdoba Blues. Además de las ya comentadas Historia de Ana, El Chino y la Rusa, Dos Pájaros, El “Cueros”, Historia de Amor y Río, Piloto, Gracias Señor Nuys, Militancia, Ringside y la historia que da título a este libro, Córdoba Blues incluye 12 historietas más donde, una vez más, vemos un nivel de dibujo fuera de escala, guiones no del todo parejos y de vez en cuando algún titubeo en la narrativa.
Creo que de las 12 historias que no estaban en Tinta Mortal, la que más me gustó fue Señuelo. Y la que menos, Mate Cosido (escrita por Sergio Almendro) porque cuenta en 12 páginas una historia que daba tranquilamente para 20 y fuerza a Peiró a meter muchas viñetas por página, a veces muy cargadas de texto. Y me gustaron bastante las historietas en las que Peiró se vuelca (con distinto grado de disimulo) a la sátira política, a brindar un testimonio desde una óptica farsesca de lo que sucedía allá por 1983, cuando la dictadura se acercaba a su fin y la política volvía a ocupar un lugar central en la agenda de los argentinos. La Gran Carrera y Opera son las más explícitas (de hecho en la segunda aparecen levemente caricaturizados Alfonsín, Luder y Lorenzo Miguel, entre otros); Carnaval (la historieta mejor dibujada del tomo) revela la adhesión de Peiró a la infausta “teoría de los dos demonios” y a otras posiciones afines a la Unión Cínica Radical; y la menos salpicada por la coyuntura, Sensibilidad, es un chiste largo, de un humor negro, corrosivo y muy eficaz.
Ni hace falta decir que el combo global, con las 21 historietas, resulta irresistible para cualquiera que sueñe con armarse una buena biblioteca de historieta argentina. Si ya tenías Tinta Mortal, regalalo o tiralo a la mierda. Porque seguro que si lo leíste te hiciste fan de Peiró y quedaste pidiendo más a los alaridos. Y Córdoba Blues te da esa dosis extra de esa gloria gráfica llamada Peiró, encima con una calidad de edición ampliamente superior.
Salto a España, donde en 2015 se publica el Vol.51 de Spirou y Fantasio, un álbum de 2010 titulado La Amenaza de los Zorketes. Acá ya tenemos al frente de la icónica serie a la dupla integrada por Fabien Vehlmann y Yoann, que la habían roto en aquel álbum no canónico que vimos allá por el 06/08/15. Guarda: acá Yoann baja un cambio, se ajusta un poco más al estilo de André Franquin y mete menos rasgos “exógenos” a la estética clásica de Spirou. Lo bueno es que le queda perfecto, todo se ve como una versión fresca y moderna de un comic de Franquin, con esa expresividad, ese dinamismo, ese vértigo, y la paleta del inmenso Hubert apuntalando al dibujante con originalidad y jerarquía.
El guión de Vehlmann también me remitió en el acto a las aventuras de la gloriosa etapa de Franquin, con un enroscado plan del siempre impredecible Zorglub que afecta a toda la localidad de Champignac y obliga a nuestros héroes a afilar su ingenio y su bravura a límites insospechados. Básicamente, Vehlmann nos cuenta una de zombies, pero muy bien disfrazada para que no desentone en este universo festivo, colorido y apto para todo público. Y saca mucho provecho de la historia previa de los personajes, con guiños (no siempre sutiles) a cosas que vimos en álbumes de décadas y autores anteriores.
La Amenaza de los Zorketes es un álbum literalmente ATR, en el que el relato agarra desde temprano una velocidad frenética, sin descuidar el humor y el desarrollo de personajes. Un delirio fascinante, trepidante y lleno de momentos de alto impacto visual, que además deja abiertas un montón de puntas argumentales para resolver en el Vol.52, al cual prometo entrarle muy pronto. 

Si estás por Catamarca o aledaños, acercate a Colossus Com durante el finde, y si no, bancá que el martes estoy de nuevo por acá, casi seguro con material leído y listo para ser reseñado.

martes, 11 de diciembre de 2018

AQUAMAN

Bueno, ahora sí puedo contar públicamente qué me pareció la película de Aquaman.
Lo más importante es que la disfruté muchísimo, mucho más que cualquier otra película con personajes de DC que haya visto en años recientes.
A lo largo de 143 minutos, el director James Wan te bombardea con una cantidad de situaciones que casi daba para dos películas. Eso por un lado garantiza el ritmo, el palo-y-palo incesante, casi sin respiro. Y por el otro hace que ciertas cosas se simplifiquen un poco, como en un cuento de hadas, y puedan quedar al borde de los lugares comunes. Muchas de las cosas que suceden en Aquaman ya las vimos en otra películas: el héroe canchero y medio cabeza al estilo de Thor, el mentor que lo entrena para que sea grosso al estilo Daredevil, el combate para reclamar el trono de un reino ancestral al estilo Black Panther, algo que pasa al final que lo emparenta con Wasp… Digamos que el guión (en el que metió muchísima mano Geoff Johns) va más bien a lo seguro. Así es como hay “grandes revelaciones” pensadas para impactar al espectador, que si tenés unos cuantos comics de superhéroes leídos no te van a sorprender en lo más mínimo. Y por supuesto, peripecias extremas, de recontra vida o muerte, en las que vos sabés que el héroe va a salir ileso, como si estuviera jugando un partido de tute con tres viejitos en el Parque Rivadavia. Pero la película logra que vos compres ese relato, que aceptes sin cuestionar demasiado ciertas obviedades.
Durante un largo tramo del metraje, Aquaman combate a un temible enemigo (al que no voy a nombrar) en la superficie, se enfrenta a toda una civilización subacuática, rosquea con una criatura mitológica de inmenso poder, descubre el misterio más grosso de la historia de Atlantis y queda cara a cara con un personaje que se suponía que estaba muerto… en remera, pantalón y alpargatas. Eso debe haber sido lo único que me hizo ruido. Son escenas tan fuertes, tan inmensas, que daba para que Arthur se vistiera de modo un poco más heroico.
El argumento tiene bastante que ver con Throne of Atlantis, uno de los arcos más recordados de la etapa de Geoff Johns al frente del comic de Aquaman (ver reseña del 16/08/16) y no son pocos los elementos creados por mi doppleganger que aparecen en el film: el Dr. Shin, Murk, los barrabravas submarinos de The Trench… Si te gustó esa etapa del comic, sospecho que la peli te va a encantar. Por supuesto el guión le reserva un rol muy importante a Mera (diosa total Amber Heard) y a otro personaje femenino que en los comics nunca tuvo demasiado desarrollo pero que en la peli ocupa un lugar central. Los villanos están muy logrados, con sus motivaciones perfectamente explicadas.
Pero vamos a lo mejor que tiene la película: la forma alucinante en la que Wan aprovecha la posibilidad de contar una aventura subacuática en la que todo el aspecto visual está por inventarse. La acción no se parece a la de otras pelis de superhéroes, porque transcurre en buena medida bajo el agua. Y lo más lindo: la espectacularidad imponente y demoledora de los reinos, las criaturas, los trajes, las armas,los vehículos, los paisajes, las civilizaciones que aparecen bajo el mar. Esa mezcla entre ciencia-ficción y fantasía medieval le da a la peli una estética única, nunca vista, realmente superlativa. Es para verla varias veces, sólo para apreciar todos estos detalles en el diseño de producción, que es absolutamente fastuoso. Hasta tiene un homenaje a Kingdom Come, tan explìcito que seguramente el maestro Alex Ross pasó por Warner a buscar un cheque.
¿Hay chistes? Sí, es obvio que si tenés a un actor con el carisma de Jason Momoa algúnos chistes tenés que clavar. Pero no son tantos, ni están fuera de lugar. ¿Hay hitazos en la banda de sonido? Sí, en un momento hay un amague de cover de “Africa” (de Toto) y en otro momento arrecia como un huracán “It´s No Good”, de Depeche Mode. ¿Hay escenas post-créditos? Hay una justo después del elenco (la clásica “el villano empieza a planear su revancha”) y nada más. No te quedes cuatro horas viendo pasar letritas, porque al final te vas con las manos vacías, como los jubilados que votaron a Macri y esperan el bono de Navidad.  
A fuerza de acción, fantasía, comedia, romance, epopeya y sutiles pinceladas de rosca política, Aquaman te sumerge en una experiencia única, que a mí (hardcore fan del personaje hace décadas) me dejó muy conforme. No sé si habrá secuelas, no sé si Aquaman volverá en otra peli de la Justice League, tampoco me importa. Pero sí banco mucho esta película, en la que pasan muchísimas cosas y en la que este eterno segundón es tratado como un héroe recontra-grosso, el verdadero epicentro de toda una mitología con un enorme potencial para seguir explorando y seguir pelando historias capaces de maravillar a chicos y grandes. All hail the king!


lunes, 10 de diciembre de 2018

UN LUNES MAS

Bueno, la gente de Warner nos pidió que no publicáramos críticas de Aquaman hasta mañana martes a la tarde, así que queda pendiente para mañana. Hoy me concentro en las reseñas de otras cosas que estuve leyendo durante el finde.
Arranco con el Vol.4 de Batman Black & White, un recopilatorio de 30 historias cortas a cargo de un elenco muy zarpado de autores. Por supuesto, son historias chiquitas, con mini-conflictos que se pueden desarrollar y resolver en ocho páginas. Y sí, hay historietas que necesitaban más espacio para cobrar espesor dramático y otras sostenidas en premisas tan mínimas que también se podían rematar en cinco o seis páginas. No me va a dar el espacio para mencionarlas a todas, pero hay algunos puntos salientes (para arriba y para abajo) que quisiera destacar:
La portada de Marc Silvestri es vomitiva, no se me ocurre cómo empeorarla. Quizás imprimiéndola en el dorso de una boleta de Cambiemos…
Michael Cho, gran dibujante. No lo tenía en el radar, pero lo que hizo me resultó exquisito.
A Neal Adams lo dejaron entregar la historieta a lápiz, sin entintar, y la verdad que se ve buenísima, se aprecia muchísimo el trabajo del veterano autor. Lástima el guión, que es paupérrimo.
John Arcudi, Sean Murphy, Rubén Pellejero… algunos de los ídolos de los que esperaba más. Michael Allred, no sé si sufrió la falta de los colores de su esposa Laura o si se tiró un toque a chanta. Igual a media máquina también la descose.
Chris Samnee, cada día más genial, más cerca de convertirse en el único heredero legítimo del glorioso Alex Toth.
Sean Galloway me impactó con ese estilo alucinante… que no encaja ni a palos con el blanco y negro. Quiero una graphic novel suya, pero a color.
J.G. Jones, Joe Quiñones, Rafael Albuquerque, Alex Niño, Lee Bermejo, Stephane Roux, Dustin Nguyen, Paolo Rivera, Dave Johnson, Javier Pulido, Becky Cloonan… todos tremendos dibujantes.
Algunos dibujantes que se animaron a escribir sus propios guiones y les fue muy bien: Rafael Grampá, Adam Hughes y Cliff Chiang.
Genio absoluto Rian Hughes, autor de la mejor historia del tomo.
Y dignísima labor de Keith Giffen, Jimmy Palmiotti y el inolvidable Len Wein, todos guionistas que obviamente pueden dar más, pero que acá cumplieron con la consigna de que se tienen que lucir los dibujantes.
Nada, imposible hacerle el aguante a la lista de autores del Vol.1, pero sirve como muestrario de dibujantes y para ver cómo se desenvuelven ciertos autores en el escarpado terreno de las historias cortas.
Dar Todo es una novela gráfica escrita por Sebastián Rizzo y dibujada por Raúl Vila, que se propone contarnos en 75 páginas tres años en la vida de Gabriel Batistuta: desde los 18 años (cuando lo descubre Jorge Griffa y lo lleva a jugar a las inferiores de Newell´s) hasta los 21, cuando sale campéon y goleador del torneo con la camiseta de Boca, a las órdenes del Maestro Tabárez.
La verdad que, como biografía, se parece mucho a una hagiografía. Rizzo nos narra una especie de transformación milagrosa, en la que en pocos meses el Bati pasa de ser un tronco excedido de peso a ser el crack que tantas gargantas hizo vibrar con sus goles. La segunda mitad de la historia es la que más abunda en elementos propios de la gesta heroica, a tal punto que Rizzo construye un villano recurrente, un némesis para el Bati que será nada menos que Daniel Passarella. Las últimas 15 páginas se concentran en el partido entre River y Boca de Julio de 1991, y acá es donde el relato de Rizzo y Vila alcanza esas dimensiones épicas. Todo está narrado de un modo tan dramático, tan jugado a la espectacularidad, que si ese partido no hubiese existido en el mundo real, nadie dudaría que es una invención del guionista.
La historieta tiene muy buen ritmo, la entrada y salida de los personajes está muy bien orquestada y la verdad es que uno quisiera que la historia siguiera otras 75 páginas, para ver al Bati romperla en Italia y en la Selección. Pero claro, en términos de tensión dramática, no hay otro punto tan crucial en la carrera del ídolo como ese superclásico con el que cierra Dar Todo.
El dibujo va a lo seguro, se ve que a Vila no le copa asumir muchos riesgos. Se mantiene en una línea muy clásica, casi retro, con un trazo bastante fluído, bastante plástico, muy bien complementado con la paleta del gran Maco Pacheco. La narrativa también está muy lograda, apenas empantanada por alguna secuencia en la que a Rizzo se le va la mano con la cantidad de texto. Donde se hacen más conspicuos los altibajos es en las resemblanzas. Algunos personajes (Settimio Aloisio, Coco Basile) están muy bien plasmados, otros son sólo para expertos (Marcelo Tinelli, Passarella, Carlos Heller, el Loco Bielsa) y otros se parecen tan poco a los personajes reales que si el texto no especifica quiénes son, no te enterás jamás. Lamentablemente el del protagonista, el propio Gabriel Batistuta, es uno de los rostros que Vila no logra reproducir con la precisión necesaria como para que cualquiera lo logre identificar a simple vista. Fuera de ese detalle (no menor, pero no demasiado relevante a la hora de engancharse con la trama), la faz gráfica de Dar Todo aprueba con holgura. Si sos fan del asesino serial de redes nacido en Reconquista, seguro esta historieta te va a emocionar.

Mañana sí, lo prometido es deuda. Se viene la reseña de la peli de Aquaman, acá en el blog. Gracias por el aguante.

viernes, 7 de diciembre de 2018

VIERNES DE VIGILIA

Me re-cagaron. Me programaron la función de prensa de Aquaman para mañana sábado a la mañana, y entonces no puedo salir de joda esta noche, porque además mañana laburo toda la tarde. Más vale que la peli esté buena… En vez de apolillar para salir fresco a disfrutar de la trasnoche, hoy estoy acá, con un laaargo rato libre para reseñar algunas de las cositas que leí en estos días.
Encontré en una mesa de saldos el Vol.1 de Pin-Up, la serie iniciada en 1994 por Yann y Philippe Berthet, y me lo compré sin dudar. Ahora me metí en brete de aquellos, porque la serie a) consta de 10 álbumes y b) me pareció excelente.
Básicamente, lo que cuentan Yann y Berthet es cómo cambia la vida de una chica cuando un historietista famoso toma primero sus rasgos y más tarde su realidad misma para darle vida a la protagonista de una tira diaria de inmensa popularidad. Estamos en EEUU, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando el comic es una forma de  entretenimiento hiper-masiva, al punto que se lo utiliza para motivar a los soldados que pelean en los distintos frentes del conflicto bélico. Ahí va a jugarse el pellejo Joe, el novio de Dottie, mientras que esta pasa a ser la inspiración para Poison Ivy, una heroína intrépida y sexy, creada por el talentoso (e inescrupuloso) Milton. Sí, obviamente es una referencia a Milton Caniff, aquel historietista mítico de los años ´30 y ´40, tan hábil con el plumín como en la rosca con los militares y los servicios de inteligencia yankis.
El dibujante es algo así como el villano de Pin-Up (por lo menos en este primer tomo), y eso le permite a Yann abrir todo un abanico de juegos metacomiqueros, de distintos niveles de realidad al estilo Peter Kampf lo Sabía. Yann además explota a full el hecho de tener como protagonista a una chica íntegra, para nada boluda y con muchísima personalidad, en una historia ambientada en una época en la que las minas eran básicamente objetos cuyo valor estaba intrínsecamente relacionado a su belleza física.
Parte de lo que hace muy atrapante a este primer Pin-Up es que pasan muchas cosas en 44 páginas, y eso es porque Berther se morfa un montón de páginas de 10 o más viñetas. Sin embargo la narrativa no se resiente para nada, los fondos, armas y vehículos muestran un nivel de documentación superlativo y la línea del francés brilla muchísimo en ese fino equilibrio entre Luc Cornillon y Daniel Torres. Veremos si consigo a buen precio los siguientes tomitos, o si cedo a la tentación de ir directo por los integrales, qe deben costar un huevo y la cáscara del otro.
Ayer jueves me tocó conducir la presentación en Buenos Aires de Terra Australis, la nueva novela gráfica de Agustín Graham Nakamura, y obviamente me tomé el laburito de leerla previamente, para no mandar más fruta de la habitual. Terra Australis es un thriller de misterio, que amaga con ser policial pero en realidad está motorizado con elementos que provienen de la órbita de la ciencia-ficción. A diferencia de Zero Point, la obra está claramente ambientada en Argentina (en este caso, a fines de los ´80) y juega a mostrar el DNI argento en la medida justa y precisa. La trama tiene muchísimo suspenso, te logra poner bastante nervioso, y por supuesto incluye una dosis notable de acción: hay tiros, persecuciones, explosiones, poderes psiónicos fuera de control, y lo mejor es que todo sirve para que avance la historia, no es “golosina visual” para enganchar a los fans del comic bien jugado a la machaca.
Los diálogos están muy logrados, los dos protagonistas (Maia y Mosca) son fruto de un gran trabajo de elaboración por parte de Agustín, quien además se da el lujo de bajar una línea ecologista, que nos invita a reflexionar acerca del daño que le hacemos los humanos al planeta que nos tocó habitar. O sea que la lectura trasciende el mero entretenimiento.
La narrativa que despliega Graham Nakamura es bien cinematográfica, con mucha viñeta widescreen, como si quisiera convencernos de que estamos viendo una peli, no leyendo un comic. Pero además maneja muy bien los recursos propios del Noveno Arte y hasta se florea tirando homenajes a Katsuhiro Otomo y el Viejo Breccia. Visualmente, Terra Australis es belleza e impacto en estado puro, con puntos muy altos como la aplicación de las tramas de grises y esos primeros planos del villano que te hielan la sangre.
Si te gusta la historieta de género, con buenos y malos, intrigas y kilombos, y esa mezcla oesterheldiana entre elementos de ciencia-ficción extremos y gente que toma mate y es hincha de San Lorenzo, no tengo dudas de que Terra Australis te va a cautivar. Banco fuerte y espero que Agustín se juegue a contarnos (en un futuro no muy lejano) un nueva aventura con estos mismos personajes.

Nos reencontramos pronto con la reseña de la peli de Aquaman, acá en el blog.

martes, 4 de diciembre de 2018

EL MARTES, SEGUNDAS PARTES

Hoy tengo para reseñar dos libros que se complementan con otros dos ya reseñados acá en el blog.
Empezamos con Parker: The Outfit, la segunda novela de Richard Stark (en realidad, Donald Westlake firmando con pseudónimo) que adaptara al comic el inolvidable Darwyn Cooke. La primera (The Hunter) la reseñamos el 13/07/13.
El libro arranca con una especie de serendipia, una yapa imprevista que está demasiado bien para ser real: las 24 páginas de The Man with the Getaway Face, un breve relato que funciona muy bien en sí mismo, pero además sirve como puente entre The Hunter y The Outfit. Es una historia tan redondita, tan jodida, que si le ponés un garche y cinco chistes se convierte en uno de los mejores episodios de Torpedo 1936.
Y después, la historia larga en la que Parker sale con los tapones de punta, a escupirle el asado a una poderosa organización criminal que lo trató de matar, justo a él, que es un genio del delito low-fi. Stark primero y Cooke después nos cuentan minuciosamente cómo funcionan los grandes curros de este imperio clandestino, y acá es donde el historietista canadiense encuentra el mayor desafío: Buena parte de la novela es una explicación paso a paso, casi un manual de instrucciones, de cómo está armada la logística de cada uno de los negocios ilegales de esta “empresa” criminal. Son unas 30 páginas sin acción ni conflictos, que ahondan en detalles minuciosos acerca de estos operativos, y Cooke encuentra distintas formas de graficar estos procedimientos para hacerlos visualmente interesantes para el lector de historietas. Con distinto éxito, no? Porque no todos los recursos que emplea funcionan igual de bien. Pero el resultado es sumamente satisfactorio, y para cuando Parker y sus aliados empiezan a desbaratar sistemáticamente los negocios de “la empresa”, uno ya entendió perfectamente cómo están estructurados, cómo circula la guita negra, cómo se blanquea, cómo se reparte y demás. Una especie de Ruta del Dinero K, un poquito menos delirante que la que te vendieron los medios neoliberales de Argentina.
El dibujo… ufff, ni tiene sentido intentar explicar la magia que tira Cooke en la faz gráfica. A las influencias habituales de Bruce Timm, Alex Toth, Ty Templeton y David Mazzucchelli hay que sumarle páginas dibujadas en una línea clarísima, secuencias enteras ilustradas como si fueran cartoons humorísticos de los años ´50… un despelote realmente extraordinario, con una sofisticación increíble y una fuerza expresiva descomunal. Recontra-recomendable y sumamente imprescindible para las viudas de Cooke que creen que el ídolo era sólo un gran dibujante de superhéroes.
También en 2013, el 14 de Septiembre, me tocó reseñar el primer librito de Fumetsu, una saga de aventuras, machaca épica y ciencia-ficción creada por los chilenos Felipe Benavides y Fernando Pinto. Era apenas el inicio de dicha saga, y en esas primeras 48 páginas se empezaba a avizorar un universo vasto y atractivo. El Vol.2 en vez de 48 páginas tiene 80 y termina donde tiene que terminar: con el final de la historia de este bravo samurai del futuro remoto y su lucha por liberar a la humanidad del yugo de los Warui.
Una vez más, Benavides no se calienta mucho por desarrollar a los personajes. El elenco está muy bien armado y varias de las mejores secuencias surgen de la ingeniosa interacción entre estas criaturas. Pero no van del punto A al punto B, sino que se concentran en los diálogos y en la acción. También al igual que el Vol.1, esta segunda entrega tiene muchísima acción, extensas secuencias prácticamente sin textos en las que vemos unos combates electrizantes, casi siempre importantes para el devenir de la trama. La vez pasada, la abundancia de machaca hacía que el librito durara muy poco, como esos tomitos de shonen de 190 páginas que te bajás en menos de 15 minutos. Esta vez, al tratarse de un tomo bastante más voluminoso, eso se siente un poco menos.
Lo mejor que tiene Fumetsu es cómo Benavides mueve a los personajes por este mundo, cómo aprovecha ese trasfondo, esa complejidad de conceptos aventureros que supo construir a lo largo de toda la saga para llegar a un final potente. El dibujo de Pinto no desentona para nada con el clima épico de Fumetsu y además potencia muchísimo el aspecto más humano, el de la interacción entre los personajes. Una vez más me atrapó con ese trazo similar al de Enric Rebollo, con la coreografía de las batallas y obviamente con la aplicación de los grises, que es el punto más alto de la faz gráfica de Fumetsu.
No estamos ante el comic que marcará un antes y un después en la historia de la historieta chilena, pero la verdad que para pasar un rato entretenido y vibrar al ritmo de la machaca, está muy bien.

Volvemos pronto con nuevas reseñas y nos vemos este jueves en Sector 2814, donde voy a estar charlando con mi amigo e ídolo Agustín Graham Nakamura. Sayonara.  

sábado, 1 de diciembre de 2018

SABADO TREMENDO

Arranca Diciembre y arranca muy fuerte, con dos lecturas realmente impactantes.
Desde mediados del año pasado, vengo comprando cada vez que salen los tomitos de Oyasumi Punpun editados por Ivrea, y tengo 10 acumulados. Sin haber leído ninguno, compré 10. A ese nivel llega mi fe en Inio Asano. Y bueno, ahora leí el Vol.1 y me pareció excelente.
Del dibujo no pienso hablar, porque ya está todo dicho en las reseñas anteriores de obras del ídolo. Pero el guión… acá sí que vi muchas cosas que nunca había visto en otros trabajos de Asano. Por lo menos en el arranque, Oyasumi Punpun nos ofrece una comedia costumbrista de chicos de escuela primaria que descubren la sexualidad, la paja e incluso el amor, pero con más de un twist extraño, con más de un elemento perturbador. La apariencia de Punpun, sin ir más lejos: ¿por qué Asano lo dibuja como una especie de fantasmita con pico y patas de pájaro, al que nunca vemos hablar y al que los bracitos le aparecen sólo cuando los necesita para agarrar algo? ¿Los demás no notan que Punpun es totalmente distinto al resto? ¿O lo notan y se hacen los boludos? ¿Y qué onda la familia de Punpun, que también aparece dibujada como pajaritos-fantasmas? Ahí pasa algo raro, que me genera muchísima intriga, que me saca mucho de eje.
Después está el misterioso mensaje que aparece en medio del video porno, que guiará a los chicos en una aventura que Asano desarrollará –supongo- en el Vol.2. Y lo más raro: esos adultos que se descontrolan y se ríen o se alteran como si fueran dementes patológicos. Acá el ídolo dibuja las expresiones faciales más zarpadas, más potentes de toda su carrera, pero todavía no sabemos si es para hinchar las pelotas o si eso es parte de algún elemento constitutivo de la trama. Ah, y también está Dios, un Dios con “alta onda” al que pareciera que Asano le reserva un rol importante en la saga de Punpun.
Se supone que este fue el intento de Asano por incursionar en un manga más comercial, más masivo (de hecho, trabajó con cinco asistentes para bancar el ritmo de la serialización semanal), pero hasta ahora se siente como un trabajo totalmente personal, sin concesiones de ningún tipo, muy fiel al espíritu de las obras de este genio que venimos viendo hace ya unos cuantos años. Banco a full y felicito a Ivrea por los huevos para editar esto en Argentina y por la traducción (de Pablo Tschopp) que está muy bien.
Hablando de Argentina, hace poquito se editó en nuestro país ¿Quién Mató a Rexton?, una novela gráfica que Diego Agrimbau venía planificando hace muchos años. A través de un ingenioso artificio narrativo, Agrimbau se genera la posibilidad de reencontrarse con varios de los dibujantes con los que colaboró asiduamente en sus… 20 años de trayectoria (Gabriel Ippóliti, Dante Ginevra, Pietro, Fernando Baldó) y de trabajar con dos dibujantes más jóvenes (pero también muy talentosos) como Pato Delpeche y Gato Fernández.
¿Quién Mató a Rexton? es una historia 100% metacomiquera, un comic que indaga en el asesinato de un famoso guionista de comics, desde la óptica de los dibujantes que trabajaron con él. Agrimbau aprovecha para hablar sobre el constante clivaje entre los aspectos artístico y comercial de la historieta y de cómo la tensión entre ellos la hace compleja y fascinante (tema acerca del cual la manya lunga), y además le suma la faceta humana, la de los vínculos entre personas muy distintas entre sí. Probablemente ese sea el costado más atractivo de ¿Quién Mató a Rexton?, el mejor trabajado por el guionista. Eso, y el giro del final, impredecible y sumamente satisfactorio.
Se me complica destacar a uno o dos de los seis dibujantes que participan, porque la verdad que los seis dejaron la vida, cada uno en su estilo. Estamos frente a un libro de una solidez gráfica impresionante, algo poco frecuente cuando mete mano tanta gente. Se podrían escribir larguísimos artículos acerca de esta novela, pero hagámosla corta: si te copa ver a un guionista y varios dibujantes contando historias de amor, locura, mala leche y ambición protagonizadas por guionistas y dibujantes (y editores, y críticos), no tengo dudas de que ¿Quién Mató a Rexton? va a rankear alto en tu lista de lo mejor de 2018.

Gracias por el aguante y la seguimos pronto.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

MIERCOLES MAGISTRAL

Hoy la verdad que no me puedo quejar. Los dos libros que me tocó leer en estos días me parecieron excelentes.
Empiezo con Pánico en el Atlántico, un álbum de Spirou de la serie en la que autores famosos aportan su versión (no necesariamente canónica) del popular personaje creado hace 80 años por Rob-Vel. Esta entrega data de 2010 y lleva las firmas del inmenso Lewis Trondheim y de un dibujante al que no conocía y del que me hice fan en el acto: Fabrice Parme. Firmemente enrolado enla línea clara, Parme combina la influencia de la clásica historieta franco-belga con la de los dibujos animados norteamericanos de vanguardia, desde los famosos cartoons de la UPA hasta hitazos más recientes como Los Padrinos Mágicos. Imaginate una mezcla entre el Sáenz Valiente de Norton Gutiérrez y el Nahuel Sagárnaga de Wachín, con la aparición esporádica de expresiones o detalles más sacados, tipo Gustavo Sala. Lo que nos ofrece Parme en este álbum es una verdadera fiesta para los ojos, perfectamente apuntalada por la labor de la colorista Véronique Dreher.
El guión, por su parte, es totalmente adictivo. No es frecuente leer 62 páginas en las que pasen tantas cosas. Es como si Trondheim tomara el clásico álbum infanto-juvenil de Spirou o Tintin (o cualquiera que se plantee combinar aventuras con comedia) y lo acelerara con un enema de merca y speed, para que vaya a 400 km por hora por la banquina del lado contrario. Pánico en el Atlántico no para un segundo, no da respiro. Termina una escena trepidante con Spirou y arranca una desopilante con Fantasio, Spip o el Conde de Champignac. Trondheim rebota como la bolita de un pinball enloquecido entre las peleas, las persecuciones y los chistes, a veces más físicos y a veces más típicos de las comedias de enredos onda Juan Carlos Mesa.
Ves todos esos personajes en la portada y decís “no hay forma de que haya espacio en 62 páginas para que todos intervengan y tengan escenas en las que se lucen”. Hay forma. El guión de Trondheim tiene un acelere tan vertiginoso y aprovecha tan al mango cada viñeta, que todos esos personajes tienen su peso en la trama. Incluso algunos son tan copados que querés verlos en todos los álbumes de Spirou. Si querés vivir un rato largo de emociones, humor y aventura enla que el verosímil no importa en lo más mínimo, no dudes en embarcarte en este álbum de la mano de Trondheim y Parme. En los próximos meses habrá bastante más Spirou acá en el blog, así que atentos.
Me vengo a Argentina, a 2018, cuando se reúnen dos autores muy atípicos, ambos dueños de idiosincracias narrativas muy personales. ¿Qué sale de la unión entre dos autores “raros”? ¿Un comic MUY raro? Nah, tranqui. Con guión de Damián Connelly y dibujos de Pedro Mancini, Felicidad no es una historieta obvia, ni trillada, ni siquiera convencional, pero tampoco es un delirio críptico o incomprensible como la permanencia en el gobierno de Patricia Bullrich. El guionista maneja un grado de abstracción importante, simplifica tremendamente la trama para concentrarse en lo que más le interesa: una historia en la que el afecto derrota a la violencia, salpicada con reflexiones acerca de la felicidad, qué es, para qué sirve y hasta dónde vale llegar para tratar de alcanzarla.
Los diálogos son breves, muy eficaces, y hay un sólo personaje al que Connelly desarrolla a lo largo de estas 60 páginas: el farmacéutico Alan Rimbauer, el tipo que conoce la fórmula química de la felicidad y sin embargo nunca será feliz. El resto del elenco acompaña, pero el que motoriza la trama y al que el guionista más le interesa explorar es a Alan. ¿Se podía contar esta misma historia de un modo más simple, menos afectado? Obviamente que sí, pero en una de esas era un embole. Así como está, Felicidad ofrece una dosis muy bien equilibrada entre introspección, misterio, acción y momentos más oníricos, más bizarros, más davidlyncheanos.
Este aspecto más surreal encaja perfecto con la propuesta estética que suelen tener las historietas en las que Pedro Mancini dibuja sus propios guiones. Y se nota que el dibujante se sintió cómodo en su incursión por este mundo imaginado por Connelly. Lo único a lo que me costó mucho acostumbrarme es a ver a Mancini dibujando expresiones faciales. El estilo de Pedro se basa mucho en la síntesis, y en esa búsqueda, suele prescindir de los rasgos faciales para mostrarnos rostros básicamente inexpresivos, que tienen mucho sentido en la mayoría de sus historias. El guión de Felicidad, en cambio, le otorga mucho protagonismo a las expresiones faciales y al principio esos primeros planos que dibuja Pedro me hicieron un poco de ruido. Después me acostumbré. El resto de la faz gráfica es impecable, con personajes y fondos muy bien diseñados, con muchos logros en la composición de las viñetas y el armado de las secuencias. Una obra muy recomendable, seas fan de Connelly, de Mancini, de ambos, o incluso de ninguno de los dos.
Y hasta acá llegamos por hoy. Parece que se cancela el viaje a Santiago del Estero que tenía previsto para este finde, así que es probable que en los próximos días tenga tiempo de sobra para leer material y escribir reseñas. La seguimos pronto.