el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 31 de diciembre de 2012

31/ 12: CUARTA TEMPORADA

Parece mentira, pero hoy se termina el tercer año de este blog. Y aún más, mañana arranca la cuarta temporada! Una cuarta temporada que va a ser muy parecida a la tercera: posts casi todos los días (este año tuvimos 346 sobre 366 días, de los cuales algunos fueron choreo, pero bue, uno también es humano), mayoría de reseñas, espacios para polémicas, apostillas acerca de algún evento al que asista y me llame la atención, alguna crítica de alguna peli comiquera que me toque ver, en una de esas una saga con “continuará” de las que tanto gustan... esa onda.
Para mí este no fue un año demasiado fácil, porque además de este blog coordiné Soretes Azules, el blog de tributo a Carlos Trillo, que tuvo 317 entradas a lo largo de 2012. Sumémosle la gran cantidad de eventos a los que asistí, más mi laburo de todos los días, más alguna mala pasada que me jugó la salud y no te digo que llegué con lo justo (porque con tres años de training intensivo uno ya se banca cualquier cosa), pero casi. Para 2013 me pienso meter en otro proyecto descabellado: un libro que estamos armando junto a Luciano Saracino. Y por supuesto pienso seguir dándole masa a la Comiqueando Online, que resiste heroicamente, como la aldea de Astérix, y se acerca a su décimo aniversario. En ese contexto se plantea la cuarta temporada de 365 Comics.
Este año no me voy a poner a enumerar a los autores grossos cuyas obras esperan turno para ser leídas y reseñadas en los próximos meses. Prefiero dedicar el espacio a repasar algo muy importante que son
LAS REGLAS DEL BLOG
1) Este blog es completamente personal, autogestionado e independiente. Independiente de todo, inclusive de mi laburo como distribuidor. No es un house organ de la distri, ni tiene el compromiso de manijear o ensalzar a los libros de las editoriales con las que trabajo. No tiene ni tendrá nunca el objetivo de vender absolutamente nada.
2) El blog se sigue llamando “365 Comics por Año”, pero el compromiso de postear una reseña por día a lo largo de todo un año se terminó el 31/12/10, cuando cumplimos el primer año. De ahí en más, el blog sigue porque se sumó la posibilidad de postear otros textos (no necesariamente reseñas), e incluso de no postear, ya sea por estar de vacaciones o absorbido por algún evento de los que abarcan miles de horas por día.
3) El material que se reseña en el blog es el que me llama la atención como para comprarlo, más algunas cosas que me regala gente amiga. Ese es el único criterio válido. No importa si está editado en castellano, si se consigue fácilmente, o si es accesible. Existe, lo tengo, lo leo, lo reseño, punto.
4) Este blog es, ante todo, un espacio para la libertad de expresión. Así como yo puedo opinar lo que se me cante, los lectores pueden hacer lo mismo. Acá no se modera, no se censura y no se elimina ningún comentario, ni siquiera los que me parecen ofensivos, desubicados o simplemente estúpidos. Todos tienen derecho a opinar libremente y bueno, después se verá quién queda como un intolerante, un ignorante, un quejoso, un boludo, o un cagón, en el caso de los que eligen el anonimato.
5) Los textos del blog son míos, pero también son de todos. Cualquiera puede reproducirlos donde se le cante sin pedir autorización, mientras aclare quién es el autor y dónde se publicaron originalmente. Vale afanar desde las teorías más elaboradas hasta los chistes más pedorros, pero siempre citando la fuente.
Con todo esto en claro, sólo queda agradecerles a los lectores que nos acompañan día a día (este mes llegamos a las 27.000 visitas!), a los casi 400 seguidores del blog y a los 1330 usuarios de Facebook que nos dieron su “me gusta”. También a todos los que ayudan a difundir este blog, publicando links y compartiendo contenidos en las redes sociales. Se vienen otros 365 repletos de comics y para mí va a ser un placer compartirlos con la horda viñetófila que se juntó del otro lado de mi monitor. Feliz 2013 para todos!

domingo, 30 de diciembre de 2012

30/ 12: SHOWCASE PRESENTS ALL-STAR SQUADRON Vol.1

Y sí... hoy tengo que empezar de nuevo diciendo “Qué grande Jerry Ordway, qué loco que no tenga muchos más fans, etc.”. Es, sin dudas, la primera conclusión a la que llegué tras bajarme estas 528 páginas de All-Star Squadron, la revista en la que Ordway debutó profesionalmente (primero como entintador y firmando “Jeremiah Ordway”) allá por 1981. En los seis primeros episodios, Ordway entinta a Rich Buckler, el siempre eficiente (aunque nunca muy original) dibujante al que ya vimos en varios Essentials de Marvel. Después vienen otros 9 números y un Annual en los que entinta a su sucesor, Adrián González, un dibujante bien comunardo, al que no le sobra nada. Esos 16 episodios (varios larguísimos, de más de 25 páginas), que a lápiz deberían verse como un típico comic de superhéroes de esa época, sin demasiada onda ni inspiración, entintados por Ordway se ven primero como la obra de un único dibujante (es decir, el paso de Buckler a González se hace casi imperceptible), y después como historietas llenas de fuerza, de elegancia y de detalles deliciosos. El increíble aporte de Ordway a la faz gráfica de esta serie te queda definitivamente claro al ver los últimos episodios, en los que González aparece entintado por otras manos. Ahí no hay magia ni onda y, si bien el dibujo no se desploma de manera catastrófica, la diferencia se nota muchísimo, como si compraras una Coca y el líquido fuera verde flúo.
¿Y qué onda las historias? La verdad, se bancan decorosamente el paso de las tres décadas y monedas. La consigna está buena: un comic ambientado en 1941 y en Tierra-2, donde los superhéroes aparecieron a fines de los ´30. Y con un detalle limado más: los protagonistas no son los héroes más grossos (o sea, los de la Justice Society), sino que el guionista Roy Thomas dedica buena parte de estos 19 episodios a darle chapa a los héroes menores, que existían en 1941 pero jugaban en la C, y a personajes nuevos, retro-injertados en este período. Lo más notable es la cantidad de referencias que maneja Thomas: por un lado, se nota que escribía esta serie con los diarios de 1941 en el escritorio, porque de ahí saca nombres de ministros, generales, sucesos de la Segunda Guerra Mundial, cosas relacionadas a la misma que pasaban dentro de EEUU, noticias de celebridades, deportes, etc. No hay un sólo detalle, ni el más mínimo, que te haga ruido en cuanto a la autenticidad y la veracidad de que estamos en 1941.
Bueno, sí. En nuestro 1941 no había superhéroes... Y esa otra referencia Thomas también la maneja a la perfección. Además de los diarios, el guionista tiene perfectamente estudiado qué pasaba en ese momento en las historietas de cada uno de los 20 ó 25 personajes que aparecen en este tomo (luego serán muchos más) y se hace cargo de todo, incluso de historias chotísimas y cuasi-inexplicables, de esas que abundaban bastante en los comics de la “Golden Age”. Si la historia transcurre en Enero del ´42, Thomas sabe que –ponele- el Dr. Mid-Nite no puede aparecer, porque en una aventura ambientada en Enero del ´42 y publicada en esa época, nos lo mostraban de viaje por Africa. Esto está armado con tanta disciplina y tanto respeto, que si llegás al final de All-Star Squadron sin caer en la tentación de empezar a leer los comics de los ´40 de todos estos personajes, es porque realmente nunca en tu vida los vas a leer. Yo, por suerte, zafé. Pero posta, en más de una ocasión me dieron ganas, sobre todo cuando Thomas se desloma para darle onda y coherencia a los personajes más pedorros, a los que en los ´40 tuvieron poquísimas apariciones, siempre en historias cortitas y menores.
Si sos fan de larga data de DC, seguro ya tenés All-Star Squadron completa, porque es una serie que en los ´80 acumuló una chapa más que considerable. Si sos fan de Marvel y querés ver qué hizo Roy Thomas cuando se fue a DC, creo que también te va a gustar. Si te copa la Segunda Guerra Mundial y querés leer una versión alternativa, en la que los superhéroes cumplen un rol que no es el que te imaginás, también te la recomiendo. Si te gusta el comic clásico de superhéroes, así, a secas, dale nomás. Y si sos fan del inmenso Jerry Ordway, no te pierdas All-Star Squadron porque acá es donde empieza la leyenda. Quiero ya más Showcases de esta serie, así termino de reemplazar a las revistitas, a las que hice guita hace varios años.

sábado, 29 de diciembre de 2012

29/ 12: DAGO Vol.31

¿Adiviná qué estaba haciendo ayer yo cuando se prendió fuego la internet con la confirmación de que se vuelve a publicar Dago en Argentina a través de Comic.ar? Adivinaste: leyendo Dago en italiano. Por supuesto, este libro de la Eura de 1999, no tiene nada que ver con lo que se va a editar acá: tapa dura, fomato europeo, todo color, apenas 60 páginas de historieta y no me acuerdo cuánto lo pagué, pero seguro fueron más de $ 45. En lo único que se parece es que son historietas escritas por Robin Wood y dibujadas por Carlos Gómez, de las que originalmente se producen de a 12 páginas semanales para los contenittores (antologías) de la ex-Eura, hoy Aurea. Pero veamos qué hay adentro...
Este tomo ofrece cinco episodios de Dago, a los que se les nota mucho la obligación de durar sí o sí 12 páginas. Así, hay ideas que podrían haberse desarrollado un poco más si hubiese más páginas disponibles y otras que no daban ni en pedo para 12 páginas y hubiesen resultado más contundentes en 6 o en 8.
La primera historia narra el final de la batalla de Pavia, en la que el Rey Francisco de Francia pierde por goleada y cuya última acción antes de entregarse al enemigo es encomendarle una misión más a Dago, quien estaba a su servicio. Esto podría haber durado dos o tres páginas menos. Lo cierto es que Dago vuelve a los caminos de Francia y en los cuatro episodios restantes Wood cambia el género bélico por la road movie, para mostarnos breves (y a veces poco trascendentes) aventuras que vive el veneciano en los lugares donde para a comer y descansar.
El segundo episodio es una típica historia de Robin Wood: una trama de corrupción, lujuria y venalidad, a la que Dago desarticulará en favor de los más débiles, a los que sólo le quedaba un poquito de dignidad. “¿Quién ese ese hombre que hizo tanto por nosotros sin pedir nada a cambio?”, se preguntan la bella joven y su anciano padre. Se ve que nunca leyeron historietas de Columba... Al inexplicable altruismo de Dago hay que sumarle también la sangre fría y la mala leche: el castigo que desencadena contra los villanos de esta historia es sencillamente escalofriante.
La tercera historia es flojita, apenas una intriga palaciega menor en la que –de nuevo- Dago interviene para hacer justicia. La cuarta es parecida a las dos anteriores: un encuentro fortuito, un noble cruel y despiadado que abusa de su poder, un hombre valiente preso de un antiguo juramento y un final trágico y desolador. Acá el rol de Dago es tan chiquito que podría no estar. Y la quinta historia, que también se inicia con un encuentro casual, amaga con ser la enésima anécdota menor de Dago en el camino, pero sobre el final resulta ser canónica porque acá es donde el ex-jenízaro negro se gana la amistad y los favores de la reina de Francia, un elemento que tendrá mucho peso en historias futuras.
El dibujo de Gómez acá todavía no llegó a su punto más alto, que es el que vimos en sus trabajos posteriores. De hecho, todavía no se ve su verdadero estilo, sino que persisten los vestigios de la época en la que le pedían expresamente que copiara a Alberto Salinas, el dibujante original de Dago. Lo que más llama la atención son las pocas viñetas por página, pero claro, estas historietas están hechas para revistas bastante más chiquitas que este álbum, en las que muchas viñetas más resultarían en un caos ilegible (como pasa casi siempre que en las revistas de Aurea reeditan material franco-belga). Estos episodios de Dago tienen todos los vicios de las historietas pensadas para los contenittores semanales: pocos cuadros por página, muchos primeros planos y pocos fondos, como para que el dibujante pueda entregar 12 páginas por semana. Con todas esas limitaciones (y con un colorista bastante del montón que no aparece acreditado), igual se ve en el dibujo de Gómez la mano de un tipo sumamente dotado para el dibujo académico-realista, con gran ojo para los detalles, gran cuidado para la reconstrucción histórica y muchas ideas para tratar de darle dinamismo y fuerza a historias que a veces (como en el primer episodio) se diluyen entre cabezas que hablan. Lo que va a publicar Comic.ar es unos años posterior y (lo acabo de hojear porque lo tengo en italiano) se ve mucho mejor.
Si sos fan de Robin, o de Gómez, o de este personaje con menos emociones que los campeonatos españoles en los que el Barça le lleva 18 puntos al que va segundo, ya tenés un motivo más para esperar con ansias que llegue el 2013.

viernes, 28 de diciembre de 2012

28/ 12: TOM STRONG Vol.4

Me reencuentro con Tom Strong (una serie de la que nunca llegué a hacerme hardcore fan) porque encontré muy barato este TPB con los números 20 al 25 de la serie creada por Alan Moore y Chris Sprouse.
Vamos de atrás para adelante, y así es como arrancamos con un numerito muy menor, apenas una anécdota graciosa, escrita por Geoff Johns y muy bien dibujada por el gran John Paul Leon. Después aparecen dos unitarios más, ambos escritos por Peter Hogan y dibujados por Sprouse, aunque no con todas las pilas. Uno de los guiones de Hogan, el de las mujeres murciélago de la Luna, es bastante flojo y sólo se redime porque le da a Sprouse la oportunidad de homenajear a Hergé con una ilustración que recrea la genial portada de Aterrizaje en la Luna. El resto, es sin dudas prescindible. El otro unitario, el de Greta Gabriel y el Dr. Permafrost, es realmente grosso, con una trama fuerte, redondísima, con grandes escenas y grandes diálogos y un final totalmente impredecible. Está tan bueno que se podría cambiar a Permafrost por Mr. Freeze y meterlo entre los comics basados en la serie animada de Batman, esos que escribía Kelley Puckett en los ´90, en los que cada vez que aparecía Mr. Freeze se prendían fuego las páginas (valga la paradoja).
Y claro, la papa más fina está en la trilogía con la que abre el tomo, escrita por el mismísimo Mago de Northampton, quien luego de esta saguita abandonaría la serie para regresar sólo en el capítulo final (el 36). Entre tanto Elseworlds y What If...? medio pelo, acá Moore se embarca en una historia alternativa de ese estilo, pero con un nivel impresionante. Una mínima variante en una secuencia del origen de Tom Strong da pie a una nueva línea temporal en la que el héroe nunca nace, y su lugar lo ocupa Tom Stone, hijo de la mamá de Tom Strong y un marinero negro. La vida de Tom Stone tendrá puntos de contacto y puntos de absoluto disenso con la del Tom Strong que todos conocemos y de ahí Moore sacará un jugo virtualmente inagotable para mostrar nuevas e impredecibles aristas de los personajes y el mundo que los lectores ya teníamos asimilados.
Además, fiel a su estilo, el Mago explorará esta bizarra vuelta de tuerca hasta sus últimas consecuencias: ¿quién causó esta variación en el pasado de los personajes? ¿Por qué? ¿Quién sabe que esa realidad no es la “verdadera realidad”, sino que es una versión alterada de otra realidad “oficial”? ¿Qué se hace para anular una línea temporal alternativa cuando uno sabe que sólo puede conducir a la catástrofe? Todos esos elementos tan gancheros y adictivos que vimos mil veces en sagas como Back to the Future o la Legion de Keith Giffen, en manos de Alan Moore cobran un vuelo realmente impactante, electrizante. Y no puede faltar la secuencia en la que el Mago hace jueguito para la tribuna y pela algún truco narrativo de esos que te quitan el aliento: en este caso, las dos páginas previas a la última, en la que nos narra en paralelo dos secuencias que transcurren en distinto lugar y en distinto tiempo, alternándolas de a una viñeta cada una, todas widescreen y todas importantísimas para la definición de una saga brillante.
Como todo truquito de narrativa, para que salga bien hace falta la complicidad de un dibujante de bueno para arriba, y acá el Mago contó nada menos que con Jerry Ordway, quien se puso al hombro toda la trilogía de Tom Stone con la solvencia y la elegancia que lo caracterizan. Algún día alguien me explicará por qué un dibujante con la calidad de Ordway no tiene muchísimos más fans, ni una legión de editores a sus pies, suplicándole que trabaje para ellos. Lo cierto es que acá el ídolo no sólo recrea con mínimas modificaciones las escenas del origen de Tom Strong que ya nos habia contado Sprouse en los primeros episodios, sino que además reversiona a decenas de héroes y villanos (en la saga interviene prácticamente todo el universo ABC) y crea a otros tantos, para luego entrelazarlos en secuencias sumamente ambiciosas y jodidas de dibujar. Y bueno, maestro, vos sabés que cuando agarrás un guión de Moore, te vas a tener que esforzar el doble. Felizmente, tanto Ordway como Sprouse y Leon están apuntalados por el trabajo siempre magistral de Dave Stewart, as indiscutido del color digital. Lo de Stewart es muy importante, sobre todo para realzar la labor de Sprouse, cuyos unitarios están dibujados muy con lo justo, bastante por debajo del nivel habitual de este animalito.
Y bueno, de acá en más queda un sólo episodio de Tom Strong escrito por el Mago, así que me bajo en esta, nomás. Tendremos más Alan Moore acá en el blog durante 2013. Prometido.

jueves, 27 de diciembre de 2012

27/ 12: CONVERSACIONES EN LA CIUDAD DE CARTON

Hoy se enciende la alerta de trolls, porque mi recorrida por la historieta latinoamericana me lleva a leer una obra... de autores peruanos!
Ganadora de un reciente premio de Novela Gráfica organizado por la librería/ editorial Contracultura (la única que genera con alguna constancia obras de nuevos autores peruanos), Conversaciones... tiene varios problemas. Es solemne, es críptica, no intenta nada parecido a una curva dramática y a la hora de combinar textos y dibujos, lo hace con la destreza de un pingüino empetrolado. Tiene a su favor un ancho de espadas, que es el dibujo de Miguel Det y Agueda Noriega, muy, muy trabajado, muy logrado, aunque poco eficaz a la hora de contar la historia. Bah, el problema es que “la historia” no es tal. Una vez que dejás de babear con los dibujos, llega la hora de tratar de leer la historieta, y ahí la cosa se hace cuesta arriba.
Si bien no me animo a etiquetarla como “biografía”, Conversaciones... hilvana, o intenta hilvanar, varias secuencias de la vida de un poeta peruano, Rafael de la Fuente Benavides, más conocido como Martín Adán. Las secuencias y anécdotas aparecen en orden no cronológico, mechadas con data no muy explícita sobre la situación política en el país (Martín Adán vivió entre 1908 y 1985, o sea que sobran los momentos interesantes para reflejar) y salpicadas con textos extraídos de los propios poemas de Adán, famosos por su hermetismo, su complejidad y su profundidad metafísica. Estamos por batir en la coctelera lava volcánica, nitroglicerina, uranio enriquecido, viagra vencido y pis de Fing-Fang-Foom. De acá puede salir cualquier cosa, y seguro lo que salga va a ser... delicado.
Sumémosle a la alquimia el hecho de que Adán era alcohólico y que, a medida en que sus desventuras económicas superaron a su éxito literario, pasó más y más años de su vida en hospicios y hospitales de escasos recursos. El guión de Det trata de meter todo esto en menos de 60 páginas, y además de nombrar a todos los compañeros de colegio de Rafael que luego fueron nombres importantes de la cultura y la política de Perú, a todos los otros poetas y escritores conocidos con los que se juntaba a escabiar, a todas las minas a las que les tiró los galgos... A las pocas páginas, ya tenés en la cabeza una ensalada de datos que si no sos especialista en cultura y política peruanas del Siglo XX, estás en el horno con papas, batatas y unas rodajitas de cebolla.
Y eso no es lo más heavy. Lo más heavy llega en esas secuencias en las que los personajes que aparecen en las viñetas (casi siempre en primer plano) llevan adelante un diálogo, mientras que por arriba, los bloques de texto narran otra cosa, sólo a veces referida a la situación de los personajes. Otras veces, Det reparte entre los bloques de texto pedacitos de poemas de Martín Adán, que van continuando sin demasiada lógica de una viñeta a otra, siempre por encima (pero nunca en sintonía con) lo que los personajes hacen o dicen. Okey, estamos hablando de un poeta vanguardista, complicado, extraño... pero ¿hacía falta complicarnos tanto la vida a los que queríamos leer la historieta?
Y al final, después de los versos, los amores, las frustraciones, los secretos y las mamúas de Rafael (o Martín), quedan los dibujos, que es donde se ve de modo incontrastable el talento de los autores del comic. Por ahí no les sobra originalidad: hay Robert Crumb, hay Rick Geary, hay Jesús Cossio (el Joe Sacco peruano) y hay muchísimos dibujos creados en base a fotos. Aún así, con estos recursos y una cantidad de horas de laburo que sospecho infinitas, Det y Noriega lograron darle a Conversaciones... una faz gráfica realmente notable. Los quiero ver en una próxima obra, más abierta, más accesible, menos pretenciosa.
El año que viene, más historieta latinoamericana reciente acá en el blog. Caiga quien caiga.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

26/ 12: CHANNEL ZERO

Una vez más, esto es más raro que bueno. Y aún así es bastante bueno. Channel Zero es el primer trabajo profesional del hoy consagrado Brian Wood, publicado por Image allá por 1997. Y es sobre, todo una obra pensada para reflejar una época.
Allá por los ´90, a Rudy Giuliani, intendente de Nueva York, se le ocurrió limpiar la ciudad, convertirla en un lugar más prolijo, más seguro, más careta. Con el tiempo, lo logró. Pero para llegar a eso, primero se tuvo que enchastrar un poco y ahí es donde se pasó un poquito de rosca: hubo aprietes a periodistas y artistas, represión policial bastante zarpada en varias marchas y gente que terminó en cana sólo por expresar su disenso con lo que Giuliani quería hacer. En ese contexto, Wood crea Channel Zero, una historieta de barricada, comprometida al mango con el mensaje que el autor quería transmitir.
Por suerte es un mensaje tan fuerte (y con el que uno coincide tanto) que conserva su impacto aún hoy. Wood nos grita “despiértense, muchachos, no se suban a las modas, no compren espejitos de colores, no se crean el discurso prefabricado de los medios, porque está armado con mierda, con la mierda que a los políticos y los empresarios les conviene que tengamos en la cabeza para controlarnos mejor”. Channel Zero es un comic 100% contestatario, que sale a romper con ese discurso hegemónico de fines de los ´90 de “ya está, ya no va a pasar nada más relevante, ahora déjense de joder, miren tele y jueguen a los videogames”. Un discurso que en la Nueva York de Giuliani (y en la Argentina de Menem y De la Rúa) se impuso a fuerza de mentiras y garrotazos, para después dejar un desolador saldo de miles y miles de excluídos. Wood cava donde puede su trincherita, y desde ahí resiste, baja línea, tira bombas, intenta viralizar su mensaje ácido, despiadado, profundamente contracultural.
Ahora, ¿es la historieta el medio ideal para hacer una cosa así? Por ahí hay que tenerla muuuy clara para jugarse a hacer esto y que te salga bien, y Wood estaba muy verde. No era Warren Ellis escribiendo Transmetropolitan, por citar una serie de la misma época y con un discurso parecido. Le faltaba mucho, básicamente dibujar mejor y armar mejor la historia, para que la bajada de línea se pudiera integrar a una trama más atractiva, más dinámica, más fácil de sobrellevar. En Channel Zero, las buenas intenciones se pierden entre páginas con muy pocas viñetas, poquísima narrativa y una estética que intenta combinar las minitas hot de Image con la técnica de la foto retocada al mango. Están buenísimos los textos y hay ideas muy grossas a nivel diseño, pero con buenos textos y un diseño copado podés hacer un libro como el que vimos ayer de Miguel Brieva, no una buena historieta.
La cosa levanta bastante cuando Wood encara una precuela, una historia del pasado de la protagonista de Channel Zero, y decide no dibujarla él, sino sumar al proyecto a Becky Cloonan. Cloonan ya era ese amalgam bizarro entre Wood y Paul Pope y su llegada a la serie le aporta una narrativa mucho más fluída y una forma menos brutal de laburar en base a fotos. El guión de Wood, además, es muy bueno. Y lo mejor llega al final, en una historieta de apenas cuatro páginas realizada íntegramente por Wood, pero hace poco, cuando ya se había hecho conocido con DMZ. Acá mete color, fotos, todos esos truquitos de diseñador gráfico que perfeccionó en las portadas de DMZ y un argumento breve, conciso y que resume perfectamente el espíritu de Channel Zero.
La verdad, no sé si se justifica leerse todo este masacote de casi 300 páginas para decir “qué grosso este pibe, mirá qué huevos tuvo para salir a bajar línea a lo guanaco con su primer comic publicado”. No está mal, de hecho por momentos está muy bien. Y está lleno de detalles y cositas que preanuncian mucho de lo que vamos a ver años más tarde en DMZ (que no casualmente es un comic muy político ambientado en una Nueva York distópica). Por eso, por la integridad, por el coraje y por los buenos dibujos de Becky Cloonan, te diría que sí, que se justifica. No me termino de decidir. Lo que sí creo es que si hubiese leído Channel Zero a fines de los ´90 muy probablemente me habría detonado el bocho, mal.

martes, 25 de diciembre de 2012

25/ 12: BIENVENIDO AL MUNDO

Este libro lo compré sin saber qué carajo traía adentro, porque se vendía embolsado. Era un libro de Miguel Brieva, y eso era todo lo que yo necesitaba saber para cebarme y desembolsar los pesitos (solcitos, porque estaba en Lima) que pedían por él. Al abrirlo me encuentro con que Bienvenido al Mundo NO es un libro de historietas ni de humor gráfico, sino un libro de texto, ilustrado con chistes e historietas muy breves del propio Brieva.
En este libro, el genial autor español toma el formato de las típicas enciclopedias y lo usa para reunir y pasar en limpio todas sus ideas cáusticas y mordaces acerca de la sociedad en la que le toca vivir, con textos que muchas veces renuncian definitivamente al humor para centrarse en la otra especialidad de Brieva, que es la bajada de línea pura, dura y sin piedad. Como en sus mejores chistes, Brieva habla del poder, de la televisión, del consumo, de los políticos, de la estupidez y la mediocridad de la gente común, de la corrupción y la ineptitud de los gobernantes, de las nefastas consecuencias de la guerra, la religión organizada y el sistema capitalista y lo va mechando con boludeces, con textos más light acerca del futbol, los intelectuales o los carniceros.
En total, son 140 páginas en las que el texto se queda con el protagonismo. De todos modos, todas las páginas están ilustradas. Hay viñetitas sueltas, hay muchos de los magníficos chistes gráficos de Brieva (parecidos a los que vimos el 7 de Enero de este año en la reseña de El Otro Mundo), hay pequeñas historietas de unas pocas viñetas y alguna que otra foto trucada. También hay dos historietas más extensas: una de cuatro páginas (Grandes Personajes de la Humanidad) y una de tres páginas, a la que ya habíamos visto el 18 de Diciembre del año pasado en aquel especial de la revista Crash! dedicado a los grandes autores del comic español. Como pasó aquella vez, acá también, Animalandia sube al podio de lo mejor de este tomo. Entre las historietas cortitas también hay varias joyas, como la de Muffy (que andá a saber para qué publicación la creó Brieva y que acá la usa para ilustrar el texto dedicado al Osito), la tira del maestro Siddartha, la fundamental Clases Nocturnas, o La Noche Libre de Martin Heidigger. O sea que, si bien Bienvenido al Mundo no es un libro de historietas, estas están y –por supuesto- están brillantemente pensadas y dibujadas. Exactamente lo mismo sucede con los chistes. Hay tantos geniales que no podría enumerarlos.
Este es un libro raro, nunca vi algo así. Por ahí el principal problema de todo este combo es que se hace un poco heavy de digerir. Si te planteás leer todos los textos, es imposible bajarte el libro en menos de dos o tres días. Si leés sólo las historietas y los chistes, el libro se hace corto y deja gusto a poco. Mi consejo es leerlo todo, pero encararlo con paciencia. Acá hubo alguien (quizás el mismo Brieva) que se tomó el laburo de diagramar las páginas para que textos y viñetas convivan armónicamente y eso hay que aprovecharlo. Además, si no seguís habitualmente la vasta variedad de medios en los que Brieva publica sus trabajos (desde diarios y revistas careta tipo la Rolling Stone hasta publicaciones re-under de bajísima tirada) te vas a encontrar con un montón de chistes y pequeñas historietas que seguro no conocías. Y por si le faltaba algún atractivo, al ser un libro tan extraño, que claramente no parece el enésimo álbum de historietas, se lo podés enchufar a la gente que no lee historietas ni en pedo, convencida de que el arte que nos apasiona transmite enfermedades venéreas o te convierte en un subnormal invertebrado que a las pocas páginas empieza a babear o a preguntar si Superman es más fuerte que Son Goku.
Miguel Brieva es –ya lo dije otras veces- un genio único e irrepetible. Y este libro es tan raro, tan inclasificable y tan zarpado como él.

lunes, 24 de diciembre de 2012

24/ 12: TARZAN Vol.18

Cumplí mi promesa de terminar antes de fin de año con la colección de Tarzan de Planeta-DeAgostini que tanto me costó digerir. Este último tomo es el mejor de todos, no porque hayan mejorado los guiones (que fueron siempre el principal lastre de esta serie), sino porque hay menos guiones, entonces se sufre menos.
Me explico: ¿te acordás de aquellos primeros tomos en los que el maestro Burne Hogarth dibujaba página tras página con 16 viñetas chiquititas? Bueno, eso ya recontra fue. El prócer rediseñó las planchas para dibujar menos cuadros por entrega y en este tomo la mayoría de las páginas tienen entre 3 y 6 viñetas. Y como la cantidad de texto es la misma, en la misma cantidad de páginas suceden muchas menos cosas. En estas últimas 49 semanas, Hogarth nos cuenta lo mismo que años atrás nos contaba en 20.
¿Por qué, de repente, menos es más? En principio, porque al haber menos aventuras por tomo estas se hacen menos reiterativas. Acá ya no hay lugar para que Tarzan, en sólo 50 planchas, encuentre a tres civilizaciones perdidas, rescate a cuatro minitas que se enamoran de él, se escape de cinco trampas o se enfrente a 15 ó 20 animales salvajes. En este tomo tenemos, en apenas dos páginas, la resolución de la saguita de los Ononoes, que venía del tomo anterior, y dos aventuras más: una larga y una de sólo 9 páginas. La más larga, sin ser una joya, no está mal. Acá los malos son dos blancos que engañan y manipulan a los negros para llevarse un fabuloso tesoro que yace en las profundidades de un río. Un nativo tan avechuchesco como ellos entrará en la runfla y los ayudará a llevar adelante un plan muy turro, al que no le falta intriga palaciega, aunque la tribu tenga chozas en vez de palacios. Por supuesto, Tarzan resolverá todo muy fácil y casi sin despeinarse, pero por lo menos no es un guión taaan trillado.
El de la aventura cortita es decidamente nefasto: un cazador blanco se le aparece a Tarzan y le dice “Un zoo de Inglaterra me paga fortunas si les llevo un rinoceronte y un gorila vivos. ¿Me ayudás a capturarlos?”. Tarzan, en vez de mandarlo a la mierda, negocia: “Bueno, pero sólo el rinoceronte. Con los gorilas no se jode, porque (como diría Zambayonny) yo los considero mis hermanos”. En el medio de la cacería del rinoceronte, oh casualidad, aparece un gorila que, cuando ve al bicho de los cuernos, se pone loco y lo quiere matar. Tarzan le ordena que se calme, pero el simio desobedece a su rey lo confronta. A Tarzan le da por el quinto forro del taparrabos que el gorila se le subleve y se decide a matarlo. Ahí aparece el cazador y le dice “No lo mates, ayudame a capturarlo y yo me lo llevo”. El Rey de la Selva le hace caso (!) y así es como este pichi se vuelve a Inglaterra con un resonante triunfo de visitante, servido en bandeja por un Tarzan que, en vez de bancar a los bichos que siempre lo ayudaron, los entregó miserablemente, a cambio de nada, y traicionando su propia palabra. Un horror.
En cuanto al dibujo, esto ya es completamente indescriptible. Cuantos menos cuadros tiene la página, más se luce el dibujo de Hogarth, que acá está en un nivel divino, en el sentido que parece que dibuja con la mano de Dios. En las páginas de 6 viñetas, el maestro cumple con creces y, cuando puede dibujar tres o cuatro, estalla en unas composiciones pefectas, dinámicas, icónicas, de altísimo impacto y enorme belleza plástica. Acá Hogarth se toma en serio lo de “el Miguel Angel de la historieta” y se manda capillas sixtinas página por medio, viñetas tan elaboradas, tan bien resueltas, que podrían enmarcarse y colgarse en cualquier museo. Incluso en la tira del título, donde muchas veces iba un dibujito de relleno, el maestro mete dibujazos que jerarquizan a ese espacio tanto como a cualquier otra viñeta de la plancha.
Pero bueno, era 1950 y Hogarth, un poco cansado, decidió colgar las lianas y dedicarse a la docencia y a la realización de sus famosos libros de anatomía para dibujantes. 22 años más tarde volvería a oir el llamado de la selva y regresaría con Tarzan of the Apes, una verdadera (y gloriosa) novela gráfica, en la época en la que ese término todavía no se había acuñado. Para la plancha dominical del Rey de la Selva era el fin de una era, aunque seguiría vigente hasta el año 2000 (creo), en manos de otros autores como Russ Manning, Gil Kane y Mike Grell, entre otros. Y ya está. No más Tarzan en el blog, por lo menos durante 2013. Gracias por el aguante, fiera.

domingo, 23 de diciembre de 2012

23/ 12: DEADPOOL MAX Vol.2

En mi reseña del Vol.1 (lo leí allá por Junio) yo le ponía bastantes fichas al Vol.2, a ver si la trama se encaminaba hacia algún punto un poco más sustancioso que los chistes groseros y las escenas de violencia mega-zarpada. Por suerte el maestro David Lapham me dio pelota y –seguramente alentado por el hecho de que el n° 12 iba a ser el último- mueve los hilos para que todo desemboque hacia ese episodio final y se resuelva de manera –dentro de todo- coherente.
El primer episodio de este tomo es delirio puro, una comedia disparatada, en la que Lapham explora los límites de la locura de Deadpool y su enfermiza relación con Domino (que no es la Domino del Universo Marvel posta, cabe aclarar). Acá el argumento casi no importa, está todo basado en situaciones y diálogos limadísimos. Tampoco aparece Bob, el personaje secundario más importante, el que más hace para que la trama central avance.
El tercer episodio, si bien tiene a Bob en un rol destacado, es claramente un número de relleno, con dibujante suplente y todo. Acá todo gira en torno a un proxeneta y sus chicas, o sea que abundan los chistes de temática sexual bastante subidos de tono. Si no fuera porque Shawn Crystal es un dibujante decididamente mediocre, este festival de drogas, armas y putas sería una gema memorable.
Los cuatro episodios restantes respetan, en mayor o menor medida, la consigna de hilvanar un argumento y hacerlo avanzar hasta la confrontación final entre Deadpool y Taskmaster. En ese periplo, Lapham aprovecha para habilitarnos muchísima data sobre el pasado de Bob, para llevar a Wade a visitar el orfanato donde fue criado y para parodiar con sutil mala leche toda esa runfla bochornosa en la que los propios servicios de inteligencia yankis terminan por crear (y armar hasta la chota) a una célula terrorista de Medio Oriente que más tarde cobra proyección internacional. Como a Bob le resulta fácil manipular a Deadpool con el chamuyo de HYDRA y la amenaza global que representa, termina laburando para que HYDRA exista y represente una verdadera pesadilla para la paz mundial y la seguridad de los EEUU. Para cuando Deadpool se entere de cómo viene la mano, será tarde para todo. El final es muy heavy, con el exterminio de cientos de miles de inocentes, y aún así Lapham banca el clima festivo. Claro, estaba convencido de que la serie terminaba ahí. Después hubo luz verde para seis números más, pero eso es otro tema.
¿Y por qué yo había decidido comprar el Vol.2 de una serie cuyo Vol.1 se quedaba en los chistes guarangos y la violencia más cabeza? Por los dibujos de Kyle Baker, genio de los genios, que acá puso –como es su costumbre- toda la carne al asador. Si Deadpool MAX no es un comic de superchabones que se cagan a palos (y tiros y espadazos) con garches, puteadas y drogas es porque Baker se propone lograr algo distinto y –predeciblemente- lo logra. Los fondos no existen: son todas fotos retocadas. Baker no dibuja ni un auto, ni una metra, ni un mísero celular. Captura fotos y las integra a sus dibujos con una cancha asombrosa, metiendo unas texturas loquísimas y haciendo magia con la paleta de colores. Hay algunas páginas un poco tiradas a chanta, pero en general no queda para nada mal la forma en que el ídolo zafa de dibujar lo que no tiene ganas (o tiempo) de dibujar. En la figura humana, en cambio, Baker deja la vida, incluso en escenas difíciles de dibujar. Y en las expresiones faciales se revela (en realidad lo viene haciendo desde Special Forces) como el verdadero continuador del ilustre legado de Angelo Torres y Mort Drucker, los caricaturistas más grossos de MAD. Todo el laburo de Baker es realmente impresionante, como si en vez de un capo con más de 25 años de trayectoria fuera un pibe nuevo con hambre de gloria, en busca de la consagración.
En ese sentido, si Shawn Crystal vino a Deadpool MAX en busca de ese primer hitazo que lo ponga en el listado de los dibujantes a los que seguir de cerca, avísenle que no, que no lo logró. Por suerte, fuera del bajón que significa tener 22 páginas de Crystal en vez de 22 páginas de Baker, este tomo está muy bueno, la aventura funciona, los chistes también y quien lo lea difícilmente se abstenga de comprarse un Vol.3, que creo que ya se anunció.

sábado, 22 de diciembre de 2012

22/ 12: COCOBILL: COCOHUG

Hora de visitar a otro genio del humor ya fallecido, esta vez un italiano que la recontra-rompió desde los años ´50 hasta que murió en 1997. Poco conocido en Argentina, Benito Jacovitti fue uno de los nombres fundamentales de la historieta humorística europea, sin nada que envidiale a Francisco Ibáñez o André Franquin. Su parodia del clásico cowboy (que en Italia se conoció como Cocco Bill y en España como “Cocobill”) surgió en 1957 en el suplemento de un diario y tuvo tanto éxito que se fue a las páginas de las revistas infanto-juveniles más populares, donde continuó incluso después de la muerte del autor, cuando Coco Bill pasó a manos de su asistente, Luca Salvagno.
Las tres historietas que hoy nos ocupan son de 1969 y 1970, cuando Jacovitti ya estaba en la mítica revista Corriere dei Piccoli, Cocco Bill ya era una serie perfectamente afianzada y... -Pará un cachito: una parodia del western, protagonizada por un justiciero que fuma, le da cero bola a las minas, no falla jamás un disparo y monta un caballo blanco que habla... ¿Esto no lo vimos antes? ¿No se llamaba Lucky Luke y lo hacían los franco-belgas? La verdad es que el planteo de Cocco Bill se parece demasiado al del cowboy de Morris. Las diferencias que se me ocurren son dos: primero, Cocco Bill no acumula personajes secundarios más allá de su caballo Trottalemme (“Trotador”, en España). Y segundo, la serie italiana es bastante más zarpada que su par franco-belga, sobre todo por el lado de la violencia. Acá vuelan los tiros (o cuando aparecen los indios, los hachazos y flechazos) y la gente muere, de una. Y muchas veces de modos inusualmente truculentos para los standards de una publicación infanto-juvenil.
Las historias de Cocco Bill son más cortas (rara vez llegan a las 20 páginas) y bastante más descontroladas. Hay un argumento que avanza, pero en el medio pasan 10.000 boludeces que están ahí porque a Jacovitti le parecen divertidas. Casi todas esas boludeces son frenéticas, caóticas y muy violentas, con el invariable saldo de unos cuantos fiambres. El resultado es un comic muy intenso, con un ritmo infernal, una especie de corto de los Looney Tunes duro de merca, en el que los que son cagados a tiros no vuelven a aparecer en la siguiente secuencia. De las tres historietas que integran este álbum, la que más me gustó (porque tiene la trama más elaborada y mejor resuelta) es la que da título al álbum ("Coccoùgh!", en Italia). La primera, en la que al protagonista lo ponen en pedo con whisky, es muy graciosa pero no pasa del chiste. Y la segunda quiere ser una especie de joda a los músicos de rock pelilargos, que en algún momento se empantana, supongo que porque la trama intentar adquirir una complejidad que la premisa no justificaba. También es la historia más extensa y la única en la que Jacovitti se pega algún palo a la hora de la narrativa, fruto de alguna decisión errónea en la planificación de la página (aunque en una de esas, las viñetas fueron remontadas para la edición española y el error proviene de ahí).
Más allá de los argumentos y la puesta en página, lo que más llama la atención al leer Cocco Bill es la calidad del dibujo de Jacovitti. Acá tenemos a una bestia prendida fuego, dispuesta a dar la vida en cada viñeta. Imaginate una mezcla entre Ibáñez, Don Martin y Sergio Aragonés, pero muy sacada. Por ahí va la cosa. Cuerpos deformes, expresiones exageradas, líneas cinéticas y onomatopeyas fuera de control, detalles microscópicos en los fondos (como la ambientación cuasi-desértica del western lo habilita a dibujar pocos, cuando aparecen, Jacovitti les pone todo), gags visuales metidos en cualquier rinconcito de la viñeta... Un delirio visual impresionante, sólo opacado por la labor mediocre de coloristas a los que más de una vez les gana la pereza y terminan por pintar media viñeta de verde, o de rosa, y a lo sumo meterle los tonos correctos al personaje que aparece en primer plano.
No sé si leída hoy, Cocco Bill tiene la misma gracia que tenía en los ´60. Lo más probable es que no. De todos modos, nunca es tarde para descubrir a Benito Jacovitti, un dibujante único y magistral que durante décadas hizo reir a chicos y grandes, además de haber militado siempre por las causas correctas.

viernes, 21 de diciembre de 2012

21/ 12: LOS POLLOS NO TIENEN SILLAS

Me pasó algo rarísimo con este libro. Me lo compré ayer y hoy, antes de sumarlo al grosero pilón de los libros que tengo para leer en 2013, se me ocurrió pegarle una hojeada. Para qué. Cuando me di cuenta, me había leído más de 70 de las 128 páginas. “Y, bueno, ya fue” –dije- “Ya que estoy, lo termino y dejo para mañana lo que pensaba leer hoy”.
Los Pollos no Tienen Sillas es importante, porque hacía muchas décadas que en Argentina no se publicaban las historietas de Copi. De hecho, el único libro de historietas que se había publicado era este mismo... hace casi 50 años! O sea que hay desde tiempos inmemoriales una deuda de nuestros editores para con la obra historietística de este genio del humor que nació en Buenos Aires en 1939 y falleció en París en 1987. Para varias generaciones, esta es la primera oportunidad de descubrir el extraño mundo de La Señora Sentada, la serie más conocida de este verdadero vanguardista.
Creo que lo más notable es como, a las poquísimas páginas, Copi te mete en su universo y te hace sentir que todo lo que está pasando frente a tus ojos es normal. O por lo menos verosímil. La línea no puede ser más básica ni más cruda, los personajes no tienen rasgos faciales, los fondos no existen ni en los sueños y el rotulado manual es de una torpeza casi muñoneana. Y aún así, de alguna manera, todo eso nos cierra, nos satisface, nos incluye.
Lo segundo más notable es cómo Copi maneja el ritmo, el timing de sus historietas. Con las viñetas mudas como principal recurso y con muchísima sutileza, el autor logra una especie de fusión entre la historieta y el teatro. Un teatro de bajísimo presupuesto, claro. Los decorados no se ven, los personajes casi no se mueven... son mini-obras que casi podrían representarse en un ascensor.
En tercer lugar me atrapó el estilo de humor de La Señora Sentada, un humor muy, pero muy bizarro para la época en que se publicó por primera vez (principios de los ´60). La Señora interactúa con su hijita, con un montón de animalitos (entre los que se destaca una especie de Clemente sin rayas), e incluso con el propio Copi y con duplicados de ella misma (!). Las situaciones no necesariamente van hacia un remate gracioso, sino que casi siempre son cómicas desde el planteo hasta la resolución, obviamente incluyendo también el desarrollo. Los chistes son amplísimos: hay bajada de línea socio-política, surrealismo, disparate, existencialismo, humor verbal clásico, ironía, a veces algo de humor físico, a veces remates bajoneros, o dramáticos... Si alguna vez leíste cuentos o piezas tetrales de Copi, sabés que nunca se puede predecir para dónde va a disparar este genio. Con sus historietas sucede exactamente lo mismo.
Y por último, el dibujo, que también es bastante alienígena. Claro, para cuando se hizo conocido Copi (más en Francia que en nuestro país) ya era MUY conocido Saul Steinberg, el ilustrador y caricaturista rumano que “inventó” ese estilo despojado, de síntesis absoluta, con una línea medio temblorosa como único recurso gráfico. Copi se subió a ese tren pero además sumó una impronta propia, que se vio más tarde en muchísimos dibujantes argentinos. Primero que a nadie tengo que nombrar a Viuti, tal vez el alumno más aventajado de Copi. Por ese lado también buscó y encontró el uruguayo Lizán en Santo Varón, otra cátedra de síntesis y de puesta teatral. Y sin dudas a Alberto Bróccoli, que logró reproducir (con un vuelo poético alucinante) el timing de La Señora Sentada en la maravillosa Juan y el Preguntón; y por supuesto a Caloi, que llevó a límites insospechados el truquito del pájaro inclasificable que habla e interactúa con un ser humano. También hay algo de esos conejos, ratones y chanchos en Mendieta y los otros bichos que acompañaban a Inodoro Pereyra en las historietas del Negro Fontanarrosa. O sea que si bien durante décadas Copi estuvo lejos de Argentina tanto física como editorialmente, esas semillas que sembró en sus años mozos (fines de los ´50 y principios de los ´60) florecieron en un montón de otros grandes humoristas que –concientes o no- siguieron su senda.
¿Viste que muchas veces termino una reseña con la frase “esto es más raro que bueno”? Bueno, esto es muy, pero muy bueno. Y además, muy raro.

jueves, 20 de diciembre de 2012

20/ 12: GOTHAM CENTRAL Vol.4

Se termina esta gloriosa serie que a lo largo de 40 episodios le supo dar brillo y prestigio al mainstream de DC.
Los nueve números finales arrancan con un unitario magnífico, muy tenso, muy bien llevado y al que Greg Rucka remata con la imprevista aparición de un personaje de los conocidos, de los clásicos super-freaks de Gotham, para una vuelta de tuerca macabra y fascinante. Este unitario marca el pulso de lo que veremos en el resto del tomo: mucho protagonismo para Reneé Montoya y Crispus Allen y sobre todo para Jim Corrigan, irredimible cabecilla de una espeluznante red de corrupción que funciona adentro de la policía de Gotham. El dibujo es del maestro Steve Lieber, acá en su estilo más cercano al de Sean Phillips.
Rucka une fuerzas con Ed Brubaker para el siguiente arco, el de los Robin muertos. Esta es una historia típica de esta serie, bien centrada en los procedimientos policiales, con el protagonismo más repartido entre los distintos inspectores y con otra aparición bastante breve (y perturbadora) de Batman. En el dibujo se combinan el español Kano y el italiano Stefano Gaudiano y el resultado, sin ser brillante, no está mal.
Hay un unitario más de Rucka y Lieber, esta vez una especie de tie-in con Day of Vengeance, una de las miniseries que desembocaron en la intrascendente y vendehumo Infinite Crisis. Esa saga gradilocuente al pedo la escribia Rucka y bueno, decidió mostrarla desde la óptica de un humano común y corriente, en este caso Crispus Allen, quien más adelante tendrá bastante que ver con la magia, la ira de Dios y demás chamuyos místicos.
Y lo mejor del tomo llega al final, con la última trilogía, a cargo de Rucka, Gaudiano y Kano. Si ya sabías que Crispus Allen en algún momento iba a asumir el rol del Spectre, probablemente te preguntabas cómo y dónde murió. Bueno, acá Rucka se juega la vida y los cantos al hacer boleta (pero boleta de verdad) a uno de los protagonistas excluyentes de Gotham Central. Que es lo que deberían hacer todos los guionistas cuando está por cerrar una serie en la que hay personajes que ellos mismos crearon, no? En fin, lo cierto es que Allen está muy cerca de exponer a la red mafiosa de Corrigan y este le baja un cargador entero por la espalda. Montoya descubre que Allen investigaba a Corrigan y pronto todo el elenco está buscando pistas que incriminen al corrupto.
Esta saga es perfecta por muchos motivos: por la intensidad dramática, por cómo afecta a los personajes la muerte de Crispus, porque no aparecen freaks disfrazados, por la impotencia que te da ver cómo el villano zafa, porque los buenos pierden y porque lo que vos creés (convencidísimo) que va a pasar al final (Montoya se pudre y boletea a Corrigan a sangre fría) no pasa. Ese giro del final, esa anteúltima secuencia en la que Montoya tiene la oportunidad de vengar a su amigo y acabar con un corrupto hijo de mil putas, le pega un upgrade tan grosso al personaje que decís “Ah, bueno... ahora sí, Montoya no tiene límites en cuanto a la cantidad de chapa que puede llegar cosechar”.
Lástima que no fue así. Tras este magistral cierre de Gotham Central, Rucka siguió adelante con las aventuras de Allen y Montoya, ahora mucho más integrados al circo superheroico (Allen como el nuevo Spectre y Montoya como la nueva Question), pero todo fue cuesta abajo. Con capas y máscaras, estos dos personajones no dieron nunca el jugo que daban con sobretodo y reglamentaria. Ni siquiera cuando los escribió Rucka. Pero bueno, nada de eso empaña la importancia de estos cuatro brolis de Gotham Central en los que Rucka y Brubaker nos hicieron fans de la policía a fuerza de historias tan pero tan fuertes, tan complejas, tan humanas, tan reales que cuesta creer que estuvieran ambientadas en la misma Gotham en la que transcurren tantas aventuras chotas u olvidables de Batman y sus bati-amigos. Ovación de pie para estos dos grandes guionistas, hoy alejados de un mainstream que, evidentemente, les queda chico.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

19/ 12: 1899

Mi habitual recorrido por la historieta latinoamericana reciente me lleva esta vez a Chile, donde el guionista Francisco Ortega y el dibujante Nelson Daniel lograron un resonante éxito con la vieja e insumergible fórmula de la ucronía. Esta historia explora las consecuencias de un suceso trascendental, ocurrido en plena Guerra del Pacífico, aquella que enfrentó a Chile con Bolivia y Perú. En esta versión, la guerra duró poco: en el medio de la batalla naval de Iquique, cuando los buques chilenos del Almirante Arturo Prat enfrentaban a la armada peruana liderada por el Capitán Miguel Grau, nuestros vecinos pelaron buques voladores, armados hasta la chota y propulsados por una maravilla científica: la metahulla, un mineral parecido al carbón, pero azul y brillante, que se encontró en enormes cantidades bajo el suelo chileno.
Los de Prat ganan la guerra y, para hacerla completa, el propio almirante detona una mega-bomba de metahulla sobre la ciudad de Lima, que es completamente devastada. Este atroz genocidio marca el inicio de la hegemonía de Chile en Sudamérica y su ascenso hacia la elite de las naciones más poderosas del planeta. También marca el fin de la paz para Luis Uribe, un militar al que le toca sobrevolar Lima en la nave que la destruirá. Desde entonces, tendrá sueños cada vez más raros y dejará la milicia para trabajar como agente de los servicios de inteligencia.
La historia nos sitúa 20 años después de la guerra. Chile vive una etapa de esplendor científico, con trenes voladores y policías robóticos, pero social y éticamente las cosas están tan ásperas como siempre. Uribe debe investigar una seguidilla de misteriosas explosiones de metahulla, que lo llevarán a confrontar cara a cara con el héroe, el prócer ,el intachable Arturo Prat. Un epílogo nos llevará además a 1934 a Empire City (ex Nueva York) de la mano de un Uribe ya anciano. Y un segundo epílogo hará honor a la tradición steampunk para vincular a esta saga con la del amigo Vlad Tepes. Parece mentira, pero no. Ortega cuenta LA MISMA historia que vimos en 40 Cajones, la de la goleta Demeter, que acá llega con su capitán atado al timón, cajones con tierra y un perro/ lobo de aspecto satánico... a un puerto chileno.
Lo más raro de 1899 es que no banca la ucronía hasta las últimas consecuencias. 25 páginas antes del final, los personajes más importantes ya se hacen cargo de estar viviendo en una continuidad paralela, en una realidad que no es la única y que no es la correcta. Y sí, hay una forma de pasar de una realidad a otra, cosa que han hecho –entre otros- Aleister Crowley y Erich Weiss (más conocido como Harry Houdini). Esto ayuda a Ortega a llegar hacia un final bastante redondo y aún así no restarle espesor a los misterios que se seguirán desarrollando en un segundo tomo.
El dibujo de Daniel está muy bien. Es una especie de Phil Hester del Nacional B, apoyado en una narrativa muy sólida y un gran trabajo con las tramas mecánicas. Sin las tramas, esto se vería definitivamente chato, poco imaginativo, del montón. Con las tramas, se ve mil veces más atractivo.
De todos modos, lo interesante de 1899 es lo que propone el guión. Sobre todo la forma en que Ortega no cae en el patriotismo exacerbado y facilista de decir “ahora sí, los chilenos somos los más poronga y al que no le guste lo exterminamos”. El guionista le cobra caro a Prat haber detonado la mega-bomba sobre Lima y no confunde el avance científico con la felicidad de los chilenos. La sociedad post-metahulla también tiene injusticias, dilemas y conflictos y Ortega se hace cargo y nos los muestra a través de los ojos de Uribe. Un acierto, sin dudas, que se suma al hecho de que 1899 –sin ser demasiado original- es un comic muy bien escrito, con buenas ideas, buenos textos, buen desarrollo de personajes y muchísimos guiños a los conocedores de la ficción de fines del Siglo XIX. Le falta hectolitros de sopa para acercarse a The League of Extraordinary Gentlemen, pero la senda trazada por Ortega y Daniel es la correcta, a pesar de que generó bastante polémica, sobre todo en Perú, donde los putearon duro y parejo por el tratamiento que le dan al Capitán Grau.

martes, 18 de diciembre de 2012

18/ 12: KING CITY

¿Te acordás de Marian Churchland, esa minita que dibuja tipo Charles Vess, a la que nos cruzamos en un par de libros de Vertigo? Bueno, el novio de esta mina es Brandon Graham, el autor del mega-broli que hoy nos ocupa. Graham es del ´76 y forma parte de la generación alienígena, la que se caga bastante en toda la tradición historietística yanki, tanto del palo clásico como del indie noventoso. El único autor yanki que se nota que le gusta es Paul Pope. Bueno, y Vaughn Bodé, pero eso porque compartió estudio con James Stokoe. Los referentes de Graham están, claramente, lejos de EEUU. El mismo reconoce que a la hora de componer las viñetas mira mucho a Moebius, y en el dibujo en sí, las influencias que uno ve van variando a lo largo de estas 424 páginas. Al principio, el estilo de Graham parece de un autor español raro: medio Toni Garcés, medio Miguel Angel Martín, medio José Luis Agreda, algunos efectos de iluminación típicos de Fernando De Felipe... por ahí andaba la cosa. Para la segunda mitad del tomo ya se ven las influencias más marcadas de Taiyo Matsumoto (en King City hay Tekkon Kinkreet para tirar al techo) y Felipe Smith, el famoso mangaka cuasi-argentino, que también publicaba en Tokyopop, que es donde King City apareció serializada.
¿Qué hace Graham con ese cóctel explosivo de influencias tan eclécticas como bizarras? Un comic muy, muy raro y a la vez muy ganchero. Se supone que King City es un comic de espías, que cumplen misiones de alto riesgo en una ciudad del futuro, y que –de a poco- va a cobrar peso en la trama una amenaza más grossa, que va a desencadenar una machaca a gran escala, muy por encima de lo que un espía (por entrenado que esté) puede llegar a enfrentar. Bueno, de ahí a la posta hay un largo trecho. Primero porque el hiper-combate contra el Demon King no se ve. La historia termina justo cuando la pesadillesca criatura se manifiesta en King City, pero antes de llegar a confrontar con los Cat Masters, que son los que –en una de esas- le pueden llegar a hacer el aguante.
Por el otro lado, el protagonista es Joe, un espía entrenado para convertirse en cat master, o sea, en un hábil manipulador de unos gatos especiales que –con las inyecciones de las sustancias exactas- pueden hacer cosas increíbles. Joe y su gato forman un combo imbatible, tipo el Capitán América y su escudo. La diferencia es que Joe no es bueno, es un mercenario que trabaja para el que pone la tarasca. No es el que soporta el dilema moral más heavy de la trama: ese rol está reservado para Pete, el amigo de Joe. A Joe le toca sufrir por una minita, Anna, que ahora está de novia con otro flaco, y a la vez acostarse con Beebay, una misteriosa femme fatale que le encarga misiones y lo manipula mediante el sexo (la clásica, bah).
Cuando hay protagonistas jóvenes, minitas y tiempos muertos, es inevitable que aparezcan las típicas escenas de “Jóvenes a la Deriva”. King City tiene miles de esas, algunas muy, muy cómicas, a tal punto que muchas veces la trama central pasa a un segundo plano y Graham se concentra a full en las vidas privadas de estos pibes de veintipocos que charlan, caminan, chupan, se enamoran y –a veces- la ponen. En estos pasajes es donde Joe, Pete y Anna cobran carnadura, profundidad, onda. Las escenas de acción están resueltas con talento y originalidad, pero las escenas tranqui son –por afano- las más jugosas.
King City es una epopeya sumamente atípica. Por el ritmo pachorro, por las ideas bizarras que infectan a todo el libro (acá hay conceptos que ridiculizan a los mejores hallazgos de Warren Ellis en Transmetropolitan), por cómo la acción y el misterio se mezclan con la historia de los “Jóvenes a la Deriva”, por los chistes (hay miles, desde simples –y aún así ingeniosos- juegos de palabras hasta chistes de pedos y porongas), por el universo que Graham arma y describe alrededor de la trama, por los personajes (espías, ninjas, gatos con poderes, drogadictos que se consumen a sí mismos) y sobre todo por el dibujo, que no se parece demasiado a nada y sin embargo es excelente de punta a punta. Espero ansioso la próxima obra de Brandon Graham, que quedó a milímetros de la lista de los autores imprescindibles y obviamente adentro de la lista de los autores realmente novedosos, con una voz propia y un enorme arsenal de ideas para derrotar al “Más de lo Mismo”.

lunes, 17 de diciembre de 2012

17/ 12: HOY NO HAY NADA

Estoy con una congestión espantosa, me duele mucho la cabeza y de a ratos me sube la fiebre.
En los escasos minutos de lucidez y bienestar, estoy leyendo un libro de chotocientas mil páginas que, con un poco de suerte, puedo llegar a terminar mañana.
Hoy, con muuucha buena voluntad, llegué a meter un post en Soretes Azules. Quien quiere leer, que lea.
Será hasta mañana.

domingo, 16 de diciembre de 2012

16/ 12: LAS JOYAS DE LA CASTAFIORE

Ah, si todos los álbumes de Tintín fueran como este... A veces los grandes aventureros viven sus mejores aventuras sin moverse de su casa. Le pasó a Astérix, también, en la segunda mitad de la época clásica (1968-1977), cuando empezó a protagonizar álbumes que transcurrían de punta a punta en la aldea, con resultados gloriosos. Unos años antes, Hergé serializa (entre 1961 y 1962) esta saga, luego compilada en álbum en 1963. En la cronología de Tintín, Las Joyas de la Castafiore viene justo después de Tintín en el Tibet, ampliamente considerado el mejor álbum de la serie. ¿Cómo superamos a una aventura insuperable? Y, con una no-aventura.
Lo mejor que tiene Las Joyas... es que acá Hergé prueba algo nuevo y le sale perfecto. Son 62 páginas en las que Tintín y Haddock no viajan, no pegan una sola trompada, nadie los captura ni los ata, no hay tiros, y lo más importante: práticamente nunca se rompe el verosímil. El... 90% de lo que sucede en Las Joyas... podría suceder en la realidad. Pero hay muchos más hallazgos.
Otra cosa que a mí me gustó mucho es la línea que baja la historia: por un lado, los palos a las revistas faranduleras, con los que uno coincide a pleno. Por el otro, desaparece una joya y al toque todos desconfían de una tribu de gitanos que acampan cerca de Moulinsart. Finalmente, y contra el prejuicio facilista de los acomodados, resulta que estos cuasi-indigentes no tenían nada que ver con el supuesto hurto.
Y así como Hergé monta este malentendido en clave más o menos dramática, apoya el resto de la trama en toda otra serie de malentendidos definitivamente en joda. Las Joyas... es, a todas luces, una comedia de enredos, donde Hergé despliega un asombroso talento para el humor basado en situaciones y en la exageración de los rasgos de personalidad de los personajes. Si hasta ahora lo habíamos visto lucirse en los gags, ahora el belga nos muestra un arsenal de recursos humorísticos muchísimo más vasto y más efectivo.
Ayuda mucho, por supuesto, el hecho de tener ya consolidado al elenco: Tintín, Milú, Haddock, Hernández y Fernández, el Profesor Tornasol, Néstor, Bianca Castafiore y hasta el marmolero chanta que no viene a reparar el escalón roto, tienen roles decisivos, no sólo en la trama central, sino en toda la sensación de festivo desconcierto que reina en estas páginas. Con los policías gemelos y la Castafiore, Hergé se puede ir al carajo tranquilo. Se nota desde el primer momento que están pensados como “comic relief”. Con Tintín, Haddock y Tornasol, protagonistas de muchas aventuras muy tensas, un exceso de joda podría jugarle en contra, y sin embargo en Las Joyas... no se priva de nada. Excepto Tintín, que se mantiene siempre careta, el resto entra a este festival de situaciones desopilantes con pitos, matracas, collares de guirnaldas y haciendo un trencito al ritmo del Carnaval Carioca.
El dibujo tiene un solo problema: hay algunas páginas con tanto texto, que este se ve eclipsado. Lo cual se compensa con dos picos, dos momentos altísimos: la secuencia de las páginas 49 y 50 (en la que la trama no avanza en lo más mínimo) con el televisor experimental de Tornasol, que le permite a Hergé jugar al pop art y al surrealismo en viñetas memorables; y la secuencia de las páginas 40 y 41 en las que Tintín se interna en el bosque de noche y –por primera vez en toda la serie- vemos un trabajo zarpadísimo de sombras. Sí, sombras! Durante 11 viñetas, Hergé traiciona a la línea clara y se juega a un claroscuro denso, ominoso, con enorme protagonismo de las masas negras. El resto del álbum muestra la elegancia y la solvencia de siempre, las que uno asocia al Hergé ya afianzado, ya muy canchero en ese estilo tan marcado, tan propio y que en este libro se revela como ideal para este tipo de historias más livianas, más de entrecasa.
Desde hace muchos años, Las Joyas de la Castafiore es mi álbum de Tintín preferido. Hoy, al releerlo, me quedó clarísimo por qué: es un comic tan redondo, tan efectivo, tan exquisitamente extraño, que te puede gustar aunque odies a Tintín.

sábado, 15 de diciembre de 2012

15/ 12: FALLEN WORDS

Cada vez que se habla de teatro japonés, caemos casi invariablemente en el kabuki. Pero a mí me gusta el Rakugo, que es -a grandes rasgos- algo así como el stand-up comedy nipón. Surgido alrededor del año 1670, el rakugo es un monólogo cómico, en el cual el humorista lleva adelante un relato y juega con su voz y sus expresiones faciales para crear distintos personajes. Se lo suele acompañar con un redoblante y con una flauta de bambú que suena cuando el cómico entra o sale de escena. El actor/narrador (llamado rakugo-ka) se viste con un kimono sencillo y actúa sentado en un almohadón, con una pequeña toalla y un abanico, los únicos objetos que pueden aparecer en escena.
Los relatos clásicos del rakugo son pocos (como los chistes de gauchos) y el público suele conocerlos de antemano, por eso es tan importante la interpretación del actor, que no puede jugarle todas las fichas al remate humorístico, llamado ochi. Por eso agrega inflexiones, detalles, objetos imaginarios y chistes para matizar el desarrollo de las historias. La llegada del cine primero y de la Segunda Guerra Mundial después, redujeron bastante el circuito y la difusión del rakugo, pero desde los ´60 el estilo recuperó popularidad, gracias a la tele. Hoy, además de tener programas de rakugo en la TV, hay teatros caros y prestigiosos que le dedican ciclos al género, mientras que varias universidades dictan talleres de rakugo para que los alumnos lo estudien y practiquen, aunque sea por diversión.
Y bueno, después del impactante suceso de A Drifting Life, su apasionante manga autobiográfico, el maestro Yoshihiro Tatsumi se mandó a adaptar al manga ocho relatos clásicos de rakugo. Una especie de traición a sus banderas históricas, ya que el tipo lleva décadas remando en el palo del gekiga, o sea, el manga de corte dramático y realista, que fue reduciendo gradualmente el margen para meter chistes hasta hacerlos desaparecer. En estas historias hay chistes y hasta incluso elementos fantásticos.
La primera, la del falso millonario que estafa al posadero y se gana la lotería, no está mal, va juntando tensión hasta ponerte nervioso. Lástima el final, abrupto, impredecible y muy raro. La segunda, la del nene caprichoso, irrespetuoso y cancherito es un espanto: dura 24 páginas y se hace eterna de tan insoportables que son los dos personajes centrales. La tercera, la del pintor y los gorriones, está bárbara si no fuera porque está toda armada en base a un juego de palabras que no es gracioso una vez que se lo traduce. La cuarta, la del tipo casado que lleva una doble vida junto a una amante, es perfecta hasta un punto y después, cuando aparecen los elementos sobrenaturales, derrapa.
La quinta, la que transcurre toda en un lupanar, zafa por la línea que baja, pero no es ni bizarra, ni tensa, ni graciosa. La sexta, la del pibe que cae engañado a un prostíbulo y conoce por primera vez el calor de un cuerpo femenino, es graciosa aunque un toque predecible. La séptima, la más extensa, la del falso médico confabulado con la muerte, es recontra-ganchera y está muy, muy bien llevada hasta la secuencia final, que –de nuevo- es abrupta y traída de los pelos. Una lástima, porque era mi favorita. Y la última, la del pescadero perdido en el vicio del alcohol, termina por ser la más redonda. La moraleja... bueno, se puede obviar. Pero la historia está muy buena y Tatsumi la cuenta de modo ágil, desconcertante y atrapante.
El dibujo del septuagenario sensei no brilla ni por casualidad como en A Drifting Life. Se lo ve apurado, descuidado, cada vez más convencido de que la gracia del manga no reside en la calidad del dibujo. Por momentos parece Stan Sakai dibujando sin ganas, o sin pulso. La narrativa está muy cuidada, la reconstrucción de época también, pero en el dibujo en sí se pasa un cachito de displicente. Si le juraste lealtad eterna a Tatsumi, lo tenés que tener. Si no, la verdad que se me ocurren muchos libros mejores en los que gastar u$ 20.

viernes, 14 de diciembre de 2012

14/ 12: PRIVADO

Entre una cosa y otra, hacía como un mes y medio que no leía historieta española, lo cual para mí es una eternidad porque soy muy fan de bocha de autores ibéricos. Hoy vuelvo con tutti.
Privado es un compilado de cinco historias cortas creadas a principios de los ´90 por el maestro Alfonso Font. Se llama así porque se supone que todas las historias giran en torno a detectives privados, aunque la última... va para otro lado. El protagonista podría ser kinesiólogo o verdulero y el argumento funcionaría exactamente igual. En las cinco historias nos encontramos con el Font maduro, cancherísimo, en busca de la síntesis, de un estilo más basado en el claroscuro de Alex Toth que en las infinitas rayitas y puntitos de Jean Giraud. Así es como lo vemos recurrir a yeites muy frecuentes entre otros referentes del claroscuro (digo, además de Toth) como Jordi Bernet, Oswal o Rubén Pellejero, sin perder su impronta personal. Lo que hace Font es raro: le saca detalles y sutilezas al dibujo, pero después, a la hora de colorear, opta por una paleta llena de matices y sutilezas. También hay viñetas coloreadas “a la Columba”: todo azul, y a la mierda. Pero la mayoría está llena de detalles cromáticos exquisitos, que le agregan complejidad y sofisticación a un dibujo que –paradójicamente- se esforzaba por verse simple, crudo y directo.
La primera historia es excelente. El tremendo final de la página 10 te lo empezás a imaginar promediando la 7, pero esas tres últimas páginas son tan, pero tan tensas, tan al límite, que está perfecto. Acá se plantea el clima que se va a mantener hasta el final del libro: historias low-fi, muy habladas, con poca violencia y enchastradas por un trasfondo de corrupción y desesperanza en el que la sordidez le gana siempre a la epopeya.
La segunda historieta es la que a mí más me gustó. Gira en torno a un tópico del relato policial que a mí me fascina, que es “el crimen perfecto” y está llevada de modo brillante, con una sorpresa medio deus ex machina en la última página, al estilo de las grandes historietas de crímenes de la E.C.
La tercera es la más violenta, la más truculenta y tal vez la que menos me cerró, porque recurre al gastadísimo truco de “el personaje está al borde de la locura entonces no sabés si lo que sucede es real o son las alucinaciones del tipo”. La reivindico sólo por su atroz mala leche.
La cuarta es la que más se ajusta a la consigna de “un detective privado junta pistas para resolver un caso”. Lo original acá es la ambientación (un pueblito minero en decadencia) y la resolución, totalmente shockeante e impredecible. Acá también, la tensión crece viñeta a viñeta y para la última página ya se hace definitivamente asfixiante.
Y la quinta es la que menos tiene que ver con los detectives. Acá el autor opta por explorar las aciagas consecuencias que sufre un pobre boludo por no saber controlarse a la hora de la timba. Gary Beck es detective, pero eso no tiene ningún peso en una trama áspera, fatídica, que vos sabés desde la segunda página que sólo puede terminar en desgracia. Otro relato al límite, con una vuelta de tuerca muy ingeniosa en la página final.
Si te gustan este tipo de historias urbanas, jodidas, con personajes cínicos, corrupción y mala leche, acá vas a encontrar cinco ejemplos de por qué Alfonso Font es un grande más allá de los géneros que encare. Algunas son pequeñas obras maestras, otras no, pero el balance de las 50 páginas es sumamente positivo, en parte por los hallazgos de Font en materia de dibujo y narrativa (cosa que a esta altura no debería sorprender a nadie) y en parte porque los guiones, si bien breves, están trabajados a fondo para que las tramas te enganchen, los climas te asfixien y los finales te sorprendan. Y si te gusta el cine, prestale especial atención a la primera historia, que además de ser magnífica se puede filmar con dos pesos con cincuenta.

jueves, 13 de diciembre de 2012

13/ 12: ESSENTIAL BLACK PANTHER Vol.1

Otro trip a la década del ´70, la oprobiosa Verdul Age en la que los comics de superhéroes eran mayoritariamente bochornosos, sacados con fritas por autores a los que nada les importaba menos que jerarquizar con su talento a un mainstream que no se cansaba de perder terreno en los kioscos. En ese contexto, esto no está tan mal.
Buena parte de estas 528 páginas están dedicadas a la serie Jungle Action, cuyos números 6 al 24 protagoniza Black Panther de la mano del verborrágico Don McGregor. Esto arranca con la extensa saga llamada “Panther´s Rage”, lo más parecido a una etapa clásica que tuvo la Pantera. En “Panther´s Rage”, McGregor cocina a fuego muy lento un duelo a todo o nada entre el protagonista y Erik Killmonger, un villano sorprendentemente bien trabajado, capaz de cagarse a trompadas con el Black Panther superhéroe, y a la vez capaz de desestabilizar mediante astutas operaciones políticas a T´Challa, el gobernante de Wakanda. Hasta que llega la machaca final, Killmonger aparece poquito, teje desde las sombras y manda a sus sicarios a enfrentar a la Pantera, a desgastarlo por el lado físico y por el de las intrigas palaciegas, que también tienen bastante peso. McGregor genera –por primera vez- un amplio eleneco de personajes secundarios para T´Challa y a lo largo de 12 episodios los maneja muy bien.
Sin embargo, cuando termina “Panther´s Rage”, el guionista se lleva al personaje a EEUU, a meterse con el tema de la discriminación racial y, si bien las aventuras no son chotas, se extraña esa dinámica en la que el Black Panther héroe entraba en conflicto con el Black Panther rey. Por supuesto, todo esto tiene el problema de que –fiel a su estilo- McGregor se zarpa con infinitos diálogos y bloques de texto repletos de palabras. Muchas veces su prosa cobra un vuelo lírico muy notable, al estilo del mejor Robin Wood, y otras veces te manda a dormir más rápido que una sopa de lexotanil o un disco de Entre Ríos. Como siempre y por sobre este “defecto”, a McGregor se le nota el genuino compromiso con lo que está escribiendo y eso claramente se agradece.
Esta etapa tiene varios dibujantes, pero el tramo más largo y más recordado es el que está a cargo de Billy Graham, un dibujante negro, de escuela muy clásica, que le supo dar a su Black Panther una impronta bien dark, bien salvaje, y dejar su marca en la serie sobre todo gracias a su impactante planificación de las páginas. Para mi gusto, sin embargo, el número mejor dibujado es uno en el que coincide una dupla que más tarde la rompería en Daredevil: Gil Kane en lápices y un muy joven Klaus Janson en tintas.
Cuando las ventas bajan, Marvel cancela Jungle Action para lanzar al mes siguiente una serie regular de Black Panther, ahora escrita y dibujada por Jack Kirby. El Rey se deshace de todos los personajes secundarios y cambia totalmente la onda de la serie: ahora T´Challa es un aventurero que recorre el mundo en busca de ciudades perdidas, donde se encuentra con artefactos imposibles como el agua de la juventud eterna o una máquina del tiempo con forma de dos sapos de bronce. Los argumentos son livianitos, meras excusas para que nunca falte la machaca, y los nuevos secundarios que rodean a la Pantera son seres granguiñolescos, casi cómicos. De los 12 números que llega a realizar Kirby, el libro trae 10, y recién en el décimo lo vemos a T´Challa pisar suelo wakandiano, para liquidar en tres viñetas a un villano que venía juntando chapa hacía varios episodios.
Estas bizarras aventuras, más raras que buenas, tienen como principal (y quizás único) atractivo el dibujo de Kirby, muy estilizado, muy zarpado, casi una caricatura de lo que él mismo hacía en los ´60, y aún así muy, muy sólido. Todavía faltaba un cachito para ver cómo el Rey decaía hasta su triste nivel de principios de los ´80. En su etapa al frente de Black Panther todavía se lo ve tan power como en los mejores números de Kamandi, Demon o Mister Miracle, los trabajos que a mí más me gustan de lo que hizo para DC.
Aguante la Pantera y anótenme para un segundo Essential, que quiero tener en libro la saga de McGregor dibujada por Gene Colan.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

12/ 12: BERNARDINA HACIA LA TORMENTA

Acá seguro me como un “cero comments”. Este es un comic de autores uruguayos de los que no publican habitualmente en Argentina, basado en un hecho histórico que tuvo lugar en el país vecino allá por 1811-12.
El guión de Matías Castro se esfuerza por escaparle a la epopeya. Su idea es mostrarnos el éxodo de los miles de uruguayos (todavía no se llamaban así, pero bue) que lo siguen al General Artigas hacia el territorio argentino desde el punto de vista no del prócer (que ni aparece, aunque se lo nombra bastante), sino de la gente común que sufre, se esfuerza, se enferma, se muere y cada tanto saca fuerzas andá a saber de dónde para seguir adelante. Esto le sale bien al guionista: a lo largo de estas páginas aprendemos un montón acerca de las costumbres, las alegrías y los padeceres de este pueblo en fuga. La dimensión humana de Bernardina, sus hijos y su esclavo Viriato está explorada con agudeza y hasta con cariño. Los secundarios entran y salen de escena de modo organizado y nadie llega al final del viaje tal como cuando arrancó.
¿Cuál es el problema? La historieta explicita muy poco por qué pasa lo que pasa. Uno, que no tiene tiempo para leerse las 15 páginas de textos en los que Castro cuenta minuciosamente a qué hecho histórico está haciendo alusión en cada página del comic, intuye que los proto-uruguayos liderados por Artigas emigran hacia Argentina para escapar de la invasión de los portugueses, que tenían en su poder a Brasil y, ya que estaban, se querían morfar también ese cachito del mapa, aunque la gente hablara español. Hasta ahí, es todo más o menos lógico. Ahora bien, en la página 76, cuando Bernardina y los suyos ya están en nuestra mesopotamia y sobreviven a la terrorífica tormenta que da título al libro, aparece Viriato y dice “El general Artigas está tratando de que podamos volver a la Banda Oriental”. Y efectivamente, en la página 80, los orientales emprenden el regreso a su territorio. Fin.
¿Tanto kilombo para eso? ¿Un éxodo penoso, con enfermos, muertos y ahogados en el río, con gente que quemó sus casas y perdió todo, sólo para pasar un finde en Entre Ríos o Misiones? ¿No será mucho? Bernardina ensaya una explicación que le queda grande al grado de información que maneja el personaje: “El gobierno de Buenos Aires ha estado moviendo tropas para apoyar a las de Artigas. Todos están volviendo para recuperar nuestro territorio”. ¿Y ya está? ¿Se acabó la amenaza de los malignos portugueses? ¿Qué le costaba a Artigas conseguir el apoyo de Buenos Aires antes de que toda esta gente fuera al muere? Detrás de eso seguramente hay una historia jodida, tensa, de indudable potencial dramático. Castro elige no contarla para centrarse –como ya dije- en la gente común. Y así es como termina por presentar un rompecabezas al que la falta una pieza, que sólo te la dan si estudías Historia Uruguaya.
Felizmente, la tormenta no se lleva puesto a este comic principalmente por el dibujo de Daniel González, un autor uruguayo que reside hace tiempo en España y supo ser colaborador del maestro Eduardo Barreto. El trabajo de González es sencillamente magistral. Su dibujo es fluído, lleno de expresividad, con ángulos muy variados. Los primeros planos son espectaculares, fuertes, emotivos. En los planos más amplios, González combina su blanco y negro vigoroso con un excelente manejo de grises, aplicados mediante tramas texturadas en el photoshop. La reconstrucción de época está cuidadísima, repleta de detalles perfectamente documentados. Esta historieta va a ser recordada por siempre simplemente por el hallazgo que supone recuperar para el panorama uruguayo a un dibujante del calibre de Daniel González. Ojalá lo enganchen para dibujar 70 páginas por año, porque realmente es un lujo.
Resumiendo, Bernardina Hacia la Tormenta es una historieta de temática histórica bien documentada, enfocada hacia el lado menos obvio y con unos dibujos de altísimo nivel. Si sos uruguayo, la tenés que tener sí o sí. Si no, igual le podés dar una chance sobre todo para descubrir a Daniel González, un dibujante excepcional.

martes, 11 de diciembre de 2012

11/ 12: DC UNIVERSE: LEGACIES

La continuidad de DC que se terminó en Septiembre de 2011 tuvo sus idas, sus vueltas, sus hitos, sus contradicciones, sus papelones y –finalmente- su homenaje. Bastante por debajo del radar de los comiqueros, en los meses finales del DCU al que los New 52 barrieron abajo de la alfombra, el maestro Len Wein (que algo entiende de legados y de bolonkis de continuidad) produjo junto a un All-Star Squadron de dibujantes esta serie, que no es otra cosa que una despedida, una pasada en limpio, una última recorrida por esa continuidad que ya no existe.
Legacies arranca MUY arriba: los dos primeros episodios, los que están ambientados en la Golden Age y dibujados por Andy y Joe Kubert, son brillantes. Wein aplica la infalible Fórmula Astro City, que consiste en narrar historias con superhéroes (no DE superhéroes) protagonizadas por gente común, sin disfraces ni poderes. Y en esas primeras 44 páginas, en las que Paul y Jimmy son pendejitos, todo funciona a la perfección.
Después, la cosa derrapa un poco hacia el recuento de sagas superheroicas que los viejos lectores nos sabemos de memoria, brevemente interrumpidas por escenas protagonizadas por estos dos personajes y algunos secundarios con bastante onda. Rápidamente Paul y Jimmy pasan de protagonistas a testigos. Wein intenta darles roles más importantes, pero el desfile de héroes, villanos y sagas grandilocuentes los deja pintados, pobres pibes, confinados a secuencias muy bien escritas, en las que el guionista saca enorme jugo de la humanidad de estos personajes, pero que tienen cero chances de disputarle el spotlight a los sucesos realmente importantes del DCU.
De la mano de monstruos sacrosantos como José Luis García López y George Pérez, de veteranos reconocidos como Jerry Ordway y Dan Jurgens y de pibes más jóvenes y no tan encumbrados como Jesús Saiz y Tom Derenick, Wein nos lleva a pasear por momentos inolvidables de la historia de DC, como la primera aparición de Superman, la formación de la JLA (y acá el guionista se planta y mete de una a Superman, Batman y Wonder Woman desde el primer día), el regreso de la JSA, la muerte de la Doom Patrol, la Crisis, Legends, la muerte de Superman, Knightfall, Emerald Twilight, Final Night, Day of Judgement, Identity Crisis y OMAC Project, entre otras. Llama la atención que la historia termina ahí, antes de Infinite Crisis, que –me parece- fue sacada de continuidad antes del reboot, junto con Zero Hour y algún otro aborto infumable. Todas estas epopeyas están re-escritas con guiños al lector que se las sabe de memoria y mucha data para el neófito que no caza una.
Y cuando llegamos al final con un Paul ya octogenario, ya jugando el minuto 6 del tiempo recuperado, viene lo mejor: una antología de 10 historias cortas todas escritas por Wein y con unos dibujantes de la mega-San Puta. Mirá este elenquito: J.G. Jones, J. H. Williams III, Dave Gibbons, Joe Kubert, Walt Simonson, Keith Giffen, Brian Bolland, Frank Quitely, Bill Sienkiewicz y Gary Frank. Acá Wein no mete personajes nuevos, sino que cuenta historias chiquitas de personajes a los que no les pudo dar mucha bola en el tronco central de Legacies. A algunos les mete retoquecitos de continuidad copados (los Seven Soldiers of Victory, Shazam!, Blue Beetle) y a otros simplemente los muestra interactuando con otros personajes de su mismo período histórico. Algunos guiones son la nada misma, otros son casi una joda (el de la Legion es una joda brillante) y otros bordean la genialidad. Pero en todos los casos los dibujos son tan grossos que nada importa.
Legacies no es la Joya Definitiva. Hay tramos del relato que están muy comprimidos (el bache entre la Golden y la Silver Age, por ejemplo) y hay muchas páginas dedicadas a sagas medio gradilocuentes al pedo. Pero tiene unos cuantos hallazgos (sobre todo en los primeros episodios y en las historias cortas) y un equipo de dibujantes que te hiela la sangre. Además, ver a Pérez dibujando escenas de Crisis, o a Kubert dibujando a los héroes de los comics bélicos, ya justifica cualquier cosa...

lunes, 10 de diciembre de 2012

10/ 12: EL PREVIEWS DE FEBRERO

Hora de repasar –creo que por última vez- las novedades que ofrecen las editoriales yankis para los próximos meses, a través del viejo y glorioso Previews, esa especie de revista Hustler para comiqueros. Veamos qué se viene.
Marvel ofrece el Vol.3 de Daredevil de Mark Waid, con Chris Samnee de dibujante y el crossover con Punisher, escrito por Greg Rucka y dibujado por Marco Cecchetto. Son 160 páginas a u$ 17 y yo, que todavía no leí el Vol.1, entro como un caballo.
También le pongo fichas al Vol.1 de Hawkeye, de Matt Fraction, David Ajá y Javier Pulido. Tiene el suficiente olor a papa fina como para timbear otros u$ 17 en un libro más finito, de sólo 136 páginas.
IDW... ¿qué te pasha? ¿Estás nerviosho? ¿Por qué te zarpás tan mal con los precios? ¿Cuál es la onda, que te compren sólo los millonarios? Mirá lo que me pierdo por culpa del boludo que les pone los precios a los TPBs: El Vol.1 de Classic Popeye trae 212 páginas de historietas a cargo del gran Bud Sagendorf. ¿Cuánto vale? ¿30 dólares? Metételo en el orto. La mini de Rocketeer de Waid y Samnee, Cargo of Doom, pinta espectacular. ¿Cuánto vale el recopilatorio de 104 páginas? ¿21 dólares? No, flaco, a robar a los caminos. Ni me caliento en mirar cuánto descuento me hace Amazon...
Dark Horse recopila los primeros número de Mind MGMT, de Matt Kindt, otra con mucho olor a papa fina. Son 200 páginas a u$ 20, precio muy razonable, pero es un hardcover. Vamos a esperar unos meses, a ver si sale el softco y si no, me lo pido.
Archaia lanza un broli de 160 páginas llamado Days Missing Vol.1, en el que mete mano un elencazo: Phil Hester, David Hine, Ian Edginton, Frazer Irving, Chris Brunham y Lee Moder. Le timbearía los u$ 20 que vale, pero es un hardco y prefiero bancar a ver si sale en softco.
En los primeros meses del blog reseñé el primer episodio de la maravillosa Daybreak, de Brian Ralph, y nunca encontré los siguientes. Hace un tiempo, Drawn & Quarterly sacó la serie completa en hardcover y no me la compré. Ahora sale la edición popular, 160 páginas a u$ 17, y no lo dudo ni un segundo. Ya le regalaré a alguien el tomito que me queda repetido.
Fantagraphics rejunta del fondo del tarro bocha de historias cortas de Peter Bagge de las que nunca se habían recopilado, incluyendo las que hizo con Robert Crumb, Daniel Clowes, Adrian Tomine y Alan Moore. Peter Bagge´s Other Stuff me ceba bastante, pero sospecho que tengo casi todo entre las colecciones de Neat Stuff y Hate y además u$ 20 por 136 páginas suena a choreo.
Pantheon saca nuevo libro del maestro Ben Katchor, Hand-Drying in America, pero es un hardcover de 160 páginas a u$ 30. Espero el softco. Lo mismo corre para Hairshirt, la novela gráfica de Pat McEown que edita el sello Selfmade Hero. 128 páginas a u$ 25 es ingarpable.
Vertigo resiste y me asesta dos golpes mortíferos: por un lado, sale el esperado softco de Joe the Barbarian, de Grant Morrison y Sean Murphy. 224 páginas a u$ 20, se pide sin chistar. Y por el otro, se viene el Vol.7 de The Unwritten, por Mike Carey, Peter Gross y algún dibujante invitado. Me cobran muy razonables u$ 15 por un libro de 144 páginas, que también entra, de una.
Finalmente, DC ofrece el Vol.2 de All-Star Western, que me cierra incluso sin haber leído el Vol.1. Son 192 páginas a cargo de Justin Grey, Jimmy Palmiotti, Moritat y dibujantes invitados, a sólo u$ 17. Y como no me fui muy a la mierda, le puedo timbear u$ 20 al broli que recopila toda la última serie de G.I. Combat, 240 páginas con material de Grey y Palmiotti, J.T. Krul, Ariel Olivetti, Howard Chaykin y algún pulenta más. No tengo la menor idea de qué trae adentro, pero ya me voy a enterar.
Bueno, no está mal. Veremos cuándo salen estos títulos y si los llego a leer antes del 2014...