el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 30 de abril de 2019

CLASICOS PARA CERRAR EL MES

Despedimos a Abril con las reseñas de dos clásicos.
Primero, The Birth of Kitaro, un tomito en el que Drawn & Quarterly reunió siete historietas de GeGeGe no Kitaro originalmente realizadas por el mítico Shigeru Mizuki entre 1966 y 1968. Ya vimos en el blog un libro bien power, con mucho material de Kitaro de esta misma época, allá por el 10/04/14. La verdad es que no hay mucho más para agregar a aquellos comentarios.
Los guiones… ninguno me volvió muy loco, todos se resuelven de maneras excesivamente simples. Creo que lo que más me gustó es cómo Mizuki se da cuenta de que Nezumi Otoko da para mucho más que para ser el villano de una aventura de 16 páginas y rápidamente lo reformula como un personaje secundario que se integra de modo estable al elenco de la serie, y que le provee un montón de situaciones atractivas en el contrapunto con el protagonista y su padre.
El dibujo mejora notablemente entre la primera historia (la única de 1966) y la segunda. Entre ambas pasa un año y medio, en el que Mizuki incorpora nuevos recursos, abandona las páginas con 10 ó 12 viñetas microscópicas y renuncia a ciertos rasgos “realistas” en los personajes humanos para hacerse más caricaturesco y más expresivo. Y seguramente acá está lo más atractivo de Kitaro: la magia que tira Mizuki para mantener fresco, sencillo y hasta bonito el trazo que usa para los personajes, mientras se va al carajo y más allá cuando dibuja paisajes, fondos y unos monstruos que por momentos parecen de Quique Alcatena… en 1967, cuando Quique Alcatena estaba en la escuela primaria. Drawn & Quarterly llegó a publicar varios tomitos más como este, con historias cortas de Kitaro, pero a menos que los vea a precios ridículos, me bajo acá. El personaje me gusta, la química con los secundarios también, la temática de los yokai también, el dibujo de Shigeru Mizuki obviamente también, pero para mi gusto le falta un poco más de trabajo a los guiones.
Y ya que mencionaba a Alcatena, me voy con otro cuasi-clásico al que le faltan cinco p´al peso, sobre todo en materia de guiones. El año pasado se editó en Chile un lujoso broli que recopila las dos primeras series que realizaron Ricardo Barreiro y Quique Alcatena para la revista Skorpio, allá por 1987-88: La Fortaleza Móvil y el Mundo Subterráneo. Y está bien que se las edite juntas porque son sagas cortas (entre las dos apenas superan las 120 páginas), que además de autores comparten protagonista. En las dos aventuras ese rol lo ocupa Bass de Avregaut, un personaje que lamentablemente no tiene historia, ni profundidad, ni personalidad. Es apenas “el bueno”, el tipo valiente que zafa de todos los peligros y al final le gana al “malo”. El enésimo Juan Carlos Nadie, bah.
Hace muchos años, cuando yo trabajaba para Ediciones Record y peinaba una abultada cabellera, me tocó traducir al inglés los textos de Barreiro de ambas aventuras, para la edición de EEUU (textos que después fueron retocados por el maestro Chuck Dixon). O sea que me sumergí a nivel cuasi-molecular en la prosa del guionista… y en aquel entonces me pareció bastante mejor que ahora. A ver, no es que las tramas sean chotas. Las tramas zafan dignamente, sobre todo la de El Mundo Subterráneo. El tema es que son aventuras muy básicas, donde lo más importante parece ser la creación de mundos extraños, cuyos secretos terminan revelados al final, con extensas parrafadas de texto, un vicio bastante frecuente en la bibliografía del recordado Loco Barreiro.
Esta vez, además, Barreiro se choca con un obstáculo extra: el dibujo de Alcatena. Para este entonces, el virtuoso artista oriundo de Caballito todavía no dominaba esa magia que despliega hoy en día cuando logra meter esas imágenes barrocas, deslumbrantes, recontra-cargadas de detalles fabulosos, en medio de una página de historieta y sin entorpecer el flujo del relato. El Alcatena de fines de los ´80 todavía te clavaba un dibujo digno de cualquier artbook de ilustración fantástica en cualquier parte, y te pateaba al carajo la narrativa, porque de inmediato esas ilustraciones eclipsaban al guión hasta hacerlo desaparecer. Por momentos, La Fortaleza Móvil y el Mundo Subterráneo parecen dos libros fusionados medio a las patadas: en un sector de la página (a veces en las márgenes), tratan de avanzar como pueden las aventuras de Bass de Avregaut; y en el resto de la página vemos un festival de la ilustración fantástica, y nos babeamos con un Alcatena desbocado, cuyas imágenes impactan y fascinan, pero muchas veces no conectan ni remotamente con lo que nos está tratando de contar Barreiro. Como contrapartida, las viñetas en las que avanza la trama nos ofrecen dibujos de Quique chiquitos, muy contenidos, apretados para dejar espacio para los inmensos bloques de texto a los que recurría Barreiro para contar lo que el dibujo no contaba. Ahí también Alcatena muestra algunas virtudes, pero muchas menos que en las ilustraciones más grandes con las que adorna estas páginas.
Después de estas dos historias, vendrá Ulrick el Negro (nunca reeditada en libro, por lo menos en nuestro idioma) y más tarde El Mago, donde la dupla Barreiro-Alcatena ya mucho más afianzada, alcanza su pico. Pero no nos adelantemos, porque parece que este año se va a reeditar en libro TODO El Mago (o sea, las dos sagas). Lo espero ansioso, porque recuerdo haberme cebado mucho con esa historieta cuando salió en la Skorpio.

Nada más, por hoy. Aprovechen para salir de joda esta noche, que mañana es feriado. Y nos vemos el sábado en la fiesta de los 25 años de Comiqueando.

domingo, 28 de abril de 2019

AVENGERS: ENDGAME

El año pasado, cuando salí de la función de prensa de Infinity War, dije “es la mejor película que vi en mi vida”. Ahora veleteo, al mejor estilo Sergio Massa, y digo que la mejor película que vi en mi vida es Endgame. Pero… ¿son dos películas distintas? Me parece que no, que te las venden como dos cosas distintas cuando en realidad estamos hablando de un solo relato, un monolito, un masacote de más de cinco horas pensado para darle un cierre fastuoso al laburo de 11 años de ese nuevo hito de la cultura popular llamado Marvel Cinematic Universe.
Con Endgame me pasó algo muy raro: me largué a llorar en un momento de la película y no paré hasta que terminaron de pasar los créditos. En los momentos en los que buena parte del cine rompió en llanto, yo llevaba media hora lagrimeando. En esa escena en la que los pibes de 14 gritaron y ovacionaron como si Messi hiciera un golazo en la final de la Copa América, yo seguía llorando. Nunca había llorado así en el cine, no sé que me pasó. Espero llorar así el día que se mueran mis viejos para no sentirme un choto que se emociona más con los superhéroes que con su familia. A mi favor debo decir que tuve que elegir entre aguantarme las ganas de llorar o las ganas de mear. Las dos, no se puede.
En Avengers: Endgame, los directores Anthony y Joe Russo nos regalan 181 minutos de emoción en estado puro. Una epopeya fastuosa, repleta de ideas, de humanidad, de amor por los personajes… y de machaca a todo o nada contra el genocida más hijo de puta de la historia del cine. Por suerte no repiten el final choto que imaginó Jim Starlin para Infinity Gauntlet. Los guionistas del film encontraron la forma de que Nebula resulte crucial sin repetir el desenlace de aquel infladísimo comic noventoso. Las comparaciones con los comics son inevitables, porque acá hay referencias comiqueras a patadas. Hasta hay un tramo de la película que parece la etapa oscura de la Legion of Superheroes a cargo de Keith Giffen. Está el Hulk que más nos gusta a los comiqueros, el Capi dice las dos frases más moja-comiqueros de la historia del cine, es un nerdgasmo atrás de otro.
Pero a nivel cinematográfico también, esto es impresionante. La película visita decenas de locaciones, algunas ya conocidas para los seguidores del MCU, y reúne un elenco multiestelar, seguramente el más grosso de todos los tiempos, con unos 60 actores importantes, de los cuales por lo menos 30 suelen ser los/las protagonistas únicos/as de las producciones en las que actúan. Acá vemos a estrellas absolutas de Hollywood en roles muy menores, a veces en una sola escena, a veces sin siquiera abrir la boca. Actores y actrices a los que vimos aparecer en las 21 películas anteriores están ahí para subrayar que Endgame afecta a TODO este universo, pasado, presente y futuro. Los últimos… 40 minutos son una sucesión de epílogos, moñitos preciosos, cerezas que los Russo le ponen al postre, una interminable (y sumamente emotiva) acumulación de guiños, homenajes y hasta reflexiones casi meta-lingüísticas acerca de la epopeya que fue llevar adelante un hiper-relato colectivo (casi masivo) a lo largo de 11 años y 22 largometrajes.
Y bueno, seguramente habrá algunas polémicas por cómo cierra Endgame algunas de las tramas, el final que le reserva a los personajes que no van a seguir en la nueva etapa del MCU, las paradojas que abre… Realmente es una película muy fértil para el debate y seguramente nadie saldrá 100% conforme con TODAS las decisiones que tomaron los Russo y sus guionistas. Pero al final gana la emoción, la fascinación. Esto que hace 11 años era impensable, hoy es una realidad devastadora: un fenómeno social y cultural protagonizado por superhéroes que no muchos años atrás tenían menos fans que la leucemia. Y además, un gran producto de entretenimiento masivo, sin fisuras, sin tiradas a chanta, con una inversión de guita, tiempo y talento que no existe en ninguna otra saga de la historia del cine.
¡Pero hay más! Lo poco que se sabe de Spider-Man: Far from Home es que aborda el mismo tema de Endgame (es decir, cómo los héroes luchan para revertir el genocidio que se mandó Thanos en Infinity War) y explora sus consecuencias desde una óptica más terrenal, sin mega-batallas grandilocuentes pero también apostando fuerte a la emoción. Esa peli (dicen) es el verdadero cierre a la Fase Tres del MCU, y por supuesto la espero sumamente alzado.

Y vuelvo al principio, al boludo grandote que se lloró la vida con una película de superhéroes. Parafraseando a Víctor Hugo,"es para llorar, perdónenme... Joe y Anthony Russo, en recorrida memorable, en la película de todos los tiempos... Barriletes cósmicos... ¿De qué planeta vinieron? Gracias, Marvel por los Avengers, por Endgame, por estas lágrimas...”.

jueves, 25 de abril de 2019

LECHE PRE-AVENGERS

Los chotos de Disney se ortivaron y no me invitaron a la función de prensa de Avengers: Endgame, con lo cual todavía no la vi. Voy mañana viernes, a las dos de la tarde. Y seguramente en algún momento del finde se vendrá la reseña. Mientras tanto, avanzo con las lecturas.
Hacía más de cinco años que no reseñaba un comic de Moebius, ¿podés creer? Por suerte hace poco conseguí Bajo la Estrella en la edición que más me gusta (la ochentosa de Toutain) y eso sirvió de excusa para releer este clásico. Bajo la Estrella es una obra rara, porque Moebius la realiza por encargo de una agencia de publicidad, que quiere un comic para promocionar los autos Citröen. En general, cuando un autor agarra ese tipo de trabajos es porque está en la lona, o porque el sobra tiempo. Y también en general, se compromete lo menos posible, lo saca con fritas y a los 15 minutos de cobrado el cheque se olvidó de lo que hizo. Bueno, esto es todo lo contrario: Moebius dibuja Sobre la Estrella en el pico de su popularidad, robándole tiempo a la saga del Incal, y no sólo deja la vida, sino que poco después retoma a los personajes que crea para esta historieta y continúa sus historias hacia el infinito y más allá. De modo que estas páginas, que empezaron como un encargo comercial para una empresa, son prontamente reformuladas para convertirse en la semilla de una saga ambiciosa y extensa, la famosa saga de Edena, a la que Moebius volverá muchas veces a lo largo de los ´80 y ´90, y en la que volcará muchos de sus mejores guiones.
Estas dos primeras historias (las seis paginitas de Reparadores y Bajo la Estrella) no sólo nos presentan a Stel y Atan, sino que empiezan a envolvernos en este mundo y a acostumbrarnos a un ritmo narrativo que no tiene nada que ver con la vorágine de El Incal. Los guiones de Moebius son más pachorros, tienen menos diálogo, menos acción, más escenas en las que los personajes contemplan en silencio los paisajes o edificios que los rodean. Si el Moebius de El Garaje Hermético era el Moebius de ácido, este es el Moebius 100% fumanchero, el hippón que medita, reflexiona acerca de la relación entre el hombre y la máquina y se cuelga a maravillarse con la naturaleza y la paz que esta te puede llegar a transmitir.
El dibujo, fastuoso, como todo lo que dibujó el Genio Eterno en su vida, con esa síntesis engañosa y los aportes de tres coloristas que le dieron una mano en el manejo del aerógrafo. Poquitas páginas y poquitos elementos le alcanzaron a Moebius para sentar las bases de un nuevo clásico. Increíble, de verdad.
Salto a Argentina, año 2017, cuando se publica Mi Vida Como Carla, un librito de 90 páginas íntegramente a cargo de Matías Di Stefano, de quien ya vimos una obra anterior el 01/09/18.
Una vez más, lo que más me gustó fueron los diálogos, y me habrían gustado más si no hubiese encontrado faltas de ortografía. La historieta en sí es fallida, porque el autor no se decide, parece no tener muy claro si quiere hacer una sitcom, o algo un poco más jugado. Por momentos plantea la página como si estuviera recopilando tiras de diario (de a tres por página) y por momentos modifica la grilla y se acerca a la típica planificación de un comic-book. Le va bastante bien cuando incorpora grisados, pero los usa sólo en algunas historietas, no en todas.
El dibujo en general me pareció bastante limitado, con desaciertos bastante visibles. Por momentos parece un dibujante del estilo de Julio Olivera (el creador de Piturro) al que le hicieron un tratamiento tipo The Clockwork Orange pero forzándolo a ver horas y horas de animé berreta. Y los guiones… son simpáticos, no están mal. El giro más interesante está en ese epílogo, esas cuatro páginas finales que son casi una secuencia post-créditos. Ahí encontré el gancho como para querer leer más acerca de estos personajes.
Y me llama la atención que este es el tercer guión de Di Stefano que leo, y en todos las protagonistas son chicas jóvenes. ¿Qué onda? ¿Nunca se le ocurren historias que puedan girar en torno a un varón, o a una mujer de más de 25? Raro, no?

Bueno, nos reencontramos pronto con la reseña de Avengers Endgame, acá en el blog.

martes, 23 de abril de 2019

NOCHE DE MARTES

Tengo sueño, pero como este mes vengo posteando poco en el blog, me la banco y no dejo para mañana lo que puedo reseñar hoy.
Me pareció muy acertada la idea de la colección Continuará de nuclear en un mismo libro el Dr. Fogg y Undermédanos, dos historietas de los ´80 en las que vemos al gran Lito Fernández romper el molde de la historieta más industrial, la que produjo por toneladas para las revistas de Columba y el combo binacional Skorpio/ LancioStory. En ambas historias vemos a un Fernández más suelto, dispuesto a arriesgar más, muy comprometido con la creación de climas, muy generoso en el trabajo de fondos y hasta por momentos vanguardista en la puesta en página y la composición de las viñetas, sobre todo en Undermédanos.
Dr. Fogg es una historia breve (28 páginas) escrita por el maestro Carlos Albiac, bastante en la línea de la fantasía oscura con algo de realismo mágico que años más tarde ofrecería el sello Vertigo. En 28 páginas no se puede pretender mucha profundidad en la psiquis de los personajes y quizás eso sea lo que le falta a Dr. Fogg para ser aún mejor de lo que ya es. Eso y el rotulado, que es pesadillesco. De todos modos, es una perlita, una historieta breve, sumamente satisfactoria y extraña en el contexto de la historieta argentina de principios de los ´80.
Undermédanos, en cambio, tiene la intención de ser una buena historieta, pero tropieza con sus propias pretensiones. El guión le pertenece a Oscar Armayor, un autor bastante prolífico durante los ´80, que nunca fue ascendido al status de “maestro” ni por los lectores ni por la crítica. Armayor plantea una especie de alegoría, es decir, quiere bajar una línea ideológica por atrás de la aventura, utilizar a esta como “puesta en escena” de un mensaje que nos quiere transmitir. Pero narra todo en forma demasiado caótica. Hay cosas que no se terminan de entender, la curva dramática no está muy pronunciada, están mal elegidos los momentos que se enfatizan y los que se des-enfatizan, los personajes secundarios se quedan en estereotipos muy básicos… y encima los experimentos de Lito en materia de técnicas de dibujo y puesta en página no contribuyen precisamente a sumar claridad al relato.
El resultado es un poco frustrante, porque si tenés a Lito dibujando a ese nivel, así de jugado, con esas ganas de romper todo, daba para aprovecharlo más, con un guión más sólido. Visualmente, es un despelote absolutamente cautivante, 100% imprescindible para los fans del co-creador de Dennis Martin. Ojalá algún día se reediten esos clásicos que hizo Lito para Skorpio junto Eduardo Mazzitelli, que son un pico en su extensa carrera.
Salto a 2006, cuando Marvel publica una serie rarísima: Nextwave, Agents of H.A.T.E., una comedia pasada de rosca escrita por el maestro Warren Ellis y dibujada por un Stuart Immonen rarísimo, que cambia su grafismo habitual por otro más anguloso, más sintético, como si se amalgamara con Phil Hester, ponele, pero más jugado al color, menos dependiente de las masas negras. Un trabajo realmente notable de Immonen, sobre todo por la búsqueda de una impronta distinta, que le permite enfatizar las expresiones faciales de los personajes sin descuidar la machaca estridente ni el dinamismo extremo de los cuerpos en movimiento.    
El guión de Ellis es extraño porque se trata básicamente de una comedia al estilo Justice League de Giffen y DeMatteis. Superhéroes de la B Metropolitana, diálogos filosos, confusiones, enredos, villanos deliberadamente pedorros… El único upgrade que le mete Ellis a la fórmula de la JLI son las puteadas, que en 1988 no se podían poner y en 2006 sí, aunque no leamos exactamente la palabra “fuck”. La sátira a SHIELD y en especial a Nick Fury es descarnada, va más a fondo de lo que iría cualquier guionista de DC si le dicen “haceme una historieta en joda parodiando a SHIELD y Nick Fury”. El nivel de mala leche sube con cada arquito argumental de dos números, al igual que el nivel de violencia, que se exarceba intencionalmente, para lograr un efecto humorístico.  
Este primer TPB trae tres aventuras y hay tres más en el Vol.2 que prometo leer pronto. Hasta ahora, me vengo cagando de risa. Pero claro, me queda la sensación agridulce de saber que nada de lo que pase acá tenddrá consecuencias reales para nadie, porque H.A.T.E. no es S.H.I.E.L.D., Dirk Anger no es Nick Fury, y tarde o temprano otros guionistas querrán usar a Monica Rambeau, Machine Man, Tabitha Smith o Elsa Bloodstone y no les va a quedar otra que barrer estas aventuras abajo de la alfombra y hacerse bien los boludos, como si nada de esto hubiese sucedido. Por suerte, los buenos momentos que pasamos leyendo este comic no nos los quita nadie.

Nada más por hoy. Ni bien tenga más material leído, posteo de nuevo acá en el blog.

sábado, 20 de abril de 2019

SABADO TRANQUI

Sábado pachorro y con un clima espectacular, ideal para sentarse a escribir unas reseñitas.
Tengo una hermosa tanda de álbumes de Spirou que conseguí en 2017 y que recién ahora empiezo a leer. Cronológicamente, el más antiguo es La Mina y el Gorila (en la edición original es el Vol.11 de la serie y se titula Le Gorllle a Bonne Mine), una historieta que el maestro André Franquin serializó en las páginas del semanario Spirou allá por 1956. Se trata de una aventura breve, apenas 40 páginas, por eso en la edición francófona la complementaron con una segunda aventura. Esta edición española, lamentablemente, ofrece sólo las 40 planchas de “Le Gorille…”. Cuanto más escucho hablar a los que saben, más me convenzo de que Grijalbo se mandó todas las cagadas habidas y por haber y que, si me alcanzan los años de vida, tendría que esforzarme por cambiar todos esos álbumes españoles de Spirou, Astérix, Lucky Luke, Valérian y Blueberry por las ediciones en francés. Es un planteo medio utópico, pero estoy seguro de que si alguna vez lo concreto, voy a descubrir miles de genialidades que en aquellas ediciones gallegas no están.
En cuanto a la aventura en cuestión, La Mina y el Gorila ofrece una trama muy simple, muy lineal, muy jugada a una revelación supuestamente impactante, que llega en la página 36 pero era bastante predecible 30 páginas antes. Es una aventura sólida, con peligros reales y jodidos (por suerte Franquin tiene a mano al Marsupilami para resolver todo con clase y categoría, como el Number One que es), con Fantasio y Spip prácticamente al pedo y con el detalle de no retratar a los nativos africanos como bestias bípedas infantiloides y supersticiosas. En el dibujo, Franquin no se guarda ningún estereotipo a la hora de dibujar a los guerreros de la tribu Wagundu, pero en el guión los trata (dentro de todo) bastante bien.
Y ya que mencioné el dibujo, no puedo cerrar la reseña sin subrayar que acá, en 1956, André Franquin alcanza la perfección. Después la va a llevar más allá, le va a dar una vueltita más para que su trazo sea un poquito menos “careta” y más personal. Pero el nivel al que llega en este álbum alcanza y sobra para ponerlo entre los grandes maestros de la historieta del Siglo XX. Acá se ve el Franquin seminal, al que estudiaron exhaustivamente todos sus seguidores, desde los más serviles hasta tipos como Yves Chaland que se atrevieron a modernizar, o a reformular la siempre vigente estética de la línea clara de Marcinelle. Gloria eterna para Franquin, a quien prometo volver a visitar pronto.
Salto brutal a Argentina, año 2018, cuando se edita Übertraven, un álbum con dos historias escritas por Daniel Basilio y dibujadas por Ramiro Pasch, a quienes jamás había oído nombrar. Me encontré con dos historietas (una de 19 páginas y una de 20) muy extrañas, muy distintas a todo lo que leí hasta ahora.
Los textos y las ideas de Daniel Basilio me parecieron alucinantes. El tipo escribe nivel Alan Moore, con un vuelo, unas imágenes, una sofisticación, una elaboración en la prosa que prácticamente no existe en la historieta actual. Posta, cada bloque de texto me dejó más atónito que el anterior. Lo que no logro entender es por qué decidió convertir esas ideas en historietas, porque no tienen mucha estructura de relato. Por supuesto les sobra lirismo para inspirar unas imágenes fastuosas, pero les falta esa intención más narrativa (más prosaica también, si se quiere), que las haría mucho más “historietables”. No pretendo que una bestia que escribe como Basilio se baje los lienzos para contarme la enésima batalla de Buenos contra Malos, pero podría aparecer una veta más narrativa, como en algún tramo de la segunda historia, en la que por momentos la estructura se asemeja a la de un cuento de H.P. Lovecraft. Obviamente quiero ver más trabajos de esta prodigiosa pluma rosarina.
El dibujo de Ramiro Pasch lucha contra dos gigantes de seis metros, con tubos del grosor de un subte y llenos de pinches tipo Doomsday: uno es el texto, que (como ya dije) no es muy “historietable”. Cuando te tiran un texto como el de Basilio lo mejor que podés hacer es dejar que tu dibujo vuele, que se vaya al carajo y más allá, ni intentar ponerlo al servicio de “contar la historia”. Pasch incursiona con bastante buen tino en ese camino, pero además arma secuencias y trata de encauzar en cierto modo las ideas de Basilio hacia un relato. Muy a mi pesar, se copa mal con la grilla menos narrativa de todas, la de dos cuadros uno arriba y uno abajo, pero bueno, necesita espacio para que el dibujo se luzca.
¿Por qué? Porque (acá está el otro gigante contra el que Pasch pierde por goleada) mete demasiado en cada imagen. Demasiados elementos, demasiadas texturas, demasiadas rayitas y puntitos. Ni hace falta aclarar que sólo los virtuosos pueden alcanzar ese dominio de la técnica. Pero en función de estas historietas, sobra carga gráfica. En la segunda historieta lo veo mejor a Pasch, en un sendero entre autores locos de El Víbora y el maestro Richard Sala. De hecho hay un par de personajes que parecen haberse fugado de un comic de Sala. Por ese lado creo que Pasch puede encontrar una estética muy interesante y con muchas posibilidades narrativas.

Y nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.

miércoles, 17 de abril de 2019

THE OMEGA MEN

Arranca el finde largo y mientras nos preparamos para salir de joda, o para quedarnos en casa leyendo toneladas de comics, voy con la reseña de una obra extensa (casi 300 páginas) que me resultó muy rica para el análisis. Se trata de mi primer comic de DC post-Convergence y además de mi primera obra importante de Tom King, guionista del que había leído sólo cositas breves.
The Omega Men me dejó sensaciones contradictorias, como ser fan de los derechos humanos y votar a Cambiemos. Me dio por las bolas, por ejemplo, ese juego de palabras repetido hasta el cansancio entre el Alpha y el Omega. Me molesta que King introduzca a Alpha y Omega como elementos centrales de la religión del sistema solar Vega, que nunca había ido para ese lado. Me irrita ver a personajes que conozco hace 35 años actuar de modo extraño, fuera de su caracterización habitual. Y me indigna que esta aventura, pensada para ser la saga más grossa de la historia de los Omega Men (guarda, quizás lo sea), tenga como protagonista a Kyle Rayner y no a Primus, Kalista, Tigorr o Broot. Me confunde que el sistema solar Vega tenga 22 planetas y King se haga cargo sólo de seis. Y me llama mucho la atención que el propio guionista (y ex-agente de la CIA) haya planteado tan abiertamente el paralelismo entre la historia que narra este comic y la situación en Medio Oriente. Pensé que esa lectura la había propuesto un crítico, o los fans, pero no: el propio King abrió la caja de Pandora a las interpretaciones políticas.
Al ver la saga a través de ese prisma, me queda claro que el stellarium es el petróleo, que Kyle es el occidental pelotudo que cae a Medio Oriente sin entender por qué esta gente lleva décadas matándose entre sí, que los Omega Men son los rebeldes islámicos y que la Citadel es el imperio maligno, genocida, al que sólo le importan los recursos naturales, o sea, un combo EEUU/ Israel. Lo loco es que la trama se basa en la transición de Kyle de una posición conciliadora (tiene que haber una forma pacífica de resolver esto) a una posición extremista (hay que hacer mierrrrda al imperio genocida).
El desarrollo de la historia está groseramente estirado y todo lo importante podría haberse condensado en 96 páginas, como máximo. Pero King te la hace llevadera con un montón de recursos narrativos ingeniosos (y algunos brillantes), muchas escenas de alto impacto y un as de espadas que es el majestuoso dibujo de Barnaby Bagenda (a quien jamás había oído nombrar) complementado como los hiper-dioses cósmicos por la paleta mágica de Rómulo Fajardo. Visualmente esto es… la gloria. Parece un álbum europeo dibujado por Carlos Meglia, pero con mucha grilla de nueve cuadros, a las que Meglia les escapó siempre que pudo. Para la mitad del noveno episodio (lejos el mejor pensado y ejecutado de los 12), King y Bagenda detonan una escena PERFECTA, memorable, definitiva, de esas en las que textos e imágenes se ensamblan para dejarte sin aliento, babeando como un subnormal. Todo lo anterior parece un lento build-up hacia esa escena y todo lo posterior parece intrascendente, como si el plato principal fuera una suprema Maryland con papas paille y el postre un Criollita húmeda.
Hacía mucho que no leía un comic con Kyle Rayner (creo que desde los números de Green Lantern Corps que van entre Blackest Night y Brightest Day) y la verdad, me lo acordaba menos nabo, menos cuadrado, menos fácil de manipular… y jamás pensé que iba a pelar un crucifijo y rezar ¡en castellano!. Pero creo que son mocos que se manda Tom King, que se caga en la caracterización de Kyle desarrollada por otros guionistas, así como se caga en tantas cosas que (desde que los creara Marv Wolfman en 1981) le pasaron a los Omega Men. Me gusta que Kyle no use sus poderes casi hasta el final y que siga con su imparable racha ganadora con mujeres que le dan 14 vueltas. Pero no que eclipse a personajes que me gustan mucho más, como Primus, Kalista o Tigorr, este último tan poco aprovechado por King que se podría reemplazar tranquilamente por Wolverine o cualquier otro zarpadito con garras prominentes y cero reparos a la hora de matar.
En fin, me parece que The Omega Men es un comic pensado para ser leído más de una vez, para captar subtextos, para disfrutar de algunos yeites narrativos formales casi dignos de Alan Moore y sobre todo para deleitarnos con el magnífico trabajo de Bagenda y Fajardo en la faz visual. En una primera lectura, te van a estremecer la violencia, las runflas, la mala leche y las masacres. Pero me da la sensación de que por abajo de eso hay capas más profundas, potencialmente más emocionantes.

Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 15 de abril de 2019

LUNES DE CIENCIA-FICCION

Arranco esta entrada del blog con una reseña de Valerian: Los Rayos de Hipsis, la historia que va justo entre el álbum reseñado el 28/01/13 y el reseñado el 27/02/15. Se trata de un episodio rarísimo en la legendaria saga creada por los maestros Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres, que me hizo comer todos los amagues. Después de un tomo anterior en el que se planteaba de modo tenue la amenaza de Hipsis y 40 páginas de este tomo en el que la cosa se pone más espesa, el peligro es más palpable y tenemos (por fin) algo de acción, todo hacía suponer que el final iba a ser a pura machaca cósmica, sobre todo porque (al haber leído los tomos posteriores) uno sabía que las consecuencias que dejaba Los rayos de Hipsis eran jodidas de verdad. Bueno, al climax que alcanza esta historia en el segundo y el tercer cuarto, le siguen ocho páginas finales en las que Christin pega un volantazo imposible, reformula totalmente a la amenaza para convertirla en algo absolutamente impredecible, no exenta de onda, pero a años luz de lo que uno espera en el contexto de una saga de aventuras y ciencia-ficción. No quiero contar con qué se encuentran Valerian, Laureline y sus aliados al final de este tomo, porque lo escribo y no lo puedo creer. Alcanza con decir que si llegaste a este álbum (el duodécimo) y no creías que Valerian fuera una serie en la que podía pasar cualquier cosa, seguramente el final de Los Rayos de Hipsis te va a hacer cambiar de opinión.
El dibujo de Mezíéres alcanza en esta época (mediados de los ´80) el cénit, el estado de gracia. La puesta en página es entre dinámica y mágica, las expresiones faciales son brillantes, las naves son gloriosas, los paisajes son hermosos, las escenas de acción son vibrantes, y las otras, todas esas páginas en las que Christin nos bombardea con una grotesca cantidad de texto, el dibujante las pilotea sin mayor dificultad, incluso cuando lo único que vemos son gente (o algo así) que habla, rosquea o trata de deducir el enigma de Hipsis.
Hasta acá Valerian era la serie copada, que a través de aventuras repletas de acción, misterio, romance y certeras pinceladas de un humor bastante ácido nos entretenía y a la vez nos bajaba una cierta línea ideológica progre, o directamente zurda. A partir del díptico compuesto por este álbum y su antecesor inmediato, ya entramos en el terreno en el que todo es posible, incluso algunos altibajos bastante pronunciados, tanto en los guiones como en los dibujos.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando se edita Lovechip, una historieta de ciencia-ficción de Emilio Balcarce y Guillermo Donés originalmente producida para el mercado italiano. El guión de Balcarce, sin ser una genialidad, es entretenido, tiene varias ideas interesantes y por lo menos dos giros argumentales que no me vi venir ni a palos. Los diálogos (a menudo el talón de Aquiles del guionista salteño) están bastante bien, nunca faltan las excusas (casi todas válidas) para meter escenas impactantes en las que vemos explosiones, masacres y gente que se caga a tiros, y si no te molesta esa impronta ochentosa de la aventura para adolescentes con tetas y drogas, seguramente la trama de Lovechip te va a atrapar.
El tema del sexo está bastante enfatizado, pero la verdad es que las (no pocas) escenas de cierto voltaje erótico no son las que hacen avanzar la trama. Por el contrario, Balcarce subraya todo el tiempo que Lovechip (como la mitad de su título lo indica) es una historia de amor. O sea que se habla mucho de coger y de hecho se coge bastante, pero en el global de la obra, el sexo es apenas anecdótico.
El dibujo de Donés me dejó muchísimas dudas. Esto está muy lejos de aquellas historietas que el crédito de Salto publicaba en la Skorpio a fines de los ´80 y principios de los ´90. No sé si el paso de color a blanco y negro le jugó una mala pasada o qué, pero visualmente esto así no se luce para nada. Las naves, máquinas, armaduras y locaciones futuristas están buenas, dentro de una estética que remite de inmediato a Juan Giménez. Pero los seres humanos… ma-mita. Las caras parecen desfiguradas, la anatomía tiene fallas (sobre todo cuando vemos cuerpos en movimiento), no se entiende bien si Donés buscaba un estilo más sintético o si estaba apurado y entregó algunas viñetas apenas bocetadas, para que el colorista tratara de darles un poco más de forma, o de fuerza… Una lástima, realmente, porque hacía mucho que no veía trabajos de Donés y mi expectativa era mucho más alta.

Y nada más, por hoy. Ni bien tenga más libritos leídos, comparto las reseñas acá en el blog.

viernes, 12 de abril de 2019

TARDE DE VIERNES

Paul Kirchner es un autor claramente de culto, que tuvo su chapita allá por los años 1975-85. Discípulo y asistente de Wally Wood, a simple vista su estilo no se diferencia mucho del de los otros seguidores del maestro, como Dan Adkins o Paul Gulacy. Es un dibujante sobrio, de gran despliegue y sólida base de dibujo académico y realista. El tema es qué quiere contar. A Kirchner no le interesan mucho los relatos aventureros de héroes y villanos. Lo suyo va por un camino más extraño y en Realms (compilado de historias cortas publicado en 1987 por Catalán Communications) eso queda clarísimo. A lo largo de 12 historietas, Kirchner demuestra que lo suyo es tomar a los tópicos de la ciencia-ficción o la fantasía épica como disparadores de ideas, que después se van para otro lado, mucho más loco, más original, más rupturista.
Las historias cortitas, las de tres páginas o menos, son apenas ideas que el autor esboza, siempre basadas en una imagen, en un elemento visual muy potente. Y en los relatos más extensos (el más largo tiene 16 páginas) hay más que un impacto, más que una sorpresa: hay también desarrollo de los personajes, las ideas van más a fondo, hay una construcción de climas y hay guiños a los lectores ya curtidos en esto de la historieta de género apuntada a un público más o menos adulto.
Lo único flojo del libro es que sólo el último tercio nos permite disfrutar del asombroso dibujo de Kirchner en blanco y negro. Ahí es donde el autor deja la vida en cada viñeta, con un trabajo escalofriante de texturas, cross-hatchings y detalles alucinantes en decorados, paisajes, criaturas, etc. En las historias a color, la verdad que este suma muy poco y podría tranquilamente no estar. De todos modos el dibujo se ve muy bien, no pierde ni fuerza ni complejidad cuando lo colorean. Pero me imagino esas historietas en blanco y negro (sobre todo Tarot, la primera) y me muero de la emoción.
En fin, esto es material raro, muy de su época, pero que a fuerza de buenas ideas y un dibujo maravilloso no pierde vigencia con el correr de las décadas. Cerré este libro sintiéndome más kirchnerista que nunca.
Salto a fines de la década pasada, cuando el maestro Inio Asano serializa Oyasumi Punpun. El pasado 01/12/18 le entré al Vol.1 y me acuerdo que me gustó mucho. El Vol.2, en cambio, me gustó un poco menos. ¿Por qué? En primer lugar, porque la aventura en la fábrica abandonada no está bien narrada. Asano se complica al pedo, desaprovecha las posibilidades dramáticas de lo que pasa y por momentos elige los planos y los cortes de manera de que todo se vuelva medio ambiguo, casi críptico. Y lo peor: por lo menos en este tomo no parece haber consecuencias para lo que sucedió ese día en la fábrica.
En segundo lugar, me parece que Oyasumi Punpun está pensada como una serie muy introspectiva, y a la vez muy bajonera. El protagonista sufre mucho, lo vemos llorar páginas enteras. Entiendo que Asano quiera contarnos lo duro que es el tránsito de la infancia a la adolescencia, los sinsabores y quebrantos del primer amor… pero Punpun se zarpa un poco de emo, y encima el contexto de la familia no ayuda en lo más mínimo. Yo esperaba otra cosa, quizás más vital, o más en sintonía con el lado alegre de “la edad del pavo”.
Y finalmente, me hace un poco de ruido el tema de que Punpun y sus parientes estén dibujados con ese trazo rudimentario, minimalista, como de fibrón bien grueso. Porque la magia de Asano (y sus cinco asistentes) para convertir fotos en fondos laburadísimos es algo que te puede maravillar una vez, dos veces, ni mil. Entonces el atractivo del dibujo del ídolo pasa a ser lo bien que dibuja a los personajes. Pero si los personajes son esa cosa abstracta, sin expresiones faciales, sin la menor resemblanza de un ser humano, tampoco tienen gracia. Así es como lo realmente maravilloso del dibujo de Oyasumi Punpun está en los personajes secundarios, que por suerte en este tomo aparecen bastante.
En cuanto a la intriga que me generaba el contraste entre Punpun y el resto de los chicos… me parece que Asano no se piensa hacer cargo jamás de que el protagonista es el único chico de la escuela que en vez de un chico parece un pajarito fantasma que no habla y al que los brazos le aparecen sólo cuando los necesita. No pasa por ahí la historia, empiezo a sospechar. En fin, veremos cómo sigue esta bizarreada. Asano tiene crédito de sobra, por eso ya tengo comprados todos los tomos hasta el Vol.12.

Y nada más, por hoy. Buen finde para todos y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 9 de abril de 2019

MARTES TEMPRANISIMO

Por fin encontré un rato para sentarme a escribir las reseñas de los últimos libros que leí.
Arranqué con la puesta al día con material argentino anterior a 2018 y así llegué a Gilgamesh el Inmortal: Hora Cero, una saga que va entre el libro de Gilgamesh que reseñé el 22/11/18 y el que vimos un lejano 27/09/12. O sea que los leí en perfecto desorden: empecé por lo que sería el final, después leí el principio y ahora lo del medio. Pero bueno, es lo que hay…
Como vimos sobre el final del Vol.1, en un punto Lucho Olivera se concentra sólo en dibujar y los guiones pasan a manos de Sergio Mulko, también mucho más conocido por su labor como dibujante. Esto está todo escrito por Mulko, y sigue con bastante fidelidad los lineamientos del Gilgamesh de Lucho, en una transición bastante visible hacia esos guiones mucho más raros que veríamos en Arenas Rojas (el tramo final). Como ya vimos, acá hay varias historias sin conflictos, o con mínimos conflictos, en los que Gilgamesh básicamente habla, contempla y piensa. Pero el cuarto episodio (“Veganos”) introduce a una raza alienígena maligna, que garantiza violencia, destrucción y genocidios hasta el final mismo del tomo. Pasan otras cosas más lo-fi mezcladas con esta batalla casi personal del inmortal contra los korios, hay episodios en los que no pasa nada, otros en los que Gilgamesh busca al responsable de su inmortalidad… Pero si te gusta que los héroes luchen, acá eso está un poquito más enfatizado que en otras sagas del otrora rey de Uruk.
El dibujo de Olivera también está en tránsito, de esos incios un tanto precarios hacia el virtuosismo que le veríamos desplegar en la segunda mitad de los ´70 (estas historietas son de 1973-74). Las naves espaciales que vemos en este libro, por ejemplo, no tienen nada que envidiarle al mejor Lucho. Los primeros planos de los rostros masculinos, sí, bastante. Muy condicionado por el hecho de no poder meter nunca menos de ocho cuadros por página (y a menudo tener que meter 12 ó 14), Lucho va probando distintos rebusques narrativos y en el que más cómodo se lo ve es en la viñeta widescreen finita, que es algo que se hacía poco en la historieta argentina de los ´70. Y después está el tema del brazo de Gilgamesh, que aparece y desaparece. A veces le falta el brazo derecho, a veces el izquierdo y a veces tiene los dos. Muy loco que nadie controlara eso.
Si sos fan de Gilgamesh, seguro compraste esto cuando salió (2008). Y si no, no empieces por acá, sino por el libro titulado “El Origen”.
Sigo visitando planetas y razas alienígenas extraños en un intento por ponerme (un poquito más) al día con Saga, la epopeya de Brian K. Vaughan y Fiona Staples, que tenía abandonada desde el 01/02/16 (un delirio). Para esta altura de la historia, Vaughan ya sumó a tantos personajes que los tiene que dividir en tres grupos y desarrollar tres narraciones en paralelo, un dolor de cabeza garantizado para los que leían la serie en formato de comic-book de 20 páginas de errática periodicidad. Y para que cada grupito viva una peripecia interesante, también tienen que aparecer muchos villanos, muchos conflictos, algunos de los cuales se resuelven muy rápido, antes de que lleguen a desarrollarse plenamente. Lo bueno es que la gran mayoría se resuelve de modos impredecibles.
En el medio hay buenas ideas (algunas muy locas, como las propiedades curativas del esperma de dragón), excelentes diálogos (con un nivel de guarangada muy bienvenido) y en este tomo en particular, bastante acción. O sea que si bien este Vol.5 es inabordable para el que no haya leído los cuatro anteriores, resulta muy ganchero para el que viene siguiendo desde el principio la saga de Hazel, sus padres y estos mundos en guerra.
El dibujo de Fiona Staples conserva el muy alto nivel que vimos en los tomos anteriores y me volvió a sorprender con los diseños que pela para los nuevos personajes que se van sumando al elenco sobre todo ese quinteto de villanos de clara inspiración marveliana. Los paisajes, naves y bichos que aparecen también están buenísimos, todos muy potenciados por el brillante trabajo que realiza la canadiense en el coloreado digital de estas páginas.
Recomendar Saga, a esta altura del partido, ya es medio una obviedad. Pero la idea es simplemente dejar constancia de que, mal y tarde, sigo adelante con la lectura de esta serie.

Nada más, por hoy. Ni bien tenga un par de libros leídos, se vienen nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 4 de abril de 2019

SALVADOS POR LOS DIBUJANTES

Esta vez me toca reseñar dos libros que sólo tienen sentido por la calidad de los dibujos.
Ozópolis es un libro editado en Chile, que reúne material realizado para EEUU por el gran dibujante trasandino Gonzalo Martínez, junto al guionista Kirk Kushin. Es básicamente un compilado de cuatro episodios originalmente publicados como comic-books y una historia corta, inédita hasta 2014, cuando se lanzó Ozópolis en Chile. La serie está ambientada en el reino de Oz, y retoma un montón de los elementos creados por Frank L. Baum para su célebre serie de novelas iniciada en el año 1900.
Y los guiones de Kushin dan más lástima que San Lorenzo en la Superliga. No me quiero extender en la crítica despiadada a la labor de este ignoto guionista. Simplemente dejar en claro que las aventuras son obvias y predecibles, y los personajes (sobre todo las dos chicas protagonistas) están primeras en la lista del INCUCAI para recibir un transplante de onda.
Peeeeero, acá tenemos 100 páginas dibujadas por Gonzalo Martínez a un nivel superlativo, en el que quizás sea su mejor trabajo (de los que tuve la oportunidad de leer). ¿Por qué? Porque en Ozópolis tenemos la misma (y muy alta) calidad de dibujo que en Alex Nemo, por ejemplo, con ese mismo virtuosismo, esa misma perfección en el manejo de las tramas mecánicas para crear efectos de iluminación y texturas, la misma solidez en las expresiones faciales, el mismo laburo demencial en los fondos, pero además el dibujo se luce más, porque Martínez puede dibujar menos cuadros por página. Entonces acá lo vemos más suelto, más generoso en el despliegue de la acción, con algunas páginas planificadas “a lo George Perez”, con un ritmo narrativo realmente impecable, que hace que uno quiera seguir leyendo aunque los diálogos sean chotos y las peripecias intrascendentes. Ojalá los guionistas chilenos y neozelandeses con los que suele colaborar Martínez lean Ozópolis y descubran lo que es capaz de hacer el maestro cuando lo encorsetan menos, cuando le exigen menos viñetas por página y le dan más espacio para impactar al lector con la magia de su trazo. Se van a aburrir con los guiones, es cierto, pero van a disfrutar del trabajo de un Gonzalo que se lleva el mundo por delante con la fuerza y el carisma de sus dibujos.
Me voy a Francia, donde en 2017 se editó Michigan, una novela gráfica escrita por Julien Frey y dibujada nada menos que por Lucas Varela. Lógicamente, cualquier cosa que tenga 140 páginas dibujadas por Varela se gana un lugar en mi biblioteca, así, de una, sin importarme un carajo de qué trata la historia, o incluso aunque no tenga historia.
Michigan cuenta dos historias: Una muy interesante, la de Odette, una chica francesa que durante la Segunda Guerra Mundial se enamora de uno de los tantos soldados yankis que llegan a Europa para combatir a los nazis, y termina por abandonar París para irse a vivir a EEUU, a orillas del lago Michigan, en las afueras de Detroit. Es la historia de unas 200.000 chicas europeas, llamadas “war brides”, y la verdad que yo desconocía esto por completo. La historia de amor entre Odette y John en el Viejo Continente, el viaje de las “war brides” en barco hasta New York, la vida de la joven pareja en Michigan… todo eso me pareció atractivo, a pesar de que Frey no presenta conflictos fuertes, ni piñas, ni persecuciones, ni escenas de guerra, ni un mísero garche.
Pero esa historia ocupa… medio libro, como mucho. Todo el resto se centra en el propio Julien Frey y su esposa (sobrina nieta de Odette), que viajan a Michigan a visitar a la ya anciana “war bride” y a los hijos y nietos que esta y John tuvieron en EEUU. Eso está ambientado en el presente y es un slice of life aburridísimo, totalmente innecesario. Páginas y páginas hasta que Julien y Odette quedan cara a cara, hasta que Julien se interesa por el pasado de la anciana y le propone contar su historia. ¿Para qué me mostrás eso, maestro? ¿Te interesó la historia de la “war bride”? Contame eso, no me cuentes cuando fuiste a ver un partido de beisbol en un estadio de EEUU. ¿Para qué caer en el pantano anodino de lo autorreferencial? Me acuerdo cuando leí Camino a Auschwitz (ver reseña del 22/10/15) y me encontré con esos tramos en los que el guionista-personaje le disputa el protagonismo a la viejita que vivió los horrores de los campos de concentración y uno tenía que elegir qué historia le interesaba más. Imaginate acá, que ni siquiera hay campos de concentración. Es un embole total, que Frey trata de matizar con la famosa pica entre yankis y franceses y las (para nada sutiles) diferencias entre vivir en uno u otro país.
Y nada más, posta. Hay algún chiste que funciona y ya está, pará de contar. Por suerte está el dibujo de Varela, elegante, expresivo, siempre atento a los detalles de la ropa, los peinados, los fondos… La reconstrucción histórica es brillante, los paisajes son bellísimos, los climas están muy bien logrados y, como detalle extraño o inusual, acá Varela trabaja con una paleta de colores intencionalmente acotada, en la que no existen ni los amarillos ni los verdes. No creo que Michigan se publique alguna vez fuera de Francia, pero si sos completista de la obra de Lucas Varela, seguro la vas a atesorar por los inmensos logros a nivel gráfico que regala en estas páginas el creador de Paolo Pinocchio.
Y nada más por hoy. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.


martes, 2 de abril de 2019

SHAZAM!

Salí del microcine donde vi este largometraje bastante contento. Yo nunca fui muy fan de los comics de Shazam! (o Capitán Marvel, si prefieren) y me pareció que el director David Sandberg y sus guionistas habían creado una versión del mito MUY traidora a la versión comiquera, pero que funcionaba bien a varios niveles. Después, charlando con gente más fanática del personaje, descubrí que casi todos los hallazgos de la película (por no decir todos) están tomados de las historietas de Geoff Johns y Gary Frank, que yo nunca había leído. Hoy antes de escribir esta reseña me leí todo lo que encontré de Shazam! escrito por mi clon perdido, y sí, me gustó mucho más que la película. Ya con que haya dibujos de Gary Frank la diferencia con cualquier imagen filmada es abismal.
Pero los 132 minutos del largometraje se me hicieron muy llevaderos, me divertí mucho. Me encontré un combo efectivo, bien filmado, con buen equilibrio entre machaca, humor y emoción, y encima todo lo que me parecía obscenamente irrespetuoso respecto del Shazam! de mi infancia, resultó estar tomado casi de modo textual de un comic que me gustó mucho. Se me hizo un poco larga la batalla final contra los villanos y el resto me atrapó con un buen ritmo, diálogos muy logrados y un twist ingenioso a situaciones que ya vimos chotocientas mil veces tanto en cine como en historietas.
El argumento, las sorpresas que ofrece la película a nivel argumental, son tan tributarios de los comics de 2012-13 que me siento habilitadísimo a dar detalles sin sentir que estoy spoileando. Cualquiera que haya leído el Shazam! de Johns y Frank YA SABE prácticamente todo lo que va a pasar. Básicamente la película deja afuera a Black Adam (supongo que para tener un villano pulenta en una hipotética secuela), elimina las menciones a Tawny y le da bastante bola (y un espesor dramático muy atractivo) a la mamá biológica de Billy Batson. Fuera de eso, sigue al pie de la letra los lineamientos del comic, hasta el detalle de no ambientar la historia en Fawcett City sino en Philadelphia. Por supuesto, que la trama se nutra de los mismos conflictos no significa que se resuelvan de la misma manera, ni en el mismo orden. Pero hay tantas similitudes, tantos pequeños detalles del comic que el film de Sandberg se lleva tal cual a la pantalla que casi podemos hablar más de una adaptación que de una versión.
En cuanto a las actuaciones, medalla de oro para Jack Dylan Grazer (un Freddy Freeman copadísimo y entrañable desde el primer fotograma hasta el último), medalla de plata para Asher Angel (un Billy Batson sumamente convincente) y medalla de bronce para Zachary Levi, quien fuera Fandral en las películas de Thor y acá logra componer un Capitán Marvel que combina ingenuidad, picardía, nobleza, estridencia, canchereada y sorpresa ante las proezas que él mismo va logrando. Los efectos especiales y la música, muy bien. El diseño de producción… bien, pero yo esperaba un poco más de la Rock of Eternity. De todos modos está todo bastante bien alineado con la visión de Johns y Frank, que aparentemente Sandberg y su equipo respetaron como si fuera la Biblia (y como si nunca hubiesen existido otras versiones de Shazam!).
Como siempre digo, cualquier película de Hollywood sin trama romántica suma automáticamente dos puntos extra, y en todo caso esta vez esa ausencia se compensa con un mensaje de “valores familiares” y “lo primero es la familia” que no llega a hacerse empalagoso, pero casi. En el comic, donde las últimas escenas coinciden con el festejo de la Navidad, resulta bastante peor. En la peli alguien tuvo la viveza de explotar a full el clima pre-Navidad sin caer en la obviedad de cerrar la historia con un brindis.
En síntesis, película muy competente, entretenida, dinámica, con pocas sorpresas para el que leyó el Shazam! de Johns y Frank, con (hasta ahora) cero integración a un supuesto “DC Cinematic Universe”, pensada (al igual que la historieta en la que se basa) para interesarle incluso al que jamás se cebó con las aventuras que acumuló Billy Batson en casi 80 años. La secuencia de los créditos finales es magnífica, la escenita extra que le sigue está muy bien (acá aparece mi villano de Shazam! favorito) y la que cierra la peli (después de la infinita sucesión de letritas microscópicas) es un chiste gracioso, no mucho más.

Ahora sí, a esperar Avengers: Endgame con la expectativa que semejante hito se merece. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.