el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 29 de junio de 2019

SABADO ASQUEROSO

Mientras en Buenos Aires no para de llover, mientras en Montevideo se quieren matar y mientras los garcas que tienen la guita escondida en Panamá festejan la firma de un acuerdo pensado para que Argentina y Brasil retrocedan 90 años, me siento a escribir las reseñas de dos libritos editados recientemente en nuestro país.
Empiezo con el Vol.6 de Amuleto, la exitosa saga de Kazu Kibuishi, que sigue avanzando a un ritmo muy descomprimido, sin ningún apuro para llegar al final. Son un montón de páginas de peripecias, misterio, tensión y aventuras al límite, siempre protagonizadas por Emily y Navin, los chicos comunes y corrientes que (como Den, Avrack y tantos otros) resultan ser muuuuy capos en este mundo fantástico repleto de elementos que uno asocia con Star Wars, Lord of the Rings, Harry Potter y las películas de Hayao Miyazaki.
El único problema que tiene esto es que yo lo leo sabiendo que el final va a llegar en el Vol.9. Entonces doy por descartado que cualquier volantazo grosso que involucre a Emily o a Navin va a llegar (como muy temprano) sobre final del Vol.8. Todo lo que pase hasta ese momento, va a ser relleno, o a lo sumo un build-up hacia ese final que (intuyo) va a ser muy grosso. Lo bueno es que Kibuishi desarrolla mucho y muy bien a los personajes secundarios y cuando los sacudones más brutales que necesita la trama para mantener el interés (panquequeadas dignas de Pichetto, heridas graves, incluso muertes) los afectan a ellos, uno siente el impacto, no le chupa un huevo. 
Estamos en un momento de la saga de Amuleto muy The Empire Strikes Back, un tramo oscuro, ominoso, con los protagonistas separados entre sí, metidos en distintas búsquedas, distintos aprendizajes, distintas runflas. Me imagino que ya a partir del Vol.7, cuando arranque el tercio final de la obra, Kibuishi va a tratar de que todo esto confluya hacia un cierre épico y emotivo. El dibujo, como siempre, muy sencillito, casi rudimentario en los personajes, y con un nivel devastador en las grandes tomas panorámicas. El color, hermoso de punta a punta. Todavía no se sabe si el Vol.7 sale en Argentina este año, o si habrá que esperar a 2020 (como para volver a llenar la heladera, ver gratis los partidos de la Superliga o irse de vacaciones).
Hora de reencon-
trarme con Nahuel Amaya, que vuelve a la carga con Capitán Muerte, un libro que recopila un montón de tiras humorísticas protagonizadas por un bizarro superhéroe cuyo poder consiste en matar en el acto a cualquier cosa viva a la que toca. Las tiras nunca tienen menos de cuatro viñetas, y en cada uno de ellas Amaya mete mucha información, con lo cual a alguien se le ocurrió publicarlas de a una por página. Eso hace que en 96 páginas tengamos apenas 80 tiras, con mucho espacio blanco arriba y mucho espacio blanco abajo. Un libro de 96 páginas con 16 páginas que no tienen historietas, y las que sí tienen ofrecen sólo una tira… ya saben lo que opino yo de eso, no? No hace falta reiterar los conceptos.
Me quedo con el dibujo de Amaya, que mejoró notablemente desde la última vez que vimos una obra suya (19/06/15). Más plástico, más suelto, más limpio, con mejor criterio para elegir cuándo sintetizar y cuándo ponerle a la viñeta una sobrecarga de elementos gráficos bien dispuestos… Por supuesto que adentro no vas a ver dibujos al nivel de lo que se ve en la portada, en buena medida porque las tiras del Capitán Muerte son en blanco y negro, pero realmente el aspecto visual del libro está todo muy cuidado.
En cuanto a las tiras en sí, hay algunas muy graciosas, con un humor negro muy logrado. Algunas incluso te hacen sentir mal por reirte de ese tipo de situaciones. Después hay otras que juegan con los clásicos tropos de superhéroes y supervillanos, en las que Amaya desaprovecha un poco las buenas ideas que se le ocurren para los personajes, poderes, trajes… En un comic de 8, 12 ó 16 páginas seguramente esos personajes funcionarían mejor y se lucirían más. Básicamente, está todo muy jugado a la contradicción entre un tipo que supuestamente es un héroe y un poder absolutamente letal, que fulmina (incluso accidentalmente) a todo lo que entra en contacto con el justiciero que da título a la obra. Por eso está bueno que sean relatos muy cortitos, de cuatro o cinco viñetas (a veces son seis o siete, también), como para no aburrir, ni agobiar, ni restarle impacto al recurso.
Para pasar un buen rato, Capitán Muerte no está nada mal. No es el antes y después de nada, pero es entretenido y está muy bien dibujado.
Y nada más, por hoy. Estoy saboreando de a poco un librazo de chotocientas páginas y ya palpitando la previa a la función de prensa de la nueva peli de Spider-Man, así que por ahí vendrán las próximas reseñas que tendremos (espero que muy pronto) acá en el blog.


jueves, 27 de junio de 2019

JUEVES FRESQUITO

Vengo leyendo poca historieta, porque por distintos motivos estoy saliendo poco de mi casa y no tengo esos viajes en subte, tren o colectivo que (si consigo asiento) generalmente uso para leer. Pero como siempre, algo hay.
Empiezo con una gema a la que le tenía mucha fe, pero que superó ampliamente mis expectativas: el Vol.1 de Black Hammer, la serie de Jeff Lemire y Dean Ormston que publica (con gran éxito y numerosos spin-offs) Dark Horse. Black Hammer es un comic con disforia de género: Lemire nos presenta a un grupo de personajes forjados en el molde de los superhéroes clásicos (hasta nos explica en los textos del final en qué personaje de DC estaba pensando cuando creó a cada uno) pero puestos a funcionar en otro género, un género que les resulta hostil, o por lo menos incómodo.
Tras un combate contra un villano cósmico infinitamente poderoso (una especie de Darkseid/ Galactus), estos héroes y heroínas reaparecen en una granja, en algún lugar del Bible Belt de los EEUU. Algunos conservan sus cuerpos originales, otros ven sus mentes trasladadas a cuerpos que no son los suyos, ninguno puede salir de esa zona, a todos les cuesta adaptarse a una vida normal, rural, apacible, sin más conflictos que los que emergen de sus propias personalidades y de su interacción con la gente del pueblito vecino a la granja. Lemire acierta al revelarnos con cuentagotas la información que necesitamos acerca de estos personajes, los poderes que tienen, el combate que terminó en este brutal cambio del status quo, el rol que cumplió en esa batalla el héroe principal de este universo (Black Hammer, cuya ausencia en esta nueva realidad es más que notoria)… Todos esos puntos dramáticos que tienen que ver con el costado superheroico de la serie “sacan número” y esperan su turno mientras el guionista explora lo que más parece interesarle, que son los vínculos entre los personajes, sus inseguridades y lo mucho que les cuesta adaptarse a la nueva situación. Y por detrás de todo esto avanza el subplot de la hija de Black Hammer, que quiere llegar a la verdad y descubrir qué pasó con su padre y sus compañeros de super-grupo.
Sin dudas es un comic raro, que juega con el conocimiento que tienen el lector de los tropos del género supeheroico, pero además agrega varias capas de profundidad y un montón de elementos pensados para descolocar al cancherito que cree que ya ningún comic de tipos y minas con superpoderes lo puede sorprender. Lo que está haciendo Lemire en Black Hammer es algo que –posta- nunca hizo nadie y lo está haciendo asombrosamente bien.
Por supuesto, me pongo de pie para ovacionar al maestro Dean Ormston por su labor al frente de la faz gráfica. Obvio, juega con seis anchos de espada en el mazo porque lo colorea Dave Stewart, pero el trabajo del inglés es realmente exquisito. Ormston no falla en los climas, en las referencias visuales a los comics que Lemire quiere que recordemos cuando tira un flashback, se mata en los fondos y resuelve todos los efectos de iluminación con un claroscuro poderosísimo, expresivo y evocativo al mango. No tengo comprado el Vol.2, pero ni bien lo vea a un precio razonable, le entro como el agua al Titanic.
Después de este escarceo con la gloria, necesito una lectura más tranqui, más livianita, y salto a Argentina para ver qué onda el Vol.14 de Macanudo, con más de 250 tiras de las que publica Liniers en el diario La Nación. El tomo arranca fuerte, con una seguidilla de tiras acerca de garcas coimeros, testaferros de otros garcas coimeros, que hablan de cuentas offshore y de ser felices dilapidando el dinero malhabido. No es una temática que habitualmente aparezca en las tiras de Liniers, y la verdad que fue una muy grata sorpresa. Después tenemos el tradicional desfile de personajes al que nos acostumbró Macanudo, todos vehículos para que Liniers explore distintas facetas del humor y del dibujo sin aburrirse.
De las ideas que no había visto en tomos anteriores, la que más me gustó es Charlas Entre Chicos de Cinco Años, pero hay varias muy buenas y otras (como siempre) muy raras. Un tema que aparece mucho en tiras muy distintas entre sí es el de la relación entre la gente de hoy y el mundo de las redes sociales, los celulares, las selfies y demás pelotudeces de la era digital. Liniers es sumamente crítico de todo esto, y arroja sus dardos con sutileza y elegancia, en parte porque sabe que su público es parte de la gran masa que compró y abraza todas estas pelotudeces.
Y como siempre, por encima de la comicidad, o de la ternura, o de la bizarreada que le pone Liniers a cada tira, emerge el tremendo placer que genera ver a un tipo dibujando a este nivel, con esta amplitud de registro, este manejo del color, de la línea, de las formas de las viñetas, del armado de las secuencias. Debe ser muy frustrante ser historietista, publicar hace mil años una tira en un diario y tener que ver todos los días lo que hace Liniers en Macanudo…

Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

domingo, 23 de junio de 2019

X-MEN: DARK PHOENIX

Tarde pero seguro, fui a ver la última película de la franquicia X-Men, en la que (otra vez) los muchachos de Hollywood tratan de llevar al cine la gloriosa saga de Dark Phoenix. Esta vez el valiente es Simon Kinberg, quien cuenta con 113 minutos y 200 millones de dólares para intentar reproducir la magia de aquel mítico comic de Chris Claremont y John Byrne. Y no, la verdad que el producto no me resultó para nada convincente. Es la saga de Dark Phoenix, un totem absoluto, y con esto no se jode. Creo que cuanto más me copa el material del que parten las películas, más les exijo. En este caso la exigencia es máxima, y el resultado bastante pobre.
¿Qué me gustó de la película? Creo que lo mejor son las actuaciones, tanto de James McAvoy como de Sophie Turner, que son los protagonistas excluyentes de la historia tal como nos la presentan. Y también me atrajo la osadía de los guionistas para plantear algo que los comics de X-Men tardaron como 25 años en plantear: che, esto que hace el Professor Xavier de meterse en la mente de estos pibes, toquetear cosas, poner y sacar recuerdos, esconder o bloquear traumas… ¿no será un despropósito en términos éticos? ¿No será que estos chicos y chicas en realidad son víctimas de este sorete manipulador? Por supuesto la película no se trata exactamente de eso, ni va a fondo con este cuestionamiento. Pero es un elemento dramático con bastante peso en la trama y en mi caso fue una sorpresa agradable.
El resto, muy flojito. El guión desaprovecha groseramente la faceta cósmica del Phoenix, y en ningún momento muestra a la entidad como algo ingobernable y a la vez irredimible, lo que le resta fuerza al sacrificio de Jean. También desaprovecha a Cyclops y a Storm, se saca de encima de un modo indignante a Quicksilver y mete con forceps a Magneto, que está sólo porque es la última película y a alguien se le ocurrió que tienen que aparecer todos los que la vienen remando desde First Class. Hay una villana muy bien interpretada por Jessica Chastain, pero la idea detrás de la villana, su motivación, incluso sus poderes, me parecieron muy truchos. Y su séquito, esa cruza insulsa entre el Hellfire Club, los skrulls y una horda zombie, me pareció deplorable.
La machaca está re-bien filmada, pero cuando la mayoría de los personajes son tan pedorros, ni te importa. Incluso te da lástima. La franquicia X-Men tiene tan buenos villanos, que ver a Cyclops, Beast, Storm, Nightcrawler y hasta el Profe y Magneto peleando contra esos cuatro de copas resulta sumamente frustrante.
–Che, te vengo a chorear el poder de Phoenix porque lo quiero para mí. –Bueno, llevalo, nomás. Yo lo encontré por ahí tirado y la verdad que no me copa… ¿Estamos todos locos?!? I am Phoenix! I am life and fire incarnate! Vengan que los hago mierrrrda a todos, de a uno o todos juntos, como prefieran. ¿Qué parte no entienden? Phoenix es una especie de Dios. La saga de Phoenix se trata de eso, de qué hace una chica cuando de pronto tiene los poderes de un dios zarpado, ilimitado e insaciable. Matar a Mystique (no me lloren el spoiler que la peli se estrenó el 6 de Junio) es la nada misma, Phoenix está para hacer genocidios a escala planetaria. ¿Por qué todo tan chiquito? ¿Por qué todo acotado a New York y alrededores? ¿Qué necesidad de frutear para el orto con los padres de Jean? ¿Por qué Magneto tiene dos adláteres y no sé quiénes son? ¿La morocha de pelo cortito es Selene? ¿En serio? ¿A quién se le ocurre que milicos y policías pueden siquiera intentar parar a Jean cuando está poseída por el Phoenix? ¿Me podés creer que lo que en el comic hace la flota imperial de los Shi´ar acá lo hace un trencito militar tripulado por tipos comunes, sin poderes?
En fin, mucho para criticar, no tanto para rescatar en una película bastante menor que no sólo pierde en la comparación con el comic. También le va mal comparada con las películas previas con este elenco, e incluso con X-Men: Last Stand (de 2006), que también era bastante chota, pero por lo menos tenía los huevos de darle un cierre definitivo a un montón de personajes que fueron parte de aquella iteración fílmica de los X-Men.

Falta un montón para que tengamos nuevas películas de los X-Men (ahora bajo la batuta del equipo que lidera Kevin Feige), pero la verdad que no tengo ningún apuro, y menos ahora que viene Jonathan Hickman a escribir los comics y (según parece) va a dar vuelta todo como un guante. Ah, última boludez: si sos futbolero y mirás FOX Sports seguro te vas a ir del cine convencido de que Renato Della Paolera tiene unos poderes psíquicos del carajo.

viernes, 21 de junio de 2019

OTRA VEZ VIERNES

Con esto de los feriados de lunes y jueves, la semana se me pasó volando. Por suerte tengo un par de libritos leídos como para reseñar.
Arranco con Milady en el 3000, una obra del italiano Magnus (Roberto Raviola) bastante extraña, publicada en nuestro idioma por La Cúpula, allá por 1990. La trama mezcla space opera tipo Flash Gordon con intriga palaciega, ya que la protagonista es una agente secreta de uno de los dos imperios que se encuentran en guerra. La verdad que decirle “trama” a lo que vemos acá es medio una hipérbole. En ningún momento estas 64 páginas transmiten la sensación de estar yendo de un punto A a un punto B. Son más bien una acumulación de peripecias, de breves situaciones que Milady resuelve con mayor o menor grado de dificultad, casi siempre sin siquiera despeinarse. La intriga tiene bastante más protagonismo que la acción, que escasea bastante y cuando llega, la vemos generalmente en forma de combate entre naves espaciales al estilo Star Wars.
En los ´80, Magnus fue un autor de mucho éxito, principalmente gracias a sus historietas de corte erótico. Algunas eran más sofisticadas y otras más cabeza, pero donde la rompía el autor era ahí, en la aventura para adultos/ adolescentes pajeros. En Milady en el 3000 aparecen varias mujeres muy atractivas, pero el sexo casi no aparece. Hay un garche apenas insinuado, una escena en la que la protagonista está en bolas y no mucho más. O sea que los que acusaban a Magnus de “pornógrafo” (el glorioso Viejo Breccia, por ejemplo) acá se quedaron con la leche (cuac!). Lo que sí tenemos en este álbum es la gran calidad de Magnus para el dibujo de aventuras. Escasean un poco los fondos, es cierto, pero cuando aparecen están buenísimos. Y todo lo que es anatomía humana, trajes, máquinas y sobre todo iluminación, es inobjetable. La narrativa, más o menos. Hay varias secuencias raras, que me hacen un poco de ruido, pero consulté la edición italiana y es igual. O sea que esos desajustes vienen en los originales, no son producto de un editor español que se sentó a remontar las viñetas para adaptarlas a este formato, algo que en 1990 todavía era frecuente.
Milady en el 3000 ofrece poquito en materia de guión. Algunas ideas limadas que no aparecen en todos los comics de ciencia-ficción y no mucho más, realmente. Pero si querés tener 64 páginas dibujadas por un monstruo del claroscuro, esto es bastante más digno que las historietas más pajeriles del recordado maestro Magnus.
Salto a Argentina, a 2019, cuando se recopilan en un hermoso librito casi 120 chistes de Esteban Podetti, englobados bajo el título genérico de La Caja. Muchos de estos chistes ya los había visto en las redes sociales, pero leídos así, uno atrás de otro en un librito, me hicieron reir mucho más. Creo que no hace falta subrayar el momento increíble por el que está transitando Podetti, hoy ya colocado sin discusión entre los humoristas gráficos más bestiales y geniales de nuestro país. Cualquiera que lo siga en las redes (o en la revista Barcelona) puede dar testimonio de esto.
Y si no, si todavía no subiste a Podetti al podio, es hora de que leas (y en lo posible compres) este librito, donde lo vas a ver brillar con un humor cruel, afiladísimo, repleto de ideas brillantes. Cuando uno cree que ya leyó todos los chistes de psicólogos, de médicos, de mozos, de Frankenstein, o de Dios, aparece Podetti y te tira una fatality, una nueva vuelta de tuerca impredecible, impactante, de gran efecto cómico.
Desde principios de este milenio, Podetti empezó a mutar su grafismo para hacerlo más crudo, más salvaje, más desprolijo incluso. La línea es “peluda”, las proporciones son cualquiera, el contorno de los globos de diálogo se ve descuidado, como hecho a mano alzada por un nene de cuatro años. Y sin embargo, por debajo de esta estética cada vez más extrema, se ve que hay un tipo que sabe dibujar, que no incursiona en el grotesco por impericia sino por elección, porque entiende el potencial expresivo y humorístico que tiene ese trazo más salvaje.
Tengo el librito a mano mientras escribo estas líneas y cada tanto le pego otra mirada… Y no falla nunca, me sigo riendo de algunos chistes que son demasiado buenos. El de la página 112, por ejemplo, merece enmarcarse y colgarse en todas las paredes del planeta. Posta, creo que hasta Fontanarrosa le habría envidiado ese chiste a Esteban.

Y nada más, por hoy. Disfruten el finde y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 17 de junio de 2019

LUNES ESPANTOSO

Entre que es feriado y que el clima está horrendo, creo que hoy no me muevo de casa. Gran ocasión para sentarse a escribir un par de reseñas, en este caso de dos libros publicados en 2017.
El Vol.1 de The Goddamned recopila el primer arco de esta serie creada por Jason Aaron y R.M. Guéra, los autores de la fundamental Scalped. Un primer arco que al día de la fecha es también el último, porque los autores se vieron forzados a ponerla en pausa, con la promesa de un eventual regreso que hasta ahora no se produjo. El trabajo de Guéra en The Goddamned es monumental, incluso mejor que en Scalped. Imaginate una mezcla muy oscura, muy podrida, entre el Grzegorz Rosinski de El Gran Poder del Chninkel y los dibujantes clásicos de aventura más elegantes que tuvo España, Víctor de la Fuente y Antonio Hernández Palacios. El resultado es de una calidad indescriptible, un dibujo muy realista y a la vez vibrante, desbocado, muy plástico y muy intimidante.
Lo de Aaron, por su parte, es raro. La idea central de la serie es excelente, el argumento de este primer arco es… apenas interesante y el guión, la forma en que Aaron elige contarnos la historia, es espectacular. Me explayo: la consigna de The Goddamned es acompañar a Cain, el primer homicida de la historia, en un violento y desolador recorrido por un mundo de horrores e injusticias, 1600 años después de que sus padres fueran expulsados del Paraíso. Una idea brillante, que jamás se le había ocurrido a nadie. La trama del arco con el que abre la serie es medio blandita, no sé si daba para más de 100 páginas. Me hizo acordar mucho a aquellas historias que Antonio Segura y José Ortiz te remataban en un álbum de Hombre en 48 páginas con total solvencia. Y donde Aaron realmente deja la vida es en los bloques de texto, en el armado de las secuencias, en la elección de dónde cortar cada escena para lograr el máximo efecto dramático, en la profundidad que logra darle a una historia donde tienen tanto protagonismo la machaca sanguinolienta y un nivel de mala leche que convierte al peor grim ´n´gritty de los ´80 en aventuras edulcoradas de My Little Pony. Ahí está , sin dudas, lo que me hizo disfrutar a lo bestia de este primer TPB de The Goddamned y me dejó con unas ganas bárbaras de que salga pronto un Vol.2.
No me animo a recomendar enfáticamente la compra de este libro, porque si la serie nunca continúa va a ser un pelo en el ojete de todos los que gasten su dinero en él. Pero ni bien veas el anuncio de que Aaron y Guéra retoman la serialización en Image (o donde sea), subite a The Goddamned y gozá como un condenado.
También en 2017 se editó en Argentina el libro Doce Cuentos de Verano, con 12 historietas realizadas por el escritor Hernán Casciari y el maestro Horacio Altuna para la revista Viva. Tarde pero seguro me interné en las páginas de un libro, cuya edición tiene dos problemas serios: 1) las páginas de historieta son muy cuadradas (están impresas en 15 x 20,5 cm) y el libro es muy rectangular (19 x 28 cm), con lo cual por arriba y por abajo de las planchas de Altuna tenemos unas inmensas franjas blancas que no aportan nada y que no deberían estar. No entiendo quién eligió este formato tan raro, que queda tan feo. 2) lo de siempre: 12 historietas de ocho páginas son 96 páginas y el libro tiene 144. La diferencia (brutal) te la llenan con carátulas innecesarias, un prólogo diseñado con una tipografía enorme para que ocupe tres páginas, biografías, hojas en blanco… la nada misma.
Por suerte el nivel de las historias me resultó bastante convincente. Hay varias en las que los textos podrían no estar, y todo se entendería perfectamente con los dibujos de Altuna y los diálogos. Pero también hay algunas en las que los textos suman un montón y se entrelazan con las viñetas de un modo bastante atractivo. Hay dos o tres que se quedan en la pajereada, en la comedia de brocha gruesa al estilo Porcel-Olmedo-Sofovich, y varias que parten de una situación de comedia costumbrista para llegar a momentos muy notables. Tanto Casciari como Altuna son grandes observadores de la realidad y las costumbres de la gente y estas historias, en las que no existen los elementos fantásticos, le sacan un muy rico jugo a ese talento para la observación.
Viajeros, Sorpresa, Médanos, Brecha, Vecinos y Final son seis historias muy logradas, ya sea por el impacto, por el humor, por la ironía o por la línea que baja Casciari en los textos. La puesta en página es muy rara, siempre con tres tiras horizontales, pero funciona muy bien. Se nota que Casciari y Altuna se divirtieron pensando estas historias y calcularon minuciosamente la forma en la que la acción, los dibujos y los textos se iban a ver plasmados en cada página.
Ojo: este es el Altuna del Siglo XXI, no es el mago infalible de los ´80. Estamos hablando de un dibujante increíble, con un gran dominio de la estética realista, muy dotado para las expresiones faciales, con ese manejo de la anatomía (especialmente de las mujeres atractivas) demasiado perfecto para ser real, unos fondos bestiales… y por otro lado, un color que a mí no me termina de convencer (siempre me gustaron más los trabajos de Altuna en blanco y negro) y un rotulado manual que hoy se ve anticuado, medio fulero. Por supuesto, que un tipo como Altuna, ampliamente consagrado en todo el mundo, con más de 50 años de trayectoria, siga haciendo historietas y siga poniendo en cada página el esfuerzo y la pasión que puso Horacio en estos relatos, es algo que nos debería llenar de orgullo a todos los fans de la historieta argentina. Y que un narrador tan brillante como Casciari quiera incursionar en el comic, obviamente también.

Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

viernes, 14 de junio de 2019

CUASI-TRASNOCHE DE VIERNES

Me colgué horas y horas con pelotudeces y ahora me queda poco tiempo para escribir un par de reseñas antes de salir a hacer otras pelotudeces.
Arranco con el primer integral de Mikilo, que recopila un montón de historietas originalmente publicadas entre 1999 y 2001, años horrorosos para la historieta argentina. Mikilo fue una apuesta muy interesante de autores hasta ese entonces poco conocidos: el guionista Rafael Curci y los dibujantes Tomás Coggiola y Marcelo Basile, a los que más tarde se sumaría Sergio Ibáñez, de notable trayectoria en las antologías de Columba y demás diarios y revistas. Las aventuras de Mikilo nos invitaron a recorrer los mitos y leyendas de la Argentina profunda, en historias de misterio, a veces condimentado con terror, con machaca entre monstruos que se cagan a palos o (en el mejor de los casos) con un cierto vuelo poético.
En general, le encuentro dos problemas a los guiones de Curci: uno menor, que es que los diálogos nunca terminan de sonar 100% argentinos; y uno más preocupante, que es que las tramas son bastante parecidas entre sí. Se repite bastante un mismo esquema, en el que lo que cambia son las criaturas a las que se enfrentan Mikilo y su hermano humano. Patagonia, la saga más extensa que incluye este tomo, es un ejemplo bien gráfico de esto : a lo largo de  50 páginas los personajes avanzan medio a los tumbos, sin un objetivo claro, y la gracia son los obstáculos que les toca sortear en una acumulación de peripecias que se hace sosa y reiterativa. Y cerca del final del libro tenemos El Sabueso de Santa Mónica, un guión excelente, clásico y asombroso a la vez, en el que no se ven los problemas estos que yo marcaba recién. Sin dudas el tramo que más me gustó de esta impactante edición.
Y además El Sabueso de Santa Mónica cuenta con los dibujos de Ibáñez, que le aporta a la serie un upgrade grosso en la faz gráfica. Ibáñez trae la impronta de los maestros del comic de terror de los ´70 (Berni Wrightson, José Ortiz, Horacio Lalia) y aleja un poco a Mikilo de esa estética más tributaria del comic de superhéroes que (todos sabemos) funciona mejor en las historietas a color. El tomo incluye también dos historias cortitas dibujadas por el propio Rafael Curci, que por suerte no insistió y delegó este trabajo en Coggiola y Basile, que lo hacen mucho mejor. Si nunca leíste Mikilo y querés descubrir por qué se ganó el rótulo de « el Hellboy argentino », entrale con confianza al integral.
Salto a 2002, a Francia, para deleitarme una vez más con Seix Cent Soixante-Seize Apparitions de Killoffer, un libro grandote, difícil de guardar, en el que explota definitivamente el gran Patrice Killoffer, uno de los miembros “perfil bajo” de L’Association. Esta es la obra maestra de este autor grandote, al que su amigo Lewis Trondheim suele dibujarlo en sus historietas con cabeza de oso, y además es una obra tan personal que él es el protagonista y su nombre aparece en el título. Pero no salgan corriendo: no es otra aburrida historia autobiográfica de un dibujante mediocre que corre atrás de un laburo, una mina, o una idea.
666 Apparitions… es un delirio grotesco que sólo puede suceder en la mente del autor. Este viaja a Canadá, pero deja sus platos, ollas y cubiertos sucios en su cocina de París. ¿Que hará toda esa mugre durante su ausencia? ¿Cómo evolucionará? La respuesta que imagina Killoffer es increíble. Con texto en apenas ocho de sus 48 páginas, 666 Apparitions… muestra un dibujo que va de Tardi a José Muñoz y de Charles Burns a Hergé, un balance impactante entre blancos y negros y una narrativa totalmente original y desenfrenada.
No quiero ahondar mucho en la trama, porque esto hay que verlo para creerlo. Por suerte está editado en Brasil, así que capaz que se puede conseguir sin necesidad de leer francés. Seix Cent Soixante-Seize Apparitions de Killoffer es un magnífico monumento al descontrol, donde lo que empieza como un delirio inofensivo termina con una pantomima truculenta y escabrosa, que incluye masacres, orgías, violaciones, canibalismo, borracheras y estallidos de violencia extrema, condimentados con pis, vómitos, guasca, mierda y sangre. Y talento. Mucho talento.

Nada más por hoy. Gracias por leer y será hasta la próxima.

martes, 11 de junio de 2019

MEDIODIA DE MARTES

Estos libritos los liquidé entre viernes y sábado, pero recién hoy tengo un rato para reseñarlos.
Empiezo con el Vol.3 de Oyasumi Punpun, del maestro Inio Asano. Lejos, el mejor de los tres tomos que leí hasta ahora. Al autor no le tiembla el pulso a la hora de dejar completamente de lado los elementos de misterio o de thriller para centrar el relato 100% en los vínculos afectivos entre los personajes. Y sí, todavía tenemos detalles limadísimos como el hecho de que Punpun y su familia estén dibujados como pajaritos-fantasmas, o esas contorsiones grotescas que Asano dibuja en los rostros de los adultos, o el famoso conjuro para que aparezca Dios y los diálogos entre los humanos y el susodicho. Pero este tercer tomo se abraza a un nivel de realismo donde el verosímil no se daña prácticamente nunca y donde las tramas que tienen que ver con los sentimientos ganan en profundidad.
En la primera mitad del tomo, Asano arma un clásico triángulo de amor bizarro, que se enriquece a medida que se fortalece el vínculo entre dos pibes que están enamorados de una misma minita. Todo esto contado de un modo casi tragicómico, pero absolutamente realista. Para la segunda mitad del tomo, Punpun prácticamente desaparece y Asano pone el foco en Yuichi, el tío del protagonista, que acá pasa de ser un secundario más a tener un rol destacadísimo, y a ser el personaje con el que claramente nos vamos a identificar los solteros mayores de 30 que entremos al mundo de Oyasumi Punpun. Este tramo centrado en Yuichi es brillante, es el lado B de la clásica comedia romántica de ambientación urbana, con unos flashbacks, unos diálogos y unos silencios absolutamente memorables. Ojalá en los próximos tomos tengamos siempre 100 páginas en las que todo pase por la vida sentimental del tío Yuichi.
En cuanto al dibujo, Asano y su legión de asistentes nos sepultan bajo un alud de talento, onda, poder de observación y capacidad para generar climas cautivantes. Realmente es obsceno lo bien dibujado que está Oyasumi Punpun. Prometo entrarle pronto al Vol.4 y felicito a Ivrea por haber completado la publicación de esta serie.
Me voy a EEUU, a 2015, cuando el gran Brian Wood se pone al hombro la serie de Moon Knight que habían lanzado nada menos que Warren Ellis y Declan Shalvey (ver reseña del 19/06/17). Wood forma equipo con Greg Smallwood (sí, es en serio, Wood y Smallwood) para seis numeritos que, para mi propia sorpresa, me gustaron más que los de Ellis y Shalvey. El dibujo de Smallwood, si bien no es tan original como el de Shalvey, está buenísimo, con mucho riesgo y muchos aciertos en materia de planificación del relato gráfico y un ensamblaje muy logrado con la paleta de la siempre eficaz Jordie Bellaire. Creo que nunca había leído historietas de Greg Smallwood, pero lo que despliega en Moon Knight me alcanzó para hacerme fan.
De Brian Wood (como puede dar fe cualquiera que siga hace un tiempo este blog) ya era fan desde hace mil años, así que no me sorprendió para nada la cancha con la que el maestro toma los nuevos conceptos que introdujo Ellis en el TPB anterior y los eleva un par de escalones más. El primer episodio da la sensación de ser un unitario, cuando leés el segundo notás que hay algo más, algo que avanza por atrás de la trama central sin resolverse, y cuando te querés dar cuenta, Wood te atrapó en las redes de un arco argumental extenso, complejo, repleto de sorpresas impactantes y dilemas morales espesos. Lo único que no tiene este tramo es desarrollo de personajes secundarios. El resto está y es impecable, pero sobre todo atípico. Tan atípico que en la resolución final del conflicto (perdón por no dar muchos detalles) casi no hay lugar para la violencia.
Gran saguita de Moon Knight, muy autoconclusiva, muy recomendable incluso para el lector que no suele visitar el Universo Marvel, porque Wood la ambienta en una New York rara, en la que a nadie se le ocurre siquiera mencionar a otros superhéroes, como si se tratara de un comic de otra editorial, de un título creator-owned de Image o Dark Horse. A la serie le queda un sólo TPB más, en el que el personaje pasa a manos de Cullen Bunn, así que yo cuelgo acá. Y eventualmente le entraré a la serie que arrancó en 2016, de nuevo con Smallwood como dibujante, pero ahora con Jeff Lemire (otro fetiche de este blog) al frente de los guiones.

Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

sábado, 8 de junio de 2019

SABADO NOVENTOSO

Hoy justo se me juntaron dos obras bien de los ´90, una generada en Europa y poco conocida en América y otra generada en América, pero apuntada al mercado de Europa.
Empiezo con El Rayo Negro (o Le Rayon Noir), que al toque se convirtió en mi álbum favorito de Spirou, dentro de la fascinante etapa de Tome y Janry al frente de la serie. Pensemos en un comic franco-belga, ambientado en un hermoso pueblito donde reinan la tranquilidad y la buena onda, y donde de repente irrumpe un elemento vinculado al odio y la desconfianza, que detona un conflicto heavy, que rápidamente escala del ámbito privado al social y más tarde al político. ¿Te vino a la mente La Cizaña, no? A mí sí. No pude dejar ni un minuto de pensar que estaba leyendo una especie de tributo de Tome y Janry a la aventura de Astérix que más me gusta y que más veces leí.
En El Rayo Negro el catalizador de la discordia no es el secreto de la poción mágica, sino un rayo que transforma a los europeos en africanos, es decir, los hace negros. Y entonces, el vecino, el amigo, esa cara familiar se convierte en el otro, en el extraño, en el distinto. Obviamente por detrás de la aventura (alocada, con ese ritmo frenético que André Franquin le trajo a esta serie y los autores que entienden de qué se trata Spirou no descuidan jamás) hay un subtexto que habla de discriminación, racismo, xenofobia… y por supuesto chistes, que quizás hoy, en la era de la Dictadura de la Corrección Política, algún gil podría considerar ofensivo.
Ah, y hay un villano, nada menos de Vito Cortizone, a quien vimos el otro día enfrentado a nuestros héroes en Vito el Cenizo. El rol del villano es raro, sirve para que no sea el propio Conde Champignac el que desencadene el tremendo despelote que se arma. Pero no hay un plan maestro de este émulo de Vito Corleone, más allá de escapar de la justicia. Tampoco los otros personajes importantes de la serie (Fantasio y Spip) tienen demasiado peso en la trama, que esta vez se vuelve mucho más colectiva, más social que nunca. Y ni me caliento en hablar del dibujo y el color, que son demasiado buenos para ser reales. Recomiendo fuerte este inolvidable álbum de Spirou, el último que me quedaba sin leer de esta serie que (tarde o temprano) voy a retomar.
Para principios de los ´90, el suceso arrollador de Dylan Dog ya estaba haciendo recalcular a todas las editoriales de Italia, y por supuesto Eura (hoy Aurea) no fue la excepción. Prueba de ello es la manija que le dieron a Martin Hel, una creación de Robin Wood y Lito Fernández que le debe… casi todo al icónico investigador de lo oculto de la editorial Bonelli. Este álbum editado en 1999 por Columba reúne 12 episodios de Martin Hel, y está tan mal hecho que dos de las aventuras están incompletas. Robin pensaba esta serie en trilogías, en aventuras de 36 páginas divididas en tres capítulos de 12. Y acá falta el primer capítulo de una trilogía (la de las muñecas diabólicas) y los dos últimos de otra (la del crucero de alta gama).   
Este es el Robin Wood de los ´90, el que juega menos a lucirse con el vuelo poético de su prosa y se anima a indagar un poquito más en la psiquis de los personajes, a hacerlos más tridimensionales. No creas que Martin Hel es un personaje recontra-complejo: sigue siendo bastante chato y predecible. Pero por lo menos se ve una intención de que no pase tan desapercibido en la jungla superpoblada de varones atléticos, seductores, eternamente ganadores y con un cierto halo de misterio. Las aventuras en sí no me entusiasmaron demasiado. Está bueno ver a qué amenazas recurre Robin para poner en jaque a los personajes y cómo introduce en los ´90 (y en un contexto de aventura realista) elementos fantásticos tomados de distintos mitos, leyendas y supersticiones de la antigüedad o el medioevo. Pero las tramas en sí, y especialmente las resoluciones, no me llamaron mucho la atención. Recuerdo haber leído novelitas gráficas de Martin Hel de 96 páginas, donde las tramas estaban brutalmente descomprimidas, pero me engancharon más.
Y claro, en las novelitas gráficas de 96 páginas pude disfrutar del dibujo de Lito Fernández (y su ejército de asistentes) en glorioso blanco y negro, sin esos colores abominables que le ponían los asesinos seriales de historietas de Columba, e incluso sin ese espantoso rotulado mecánico. En esta etapa de Martin Hel (en la que salía todas las semanas en episodios de 12 páginas) no vemos ni en pedo al mejor Lito, pero si leíste mucho Columba ya sabés que incluso a media máquina, o supervisando el trabajo de una legión de simios amaestrados, Lito no te deja a pata jamás. En las novelitas de 96 páginas, en blanco y negro y con menos cuadros por página, vamos a ver brillar mucho más a este insumergible narrador de aventuras.

Bueno, nada más por hoy. Ya tengo leído un librito más, y sigo adelante para volver a postear pronto nuevas reseñas. Pásenla lindo y piensen que faltan sólo seis meses para que se termine la pesadilla neoliberal.

miércoles, 5 de junio de 2019

MIERCOLES TRANQUI

De a poquito, sin sobresaltos, estoy empezando a leer algunas cosas que conseguí en 2018, mientras dejo para más adelante libros que compré en 2017 y a los que algún día les entraré.
Parte de la cosecha 2018 es el Big Book of Martyrs, un título que en su momento no me interesó para nada, pero una vez que lo tuve en la mano, repasé la lista de autores y vi que estaba a buen precio, se vino conmigo, a sumarse a mi colección de Big Books.
El guionista de todas las historias del tomo es el maestro John Wagner, emblemático guionista de Judge Dredd, quien acá hace gala de su característico humor negro, sumado a un gran trabajo de investigación acerca de las vidas y muertes de los mártires, los tipos y minas que dieron sus vidas por su fe religiosa. Además, Wagner nos explica el proceso por el cual la Iglesia reconoce a los mártires, cómo llegás a ser beatificado y eventualmente canonizado, un proceso sinuoso y bizantino que yo desconocía por completo. Casi todas las historias son fuertes, con momentos muy impactantes, repletas de atrocidades y bizarreadas casi dignas del Antiguo Testamento.
Los dibujantes de los Big Books trabajan generalmente muy condicionados, encorsetados en una narrativa que los relega prácticamente a ilustrar pedacitos de lo que nos cuentan los textos, con pocas chances de ponerse al hombro la narración gráfica. Todas las páginas de los todos los Big Books están divididas en tres tiras, jamás vemos siquiera una mano “romper” los bordes de las viñetas y hay muchos más bloques de texto que en cualquier otro comic yanki posterior a 1985. También hay pocas transiciones “momento a momento” o “acción a acción”. En general son todas “escena a escena”, con saltos de muchos días (o años, o siglos) o amplias distancias entre una viñeta y otra. Aún contra esas restricciones, el Big Book of Martyrs despliega un nivel de dibujantes realmente llamativo.
¿Querés genios del Noveno Arte? Te puedo ofrecer a Frank Quitely, Roger Langridge, David Lloyd, D´Israeli, Joe Sacco y Michael Cherkas. ¿Querés maestros grossos, tipos y minas que –sin ser genios- aportan un talento impresionante? También hay: Joe Staton, Trina Robbins, Tom Sutton, Marie Severin, Rick Geary, Erik Shanower, George Freeman, Coleen Doran, Bob Fingerman, Brian Buniak y Steve Lieber. ¿Y tipos cumplidores, que por ahí no descollan, pero tampoco tiran para atrás el promedio? Robin Smith, Jim Fern, Peter Gross, Rick Parker, Rafael Kayanan, Randy DuBurke, Joe Phillips, Flint Henry, Dan Lawlis… un montón. Habrás notado que hay una proporción bastante alta de dibujantes británicos, lo cual tiene que ver (lógicamente) con el ámbito en el que se desenvuelve Wagner. Y entre esos nombres, encontré a varios que no conocía y me gustaron mucho, como Lennie Mace, Dan Burr y sobre todo Graham Higgins.
Entre todos (con el maestro Wagner incluído, por supuesto) ponen lo que hay que poner para que leer este Big Book no sea un martirio, si no una experiencia sumamente disfrutable. A priori, casi 180 páginas de historias de gente que se deja acribillar, crucificar o empalar por amor a Dios pueden parecer una propuesta poco seductora, pero si sos comiquero ya lo sabés: el talento de los historietistas muchas veces hace milagros.
Salto a Argentina, a 2019, para una breve glosa del Vol.5 de Bife Angosto, una colección que reaparece después de cuatro largos años, con dos novedades: 1) ahora las tiras que hace Gustavo Sala para el Suplemento No de Página/12 se republican en blanco y negro, y 2) según se comenta por ahí, la tirada de este libro fue bajísima, sólo comparable a la de los fanzines que se autoeditaba Gustavo en los ´90. Lo del blanco y negro, la verdad, no me jode. Ahora, lo de la tirada… uno entiende que muchos fans de Sala no pueden comprar el librito porque tienen que pagar fortunas por la luz, el gas, el bondi, la comida… pero siendo así, en una situación en la que la editorial prácticamente apuesta a recuperar los costos y el autor se lleva una guita ínfima, ¿tiene sentido trabajar con una editorial? ¿O conviene romper el chanchito y editarse uno mismo, que tiene muchas más herramientas para llegar al público que se interesa por lo que uno hace?
Fuera de eso, el dibujo de Sala está en un nivel apabullante, las caricaturas de los famosos están cada vez más logradas y entre los chistes hay una cantidad de ideas brillantes imposibles de enumerar exhaustivamente. Me reí muchísimo con boludeces como la Rappisodia Bohemia, los chistes de Trump, los chistes de curas pedófilos, el Turco Asís-Tiré, los gremlins del Indio Solari, los juegos olímpicos del rock, el patriarcade, la rockola de Bolsonaro y el Tintinder, la aplicación que usan los personajes de historieta para levantar. Obvio que, tiradas así, en el medio de una reseña aburridísima, estas ideas no tienen ni a palos el efecto cómico que sí tienen en su contexto original, que son las historietas y chistes de Sala.
¿Y sigue habiendo chistes de conchas, de soretes, de gente que se transforma en cosas bizarras, meta-chistes sobre el humor, etc.? Sí. Me causaron bastante menos gracia que en libros anteriores, pero hay unos cuantos. Por suerte, la realidad evoluciona y le da a quien sabe entenderla nuevos elementos con los que hacer humor. Sala tiene las antenas perfectamente sintonizadas con las transformaciones socio-culturales de los últimos años, y eso también se ve en unos cuantos chistes y tiras. Ojalá pronto haya otro plato de este adicitvo y siempre vigente Bife Angosto.
Grazie per tutti y la seguimos pronto. Arrivederci.


domingo, 2 de junio de 2019

TARDE DE DOMINGO



Rompo la clásica pachorra de los domingos para reseñar un par de libritos que me bajé en los últimos días.
Arranco con Ice Haven, un extraño trabajo del maestro Daniel Clowes del 2005. El libro es medio un choreo, porque te editan en tapa dura y a u$ 19 un material que Clowes ya había publicado poco antes en la revista Eightball. Pero la idea es excelente y presagia o preanuncia lo que iba a hacer Clowes poco después en la (quizás más renombrada) Wilson: una novela gráfica construída con breves relatos que, además de estar interconectados (porque transcurren todos en la apacible localidad de Ice Haven) están dibujados y narrados en distintos estilos, como si fueran distintas historietas de distintos autores. La verdad es que los saltos estilísticos que pega Clowes no son tan brutales (en Wilson esto se notará mucho más), pero sin dudas logra el objetivo, que es darnos la sensación de estar leyendo historietas muy distintas entre sí, que nosotros tenemos que conectar. Y para eso hay que prestarle mucha atención al guión, que es excelente.
Ice Haven tiene una trama de misterio, un clima que se va poniendo cada vez más espeso (sin llegar a los niveles de un Twin peaks, ponele) y una vasta y logradísima variedad de personajes, con distintas voces, distintas formas de vincularse a la trama global, y (como ya dije) distintas características visuales y narrativas. Por supuesto con quien más me identifiqué fue con Harry Naybors, el crítico de comics que llega soltero a los 51 años (demasiada casualidad, no?) y tiene una mirada casi alienígena acerca de los demás personajes y las situaciones por las que atraviesan, al punto de romper la cuarta pared y hablarle directamente al lector. Apenas una de las muchas sorpresas interesantes que le depara Ice Haven a quien se adentra en sus páginas.
Visualmente, esto es una belleza. Clowes acomoda su estilo a los distintos tipos de historieta que elige para armar la novela (a veces romántica, a veces de comedia costumbrista, a veces más detectivesca, a veces de humor más infantil, incluso por momentos retoma la onda y la estética de Ghost World) y en todos la rompe. El colopr y el rotulado también se modifican, y acá también suma aciertos a lo bestia... hasta que arma esas páginas con tres tiras, varias viñetas chiquitas por tira, mucho texto en cada viñeta y una tipografía microscópica que me hizo pensar seriamente en visitar al oculista, porque no se veía una chota. Fuera de ese detalle menor, recomiendo mucho Ice Haven para los que estén buscando algo realmente distinto, donde las buenas ideas se combinan con una ejecución impecable, plena de virtuosismo, de manejo del tempo narrativo y de una erudición comiquera (y meta-comiquera) sumamente bienvenida. 


Salto a Argentina, 2019, cuando finalmente sale a la luz El Viaje de Luka, la novela gráfica en la que Dolo Okecki (asidua lectora de este blog) trabajó nada menos que nueve años, en los ratos libres que le dejan los encargos que recibe de editoriales de Europa. El Viaje de Luka es una historia extensa (casi 230 páginas) con el ritmo y la duración exactos para convertirse en un largometraje de Hayao Miyazaki. Le falta la bajada de línea ecologista y está todo lo que nos acostumbramos a ver en las películas del glorioso estudio Ghibli. Incluso está apuntada a esa franja etárea de fines de la infancia y principios de la adolescencia, tan típica de los productos de Miyazaki, poco explotada por las historietas de aventuras.
Okecki nos invita a acompañar en este viaje a una joven loba que tiene el poder de transformarse en una chica humana. En el camino encontrará aliados, rivales, enemigos, maldiciones, hechizos, lecciones que aprender, secretos que cuidar y data que desconocía acerca de su extraña condición y su misteriosa filiación. Toda la información está presentada de un modo muy orgánico, muy prolijo, sin agobiar, sin repetir ocho mil veces lo mismo, incluso sin dramatizar demasiado las situaciones más tensas, o más duras. En general, Okecki conserva un cierto tono amistoso, donde en cualquier momento se puede filtrar un leve paso de comedia, y logra que eso no desentone con una trama en la que no escasean las peleas a muerte entre criaturas muy poderosas. El resultado es una lectura muy dinámica, muy fluída, en la que se nota el cuidado por desarrollar bien a los personajes y seguirlos en un proceso de cambio, de crecimiento, de tránsito a la madurez, sin descuidar la emoción y la machaca.
El dibujo no es parejo a lo largo de las 230 páginas, pero en sus puntos más bajos es más que aceptable y en los más altos es realmente muy notable. Dolo trabaja en un estilo que combina la influencia del manga de aventuras (con Yoshihiro Takahashi a la cabeza) con cierta vertiente cool del mainstream norteamericano, esa en la que abreva con éxito el maestro chileno Gonzalo Martínez, por nombrar a un sólo referente. Sumémosle al ya citado Miyazaki, más alguna cosita de Jeff Smith y por ahí va a aparecer el sendero estilístico que transita Okecki en su primera obra como autora integral. Recomiendo mucho El Viaje de Luka a chicos y chicas de 11 a 14 años, o a los fans de la aventura medieval, o a quienes quieran descubrir la primera publicación en Argentina de una autora local con unos cuantos años de carrera en el mercado europeo.

Y nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.