el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 29 de abril de 2020

OYASUMI PUNPUN Vol.13

La mala noticia es que estoy leyendo pocos comics. La buena es que estoy leyendo muchos textos SOBRE comics, porque por primera vez (seguramente por efecto del aburrimiento que genera la reclusión domiciliaria infinita) estoy escribiendo un texto largo (obviamente referido al Noveno Arte) que eventualmente se va a publicar. En una de esas se convierte en un libro, en una de esas en una serie (larga) de artículos acá en el blog, o en el sitio web de Comiqueando, o en los dos lugares. Pero en algún momento se va a dar a conocer y ahí habrá una sobredosis de “Andrés Accorsi hablando de comics” para aquellos que se animen a bancarme en este nuevo disparate.
Mientras tanto… ¡terminé Oyasumi Punpun! El manga de Inio Asano que empecé a leer allá por Diciembre de 2018 llega a su fin con este Vol.13 más gordito que los habituales.
En la reseña del Vol.12, me aventuré a vaticinar que “tanta oscuridad tan cerca del final no hace más que prometer que Punpun va a terminar MUY para el orto”. Bueno, una vez más le erré por bastante. No te digo que hayamos tenido un final exactamente “feliz”, pero estuvo muy lejos de la tragedia para la que yo me iba preparando a medida que avanzaba en la lectura del tomo anterior. En cuanto al subplot de Pegaso, el gurú de las buenas vibras, en cambio, yo dije: “tengo mis serias dudas de que Asano logre cerrar convincentemente esta punta del argumento, o integrarlo un poco más al tronco de la saga”. Y acá la emboqué. Todas esas escenas dedicadas a esta línea argumental llevan a… la nada misma. Se sostienen en diálogos muy interesantes (y obviamente en los maravillosos dibujos de este animalito llamado Inio Asano) pero como historia no cierra por ningún lado, ni le aporta nada a la historia principal.
Y claro, ahora que uno puede ver la obra completa en perspectiva, son MUCHISIMOS los tramos de estos 13 tomos en los que Asano pierde tiempo en pelotudeces que no aportan nada. Es obvio (o en realidad se me hizo obvio al llegar al final) que acá no había un plan, que el autor iba fruteando sobre la marcha. Para este capítulo se me ocurrió que le pase tal cosa a Punpun, lo meto de una. Para este no se me ocurre nada con Punpun, pero tengo una escena copada con un personaje nuevo, que no sé si va a enganchar con lo que veníamos narrando, adentro, dale que va. Así es como desaparecen personajes interesantísimos (por supuesto con el tío Yuichi a la cabeza), y el elenco protagónico fluctúa tanto. Incluso en las últimas… 46 páginas, en ese epílogo estirado hasta el infinito y más allá, Asano trabaja durísimo para darle chapa a un personaje que no había aparecido nunca. Es así, no puede parar.
Los finales que plantea el autor para Aiko y Nanju Sachi me parecieron logradísimos y la última vuelta de tuerca para Punpun, sinceramente jamás me la vi venir. O sea que, a grandes rasgos, puedo decir que este manga extrañísimo, que prácticamente no necesitó de elementos fantásticos para convertirse en una de las lecturas más desafiantes con las que me encontré en estos años, terminó bien. Me queda el gusto amargo de pensar que lo que Asano contó en 13 tomos se podría haber contado (con una buena poda de personajes secundarios intrascendentes y volando a la mierda todas las escenas que no aportan nada a la trama central) en cinco, o como mucho seis. Pero bueno, quejarse de que los mangakas estiran es como quejarse de que los gobiernos neoliberales ajustan, o de que la AFA de Chiqui Tapia beneficia siempre a Boca. Son obviedades, son cosas intrínsecas, inevitables, que van a ser siempre así. ¿Te metiste en un manga de 13 tomos? Preparate para la estirada brutal, los personajes secundarios de relleno, y las más variopintas peripecias que a la larga no conducen a ningún lado.
Por lo menos en Oyasumi Punpun el relleno no son peleas interminables, ni colegialas que lloran porque el chico que les gusta no les habla. Este es un manga (como ya dije) mucho más de vínculos que de trama, más de introspección que de acción, y eso lo hace complejo, difícil, por momentos muy retorcido, y también lo hace profundo, intenso y honesto como pocos.
En la faz gráfica, la verdad que me saturó un poco el laburo de Asano y su ejército de asistentes. Tengo sin leer otras tres obras del ídolo (entre ellas la edición argenta de Solanin, el manga con el que me hice fan de Asano allá por 2009), pero las voy a dejar para la segunda mitad del año, porque quiero desintoxicarme un poco de esa estética tan pendiente de la foto retocada. Por momentos, Oyasumi Punpun me hizo acordar a The Amazing World of Gumball, ese dibujo animado en el que personajes de diseño sencillito, naïf y bonito se mueven sobre fondos tomados de la realidad. Me doy cuenta de que ese no es el efecto que buscaba Asano al ametrallarnos viñeta tras viñeta con esos fondos hiper-realistas, mega-cargados de detalles. Pero a mí me pasó eso, llegué al punto de decir “pará, flaco, inventate ALGO. Un celular, un par de ojotas, un estampado para la remera de Punpun”… Lo único que podría verse irreal, más propio del imaginario gráfico de un mangaka que del mundo posta, es precisamente el manga que dibuja Sachi, pero Asano no nos lo muestra.
En fin, si venís a full con Asano, no dudes en entrarle a Oyasumi Punpun. Y si te gustan las historias bajoneras, casi sin chistes, en las que vemos el tránsito de la infancia a la madurez de chicos con problemitas, esta puede ser tu Biblia Absoluta.
Gracias por el aguante y hasta pronto.


viernes, 24 de abril de 2020

VIERNES DE CLASICOS

Sigue la cuarentena (a esta altura ya “cuareterna”), sigue el encierro y sigo leyendo comics, que más temprano que tarde tendrán su reseña en este espacio.
Hoy empiezo con El Oro de Cush, el segundo álbum de Los Escorpiones del Desierto, escrito y dibujado por el inolvidable Hugo Pratt allá por 1975-1976. O sea que va en el medio entre el que vimos hace tres años, el 24/04/17, y el que vimos poco después, el 01/06/17. Este es un tomo particularmente notable porque uno de los personajes dice haber sido amigo de Corto Maltés, con lo cual se estructura (de modo tibio, aclaremos) una continuidad compartida por las dos series que Pratt llevaba adelante en los ´70 y ´80.
Básicamente, este breve historia de apenas 39 páginas narra la búsqueda de un tesoro. Sí, otro álbum de Hugo Pratt en el que los protagonistas buscan un cofre lleno de oro, encanutado en un lugar recóndito, en medio de una geografía hostil y una situación extrema, en este caso la Segunda Guerra Mundial. Pero hay más elementos que enriquecen muchísimo esta premisa. Quienes van tras el oro son dos militares de bandos opuestos: un italiano y un polaco que pelea para el bando británico, y la evolución de esta improbable alianza entre supuestos enemigos es –lejos- lo más atractivo del relato propuesto por el glorioso Tano. Podría no ser parte de la serie Los Escorpiones del Desierto, porque el único de los Escorpiones con un mínimo peso en la trama es el Teniente Koinsky, y además el rol que acá cumple el polaco lo podría haber cumplido cualquier otro aventurero. Incluso el propio Corto Maltés.
El guerrero dancalo Cush, cuyo nombre aparece en el título del álbum, entra en escena pasada la mitad del tomo, y su aporte va a ser bastante secundario. Recién cinco páginas antes del final, Pratt va a revelar el juego y a dejar en claro qué sentido tenía que este africano parco y taciturno (el amigo de Corto) se uniera a Koinsky y a Stella, el militar italiano… que también podría haber sido cualquier otro aventurero, aunque su personalidad está mucho mejor trabajada incluso que la de personajes a los que Pratt pensó para protagonizar en solitario álbumes más extensos que este.
La trama está muy bien orquestada, el ritmo es (típico de Pratt) muy pachorro, los diálogos son buenísimos, y lo único que falta es un buen personaje femenino, un rubro en el que el Tano siempre se sacó buena nota. Acá hay una mujer importante para la historia, pero será un personaje ausente, casi un espejismo. Ni hace falta hablar de la calidad del dibujo, porque ya señalé que esto es de mediados de los ´70, época mágica y milagrosa de Pratt, en la que todo lo que tocaba se convertía en oro. Esta edición tiene el color que le agregaron los editores franceses (más que aceptable) y una calidad de impresión muy chota, muy precaria, que no le hace justicia a la gran historia de Koinsky, Stella, Crush y el cofre lleno de oro escondido en pleno desierto africano, justo cuando los ingleses preparan el embate final contra las posiciones italianas en Etiopía. Nunca es tarde para encontrarlo y desenterrarlo.
Y volví a leer una novela gráfica del año 1984, que seguro leí alguna vez en mi juventud, pero de la que no me acordaba absolutamente NADA. Me refiero a Heartburst, la primera obra importante del maestro Rick Veitch, aquel aventajado alumno de Joe Kubert que desde principios de los ´80 empezó a ganar espacio en distintas antologías.
Heartburst es un relato clásico de rito iniciático, en el que el pibe pelotudo y malcriado se convierte paso a paso en un héroe, en un tipo muy capo, muy valiente, con enormes responsabilidades a cuestas. Algo que ya leímos chotocientas mil veces, pero muy bien matizado con una ambientación futurista, en un planeta que conoce a la cultura de la Tierra a través de programas de TV de los más chotos, y por supuesto con acción, aventura, sexo, misticismo y bajada de línea socio-política para el lado correcto. Muy por encima del gaste irónico a la ínfima calidad de la programación televisiva, Veitch machaca fuerte sobre el tema de la intolerancia, la supresión del distinto, la alienación, la represión de ideas que podrían mejorar notoriamente la vida de los pueblos… todo para cumplir los caprichos de un gobernante totalitario, apoyado por milicos fachos, fans de la violencia, la tortura y el exterminio de razas enteras. No estoy mencionando nada que no fuera moneda corriente en el comic para adultos de los ´80, pero bueno, lo único realmente jugado que tiene Heartburst es que lo publicó Marvel, una editorial donde los contenidos generalmente van para otro lado.
Con sus peripecias al límite, su bajada de línea y el excelente desarrollo del personaje protagónico, Heartburst te ofrece casi 50 páginas de un entretenimiento intenso, muy digno, con la capacidad de dejarte pensando cuando la historieta se termina. Veitch dibuja muy bien, como si quisiera fusionar el estilo de Kubert con el de Richard Corben, y en ese intento aparece con fuerza el estilo que le vamos a ver mucho más asentado en sus obras posteriores. El manejo del color es muchísimo más arriesgado que el del dibujo y quizás para el ojo del lector actual puede resultar medio bizarro. Pero en el contexto de mediados de los ´80, se la recontra-banca. Y en la puesta en página también, lo vemos a Veitch ensayar trucos de magia de los que después van a maravillar a los lectores de sus trabajos más populares, o más rupturistas. Si sos fan de este ídolo (hoy medio en retirada) no tengo dudas de que Heartburst te va a emocionar, o por lo menos a impactar.
Nada más por hoy, la seguimos pronto.
  

miércoles, 22 de abril de 2020

ENESIMO MIERCOLES DE ENCIERRO

La concha de la lora, qué largo se hace el encierro… Hace poco más de cuatro años, cuando me operé de la columna, también me comí casi 50 días sin salir de mi casa, pero por lo menos me podían venir a visitar mis amigos, mis hermanos… Esto ya es un embole cósmico que no tiene fin. Y uno encima se porta bien y cumple.
Vamos con las lecturas y arranco con un rescate de mesa de saldos, un librito prestige llamado Hugo Moro, de 2002, gracias al cual me reeencontré con Oriol Roca, un autor español del que conocía una sóla obra (Cupido), que me había gustado mucho.
Hugo Moro protagoniza (por lo menos en este tomito) dos historietas de 22 páginas, probablemente pensadas para aparecer en comic-books que nunca se materializaron. Son dos historias autoconclusivas (una de 1999 y una de 2000), ambientadas en un período histórico muy interesante, que es la Edad Media, justo después de las Cruzadas, en pleno apogeo de la Inquisición. El protagonista es un sacerdote reclutado por el Papa para integrarse a una orden religiosa que investiga “asuntos que escapan al entendimiento de los hombres", una especie de X-Files del medioevo.
Las dos tramas son atractivas, las dos están narradas a buen ritmo, las dos brindan excusas más que válidas para que Hugo Moro pele la espada y reparta duro y parejo, en las dos hay una bajada de línea muy certera, muy linda. La idea de meterle elementos fantásticos a esta época de oscurantismo es, sin dudas, lo más interesante. Acá nos encontramos vírgenes que quedan embarazadas y chanchos que aparecen muertos y sin sangre, pero a eso Oriol Roca le encuentra una explicación. Lo que no puede explicar es la barbarie, la intolerancia, el odio al distinto, los excesos de quienes sienten que tienen el poder suficiente para no darle explicaciones a nadie.
El dibujo de Roca es potente, expresivo, basado en un claroscuro muy logrado, por momentos bastante extremo, como si Santiago Sequeiros o Mike Mignola se pusieran a entintar páginas de Fernando De Felipe. La puesta en página es dinámica, con muchas variantes bien exploradas (el widescreen, la grilla de 9 cuadros, la de tres viñetas verticales…) y quizás lo único que no me gustó haya sido el rotulado.
Si te cruzás con Hugo Moro en un eventual paseo por las librerías de saldo, no lo dejes ahí, que –sin ser la Octava Maravilla del Mundo- se merece un lugarcito en tu biblioteca de historieta española.
Tomo 12 de Oyasumi Punpun, a poquísimas páginas del final del inclasificable manga de Inio Asano, y esta vez sí, el que puso esa sobrecubierta básicamente negra la embocó. Estamos en el momento decididamente dark de la serie, cuando ese lento y paulatino proceso de maduración de Punpun pegó un volantazo para el lado del carajo y los lectores presenciamos atónitos el descenso del protagonista hacia las fosas de la abyección moral. ¿Creíste que el romance con la chica a la que amó toda su vida podía llevar a Punpun hacia el final feliz que en algún momento se mereció? Pindonga. El enésimo capricho de Asano hace que esta relación que pudo haber sido hermosa, idílica, perfecta, forme parte del enrosque más jodido que leí alguna vez en un manga. Oyasumi Punpun sigue siendo una obra acerca de los vínculos, pero ahora son vínculos espantosos, morbosos, heavies, retorcidos, asfixiantes. Por un lado, esto que pasa en el Vol.12 me angustió tanto, que sentí alivio al pensar que el próximo tomo es el último. Por el otro, tanta oscuridad tan cerca del final no hace más que prometer que Punpun va a terminar MUY para el orto.
Por detrás de la trama central, muy eclipsada por la misma, sigue avanzando la historia del gurú de las buenas vibras y su elenco de personajes secundarios, y de nuevo, tengo mis serias dudas de que Asano logre cerrar convincentemente esta punta del argumento, o integrarlo un poco más al tronco de la saga, que pasa (obvio) por Punpun. Y en este tomo, Asano vuelve a hacer crecer y a darle mucha chapa al personaje de Sachi, a esta altura lo más parecido a una heroína que le quedó a la serie. Sachi incluso interactúa en una escena con el otro gran personaje poco aprovechado de este manga, que es el querido tío Yuichi. Y como la chica que siempre quiso ser mangaka está haciendo las cosas bien, confío en que su arco confluya con el de Punpun en las pocas páginas que quedan antes del final.
El dibujo, realmente en este tomo pasa muy a segundo plano. Hay tanto paisaje, tanta contemplación, tanta toma “de lejos” que lo que más se luce es la habilidad de Asano para retocar fotos. Y esa secuencia muda con Aiko en la playa, a la que es imposible no imaginar con música y movimiento. A sólo 200 páginas del final, el ídolo no se relaja, no afloja nunca en su intento de recordarnos EN TODAS LAS PUTAS VIÑETAS que esto es el mundo real. Que Punpun no tiene cara de pibe humano porque él (Asano) es un excéntrico, un caprichoso, un vanguardista, pero que TODO es real.
Casi me tienta la idea de entrarle a otros mangas antes de leer el último tomo de Oyasumi Punpun, como para flagelarme un poco a mí mismo, pero no, ni en pedo. Antes de fin de mes seguro lo leo y lo comentamos por acá.
Y bueno, nada más, por hoy. A seguir esperando el milagro de que se cierre este paréntesis eterno en la vida social y el laburo. Será hasta pronto.


domingo, 19 de abril de 2020

OTRO DOMINGO EN CASA

A fines de 2015, Marvel decidió reparar una injusticia y le dio serie regular a Scarlet Witch, inmenso personajes siempre contenido en las páginas de los distintos títulos de Avengers, tras hacer las inferiores como villana en Uncanny X-Men. El guionista elegido fue James Robinson, muy fan del tema de las brujas, como atestigua su serie Witchcraft, de la cual escribió un par de sagas en Vertigo, en los ´90. Y el formato elegido es muy parecido al que vimos hace poco en aquella serie de S.H.I.E.L.D.: episodios autoconclusivos, siempre con distintos dibujantes. Evidentemente esa fórmula no es la que prende hoy en día entre los lectores de Marvel, porque a Scarlet Witch también le fue mal, y la serie se extinguió luego de apenas 15 entregas. Pero de ahí salieron tres TPBs, de los cuales tengo dos, y hoy tengo para comentar el primero.
Robinson presenta una versión bastante “vertiguesca” de la querida Wanda Maximoff, más madura, menos bardera, conectada a full con el tema de la brujería (que se usa para explicar sus poderes, por encima de cualquier poder mutante que pueda tener la heroína) y hasta con un tinte feminista, ya que la cuestión de género tiene bastante peso en las tramas. Falta que la veamos putear y acostarse con otras mujeres y ya podríamos decir que esta es la Scarlet Witch de Vertigo. De todos modos, como suele suceder en Marvel, aunque los autores tengan amplias libertades para llevarse a los personajes a las márgenes del meta-relato compartido entre todos los títulos de la editorial, el Universo Marvel siempre se hace presente, en distintas formas.
El primer episodio es bastante flojo, pensado más para piantar compradores que para seducirlos. El segundo levanta un poco, el tercero y el cuarto ya están bastante mejor (acá Robinson ensaya otra innovación: inventarle un archienemigo a Wanda, que nunca tuvo uno) y el quinto, que es el más desenganchado, el más autoconclusivo de todos, es el que a mí más me gustó. Es rara cómo está mostrada la acción, con lo cual uno nunca siente el peligro, la emoción, la veta épica de lo que está sucediendo, pero a nivel argumental me parece la historia más lograda.
Este último episodio está ambientado en España y una vez más (como en el libro de Shade que vimos el 17/03/14) Robinson convoca para dibujarlo al gran Javier Pulido, que plantea una puesta en página medio extraña, pero dibuja a un nivel muy alto. Después tenemos a Vanesa del Rey (bastante del montón lo suyo), a Chris Visions (no lo conocía, me gustó bastante), al maestro Steve Dillon (tranquilo, sin sobresaltos) y a Marco Rudy, mil veces mejor que en aquellos números de Swamp Thing donde lo vimos reemplazar a Yanick Paquette, ahora con la posibilidad de colorearse a sí mismo, y con un juego de puesta en página que emula (con dignísimos resultados) a los que proponía J.H. Williams III en Promethea. O sea que visualmente el TPB tiene más logros que tropiezos. Prometo entrarle pronto al Vol.2, a ver si siguen mejorando los guiones.
Me queda sin leer muy poco material editado en Argentina en 2019 y en 2020 casi no salieron libros de autores locales, así que veremos de qué carajo me disfrazo para que no falte comic nacional en este espacio. Tengo leído Changos es Puro Cuento, una antología en la que varios autores reversionan clásicos de la literatura con una vuelta de tuerca rara e ingeniosa: la de meter en el medio a sus propios personajes, todos ya aparecidos (creo) en otras historietas destinadas al público infantil. O sea que al desafío de adaptar a pocas páginas de historieta relatos literarios mucho más extensos, se suma este, bastante más jodido, que es el de romper la lógica de l@s autores originales para darle a todo una onda infanto-juvenil y mechar personajes de la propia cosecha de cada un@ de l@s historietistas.  
Todas las historietas comparten un problema serio: esa tipografía chota, amarga, que va en sentido contrario del despliegue de imaginación que uno espera ver en un libro de estas características. Y después, hay dibujantes realmente flojos, a los que les quedó muy grande el formato libro, las páginas a color, la chapa de los textos que adaptaron, etc. Material que si ves en un fanzine no te hace ruido, pero en este contexto, el de un libro con una calidad de edición impecable, impacta muy negativamente.
En el rubro “busquemos una vuelta loca para contar las historias que todo el mundo conoce con una impronta distinta y metámosles personajes que no tienen nada que ver”, creo que los mejores resultados los obtienen Willy Pinuer, Pablo Lizalde, y la dupla Muriel Frega-Mariela Acevedo. Además, son tres de las historietas realmente bien dibujadas. La forma en que Hernán Offi encara la adaptación de 2001: A Space Odyssey también me causó bastante gracia, pero al dibujo le falta un poco más y no está tan logrado el equilibro entre texto e imagen. Y después hay dibujos más que correctos en la historieta de Laura Vásquez (donde falta destreza en la puesta en página, en el flujo narrativo de la historia) y en menor medida en las de Sergio Puente y Laura Rosendo.
En el resultado global, creo que es un proyecto mejor pensado que ejecutado, pero a los más chicos seguro los va a cautivar, y a mí me brindó la posibilidad de conocer a algun@s nombres vinculados a la historieta infantojuvenil que desconocía, en parte porque la inmensa mayoría son de Mar del Plata. A ver con qué más me sorprenden l@s creativ@s de esa hermosa ciudad.

Y nada más, por hoy. Ni bien tenga otro par de libros leídos, nos reencontramos con nuevas reseñas acá en el blog.

jueves, 16 de abril de 2020

JUEVES GLORIOSO

Hoy la vida me premió con unas lecturas de una calidad inverosímil. Me tengo que esforzar para que me caiga la ficha de que realmente leí en dos días dos historietas tan buenas, aparecidas una en 2006 y otra en 2007, muy pegaditas.
Voy primero con la de 2006, que es Después de la Lluvia, el Vol. -84 de La Mazmorra Amanecer, el cuarto tomo de esta serie, y continuación directa del tomo de La Mazmorra Monstruos que vimos un lejano (y binario) 11/01/11. Aquel álbum narraba sucesos tan impactantes, que Joann Sfar y Lewis Trondheim se vieron obligados a romper la progresión numérica y saltar del nivel -97 al -84 para explorar a full las consecuencias. Pero hay mucho más que eso en las exiguas 46 páginas de Después de la Lluvia.
Además del Dream Team Absoluto de La Mazmorra (Sfar, Trondheim y Christophe Blain, que es como armar la delantera con Messi, el Batistuta de 1993 y el Gordo Ronaldo del ´97) tenemos una aventura al palo, trepidante, definitiva, con pinceladas de humor, altísimas dosis de violencia, algo de sexo, rosca política, sacudones brutales en el status quo de la serie, revelaciones tremendas sobre algunos personajes, el regreso de otros, guiños a los que sabemos qué les va a pasar “más tarde” a estos personajes por haber leído álbumes que van mucho más adelante en la cronología de la serie… No le pongo el rótulo de “Historieta Perfecta” simplemente porque hay varias cosas que no se entienden si no venís leyendo los tomos anteriores de La Mazmorra.
El dibujo de Blain es magistral, expresivo y dinámico como buen dibujo animado protagonizado por animalitos antropomórficos, y a la vez oscuro, ominoso, turbio, como casi todo lo que pasa en este álbum. Menos mal que un día me puse a ordenar mis álbumes de La Mazmorra, menos mal que consulté un checklist en la web, menos mal que identifiqué a tiempo que me faltaba un tomito y menos mal que el año pasado lo conseguí a buen precio. Vivir sin tener completa esta saga es casi un pecado mortal y morir sin haber leído Después de la Lluvia es prácticamente un crimen de lesa humanidad.
Después de un paréntesis prolongado, retomé Oyasumi Punpun, el manga de Inio Asano, con el Vol.11 (el Vol.10 lo vimos el 23/02/20). Me dejó shockeado, cagado a trompadas. No puedo creer lo que leí.
De nuevo Yuichi aparece con cuentagotas, apenas un segundito. Y algo parecido pasa con el otro personaje que me copaba, Sachi, también bastante relegada en este tomo. ¿Qué onda? ¿Asano averigua qué personajes me gustan a mí para sacarles protagonismo y esconderlos en escenitas de relleno? No, pero antes de que este tomo llegue a la página 50 pasa algo tan grosso, tan tremendo, tan inesperado, tan impredecible, la trama pega un volantazo tan zarpado, que nada de lo que venía contando Asano en los tomos anteriores conserva demasiada relevancia. A la luz de ESA escena (no la quiero spoilear), todo lo demás pasa a ser relleno. El plot de Pegaso, el gurú de las buenas vibras, avanza un montón, Asano se desloma para ponerle personajes secundarios copados, diálogos buenísimos… pero empalidece por completo frente a lo otro, a lo más grosso, que tiene a Punpun y a Aiko como protagonistas excluyentes.
Oyasumi Punpun sigue siendo ese manga inclasificable, raro, introspectivo, donde los vínculos tienen muchísimo más peso que la acción, donde el proceso de maduración del protagonista le gana el spotlight a las líneas argumentales… pero en este tomo hay acción, mucha y muy bestial, y Asano dispara una línea argumental con fuerza suficiente para llevarse puesto a todo lo demás. Veremos qué nos prepara este ídolo fuera de serie para los últimos dos tomitos.
Ah, juicio y castigo para el que decidió tapar con esa sobrecubierta amarga y pechofrío una de las ilustraciones más hermosas de ese virtuoso sin límites que es Inio Asano.
No mucho más, por hoy. Gracias por el aguante y ojalá las boludeces que uno escribe sirvan para hacer menos embolante el confinamiento.


lunes, 13 de abril de 2020

REBELS

Hoy me aboco a reseñar un sólo libro, ya que por su extensión me tomó muchas horas de lectura y por su contenido da tela como para cortar a lo largo de un par de párrafos más que los que habitualmente le dedico a cada TPB.
Este libro recopila los 10 episodios de Rebels que editó Dark Horse entre 2015 y 2016. Rebels fue una breve serie escrita por Brian Wood, que reunía varias historias vinculadas a la guerra por la independencia de los Estados Unidos, con énfasis en el costado más humano, más cotidiano de estos hombre y mujeres a los que un día les tocó ser soldados en la guerra contra el imperio más poderoso que tenía el planeta en el último tercio del Siglo XVIII. Con vastas diferencias temporales y geográficas, el planteo de Wood no es tan distinto al de la recordada Northlanders: hay una saga inicial extensa, que construye minuciosamente a un protagonista (en este caso Seth Abbott, hijo de granjeros de Vermont), y después varios relatos más cortos, con otros personajes, y algún regreso más breve del protagonista inicial.
Claro que en 10 números no se puede hacer la misma magia que en 50, por eso ya de movida Rebels tiene pocas chances de eclipsar a Northlanders. Pero si obviamos la comparación y leemos Rebels en seco, sin ningún contexto, nos vamos a encontrar con una excelente premisa (el backstage de una guerra revolucionaria que cambió la historia del mundo), varios personajes muy bien desarrollados, conflictos reales, humanos, a los que el conflicto mayor (la guerra) les agrega espesor dramático, y una investigación exhaustiva del período histórico, que le brinda al lector muchísima información de un modo para nada aburrido, a años luz de esa avalancha de información innecesaria que hace tan difícil de leer obras como From Hell, por citar “una que sepamos todos”.
Quizás el único problema de Rebels esté en la extensión que le dio Wood a cada historia. La principal, la de Seth Abbott, se podría haber contado tranquilamente con 30 páginas menos. La de Silence Bright, que dura apenas 16 páginas, daba para seguirla bastante más. Y de las tres que duran 22 páginas, hay dos perfectas (la de Sarah Hull y la de la amistad entre el milico inglés y el aborigen) y una que aporta poco y nada, a la que no arreglás ni agregándole páginas ni compactándola para que dure menos.  
Seguramente el rubro en el que Rebels pierde por goleada contra Northlanders es el de los dibujantes. Acá el que más páginas dibuja es Andrea Mutti, un dibujante al que Wood tuvo de suplente en DMZ y que para mi gusto tiene poca onda, poco despliegue. Es un dibujante correcto, sin pifias ni tiradas a chanta, pero desangelado, crudo, sin magia, como si un dibujante de aventura clásica de los años ´50 se propusiera convertirse en una especie de… Guy Davis pero se detuviera a mitad de camino. El color de Jordie Bellaire es hermoso (como siempre) y realza los climas en todo el amplio abanico de escenas que recorre la historia. Y de los dibujantes invitados para las historias cortas, la que más me gustó es Ariela Kristantina, quien le pone mucha más onda que Mutti, sin descuidar para nada el rigor histórico en la ambientación. Lamentablemente son pocas las páginas que le aporta al tomo esta artista nacida en Indonesia y hoy radicada en EEUU.
Hay un segundo libro de Rebels, que compila los ocho episodios publicados con el título de Rebels: These Free and Independent States, y que por supuesto no tengo (acepto donaciones). Esa segunda tanda de episodios terminó de salir en 2017 y tiene –una vez más- a Andrea Mutti como dibujante principal, complementado en las historias cortas por otros artistas menos conocidos. Y no hay nada más. Después vino la “caída en desgracia” de Brian Wood, acusado de tirarle los galgos de mala manera a dos chicas (en distintas situaciones, con años de distancia), y en poco tiempo lo perdí de vista, a medida que las puertas de las editoriales se le fueron cerrando a raíz de estas denuncias.
Obviamente al no conocer los casos, ni conocer personalmente al y las involucrad@s, no estoy habilitado a opinar acerca de las denuncias. Pero me queda un sabor amargo en la boca, porque durante 20 años Wood me dio muchas alegrías como guionista de historieta, me emocionó, me hizo pensar, me transmitió muchísimos conocimientos, me resultó una voz coherente, sensible, inteligente, un típico exponente de esa “izquierda” yanki bien monolítica, bien termo… y lamentablemente bien minoritaria. Por ahí detrás de esa impronta autoral tan copada hay un machirulo, un tipo jodido, o un pelotudo, liso y llano. Y sería una pena que así fuera, aunque eso no nos impide a los fans de su obra, y muy especialmente a los fans de la historia de la independencia de nuestro continente, disfrutar y sufrir con los relatos (más desgarradores que épicos) que Wood conjuró en Rebels.  

Grazie per tutti e ci vediamo.

viernes, 10 de abril de 2020

VIERNES EN BLANCO Y NEGRO

Hoy era feriado, ¿se acuerdan? Yo ya añoro con nostalgia esas Semanas Santas en las que salíamos de joda cuatro noches seguidas y terminábamos el domingo de Pascua prácticamente en terapia intensiva, entre huevos de chocolate y trasnoches infinitas… Pero bueno, ya volverán los buenos tiempos, o no, andá a saber…
El año pasado, en Montevideo, tuve la suerte de encontrarme una vez más con el maestro suizo Thomas Ott, que estaba invitado a un evento al que yo también asistí. Ott había llevado libros para vender, y ahí vi por primera vez la edición de Fantagraphics de Greetings from Hellville, un hardcover alucinante, del año 2002. El ídolo lo tenía a un precio muy accesible, así que no dudé en comprárselo, como él no dudó en dedicármelo.
Hoy me siento a leerlo, y me encuentro con cuatro historias cortas, obviamente dibujadas como la hiper-concha de Dios. Una de ellas, Goodbye, me hizo ruido. Tarde pero seguro, se me encendió la alarma. “Esto ya lo leí”. Y sí, es una historia demasiado perfecta como para olvidarla, o para leerla dos veces sin que suene la alarma. Así es que agarré otro libro de Fantagraphics con historias cortas de Thomas Ott, R.I.P. (lo reseñé el 14/04/11), donde efectivamente está Goodbye. Para mi sorpresa, están también las otras tres historias de Greetings from Hellville, que yo había leído minutos antes sin darme cuenta de que ya las conocía. Conclusión: le compré a Ott dos veces el mismo libro, porque todo lo que hay en Greetings from Hellville está incluído en las muchísimas páginas de R.I.P..
Por suerte, el ídolo me dedicó R.I.P. cuando nos visitó en Comicópolis, así que es un motivo menos para aferrarme a Greetings from Hellville. Este álbum es mucho más grande que R.I.P., con lo cual el dibujo se luce bastante más, pero no calienta. Prefiero hacerlo guita, o cambiarlo por algo que no tenga. Ni bien se termine la cuarentena, le buscaré un nuevo dueño, alguien a quien no le moleste que el libro diga “para Andrés”, junto a un dibujito inédito y hermoso, realizado por Ott en liquid paper, durante un evento en Montevideo.
Salto a Argentina, donde en 2019 se publicó Herbert West: Reanimador, otra adaptación del clásico relato de Howard Phillips Lovecraft, en esta ocasión a cargo de Edu Molina, el gran autor argentino radicado en México. Todavía tenía muy presente otra versión de esta misma historia, Herbert West: Carne Fresca, realizada por el guionista argentino Luciano Saracino y el dibujante chileno Rodrigo López (ver reseña del 27/12/18), que me había parecido muy, muy buena. O sea que mi primera reacción fue ¿Otra vez sopa? ¿Hacía falta OTRA adaptación del mismo relato de Lovecraft?
Pero claro, el dibujo de Molina es tan alucinante, que su versión me volvió a atrapar. Es una versión muchísimo más clásica, muchísimo más fiel a Lovecraft que la de Saracino y López, con amplia mayoría de textos tomados literalmente de la obra del genio de Providence. Diría que es una adaptación “de las de antes”, si no fuera porque gráficamente Molina es un autor absolutamente moderno, un discípulo aventajadísimo de Alberto Breccia que supo aggiornar la onda oscura, deforme y macabra de su maestro para que siga impactando y maravillando en pleno Siglo XXI. La extensión de la obra el permite además a Molina no sintetizar, no apretar todo en pocas páginas recontra-cargadas de bloques de texto. Por el contrario, nos ofrece largas secuencias mudas, en las que su dibujo se hace cargo de llevar adelante la narración sin apoyo del texto.
O sea que si ya no te da miedito el tema de los fiambres resucitados, si ya te sabés de memoria lo que va a pasar con Herbert y su asistente, igual te podés deleitar contemplando cómo Molina arma las secuencias, los planos que elige, los climas que conjura con esas manchas negras y esos espacios blancos, esos grisados, esas texturas, esos esfumados, el laburo en los fondos, los detalles alucinantes en los rostros, la desmesura en los momentos en los que estalla la acción… Como testimonio de lo grosso que es Edu Molina como narrador gráfico, esto funciona tan bien como el libro Lo Mejor de Poe (lo reseñamos el 23/11/14).

Y bueno, no mucho más, por hoy. Me quedaron un poquito cortas las reseñas, porque me tocó hablar de historias que ya conocía, en cuyas tramas no me sumergí con la profundidad que lo hago otras veces. Ya volveremos con nuevas lecturas, acá en el blog.

martes, 7 de abril de 2020

OTRO DEJA-VU

A falta de ideas más ingeniosas, sigo jugando al déja-vu, a tratar de que esta nueva entrada se parezca lo más posible a las del 26/03 y 01/04.
Así es como empiezo con el tercer y último tomo de Spirit of Wonder, estas recopilaciones de historias cortas realizadas por Kenji Tsuruta en la primera mitad de los ´90. Y acá el autor ya derrapa por completo. El tomo incluye sólo tres historias y se acaba el tema de los elencos rotativos: ahora todo pasa por un elenco estable integrado por dos personajes que ya habían aparecido anteriormente, a los que se suma una chica llamada China, que será la protagonista casi excluyente de estas últimas 144 páginas. Las peripecias científicas pasan a un tercer plano y las historias giran en torno a cómo China se vincula con el resto de los personajes. Hay muchísimo desarrollo para esta joven irascible y volátil, y también hay excusas muy chotas para que se desnude y luzca un cuerpo perfecto.
Este tercer tramo de Spirit of Wonder es un manga romántico con algo (poquito) de acción y algo (no tanto) de comedia. No están más la mayoría de los elementos que hicieron atractivos (dentro de todo) a las historias de los tomos anteriores, y si antes yo señalaba cierta falta de idoneidad para los guiones por parte de Tsuruta, en este tramo ya estamos hablando de un guionista casi indigente, que ni siquiera se puede dar el lujo de desaprovechar buenos argumentos, porque ahora no los tiene. Realmente se me hizo difícil llegar al final del tomo, atravesar semejante maraña de situaciones ridículas, caprichosas, trilladas o simplemente mal planteadas o mal resueltas.
Menos mal que el dibujo sigue siendo maravilloso, hipnótico, generoso en texturas, detalles, matices, con un trazo elegante, versátil, con la belleza como rasgo principal, como condición que emparenta a rostros, cuerpos y paisajes. Este nivel de dibujo, combinado con guiones de aceptables para arriba, constituiría un hito en la historia del Noveno Arte muy difícil de superar e incluso de explicar. Pero bueno, Tsuruta tuvo mala suerte con los guionistas, le tocó él mismo. Mi consejo es que captures un tomito de Spirit of Wonder, lo atesores por los dibujos, y sólo si sentís que no es suficiente le entres a los otros dos.
Y no, no tengo otro tomo de Ant-Man para reseñar, porque creo que no hay más. Peeeero, tenía sin leer el Vol.1 de FF de Matt Fraction y Mike Allred, con las historias que van entre el libro reseñado el 29/05/14 y el reseñado el 25/08/15. Me faltaba un tomo en el medio, lo conseguí (hace ya mucho tiempo) y mal y tarde, lo leí. ¿Cómo engancha esto con la “consigna” del déja-vu? Como se ve claramente en la portada, Ant-Man es uno de los protagonistas de esta serie, probablemente el mejor tratado por Fraction en estos episodios.
Pero el equilibrio está muy bien logrado: hay momentos fuertes para Medusa, un episodio protagonizado casi en soledad por She-Hulk (un reencuentro romántico con el ídolo Wyatt Wingfoot) y una secuencia en la que el guionista se juega entero para que le tomemos cariño a Darla Deering, la chica de 19 años que “se calza la pilcha” de The Thing. Y también hay muchos personajes secundarios, algunos (como Bentley-23) muuuuy interesantes, y unos cuantos villanos de los clásicos enemigos de los Fantastic Four titulares.
Fraction y Allred paran en la cancha un equipo repleto de figuras y salen a divertirse, a tirar magia. Cero especulación, cero línea de cinco, cero mediocampo más poblado que las morgues de New York. Acá hay alegría, magia, sorpresa, algún que otro misterio, algo de desarrollo de personajes (no tanto, pareciera que Fraction sabía que su etapa en FF iba a ser corta y que prácticamente todo lo que plantea en esta serie se iba a barrer rápidamente abajo de la alfombra), y un bolonki muy atractivo, que crece hacia la resolución que ya vimos hace mil años en el segundo y último TPB de la serie. Ojalá todos los comics tuvieran esta frescura en los diálogos, en los planteos argumentales y en la interacción entre los personajes.
Por supuesto si el guión fuera lamentable, esto igual brillaría en cualquier biblioteca gracias a los magníficos dibujos de Mike Allred, que derrochan imaginación, onda, dinamismo, y sobre todo amor por los personajes. Obviamente en Silver Surfer va a volver a subir la vara y FF empalidecerá frente a la siguiente cátedra del maestro. Pero esto está realmente muy, muy bien. El único episodio que no dibuja Allred va a manos de Joe Quiñones, también, un toquecito por debajo de lo que vimos en su maravillosa etapa al frente de Howard the Duck. Nada de qué quejarse, obviamente, ya que tanto Allred como Quiñones están más que capacitados para emocionar al lector incluso laburando a media máquina, y acá ninguno de los dos parece estar guardándose nada. Simplemente en sus siguientes trabajos la rompieron aún más.

Y ahora sí, no tengo más material ni de Kenji Tsuruta ni de Ant-Man para armar otro posteo clonado de los anteriores. Veremos con qué me sorprendo a mí mismo en los próximos días. Ni bien tenga leídos un par de libritos más, los comentamos acá en el blog.

sábado, 4 de abril de 2020

SABADO DE ENCIERRO

Hoy no pisé la calle en todo el día, me quiero matar. Pero bueno, es lo que nos toca. Vamos con las reseñas, que para eso estamos.
Hoy me toca ser sumamente injusto con un libro glorioso, nacido para reparar abyectas injusticias. Injusto porque lo voy a reseñar así nomás, sintéticamente, como si fuera uno más de tantos, cuando en realidad es una gema única. En 1998, Glénat armó un Frankenstein maravilloso llamado Héroes Modernos. ¿Qué tiene adentro? Tres obras distintas, compuestas por historias cortas, de la dupla integrada por el escritor y periodista Ignacio Vidal-Folch y el asombroso historietista Miguel Gallardo. Bajo este título genérico se agrupan casi 150 páginas realizadas por este tándem entre principios de los ´80 y mediados de los ´90.
La primera parte está dedicada a las historias de Pepito Magefesa y otros pastiches posmodernos, breves historietas en las que Vidal-Folch y Gallardo juegan a satirizar géneros, desde las artes plásticas a las telenovelas, y por supuesto se ceban mal en su mirada ácida y desangelada hacia la historieta clásica, sobre todo la de los diarios de EEUU. Originalmente estas historias aparecieron en los primeros números de la gloriosa revista Cairo, y se reeditaron alguna vez en un tomo llamado “Pepito Magefesa y otras historias”, que está descatalogado hace décadas y nunca pude conseguir. Imaginate mi alegría cuando me cayó este libro.
La segunda parte compila todas las historias cortas de Perico Carambola, una versión noventosa, más adulta y más sacada, de un personaje clásico del comic humorístico español que fue El Reporter Tribulete. Esto ya lo había sacado Glénat unos años antes, en formato revista. Obviamente en libro me gusta más. Las historias son alucinantes, el dibujo de Gallardo es excelso, los diálogos, las situaciones, todo es una combinación brillante entre delirio y mala leche. Y el tramo final, el más breve, abarca las historias cortas de Roberto España y Manolín (que también habían aparecido en formato revista), una serie en la que Vidal-Folch y Gallardo (a esta altura ya un camaleón, un Metamorpho del dibujo) se mimetizan con los autores de Roberto Alcázar y Pedrín, una serie emblemática del comic español de la época post-Guerra Civil, famoso por bajar una línea muy derechosa, muy alineada (o alienada) con la época más sanguinaria de la dictadura de Francisco Franco. Vidal-Folch y Gallardo invierten la carga ideológica y ponen a estos clones de Roberto Alcázar y Pedrín a predicar la democracia y la corrección política con resultados hilarantes. Una verdadera genialidad que –me da la sensación- en su momento pasó un poco desapercibida.
Soy muy fan de Miguel Gallardo, lo sigo a muerte desde mediados de los ´80 y ya había leído en revistas TODO el material de Héroes Modernos. Pero me hizo muy feliz reencontarme con estos personajes y volver a cagarme de risa como la primera vez.
Me vengo a Argentina, con una grata sorpresa editada en nuestro país a fines de 2019: Rancat Año Uno. En la superficie, parece la enésima historieta de superhéroes, en este caso a cargo de autores argentinos que tratan de imitar la estética yanki. Y algo de eso hay, pero a) está muy bien logrado, escrito por Matts (que si no me equivoco es Matías Timarchi), dibujado por Germán Erramouspe y coloreado por Ramón Bunge a un nivel que no tiene nada que envidiarle al de cualquier producto del mainstream de EEUU, y b) también hay algo más, un filo, una mala leche, una habilidad para llevar al límite la temática del justiciero urbano, que no es tan frecuente en el comic yanki de chabones enmascarados que se cagan a trompadas.
Hasta ahora las historietas de superhéroes argentinos que publicaba Capitán Ediciones eran ambientadas en nuestro país y aptas para todo público. Rancat, por el contrario, está claramente ambientada en EEUU (los personajes incluso se tratan de tú) y tiene montones de elementos no aptos para todo público, desde un nivel de violencia desolador, hasta sexo, corrupción policial zarpada, una red de prostitución infantil o un protagonista (no me animo a ponerle el rótulo de “héroe”) que le da a la falopa. La onda sórdida y grim´n gritty funciona muy bien, el dibujo de Erramouspe es excelente y si no se luce más es porque hay páginas donde Matts se va un poco de mambo con la cantidad de texto.
Al final de la historia más larga hay una más breve, también escrita por Matts y dibujada como los dioses por Facundo Percio, capo absoluto. Y lo mejor es el postre: ocho paginitas, una historia menor, apenas una anécdota, con muy buenos dibujos de Rafael Ortiz y un guionazo de Mauro Mantella, con unos diálogos brillantes. Esto que hace Mantella con Rancat no sólo levanta la temperatura del libro y del personaje, sino que echa por tierra el intento de presentarlo como un héroe yanki. Sólo un argentino puede escribir una historia así, plantearla y resolverla de esa manera, con ese timing, esa mirada, esa impronta. Al final no sé si me hice muy fan de Rancat (me cuesta empatizar con un justiciero urbano sacado, violento y bastante amoral), pero esa última historieta me pareció excelente de verdad.

Nada más, por hoy. Diviértanse como puedan, que nos quedan muchos días de encierro por delante.

miércoles, 1 de abril de 2020

FIGURITAS REPETIDAS

En estos tiempos en que los días se parecen tanto entre sí, se me ocurrió clonar la entrada del jueves pasado, con dos lecturas que no sólo se parecen mucho, sino que continúan directamente de las de ese día.
Empiezo con el Vol.2 de Spirit of Wonder, con más historias cortas realizadas durante la década del ´90 por Kenji Tsuruta. Acá tenemos una novedad interesante y es que, si bien cada historia es autoconclusiva, Tsuruta se reserva el derecho de retomar a algunos personajes para nuevas historias. En este tomo regresa Maiko, la chica del batiscafo a la que vimos en el Vol.1, y además hay dos historias (la primera y la última) protagonizadas por el mismo elenco de personajes.
El resto, va más o menos para el mismo lado. Historias costumbristas, a veces más bien románticas, con elementos científicos que pueden virar hacia lo fantástico. Y conflictos muy light, a los que invariablemente les falta fuerza. La historia mejor planteada, con la premisa más atrapante, es la más larga: 33 páginas… de las cuales Tsuruta desperdicia la mitad con escenas que no le aportan nada a la trama. O sea que ni con mejores ideas para los argumentos logramos vencer el principal obstáculo que tiene Spirit of Wonder, que es la impericia de Tsuruta a la hora de escribir los guiones.
Me encanta cómo Tsuruta plasma esa fascinación que tiene por lo europeo, y por la labor científica de las últimas décadas del Siglo XIX. No es algo frecuente en los autores de manga, y acá se disfruta un montón. También me gusta que un tipo que maneja con tanta perfección la figura femenina no caiga en la tentación de estar todo el tiempo mostrando chicas en bolas, o con la menor cantidad de ropa posible. Acá vemos chicas en ropa interior y trajes de baño, pero no más de las imprescindibles, y no en poses de fan service, con angulaciones forzadas para que se luzcan más los culos y las tetas. En realidad, a nivel visual TODO este manga es perfecto. Tsuruta (ya lo dije) es un distinto, un virtuoso, un dibujante exquisito, elegante, original, creativo, capaz de emocionar con su línea a un monolito de piedra o a un economista neoliberal. Y si bien no conecto con su forma de encarar los relatos, sigo hipnotizado con sus mangas porque como dibujante me parece demasiado genial. Me queda para la próxima el tercer y último librito de esta serie.
Y retomo también el Ant-Man de Nick Spencer y Ramón Rosanas, con este segundo TPB, que también sigue la línea del anterior: desarrollo de personajes a pleno, excelentes diálogos, dosis exactas de acción y machaca y ese bienvenido tono de comedia que nos hace sentir a Scott Lang como un personaje cercano, casi un amigo. Desde la primera viñeta, Spencer nos convence de que este no es el típico superhéroe guacho-pistola que se las sabe todas y resuelve todo sin despeinarse. Scott tiene más problemas que Medio Oriente y transpira grosso la camiseta, a veces para rescatar un empate. Y lo hace con buena onda, con picardía, a veces con trampa… “argentinescamente”, si se me permite el horrible neologismo.
Este vez Spencer no logra gambetear (como en el tomo pasado) la breve trayectoria de Cassie Lang como superheroína, pero es un elemento de escasísimo peso en las tramas, casi un comentario al margen para cumplir. Felizmente, la caracterización de Cassie es tan buena, que no necesita salir a a repartir trompadas para convertirse en un personaje fundamental para la serie.
Everybody Loves Team-Ups es un tomo con varios momentos conmovedores, pensados para emocionar al lector nuevo y para satisfacer al fan clásico de Ant-Man que lo sigue desde fines de los ´70. El desfile de héroes y villanos invitados no cesa, los chistes son realmente graciosos y funciona muy bien el “romance” entre Scott y Beetle (un personaje creado al voleo por Ed Brubaker al que Spencer le dio chapa y carnadura en Superior Foes of Spider-Man). Creo que no hay más Ant-Man de Spencer fuera de estos dos tomos, pero ojalá me equivoque.
El dibujo de Rosanas, de nuevo, me pareció muy competente. Una muy buena base clásica, tipo Barry Kitson, con cositas de Ty Templeton en la línea y de Kevin Maguire en las expresiones faciales. Esta vez hay muchas menos páginas con chotocientas viñetas microscópicas, así que la labor de Rosanas se luce un poco más.

Y esto es todo, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.