el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 29 de julio de 2020

HIDEOUT

Pronto vuelvo a leer obras de los mangakas fetiches de este blog (Inio Asano, Shintaro Kago, Usamaru Furuya, esos muchachos), pero antes, una disgresión, un paréntesis para reseñar un tomo autoconclusivo a cargo de Masasumi Kakizaki, un autor cuyo nombre es imposible de recordar, y que Ivrea publicó en nuestro país a fines de 2019.
Hideout arranca como un manga de misterio, incluso con un argumento que parece tomado de una historia corta de House of Mystery o House of Secrets, y recién en la segunda mitad, cuando ya estás totalmente sumergido en la historia, la cosa se pone bien espesa en materia de terror. Lo bueno que tiene el guion de Kakizaki es que combina terror “de asustarse” con terror psicológico. Hay personajes monstruosos, pero también hay personajes de apariencia normal que meten miedo por lo garcas, inescrupulosos y soretes que son. De nuevo aparece el tema tan explorado por Hideshi Hino del seno familiar como el ámbito en el que el terror crece, se desarrolla y se apodera de la gente. Acá, un hecho fatídico se convierte en un trauma para una pareja cuyo dolor, en vez de cicatrizar con el tiempo, los va a pudrir, a corromper hasta convertirlos en algo más pesadillesco que los horrores que se van a encontrar en esa cueva en la islita perdida en la Loma del Orto.
Kakizaki acierta al no contar la historia de manera lineal, de modo que cada vez que la situación del presente alcanza un punto jodido de tensión, frena el relato para introducir un flashback y revelar algo importante del pasado de Seiichi y Miki. Y está muy bien, porque cada vez que suponés que estos personajes ya no se pueden hundir más en la fosa de la depravación, sucede algo más tremendo, más sórdido, que hace que los consideres todavía más hijos de puta. Después, la peripecia en sí, los peligros que corren, las amenazas a las que se enfrentan, son un complemento que está bien, porque agrega tensión, impacto, violencia y todas esas cosas que un buen thriller no puede no tener. No me volvió loco esa parte, me parece que –mirada fríamente- le resta un poco al verosímil de la historia. Funciona, porque uno ya está nervioso por la acumulación de cosas turbias que el autor encara desde que van apenas 24 páginas. Pero también hace un poco de ruido, porque no se termina de precisar (los propios personajes lo subrayan) cuánto tiempo pasan ahí adentro, sin comer, sin tomar agua, sin curarse las heridas, sin cagar… Ahí es como que lo turbio se hace medio borroso, como que Kakizaki, en busca de ese shock bien salvaje, tira más humo que solidez argumental.  
Y lo mejor, lejos, está en el aspecto visual de la obra. Gracias a Hideout descubrí a un dibujante realmente increíble, dotado como pocos para dibujar terror, truculencia, asco. Salvando las distancias, Masasumi Kakizaki es una especie de Berni Wrightson del Siglo XXI, un dibujante con un manejo formidable de los climas, sobre todo de los oscuros, y además dueño de un trazo firme, potente, de un virtuosismo arrollador. Como a todos los mangakas de estilo más o menos realista, se le nota muchísimo el trabajo con fotos, pero Kakizaki además mete mucho de su propia cosecha en esos rostros desfigurados, o no, pero que estallan de expresividad, y en esos efectos gráficos que le agregan unas texturas alucinantes a la línea, que ya de por sí es espectacular. Y esos raspados sobre las masas negras, que le quedan tan bien, sobre todo en las escenas de lluvia… Además en las secuencias ambientadas en el pasado, cambia totalmente de registro, de iluminación y hasta de técnicas para incorporar los grises, como para dejar bien en claro que lo suyo no es repetir hasta el infinito el truco que le sale bien.
Obviamente quiero leer más material de Masasumi Kakizaki, a ver cómo se desenvuelve en otro tipo de historias. Acá lo vi muy, muy bien, compenetrado con la narrativa, con mucha variedad de enfoques, mucho ritmo. Una excelente sorpresa que ojalá haya encontrado buena respuesta por parte del público local. Mientras Ivrea siga apostando por este tipo de material (tomos autoconclusivos con temáticas que se alejan de los pibitos con superpoderes y las chicas que se enamoran), acá tienen un goma dispuesto a comprarles prácticamente cualquier cosa. Hideout me dejó en claro que criterio para elegir buen material no les falta. Esto no está al nivel de un Bakuman, o de un Oyasumi Punpun, pero no está lejos de un buen manga de Junji Ito. Al lado de la mayoría de los mangas que se publican en Occidente, es una obra maestra del Noveno Arte.
Bueno, nada más por hoy. Creo que nos reencontramos el mes que viene, con nuevas reseñas acá en el blog.
   


domingo, 26 de julio de 2020

HASTA LA MUERTE

Hacía mucho tiempo que quería leer esta novela gráfica de 2014 y finalmente se me dio, gracias a un seguidor de mi canal de YouTube que me lo hizo llegar desde México. Porque –aunque cueste creerlo- Hasta la Muerte es una obra de autores argentinos que sólo se editó en México. Probablemente haya una explicación para eso, pero estoy seguro de que me va a parecer una ridiculez. Se trata de una obra breve, de 60 páginas, escrita por Damián Connelly y dibujada por Renzo Podestá, dos autores prolíficos, con muchos seguidores en el mercado local. Y trae como complemento un CD con cinco canciones de Cuervo Viejo (un músico argentino radicado en México) cuyas letras tienen bastante que ver con lo que narran Connelly y Podestá en la historieta. Paradójicamente, el tema que más me gustó es el que no tiene letra.
La trama es lineal y bien de género. Es una típica historia de corrupción, venganza y violencia pasada de rosca, ambientada en La Cruz, un pueblito condenado al atraso y la miseria, donde los poderosos hacen lo que se les da la gana. Ahí va a llegar Alex, un músico de la gran ciudad, que se va a ver envuelto en un flor de despelote muy por afuera de sus expectativas. Acorralado e intoxicado por el clima de La Cruz, Alex va a tener que elegir entre ser víctima o verdugo, y así es como este tipo aparentemente tranquilo se va a metamorfosear en pocas páginas en un héroe de acción a la Antonio Banderas en Desperado. Hay una conspiración, un traidor, un romance, mucha acción y mucha mala leche. Nada fuera de lo que dicta el manual para escribir este tipo de historias, más allá de que Connelly logre colar en algunos pasajes ciertas pinceladas de lirismo, como para que no sea todo tan brutal.
Lo mejor que tiene el guion, o te diría la novela en su totalidad, es ese clima ominoso, tremendo, agobiante. No es sólo el protagonista el que se ve sobrepasado por la impronta sucia, crota, putrefacta de La Cruz. Tanto Damián como Renzo le ponen un esfuerzo extra a crear esa atmósfera de desolación y violencia que se te queda pegada incluso después de terminar el libro. No te quiero contar si el protagonista gana o pierde, palma o sobrevive, pero sí subrayar que los autores logran que, desde las primeras páginas, 1) te importe qué le va a pasar y 2) no tengas idea de lo que le va a pasar. Con eso alcanza para mantener mi interés a lo largo de 60 páginas, incluso sin necesidad de shockearme con tiros, cuchillazos y violaciones.
Connelly elige contar la historia con una notable economía de textos, apenas con los diálogos indispensables como para entender qué está pasando, por supuesto escritos en neutro. Eso le otorga muchísimo espacio para el lucimiento al dibujo de Podestá, un autor que sabe muy bien cómo narrar sin textos. No sé si Connelly le entregó un guion detallado, o si el desarrollo viñeta-a-viñeta fue planificado por Podestá, pero el resultado habla a las claras de una muy buena conjunción entre ambos y de una solidez en la narrativa realmente encomiable. Incluso sin ajustarse a la narrativa más clásica, incluso asumiendo unos cuantos riesgos, Damián y Renzo impactar y conmover al lector, y darle a una obra de género una fuerte impronta autoral.
En el apartado gráfico, Podestá se luce con una variedad amplísima de recursos para sacarle el máximo provecho a blancos, negros y sobre todo grises, que aparecen en todas sus formas y todos sus matices. Para 60 páginas me parece que hay pocos fondos (que oscilan entre las fotos retocadas y los dibujos a mano alzada, al filo del mamarracho), pero la verdad que no es ahí donde la historia requiere más atención ni más despliegue por parte del dibujante. Las claves de Hasta la Muerte pasan por el peso de los climas, el dinamismo de la acción y la expresividad de los personajes, todos rubros en los que Podestá demuestra con creces su categoría. Yo siempre digo que meterle a una misma página muchas técnicas de entintado distintas pueden complicar la fluidez del relato, y acá tenemos un ejemplo elocuente (y excelente) de lo contrario: Renzo no deja técnica sin aplicar y el efecto es el de un dibujo con una fuerza plástica espectacular, totalmente funcional al ritmo del relato.
Como para terminar, Hasta la Muerte no te cambia la vida. El hecho de no leerla nunca no te convierte automáticamente en un subnormal invertebrado con el gusto en el ojete que se masturba pensando en la próxima saga de Batman escrita por Jeph Loeb y dibujada por Marc Silvestri (o algún otro fiambre de los ´90). Pero el hecho de leerla te garantiza un momento de placer intenso, en el que te podés entregar sin mayor reparo a una historia fuerte, vibrante, jodida, potenciada por un dibujo al nivel de los mejores trabajos de Podestá, lo cual es mucho decir. Y acompañado de cinco canciones, como para sumarle una dimensión más a la lectura. Algún día alguien se va a poner las pilas para que Hasta la Muerte se pueda editar en Argentina (no hace falta ni traducirla) y esta obra que en México tuvo una tirada muy chiquita (1000 ejemplares) acá va a poder aspirar a un techo de ventas bastante más alto y por supuesto a una mayor repercusión. Méritos artísticos no le faltan.

Gracias por estar ahí y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 23 de julio de 2020

RONIN

Había leído Ronin una sola vez, hace más de 30 años, en revistitas y de prestado. Nunca me la había comprado. Eso sucedió recién a fines de 2017, y recién ahora me senté a leerlo, por primera vez en libro.
Me quedé con la sensación de haber leído un comic bueno, pero a la vez más raro que bueno. Lo que más me gustó es que es una obra genuina, 100% idiosincrática. Es Frank Miller prendido fuego, entregado con vehemencia al placer de hacer lo que se le cantaran las pelotas. No está buscando agradar a nadie, ni convencernos de nada. Hay una ínfima bajada de línea sociopolítica, pero no es lo importante. Lo importante es lo feliz que fue este pibe de (por entonces) 26 años tirando todas las restricciones a la mierda para despacharse con casi 300 páginas de un delirio absolutamente personal e irrepetible.
Esto originalmente se publicó como miniserie de seis episodios, entre 1983 y 1984, una época en que las miniseries no eran novelas gráficas en fetas, sino miniseries. O sea que al principio de cada episodio te tenés que fumar un mini-repaso por lo que pasó en los capítulos anteriores (y que vos, con el libro en la mano, acabás de leer) que estaba ahí por si alguien se enganchaba en el nº 2, 3, o el que fuera. Eso es un clavo, pero por suerte Miller lo pilotea con decoro. Casi siempre encuentra la vuelta, el yeite narrativo para que no que le quieras gritar “¡dale, boludo, ya entendí lo que pasó en el capítulo anterior!”. Excepto el primer y el último capítulo, todo el resto de la miniserie tiene un mismo problema: el desequilibrio grotesco entre las escenas de desarrollo argumental y de personajes y las escenas en las que sólo hay machaca. Entre el nº2 y el 5 tenemos cuatro episodios que explotan de la violencia más sangrienta que recuerdo haber visto en un comic de DC pre-1983. Hay páginas en las que la sangre salpica al lector, en viñetas realmente estremecedoras, donde Miller te hace sentir el vértigo de los combates como pocas veces se había sentido en un medio donde el movimiento se lo tiene que imaginar el lector.
Es que, claro, esta es la obra que va entre Daredevil y el Dark Knight, es decir, la primera del Miller ya consagrado, del Miller que ya no labura por el pancho y la coca, o por ganarse un lugar, sino que ya tiene la chapa necesaria como para que DC le deje hacer cualquier cosa, en un formato que por ahí no tuvo el impacto que tuvo el Prestige, pero que en aquel entonces tampoco existía. Acá tenemos un héroe que descuartiza gente sin el menor reparo, escenas de sexo (no creas que se ve algo), torturas, mutilaciones y antropofagia. Y un argumento que daba para… 120-140 páginas, contado en casi 300. Era la época en que DC remaba MUY de atrás, Marvel la había dejado MUY lejos y la desesperación por recuperar terreno generaba estas cosas: traer a un pibe que la había roto toda en Marvel y darle lo que Jim Shooter no le iba a dar jamás. Libertad total para hacer cualquiera.
Los diálogos están muy buenos, la decisión de que el protagonista sea un personaje sin profundidad es totalmente intencional, y cuando Miller se manda a darle sustancia y tridimensionalidad a los villanos y a la heroína/ interés romántico del héroe aparecen momentos muy logrados, que anticipan cosas que vamos a ver más tarde en Dark Knight, Give Me Liberty, Sin City y hasta en el guión de la película Robocop 2. Pero la gloria está en los dibujos. En sus años como dibujante de Daredevil, Miller respetaba la estética clásica de Marvel y le metía su impronta sobre todo en la iluminación, más extrema, y en la narrativa, donde incorporaba los truquitos que había aprendido de tanto leer a Will Eisner y a Bernie Krigstein. Pero el pibe era inquieto, y mientras hacía eso leía otras cosas, básicamente manga y comic europeo. Y en Ronin vuelca sobre la página todas esas lecturas. Acá hay Goseki Kojima en cantidades grotescas, mezclado con toda la onda de la historieta europea para adultos de los ´70: Moebius, Enki Bilal (el Bilal de los ´70, que laburaba en blanco y negro), Philippe Druillet, Grzegorz Rosinski, Nicole Claveloux y hasta cositas de Jacques Tardi, no tanto en la superficie del dibujo, ni en la composición de las viñetas, pero sí en las expresiones de algunos personajes.
Imaginate un comic de DC de 1983 donde el color parezca de la Metal Hurlant, los dibujos mezclen manga con comic francés y la narrativa tenga (además de los trucos de Eisner y Krigstein) el ritmo de un manga de samurais, secuencias mudas recontra-grandilocuentes y páginas de 16 viñetas llenas de diálogo. No existe, es una marcianada total. Pero Miller se salió con la suya y metió en estas páginas todo lo que quería meter. Hasta una splash-page cuádruple, que es otra cosa que en 1984 no existía. En el último capítulo se le nota un poquito el cansancio y el listón baja, pero no demasiado.
Y bueno, para buscar el super-guión hay que esperar hasta que salga el Dark Knight. Pero si querés leer un comic de acción al palo, violencia fuera de control y unos dibujos donde se encuentran la tradición yanki con la japonesa y viene la vanguardia francesa a empomárselas a ambas, con esto vas a enloquecer.
Gracias por estar ahí y será hasta muy pronto.


lunes, 20 de julio de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.19

¿Hoy es lunes, no? ya ni me acuerdo en qué día estamos.
Bueno, tengo para comentar otro tomo del coleccionable de Nippur de Lagash, con otras siete historietas de fines de 1974 y principios de 1975. A ver qué hay ahí adentro.
La primera historieta tiene un guión aceptable, porque en algún momento genera algo así como una tensión. No es uno de esos conflictos light que Nippur va a resolver de taquito. Una vez más, Robin Wood comete su pecado favorito: presentarnos a un personaje secundario de inmenso potencial y no usarlo nunca más. El dibujo de Sergio Mulko no sólo no brilla, sino que además se mete solito en unos bretes narrativos complicadísimos, que requieren a veces de flechitas y a veces de una cuota de imaginación por parte del lector para deducir en qué orden hay que leer las viñetas. Imperdonable por completo.
La segunda historia tiene un guión choto, predecible, con menos emoción que esos torneos de España en los que Barcelona o Real Madrid le llevan 14 puntos al que va segundo. El dibujo de Ricardo Villagrán no está mal, tiene momentos muy buenos, pero entre tantas páginas de 12 viñetas iguales y chiquititas, parece que uno está leyendo un álbum de estampillas.
La tercera es una aventura decididamente liviana, incluso con varios momentos en los que la comedia le gana al tono solemne que prevalece en la serie. El argumento es uno más del montón, no se destaca demasiado. Y el dibujo de Mulko es flojo, muy eclipsado por las montañas de texto y por el hecho de tener que armar páginas con 13 viñetas microscópicas.
La cuarta historia es rara. El guión es clásico pero correcto, también con algún momento en el que sentís algo así como un peligro real para Nippur. El villano es interesante (aunque, por supuesto) no llega vivo al final del episodio, y en todo caso lo más problemático es cómo está plasmada la narración gráfica. Sobre quince páginas, tres tienen una sóla viñeta, dos tienen una viñeta que ocupa casi toda la página con un cuadrito microscópico en uno de los vértices y claro, casi todas las páginas restantes están hasta las pelotas de cuadritos minúsculos y masacotes de texto interminables. Esto mismo, mejor equilibrado, seguramente quedaba mejor. En las páginas con una o dos viñetas, explota como pocas veces el virtuosismo de un Lucho Olivera muy comprometido. En las páginas de 12 viñetas chiquitas, lógicamente no. Cerca del final, encontré una página alucinante, por lo bien dibujada y por lo infrecuente que era esto en la producción de Columba: cuatro viñetas widescreen, sin bloques de texto y con apenas cico globos de diálogo, todos muy escuetos. Me hubiese encantado leer una historieta toda así, en vez de pendular entre las splash-pages y las páginas de 12 micro-cuadritos.
La quinta historia es, lejos, la peor. El argumento es choto, la cantidad de texto es grotesca, el dibujo de Mulko es flojísimo, los bloques de texto empiezan relatados por una anciana (personaje secundario con bastante peso en la trama) y a las pocas páginas pasan a ser relatados por un narrador omnisciente que habla de la anciana en tercera persona… Nada para rescatar.
La sexta levanta apenitas la puntería, dento de un nivel de mediocridad ya preocupante. Por lo menos hay menos bloques de texto, están todos muy bien escritos, y hay un sólo narrador en off (Nippur). El dibujo de Mulko, muy desparejo, con algunas viñetas realmente inadmisibles.
Y el tomo cierra con otra aventura menor, en la que Nippur se limita a relatar sucesos que protagoniza otro personaje (bien desarrollado y mejor aniquilado por Robin Wood), y que –lógicamente- nos importan menos que las cosas que le pasan al sumerio. Dentro de todo, es una historia llevadera, que incorpora un recurso no muy logrado, pero que por lo menos rompe con lo habitual: el relato de Nippur es leído en el presente por un sumerólogo a cuyas manos llegan tablillas antiquísimas, escritas por el propio héroe de Lagash muchos siglos atrás. Así, Lucho Olivera demuestra que además de dibujar bien la antigüedad clásica, puede dibujar bien el último tercio del Siglo XX, aunque no sean más que un par de secuencias sin acción y sin mucha variedad de locaciones o personajes. Acá hay otra página con poco texto resuelta en cinco viñetas widescreen (dibujadas como los dioses) y una página de 14 viñetas que explotan de texto y reducen al dibujo de Lucho a su mínima expresión.

Bueno, es lo que hay. “Ya vendrán tiempos mejores”, decía una vieja zurciendo un forro… Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

viernes, 17 de julio de 2020

EL OLOR DE LOS MUCHACHOS VORACES

¡Uh, cómo me gustó este libro! Entré por ser fan de Frederik Peeters y me fui convertido en barrabrava de la guionista, Loo Hui Phang. En el medio me encontré con más de 100 páginas de una historia emotiva, atrapante, con un nivel de tensión casi asfixiante, y con muchísimos hallazgos.
Creo que lo que más me gustó es el excelente aprovechamiento por parte de la guionista de la época y el lugar que elige para ambientar la historia: Texas, 1872, un territorio prácticamente virgen, poblado por los comanches, y repleto de promesas de prosperidad y progreso para los descendientes de europeos que, una vez culminada la Guerra de Secesión, se empiezan a mandar en hordas hacia el Oeste, a descubrir y ocupar ese país infinito y básicamente desconocido. Se nota que Phang estudió el período, que lo entiende, que al toque identificó las contradicciones, los conflictos, todo lo que lo hace fascinante para usarlo como marco de aventuras. Pero también es menester aclarar que El Olor de los Muchachos Voraces no es un western convencional. No es una de cowboys polvorientos, ni de milicos yankis masacrando a los pueblos originarios para chorearles las tierras. Está ambientada en el contexto espacio-temporal de los westerns, pero es otra cosa.
Lo otro que me pareció extraordinario es la construcción de los personajes, el trabajo impecable de Phang en el planteo y el desarrollo de tres personajes absolutamente inolvidables. Es increíble la profundidad que tienen Oscar, Stingley y Milton, la cantidad de cosas que le pasan a cada uno, y lo cercanos que los sentimos para el final de la novela. La trama va a girar todo el tiempo en torno a ellos tres, y va a pendular (como la vida misma) entre el drama, la comedia, el romance y los momentos jodidos en los que no queda otra que jugarse la vida. Phang, además, la va a condimentar con revelaciones shockeantes, momentos épicos, traiciones, amores prohibidos, y choques de frente a 150 kmh entre ilusos y cínicos. Quizás lo que menos me atrapó es el elemento sobrenatural, esa conexión mística entre… alguien, la religión de los aborígenes y los caballos. Si el conflicto central se resolvía por otro lado, sin agregar esta arista sobrenatural, por ahí me hubiese gustado incluso más. Pero no está mal. Ya vimos en Bouncer cómo los maestros Alexandro Jodorowsky y François Boucq acertaban al virar una clásica trama de western mala leche hacia el lado del misticismo, y la verdad es que Phang lo hace muy bien, sin derrapar ni llevarse puesto el verosímil que con tanto esmero construyó a lo largo de la novela.
No quiero contar mucho del argumento, por las dudas de que alguien que todavía no la leyó esté por hacerlo (es una obra de 2016, dentro de todo bastante reciente), pero sí señalar que me pareció un trabajo realmente consagratorio para Loo Hui Phang. El equilibrio entre la aventura y los conflictos internos, que tienen que ver con el fuero íntimo de los personajes, me parece que ofrecen una clave para dilucidar por qué El Olor de los Muchachos Voraces cumplió y superó ampliamente todas mis expectativas.
Y como siempre digo, el guión podría ser una pelotudez cósmica, y aún así habría que comprar el libro porque lo dibuja Frederik Peeters. Más de 100 páginas dibujadas por este genio oriundo de Suiza constituyen un anzuelo que nadie debería dejar de morder. Peeters es un autor fundamental, quintaesencial, e incluso cuando no escribe los guiones y se limita a dibujar, le mete a cada página una impronta autoral poderosísima. No recuerdo otras obras de Peeters ambientadas en los EEUU de fines del Siglo XIX, pero acá se lo ve cancherísimo, como si hubiera dibujado diez o quince álbumes del Teniente Blueberry. Sin imitar el trazo de Jean Giraud, Peeters logra un equilibrio parecido entre realismo documental y expresionismo más zarpado. Y como Boucq en Bouncer, se va al carajo y más allá cuando aparece alguna secuencia onírica o cuando el misticismo y la machaca se combinan en un climax de una potencia dramática apabullante. Las escenas más tranqui, las de las cabecitas que hablan y las miradas que se pierden en la llanura infinita, ya sabemos que son una paponga para Peeters, que las domina con muchísima solvencia ya desde sus primeros trabajos. El suizo le pone emoción y profundidad a cada primer plano y sus silencios tienen esa elocuencia que tenían los silencios en las historietas de Hugo Pratt.
En síntesis, una historieta distinta, cautivante, adulta, que por momentos te incomoda, por momentos te aniquila y todo el tiempo te genera emociones fuertes y, sobre todo, ideas. Es un comic que está pensado para hacerte pensar. Y además es una aventura del carajo, dibujada por un Monstruo Sagrado del Noveno Arte, a un nivel tan majestuoso como los paisajes que recorren los protagonistas. Un lujo y un placer.

Nada más, por hoy. Buen finde para tod@s y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 14 de julio de 2020

SEVEN TO ETERNITY Vol.1

Tarde pero seguro, le di una oportunidad a esta serie lanzada en 2016, una creación del prolífico Rick Remender junto a un dibujante espectacular, pero que de prolífico no tiene nada, como es Jerome Opeña.
Seven to Eternity nos mete en un mundo de fantasía y ciencia-ficción bastante oscura, bastante distópica, y a la vez muy original. Más allá de que te atrape mucho o poco el conflicto central, el mundo que plantean Remender y Opeña resulta muy atractivo y te dan ganas de explorarlo a fondo. Los autores le dedican muchísimo espacio al world-building, y a veces se van de mambo en extensas explicaciones acerca de cosas que sucedieron en el pasado, o acerca de las distintas razas y culturas que co-existen en este plano de realidad. Pero todo suma para que el lector se involucre con todo este estado de cosas que Adam Osidis y sus aliados van a tratar de cambiar.
A partir de la mitad del tomo (que abarca apenas cuatro comic-books y muchas páginas de relleno que podrían haberse obviado), cobran bastante protagonismo varios personajes con superpoderes. ¿Qué es esto? ¿Un arco argumental que sobró de cuando Remender escribía Uncanny X-Force o Uncanny Avengers, disfrazado para que no parezca un comic de Marvel? No lo descarto. En una de esas el God of Whispers originalmente era… Red Skull con el cerebro de Charles Xavier, o Apocalypse, o alguno otro villano de la Casa de las Ideas, y Remender –para no descartar una idea que claramente resulta interesante- armó todo este gigantesco decorado que nunca jamás habíamos visto en ningún comic de superhéroes. Si es así, es un capo, porque todos los elementos que pasan por el costado del argumento central son originales y están muy bien elaborados.
Por suerte hay bastante más que machaca entre estos cuasi-superhéroes y este carismático villano (y su adláter, que también es grossísimo). Hay profecías, dilemas morales, desarrollo de varios personajes y buenos diálogos. Para un primer tomo con apenas 92 páginas de historieta, este primer tramo de Seven to Eternity está muy bien. Cumple, entretiene y muestra una puntita de ideas más complejas o más profundas, que hace que uno tenga ganas de leer lo que viene después.
Por supuesto, todo esto es la nada misma frente a la posibilidad de disfrutar más de 90 páginas (y varias portadas) dibujadas por Jerome Opeña. Desde las escenas más grandilocuentes de combates entre monstruos, demonios y bichos varios hasta las secuencias intimistas, de vínculos familiares, en cada fuckin´cuadrito se ve a un dibujante superdotado, a un animalito de una raza que tiene algún punto de contacto con la de Carlos Gómez, mezclado con algo de Olivier Coipel, algo de Dustin Weaver, algo del Moebius más cercano a la línea clara y algo también de Arthur Ranson, por qué no. Un dibujante sumamente clásico, pero con un timing narrativo impresionante, un despliegue mortífero a la hora de dibujar acción, una atención por los detalles que te deja petrificado y una imaginación sin límites a la hora de imaginar a las bizarras criaturas que pueblan este mundo. Si el guión tuviera menos sustento que esas marchas donde la gente sale a linchar periodistas para defender la libertad de prensa, también habría que comprar Seven to Eternity simplemente por la magia que tiran Opeña y el lujoso colorista Matt Hollingsworth. Dudo mucho que esta serie salga con algún tipo de periodicidad, pero si ese es el precio a pagar para tener en todos los números a Opeña en este nivel, sigue siendo muy barato.
No me quiero extender mucho más sanateando, ni spoileando elementos importantes del argumento. Simplemente recomiendo Seven to Eternity a los fans de la aventura fantástica, del dibujo realista y de las epopeyas crepusculares, violentas, oscuras, de esas en las que nada ni nadie garantiza un final feliz para los protagonistas. No es la Gema Absoluta que marca el antes y el después de nuestras vidas, pero está muy bien escrita y dibujada como la hiper-concha de Dios por un distinto.
Nada más por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto.


  

sábado, 11 de julio de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.18

Sigo adelante con la lectura del coleccionable de Nippur de Lagash y esta vez me toca abordar el vol.18, donde por primera vez en mucho tiempo volvemos a tener siete historietas en vez de seis y unas ilustraciones de relleno. No es que las historietas sean muy buenas, pero siempre es mejor que haya más páginas de historieta y menos de pelotudeces varias. Vamos a repasar, a ver qué se puede rescatar.
La primera es la nada misma, un argumento poco interesante, una resolución blandita, y por supuesto unos bloques de texto hermosos. La segunda es de esas que te dan bronca: Robin Wood presenta un nuevo personaje, ambiguo, complejo, con matices interesantes, que podría ser un enemigo recurrente para Nippur, o incluso el protagonista de otra serie ambientada en este mismo universo. ¿Y qué sucede? Lo que te imaginás: muere en la anteúltima página. Una garcha. La tercera aventura también, sumamente olvidable, no tiene ningún mérito. Y la cuarta, que es la última aventura a todo color, tiene la novedad de que aparecen dos personajes secundarios (Aneleh, o sea Helena, y Oiram, o sea Mario) que no mueren, sino que van a reaparecer poco después. El rol de Aneleh en la historia es muy interesante, más allá de que el argumento en sí no sea brillante.
La quinta historia es muy rara, porque está narrada en primera persona (con unos textos preciosos) no por Nippur, sino por una chica que está de novia con el Errante. ¿Quién es? ¿De dónde salió? No se explica. Al final terminan juntos, abrazados, pero a ella nunca la volvimos a ver. Me parece que era una aventura que Robin escribió para otro personaje y a último momento alguien la modificó para que fuera una de Nippur, porque no encaja para nada con lo que veníamos leyendo hasta acá. La sexta historia tampoco tiene sorpresas, ni elementos novedosos, ni una trama emocionante, pero por lo menos está narrada por Nippur y tiene un tono más afín a la onda de la serie. Y la séptima y última del tomo es la mejor de esta tanda, con los regresos de Aneleh, Oiram y, por si faltara algo, Karien, la amazona, lo más parecido a una novia posta que tiene el héroe sumerio, por lo menos en esta etapa. Esta es una historia que no descolla por el lado del argumento, pero en la que Robin trabaja muy bien la dinámica entre los personajes. Ojalá hubiera más de este tipo de guiones a lo largo de la serie.
En cuanto a los dibujos, en la segunda historia me encuentro con algo que no quería ver: páginas firmadas por Ricardo Villagrán en las que no se ve ni por asomo la calidad habitual del maestro. Hasta la mitad del episodio el dibujo es excelente; pero en la segunda mitad decae muchísimo, como si Villagrán se hubiera sacado las páginas de encima muy rápido, o como si las hubiese puesto en manos de asistentes menos capaces. Las cinco historietas en blanco y negro están dibujadas (como ya es costumbre) por Sergio Mulko, también en un nivel bastante precario. Pobre tipo, cuando puede trata de meter poses dinámicas, busca enfoques que puedan impactar, tira de vez en cuando un primer plano copado, o un efecto medio brecciano en un fondo… Pero se nota la incomodidad, se nota que es un dibujante con recursos limitados, una especie de Herb Trimpe, o de Sal Buscema, encima muy encorsteado en esas páginas que casi siempre tienen 12 viñetas muy chiquitas, donde el dibujo no se luce, sino que está ahí para rellenar el pedacito que está ocupado por los masacotes de texto.
Y en la cuarta aventura, segunda y última a todo color, tenemos el regreso del maestro Lucho Olivera, el primer dibujante de Nippur. Este es un Lucho muy superior al de los primeros episodios, más sólido, más suelto, más salvaje, que además tiene a su disposición 16 páginas de las cuales cuatro tienen una sola viñeta. Lucho arrastra el problema de que le cambia la cara a las mujeres de una viñeta a la otra, pero todo lo demás es sumamente atractivo. El dinamismo de los cuerpos, los enfoques para las escenas de acción, los detalles en armas, vestimenta y fondos, algunas expresiones faciales… Lástima esas páginas en las que sólo vemos cabecitas hablando. Ahí el texto opaca mucho al dibujo y Lucho se calienta poco y nada por ponerle un poco de onda a esas escenas desde lo visual. Pero está buenísimo tenerlo de vuelta, no sé si sólo por esta vez, o de forma habitual a partir de los próximos tomos. Ah, el color columbero (y generalmente horroroso) se sufre más en la historieta de Lucho que en la de Villagrán. No sabría explicar bien por qué, pero eso fue lo que me pasó al leerlas.
Nada más por hoy, sepan disculpar. Gracias por el aguante y la seguimos pronto.


miércoles, 8 de julio de 2020

REIRAKU

Estos días en los que no me muevo de mi casa me cuesta un poco encontrar el momento para sentarme (o acostarme) a leer. Hago otras cosas, me cuelgo pelotudeando en las redes, o me cebo con temas vinculados al sitio de Comiqueando, el canal de YouTube y demás. No quiero suspender el blog hasta volver a tener esas horas que siempre le dedico a la lectura cuando viajo en bondi o en subte, así que lo que se me ocurre para bancar los trapos y no bajar el ritmo de las 10 entradas mensuales es volver a reseñar un sólo libro por entrada, como en la época pre-2016. Si de acá a fin de año aparecen más entradas con una sola reseña que entradas con dos o más, sepan disculpar. Y para el año que viene, veremos qué hacemos. Por ahí no sigue el blog, o cambia mucho en su propuesta.
Lo que tengo para reseñar hoy es una novela gráfica que araña la categoría de Historieta Perfecta. También es un manga, y también es una especie de Lado B de Bakuman. Así como la obra de Takeshi Obata y Tsugumi Ohba se centraba en las ilusiones de los pibes que soñaban con triunfar como mangakas, el esfuerzo, el sacrificio, los vínculos solidarios, la pasión, el amor por el manga… Reiraku es exactamente lo contrario. El inconmensurable Inio Asano nos cuenta la historia de un mangaka de más de 35 que se rompió el orto 10 años para sacar adelante una serie de considerable éxito, bien tratada por la crítica y con un núcleo hardcore de fans que lo re-bancaron (me imagino que está hablando solapadamente de su experiencia con Oyasumi Punpun), pero que hace el camino inverso al de los chicos de Bakuman. Le cuesta engancharse con una nueva obra, le resulta cada vez más ridículo ponerse a pensar qué carajo le puede llegar a gustar a los lectores, se da cuenta de la cantidad de años que se va a tener que clavar al tablero para realizarla, no se siente cómodo con su vida, con la carrera que eligió, no siente admiración por los grandes maestros, ni por los autores de moda que venden más que él, y por si esto fuera poco, se le terminó el amor por su esposa, que también está muy metida en el mundo del manga.
Reiraku es, entonces, una obra de desilusión. Asano parece decirnos que cuando envejecés un toque, cuando quemás ciertas etapas, los sueños, las ilusiones y la pasión por el manga te empiezan a chupar bien un huevo. Están los lectores, y Fukazawa (el protagonista de Reiraku) no llega a mandarlos a la mierda. Pero todo lo demás (incluyendo sus vínculos “afectivos”) lo deprime, lo frustra y hace cada día más improbable que vuelva a crear una obra que lo entusiasme a él, o a alguien más. En el medio, Asano nos va a mostrar una especie de historia de amor, con la distancia y la frialdad que se pueden esperar de un amargo como Fukazawa, y no exenta de una cierta sordidez, pero aún así con algunos momentos muy lindos. Este es un manga 100% adulto, que no juega a atrapar al lector con cheap thrills, ni con acción, ni con momentos en los que estallan los tsunamis de emociones. Va mucho más para el lado de la introspección, la melancolía, la rutina, el vacío existencial que dejan los sueños cuando se hacen añicos. Y es realmente excelente, porque va al hueso, porque te deja pensando, porque ofrece una mirada atípica sobre la vida del mangaka y sobre todo porque no está estirado hasta el infinito.
Y el dibujo me pulverizó, me dejó sin palabras. Acá hay un nuevo salto cualitativo en la carrera de uno de los mejores dibujantes que vi en mi vida. Para esta obra, Asano le saca protagonismo a las tramas de grises y se lo da a unas aguadas majestuosas, una forma de aplicar los grises mucho más artesanal, más bella, mucho más idónea para sugerirnos los climas que propone la trama. Esto no lo inventó Asano, obviamente. Ya se lo vimos a genios como Naoki Urasawa, Satoshi Kon y muchos más. Pero en la obra de Asano esto se ve como un upgrade, como un paso hacia un dibujo menos pendiente del realismo y más tendiente al expresionismo, a tratar de que su trazo no sólo reproduzca el mundo real, sino que manipule en cierto modo el mundo interior de los lectores. La edición de Norma es más grande que la de los mangas de Asano que había leído últimamente, así que me vino bárbaro para cebarme a full con toda la faceta visual de Reiraku, que además es (como siempre) riquísima en detalles alucinantes. Si en algún momento Ivrea abre algún tipo de consulta popular para ver qué obras de Inio Asano pide la hinchada, por favor hagamos fuerza (o fraude) para que gane Reiraku, así más gente puede acceder a esta gema del infinito. Tengo más libros del ídolo en el estante de las lecturas inminentes, así que será un invierno Asanista.

Gracias por tanto, perdón por tan poco, y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

domingo, 5 de julio de 2020

ABURRIDOMINGO

Otro domingo eterno, sin futbol, sin nada mínimamente interesante para entretenerse que no sea leer comics. Aprovecho para ponerme al día con las reseñas (escritas así nomás, sin demasiado entusiasmo) de un par de libritos que tengo leídos.
Ya vot por el Vol.17 del coleccionable de Nippur y estoy en una meseta que se estira hasta el infinito, como la cuareterna. Otra vez un montón de episodios autoconclusivos en los que la saga del personaje no avanza hacia ningún lado, con Robin Wood clavando unos bloques de texto hermosos en aventuras muy cercanas a la Nada Misma, siempre con Sergio Mulko a cargo de las historietas en blanco y negro, y Ricardo Villagrán a cargo de las historietas a todo color.
Entre los seis episodios de este tomo, encontré un sólo guion brillante, con un planteo y un desarrollo realmente gancheros, con sorpresa (de hecho Robin tira el as de espadas en la última frase del último bloque de texto), con un cierto vuelo, con una ironía fina, resuelta con mucha clase. El resto, más de lo mismo. Hay una que es básicamente un paso de comedia, un relato que se podría haber publicado en la serie Mi Novia y Yo, cuyo efecto humorístico se disuelve cuando Wood y Mulko se proponen contarla en diez páginas en vez de... cuatro. Y después está “El Gran Torneo”, una historia muy bien dibujada por Villagrán, que arranca muy arriba, sigue muy arriba y al final termina por defraudar, porque el argumento resulta ser apenas una excusa para contarnos por enésima vez lo grosso que es Nippur, y lo imposible que es vencerlo en combate, sea contra quien sea, y aunque vengan de a cuatro. Las otras tres historias no tienen mérito ni para justificar una mención, más allá de mi constante admiración por la elegancia y la jerarquía que le pone Villagrán a la faz gráfica. Te querés matar cuando lo vez dibujar esas páginas con 12 viñetas microscópicas, pero cada tanto te clava una de esas splash-pages realmente fastuosas, como para ponerles un marquito y exhibirlas en cualquier museo como las altas obras de arte que son.
Sigo adelante, a ver si la cosa en algún momento cambia y si Wood encuentra la forma de volver a engancharme con una serie que –como ya dije alguna vez- tenía todo para ser gloriosa y en la práctica resulta entre predecible y embolante.
Salto a EEUU, año 2016, cuando Becky Cloonan, la gran dibujante italiana, se pone la pilcha de guionista para escribir nada menos que una nueva serie del inagotable Punisher, un personaje que acumula números 1 como Brasil acumula enfermos de coronavirus. En este primer TPB, Cloonan se toma seis episodios para contar una historia que en los ´80 era una novela gráfica de 60 páginas (como mucho) y que, sin ser brillante, tiene algunos puntos a favor. Por un lado, la intención de desarrollar nuevos enemigos para Punisher (en general, le han durado muy poco), por el otro el énfasis en un personaje secundario bastante interesante (la agente Ortiz), y por el otro la posibilidad de encarar la aventura desde una óptica “adulta”, en el sentido de que las puteadas son muchas y están mínimamente camufladas y la violencia es MUCHISIMA y está absolutamente enfatizada, a niveles muy escabrosos, sin nada que envidiarle a las sagas de Punisher en el sello MAX (que creo que no existe max). Mucha acción, muchos tiros, muchos cuchillazos, muchas explosiones, mutilaciones, sangre, drogas, que no alcanzan para ocultar que la trama se podría haber contado en muchas menos páginas. Y ese último flashback a una operación militar yanki en Medio Oriente está totalmente de más.
Lo lindo es que todo el tomo está dibujado por un mismo artista, en este caso a cargo de lápices y tintas, como era su costumbre. Me refiero al recordado maestro Steve Dillon, que va a tener la mala idea de morirse muy poco después, sin completar el segundo arco argumental de esta serie. Si leíste Preacher, o el Punisher de Garth Ennis, ya sabés que a Dillon le gusta la violencia a quemarropa, bien extrema, con gente que explota en mil pedazos, tiros en la jeta, estallidos de sangre y esas cosas tan hermosas, tan agradables de ver. Su Punisher es un tipo jodido de verdad, que mete temor sólo con verle la cara, y la acción por ahí no es lo que mejor le sale, pero en general la resuelve con oficio, sin pifias. Acá además se lo ve muy compenetrado con el tema fondos, armas y vehículos, sin hacer copy-paste de fotos. El color en general se acopla bastante bien a los trazos de este prolífico dibujante británico que –sin saberlo- nos estaba obsequiando las últimas páginas de su ilustre carrera. 
No la pasé mal, para nada, me entretuve un lindo rato, pero esperaba una vuelta de tuerca más. Otro enfoque, otra sensibilidad, algún giro menos obvio, menos tradicional. Me encontré con una más de tiros, mala leche, sangre y machaca, como tantas otras aventuras de Punisher, que pierden impacto y emoción a medida que te vas convenciendo de que siempre, corra los riesgos que corra, se enfrente a lo que se enfrente, Frank Castle va a salir entero y va a volver a embestir contra el crimen organizado sin importar los costos. El hecho de que queden para el Vol.2 muy pocas páginas de Dillon tampoco me da mucho estímulo para leer los dos TPBs que le siguen a este, y que no tengo.

Suficiente por hoy. Buena semana y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 2 de julio de 2020

OTRO JUEVES EN CASA

Día asqueroso, de frío y pandemia, ideal para quedarse en casa y leer comics. Yo acá tengo dos lecturas para compartir.
Tarde pero seguro le di una posibilidad a Joe Bar Team, una historieta francesa que rompe todo desde 1990, y que llegó a tener su propia revista. Se trata de una serie de humor creada por Bar2 (Christian Debarre) y centrada en una bandita de cuatro adultescentes fanáticos de las motos… y de correr picadas en moto. En la edición española de Glénat les cambiaron los nombres a los personajes de modo bastante grotesco, pero investigando un poco, descubrí que en la versión original los nombres son a su vez juegos de palabras con cosas relacionadas a las motos y la velocidad, así como los nombres de los personajes de la aldea de Astérix (e incluso los romanos) suelen hacer referencia a otras cosas. Con esa salvedad, la edición española conserva intacta la gracia de los chistes de Bar2, siempre desarrollados en una única página, con una cantidad de viñetas que puede ir de una a 12, según lo que tenga ganas de contar el autor en cada plancha.
El repertorio temático es amplio, hay por lo menos un personaje secundario bien logrado (Joe, el dueño del bar), la grosería y la mala leche están puestas en dosis muy equilibradas y el mensaje subyacente de la serie es “estos tipos adictos al vértigo y la velocidad son, en realidad, cuatro nabos de cuidado”. En cuanto al apartado gráfico, ya desde la portada se percibe algo que adentro se hace absolutamente insoslayable: Bar2 es un clon exacto del mejor André Franquin. Esto parece TODO EL TIEMPO una historieta dibujada por Franquin, te tienen que jurar que no apareció en las páginas del semanario Spirou y aún así cuesta creerlo. Bar2 no descuida el más mínimo detalle en su intento por mimetizarse con el trazo de su ídolo, con la forma de colocar las onomatopeyas, las líneas cinéticas, los detalles en la ropa, en los fondos, las expresiones de cuerpos y rostros… Es realmente increíble lo cerca que le pasa Bar2 a la etapa mágica de Franquin. O sea que si sos fan del glorioso creador de Gaston Lagaffe, esto te va a resultar muy, muy atractivo, aunque no te causen gracia los chistes de motoqueros que se las dan de guachos-winners y en realidad son unos pobres losers. Obviamente, el día que vea más tomos de Joe Bar Team a buen precio, acelero a fondo.
Le meto pausa a mi lectura de los episodios setentosos de Nippur para darle cabida a una obra reciente de Quique Alcatena (salió en Italia en 2018 y en Argentina a principios de este año), en la que el prócer oficia tanto de dibujante como de guionista. Las Seis Máscaras es una aventura tradicional, la típica gesta en la que un grupo de héroes parte rumbo a una misión y deberá confrontar con varios peligros a lo largo del viaje para finalmente quedar frente a frente con ese destino último, donde está en juego mucho más que la vida de los protagonistas. Es una saga de fantasía pura, sin subtextos que hagan referencia a nada del mundo real, muy bien estructurada, muy bien escrita, que en una de esas funcionaría mejor con menos personajes, como para poder desarrollar un poco más a cada uno y que nos pegue un poco más fuerte cuando los vemos… encontrarse con ese destino final. Aún así, con ese elenco un poco superpoblado, tenemos una epopeya que avanza a muy buen ritmo y te mantiene entretenido a lo largo de 144 páginas, por supuesto dibujadas a un nivel aniquilador por un Alcatena que nunca baja de los 10 puntos.
¿Qué le falta a Las Seis Máscaras? Y, el toque mágico de Eduardo Mazzitelli. Uno ya se acostumbró a la dupla Mazzitelli-Alcatena y cuando lee una obra “solista” de Quique extraña esos bloques de texto brillantes de Eduardo, con esas reflexiones y esas sentencias demoledoras sobre la vida y la muerte, el amor y la guerra, el poder y la desolación. Alcatena domina tan bien como Mazzitelli ese sentido de la épica, de la aventura a todo nada contra los villanos más malvados, los ejércitos más poderosos, las sombras más tenebrosas, los monstruos más jodidos, pero le falta ese plus, ese vuelo que le pone Mazzitelli a los textos para hacerlos resonar con fuerza, para que funcionen como un puente directo y conmovedor entre los mundos fantásticos donde viven sus personajes y la vida real de los lectores. En una palabra, para que trasciendan. No es que al faltarle ese plus Las Seis Máscaras se lea como una obra “renga” o fallida, en absoluto. Como ya dije, es una historia muy sólida, que funciona muy, muy bien. Pero uno siempre quiere más, especialmente de los más grandes.
Excelente la edición a cargo de Utopía (una de las pocas editoriales locales que nunca había publicado obras de Quique), con una Ratio Accorsi ideal: sólo cuatro páginas sin historieta en un libro de 148. No tengo más libros de Alcatena sin leer, pero me chusmearon por ahí que se viene un título nuevo con Mazzitelli en Loco Rabia, ni bien se relaje un poco el tema del confinamiento. Como siempre, le pongo toneladas de fichas, sin tener la más puta idea ni de la temática, ni de la extensión, ni de nada.

Y hasta acá llegamos. Ni bien tenga leídos un par de libritos más, nos reencontramos con nuevas reseñas acá en el blog.