el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 30 de octubre de 2020

IT´S A BIRD…

Por motivos varios, esta novela gráfica de 2004 cae en mis manos recién hoy. Nunca la había tenido en mis manos, no había visto ni una sóla página interior, hasta ayer o anteayer. Pero había leído varias críticas, todas absolutamente laudatorias, que me habían convencido de que Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen se habían mandado una gema del infinito, una obra para aspirar a la consagración definitiva que no les había llegado en los ´90 con House of Secrets. Ahora, con la novela gráfica, me parece que me la inflaron un poquito. Me gustó mucho, me pareció una forma muy inteligente de contar una historia autobiográfica, la sentí muy genuina, me interesó mucho toda la parte del backstage, todas esas escenas en las que Seagle cuenta esos tire-y-afloje entre un guionista y una editorial a la hora de subirse o no a un trabajo tan único como es el de escribir una serie regular de Superman. Me pareció también muy ingenioso el abordaje del proceso creativo del guionista, esa búsqueda de imágenes o sensaciones que le puedan disparar ideas para desde ahí meterse con los conceptos centrales de estos personajes icónicos, inmensos, infinitamente más potentes en la cultura popular que cualquier otra creación que se le pueda ocurrir a cada autor en forma individual. Esas mini-historias que Seagle inserta en la trama, en las que explora aspectos de Superman desde ópticas más personales, o más atípicas, son sin dudas lo más atractivo que tiene el libro. Ejercicios de imaginación, de libertad, de abrir la cabeza para tratar de pensar desde otro lado los rasgos más obvios del superhéroe más obvio. Ahí hay muchos hallazgos, riesgo y sobre todo vuelo poético. Y después está la parte que menos me interesó, que es la que le aporta el conflicto “central” a la trama: esa enfermedad hereditaria que cada (aproximadamente) 30 años mata de modo cruel y grotesco a un integrante de la familia de Seagle, sin saltearse ninguna generación. No milito de modo dogmático contra las novelas gráficas centradas en enfermedades, pero tampoco es algo que me llame mucho la atención. Seagle maneja bien los momentos para impactar al lector con las revelaciones, lleva con buen pulso el “misterio” del paradero de su padre y lo usa astutamente como elemento para desestabilizar al protagonista. Pero no me llegó a conmover, no me convenció de que hacía falta un drama familiar de esa intensidad para sostener mi interés hasta el final de la novela. Yo me conformaba con lo otro, con ese conflicto más tranqui, más interno, más intelectual, del guionista que no sabe si tiene o no lo que hay que tener para escribir comics de Superman. Esas escenas en las que Seagle toma conciencia de lo que significa Superman para la gente común me movilizaron mucho más que las que giran en torno al Mal de Huntington. Y bueno, donde no se puede poner un sólo pero, donde es todo, pero todo ganancia, donde hasta la escena más prosaica se eleva en un halo mágico de lirismo y belleza iridiscente, es en la faceta gráfica. Teddy Kristiansen despliega todo su talento sin guardarse nada y eso es todo lo que deberíamos saber antes de comprar el libro sin decir ni mu. La extensión de la novela le permite combinar todas esas páginas de escenas costumbristas, de gente hablando o pensando, con algunos momentos en los que se cuela algo de acción. Pero además en cada una de las secuencias “imaginadas por el guionista”, en la que nos muestra las ideas que se le van ocurriendo a medida que reflexiona acerca de Superman y su mitología, Kristiansen encuentra espacio para experimentar, para probar cosas nuevas en la puesta en página y en el tratamiento visual global de cada una de estas mini-historias. Como en todas sus obras, el gran danés borra de a poquito las fronteras entre la gráfica y la plástica, y es en estas breves secuencias donde lo vemos detonar una gama de recursos pictóricos y narrativos amplísima e hipnótica. Si sos fan de Superman y alguna vez soñaste con convertirte en guionista de historietas para poder escribir esa saga espectacular y definitiva de tu héroe favorito, It´s a Bird te va a partir la cabeza en mil pedazos. Si sos fan de Kristiansen, obviamente también. Si lo tuyo son los comics de enfermedades y los dramas familiares que se articulan en torno a estas, seguro la vas a pasar mal, pero lo vas a disfrutar. Y si te gusta una historieta más adulta, más artística y te parece que los buenos autores pierden su tiempo o se convierten en putas baratas por entrar en el juego de DC y ponerle el cuerpo (a veces incluso el alma) a un comic de Superman, acá te esperan unas cuantas sorpresas interesantes. No estamos hablando de la Gloria Máxima del Noveno Arte, pero sí de una novela gráfica más que sólida, con momentos de una belleza realmente infrecuente. Nada más, por hoy. Nos reencontramos el mes que viene, con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 27 de octubre de 2020

CARMEN

Este es un libro que compré por curiosidad, y porque lo vi muy barato en una casa de usados. Nunca había leído la novela de Prosper Merimée, ni visto la ópera de Georges Bizet. De hecho, ni siquiera sabía que la ópera estaba basada en una novela; creía que era un argumento original de Bizet. Siempre me gustó el dibujo de Georges Pichard, hacía mucho que no leía obras suyas, y como el libro estaba envasado, me comí el amague de que probablemente se tratara de una obra de alto voltaje erótico, lo cual tampoco está mal (aunque recordemos siempre que más de dos pajas por día es vicio). Adentro me encontré con 62 páginas de una historieta muy, pero muy aburrida. Pichard arma las páginas con onda, no mete nunca más de seis viñetas, muchas veces mete cuatro o menos, dosifica bien los textos y los diálogos de modo que no queden masacotes ilegibles (algo que suele suceder en las adaptaciones literarias) y logra que a nivel del relato gráfico Carmen no desentone con lo que se consideraba moderno (o por lo menos contemporáneo) en 1981, cuando se editó este álbum en Francia. O sea que la embolia cerebral no viene por el lado del relato gráfico, sino del argumento de la novela original. Un argumento paupérrimo, que se puede resumir en “un tipo hace un montón de boludeces obsesionado y manipulado por una mina que está buenísima y es muy turra”. Las peripecias de este pobre tipo son anodinas, cuando finalmente la tiene a Carmen toda para él la obra no deja de lado la solemnidad para ofrecernos pasajes pornográficos en los que explote toda esa calentura contenida, y el contexto histórico (España, principios del Siglo XVI) tampoco está demasiado bien aprovechado. Para antes de la mitad del libro, ya me había cansado de gritarle al protagonista “¡Salí de ahí, Maravilla! ¡Pará de rebajarte y de dejarte llevar como una mascota por esa mina!”. Después me resigné a ver a este pobre gil hacer cualquier cosa por esas carnes y esa resignación potenció el aburrimiento. Esperaba un giro sorprendente en el final, que tampoco llegó, y bueno, remando en el océano de polenta alcancé la otra orilla. Si no tiré el libro a la mierda a la mitad de la lectura fue porque los dibujos de Pichard son alucinantes. No recordaba haberlo visto trabajar tanto cada viñeta, dejar la vida como la deja acá en cada uno de esos monumentos al cross-hatching con los que rellena cada superficie. Entre esa técnica y la del punteado, el autor logra una gama de texturas apabullante, que elevan ese blanco y negro a un Olimpo sagrado. El trazo de Pichard tiene esa mezcla hipnótica entre algo barroco, sofisticado, muy elaborado, y una arista más trash, más grotesca. De modo que cuando aparecen la desprolijidad, el trazo más caricaturesco o más grotesco, es más lo que suma que lo que resta o hace ruido. Los cuerpos, las expresiones faciales, la documentación en fondos y vestuario son impecables, las escenas de violencia tienen la dosis justa de impacto, y sólo le critico que hay poco énfasis en los garches. Al tratarse de una obra supuestamente “para adultos” (que sale en la misma colección en la que Guido Crépax publicara su versión de Emmanuelle), uno esperaba algo más en materia de erotismo. Carmen está toda la obra con no menos de un 75% de las tetas al aire, y un rato largo en topless (con algunas poses bien de fan service, pensadas para que la mujerzuela luzca mejor sus atributos), pero no hay penetraciones explícitas, ni primeros planos de genitales, ni nada en ese registro. Es un erotismo muy light, para señoras mayores que leen a Florencia Bonelli. Recomiendo esta obra a los fans muy hardcore de Georges Pichard que quieran leer toda la vasta obra del maestro fallecido en 2003, y lógicamente a los interesados en la relación entre la ópera y la historieta. El fan de la historieta europea para adultos probablemente la pase mejor con otras obras de Pichard aunque –repito- en este momento no recuerdo otras tan bien dibujadas como Carmen. Y el fan de la historieta erótica seguramente prefiera a dibujantes menos virtuosos que Pichard, pero más generosos a la hora de mostrar las escenas de mete-y-ponga. Nada más, por hoy. Seguramente antes de fin de mes tengamos una nueva entrada, acá en el blog. Será hasta entonces.

sábado, 24 de octubre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.26

Ah, bueno… Ahora sí. Por fin, después de tanto padecer, tengo en mis manos un tomo con seis historietas de Nippur que me animo a recomendar plenamente. Esto parece historieta moderna (o lo que considerábamos historieta moderna en 1978): un solo guionista, un solo dibujante, historia que se hacen cargo 100% de lo que pasó en la anterior, y –sobre 87 páginas de historieta- apenas dos superpobladas por 14 viñetas microscópicas. Las otras 85 ¡tienen todas menos de ocho cuadros! Como las historietas que se publicaban en esa época en el resto de América. Por supuesto, Robin Wood mete más texto que en una historieta promedio de aquel entonces, pero al haber menos viñetas de mayor tamaño, el equilibrio entre los masacotes de texto (o los diálogos extensos) y la narración visual está mucho mejor logrado. En estos seis episodios vamos a volver a ver cómo los coloristas (criminales de lesa humanidad que merecen el más atroz de los castigos) se esfuerzan por estropear los dibujos de Carlos Leopardi, pero quizás porque el ídolo está mucho más afianzado en el dibujo, el daño que le hacen no es tan letal como en tomos anteriores. De todos modos, me encantaría tener este material en blanco y negro, para disfrutar del trazo salvaje, violento, expresivo al límite del grotesco de un Leopardi que atravesaba un momento de inspiración absoluta. En cuanto a los guiones, en el primero vemos a Nippur engañar y matar a sus enemigos sin el menor reparo, en una historia con muchos de los elementos típicos de esta serie bastante bien combinados. El segundo episodio está narrado en primera persona por un antagonista al que Robin le da mucha profundidad. Por supuesto, sabemos desde el primer cuadrito que no va a lograr su cometido (matar a Nippur), pero la historia es atractiva y está bien llevada. La tercera aventura es definitiva: “Laris, sobre el espejo del desierto”, 15 páginas inolvidables en las que Nippur se enamora de una chica ciega y sobre el final… ¡pierde un ojo! Un enemigo al que nunca antes habíamos visto (y creo que nunca reaparecerá) se da el lujo de dejar tuerto al justiciero de un certero flechazo y encima de matar a su novia. Muy impactante todo. Y en los tres episodios restantes, vemos algo así como el Daredevil: Born Again de Nippur. El héroe toca fondo, perdió todo y no quiere seguir. No más combates, no más romances, no más aventuras. Nippur es ahora un indigente zaparrastroso, un ermitaño que escapa de la gente y de los peligros, al que asiste un niño, Mohar, de unos 10 u 11 años. Y ese statu quo dura varios episodios, no es un argumento que se le ocurrió a Robin para zafar una vez. Por el contrario, se exploran a fondo las consecuencias de lo que pasó en “Laris, sobre el espejo del desierto”, como para que ningún desprevenido se olvide lo importante que es esa entrega. Ver a Nippur vencido, hecho un trapo de piso, es algo que nadie se esperaba, y resulta realmente conmovedor, especialmente en “Los Cazadores y el Miedo”, un capítulo narrado en tercera persona con unos bloques de texto exquisitos y una humanidad escalofriante. Finalmente, en “La Ultima Galería” (también con bloques de texto a cargo de un narrador omnisciente) vamos a ver la escabrosa muerte de Mohar, un Nippur forzado a volver a blandir la espada y volver al combate (esta vez contra una jauría de lobos liderada por un macho muy astuto, como en aquel manga de Jiro Taniguchi que vimos el 22/07/12) y al final, encontrar a una minita que lo va a ayudar a ser el de siempre. Bah, creo. Habrá que ver qué pasa en el próximo tomo… Esto es aventura clásica a un gran nivel. Un dibujo vigoroso, osado, con mucha impronta autoral, argumentos jugados, en los que el héroe la pasa realmente mal, textos hermosos, bajada de línea siempre para el lado correcto… Ya estamos en una época en la que el nivel de las revistas de Columba alcanzaban un pico (1977-82 es, para mí, el período dorado de esa editorial) y era momento de que Nippur se sacudiera un poco las telarañas para volver a pelar la chapa de clásico y a justificar su longevidad y su popularidad entre los lectores. Y hasta acá llegamos, por hoy. Nos reencontramos en unos días con nuevas reseñas, acá en el blog.

miércoles, 21 de octubre de 2020

SOUTHERN BASTARDS Vol.3

Imposible aguantar demasiado sin entrarle al Vol.3 después de lo manija que me dejó el Vol.2 de esta gran serie de Jason Aaron y Jason Latour. Ya quedó atrás aquella primera mirada, en la que Southern Bastards aparecía muy pegada a Men of Wrath. A esta altura de la serie, con 14 episodios ya en el buche, no tengo dudas de que la principal referencia tiene que ser sí o sí Scalped. Para regocijo de cualquiera que haya disfrutado (o sufrido) con aquella insuperable serie de Vertigo, les cuento y hasta les afirmo con total convicción que en Southern Bastards lo tenemos a Aaron aplicando la MISMA FÓRMULA que lo consagró en Scalped. El pueblito alejado y endogámico donde las reglas sociales son otras, la mala leche y la sordidez asfixiantes, e incluso trucos narrativos, como el de frenar la acción en la víspera de un evento importante, parar la bocha y (como un 5 con talento) empezar a mandar pases a los costados, para habilitarle el protagonismo a personajes que todavía no habían encontrado espacio para desarrollarse. Esto es básicamente lo que sucede en este tercer tomo. Se viene un partido importantísimo para los Running Rebs, y Aaron y Latour se lo guardan hasta el quinto episodio. Los cuatro primeros pasan todos al mismo tiempo, en los días previos al partido contra los Warriors de Wetumpka, y cada uno está centrado en un personaje distinto. Se exploran apenitas lo sucedido en el impactante final del Vol.2, y la bocha se mueve hacia los laterales: el sheriff Hardy, el sacado secuaz Esaw (lejos, el personaje más detestable de la serie), el (hasta ahora) misterioso cazador del arco y la flecha, y un pibe hospitalizado que parece tener algún tipo de don sobrenatural extraño. El quinto episodio, el del partido, se enfoca necesariamente en Euless Boss, el director técnico de los Rebs, quien en el tomo anterior despuntó como el protagonista excluyente de la serie, y sí, probablemente sea el punto más alto de esta tanda. Y en el sexto episodio, finalmente sucede algo que Aaron venía postergando desde el final del primer arco: llega al pueblo de Craw County la hija de Earl, el hombre asesinado por Boss al principio de la serie. Supongo que la serie va a avanzar hacia el conflicto a todo o nada entre Roberta y Euless Boss, pero por ahora a la joven le cuesta hacer pie en este territorio hostil, donde hasta la más básica convivencia entre vecinos está atravesada por la violencia, el delito y el odio (en este caso odio racial, porque Roberta, al igual que su madre, es afroamericana). Una vez más, el dibujo de Jason Latour me sorprendió por su desparpajo, por la forma visceral en que se caga en la estética realista para irse bien, bien a la mierda, a un expresionismo que por momentos casi mete miedo. Hay pasajes tan grotescos, que me los imaginé dibujados por Steve Parkhouse en un comic en joda, tipo The Bojeffries Saga. El color (también obra de Latour) es magnífico de punta a punta y el dibujante que entra de suplente en el número en que Latour descansa (en realidad no, porque escribe el guión) es un inspiradísimo Chris Brunner. Hay muchísimos puntos altos en la faz gráfica, pero creo que lo que más me impactó es que Latour no sugiere nada, no te deja nada librado a la imaginación. Si hay torturas te las muestra, si hay muertes truculentas hace que te salpiquen sangre, y si hay garches no te los esconde en sombras ni te tapa los genitales de nadie. Esto es así, crudo, brutal, sin ningún tipo de concesiones. No es para todos los públicos, obviamente, pero el que se aguante este nivel de atrocidad se va a ver ampliamente recompensado por tramas, diálogos y dibujos muy por encima de la media que ofrece hoy el mainstream yanki. Leés un TPB de Southern Bastards y te convencés de que no hay forma de que Jason Aaron escriba un comic choto, no te entra en la cabeza que varios de sus títulos de superhéroes en Marvel sean puro humo, o directamente una bosta. Pero bueno, es así. Me acabo de fijar y Southern Bastards llegó hasta el nº20, nomás, y se cortó allá por 2018. O sea que el cuarto TPB (que también salió en 2018) debería incluir el final de la serie… a menos que haya quedado inconclusa. No lo tengo, nunca lo vi, pero como siempre digo, acepto donaciones. Y hasta acá llegamos, por ahora. Atenti, que en cualquier momento nos reencontramos con nuevas reseñas, acá en el blog.

domingo, 18 de octubre de 2020

LA MUSICA DE MARIE

Vuelvo al maravilloso mundo de Usamaru Furuya, para internarme en una de sus obras más antiguas. La Música de Marie se publicó en Japón entre los años 2000 y 2001, o sea que es justo anterior a El Club del Suicidio (ver reseña del 12/03/20). Y bastante anterior a las otras obras de este gran mangaka que pasaron por este blog. Los próceres de Milky Way editaron La Música de Marie en un único tomo espectacular, con más de 500 páginas, algunas de ellas a todo color. La Música de Marie es un manga que te va llevando por distintos lugares a lo largo de su extensión. En las primeras 200 páginas, lo que prima es el world-building. Acá Furuya se dedica minuciosamente a presentarnos a los personajes y al mundo en el que viven: sus costumbres, su religión, su comercio, los vínculos y sobre todo su desarrollo tecnológico, que parece estar frenado en un nivel que nuestro mundo alcanzó allá por 1850, más o menos. Llama la atención que no cobre relieve ningún conflicto, pero parte de las sorpresas de la trama van por ese lado. Los personajes centrales son Pippi (una minita copada, divina, inteligente, con la mejor onda) y Kai, un chico más introspectivo, más taciturno, al que cuando tenía 10 años le pasó algo que le cambió la vida para siempre y lo hizo distinto a todos los demás habitantes de la Tierra de Pirito. Kai provee el elemento de misterio a este mundo fantástico en el que reinan la concordia y la armonía entre todos los seres, biológicos y mecánicos. Las siguientes 100 páginas introducen un conflicto, no muy enfatizado por Furuya: un triángulo de amor bizarro entre Pippi, Kai y una diosa inmensa, omnipresente, inalcanzable. ¿A dónde va esto?, te preguntás. Ahí el autor nos clava casi 40 páginas en las que le da un poco más de relieve al aspecto religioso de la obra. Y ahí, en la página 340, cuando ya te tiene a punto caramelo, Furuya pone tercera y arranca un tramo entre aventurero y filosófico, que le hubiese encantado imaginar (y dibujar, y animar) al maestro Hayao Miyazaki. Este tramo se centra en Kai y la diosa Marie, cara a cara, cuerpo a cuerpo, corazón a corazón, para desentrañar todos los secretos de este mundo, de lo que le pasó al pibe cuando tenía 10 años, de lo que pasó ese día en que la música de Marie sonó desafinada y la rutina de los amables habitantes de Pirito se alteró. ¿La buena onda de la gente tiene que ver con la diosa? ¿El desarrollo (o en realidad el estancamiento) tecnológico está conectado a la omnipotente Marie? ¿Hay que sacrificar una cosa para obtener a otra? Kai se ve atrapado en un dilema moral brillante, que Furuya despliega a lo largo de 100 páginas memorables. Y cuando ya te estabas levantando de la butaca para aplaudir de pie, vienen dos epílogos, de 30 páginas cada uno. El primero cierra la historia de Pippi y Kai, también con nuevas e impactantes revelaciones acerca del enigmático muchacho. ¿Ya está? No, en el segundo epílogo (ambientado 50 años más tarde, cuando los chicos ya son viejos), Furuya patea el tablero y te tira casi al pasar una data clave, que resignifica todo lo que leíste hasta ese momento. Lo que realmente le pasó a Kai cuando tenía 10 años no es lo que parecía, y esa revelación cambia todo el juego de una manera drástica y genial. Y le agrega poesía, profundidad, misterio y onda a todas esas páginas por las que transitamos junto a los personajes. Un final maravilloso, sumamente conmovedor. ¿Podría ser mejor La Música de Marie? Sí, porque gráficamente Furuya evolucionó un montón y hoy dibuja mucho mejor que hace 20 años. En esta obra hay momentos gloriosos a nivel dibujo, sobre todo cuando dibuja paisajes y engranajes mecánicos. Texturas, líneas cinéticas, aplicación de grises, todo eso está perfecto. El armado de las secuencias, la organización de la información visual dentro de cada cuadro, también, inobjetables. Pero a la hora de dibujar a los personajes y su gestualidad (que es algo importante en la trama) vemos a un Furuya un poco precario, se nota que lo que termina en la página no es lo que él visualizaba en su mente. Me lo imaginaba todo el tiempo pensando “la puta madre, ¿por qué no podré dibujar como Masakazu Katsura, o como Satoshi Kon?”. Y por más que se rompa el culo, Usamaru no logra romper ese techo, esa limitación que lo deja ahí, a mitad de tabla, rodeado de dibujantes de shonen entre correctos y medio pelo. Por supuesto que los pulveriza a nivel imaginación, pero en la tarea específica de darle rostros y expresiones a los personajes, todavía estaba lejos de lo que va a mostrar años después. Recomiendo enfáticamente La Música de Marie a todos los amantes de la fantasía, de las pelis de Miyazaki, obviamente de Usamaru Furuya y a quienes queran explorar un manga lleno de ideas preciosas, desafiantes, provocativas, bien desarrolladas, resueltas con maestría y encarnadas en personajes entrañables, de los que cuesta despedirse a la hora de cerrar el libro. Nada más, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 15 de octubre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.25

Otro tomo del coleccionable de
Nippur con unas cuantas sorpresas para compartir con ustedes… Primero, repasando la lista de episodios y sus fechas de publicación descubro que entre Junio y Diciembre de 1977… ¡no se editaron nuevos episodios de Nippur! La serie más popular de la editorial Columba, que atravesaba una época de esplendor a nivel comercial acompañada por un nivel artístico bastante aceptable, desapareció de las páginas de la revista D´Artagnan durante SEIS MESES. No tengo idea qué pasó, si Robin Wood dejó de mandar guiones, si no conseguían buenos dibujantes… pero hubo seis meses, justo en el año en que Nippur festejaba su décimo aniversario, en que no aparecieron nuevos episodios de esta serie. El tomo arranca con “La Columna de los Buitres”, una historieta muy notable por varios motivos: por un lado, marca el final de la colaboración entre Wood y Ricardo Ferrari. En segundo término, se trata del pico más alto de Jorge Zaffino como dibujante de Nippur. Todavía muy lejos del estilo con el que se va a consagrar mundialmente, acá un Zaffino todavía muy joven (apenas 18 añitos) se comía crudo a su maestro, Ricardo Villagrán, y empezaba a avanzar a paso firme hacia los terrenos de un Burne Hogarth, ponele. El dibujo académico-realista en su máxima expresión, con gran fuerza icónica, y con varias páginas con pocos cuadros (en Columba “pocos cuadros” signfica “menos de 10”) que hacen que, por primera vez en mucho tiempo, aunque sea un pasaje de una historieta de Nippur se vea parecida a otras historietas de las que aparecían en otras editoriales. Y también hay páginas de 700 viñetitas microscópicas en las que el dibujo de Zaffino no se luce casi en absoluto. En tercer lugar, esta es la historieta en la que Zaffino le pone a los aliados de Nippur los rostros de Robin, de Villagrán, el suyo propio y hasta el de empleados de distintas áreas de la editorial Columba. Y entre los enemigos (a los que Nippur y su tropa hacen pedazos) hay guerreros con los rasgos de Horacio Altuna y Alberto Breccia, dos próceres de la historieta argentina que ya en los ´70 hablaban pestes de la editorial de la palomita y sus abyectas prácticas en materia de reconocimiento de los derechos de autor a los dibujantes y guionistas. La segunda historia del tomo marca la despedida de Zaffino, y tiene un guion mucho más livianito, casi en joda, que no está mal. Después viene ese bache de seis meses y al regreso, tenemos un equipo (equipazo) integrado por Robin Wood como único guionista y Carlos Leopardi como único dibujante. Desde la primera página de “Llegar a Akad” hasta el final del tomo, Leopardi sale a matar, con el cuchillo entre los dientes. Su dibujo agreste, desangelado, por momentos brutal, combina cosas de Lucho Olivera, Carlos Casalla y hasta el propio Alberto Breccia, pero además tiene una narrativa más estridente, más ampulosa, más cercana al comic de superhéroes de EEUU. En las páginas en las que Leopardi puede dibujar menos de 10 viñetas, aparece un ritmo narrativo, una intensidad, que hasta acá no habíamos visto en las aventuras de Nippur. Lástima que los coloristas (que se esforzaban bastante por no estropear los virtuosos trazos de Zaffino) le entran a las páginas de Leopardi con odio, con saña, como si el dibujante hubiese abusado sexualmente de sus madres, hijas y mascotas. Juro que por momentos me costó leer las historietas de lo espantoso que es el color, sentía que me estaba lastimando los ojos. Hijos de mil putas, ojalá mueran en cana. Y ojalá alguna vez toda esta etapa de Nippur dibujado por Leopardi se reedite en blanco y negro. En cuanto a estos cuatro guiones que ofrece Robin en su regreso tras el parate, el primero es previsible pero muy lindo, muy emotivo. El segundo está absolutamente virado al terror sobrenatural, algo que ya vimos que no funciona muy bien en el contexto de Nippur. El tercero es la enésima vuelta de tuerca al tema de los abusos de los poderosos y cómo un cuatro de copas se puede convertir en as de espadas con solo juntar los huevos para plantarse frente a la injusticia y la arbitraredad. Nippur está de adorno, pero bue. Y el cuarto y último va para el mismo lado: Nippur pintado al óleo en medio de una trama de lucha, dignidad, códigos, respeto, letaltad y amor. El balance general de estas seis historietas es muy decoroso. Muy por encima de lo que veníamos padeciendo en entregas anteriores. Ojalá sigamos así en los tres o cuatro tomos que me quedan por delante. Y nada más, por hoy. Ya estoy leyendo un libro extra-large, para reseñarlo ni bien lo termine, acá en el blog.

lunes, 12 de octubre de 2020

HOY

Este es uno de esos libros imposibles, que más que libros parecen muebles. Un libro grandote, con más de 400 páginas, que nadie que no esté entrenado para levantar pesas podrá sostener en el aire más que un par de segundos. Un objeto contundente, monumental. Al nivel del concepto, también es monumental. Es un monumento que los editores le erigieron a la historieta argentina independiente, presente y pasada. Cada detalle del libro, cada texto, cada historieta, es un testimonio de la pasión que vincula a Julián Oubiña Castro y Sergio Schiavinato con este medio, y sobre todo con esta forma de producir. El resultado es una foto enorme, completísima, que deja muy chiquitos a intentos anteriores por hacer algo más o menos similar. Lo primero que me sorprendió es que había leído en otras publicaciones UNA SOLA de las 66 historietas que integran la antología. Sospecho que los editores les habrán pedido enfáticamente a los autores participantes que entregaran material inédito, que no desempolvaran para esta edición historietas ya aparecidas en otros medios. Eso es un acierto, porque lo lógico sería que a este lbro se acercara mayoritariamente gente que sigue habitualmente a estos autores en fanzines, antologías, blogs o revistas digitales y está bastante familiarizada con las obras ya publicadas de muchos de ellos. Como en toda antología de historieta argentina post-1995, me sorprendió también la diversidad de estilos gráficos. El nivel es, a grandes rasgos, muy bueno, pero lo más impactante es la amplitud, la gran variedad de estéticas distintas que ofrece HOY. Eso habla muy bien del criterio con el que se eligió a los autores, un criterio evidentemente generoso, para nada sectario. Hay un par que me parecieron de desastrosos para abajo, muy difíciles de redimir. Pero en promedio, me parece que visualmente es una antología sólida, con muchas posibilidades de seducir a públicos distintos e incluso a paladares exigentes. No está ahí, me parece, el problema o las limitaciones que muestra la historieta argentina independiente a esta altura de su evolución. El problema aparece cuando estos dibujos se tienen que poner al servicio de una narración. Dentro estas 66 historietas, en ese sentido, noto un déficit realmente preocupante. Hay un puñado, quizás un 10% de las historietas, en las que se combinan buenos dibujos con buenos guiones. Y en el 90% restante, veo dos variantes igualmente frustrantes: Por un lado, muchas historietas que parten de una buena idea, mal llevada a la página producto de una impericia narrativa que hace que el relato no prospere, se empantane, no trascienda. Por el otro lado, guiones que nacen muertos, pavadas irrelevantes, o peor aún: planteos hiper-ambiciosos que evidentemente no se van a poder desarrollar en cinco o seis páginas y quedan ahí, a la deriva. Entiendo lo difícil que es contar algo consistente con principio, nudo y desenlace en poquitas páginas. Y entiendo también que autores y autoras acostumbrados a publicar en antologías deberían tener más recursos, más cintura, para salir mejor parados de estos desafíos. Dejo de lado el tema de la pobre redacción de diálogos y textos, porque la verdad que no hay tantos errores de ortografía. Sí muchas dudas en el uso de los signos de puntuación. Pero lo realmente alarmante es la baja calidad que me encontré en la mayoría de los guiones. Repito que hay algunos muy buenos, algunos pasables, otros cuyo argumento no me atrapó pero me engancharon con buenos diálogos, algunos que no entendí ni remotamente qué corno me estaban queriendo contar, y otros donde entendí la trama pero me pareció muy poco atractiva, o la vi naufragar a merced de una precariedad lamentable en el armado de las secuencias, la elección de los enfoques o la planificación de las páginas. Es muy injusto tirar este tipo de críticas sin hacer nombres, sin entregarles el salvoconducto a los que merecen quedar exentos del “tirón de orejas”, pero me gustaría creer que ellos y ellas saben quiénes son, que no necesitan que yo los identifique por escrito. Rescato la gran variedad de temas, las ganas de contar cosas distintas, pero en la mayoría de los casos noto que faltan herramientas, que los autores se propusieron hacer cosas que no están del todo capacitados para hacer. Por suerte están los dibujos, que empujan para arriba el promedio final, las ilustraciones (que en su mayoría son excelentes) y los textos teóricos de Oubiña Castro, realmente valiosísimos. Y ese cuidado, esa atención por aspectos de la edición que muchas veces se descuidan y acá, en HOY, están impecables hasta en los más mínimos detalles. Ojalá en 10 ó 20 años, estos mismos editores produzcan un nuevo libro antológico con este nivel técnico, esta diversidad, esta pasión, esta amplitud de citerios, en la que (los que lleguemos vivos a verla) podamos apreciar una evolución en el aspecto más flojo de esta antología (y –supongo- del universo que la misma busca reflejar), que son los guiones. Por encima de cualquier cuestionamiento del tipo “¿Cómo pusieron una historieta de Tal y no una de Cual?”, me parece importantísimo subrayar este punto: con malos guiones o dibujantes que no saben narrar, el techo nos queda demasiado bajo. Hay que encontrar la forma de romperlo y de crecer por afuera de estos límites que se ven tan claramente en las páginas de HOY.

viernes, 9 de octubre de 2020

SOUTHERN BASTARDS Vol.2

Hace más de tres años, el 26/07/17, le dediqué unas breves líneas al Vol.1 de Southern Bastards, la creación de Jason Aaron y Jason Latour. Además de resaltar unos cuantos puntos muy altos que encontré en ese primer arco argumental, yo me preguntaba qué volantazo le iba a pegar Aaron a la serie en el inicio de este segundo tomo, como para que el núcleo del argumento se pudiera estirar más allá de los ocho o diez episodios como máximo. Bueno, acá están las respuestas. Por un lado, la Gran Vagabond, algo que Aaron ya había hecho con maestría en Scalped: paro la bocha, no avanzo casi nada en la trama ambientada en el presente y te encajo cuatro episodios donde lo central es la historia del villano, desde sus inicios hasta su ascenso a ese lugar de poder, corrupción e impunidad donde lo vimos en el primer arco. Así, Euless Boss pasa en menos de 90 páginas de ser “el malo de Southern Bastards” a ser un personaje complejo, fascinante, lleno de matices, con una carnadura humana y una profundidad que lo ponen allá arriba, al nivel de aquel inolvidable Red Crow que nos partió la cabeza y el alma a los que leimos Scalped. Por el otro, el epílogo, las dos últimas páginas del tomo, abren la puerta para otro recurso clásico de este tipo de relatos: alguien de una nueva generación, a quien nadie tenía en el mapa, va a volver de muy lejos para vengar al caído, en este caso a Earl Tubb. Y seguramente va a alterar para siempre el delicado equilibrio de poder que sostiene a Boss en lo más alto de la impresentable sociedad de Craw County, Alabama. Así que ya están jugadas las cartas para que esta serie tenga por delante unos cuantos arcos más, uno más impactante que el otro, y son cartas tremendas. Anchos de espada, como mínimo. Este trip al pasado que encara Aaron en el Vol.2 es una gema de la brutalidad y la mala leche. Hay pasión a full, pero hay un desprecio por la gente, por los vínculos y el respeto, que te hielan la sangre. Y hay, además del despiadado Boss, un segundo personaje que crece en importancia a lo largo del tomo (el maestro Big), en cuyo desarrollo Aaron despliega toda su jerarquía como creador. Llega un punto en todo es tan extremo que el verosímil se empieza a abollar, como aquel DNI que te daban a los 16 años que era un cuadernito con tapas verdes y que uno llevaba siempre en el bolsillo de los jeans. Pero, como sucediera en la reservación aborigen de Scalped, Aaron nos va tirando sutilmente la data que nos convence de que Craw County no es un lugar común, sino un caso bastante excepcional, donde las cosas funcionan con otras reglas, y donde lo que a nosotros nos resulta extremo y demasiado atroz para aceptarlo como real, es parte de una “normalidad” escabrosa, pero “normal” al fin. También en este tomo es mucho más relevante que en el anterior el hecho de que Boss es el director técnico del equipo de football americano del condado, los Running Rebs. Con lo cual los diálogos nos bombardean con muchísimos tecnicismos que tienen que ver con ese espantoso e incomprensible deporte, que lleva décadas manchando el nombre de otro deporte infinitamente superior. Los personajes discuten tácticas, jugadas, variantes posicionales, formas de lanzar la pelota, de derribar a los adversarios… a un nivel de precisión y detalle que a los que no cazamos una de football americano nos dejan bastante de garpe. Pero igual se entiende todo, no es que la trama te desconcierta si no entendés de qué jugadas discuten Boss y Big. Por momentos parece una canchereada de Aaron, como si nos quisiera refregar por la cara lo mucho que conoce de la parte táctica de este deporte. Digo esto sin saber un carajo, no? Por ahí ves 15 minutos del equivalente a TyC Sports del football americano y te alcanza para manejar todos estos términos como si fueran “doble 5”, “falso 9”, “salir jugando”, “hacer la banda” o “tirar la diagonal”. Y no me quiero ir sin hablar maravillas del dibujo y el color de Jason Latour. Increíble, en ambos rubros. El dibujo es rarísimo: por momentos parece un boceto de Goran Parlov entintado a los pedos por Danijel Zezelj, pero de a ratos aparecen rasgos más de comic francés, tipo Patrice Killofer. Las escenas dentro de los partidos de football americano tienen otra estética, otra paleta de colores, como si fueran afiches ilustrados. En general, cada ambientación tiene su propio clima, su propio tratamiento de los fondos y del color. Latour tiene una forma de dibujar la violencia que por un lado te asfixia, te desgarra el alma, y por el otro te cautiva, te hace querer más violencia. Excelente labor de este artista único y personal, todavía no valorado en toda su dimensión. Me compré el mismo día los Vol.2 y 3, así que en cualquier momento le entro al TPB que le sigue a este. Atenti que ni bien termine un libro que estoy leyendo, reaparezco con nuevas reseñas, acá en el blog.

martes, 6 de octubre de 2020

ARAIA

Ricard Castells fue un talentoso historietista e ilustrador catalán que vivió apenas 47 años, entre 1955 y 2002. Nunca pegó un hitazo ni remotamente masivo, pero su talento y su don de gente lo convirtieron en un autor muy respetado en el ámbito de la historieta española, uno de esos tipos de los que todo el mundo suele hablar maravillas, tanto a nivel profesional como personal. Este librito se propone rescatar cuatro historias cortas, definidas por el propio Castells como “las más crípticas” de su no tan extensa carrera. Es un libro al que –analizado con la Ratio Accorsi- le falta claramente una historieta más, o le sobran unas cuantas páginas. Pero la posibilidad de tener cuatro historietas que componen su “obra dispersa” en un sólo libro sin dudas me sedujo como para comprarlo. Veamos con qué me encontré a la hora de leerlo: La primera historieta tiene muy poquito texto y está escrita en un registro intencionalmente confuso. No hay una historia, un conflicto, una curva dramática, o por lo menos yo no la encontré. La segunda se publicó originalmente en el formato de 11 páginas de nueve cuadros, pero para esta edición Castells la rearmó en 25 páginas de cuatro cuadros, lo cual la mejoró notablemente. Acá sí hay un argumento identificable, no sencillo, no exento de caprichos y excentricidades, pero presente. La tercera historieta es más onírica que narrativa, y de nuevo se complica encontrar algo así como un hilo conductor que le dé un sentido dramático a esas cinco breves páginas. Y la quinta es la que tiene el argumento más claro, la que se entendería incluso sin los diálogos (prestándole mucha atención, no?). También tiene cosas raras o estrafalarias, pero sin dudas es la menos críptica de todas. Y por si faltara algo, el argumento está muy bien, es una historia preciosa, muy sutil, con guiños al cine y la literatura y con un mensaje triste, teñido de nostalgia por tiempos mejores que quedaron atrás. Y acá está la puerta que, una vez que la abrimos, no la queremos cerrar nunca más. Entrarle a Araia por el lado de las sensaciones y emociones que transmite puede ser un canto de sirenas absolutamente irresistible, porque Castells juega todo el tiempo a eso: no tanto a contar como a sugerir, no tanto a expicar como a dejar pistas que el lector (si se copa) puede unir como para darle forma a las historias. El atractivo principal está claramente en los climas, en lo que las historietas de Castells nos transmiten no tanto desde los textos, pero sí desde los dibujos. Estamos ante un artista de un virtuosismo gráfico único, irrepetible, un genio con un manejo de técnicas diversas y asombrosas al nivel del mejor Bill Sienkiewicz, del mejor Dave McKean. En la última historieta, Castells ni siquiera planifica la puesta en página: parte todas las páginas en seis viñetas del mismo tamaño (sin zanjas que las separen) y cuenta la historia simplemente eligiendo qué mostrar en cada una de las viñetas, y cómo organizar la información dentro de cada una. Lo mismo sucede en la historieta más larga (Sombra Runa): cuatro viñetas por página, todas del mismo tamaño, siempre con los textos POR AFUERA de las viñetas, y a llenar esos rectangulitos con dibujos. O sea, la puesta en página está fuera de la ecuación. Lo importante es lo que crea con el dibujo. Y en ese aspecto es donde Araia te pasa por encima con un nivel de magia y poesía que muy pocas veces se ve en la historieta. Castells juega con el color, con el blanco y negro, con aguadas, con pasteles, con acuarelas, témperas, crayones, puntos, manchas… En Selene, la historieta más extraña y más breve del tomo, las viñetas parecen cuadros de un artista plástico a los que Castells les dibuja encima con un trazo finito, esperpéntico, como si dibujara con luz. Así es como todo el libro está regado de unas imágenes de una belleza indescriptible, unas atmósferas cautivantes, a veces más etéreas, a veces más prosaicas, siempre armónicas, sugestivas, evocativas. Ponerse a reclamar porque no todos los guiones se entienden cuando te ponen enfrente semejante despliegue de talento visual es básicamente un absurdo. Si te gusta la historieta rara, experimental, arriesgada, con cero finalidad comercial y fuerte impronta autoral, tarde o temprano vas a llegar a Ricard Castells, este artista prodigioso que alguna vez la rompió trabajando en equipo con Felipe Hernández Cava (él dibujó el álbum final de la trilogía de Lope de Aguirre, iniciada por Enrique Breccia), pero que solito, lejos de la aventura y cerca de su fascinante y a menudo desconcertante mundo interior, nos regaló las cuatro historietas que acabo de disfrutar. No mucho más, por el momento. Gracias por el aguante y la seguimos pronto, acá en el blog.

sábado, 3 de octubre de 2020

ELEKTRA LIVES AGAIN

De las obras en las que Frank Miller dibuja sus propios guiones, Elektra Lives Again debe ser la más rara. E incluso la menos difundida, la que menos se menciona, o la que menos menciona el propio Milller. Lo más raro es que el guion se escribió en 1984 y la novela gráfica salió a la venta en 1990. O sea que varias obras que se publicaron antes que esta (Elektra: Assassin y Daredevil: Born Again, por ejemplo) se escribieron después que Elektra Lives Again. En la continuidad de Daredevil, no es difícil de ubicar en el algún punto de la etapa de Denny O´Neil, pero la novela gráfica no lo aclara. Originalmente, tampoco había sido pensada como novela gráfica: lo de editarla en tamaño más grande, en tapa dura y con el logo de Epic (que le habilitaba a Miller meter escenas de sexo y un nivel de violencia muy salvaje) surgió después. En algún momento esta historia iba a ser un número de la revista Marvel Fanfare y después el proyecto mutó y pasó por las manos de varios coordinadores a medida que los tiempos se dilataban. Entre que Miller la escribió y la fecha de publicación, el autor tuvo un regreso a Daredevil, vio cómo su padrino y amigo Jim Shooter caía en desgracia, rompió todo con The Dark Knight Returns y Batman: Year One, recorrió todo Estados Unidos promocionando sus comics de Batman, se peleó con DC, empezó a trabajar para Hollywood… En un punto, la tremenda demora que sufrió Elektra Lives Again es casi lógica si pensamos en las turbulencias que experimentó Miller en su vida profesional durante esos años. Ya estoy veleteando, al mejor estilo UCR: lo más raro –me parece ahora- es que no esté el logo de Daredevil en la portada. Esta no es una aventura de Elektra, ni por casualidad. El protagonista absoluto es Matt Murdock (ni siquiera Daredevil) y toda la historia está narrada en primera persona por el abogado ciego. De hecho, lo peor que tiene la historia es que durante buena parte de la novela, no sabés si lo que está contando Miller es real, o si son sueños o alucinaciones de Matt. Acá tenemos la clásica batalla de Argumento vs. Guion, y esta vez el guion es realmente hermoso. Son casi 75 páginas con unos bloques de texto poéticos, muy bien escritos, un ritmo narrativo muy ganchero, con secuencias orquestadas con imaginación y coraje, diálogos memorables, miles de referencias sutiles a la saga original de Elektra, mucho juego simbólico con la fe católica de Matt… Pero es como tratar de ponerle vitraux a una carpa. La estructura es tan débil que no lo resiste. Elektra Lives Again te impacta con un guion muy pulido, muy sofisticado, pero nada llega a buen puerto porque el argumento, lo que Miller tiene para contar, es la nada misma. Entonces todo se disuelve en la ambigüedad, en el “capaz que fue todo un sueño”, o “Matt estaba tan obsesionado con Elektra que por ahí todo esto lo flasheó” y atrás de eso no se ve una historia sólida. Sobre el final, pareciera que Matt hizo un recorrido, que todo esto le sirvió para poder seguir viviendo sin el amor de Elektra y sin su fantasma quemándole la cabeza. Pero no está muy enfatizado por el autor. Otro punto rarísimo (y maravilloso) es que Miller no le da estas páginas para entintar ni a Klaus Janson ni a nadie más. En una de esas, el proyecto se atrasó los años que se atrasó porque Miller decidió hacerse cargo él mismo de las tintas, en un estilo distinto, con una línea clara, que cambia poco de grosor. Es un estilo precioso, sutil, finoli, con los mismos trucos narrativos que vimos en The Dark Knight Returns, pero con otro acabado, mucho más prolijito, con más detalle, con unos fondos elaboradísimos, como si Miller estuviera en tránsito hacia un estilo más cercano al de… Geoff Darrow, ponele. Lo cual también hace un ruido descomunal si pensamos que la siguiente obra que Miller va a dibujar él mismo va a ser Sin City (en 1991), donde visualmente pega un volantazo bestial y se va a terrenos totalmente impensados para los fans acostumbrados al Miller de los ´80. En Elektra Lives Again todo se ve realmente increíble: no sólo se nota el laburo a destajo de Miller, sino que además, a la hora de agregar el color, Lynn Varley inventa nuevas magias que potencian muchísimo el resultado final. Brillos, texturas, detalles, atmósferas, esfumados… todo cobra un relieve de gran belleza plástica gracias a la labor de la colorista cuyo nombre aparece –con toda justicia- del mismo tamaño que el de Miller en la portada del libro. ¿Recomiendo Elektra Lives Again? Si te gusta Miller como dibujante y querés ver un momento extraño y notable en su evolución gráfica, por supuesto que sí. Si sos fan de Elektra, también. Si sos fan de Daredevil, supongo que también, porque Miller se mete a fondo en la psiquis del personaje y demuestra (una vez más) que lo entiende como pocos autores. Pero si te gustan las historias sólidas, donde el argumento se te venga encima como un tren dispuesto a pasarte por encima y te deje pensando en lo mucho que cambiaron las cosas entre la primera página y la última, la verdad que no. En ese caso, me parece que esta historieta te va a dejar bastante frío, vas a proferir varios “¿WTF?!?” y vas a entender por qué en los 30 años transcurridos ningún guionista se hizo cargo de lo que narra Frank Miller en estas páginas. Nada más, por hoy. Gracias por estar ahí y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.