el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 31 de marzo de 2014

31/ 03: FURARI

Hoy el blog cierra su mes número 51 y cumple 1500 posts. Era una fecha importante (para mí, por lo menos) y la quería festejar con Jiro Taniguchi, uno de los fetiches de este blog y uno de los mejores mangakas de todos los tiempos.
Lamentablemente, la fiesta fue un velorio. Furari me resultó visualmente magnífica y aluciné como siempre con el asombroso trabajo del sensei en cada paisaje, cada fondo, cada animal, cada vista panorámica, cada trama mecánica y por supuesto en esas cuatro paginitas a color que parecen directamente de otro planeta, de tanto que avasallan los límites de lo humanamente posible.
Pero claro, además de mirar las historietas, a uno se le ocurre también leerlas y ahí es cuando queda en evidencia lo poco que tenía para contar Taniguchi en estas 200 páginas, originalmente publicadas en Japón en 2011. Leyendo una gacetilla de prensa de la editorial que lo publicó en España, me entero que el protagonista es Tadataka Ino, y que existió en la vida real. En el manga, no hay ninguna mención a esto. Ni siquiera se nombra al protagonista. Taniguchi jamás intenta vendernos el manga como una biografía de Ino, sino como una serie de historias en las que un señor jubilado dedica su tiempo libre a medir las distancias entre un lugar y otro de Edo, que es como se llamaba Tokio en la época feudal.
Recién sobre el final, pasa algo: tras varios años de trabajar de cartógrafo aficionado, sin instrumentos y sin ningún apoyo de las autoridades, el protagonista consigue la banca del shogunato y parte junto a su esposa a otra ciudad, donde finalmente podrá hacer (creo, porque Taniguchi no lo muestra) las mediciones más sofisticadas, las que siempre quiso hacer en Edo y nunca pudo. Esa es toda la evolución que vamos a ver en la trama.
Durante la inmensa mayoría de las historias que componen el libro, Ino no menciona sus ganas de que lo manden a Ezochi a trabajar en lo que tanto lo apasiona. Simplemente lo vemos caminar por Edo y sus alrededores, con la pachorra de un jubilado que no tiene mucho más para hacer. Las historias tienen un tono claramente descriptivo y Taniguchi las usa principalmente para mostrarnos cosas de la vida cotidiana del Tokio feudal. El comercio, la comida, la poesía, la música, los paisajes, el clima, por supuesto la fauna y la flora (que son fija en todas las obras del maestro), más alguna secuencia puertas adentro, en las que Ino conversa con su esposa. El núcleo de las historias son los paseos de este señor, que a veces sale a medir distancias entre un punto y otro, y otras simplemente a caminar (solo o con su mujer), para boludear, para contemplar las estrellas, los animalitos, los lagos, las montañas, o para comer en alguna fonda o en algún chiringuito callejero.
El truco de las historias sin conflictos, que giran más en torno a la descripción y la contemplación que a la evolución, o a la sucesión de hechos relevantes en las vidas de los personajes, Taniguchi ya lo había hecho 20 años antes en El Caminante, con muy buen resultado. Esta vez, en cambio, me aburrí mucho. Por ahí es problema mío, que me volví un lector más conflicto-dependiente. No sé... O por ahí me cayó para el orto enterarme por una gacetilla que esto era la biografía de un famoso cartógrafo, que es un dato que sin duda tendría que estar en el manga. Lo cierto es que, pasado el impacto de la magia que hace Taniguchi con el dibujo, Furari se me fue disolviendo en una nube de sopor y bostezos, muy difícil de leer.
Me parece excelente que haya un mercado para los mangas de “paz y amor”, en los que no hay masacres, ni piñas, ni un mísero grito. Y sin dudas, hay pocos mangakas más idóneos que Taniguchi para llevarlos a cabo. Yo, sin embargo, llego hasta acá. Al próximo manga del ídolo que no prometa acción, emoción, kilombo y cheap thrills, lo miraré, me babearé con los dibujos y lo dejaré una vez más en la batea. Taniguchi ya demostró que puede crear mangas tremendos, de gran intensidad dramática, incluso sin explosiones ni machaca. Ahora se le dio por volver a las historias sin dramatismo, ni intensidad, ni nada, y la verdad que lo banqué en unas cuantas, pero en esta no lo puedo bancar más. Una pena.

domingo, 30 de marzo de 2014

30/ 03: ALL-STAR WESTERN Vol.2

Este TPB está dividido de forma muy marcada en dos arcos argumentales. Desde que arranca y hasta pasadita la mitad del tercer episodio, Jimmy Palmiotti y Justin Gray nos cuentan qué pasa cuando Jonah Hex, Amadeus Arkham, Nighthawk y Cinnamon confluyen en New Orleans para parar a una camarilla maligna y xenófoba que lleva adelante un plan para masacrar a los inmigrantes que llegan a través del puerto. Y desde el tramo final del tercer episodio hasta donde termina el sexto, la historia gira en torno a dos sectas criminales que competirán por el control clandestino de la Gotham City de la década de 1880. Por un lado, los seguidores de la Biblia del Crimen (a los que ya vimos en una saga de Batwoman escrita por Greg Rucka), y por el otro los miembros de la Corte de los Búhos, que justo estaban protagonizando una saga en la revista de Batman escrita por Scott Snyder.
Ninguno de los dos arcos son la Octava Maravilla, pero tampoco se puede decir que estén mal. Son historias muy orientadas a la acción, narradas con ritmo y eficacia, matizadas con personajes atractivos, a los que se nota que Gray y Palmiotti quieren explorar a fondo. De hecho, le permiten a Arkham ser él quien narre en primera persona los bloques de texto. Como siempre, llama la atención cómo los malos nunca le bajan un par de cargadores a Hex cuando lo capturan, o cuando el caripela lleva las de perder. De alguna manera, siempre zafa, siempre da vuelta la torta y siempre se va ganador.
En el arquito de New Orleans (y en una aventura que continúa a lo largo de tres back-ups), la dupla juega fuerte a darle chapa a Nighthawk y Cinnamon, la pareja de justicieros que (por lo menos en la continuidad anterior) eran reencarnaciones del Príncipe Khufu y su esposa. Y cuando la acción se traslada de nuevo a Gotham, la serie padece el efecto Volver al Futuro III. Si viste aquel peliculón, seguramente recordarás que la inmensa mayoría de los personajes que aparecían en el Hill Valley de 1885 eran los ancestros de los personajes de 1985. En la Gotham de 1880 y pico pasa lo mismo, con el agravante de que es una ciudad ENORME, no un pueblito del orto que recién se está poblando. Gray y Palmiotti no se conforman con darle un rol destacado a quien fundará el Arkham Asylum: también participan los ancestros de Bruce Wayne, Selina Kyle, Oswald Cobblepot y hasta de Jason Bard. Esto no entorpece el desarrollo de las tramas ni la caracterización de los personajes, sino que simplemente erosiona el verosímil.
Por el lado del dibujo, el compañero Moritat se bancó la ordalía de dibujar 12 números seguidos, algo por lo que –al menos yo- no apostaba un centavo. ¿A qué costo? Al de sacrificar ese estilo tan lindo que tenía, en el que se veía y se disfrutaba la sana influencia de Jean Giraud. Este Moritat no retiene casi nada del estilo del maestro. Se tuvo que ir de esa estética hacia otra más rudimentaria, en la que puede dibujar casi a mano alzada, a los efectos de sacarse de encima más rápido las 20 páginas que componen cada entrega. Casi sin fondos, con viñetas resueltas casi con palotes, con primeros planos dibujados con trazo grueso, con poco detalle y algunas sutilezas que sobreviven básicamente en los rostros femeninos, Moritat se convirtió en otro dibujante, correcto y dinámico en la narrativa, pero muy dependiente de que el colorista le levante páginas en las que se nota demasiado el apuro.
En los back-ups, la historia más larga está a cargo del correcto Patrick Scherberger, la de 16 páginas se la dieron a un irreconocible Scott Kolins (ahora más cercano a un clon berreta de Mike Mignola), y la más cortita, la que sólo dura 8 páginas, se engalana con el talento y la categoría de José Luis García López, maestro de los maestros del cual siempre queremos ver más.
Esta etapa de All-Star Western no es chota, para nada. De hecho es un entretenimiento dignísimo, con algunos momentos de gran intensidad, pensados para engancharte y que la pases bien. Sin embargo, por ahora no logra ni por accidente cebarme como me cebaban aquellos unitarios tremendos, esos que se podían leer en cualquier orden, en los que Hex impartía justicia con una truculencia escalofriante, y que encima a veces tenían dibujos de Jordi Bernet y otros maestros de ese nivel (o casi).

sábado, 29 de marzo de 2014

29/ 03: DAGO: LUCCA Vol.2

Como vimos la vez pasada, toda esta saga (cuyas primeras 128 páginas recorrimos el 16 de este mes) está pensada para desembocar en el enfrentamiento final entre Dago y el perverso Príncipe Bertini, jefe de la conjura que acabó con la familia de César Renzi. La idea de Robin Wood es generar tensión, hacerla crecer y –en un punto- resolverla. El tema es que se complica mucho hablar de esta segunda mitad sin contar cómo se resuelve la trama. Es como si el lunes se emitiera un programa sobre el Boca-River de mañana, pero sin mencionar nunca el resultado.
Lo más importante es que ese enfrentamiento final entre los dos enemigos llega. Se hace esperar otras 62 páginas y dura... con buena voluntad, tres viñetas. Pero llega y se define sin rodeos, sin ambigüedades y –sobre todo- de un modo impredecible, muy distinto de lo que uno se imaginaba, y aún así satisfactorio. ¿Qué pasa en las 62 páginas previas? Hay bastante chamuyo, bastante más franela, Wood nos subraya por enésima vez lo hermosa que es Lucca, lo copada que es su gente y lo bien que se siente Dago en esa ciudad, como si fuera un folleto turístico que nos quiere vender un viaje a Lucca. Y de paso resuelve las hsitorias de Dago con Orsini y Lorena, los adláteres de Bertini a los que les venía dando baile (de distintas maneras) desde el tomo anterior. La figura de Miguel Angel Buonarotti tiene menos peso que en el Vol.1, el rol de la dama de Paradini crece gradualmente (aunque el personaje no gana profundidad) y se luce un personaje que pintaba para tercerón, el Podestá, que vendría a ser la autoridad máxima de la ciudad de Lucca.
Entre que se resuelve el duelo entre Dago y Bertini y el final del tomo, tenemos otras 62 páginas. Un poquito mucho para un mero epílogo, por eso Wood las aprovecha para poner en marcha una especie de aventura complementaria a la anterior. Giácomo Barazutti, el único miembro de la conjura que queda vivo (aunque sin las manos, perdidas en un combate anterior contra Dago), le pone precio a la cabeza del veneciano y logra que los mejores mercenarios y cazarrecompensas de Italia converjan en Lucca con la firme decisión de pasarlo a valores. El héroe tendrá que aguzar de su ingenio (y abusar del cariño que le tiene la gente de la ciudad) para salir con vida de esta encrucijada. De nuevo, la resolución final se parece poco a la que uno imaginaba y sin embargo está muy bien.
En el balance global, la saga de Lucca cumplió ampliamente lo que prometía. Es una historia posta, 100% canónica, un punto de inflexión irreversible en la larguísima epopeya de Dago, y además tiene acción, aventuras, rosca política, romance, figuras históricas invitadas y dilemas morales complejos. Quizás lo más atractivo sea que acá TODO gira en torno a Dago y su venganza, no como en esas aventuras menores en las que el héroe es un mero testigo, o un integrante más de un grupito que hace cosas que ya sabíamos que iban a pasar por haber leído alguna vez libros sobre la historia europea.
A esto sumale la jerarquía de un Carlos Gómez pasado de rosca, que sale a matar con su apabullante dominio de la estética académico-realista, perfectamente condimentada con un dinamismo y una expresividad que no se ven muy a menudo en dibujantes de esta escuela. Gómez mete muchísimos primeros planos (y primerísimos planos), elimina muchos fondos y resuelve unas cuantas viñetas con siluetas. Pero no porque se esté tirando a chanta, sino porque es humano, y acá tiene que dibujar cosas dificilísimas, como edificios del Siglo XVI, multitudes, ejércitos con uniformes que no se pueden inventar ni frutear, caballos... Y todo está cuidado hasta el último detalle y mechado con escenas PERFECTAS, como la de la pelea final con Orsini. Gómez tiene un arsenal de recursos amplio y poderoso, y acá no deja cartucho sin detonar. El lenguaje corporal, las expresiones faciales, los detalles y las texturas en ropas y fondos, el equilibrio entre masas negras y espacios blancos, el montaje terriblemente dramático en la escena en la que Dago y Bertini quedan frente a frente... todo nos revela a un verdadero monstruo del Noveno Arte. Quiero YA los libros que está dibujando Gómez para Francia.
Y si puede ser, más Dago editado en Argentina. Estos tomitos salieron en Agosto o Septiembre y desde entonces no hemos tenido más entregas de una serie que vende muy bien (por lo menos eso dicen en las comiquerías) y cuya calidad no defrauda en lo más mínimo.

viernes, 28 de marzo de 2014

28/ 03: ABSURDUS DELIRIUM

Esta es otra de esas “reseñas redundantes” en las que me toca hablar de material ya reseñado anteriormente en el blog, simplemente porque lo conseguí en una edición más copada. Los memoriosos recordarán que Absurdus Delirium fue objeto de una reseña allá por el 02/06/10, y aquella vez todo se centraba en las... 60 páginas que traía el librito editado a principios de los ´90 por Complot. Libro hermoso (y difícil de conseguir!), pero que parece un papel de diario viejo -apenas apto para envolver las papas- cuando se lo compara con la edición de Glénat de 2004. Acá está TODO Absurdus Delirium, en un mega-broli de más de 200 páginas, con tapa dura, un pliego a color, formato grandote... casi un mueble, más que un libro. Y encima hasta hace unos meses estaba en oferta en algunas comiquerías argentas (lo que me hace suponer que en España fue saldado) y se conseguía a un precio realmente ridículo. Así que hice de tripas corazón y le regalé a un amigo mi preciado albumcito de Complot para volcarme por este lujoso mamotreto.
Acá tenemos en un sólo tomo la obra completa con la que se consagraron los hermanos Tha y Joan Tharrats. No sólo lo que publicaron en Cairo, también la etapa en El Jueves y la última, en la revista francesa Fluide Glacial. En total, el libro abarca páginas realizadas a lo largo de 20 años, entre 1981 y 2001. Y subrayo lo de “páginas”, porque la gran mayoría de estas historietas (sobre todo a partir de la llegada a El Jueves) tienen una sola página. Son ideas muy locas, muy ingeniosas, con mucho filo, plasmadas en muy pocas viñetas, que casi siempre desembocan en un remate humorístico, pero que a menudo tienen muy buenos chistes en el primer o segundo cuadro: no hace falta llegar al final para que los Tharrats nos roben una sonrisa. Y a veces se trata de ideas que podrían resolverse en una única viñeta, a la que los hermanos “estiran” un toque para darle forma de breve historieta.
La verdad es que, con el correr de los años, la serie amplió enormemente su abanico de recursos humorísticos y ya para el final, todo vale a la hora de sorprender al lector. Me quedé estupefacto con una idea magnífica, desarrollada en cuatro viñetas: un coronel se retira y, en vez de organizarle un partido de despedida como a los deportistas, le organizan una guerra para homenajearlo. Hay que ser muy cruel para que se te ocurra eso pero, sinceramente, me causó muchísima gracia. Como dije la vez pasada, más allá de cuánta gracia te pueda causar cada historia, es importante subrayar que todas parten de una observación muy aguda y hasta despiadada de la realidad. Los protagonistas son casi siempre gente común, mediocre, sin ningún rasgo llamativo hasta que llega ese quiebre en el que pintan el absurdo o el delirio y la cosa cobra otro color.
En la faz gráfica (que, inmenso mérito de los hermanos, es casi imposible disociar de las ideas y los diálogos) vemos cómo Tha explora nuevos horizontes con un éxito enorme. En las primeras páginas (las que vimos la vez pasada), todo era plumín y carbonilla. En los años posteriores, el dibujante empieza a meter grises con aguadas (furiosas, recontra expresivas) y texturas más locas, sin renunciar nunca a esos cross-hatchings electrizantes de la primera etapa. El laburo de grises es tan impresionante que, si la estética fuera un toque más dark o más grotesca, estaríamos hablando de las muchas similitudes entre Absurdus Delirium y el Perramus de Alberto Breccia. En las páginas a color, Tha mete acuarelas a lo pavote, con esa misma técnica cuasi-salvaje con la que antes incorporaba los grisados. El resultado es de una belleza plástica difícil de describir. Lo más loco es cómo un tipo que parece dibujar tan suelto, con trazos tan fluídos, tan libres, logra captar con tanta precisión los detalles en los edificios, trenes, indumentaria, personas y animales. Creo que sólo a Bill Sienkiewicz le sale tan bien ese combo. Sin dudas, Tha es un dibujante a estudiar en detalle, digno de ser puesto en un pedestal al que pueden aspirar sólo unos pocos.
Y no hay más Absurdus Delirium. Por suerte, este librazo tiene TODO y no es para nada inconseguible. Nunca es tarde para descubrir el laburo descomunal de los talentosos Tharrats, en parte porque son historias que no pasan de moda, que trascienden a su coyuntura y tienen todo para impactar incluso al lector exigente de hoy.

jueves, 27 de marzo de 2014

27/ 03: VARUA RAPA NUI Vol.2

Hoy cortito, porque tengo poco tiempo.
Este año mi temporada de viajes arranca en Chile, en un par de semanas, y acá tengo para reseñar un comic del país vecino, segunda parte de la serie que empezamos a transitar hace casi un año, el 09/04/13. En poco menos de 50 páginas, la guionista Bernardita Labourdette y el dibujante Ismael Hernández retoman la saga de los aborígenes de la Polinesia que, una vez devastado su hábitat original, logran asentarse en lo que hoy conocemos como la Isla de Pascua.
El dibujo de Hernández me gustó más que en el Vol.1. Cada vez más afianzado en su estilo, Hernández logra un equilibrio muy atractivo entre poesía y salvajada, se va al carajo (en el buen sentido) a la hora de adornar sus dibujos con líneas finitas, que se entrelazan para formar muy buenas texturas y efectos de iluminación, y sorprende como la primera vez con su principal virtud, su marca de fábrica, que es el gran dinamismo que le imprime a las figuras. Esto sumado a los riesgos que asume Hernández en la composición de la página (repleta de diagonales), resulta en una faz gráfica no perfecta, pero sí muy atractiva.
El guión me enganchó un poco menos que la vez pasada. Creo que porque tarda en arrancar. Hay un conflicto muy intenso, muy bien desarrollado por Labourdette, pero se define, cobra forma, cuando ya van 20 páginas. El primer tramo es un tanto errático, y si bien le sirve a la protagonista para presentar a los personajes, en la lectura global me da la sensación de que aporta poco. Después, la historia se pone tensa, linda, con un buen balance entre esa onda cuasi-antropológica (que pasa por la indagación en los usos, costumbres y creencias de estas tribus) y la onda más aventurera, esta vez un toque menos épica y más personal, porque el duelo no es entre dioses sino entre hermanos.
Por momentos cruda y violenta, por momentos tierna y casi lírica, esta segunda entrega de Varua Rapa Nui la reafirma como una de las muy buenas series que tiene hoy el comic chileno. Espero ansioso la tercera entrega, a ver hasta dónde piensan llegar Labourdette y Hernández en su recreación mítico-histórico-aventurera de la fascinante historia de la Isla de Pascua y sus habitantes.

miércoles, 26 de marzo de 2014

26/ 03: THE MASSIVE Vol.1

Si yo te cuento lo que pasa en estas casi 170 páginas de historieta, vos me vas a responder que The Massive está más estirado que los elásticos de mis calzoncillos. Y tendrías razón, seguramente. El tema es que, por lo menos en el arranque de esta nueva serie, el guionista Brian Wood (uno de los fetiches de este blog) no se propone tanto contar historias como describir un status quo nuevo, raro, muy interesante, inquietante por lo posible, como pasaba con el de DMZ. Eventualmente –supongo yo- vendrán las aventuras en este mundo drásticamente alterado por una seguidilla de brutales catástrofes naturales. Por ahora la onda es explorar cómo quedó nuestro planeta luego del “Crash”, contar un poquito (no todo) acerca de ese momento crucial en el que ciudades y países enteros fueron arrasados por tsunamis, terremotos y tornados, y analizar las nuevas reglas del juego para los que siguen vivos.
El ritmo parsimonioso le sirve a Wood para que los personajes se desarrollen con comodidad, en diálogos profundos, que nos los muestran como a seres humanos realmente tridimensionales; e incluso para que recuerden varias escenas de sus respectivos pasados, un recurso que sirve, por un lado, para darle más carnadura a los protagonistas, y por el otro para mostrarnos cómo en pocos años el mundo que nosotros conocemos se transformó violentamente en el mundo que imagina el guionista para esta serie. El capitán Callum Israel, la enigmática María y el duro Mag conforman sin dudas el elenco básico de The Massive, pero en la segunda mitad de este tomo Wood nos ofrecerá varias secuencias en las que tendrán bastante peso la joven idealista Riley y el curtido mafioso Arkady.
Tampoco vayas a creer que en este primer tomo no hay acción. Hay, en pequeñas cantidades, de un modo para nada forzado, circunscripta con buen criterio a la acción que puede ver un barco que recorre los océanos en busca de otro barco perdido, que cada tanto tiene que conseguir combustible, agua potable y alimentos... esa onda. Y aún así Wood se anima a meter un par de conflictos más heavies, verdaderas luchas contra algo así como un antagonista. No llegan a ser esos combates a todo o nada entre buenos y malos tan típicos del comic de aventuras, pero por lo menos vuelan varios tiros y unos cuantos culatazos.
Lógicamente, toda esta onda tranqui, de contemplación, de anti-epopeya crepuscular, necesitaba de dibujantes realistas, capaces de captar desde la gráfica el dramatismo de lo que nos está narrando Wood. Y la verdad es que el guionista se sacó la lotería dos veces a falta de una. Los primeros episodios de este TPB están a cargo de Kristian Donaldson, uno de los buenos suplentes que aparecieron en DMZ. Donaldson es apenitas frío, pero tiene un estilo firme, ajustado, muy propicio para integrar la referencia fotográfica a su grafismo. Y en la segunda mitad del tomo tenemos a Garry Brown, un dibujante al que yo no conocía, que me pareció un talento a tener MUY en cuenta. Brown parece haber sido asistente o alumno de John Paul Leon o Tommy Lee Edwards y seguramente aprendió de ellos cómo darle expresividad y realismo a los primeros planos, cómo resolver con éxito complejas secuencias mudas y hasta cómo afanarle truquitos a Jorge Zaffino. Realmente excelente lo de este muchacho y glorioso como siempre el trabajo de Dave Stewart, que sigue demostrando por qué es uno de los mejorse coloristas de la historia de los comic-books.
A pesar de que la trama más que avanzar se arrastra, la premisa de The Massive me interesó lo suficiente como para bancar la serie un par de tomos más. El trabajo que hace Brian Wood con los personajes, los diálogos y el contexto que inventó para ambientar la historia tienen muchísimo mérito, y por supuesto ayuda el hecho de que le hayan puesto muy buenos dibujantes. ¿Quién te dice? En una de esas, para cuando lea el Vol.3 ya voy a estar tan cebado con The Massive como cuando le entré a Northlanders o DMZ...

martes, 25 de marzo de 2014

25/ 03: CAPTAIN AMERICA: THE WINTER SOLDIER

Primera vez en el año que me clavo 136 minutos en un cine y la verdad es que valió mucho la pena. El nuevo largometraje del Capi América me gustó más que el anterior y no sé si no te la pongo en el primer puesto entre todas las pelis “solistas” de héroes de Marvel.
La referencia al Winter Soldier en el título enseguida nos hace pensar en la gloriosa etapa del comic escrita por Ed Brubaker, y hacia ahí ponen la proa los directores Anthony y Joe Russo. Estamos frente a una peli de acción y espionaje, con muchos puntos en común con los comics de Brubaker. En primer lugar, el tema de abrir el juego, de no centrarse sólo en Steve Rogers. En ese sentido, está muy bien lograda la incorporación al elenco de Falcon, hay mucho Black Widow (está claro que no le piensan dar su propia película, por eso la idea es que tenga mucha chapa en las de los otros) y mucho Nick Fury, que se lleva algunas de las mejores escenas. Por supuesto hay peleas, explosiones, y algo que en el cine se luce más que en los comics, que son las persecuciones con vehículos.
Sin contar nada del guión, creo que lo más interesante es que en esta aventura el Capi aprende que los buenos a veces se tienen que ensuciar, que no es todo tan blanco y negro. De hecho, todos los héroes están manchados con sangre. Todos fueron soldados que pelearon en alguna guerra, o espías que participaron de turbias operaciones encubiertas. Cualquier cosa menos nenes de pecho. Como en todas las pelis de Marvel, hay diálogos muy ingeniosos y unos cuantos chistes muy efectivos, aunque acá la cosa jamás derrapa para el lado de la joda. Sin ser tan solemne como la primera del Capi, esta película no se olvida nunca de ser, ante todo, dramática. Los hallazgos de los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely son varios, pero yo me quedo con la idea que se les ocurrió para hacer volver a HYDRA (y al maestro Arnim Zola!) y los huevos para plantear un final con consecuencias MUY grossas a futuro. Lo más flojo es el “villano encubierto”, que sufre el Síndrome de Ozymandias: nunca me sorprendió que fuera malo, porque nunca le creí que fuera bueno.
Los guiños comiqueros son muchos. Por supuesto se mencionan al pasar a los otros miembros de los Avengers, pero además hay referencias al Doctor Strange, hay una reinterpretación rara pero respetuosa de Batroc (villano clásico del Capi), y entre los créditos, una secuencia que presenta a un villano y dos personajes que acá pintan como malos, pero sabemos que en algún punto se van a pasar al bando de los buenos. No los nombro para no spoilear, pero creo que la mayoría sospecha de quiénes se trata. Ah, y si la mirás MUY finito, hay una referencia al personaje de Samuel Jackson... en Pulp Fiction! No sé a quién se le ocurrió meter eso, pero es una genialidad.
Y después hay boludeces para irritar a los comiqueros, como el hecho de que los héroes peleen DEMASIADO sin los uniformes, o que el Capi pierda el escudo, o lo tire a la marchanta y siempre aparezca un escudo nuevo, que no se sabe bien de dónde carajo sale. Está clarísimo que en el universo fílmico el escudo NO es único e ireemplazable, y si bien no es algo ilógico, le resta mucha emoción y mucho impacto a las escenas en las que el Capi se separa de su emblemático objeto. Pero son boludeces. Puestos a indignarnos por giladas, es mucho más indignante la cantidad de balas que se disparan sin que nadie salga herido.
Captain America: The Winter Soldier es una película con muchísimo ritmo, un argumento enroscado, para nada obvio, muy bien condimentado con dilemas morales jodidos, peleas espectaculares, diálogos afilados, un par de actuaciones muy notables (con medalla de oro para Samuel Jackson) y esa grandilocuencia, ese “a todo o nada” tan típico del blockbuster hollywoodense. Si disfrutaste los comics del Capi cuando los escribía Brubaker, no creo que la vayas a pasar mal. Y si seguís con devoción religiosa toda la saga fílmica de los héroes de Marvel, seguro te va a emocionar. No sé cuántas pelis faltan para Avengers 2, pero yo estoy muy cebado esperando Captain America 3.

lunes, 24 de marzo de 2014

24/ 03: NO ES SERIO

Hace ya muchos años que Fabián Zalazar publica sus tiras y chistes en diversos medios electrónicos (el sitio web de Comiqueando, sin ir más lejos) y hoy su trabajo está tan impuesto, tan difundido, que no sé si no tiene más lectores de los que tendría si publicara en una revista “de las de antes”, tipo Hortensia, Hum® o Satiricón. Obviamente, si existiera hoy cualquiera de esas revistas, seguramente querría tener a Zalazar entre sus colaboradores habituales. Se trata de un autor prolífico, realmente comprometido con el oficio, que no aspira en absoluto al virtuosismo gráfico, sino al impacto de su humor.
Este libro ofrece casi 100 páginas de tiras y chistes de Zalazar, en las que vemos varias cosas para destacar:
1) El material no pierde atractivo cuando se lo pasa de color a blanco y negro.
2) Las primeras tiras de Zalazar (de principios de los ´90) tienen un dibujo muy precario y la evolución en el desempeño gráfico del autor es muy notable. Las tiras más recientes están dibujadas a un nivel muy superior al de las primeras, sin nada que envidiarle a los dibujantes que hoy publican tiras en los diarios de nuestro país.
3) Zalazar transita por varios registros distintos del humor, entre ellos el absurdo y el grotesco, y para mi gusto logra los mejores resultados cuando juega con la incorrección política y con la escatología (acá hay chistes de pedos y soretes tan buenos como los mejores de Gustavo Sala).
4) Nunca había visto tiras de Segovia & Ramírez, y me parecieron fabulosas. No sé si eran inéditas o de dónde las rescataron para esta edición. Lo cierto es que me sorprendieron muy gratamente.
5) En las tiras dobles, Zalazar muestra una solvencia increíble para narrar estas mini-historias con imágenes, apoyado sobre todo en el timing (perfectamente controlado) y en sorpresas que se reserva para el último cuadrito y que se revelan con un cambio en el enfoque, una especie de pase de magia que en realidad consiste en mover un toque “la cámara”.
6) Los chistes de una sola viñeta están muy bien resueltos, con gran economía de recursos y la acertada decisión de resolver los fondos de un modo muy original.
Barrial y prosaico, pero no por eso menos profundo o menos agudo, el humor de Fabián Zalazar está en las antípodas del de un Tute o un Liniers. Acá, todo está jugado al chiste, a que te rías. Sin jugarla de poeta ni de intelectual, con un dibujo que se adapta a lo que el autor quiere contar/mostrar (a veces con un registro mucho más realista que el del humorista gráfico promedio), las tiras y chistes de Zalazar merecían largamente ser reunidas en un libro. Si ya eras fan de este capo oriundo de Quilmes, supongo que este librito ya es parte de tu biblioteca. Y si no lo conocías, recorré un toque la web, descubrilo, cebate, y después sí, salí a buscar tu ejemplar de No es Serio.

domingo, 23 de marzo de 2014

23/ 03: EL CLUB DE LOS ILUSTRES

Retomo mis habituales paseos por la historieta latinoamericana actual y arranco por Uruguay, para encontrarme con una extraña creación del prolífico guionista Rodolfo Santullo, esta vez junto al dibujante Guillermo Hansz (quien lo acompañara en el unitario que vimos en la Antología Zombi).
El Club de los Ilustres respeta casi religiosamente la consigna de The League of Extraordinary Gentlemen. Es una aventura clásica, ambientada a fines del Siglo XIX, con protagonistas a los que el lector (uruguayo) ya conoce a la perfección, y con un elemento novedoso: los héroes y villanos no son personajes de ficción, sino hombres y mujeres que existieron en la realidad, no tomados de la literatura uruguaya, sino de la historia del país hermano. Una vez más, un guionista charrúa nos invita a leer historietas con los libros de historia a mano, sobre todo a los que –como yo- desconocemos bastante la materia. De la decena de personajes con los que juega Santullo, yo sólo conocía a uno de los héroes y al villano más grosso, al que se revela casi sobre el final de la obra.
Por suerte, el dato de que estos personajes existieron en la realidad (y más o menos en la misma época) es casi anecdótico. No hace falta conocer la vida y la obra de José Pedro Varela para engancharse con la historia, ni para entender por qué cada uno de estos tipos hace lo que hace. Por encima del guiño al conoisseur, está la aventura, que funciona muy bien y te atrapa desde el principio, aunque no tengas la más puta idea de quién es Delmira Agustini. Santullo te la presenta suscintamente como una mina audaz, corajuda y con muchos recursos, y ya está. Con eso alcanza y sobra para entender todo lo que va a hacer Delmira en la historieta.
La aventura en sí es bastante más light que las de los Extraordinary Gentlemen de Alan Moore y Kevin O´Neill, en parte porque Santullo la desarrolla (con introducción, nudo y desenlace) en menos de 75 páginas, y porque hay un clima más distendido, más festivo. Lo que está en juego no es moco de pavo (los héroes tendrán que desactivar una conjura que planea derrocar al presidente Cuestas mediante un golpe de estado), pero el tono de la obra deja margen para varios diálogos claramente en joda y unas cuantas situaciones más cómicas, de esas que metían Hergé o Franquin a modo de respiro, de recreo, en el medio de las trepidantes aventuras de Tintín o Spirou.
La referencia a Spirou sirve también para hablar del dibujo de Guillermo Hansz, claramente influenciado por el del maestro André Franquin. Como esto está pensado para blanco y negro, la mancha, la pincelada y hasta la laguna de tinta tienen mucho más peso gráfico que en cualquier álbum de Spirou. Sin embargo, los personajes se ven y se mueven de un modo muy similar a los de Franquin: Manos grandes, orejas enormes, cabezas un toque desproporcionadas para que se luzcan más las expresiones faciales, piernas flaquitas, pies largos y un lenguaje corporal siempre cercano a la pantomima, siempre propenso a la exageración con fines humorísticos. En este estilo, Hansz logra una performance muy notable, con un gran criterio para la narrativa, mucha versatilidad en la planificación y el armado de las páginas (en Spirou jamás vimos el truco de acentuar el impacto de ciertas imágenes mediante la eliminación de los marcos de las viñetas, entre otros recursos que despliega Hansz). Además está muy bien recreado el período histórico y sobre todo hay mucho énfasis por parte del dibujante en respetar y subrayar el clima de “es una aventura a todo o nada, pero no por eso hay que tomársela demasiado en serio” que claramente transmite el guión de Santullo.
Si no le entrás con altísimas pretensiones, el combo que te ofrece El Club de los Ilustres funciona muy bien. No es un comic fundamental como The League of Extraordinary Gentlemen, pero es un entretenimiento dignísimo, con un muy buen ritmo, diálogos muy ingeniosos y una atención muy especial puesta en la diversión. La idea de Santullo y Hansz es que -aunque no seas un erudito, incluso aunque seas una bestia cuadrada que no sabe ni siquiera quién es Horacio Quiroga- la pases bien, te sientas involucrado en este relato steampunkero de buenos y malos. Por suerte, esta meta se cumple con creces, tanto que me dieron ganas de googlear los nombres de los personajes que no conocía, a ver quién carajo eran y de dónde sacaron la chapa para ser considerados “ilustres” por los autores de este comic...

sábado, 22 de marzo de 2014

22/ 03: EL SIGLO DE LAS LUCES Vol.1

Esto ya es casi un clásico: primer tomo de una serie nueva de Joann Sfar, de la cual no sale nunca (o no consigo) la continuación. En este caso, el Vol.2 de Las Lumiéres de la France (que es como se llama la serie en el idioma original) nunca llegó siquiera a anunciarse. Y eso que el Vol.1 salió en Septiembre de 2011...
Me da un poco de bronca, sobre todo porque este primer tomo es excelente. Hay tantos hallazgos, tantos toques de genialidad, que es una pena que la serie quede trunca. El Siglo de las Luces nos trae a un Sfar afiladísimo, como siempre con ganas de bajar línea sobre temas filosóficos y religiosos, pero además con mucho humor, mucha ironía, muy lindos toques de erotismo, una mirada descarnada sobre una época que se ve que investigó muy bien (mediados del Siglo XVIII) y hasta un guiño al lector que lo sigue desde siempre, en forma de un cameo de un personaje de otra serie (El Minúsculo Mosquetero).
Este primer tomo se centra en la condesa Epónima, una chica joven y sensual a la que le gusta mucho el sexo, y su marido, el Conde, un tipo volátil, bastante pusilánime, que se llena la boca reflexionando acerca de los negros y el maltrato que sufren y lo injusta de la esclavitud, pero gana fortunas con el tráfico de esclavos de Africa a América. La relación entre estos dos personajes (que cuando no garchan se tratan como amigos, no como pareja) es la más interesante del libro, pero hay varios personajes atractivos más, como la hijita de la pareja, la perrita de la Condesa (que habla, como cierto gato de Sfar, aunque sólo su dueña parece escucharlo) y el cura, lascivo y promiscuo, al que irritan las ideas filosóficas de los nobles, o cualquier cosa que parezca fruto del pensamiento y no de la fe. Sobre el final, en la última secuencia de cuatro páginas, Sfar introduce a dos personajes más, los inescrupulosos fugitivos de Cayena, que supongo que serán importantes en el desarrollo del Vol.2.
Por lo menos en este primer tramo, El Siglo de las Luces intenta contarnos en son de joda ese período de transición entre la Francia oscurantista, monárquica, colonialista, en la que las desigualdades sociales no escandalizaban a nadie, y la Francia moderna, la del iluminismo, el humanismo, en la que eventualmente flamearán banderas de Libertad, Igualdad y Fraternidad, aunque sea un ratito. Eso se puede hacer de modo didáctico, solemne y aburrido, o como lo hace Sfar, con aventuras, garches y situaciones desopilantes como la que vive el Conde cuando pide que lo pinten de negro con betún para ver qué sienten los africanos (a los que admira por el tamaño de sus miembros viriles).
Y el otro motivo por el cual quiero YA otro tomo de esta serie es por la calidad del dibujo. Posta, hacía mucho que no veía a Sfar dibujar tan bien. Esto está, sin dudas, al nivel de sus mejores trabajos. De hecho, se despega un poquito de ese grafismo suelto, casi desprolijo que habíamos observado en varias de sus obras reseñadas acá en el blog, para volver a un dibujo mucho más “careta”, más elaborado, con todo ese festival de las texturas logrado con el plumín, pero más sólido, mucho más lejos del boceto y a años luz del garabato. Acá Sfar respeta a rajatabla los márgenes de las viñetas (que no faltan nunca) y además mete muchas menos viñetas por página (nunca más de seis). La grilla dominante es la widescreen, en tres tiras que nunca tienen más de dos cuadros cada una. Al trabajar con menos cuadros, el autor le pone mucho más detalle a cada uno y además se anima a zarparse con globos de diálogo mucho más abultados, en los que a veces los personajes tiran extensos soliloquios, casi monólogos de Enrique Pinti, contenidos en una sóla viñeta. Esta vez, la paleta cromática que complementa a los trazos de Sfar no es la de Brigitte Findakly, sino la de Walter, el colorista de los primeros álbumes de La Mazmorra. Por otra parte, si te gusta el Sfar “mamarrachero”, ese que dibuja a mano alzada con una línea temblorosa, la edición española trae 10 páginas de bocetos y estudios de personaje realizados en ese estilo, algunos coloreados por el propio Sfar con unas acuarelas exquisitas.
Vuelvo al principio: ¿a quién hay que matar para que salga pronto el Vol.2 de esta serie? Esto está demasiado bueno para quedar así...

viernes, 21 de marzo de 2014

21/ 03: DEADPOOL MAX Vol.3

Una de cal y otra de mierda. Me acuerdo que el Vol.2 (reseñado el 23/12/12) me había gustado bastante más que el Vol.1 (reseñado el 05/06/12). Parecía que David Lapham y Kyle Baker lograban encauzar esto hacia un final copado, fuerte, interesante más allá de la onda cazadoresca de sexo, puteadas y violencia en joda (y en dosis para nada habituales en el mainstream yanki). Sin embargo, después de aquel supuesto final, alguien en Marvel decidió continuar esta serie, y así salieron los seis números y el especial de Navidad que recopila este TPB. Claramente, acá está lo peor de la serie.
Los chistes son menos zarpados, menos graciosos, la violencia impacta menos, la comedia picaresca repleta de referencias sexuales se hace bastante reiterativa y hasta en un punto sosa, y cuando de nuevo le dicen a Lapham “inventate un final grosso, que cerramos”, no se le ocurre nada ni remotamente parecido a un final grosso. Hay un intento, un engaña-pichanga, pero al final el guionista termina por respetar a rajatabla un status quo que –uno supone- nadie va a usufructuar jamás, porque Marvel no va a volver a prestar a Deadpool a otros autores para que jueguen por afuera de las reglas del universo “titular”.
Por supuesto, no es todo una garcha. Algunos chistes funcionan bien y algunas situaciones tienen esa alquimia finita entre aventura, parodia, descontrol y guarangada sexópata que cuando logra cuajar, se hace muy entretenida. Y lo que más rescato de los guiones: los huevos para decir con total claridad que el villano posta, el más jodido de todos, es la CIA, no los fundamentalistas islámicos, no HYDRA, no Taskmaster. En ese arco final, en el que todos van contra los servicios de inteligencia yankis, casi no hay situaciones atractivas y el argumento hace agua por todos lados. Pero es el tramo en el que Lapham se dedica a caracterizar a “Blind Al”, la directora de la CIA y a la sazón villana principal de la saga, y en ese personaje puntual se nota un laburo muy acertado, muy filoso por parte del guionista.
El otro gesto loable de David Lapham es que en este tramo final de Deadpool MAX se arremanga y dibuja. Primero unas paginitas del especial de Navidad (choto a niveles intragables) y después el último episodio, con el que cierra la serie. Por supuesto siempre es un placer ver dibujar a un tipo que la tiene tan clara y que narra tan bien, aunque estéticamente no tenga nada, pero nada que ver con la impronta gráfica del principal dibujante de la serie (y principal motivo por el cual uno se compró estos brolis), el insumergible y cada día más grosso Kyle Baker. La verdad, no hay nada que haga Baker en este tomo que no haya hecho ya en los dos primeros, pero sigue siendo infinitamente placentero verlo dibujar en este estilo raro, muy basado en la figura humana y las expresiones faciales, con ese coloreado y esas texturas tan personales. También rompe un poquito las bolas ver cómo los fondos escasean escandalosamente (cuando no son fotos retocadas). Y las páginas que no dibujan ni Baker ni Lapham caen (como en el Vol.2) en manos de Shawn Crystal, un dibujante triste, sin onda ni imaginación, que hace lo que puede, que suele ser muy poco.
Como hincha de Racing, esta lección me la sabía de memoria: tener dos figuras en el equipo no te hace un gran equipo, ni siquiera te garantiza ganar un partido. En Deadpool MAX eso se ve clarito: dos monstruos que no fallan nunca, que en sus respectivos proyectos solistas son dos bolas de demolición, acá se juntaron y en vez de un hitazo memorable salió una obra menor, que en su mejor momento entretiene y en su peor momento parece un comic hecho por y para subnormales invertebrados, casi bochornoso en su apelación al mínimo denominador común. Si querés le echamos la culpa a Deadpool, personaje patético, copia trucha de Deathstroke pergeñada entre gallos y medianoche por el impresentable Rob Liefeld. ¿Será posible que Deadpool sea tan, tan choto que alcanza con ponerse su camiseta para que dos cracks indiscutidos jueguen mal? Da para pensarlo.

jueves, 20 de marzo de 2014

20/ 03: HISTORIAS DEL OLVIDO Vol.1

Hace menos de un mes, el 24/02/14, nos encontrábamos con Luciano Saracino y Javier De Isusi para compartir una obra en la que el argentino escribía y el vasco dibujaba. Esta vez, los dos comparten las tareas de guionista, mientras que los dibujos de las distintas historias que componen el álbum se las reparten entre unos cuantos dibujantes.
A primera vista, Historias del Olvido parece una antología de historias cortas, que giran en torno –valga la redundancia- al olvido. Qué olvidamos, por qué, de dónde sale el olvido... esas cosas. Sin embargo, cuando te adentrás en las historias, se nota que es más novela gráfica que antología. Los personajes se conocen entre sí y se cruzan, cada historia tiene referencias a otras historias y a la larga se construye un tapiz, una obra coral muy consistente, sin puntas sueltas ni elementos librados al azar.
También a primera vista, pareciera que las historias de Saracino y De Isusi van por el lado del costumbrismo, a veces con tintes dramáticos y a veces (cuando la gente sale a la calle en pelotas porque se olvida de vestirse) con tintes más desopilantes. Hay pequeños dramas familiares, pequeñas historias de amor, un científico que investiga el tema del olvido en el pueblo de Funes (llamado así en un sutil guiño al cuento de Borges, supongo yo)... nada demasiado estrambótico. Hasta que de a poco se va filtrando una cuota cada vez mayor de delirio, pero de delirio tranqui, para nada caótico, más cercano al realismo mágico que al descontrol. Para cuando las historietas dejan paso a un cuento ilustrado (el capítulo 7, llamado “El Dimenticatoio”) queda muy claro que la onda es apostar a un vuelo poético, a elementos sobrenaturales tejidos con fineza y erudición al mejor estilo Neil Gaiman. Guarda, esto no es Sandman. Pero coquetea con la idea del olvido de un modo no tan distinto al que Sandman lo hacía con el tema de los sueños.
El final es redondo y emotivo, pero de alguna manera los autores se las ingeniarán para continuar con la obra, porque hay un Vol.2 que prometo leer pronto. Veamos muy por encima las distintas historias y los dibujantes que acompañaron a la dupla.
La secuencia de enlace, 14 páginas repartidas en tres “entradas”, está a cargo de un David Rubín inspiradísimo, que la descose con las tramas mecánicas. Un genio deja todo siempre, en proyectos individuales y en aventuras grupales, y Rubín lo tiene clarísimo. “La Historia de Carla”, una joyita de la comedia costumbrista, está dibujada por Infame & Co., quien ya colaborara con Saracino en Corina y el Pistolero (reseñada el 05/07/11). Y sigue lejos del nivel ideal. Aplica bien los grises en el photoshop, hace gala de un pincel muy suelto... y no hay mucho más para decir a su favor. Bueno, sí: que es mucho mejor que Danimaiz, autor a cargo de la siguiente historia, al que se le ven buenas intenciones y muchísimas limitaciones.
Manu Ortega la rompe con su estilo sugestivo, repleto de texturas, matices y claroscuros, que revelan a un gran lector de Alberto Breccia, con un grafismo que no remite en ningún momento al del maestro. Eso no es fácil de hacer, pero Ortega lo logra. Le sigue David Lafuente, correcto, cumplidor, el más cercano a la estética de Vertigo (ya que mencionábamos a Sandman). Para el cuento ilustrado, los autores eligieron a Leticia Ruifernández, cuyo estilo quizás tenga un atractivo plástico, pero a mí no me transmitió nada. Será que no entiendo un pomo de ilustración.
La siguiente historia, que complementa a la segunda, está muy bien dibujada por Abril Barrado, con un estilo realista y a la vez muy suelto, muy dinámico, con muchos recursos para agregarle expresividad a rostros, cuerpos y hasta fondos. Hermosa historia, además. El tramo más hablado, en el que pasan menos cosas, le tocó a otro ídolo insumergible: nada menos que Paco Roca. Con su característica sobriedad y un gran manejo de los grises, el monstruo la piloteó tranquilo, sin dejar la vida y sin defraudar. Y me queda la historia más cómica, más al límite de la joda, muy bien dibujada por Alex Orbe, un tipo con cero virtuosismo, pero con gran dominio del timing y del registro semi-funny.
El balance general de este primer tomo da muy positivo, por las buenas ideas que pelan Saracino y De Isusi, por la originalidad de las historias y por el gran desempeño de varios de los dibujantes convocados. Se viene pronto el Vol.2.

miércoles, 19 de marzo de 2014

19/ 03: UZUMAKI

Otra excelente edición yanki de un comic extranjero, en este caso “el integral” en tapa dura de Uzumaki, la obra definitiva, la que terminó de consagrar a Junji Ito como uno de los grandes maestros del manga de terror.
La consigna es bastante similar a la de Tomie (la vimos el 14 y el 25/02/11, con el nombre frutihortícola de “Museum of Terror”). En ambos casos, a Ito se le ocurre una idea muy loca y en vez de plantearla como novela gráfica, la desarrolla en forma de serie, en un montón de episodios autoconclusivos que giran siempre en torno a –más o menos- lo mismo y que a la larga se hacen parecidos entre sí. La gracia de Tomie era ver cómo cada uno de los 42 cachos en los que habían cortado el cadáver de esta jovencita asesinada se regeneraba y se convertía en una nueva Tomie, con justificada sed de venganza. En Uzumaki todo se centra en un pueblito costero llamado Kurouzo-cho, en el que se pone de manifiesto de modo cada vez más heavy la maldición de los espirales. Al autor se le ocurre que los espirales son una inagotable fuente de desgracias para esta pobre gente y así empieza a pergeñar historias truculentas, perturbadoras o sencillamente asquerosas, basadas en la presencia de algo tan sencillo, tan de todos los días, como los espirales.
Un diseño en un plato, el caparazón de un caracol, un remolino, una serpiente enroscada, un resorte, los rulos de una chica, los espirales para ahuyentar mosquitos, el propio vuelo de los mosquitos, por todas partes aparecen espirales y todos desencadenan tragedias sobrenaturales, al borde de la locura. Al principio, el único que se preocupa es Shuichi Sato, pero nadie le da mucha bola. Después, su novia, Kirie Goshima (la verdadera protagonista de la serie) terminará por creerle y juntos tratarán de resolver este ancestral misterio que afectará terriblemente las vidas de los pobladores de Kurouzo-cho.
En los primeros dos tercios de Uzumaki, Junji Ito arma episodios autoconclusivos, que casi pueden leerse en cualquier orden, todos con su final redondito, prolijo y generalmente muy impactante. Ya sobre el tercio final de la obra (las últimas... 215 páginas) la cosa cobra dimensiones tan gigantescas, tan zarpadas, que los episodios terminan más cerca del cliffhanger jodido que del final redondito. Toda esa última parte se lee mucho más como una novela que como una serie de historias autonclusivas. Y a pesar de que el verosímil se va a la mierda 20.000 veces, la trama es realmente atrapante y cuesta soltar el libro hasta el final.
Como en las obras de los principales referentes de Ito (Kazuo Umezu e Hideshi Hino) hay momentos en los que los efectos a los que recurre el autor para darnos miedo o asco son tan grotescos, tan pasados de rosca, que terminan por generar la risa. Y también como en las historias de estos maestros, varios de los episodios de Uzumaki le sirven a Ito para hablar de otras cosas, que tienen que ver con la vida cotidiana de los japoneses. La alienación, la competencia, la discriminación del distinto, el culto a la belleza, la desigualdad entre ricos y pobres... todo eso se ve en las calles de Kurouzo-cho y se cierne sobre los protagonistas con la misma sordidez que la maldición de los espirales.
El dibujo de Ito está muchísimo mejor que en Tomie. Si en aquel trabajo veíamos al ídolo luchar duro para “conquistar” una cierta solvencia dentro del estilo académico-realista, acá lo vemos muchísimo más afianzado en esa estética. Por momentos, Ito dibuja tan bien que parece Ryoichi Ikegami. O mejor, porque el entintado es mucho más personal, más oscuro, más expresivo, como si lo estuviera entintando Guido Crépax, ponele. Además tenemos un laburo minucioso y monumental en fondos, paisajes y criaturas bizarras, todo repleto de texturas y tramas mecánicas, y cuando se pone espeso el tema de los remolinos, entran en escena unas líneas cinéticas dibujadas con una fuerza y una originalidad increíbles.
Con Uzumaki te vas a divertir, te vas a sorprender, vas a gritar varias veces “¡No podéees!” y quizás hasta te asustes un toque. Lo que es seguro es que después de bajarte este masacote de casi 650 páginas, nunca vas a volver a ver con los mismos ojos un espiral. Otro manga distinto, fresco, intenso y audaz que no se entiende bien por qué carajo no se publica en nuestro país...

martes, 18 de marzo de 2014

18/ 03: THE SMURFS ANTHOLOGY Vol.1

No me canso de decirlo: en EEUU se edita poco comic europeo, pero se edita muy bien. Esto que tengo acá es un lujo: Más de 190 páginas, tapas duras, artículos escritos por gente que sabe, y una consigna irresisitible: una recopilación de los álbumes de Los Pitufos (Schtroumpfs en francés, Smurfs en inglés) en orden cronológico. Este primer tomo incluye los dos álbumes iniciales de la serie lanzada por Peyo en 1959 en las páginas del semanario Spirou, y el Vol.9 de Las Aventuras de Johan & Pirlouit, de 1958, donde aparecen por primera vez los enanitos azules.
La sola mención de la revista Spirou nos permite ubicar claramente a Peyo entre los dibujantes alineados a la escuela de Marcinelle, es decir, a la línea clara cercana a la estética creada por el maestro André Franquin. Lo más notable es cómo mejora el dibujo de Peyo entre el Vol.9 de Johan & Pirlouit y el Vol.1 de Los Pitufos, a pesar de que sólo pasan dos años entre uno y otro trabajo. La línea del belga gana soltura, plasticidad y riesgo, porque se anima a hacer a los pitufos más cabezones, para que sus expresiones faciales se luzcan más. Y lo otro muy notable es lo bien que se acopla con los colores de Nine Culliford, la esposa del maestro. Realmente no parecen comics coloreados hace más de 50 años.
El libro abre con “The Purple Smurfs”, la primera historia del Vol.1. Sí, te acordás bien: en Francia esta historia se llamó “Les Schtroumpfs Noirs” y los pitufos que “se hacían malos” eran negros, no violetas. Pero bueno, en EEUU no da para que el que se vuelve jodido, bruto y violento se vuelva negro, y la editorial yanki convocó a Diego Jourdan (el uruguayo que vive en Chile) para que redibujara a los pitufos negros y los hiciera violetas, sin moverse un milímetro del estilo de Peyo. La historia (en la que Peyo contó con la colaboración de Yvan Delporte) es, ni más ni menos, una de epidemia zombie. La resolución es medio pavota, pero el desarrollo logra poner tan nervioso a un nene de ocho o nueve años como The Walking Dead a uno de 18.
Después viene una historia corta, “The Flying Smurf”, en la que Peyo refrita uno y mil gags de los cortos animados del Coyote y el Correcaminos, Tweety y Silvestre y demás dibujos clásicos en los que un personaje intenta volar y no lo logra. Es gracioso, pero no original. La siguiente historia, de 20 páginas, es importante porque nos muestra la primera lucha entre los pitufos y Gargamel. Acá hay muchos gags, pero muy integrados a la aventura, que nos muestra el costado corajudo de los enanitos.
El Vol.2 tiene dos historietas: una de 40 páginas y una de 20. La más larga es la que en Francia se llamó “Le Schtroumpfissime” y los yankis rebautizaron (con escasa onda) como “The Smurf King”. Acá, Peyo y Delporte vuelven a sorprender desde el argumento, que es una perfecta sátira política sobre el totalitarismo de las monarquías y de los dictadores onda Hitler. Por supuesto acá no hay muertes ni torturas, pero es un comic bastante violento, espeso, con consecuencias jodidas para la aldea de los protagonistas. Y la segunda historia arranca para el lado de la joda y rápidamente deriva hacia una nueva aventura contra Gargamel, con chistes, magia y pantomimas exageradas.
Y cerramos con las 60 páginas de “La Flute a Six Schtroumpfs”, la extensa aventura de Johan y Pirlouit en cuya segunda mitad aparecen por primera vez los pitufos. Este es un típico álbum de comic infanto-juvenil franco-belga, de la era dorada de la revista Spirou. Es una aventura intensa, con mucho diálogo, mucha rosca, toques de comedia y un argumento que –al involucrar a un objeto mágico- se torna cada vez más impredecible, aunque uno sabe que al final van a ganar los buenos. Acá Peyo plantea páginas con menos cuadros que en las historias de Los Pitufos (que a veces llegan a las 15 viñetas) y compensa metiendo más textos. El final tiene una vueltita muy linda y no, en ningún momento te permite suponer que los enanitos azules van a volver, ni mucho menos que se van a convertir en un fenómeno mundial, capaz de eclipsar ampliamente a Johan, Pirlouit y todas las otras creaciones de Peyo.
Prometo pitufar más álbumes de esta serie en los próximos pitufos, acá en el blog.

lunes, 17 de marzo de 2014

17/ 03: THE SHADE

Para mí, antes de abrir este libro, la consigna de The Shade era “un devaluadísimo James Robinson busca resucitar la onda noventosa de su Starman”. No esperaba leer un comic glorioso, ni mucho menos. Simplemente quería ver qué salía del reencuentro entre el guionista y uno de los tantos personajes a los que reformuló por completo (y les dio onda y sentido) durante su paso por Starman. El reencuentro con Mikaal, que ya vimos en JLA: Cry for Justice (reseña del 24/09/10), me había dejado con gusto a poco, al igual que aquel numerito de Starman que enganchaba con Blackest Night, si no me equivoco. Pero este proyecto, al estar pensado para 12 episodios y contar con un elenco de dibujantes de la San Puta, despertó mi interés. Y la verdad es que, sin ser la octava maravilla del mundo, se la banca muy decorosamente. Está muy claro que Robinson AMA a Richard Swift, que lo conoce a fondo, que se identifica con él y que –más allá de buscar una revancha artística o un currito comercial- le quedaban historias para contar con el personaje. ¿Están buenas? Ahí vamos.
El primer arco de tres episodios sirve para presentarle el personaje a los que no lo conocen. The Shade, Opal City, Mikaal, Hope O´Dare, y un personaje nuevo, Will von Hammer, al que Robinson extrañamente no vincula con Enemy Ace. Hay un ajuste a los poderes del “héroe”, una machaca no muy importante y la puesta en marcha de un argumento mayor, que tiene que ver con los descendientes de este ex-villano, que es inmortal desde 1838.
El segundo arco nos lleva a Barcelona y ahí sí, tiene mucho más peso el combate contra un claro antagonista, El Inquisidor. Acá vemos a Shade pelar a full sus poderes upgradeados y reencontrarse con un personaje de su sombrío pasado: La Sangre, una chica vampiro y valiente heroína que protege a la maravillosa Ciudad Condal. Es el tramo menos importante, menos relevante de la saga, tanto que por momentos parece un “fan service” a los lectores españoles.
Y el tercer arco transcurre en Londres, la ciudad natal de Richard Swift, que ahora sí, se tiene que ver las caras con el verdadero villano de la saga, que es uno de sus bisnietos. Acá aparecen varios héroes locales (falta John Constantine, nomás) y la saga cobra una dimensión mucho más espectacular, más grandilocuente. La resolución no está para nada mal, aunque –repito- no es una genialidad ni mucho menos.
Además, hay tres unitarios ambientados en el pasado (los clásicos Times Past de Starman): el de la Segunda Guerra Mundial es una aventura trepidante a pura machaca, el de 1901 es medio intrascendente y el de 1838 nos revela con lujo de detalles la fatídica noche en la que Richard Swift se convirtió en The Shade. Dos de estos tres unitarios están al nivel de lo más interesante que contó Robinson con este personaje.
¿Qué onda los dibujantes? Cully Hamner dibuja sus tres episodios con muchísimas pilas, sin guardarse nada, con una línea firme, vibrante, una especie de Eduardo Risso de la B, o Tim Sale con muchas ganas de laburar. Javier Pulido se prende fuego en sus tres episodios, con mucha intensidad en la narrativa, aunque se tiene que fumar algunas páginas con demasiado texto, que le complican las composiciones. Y los tres episodios de Fraser Irving son una orgía visual indescriptible en la que el ídolo te acribilla con unas imágenes poderosísimas y de alto vuelo plástico. Dibujo, color, narrativa, todo perfecto, todo colosal, todo demasiado grosso para aparecer en un comic-book que seguro compró poca gente.
En los unitarios, a Jill Thompson le toca el más flojo y responde con un trabajo por debajo del nivel actual de esta grossa. En cambio, Darwyn Cooke y Gene Ha, bendecidos con los guiones más atractivos del tomo, suben la apuesta y se despachan con unas páginas magníficas, a la altura de lo mejor de las notables carreras de ambos próceres.
Si fuiste fan de Starman en los ´90, seguro ya tenés este libro. Si nunca leiste nada del Starman de James Robinson, no creo que este sea un material como para empezar de cero. Se nota mucho que está pensado para el que ya leyó todo lo anterior. Y si lo tuyo son los dibujantes y querés tener todos los laburos de Hamner, Pulido, Irving, Cooke o Ha, acá los vas a ver a los cinco tirando magia de la buena. Ah, un detallito final: esto se publicó después del reboot de los New 52, pero transcurre en la continuidad anterior, la pre-Flashpoint.

domingo, 16 de marzo de 2014

16/ 03: DAGO: LUCCA Vol.1

Muy lindo tomo de Dago. Muchas páginas, una trama atractiva, dibujos excelentes... Veremos cómo termina Robin Wood la saga de Lucca, pero esta primera parte es realmente atrapante.
Las primeras 60 páginas son algo así como “la saga antes de la saga”, una historia perfectamente autoconclusiva y redonda, si no fuera porque es todo parte de un plan de Dago para hacer engranar al Príncipe Bertini, el jefe de la conjura que boleteó a su familia, a quien el héroe quiere hacer salir de su refugio inexpugnable en la ciudad de Venecia. La aventura transcurre en Marsella y sirve, básicamente, para presentarnos a los sicarios de Bertini a los que Dago les hará la vida imposible hasta el inevitable cara a cara con el malvado noble veneciano. El astuto Orsini y la despiadada Lorena, dos personajes muy bien trabajados por Wood, caerán en la trampa de Dago, los dos de distinta manera, y esas derrotas en Marsella pondrán en marcha la saga de Lucca.
Que -hay que decirlo- arranca muy lento. El Príncipe Bertini se entera que Dago operó para cagarlo en Marsella en la página 60. Y para la 128 todavía no se encontraron, a pesar de que llevan ya muchas páginas en la misma ciudad. ¿Con qué nos entretiene Robin durante este extenso jugueteo previo? Con las apariciones de Michelangelo Buonarrotti, que se hace amigo de Dago, y con el desarrollo de otro personaje secundario interesante, con pasta para tener un rol decisivo en la segunda parte, la bella y enigmática dama de Paradini. Lo que más me gustó de este tramo franelero, en el que la historia avanza poco, es que casi no hay violencia. Robin no hace la boludez de meter peleas que no aporten nada a la trama sólo para que Dago pelee con alguien cada 12 páginas. Hay intriga palaciega, una muy acertada indagación en las costumbres de la gente de la época, un par de garches muy lindos y alguna peripecia menor, que el guionista se abstiene de “venderla” como si fuera relevante.
No me quiero extender mucho con el argumento, porque está claro que es todo un gran sembradío de líneas argumentales para explotar en la segunda parte, cuando Dago finalmente se enfrente al Príncipe Bertini. Por ahora, con ritmo pachorro y todo, parece que estamos frente a un capítulo realmente relevante en la historia de este sombrío justiciero. Creo que lo único flojo es la caracterización de Bertini, al que Wood nos presenta como un villano sin matices, sin dobleces. El tipo es un hijo de mil putas las 24 horas, en todas partes. Es malo con sus enemigos, con sus súbditos y hasta con su esposa y su hija (a las que Dago les salvó la vida en la saga de Roma, ¿te acordás?). Y es malo porque sí, porque está lleno de odio, a pesar de tenerlo todo (menos la conciencia tranquila, claro).
¿Qué decir del dibujo de Carlos Gómez? No se entiende bien cómo, pero el cordobés sigue mejorando exponencialmente de un tomo a otro. Es cierto, abundan demasiado los primeros planos y hay muchas, muchas viñetas sin fondos. Pero man, los primeros planos de Gómez son DEVASTADORES, llenos de realismo y expresión, y cuando mete fondos te ANIQUILA con un laburo impresionante en los detalles y las texturas y una integración perfecta de la referencia fotográfica. Entonces, ¿de qué te podés quejar? Gómez no dibuja nunca más de seis viñetas por páginas y las combina de modos muy variados, a veces con grillas clásicas y otras de forma bastante experimental por tratarse de material gestado para las popoulares antologías italianas de la ex-Eura. Los cuerpos en movimiento y los primeros planos de Lorena tienen la elegancia y la sensualidad del mejor García López, el rostro curtido de Navarro me trajo reminiscencias al de Mort Cinder, y en los rasgos del Príncipe Bertini perdura la impronta de Alberto Salinas, el primer dibujante de Dago. El resto es Gómez puro, haciendo gala de un estilo propio, en el que está absolutamente afianzado y que no hay forma de clonar, porque para dibujar así hay que tenerla demasiado clara.
La saga de Lucca promete aventura clásica de muy buena factura, con un guión hasta ahora muy bien llevado y un dibujo que, si sos fan de la estética académico-realista, te va a volar las retinas en mil pedazos. Prometo entrarle pronto al Vol.2, a ver cómo se resuelve la trama.

sábado, 15 de marzo de 2014

15/ 03: SUCKLE

Tengo mucho sueño. Me quiero ir a dormir una siesta.
Suckle me gustó mucho, es una historieta de 1996, muy anterior a la consagración definitiva de Dave Cooper. También es probable que, con 130 páginas, sea su obra más extensa.
Me da paja analizarla en forma pormenorizada, porque me quiero ir a dormir. Lo importante es que Suckle es una excelente historieta, llena de libertad, de buenas ideas, con un ritmo totalmente adictivo y con un dibujo alucinante, en el que se ven las inflluencias de Robert Crumb, Moebius, John Kricfalusi, Jim Woodring y Bob Fingerman. Más adelante, Cooper va a dibujar mil veces mejor (lo vimos en el librito de Pip & Norton reseñado el 17/01/13) y se va a ir a la mierda cuando incorpore el color. Pero acá, tranquilito, en blanco y negro y con las raíces under bien visibles, también la rompe.
Suckle combina ternura y perversiones, lirismo y sordidez, aventura y reflexión, amor platónico y sexo desenfrenado, maravillas y atrocidades. Se parece poco a lo que haría más tarde Dave Cooper y menos todavía a lo que hacían la gran mayoría de los historietistas en 1996. En castellano está editado por La Cúpula como “Succión”, pero es una obra en la que no abunda el texto y este rara vez es decisivo, con lo cual si sólo la conseguís en inglés (magnífica edición de Fantagraphics) no creo que tengas drama para entenderla y disfrutarla.
Mañana, con más pilas, una reseña como las de siempre. Ah, si querés leer algo más, hoy subió un artículo mío, inédito y bastante extenso, a http://www.comiqueando.com.ar/columnas/zona-de-polemicas/tras-la-masividad-perdida/

viernes, 14 de marzo de 2014

14/ 03: RIO ABAJO

Una vez más me encuentro con el maestro francés Pascal Rabaté, del cual vimos una obra maestra allá por el 23/11/12. Río Abajo, publicada en 2007, no se queda para nada atrás de Ibicus. De hecho, me gustó más.
La clave está en las bajas pretensiones. En Río Abajo (“Les Petits Ruisseaux”, en francés) el autor nos propone una historia chiquita (a pesar de que tiene más de 80 páginas), casi de entrecasa, que gira en torno a un personaje entrañable, en cuya construcción residen los principales méritos de la obra. Emil es un abuelo setentón, viudo y jubilado, que pasa buena parte del día solo, excepto cuando visita el bar donde se juntan “los muchachos”, o cuando va a pescar con su amigo Edmond. Al principio, pareciera que Edmond va a ser el personaje central: Rabaté nos cuenta que –a pesar de su edad- sale con minas, pinta cuadros, cria a un gato... El mundo de Edmond a priori parece más rico que el de Emil. Pero para la página 20, Edmond sale de escena y todo se centra en Emil que –más solo que nunca- se empieza a replantear un montón de cosas.
Ese es el núcleo de la obra: el crack en el bocho que hace que Emil recupere las ganas de vivir, de sentirse bien y –pequeño detalle- de ponerla de vez en cuando. Sin caer en el grotesco, Rabaté trabaja muy bien el tema (casi nada explorado en los comics) del sexo en la Tercera Edad y nos muestra cómo la reaparición de la pulsión erótica adormecida le cambia la vida al protagonista. De pronto, una obra que pintaba melancólica o crepuscular cobra un tono mucho más vital, más intenso, más movido, más al palo (nunca mejor dicho).
Rabaté combina escenas introspectivas con otras en las que hay bastante acción (sobre todo si pensamos que el protagonista es un abuelo setentón). Tiene momentos (sobre todo en el bar) en los que los diálogos (siempre afilados) se llevan el protagonismo y muchas escenas mudas, en la que todo está contado con el dibujo, ya sea con la acción o con las expresiones faciales de los personajes. Al estar ambientada en una ciudad chica y en la campiña francesa, la obra tiene también esa pachorra pueblerina muy presente en el ritmo del relato.
El dibujo del ídolo no tiene nada, pero nada que ver con lo que vimos en Ibicus. Acá no queda ni el más mínimo vestigio de ese afán de Rabaté por clonar el estilo que perfeccionara Alberto Breccia en Perramus. Acá le pinta el minimalismo, con un estilo MUY fluído, muy libre, con guiños a Gauguin y Picasso y un trabajo de sombreados con plumín que por momentos me recordó a los dibujantes de la línea de Sfar, Blain y Blutch. El color es sobrio, para nada estridente, en perfecta sintonía con el tono de la narración. El estilo tranqui del dibujo, que en ningún momento busca disputarle el protagonismo a la trama, también tiene que ver con el hecho de que –a pesar de contar con casi 90 páginas para desarrollar la historia- Rabaté no baja nunca de las ocho viñetas por página. La gran mayoría de las páginas tienen más de 10 cuadros y en una llega a los 16. Por supuesto, esto funciona como un recurso muy efectivo para imponerle un timing muy particular (y muy bien pensado) a la obra.
No me quiero extender mucho más. Simplemente recomiendo enfáticamente la lectura de Río Abajo. Es un comic realmente hermoso, una maravilla del Noveno Arte, justamente distinguido con varios galardones. No me lo imaginaba para nada a Pascal Rabaté laburando en este estilo de dibujo, pero me convenció rapidísimo. Y sobre todo me conquistó con una historia original, muy real, emotiva, atrapante y con un mensaje recontra positivo. Comedia costumbrista, romance, una pizca de aventura y un tema espinoso que subyace a la trama (¿qué hacemos con los viejitos que ya no trabajan ni generan guita?) mezclados con mano maestra por un capo que, con esta obra, se terminó de consagrar. Gracias, Norma, por publicarla en castellano.

jueves, 13 de marzo de 2014

13/ 03: FANTASTIC FOUR Vol.6

Mirá qué loco... Con este TPB de Fantastic Four, con el que se termina la etapa de Jonathan Hickman, me pasó algo parecido a lo que me pasó ayer con Shankar. De nuevo me encuentro con un guionista al que la machaca parece no interesarle en absoluto. Este tomo ofrece ocho episodios: seis unitarios y un arquito en dos partes. Y en ninguna de las historias tienen demasiado peso las peleas. Incluso en varias... no hay peleas! Claramente lo de Hickman pasa por otro lado, por el lado de las ideas. Rara vez aspira al lirismo de Mazzitelli y tampoco se vuelve loco con nuevas reformulaciones de los poderes de los héroes como haría Grant Morrison, por ejemplo. Hickman pareciera enrolarse en una línea más cercana a la de Isaac Asimov: lo suyo es una ciencia-ficción muy jugada, con muchos conceptos de avanzada, que más que para justificar los estallidos de machaca le sirven para abrir puertas, para instaurar situaciones, locaciones, ideas, que muy probablemente los guionistas posteriores ni se calienten en explorar. Las siete historias con las que Hickman cierra su etapa se parecen poco entre sí, así que vamos a mirarlas una por una.
En el primer unitario, Reed y Nathaniel Richards viajan 3000 años al futuro para presenciar la muerte de un Ben Grimm destinado a vivir unos cuantos siglos más que sus compañeros. Es una historia hermosa, impredecible y con cero violencia. El segundo unitario resulta ser una especie de “secret origin” del Consejo de los Reeds, pero arranca raro, como una especie de Elseworlds en el que se reversiona el origen de los Fantastic Four que ahora son... villanos nazis! Muy loco y –de nuevo- casi sin peleas. La tercera historia corta es brillante, quizás la mejor del tomo. Digamos –para no spoilear- que es una misión de los FF a todo o nada, en un territorio extraño y hostil, para salvarle la vida a un viejo amigo. Una cátedra de Hickman en apenas 20 páginas.
En otra historia unitaria se resuelve el plot de unos héroes del futuro (o de un futuro alternativo, en realidad) que quedaron varados en el presente. Los FF y Nathaniel los ayudan a volver a su tiempo. Fin. En el siguiente unitario, Reed, Ben, Johnny y Spider-Man van a investigar una isla en la que AIM construyó una base zarpada. Se trata de una nación independiente, a la que AIM compró con guita. Ahí descubren que los malos tienen el asesoramiento del Wizard, que está bastante chapa, y Reed rosquea con los “diplomáticos” de AIM, mientras su viejo adversario se reencuentra con su hijo, hoy miembro de la Future Foundation. En el último unitario, el Dr.Doom consigue el poder supremo que le da el Guantelete del Infinito y lo usa para crear un nuevo universo a su imagen y semejanza. Como en su esencia está el mal, el universo “le sale malo” y se le vuelve en contra. Reed, Nathaniel y la Valeria del futuro lo van a rescatar y le tiran la mejor onda, como si nunca hubiesen sido enemigos.
Y en el arquito de dos partes, que transcurre en Wakanda, Hickman manda un muy sutil anticipo de lo que sucederá en Avengers vs. X-Men, le da mucha chapa y un upgrade muy lindo a Black Panther y deja que las mujeres (Shuri, Sue y Storm) se caguen a palos contra una amenaza que pintaba heavy pero a la que le ganan fácil.
Como ya es costumbre, 160 páginas de historieta de Marvel significan no menos de cuatro dibujantes. Acá tenemos en tres de los unitarios al muy digno Ryan Stegman (hoy titular en Spider-Man) que parece una especie de Humberto Ramos entintado por Bill Sienkiewicz. Me gustó, no me hice hardcore fan, pero lo banco. En la saguita de Wakanda tenemos al maestro Giuseppe Camuncoli, casi irreconocible, muy tapado por las tintas de Karl Kesel. Igual todo se ve muy bien, porque Kesel la rompe siempre. El más flojito me pareció Mike Choi, que por suerte dibuja sólo 20 páginas. Y muy raro lo de Ron Garney, que cambió su estilo más limpio, más suelto, más “cartoony”, más Romita Jr., por uno más cercano al de los infinitos clones de Jim Lee. Por suerte le queda bien, y no impide que se destaquen sus innegables virtudes a la hora de armar las páginas y las secuencias.
Y bueno, se terminó Fantastic Four de Jonathan Hickman. La verdad, una etapa rara, muy jugada, con muchísima innovación, muchísimo riesgo. Debe haber sido insoportable leer esto en revistitas mensuales, pero en TPBs lo disfruté mucho. Ahora vamos por Matt Fraction, a ver qué tiene para proponernos a los fans del mítico cuarteto.

miércoles, 12 de marzo de 2014

12/ 03: SHANKAR Vol.2

Un año y una semana después de haber reseñado el Vol.1 (pasó por acá el 03/03/13) me sumerjo en el segundo tomo de esta monumental obra de Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena.
Acá cambia un poquito la lógica del Vol.1. Ya no hay sagas tan precisamente definidas como en la primera mitad, en la que cada arco duraba exactamente 60 páginas y luego se desactivaba. Ahora Mazzitelli traza tres arcos de 60 páginas y uno mucho más extenso, todos bastante enganchados entre sí. Pero además los arcos “normales” son más complejos, no se los puede identificar (como antes) como “el de Japón”, “el de China”, o así. Acá cada arco argumental combina varios elementos importantes y varias ambientaciones históricas y geográficas. El resultado es una especie de sobredosis de data, de referencias a obras literarias, relatos mitológicos, canciones, películas y hasta historietas. La dupla no se priva de nada y mete en estas 300 páginas tantos guiños y referencias que para enumerar y explicar exhaustivamente cada una de ellas haría falta otro libro de 300 páginas.
Por suerte esto está piloteado con mucha cintura por parte de Mazzitelli. No se lee como la canchereada del pibe que estudió mucho y levanta la mano en clase para lucirse por sobre sus compañeros. Lo jodido es que toda esta gigantesca masa de referencias no opaque a la aventura, y ahí es donde el guionista pelea duro (y se despeina más que el propio Shankar) para arrimar al empate. A este festival de las ideas, repleto de lirismo, sofisticación y sana erudición, le faltan conflictos un poco más fuertes. Mazzitelli evita las luchas entre malos y buenos como si fueran cancerígenas. La aventura de Shankar va por otro cauce, el de la búsqueda.
Se trata de un héroe que más que combatir, inquiere. Busca la verdad, la revelación de los misterios ancestrales de las distintas culturas. Y cada vez que un sabio, un dios, una aparición espectral, o un bicho raro le habilita una posta, Shankar va hasta el fondo para investigarla. “Los secretos se te revelarán en la Isla de la Garompa”, le dice alguien. Y Shankar va a la Isla de la Garompa. Ahí alguien le tira “La verdad está en el Reino de los Sueños”, y Shankar se duerme y visita el Reino de los Sueños. Y así, de acá para allá, siempre con un velo de ambigüedad, con una onda zen, tipo “la posta se te va a revelar cuando la tengas frente a tus ojos”. Cada tanto hay machaca y la saga más larga (para mi gusto, la mejor) termina con un conflicto tenso, a todo o nada, en el que está en juego el mundo entero. Pero el carácter épico de la saga no está enfatizado, a Mazzitelli le gusta más la parte más introspectiva, o esas sentencias enormes, tremendamente bien escritas, en la que algún personaje define a la perfección las pasiones y las pulsiones que llevan a los humanos a buscar la aventura, el poder, el amor, el arte.
Lo único que no me cerró mucho es que el libro termine con una saguita que es un flashback a la infancia de Shankar. Tendría que haber terminado con el final de la saga más larga, la del “Falso D´Artagnan”, que es la que tiene el desenlace más fuerte, más impactante. Quizás en Italia se publicó así, primero la del “Falso D´Artagnan” y después el flashback. Pero hubiera estado piola invertir el orden y cerrar con algo más power.
Como siempre, me faltan las palabras para hablar del trabajo de Alcatena en la faz gráfica. Esto desafía todos los conceptos, es genialidad en estado puro. La narrativa, los detalles milimétricos, la imaginación pasada de rosca para imaginar lugares y criaturas, el rigor documental para recrear escenarios y personajes que existen o existieron... el plumín mágico de Alcatena domina de taquito todas esas disciplinas y muchas más y nunca, pero nunca te deja de sorprender. Creo que ese es el único misterio ancestral que le falta resolver a Shankar: cómo carajo hace Alcatena para dibujar tan bien y que todo eso que dibuja sea funcional al relato y no una mera paja visual.
Shankar es una obra rara, distinta, que deja un montón de zonas grises, enigmáticas, pobladas de elementos que no se terminan de explicar. También es una obra de infrecuente belleza, tanto en los textos como en las imágenes, a la que le sobran méritos para romperla mucho más allá de los dos países en los que se publicó hasta ahora. Y sí, claro, habrá más Alcatena y Mazzitelli en los próximos meses, acá en el blog.

martes, 11 de marzo de 2014

11/ 03: BEGINNING PEARLS

En 1995, cuando se terminó Calvin & Hobbes, no te digo que me chupó un huevo, pero por lo menos no me quise cortar las venas con un tomito de Gaturro. ¿Por qué? Porque un año antes de que Bill Watterson diera por terminada su obra maestra, Patrick McDonnell había arrancado con Mutts, una tira exquisita, magistral, quizás no al nivel genial de Calvin & Hobbes, pero a años luz de la bóñiga adocenada que puebla las páginas humorísticas de los diarios yankis. McDonnell lleva 20 años al frente de su tira y eventualmente, se va a cansar. ¿Qué nos va a quedar ese día? Está difícil, pero yo le pongo mis fichas a Pearls Before Swine, la tira de Stephan Pastis que se publica desde 2001.
Pearls Before Swine, visualmente no se distingue mucho de la basura chata y mediocre que hegemoniza el panorama de las tiras diarias yankis. Pastis no es un buen dibujante, en absoluto. Al lado de Watterson o McDonnell es un cadáver al que le cortaron las dos manos (como al General) y si hoy puede publicar profesionalmente es porque antes se consagraron otros muertos aún más precarios tipo Scott Adams. Pastis trabaja en un estilo amarrete, pasado de minimalismo, en el que casi no existen los fondos y en el que los personajes se esfuerzan por no mostrar ninguna emoción y conservar siempre la misma cara de nada. Ese dibujo de la portada, con Rat y Pig en pleno estallido de expresión corporal y facial, en la tira no existe jamás. En las historietas de Pastis, los personajes apenas se mueven y a lo sumo levantan una ceja o cierran los ojos. Las planchas dominicales están coloreadas con el photoshop de modo muy básico, con los efectos mínimos e indispensables. Como Pastis no quiere o no puede lucirse con el dibujo, el color se ajusta a esos mismos parámetros de “tratemos de pasar desapercibidos, así no nos putean”.
Entonces, ¿por qué se destaca Pearls Before Swine? Porque en ese contexto de chatura y pacatería en el que todas las tiras parecen escritas por oficinistas de saco y corbata que hace 45 años que tildan planillas y 35 que no la ponen, Pastis se va muy al carajo con los temas que toca y con el enfoque que les da. Perdida en la selva del humor políticamente correcto, Pearls... hace gala de un humor muy adulto, muy ácido, con un lenguaje muy audaz, chistes muy violentos, referencias a las drogas, al escabio y hasta al terrorismo islámico de Medio Oriente. Está claro que Pastis es fan de South Park y de ahí bebe una revulsiva mala leche que después vomita en sus tiras, para beneplácito de la hinchada.
Este libro se llama “Beginning Pearls” no porque tiene las primeras tiras, sino porque tiene tiras para principiantes, tiras especialmente elegidas para los más chicos. Son tiras muy, pero muy cómicas, con un humor casi siempre oscuro, pero sin nada demasiado zarpado. Hay absurdo, hay delirio, hay momentos de un humor meta-comiquero muy logrado (Rat lee las cartas que los lectores mandan a la tira) y hay millones de juegos de palabras algunos muy pavotes y todos sumamente ingeniosos. Y por encima de todo eso, hay una excelente química entre los personajes protagónicos, muy bien caracterizados por Pastis.
¿Suma algo que los personajes sean animales? Más o menos. Rat y Goat, por ejemplo, son seres humanos dibujados como animales. Apenas si alguna vez los vemos con corbata en vez de desnudos, pero piensan, actúan y viven como humanos normales. Pig, en cambio, consulta con su familia a ver si están todos bien antes de comer jamón o salchichas. O sea, se hace cargo un cachito y cada tanto de ser un chancho. Y en el extremo opuesto, Zebra está todo el tiempo pendiente de que no se lo morfen los cocodrilos (los personajes más desopilantes de la tira) o los leones, a los que no vemos nunca. Claramente, es el personaje más animal del elenco, aunque vive en una casa, lee, escribe, y a veces se viste.
Podría seguir, pero se me acaba el espacio. Banco mucho a Pearls Before Swine y voy por los libros que recopilan las tiras “para grandes”. Aguante el humor sin barreras.

lunes, 10 de marzo de 2014

10/ 03: LOS CUENTOS DE LA ERA DE COBRA Vol.1

Prometí volver pronto a encontrarme con el genio español Enrique Fernández y acá estoy. Esta vez, con la primera mitad de una obra muy interesante publicada en dos tomos, en la que el artista, después de dos libros apuntados al público infanto-juvenil (o por lo menos MUY aptos para todo público) vuelve a incursionar en una historieta más pensada para lectores adultos.
Ambientada en un Medio Oriente fantástico, cercano al de Las Mil y Una Noches, Los Cuentos de la Era de Cobra entrelazan a cuatro personajes muy bien trabajados por Fernández. Con matices, con dobleses, sin obviedades, el autor logra darle carnadura a Irvi, Sian, Maluuk y Cobra y enroscarlos en una trama muy ganchera, a la que no le falta nada. Los protagonistas confrontarán con sus destinos y en esa confrontación mostrarán sus pasiones y pulsiones. La codicia, la ambición, la lujuria, en el fondo las ganas de ser querido, impulsarán a Cobra, el villano, a perpetrar toda clase de atrocidades. Irvi, el habilidoso ladrón, peleará para no convertirse en un arma tremenda al servicio de Cobra. Sian, la minita que está más buena que comerse una suprema a la suiza con papas noisette y Levité de pomelo, tratará de zafar del designio de sus padres que quieren convertirla en cortesana (puta de lujo, en criollo) al servicio de un poderoso príncipe. Y el enano Maluuk, que al principio se conformaba con que le aplaudieran sus piruetas, sus chistes y sus canciones, subirá la apuesta para convertirse en el héroe que libere a su pueblo del yugo del despótico Cobra. Todo esto condimentado con majestuosos palacios, tórridos desiertos y ciudades amuralladas, que serán escenario de intrigas, traiciones, garches, torturas, batallas, masacres y transformaciones fantásticas.
No tengo idea de cómo puede terminar la historia, pero por ahora le sobra emoción, giros inesperados y ese atractivo hipnótico que hace que no puedas soltar el libro antes de llegar a la última viñeta.
Y tampoco quiero ahondar más en el argumento para no spoilear. Prefiero babearme un toque hablando maravillas del dibujo (¿qué digo “dibujo”? ¡Recontra-dibujazo!) de Enrique Fernández. La verdad es que en este rubro la labor del español es demasiado perfecta para ser real. Toda la faz gráfica es alucinante, y si tengo que destacar algo, elijo el diseño de los personajes, su enorme expresividad, la plasticidad de sus movimientos, el margen que estos le dan a Fernández para zarparse a la hora de exagerar, de potenciar la “actuación” de estas criaturas a niveles espectaculares. Por supuesto hay unos fondos del mega-carajo, animales, trajes, armas, todo perfectamente dibujado. Y como ya es costumbre en las obras del ídolo, un tratamiento del color de enorme belleza, sutil, originalísimo y lleno de vuelo. La narrativa es sencilla, cristalina, con muy pocas páginas de 11 ó más viñetas, con hermosas secuencias mudas, un gran criterio para elegir dónde mechar los flashbacks o los saltos temporales hacia adelante, y una secuencia de tres páginas cerca del final, protagonizada por Maluuk, en la que Fernández quema las naves, tira a la mierda los puentes y cruza rubicones en una demostración de jerarquía merecedora de una ovación infinita.
Ya sé que los brolis de Norma están carísimos. Pero sinceramente, vale la pena el esfuerzo que tengas que hacer para llevarte a tu casa Los Cuentos de la Era de Cobra. Si comprás historietas por los dibujos, ya sabés que Enrique Fernández es un monstruo, uno de los artistas realmente insuperables que tiene hoy este medio. Y si te copás con las buenas historias, creeme que acá se está armando una de infrecuente grossitud.