el blog de reseñas de Andrés Accorsi

miércoles, 31 de octubre de 2018

MIERCOLES RETRO

Hoy me toca reseñar dos obras que había leído varias veces, pero que nunca había tenido en formato libro.
Arranco en 1986, cuando DC publica Legends, con la difícil misión de mantener alta la vara impuesta un año antes por Crisis on Infinite Earths. Así se juntan un argumentista de lujo como John Ostrander, un dialoguista con mucha experiencia en materia de Universo DC como Len Wein, un dibujante hiper-poderoso que atravesaba su mejor momento como John Byrne, y un entintador exquisito como Karl Kesel. Y me acuerdo que cuando la leí en mi adolescencia Legends me re-gustó, pero esta vez me dejó gusto a poco.
La mejor idea que se le ocurre a Ostrander (un decreto presidencial prohíbe las actividades de los superhéroes pero unos cuantos siguen actuando en la clandestinidad) está muy desaprovechada. En ese mismo momento, la misma idea le iba a dar frutos mucho mejores a Alan Moore en Watchmen, y ni hablar de lo que hizo Mark Millar cuando la recicló varios años después para Civil War. El resto, o son ideas flojitas, o se plasman en conflictos que se resuelven de modo demasiado simplista. De todos modos, eso no es lo peor: lo peor son los conflictos que se resuelven en otras colecciones (crossovers y spin-offs) que este tomito no incluye.
¿Qué se puede rescatar? Ese primer cruce picantísimo entre Amanda Waller y Rick Flag, algunos diálogos copados, la aparición épica de Wonder Woman y ese gaste inmisericorde al fracasado New Universe de Marvel, con garrotazo a Jim Shooter incluído. Y el trabajo de Byrne y Kesel, obviamente, que es impecable. En esta época, no era tan infrecuente que los comics de DC tuvieran implicancias políticas, ni que Ronald Reagan apareciera como personaje secundario (casi siempre como un viejito boludo bastante desorientado), pero me parece que el propio Ostrander utilizará este recurso mucho mejor en otros trabajos. Acá me resultó todo muy lavadito, muy falto de huevos. Y además me irritó verlo a Superman casi como un amanuense de Reagan, casi dándole letra a Frank Miller para que se mofara mal de ese aspecto del personaje en su (también contemporáneo a Legends) Dark Knight.
Me guardo el librito porque funciona bien como prólogo al Suicide Squad, a la Justice League de Giffen y DeMatteis y al Flash de Mike Baron, que ojalá algún día salga en libro. Y porque soy hardcore fan del Dios Byrne.
Saltito hasta Argentina, años 1990-91, cuando Pablo Fayó serializa en tres revistas distintas una de sus mejores obras, la recordada (y por fin recopilada) Pamela y el Extraterrestre. Es muy loco, porque me acordaba perfecto los episodios de la revista País Caníbal y no los de la Cóctel, la revista en la que yo laburaba cuando Fayó entregaba (siempre tarde) estas páginas, a las que incluso lo vi entintar o rotular en la oficina donde armábamos la revista.
El episodio mejor dibujado es el tercero (el último de País Caníbal), donde Fayó alcanza la síntesis perfecta entre los clásicos norteamericanos de los años ´20 y ´30 (George Herriman, Cliff Sterret, Elzie Segar, su ruta), Robert Crumb y la movida argentina de “línea chunga” (en algún punto heredera también de lo que hacían Miguel Gallardo y Juan Mediavilla en El Víbora) que cobraba fuerza en aquellos inicios de los ´90, para apagarse poco después. En las entregas siguientes, Fayó simplifica un poco el dibujo, renuncia a ese tratamiento más extremo de las masas negras que tan buen resultado le dio en el arranque de Pamela… y dibuja menos cuadros por página, si bien recurre bastante a la grilla de nueve viñetas.
El guión es una verdadera delicia, una mezcla infalible entre aventura de ciencia-ficción Clase Z y comedia costumbrista desopilante, en la línea de lo que hacía el glorioso Mique Beltrán en las aventuras ochentosas de Cleopatra. El ritmo es impredecible, los diálogos están afiladísimos y los volantazos y situaciones bizarras te mantienen siempre enganchado. Pero claro, son pocas páginas. Y eso abre la puerta a otro acierto de este libro: las 30 páginas finales, en las que tenemos un montón de historietas muy breves que no conectan en lo más mínimo con la saga de Pamela y Maxi, y que Fayó realizó para otras publicaciones. Recuerdo haber leído algunas en El Tajo… y hay un par que creo no haber leído nunca. Una de ellas, la que cierra el libro (Coleccionistas), me pareció una joya, una auténtica maravilla, seguramente una de las mejores historias cortas del hoy reputado cantante de tangos.
La verdad que ese tramito final, el de las historias cortas, me dejó tan cebado que ahora quiero un libro con 100 ó 120 páginas de eso: historietas cortas de Fayó, con todos los personajes que no son ni Pamela ni Agapito, o sin personajes, sólo con esas ideas brillantes y desaforadas que el crack “quemaba” en tres páginas repletas de diálogos y piruetas argumentales alucinantes.
Y nada más, por hoy. Terminamos un mes de mucha actividad en el blog, y vamos a ver hasta dónde llegamos en Noviembre. Tengo en carpeta un montón de eventos en los que voy a estar, y arranco este sábado (si no llueve) en la Feria del Libro de Vicente López. Ojalá nos crucemos por ahí.

lunes, 29 de octubre de 2018

LUNES DE POSGUERRAS

Sigo adelante con mis lecturas y hoy arranco en 2013, cuando se publica Las Guerras Silenciosas, un excelente trabajo de Jaime Martín, bastante emparentado con Los Surcos del Azar, de Paco Roca (la vimos el 18/07/15). Al igual que Roca (y que Fuchi Bayúgar, y que Art Spiegelman y tantos otros), Martín se desdobla para aparecer en dos roles: autor y personaje. En este segundo rol, hace lo mismo que sus antecesores: acompañar a un veterano de una guerra (en este caso, Pepe, su padre) en un recorrido por la memoria que le permita traer al presente una o varias historias ambientadas en épocas de conflictos armados bien turbios. Pepe Martín estuvo un año y medio en la colimba, entre 1962 y 1964, plena dictadura de Francisco Franco, y le tocó servir a (los milicos más hijos de puta de) su patria en el norte de África, donde las tropas españolas mantenían una tensión armada con las milicias marroquíes.
Visto desde hoy, el conflicto en el que le tocó participar a Pepe Martín no tiene la espectacularidad de la Guerra Civil Española, ni de la Segunda Guerra Mundial, ni de la más cercana Guerra de Malvinas. Pero el relato del hoy anciano está muy bien potenciado por el talento de su hijo para contar buenas historias en este medio llamado historieta. Como Fuchi Bayúgar en Tortas Fritas de Polenta, Jaime rescata también el aspecto casi de comedia costumbrista de la vida en los cuarteles, donde su papá y sus amigos sufrían el hambre, el calor extremo y el innecesario rigor (rayano en los delitos de lesa humanidad), fruto de la mala leche de esos milicos ignorantes y perversos, empoderados por el hecho de que España estaba gobernada por el fascismo. Jaime también nos obsequia mucha data acerca de la sociedad española de la época en la que sus padres fueron adolescentes y jóvenes, como para que no nos aburramos de ver todo el tiempo a los soldaditos chivando y preparándose para una batalla épica contra “el enemigo” que no va a llegar nunca.
El resultado es una obra que habla de amistad, de amor, de sacrificio, de sueños de juventud, de aguante frente a la injusticia y la adversidad. Por supuesto, el panorama más oscuro se vuelve luminoso cuando lo dibuja Jaime Martín, con ese estilo engañosamente limpito, que transmite la sensación errónea de que es muy fácil dibujar así. El trazo, el color, el laburo en la documentación, en los fondos, en el lenguaje corporal de los personajes, todo es hermoso en esta obra de Jaime. Una vez más, me encontré con un autor definitivamente dotado para estas historias de base 100% real y de contenido fuerte, a menudo desgarrador y siempre muy humano.
Vuelvo a 2018, a nuestro país, donde se editó El Desierto de Nemo, primera novela gráfica de la dupla integrada por Fernando Maiarú y Estanislao Marugo, dos autores oriundos de Tandil que (según tengo entendido) no dividen las tareas entre guionista y dibujante, sino que escriben, dibujan y entintan de a dos.
El dibujo me gustó bastante. Me pareció muy flojo el diseño de esas bestias a las que llaman “perros” y el resto me fue convenciendo a lo largo de la novela. Para el final, M&M están muy sólidos, en una estética en la que conviven los trazos Scott McCloud y Jeff Smith con un tratamiento de la masa negra más cercana a Eduardo Risso. La narrativa es prolija, con alguna viñeta en la que la información es excesiva y complica un poco la composición, pero sin mayores tropiezos. Para ser autores nuevos, toda la faz gráfica de El Desierto de Nemo es sumamente cumplidora.
Sin embargo, lo mejor que tiene El Desierto de Nemo, para mi gusto es el clima. Un clima crepuscular, de melancolía, tipo película de Hayao Miyazaki, que en algún momento va a permitir que se filtre una sonrisa, un poquito de esperanza, algún mimo para el alma. Como en las pelis de Miyazaki, acá se habla muy poco, los silencios tienen bastante peso y uno se imagina una música casi siempre bajonera, con algunos momentos más épicos, más dramáticos.
Y el guión… no es horrible, pero la verdad que me cerró bastante menos que el dibujo y el clima. El conflicto principal es atractivo. El problema es que M&M lo desactivan en la página 27 y dedican las siguientes 58 páginas a contar otras cosas que nada tienen que ver con lo que parecía ser el núcleo dramático de la historia. Cuando faltan unas 30 páginas para el final, llega el volantazo que re-acomoda la trama en su cauce original (la búsqueda de la mamá de Nemo), esto se resuelve de un modo predecible pero sumamente emotivo y satisfactorio, y ahí, a modo de epílogo, los autores le ponen un muy lindo moñito a la otra historia, la que desarrollaron en las 58 páginas del medio. En el mundo de El Desierto de Nemo pasan cosas que no se parecen en nada a las de ningún otro mundo en el que nos hayamos internado de la mano de otros comics... pero M&M no nos explican absolutamente nada acerca de él. No hay casi indicios acerca de cómo se llegó a este staus quo, y no precisamente porque la obra tenga pocas páginas y resulte imperioso sintetizar. Hay pistas de una guerra bacteriológica (o algo así) y no mucho más.
Estoy atento a futuros trabajos de Maiarú y Marugo, porque esta ópera prima tiene unos cuantos puntos a favor. Y mientras tanto, sigo leyendo y reseñando otras cosas, acá en el blog. Gracias y hasta la próxima.

viernes, 26 de octubre de 2018

ALACK SINNER

Finalmente anoche me terminé el mega-mamotreto de 700 páginas que recopila todo Alack Sinner, el magnum opus de José Muñoz y Carlos Sampayo. Obviamente es un sinsentido tratar de resumir en estos pocos caracteres la cantidad de cosas que podría decir acerca de esta obra, pero bueno, vamos a intentarlo. Por suerte, para los que quieran leer un análisis más extenso y más sesudo, hace poquito se editó El Exilio de las Formas, el libro teórico en el que el maestro Pablo Turnes disecciona a Alack Sinner con un nivel de profundidad al que yo no puedo ni aspirar.
Básicamente, Alack Sinner se trata de la corrupción enquistada en todos los niveles de la sociedad estadounidense, sobre todo en los ricos y poderosos. A lo largo de 30 años, Muñoz y Sampayo se encargaron de denunciar (con distintos grados de sutileza) las miserias y las atrocidades que sostienen al “American way of life”, tomado además como metonimia del capitalismo moderno. La ciudad como ámbito del crimen, la desigualdad social como caldo de cultivo de la violencia y la abyección, son tópicos clásicos del policial negro norteamericano y sobre esas bases Muñoz y Sampayo construyen un discurso que rápidamente trasciende lo urbano para, por un lado, hablar de la violencia política a un nivel más global, y por el otro para meterse de modo casi voyeurístico en las idas y vueltas de los vínculos sentimentales entre las personas.
Sinner es un personaje bastante cínico, porque algunos hechos de su juventud lo hicieron despertar temprano del Sueño Americano. Por eso lo vemos desconfiado, desafiante, siempre del lado contrario al de la autoridad, desde aquellas primeras aventuras de los ´70 hasta la última (a la que ya le dedicamos una reseña allá por el 19/01/12). Por supuesto que con los años, el personaje va cambiando y lo mejor que tiene este libro es eso: poder ver de modo muy claro, muy directo, como Muñoz y Sampayo hacen evolucionar tanto al protagonista como a la serie en sí, mientras encuentran y afianzan una identidad autoral propia que los pone en la cima de la historieta para adultos a nivel mundial.
Lo que menos cambia (creo yo) es la prosa de Sampayo. Arranca muy arriba, con un gran manejo de las convenciones de la literatura policial clásica, y termina también muy arriba. La diferencia está en que sobre el final encara relatos más extensos, que le permiten combinar el hard boiled con el aspecto más humano de la serie, es decir, los vínculos que Sinner entabla con los personajes –sobre todo femeninos- que se incorporan a su historia/ historieta. Para los dos últimos álbumes, Sampayo maneja los dos registros: el de un thriller con crímenes, investigaciones y suspenso, y el del drama familiar con novias, hijas, amantes, etc.
De todo el material que ofrece el libro, el único arco que nunca había leído es Historias Privadas, editado originalmente en 2000. Casualmente es el que menos me gustó. Y si me tengo que quedar con un sólo arco, creo que elijo al que es mi favorito desde siempre: Encuentros y Reencuentros. Me parece que ahí es donde Muñoz y Sampayo patearon el tablero y redefinieron totalmente qué carajo es hacer historietas de autor. Se animaron a sacarlo a Sinner de New York, a abandonar la estructura típica de la investigación policial… Es un auténtico cruce del Rubicón que no pierde para nada la magia y el impacto leído por tercera o cuarta vez (no recuerdo exactamente cuántas veces la leí). Y sí, a nivel dibujo Muñoz se zarpa un poquito más en el arco siguiente, Nicaragua. Pero el guión de Nicaragua tiene problemitas y la conjunción entre texto y dibujo no está tan lograda como en Encuentros y Reencuentros, donde ambos autores parecen uno solo.
Los saltos gráficos que pega Muñoz entre un arco y el siguiente son otro de los grandes atractivos que tiene el mega-broli. De acompañar a la prosa de Sampayo, pasa a agregarle varias capas de profundidad. En algún punto, el dibujo de Muñoz logra incluso graficar esa ironía, ese tinte farsesco que tienen las historias de Sampayo. Muñoz le sube el volumen a ese humor extraño, a la cacofonía de las grandes urbes, a los climas sórdidos, a la sensación de agobio que muchas veces pesa sobre los personajes. A veces le añade una dimensión más grotesca, granguiñolesca, que es muy linda de mirar pero que no sé si contribuye mucho al relato. Y a veces ese claroscuro hiper-expresionista logra imágenes tan bellas, tan potentes, que relegan al relato a un tercer plano y uno se queda ahí, babeando como un subnormal, mirando esas composiciones como si estuviera no frente a un comic, sino frente a un cuadro en un museo. El trazo de MunDios muta mucho más y más rápido que la prosa de Sampayo y –repito- ambos alcanzan la cumbre en la estremecedora Encuentros y Reencuentros. Cumbre de la que nunca van a bajar, por otra parte, porque a partir de ese trabajo (serializado entre 1981 y 1982 en la revista italiana alteralter) vendrán muchos más, dentro y fuera de la saga de Sinner, en los que los veremos arrasar con todo sin achancharse jamás.
A caballo entre el Siglo XX y el XXI, entre el comic de género y el comic de autor, entre la publicación episódica en revistas y la novela gráfica, entre Europa y Argentina, Muñoz y Sampayo (virtualmente desconocidos en 1975, cuando se publica El Caso Webster) construyeron una obra devastadora, con un mensaje potente y un corazón enorme. Una obra que no puede faltar en la biblioteca de ningún lector al que le interese mínimamente la historieta moderna de impronta autoral. Gloria eterna para ambos.

jueves, 25 de octubre de 2018

JUEVES EN BLANCO Y NEGRO

Ya es medio un clásico que tengamos posteos los jueves, y con este alcanzamos la marca de 2017. De acá a fin de año, la vamos a superar, espero que holgadamente.
Empiezo con el TPB que recopila la primera miniserie de Batman: Black & White, la de 1996, la que inició todo. Debajo de esa portada espantosa de Jim Lee nos esperan 20 historietas firmadas por un elenco de autores que sencillamente te hiela la sangre. Esto no significa que las 20 historietas sean magistrales, en absoluto, pero te predispone a leer papa fina, incluso cuando no te interese en lo más mínimo la figura de Batman.
El tomo arranca muy arriba, con cuatro historias que están sin dudas entre las mejores de la recopilación: Ted McKeever, Howard Chaykin, Joe Kubert y especialmente Bruce Timm ofrecen sendas cátedras memorables de narración gráfica, con estilos muy distintos pero con un talento y unos huevos gigantescos. La quinta historia ya tiene un poquito de trampa: para que el genial José Muñoz se sintiera más a gusto, Archie Goodwin le escribe un guión “sampayesco” en el que Batman prácticamente no figura. El dibujo (ni hace falta decirlo) es glorioso. El inmenso Walt Simonson la rompe con los dibujos, no tanto con el guión. Otro prócer, Richard Corben, forma equipo (una vez más) con Jan Strnad para una muy buena historia, dura, sin concesiones.
El primer faux pas llega con la historia de Kent Williams, bien dibujada pero con un guión medio pavote. Chuck Dixon y el inolvidable Jorge Zaffino proponen un muy buen relato policial, mientras que los británicos Neil Gaiman y Simon Bisley se juntan para reirse un rato, en un metacomic que juega a imaginar el backstage de un comic de Batman. Y después viene el maestro Klaus Janson, a ponerle onda y emoción a sus ocho paginitas.
Andrew Helfer forma equipo nada menos que con Liberatore, para una historia correcta, muy bien dibujada. Después llega el gran Matt Wagner, que la rompe toda, no deja nada en pie.
El siguiente tropezón le toca lamentablemente al ídolo máximo, Bill Sienkiewicz, que se zarpa con la cantidad de viñetas y la cantidad de texto que mete en cada página, obviamente en detrimento del dibujo, que es su fuerte. Teddy Kristiansen se luce como pocas veces, a pesar de que el guión de Denny O´Neil no lo ayuda mucho. El siempre impresionante Brian Bolland te detona el ojete con sus dibujos, y el guión… es más original que bueno. Jan Strnad vuelve a la carga, con un guión bastante más flojo que el anterior, que por suerte cae en las manos mágicas del indescriptible Kevin Nowlan. Con Goodwin pasa lo contrario: se inspira mucho más en este segundo guión más que en el anterior, pero este lo dibuja Gary Gianni, que a mí mucho no me copa. Y el otro reincidente, Denny O´Neil, propone un guión que juega a la emoción, pero no le sale. El dibujo de Brian Stelfreeze es brillante. El libro cierra con el sensei Katsuhiro Otomo, que la rompe en el dibujo pero a nivel guión hace bastante agua. De todos modos, hay que aplaudir el laburo monumental de los coordinadores que lograron juntar a todas estas bestias en un sólo proyecto. Me falta reseñar sólo el Vol.4, el de las historias de 2013-14, que está ahí, pidiendo pista. Muy pronto lo leo y lo comentamos.
Me vengo a Argentina a 2018, para leer Beatnik Buenos Aires, el libro escrito por Diego Arandojo y Facundo Percio. Yo entré bastante convencido de que iba a leer una novela gráfica, pero no, son 13 historias muy cortitas, de 6 páginas cada una, donde rara vez alcanza el espacio para darle a cada idea el desarrollo que ameritaba. Arandojo arma un mosaico, mostrando un poquito de cada uno de unos 15 ó 20 personajes muy interesantes… de los que uno quiere ver mucho más de lo que nos muestra el libro. Muchas de las 13 historias son anécdotas chiquitas, muy bien investigadas, pero que se quedan en eso, en la anécdota.
Al final del libro aparecen 13 textos en los que Arandojo nos regala un montón de información extra acerca de estos protagonistas de la noche bohemia que supo tener Buenos Aires en los ´60. Son datos jugosos, que revelan que el autor se comprometió a fondo con el tema, y a mí me hubiera gustado enterarme de todo eso leyendo las historietas. Varios de estos personajes daban (no tengo dudas) para protagonizar ellos solos una novelita gráfica de 64 páginas.
De las varias emociones y revelaciones copadas que pude rescatar entre estos pedacitos de historias, me quedo con la breve aparición del inolvidable Gustavo Trigo, gran historietista de los ´70, ´80 y ´90 al que tuve la suerte de conocer y que (me parece) tuvo más repercusión en Italia (donde vivió muchos años) que en su propio país.
Pero lo que me dejó totalmente boquiabierto, atónito, patidifuso, fue el dibujo de Facundo Percio. Olvidate de los trabajos que vimos antes. Este es otro Percio, un Percio mágico, que maneja el blanco y negro con una perfección, una profundidad y un vuelo que hacía mucho que no se veía en la historieta. La técnica de Percio (a caballo entre lo gráfico y lo pictórico) es imposible de describir, esto hay que verlo para creerlo. Y lo mejor es cómo este prodigio visual está puesto al servicio de la narrativa, al punto de que Facundo se fuma páginas de 9 cuadros, algunos con mucho texto, simplemente porque entiende que eso es lo que necesita el guión de Arandojo para lograr el efecto narrativo que busca. Ni hablar de lo que hace Percio con los fondos, los vehículos, la ropa… Un trabajo absolutamente consagratorio de este artista que pudo convertirse en un obrero más del mainstream yanki pero tuvo el coraje y la lucidez de elegir un camino alternativo.
¡Uh, se hizo largo! Gracias por el aguante y hasta la próxima.

lunes, 22 de octubre de 2018

LUNES CON PAPA FINA

Durante el finde me clavé dos libros realmente notables, que procedo a reseñar.
Empiezo en Japón, en la primera mitad de los ´70, aquel período de mágica fertilidad en la que el Dios del Manga, el maestro Osamu Tezuka, se sumerge en las profundidades del gekiga para regalarnos una cuasi-inagotable sucesión de obras de contenido adulto, a veces muy brutales, descarnadas, desbordadas de una mala leche que no aparecía ni siquiera insinuada en las historietas creadas por este genio en los ´50 y ´60.
Bárbara es una obra atípica dentro de esta etapa oscura y extraña del Manga no Kamisama, porque (creo que por primera vez) el autor juega a abrir interrogantes que no se resuelven nunca. La trama cobra visos de realismo mágico, con elementos que no tienen una explicación racional, o que tienen más de una, y Tezuka nunca nos dice cuál es la posta. La propia Bárbara (protagonista de la obra junto al escritor Yosuke Mikura) encarna el misterio, la ambigüedad, la ilógica. En un momento, Tezuka parece decidirse por una explicación muy copada: Debajo de su aspecto mugriento, su temperamento incontrolable y su desmedida afición por el escabio, la bella Bárbara es en realidad una de las musas que desde la época de los griegos inspira a los artistas. Después aparece una segunda explicación, que contradice a la primera y a la que Tezuka se aferra a lo largo de buena parte de la segunda mitad de la obra: Bárbara en realidad es una bruja, parte de un culto ancestral que adora a dioses oscuros y maneja fuerzas sobrenaturales.
De todos modos, esto es secundario, no es lo que hace atractiva a la obra. El gran gancho que tiene este manga es la dinámica entre Bárbara y Mikura, y cómo la obsesión de este último lo lleva a cometer un disparate tras otro, a veces poniendo en riesgo su vida y otras veces llevando violencia y muerte a las de los demás. La espiral descendente de este consagrado escritor hacia el oprobio es, sin dudas, el hilo conductor de la obra. Tezuka nos pavimenta esta senda con sexo, violencia, traiciones, mentiras, política, romance, misticismo y mucha data acerca de cómo funciona la industria de los best-sellers literarios.
Y claro, también hay que sumar a la ecuación el formidable trabajo del Manga no Kamisama en la faz gráfica. Por raro que sea el argumento, el dibujo del ídolo te mete en la historia, te hace sentir partícipe. Imbatible como siempre en el armado de las secuencias y la elección de los ángulos, Tezuka la rompe además en texturas, iluminaciones y en esos momentos más expresionistas, donde deforma intencionalmente cuerpos y perspectivas para enfatizar ciertos climas y ciertas emociones, sobre todo las violentas. Al que nunca leyó a Tezuka, no le recomiendo empezar por acá. Y al que viene siguiendo la gloriosa (e inagotable) producción del Dios del Manga, le recomiendo que no deje pasar por nada del mundo esta historia retorcida, jodida, en la que la intriga y la obsesión le ganan la pulseada a la aventura.
Salto mortal a Argentina, 2018, para comentar el Vol.5 de El Infante Dante Elefante, nuevo librito dedicado a las historietas mudas de J.J. Rovella. Se supone que es un material pensado para el público infantil, pero como suele suceder con Dante Elefante, acá sobran ideas, recursos y talento para seducir también al lector adulto de paladar negro. Ya hablamos en varias entregas anteriores de cómo estructura J.J. Rovella estos chistes, ya enumeramos su amplísimo repertorio de recursos humorísticos y sus “rupturas formales” que le permiten jugar con el “vocabulario” y hasta con la gramática misma de la historieta.
Lo que tenemos para agregar en este tomito son las historias más extensas, la variante que explora Rovella al dejar de lado (un ratito) el formato de la tira, e incluso del chiste desarrollado en una página, para aventurarse en relatos un poco más extensos, siempre sin palabras. De los que trae este libro, el que menos me sedujo fue el primero, una historieta de dos páginas que funciona como homenaje a Los Tres Chiflados. Pero después vienen esas cuatro páginas en las que Dante es un preso que se fuga de la cárcel, en una historia sencillamente perfecta. Las cuatro páginas de la casa embrujada reeditan muchos chistes que uno ya vio en miles de dibujos animados clásicos, pero el dibujo, el color y la narrativa son excelentes, así que también se destaca.
Y el tomo termina con una aventura de ¡20 páginas! en las que Rovella desarrolla ese homenaje a He-Man and the Masters of the Universe que se puede intuir en la portada. Nunca hubo una historia tan extensa de Dante Elefante y esta realmente es una sorpresa muy, pero muy grata, que engrosa el repertorio humorístico de la serie y que además nos muestra al autor volcado a una puesta en página y un ritmo narrativo más cercano al del comic de superhéroes, donde también obtiene magníficos resultados. Si nunca habias entrado en el fascinante mundo de Dante Elefante, este es el tomo indicado para darle una oportunidad y disfrutar de un J.J. Rovella afiladísimo.
Nada más por hoy. Ni bien tenga más libritos leídos, vuelvo a postear acá en el blog. ¡Gracias y hasta pronto!

jueves, 18 de octubre de 2018

JUEVES TRANQUI

Día tranquilo, en la antesala de un finde que promete bastante acción, ideal para sentarse a escribir las reseñas de los libros que leí en estos últimos días.
Empiezo con un clásico semi-oculto de aquel glorioso 1986: Roy Mann, una colaboración entre el guionista Tiziano Sclavi (quien ese mismo año crearía nada menos que a Dylan Dog) y el dibujante Atilio Micheluzzi, dos íconos del comic italiano.
Roy Mann es una aventura con muchísimo ritmo, que coquetea entre homenajear a la ciencia-ficción clásica de Flash Gordon y Brick Bradford y deconstruirla desde una mirada irónica o paródica. Sclavi no se define por una u otra postura (en parte porque la obra tiene sólo 46 páginas) y juega un poquito a cada cosa. Y además le da mucha preponderancia a un tercer eje, el más atractivo por lo menos para mi gusto: Roy Mann es –además- un metacomic. El protagonista es un guionista de historietas que un día despierta en una realidad que no es la que él habita normalmente, sino la que él imagina para escribir sus guiones de fantasía y ciencia-ficción. Sclavi mezcla, entonces, dos niveles de realidad, y de ese “sube-y-baja” salen los mejores momentos de un álbum sumamente disfrutable.
Por supuesto hay también un enorme mérito por parte del maestro Micheluzzi, que acá brilla con una línea clara de asombrosa elegancia, con un tratamiento del color, los fondos y los vehículos muy cercano al de Moebius, una chica preciosa que parece dibujada por Vittorio Giardino y una puesta en página 100% de Micheluzzi, con esas viñetas finitas widescreen que aparecen en casi todas las páginas y que nadie más metía en sus comics en 1986. Visualmente, estamos ante una historieta fantástica, con un vuelo y una sutileza dignos de Winsor McCay. y mucho gancho para el lector que entre en busca de acción, escenarios grandilocuentes y mujeres hermosas con escasa vestimenta. La edición de Toutain es rara, porque soslaya la participación de Tiziano Sclavi hasta hacerla casi invisible. Se ve que cuando salió esto en España (1990), al creador de Dylan Dog todavía no se lo consideraba uno de los “Grandes Autores Europeos”. En fin…
Y no me muevo de España, porque el otro libro que leí, si bien es una edición argentina, es obra de un rosarino radicado hace mil años en la Madre Patria. Me refiero al maestro Jorge Isaurralde Gómez, más conocido como Tátum, quien la rompiera en los ´80 con historias cortas en Cairo y El Víbora, para luego desaparecer virtualmente del campo de la historieta.
Pero hete aquí que Tátum volvió, bastante cambiado desde el apartado gráfico, y decidido a convertir en historietas unos cuantos relatos del inimitable Ambrose Bierce. Como ya es costumbre, me tengo que quejar del libro, que nos ofrece 96 páginas, de las cuales sólo 77 son de historieta, y el resto es la nada misma. La edición es hermosa, pero realmente no hacían falta esas 19 páginas de relleno.
Dos de los relatos que adapta Tátum son tan breves que ni siquiera entendí cuál era el conflicto, o la gracia. Y tampoco cuál fue el criterio para incluirlos. Pero en los relatos más extensos, Tátum logra hacernos creer que estas historias nacieron en forma de historieta, pensadas desde el minuto cero para ser narradas con secuencias de imágenes, no en prosa. Una Noche de Verano, Parker Adderson Filósofo y Una Confabulación Imperfecta no sólo funcionan muy bien como historietas, sino que además son historietas con guiones, climas y personajes de la San Puta. Y a otras se le nota más la raíz literaria, o no, pero las tramas me resultaron menos satisfactorias, por eso destaco principalmente a esas tres.
El dibujo del rosarino, que antes era más etéreo, más volado, ahora se volvió más terrenal y más apegado a una estética feísta, como si Miguel Gallardo empezara a dibujar con su mano menos hábil, o si Philippe Vuillemin tratara de dibujar respetando las proporciones anatómicas y usando documentación posta para recrear decorados y vehículos del Siglo XIX. Es un dibujo raro, un tanto grotesco pero sumamente efectivo, muy potenciado por el color y por los aciertos de Tátum en materia de armado de las secuencias y elección de los planos.
Recomiendo a full Una Noche de Verano a cualquier fan de Ambrose Bierce, de las adaptaciones literarias al comic o a quien quiera descubrir (tarde pero seguro) al maestro Tátum, de quien espero que se publiquen varios libros más.
Gracias a todos y vuelvo pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 15 de octubre de 2018

LUNES DE HIJOS DE PUTA

Ya 100 posteos en lo que va del 2018. Venimos bien, llegamos tranqui a la meta de 120 posteos en el año.
Arranco con un pendiente, que es el TPB que recopila la miniserie de Deadshot de 1988, co-escrita por el maestro John Ostrander y su difunta esposa Kim Yale, y dibujada por Luke McDonnell. Esto engancha antes de los dos últimos libros del Suicide Squad que me bajé, pero bueno, es lo que hay.
Antes de meterme con la miniserie, breve glosa para las historias de Deadshot contra Batman que aparecen para rellenar el TPB y que quede más gordito. La primera ya la había leído en el libro reseñado el 23/10/10 (recomiendo releer dicha reseña). Las otras dos (de 1982 y 1984, respectivamente) son historias 100% de Batman, en las que Deadshot aparece simplemente porque es un comic de superhéroes y el protagonista tiene que luchar contra alguien. Pero es un mero ornamento, los guionistas (Gerry Conway, Paul Levitz y Doug Moench) no tienen la menor intención de desarrollar un poquito a Floyd Lawton. Y en ambos casos, el dibujo lleva la impronta del glorioso Don Newton, perfectamente complementado por las tintas de Alfredo Alcalá.
Ahora sí, vamos con Ostrander, Yale y un Luke McDonnell prendido fuego, afiladísimo, que capitaliza al mango la posibilidad de entintar sus propios lápices y hasta se ve beneficiado por la estridencia cromática de Julianna Ferriter. Gran trabajo del siempre sub-valorado McDonnell, lleno de secuencias memorables, tanto en los tramos más intimistas como en las escenas de acción.
En cuanto al guión, Ostrander y Yale nos enredan en una trama sórdida, tremenda, repleta de escenas horribles, perturbadoras. Básicamente, es una historia sin buenos, donde lo que nos quieren contar los autores es que Deadshot es un hijo de puta irredimible y le gusta ser así. Lo más parecido a una heroína es Marinie Herrs, la ex-terapeuta de Floyd Lawton, apartada de su cargo por haberse involucrado emocionalmente con su paciente. Pero no creas que esto dispara una historia de amor en la que Deadshot busca la redención por la vía de sus sentimientos hacia Marnie. Acá la redención no llega nunca, por ningún lado. Y eso es lo que hace tan memorable a esta historia. Si el Suicide Squad jugaba todo el tiempo en el límite entre buenos y malos, con los dilemas éticos siempre a flor de piel, acá ya no hay ambigüedad que valga. Es todo atrocidad y mala leche, de punta a punta. Ojalá cada vez que sale un spin-off de una serie en la que los guionistas se centran en un sólo integrante de un grupo, la calidad fuera esta.
30 años después de la mini de Deadshot, el argentino Marcelo Dupleich edita Roberto (un tipo de mierda), una obra a la que le sobran las buenas intenciones, pero también los problemas. En primer lugar, el librito tiene 58 páginas, de las cuales sólo 39 son de historieta. O sea que hay casi VEINTE páginas de prólogos, carátulas, dedicatorias, o incluso páginas vacías, donde sólo vemos tinta negra. Un delirio absoluto.
Las tres historietas del tomo van encajando en forma muy ingeniosa. Están publicadas en un orden cronológico que no respeta la diégesis y que acentúan la sorpresa que se lleva el lector al internarse en otro festival de la mala leche y la abyección moral. Pero a nivel narrativo y de armado de la página, les juega muy en contra la decisión de Dupleich de no meter nunca más de tres viñetas por página. Casi siempre hay sólo dos viñetas (sabemos que es la grilla que a mí menos me convence en términos de narrativa secuencial) y además no hay zanjas ni marcos para separar unas de otras. El omnisciente fondo negro se mezcla con las abundantes masas negras que utiliza Dupleich y complica un poco la lectura, al igual que el tamaño de los globos (algunos son gigantescos, repletos de palabras, como si los personajes tiraran monólogos infinitos cada vez que abren la boca) y la tipografía elegida para los textos, que es realmente espantosa.
La idea de Dupleich parece ser impactar al lector a toda costa, no sólo con las turradas que nos cuenta/muestra, sino incluso con la elección de los ángulos (bien extremos) y los planos (cortados en lugares más que inusuales). La estética también es feista, totalmente jugada al grotesco, y por momentos funciona bastante bien, sobre todo cuando Dupleich se concentra en el claroscuro (sin dudas la técnica que mejor maneja) y no se ceba metiendo detalles y texturas con ese trazo más finito, mucho menos logrado.
Lo mejor que tiene el libro son los diálogos (excelentes, sumamente realistas) y los argumentos, la base sobre la que Dupleich arma los relatos. A los guiones les faltan más viñetas, para mostrar un poco más de la acción y “licuar” los diálogos más extensos entre más imágenes. Al dibujo le falta decidirse por una sóla técnica de entintado. A la narrativa le faltan las zanjas y le sobran las splash-pages y las páginas de dos viñetas. Y al libro le falta por lo menos una historieta más, porque la verdad que 19 páginas de relleno es demasiado. Así como está, Roberto (un tipo de mierda) es el embrión de una obra importante, tanto en la carrera de Marcelo Dupleich como en la historieta argentina actual. Entre el embrión y la obra importante hay un largo trecho, que ojalá el autor pueda recorrer en futuras historietas, o en eventuales reediciones de esta. Talento no le falta.
Y nada más. Después de Floyd Lawton y Roberto, ya me empiezan a parecer buenos pibes Marcos Peña, Durán Barba y Héctor Magnetto. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.

viernes, 12 de octubre de 2018

TRIPLETE Y A ROSARIO

Esta noche me voy a dormir temprano, porque en la mañana del sábado nos vamos para Rosario, a disfrutar un par de días de Crack Bang Boom. Así que aprovecho para reseñar algunos libritos que leí en estos días.
Barcelona es una breve novela gráfica de Kenny Ruiz, el autor cuya obra más conocida (El Cazador de Rayos) vimos acá en el blog el 14/12/17. Esto no tiene ni en pedo la calidad de dibujo que vimos en El Cazador de Rayos (sobre todo en los tramos finales de dicha saga), en parte porque acá Ruiz arma un equipo con un entintador y varios coloristas en vez de hacer todo él. Pero aún así, Barcelona se ve bien, no decepciona a nivel visual. Y narrativamente se banca decorosamente el hecho de que Ruiz cuenta en 42 páginas una historia que daba para 50 ó 60. Hay que fumarse páginas con muchas viñetas chiquititas en las que el dibujo se luce poco, pero felizmente el flujo del relato no se resiente para nada.
En cuanto al argumento, entré convencido de que el álbum era una especie de canto de amor a la Ciudad Condal, pero al leerlo me encuentro con que no es así. Ruiz nos muestra (a través de los ojos de Cyan, la protagonista) lo chota y lo hostil que puede ser Barcelona para una chica que llega del sur, con poca guita, pocos contactos y pocas ganas de que la forreen. El libro se podría llamar tranquilamente “Las desventuras de Cyan en Barcelona”, porque recién sobre el final la senda de esta intrépida fotógrafa se empieza a encarrilar.
Lo cierto es que la historia se hace llevadera, dinámica, las casualidades no suenan tan forzadas y uno se encariña rápidamente con Cyan. Como fan de la ciudad, me parece que Ruiz no le sacó todo el jugo posible. Pero como fan de las historias realistas, humanas, cercanas, con un tinte de denuncia social apenas disimulado, Barcelona me pareció forma bastante satisfactoria de ver qué hace Kenny Ruiz cuando no está narrando ambiciosas epopeyas pensadas para el mercado francés.
Me bajé también el Vol.5 de Amuleto y por primera vez no tengo el tomo siguiente pidiendo pista. Tranqui, sale el mes que viene. Este es, por lejos, el tomo menos interesante de los cinco primeros. Nunca antes me había parecido que Kazu Kibuishi estaba estirando innecesariamente la saga, ralentizando más de la cuenta el ritmo al que avanza el relato. Esta vez, para mi profunda desazón, la trama se arrastra, avanza a un ritmo sólo comparable al de un bondi por la avenida Medrano, en el tramo que va de Córdoba a Bartolomé Mitre, un miércoles a las 5 de la tarde. Ya cuando empieza ese festival de las secuencias oníricas, queda de manifiesto la intención de Kibuishi por tirar la pelota a la tribuna y dejar correr los minutos. Ojo, algunas cosas suceden. Pero son pocas para la cantidad de páginas que ofrece el tomo y para el ritmo que tenía Amuleto hasta acá.
Lo bueno de estas secuencias oníricas y de la narración mucho más descomprimida es que Kibuishi encuentra espacio para meter más de sus magníficas ilustraciones. Entonces, cuando aparecen esas composiciones, esos paisajes, esos colores, medio que se hace irrelevante que la trama avance poco o nada. Por ahora hay crédito para seguir apostando por Amuleto y ver qué onda el Vol.6.
Y cierro con el Vol.5 de Lucha Peluche, que marca el fin de la fascinante tira de El Niño Rodríguez, tira a la que la gran masa del pueblo comiquero le dio escasísima bola, más allá de sus inmensos méritos.
Este tomo probablemente sea el mejor de los cinco, porque acá se nota que el Niño se sacó de encima la presión de la entrega diaria (originalmente Lucha Peluche salía en un diario) y puede pensar mejor cada mini-relato. E incluso –lo más interesante- plantear relatos más extensos, sin llegar a armar una estructura de novela, pero sí con mucho más margen para explorar a algunos personajes. La Familia Bolchevique, Mortadela, Tony Torres y en especial Alejo son los que logran hilvanar historias más jugadas, que traspasan las fronteras del chiste para parecerse un poco más a las típicas historias cortas que podrían aparecer en cualquier antología de historieta.
El humor del Niño combina chistes con reflexiones, siempre con una mirada cáustica, filosa, provocativa. Es un humor descarnado, sin concesiones, que contrasta explícita e intencionalmente con la sencillez y la belleza del dibujo. El capitalismo y sus crisis cíclicas, el vínculo espurio entre los medios de comunicación y el poder, la desigualdad social, la frivolidad de los famosos, el miedo como forma de control social y otros temas complejos y elevados se mezclan con chistes de culos y pedos, de futbol y merca, de Instagram y Twitter, en una fiesta sin límites, repleta de imaginación y con ideas que trascienden ampliamente la coyuntura que reflejaron en el momento en que el Niño las llevó al papel. Ojalá más gente descubra esta verdadera gema de la historieta humorística argentina.
Y bueno, hasta acá llegamos. Probablemente haya nuevas reseñas el lunes, si duermo poco en los bondis de ida y vuelta a Rosario. Nos vemos en la Crack Bang Boom, o donde pinte.

miércoles, 10 de octubre de 2018

MIERCOLES DE MUSCULOSOS

Los dos últimos libros que leí son de chabones musculosos, que casualmente no reparten muchas piñas.
Arranco con Superpatriot: Liberty & Justice, la segunda miniserie de esta especie de Captain America creado por el maestro Erik Larsen, publicada en la época en la que dicho autor ofrecía casi las únicas historietas de Image que se podían leer sin contagiarse blenorragia. Como en la saga anterior del Patriot, acá tenemos al glorioso Keith Giffen a cargo del argumento y el plantado de las páginas (o sea, la narrativa), diálogos de Tom y Mary Bierbaum, y dibujos de un inspiradísimo Dave “el Reverendo” Johnson.
El argumento hace equilibrio todo el tiempo entre dos ejes: por un lado, la machaca del Patriot contra el Covenant, la “institución” mitad religión/ mitad imperio criminal a la que se enfrentó también en su primera miniserie solista. Y por el otro lado, la pata humana de la historia, un conflicto potencialmente mucho más interesante, como es que al héroe le aparezcan dos hijos, de unos 19-20 años, cuya existencia desconocía y que –esto no hacía falta- también son justicieros enmascarados. Sólo con esta mitad de la historia, la de la difícil reconstrucción de una familia que nunca fue tal y las impactantes revelaciones acerca de la mamá (y el tío) de los mellizos Liberty y Justice, alcanzaba para explorar a lo largo de estas 96 páginas un montón de aristas interesantísimas. La forma en que Giffen tira sobre la mesa todo lo que tiene para revelarnos está bárbara y los Bierbaum le ponen mucha onda a los diálogos, sobre todo a los de los chicos.
Pero claro, a los pibes que leían Image en el ´94 o ´95 les tenías que dar –ante todo- violencia pasada de rosca, peleas, tiros y explosiones, y eso es lo que -muy a mi pesar- ocupa buena parte de estas 96 páginas. Comparado con lo que se veía en otras series de esta época, esta mini de Superpatriot es… Fun Home de Alison Bechdel. Y obviamente, puestos a comprar comics porque están llenos de explosiones y de gente que ametralla gente a puro BRAKKA-BRAKKA-BRAKKA, mucho mejor comprar esto que abominaciones tipo Youngblood: Strykeforce.
El dibujo del Reverendo Johnson, además, es un lujo, con momentos en los que limpia el trazo para parecerse a Moebius y momentos en los que carga las tintas para apostar fuerte al claroscuro como si fuera… casi un Mike Mignola. El color está buenísimo y las tipografías que usa Chris Eliopoulos en las onomatopeyas de explosiones y chumbos varios son magníficas. O sea que, sin acercarse al nivel de las mejores sagas de Savage Dragon, esta mini de Superpatriot es pochoclo de calidad, un comic de machaca noventosa sumamente cuidado, con desarrollo de personajes, buenos diálogos y narrativa cristalina.
Y me vengo a Argentina, a 2018, para leer Camulus: El Dios Fugitivo, una extraña novela gráfica co-escrita por Pablo García y Francisco Cascallares, con dibujos de Jok, Jorge Blanco y Darío Brabo. Lo primero que me intrigó es que esta obra no hace ninguna referencia a la etapa anterior de Camulus, que es lo que yo venía leyendo (y a veces no entendiendo) en la Antología de Héroes Argentinos. Y no, no es que se omiten las referencias a los arcos anteriores para que este sea más accesible o reader-friendly. De nuevo me encontré con una lectura muy ardua, muy solemne, casi sin resquicios por los que uno se pueda identificar con algún personaje y casi sin curva dramática.
El ritmo es raro, lo que pasa está desenfatizado, por momentos se hace confuso (hubiese estado bueno un recurso gráfico que facilitara distinguir a los flashbacks de las escenas del presente), pareciera que los autores se esforzaran por distanciarse del lector, por no involucrarlo. Se nota que García y Cascallares conocen la época en la que está ambientada la historia, que han investigado ese choque de religiones paganas y cristiana. Y creo que lo más logrado (además de cierto vuelo literario en los bloques de texto) es esa sensación de fatalismo, de “no importa lo que hagan los personajes, igual se va a ir todo a la mierda”, que impregna toda la narración.
El dibujo es realmente atractivo, pero se cae bastante en el capítulo final de la novela, que es el que no dibuja Jok. Pero guarda, que una vez terminada la saga más extensa, hay un bonus track: una historia de 20 páginas en las que Jok trabaja en blanco y negro puro, sin tonos de grises, en las que nos regala las que –sin dudas- son las páginas más hermosas del libro, con momentos en los que Jok parece poseído por Quique Alcatena o Enrique Breccia.
El guión de este último unitario también es frío, también desenfatiza la acción (y hasta la crueldad) de lo que se nos está contando. Uno se imaginaría que con un personaje que es un dios de la guerra, grandote y pulentoso, los comics de Camulus serían un canto a la violencia, con infinitas luchas, decapitaciones y masacres. Y algo de eso hay, pero poquito, como si los guionistas estuvieran buscando otro camino, otra impronta para el personaje, menos obvia, más compleja. Lo cual me parece meritorio aunque lo que encuentran (al menos por ahora) no me termine de enganchar.
Y hasta acá llegamos por hoy. Hay alguna chance de que el viernes postee nuevas reseñas, y si no el lunes, al regreso de la Crack Bang Boom. Este año no voy a estar en ningún stand ni en ninguna charla, pero si nos cruzamos por ahí acérquense a saludar.

lunes, 8 de octubre de 2018

LUNES DE VERANO

Sol, calorcito y un par de lecturas copadas que quiero compartir.
La primera fue una apuesta sobre seguro: Yves H. y Hermann juntos es un combo que rara vez defrauda. Y esta vez, con Old Pa Anderson, ellos también fueron a lo seguro, a algo que les sale obscenamente bien: un thriller asfixiante, con un trasfondo muy fuerte de denuncia social.
Old Pa es un personaje que últimamente se ve bastante en el comic para adultos: un anciano que ya está jugado, que ya perdió todo lo que tenía para perder, que sabe que ya se le pasó la fecha de vencimiento, y –como sólo le queda la vida- no tiene ningún reparo a la hora de apostar fuerte. Por supuesto no es un viejo loco, que sale a matar gente por diversión. Hay una trama de venganza muy espesa, ya que la pérdida más grande que sufrió el protagonista (la de su nieta adolescente) tiene responsables que se creen impunes. Será la misión de este anciano imponer la verdad, la memoria y la justicia… en un contexto muy adverso, porque estamos en los años ´50 o ´60, en el estado de Mississippi y Old Pa es un negro que decide confrontar con los blancos.
Yves H. encuentra el tono perfecto entre el drama social y la acción trepidante, sin romper jamás el verosímil, ni siquiera para que el final sea menos desolador, menos trágico. Creo que… veinte páginas antes del final yo ya suponía el horror con el que nos iba a castigar el guionista a la hora del desenlace. El in crescendo hacia ese final es magnífico, realmente me puso muy nervioso. Y me dejó con un sabor amargo en la boca, tanto que me tuve que clavar un paquete entero de Tentaciones (de chocolate, las de frutilla son intragables).
Breve párrafo para hablar (una vez más) maravillas del papá de Yves H., el maestro Hermann, a esta altura un fetiche de este blog. ¡Qué genio este tipo, Dios mío! La rompe en todas las ambientaciones históricas y geográficas, te mata con los fondos, con los climas, te clava esas secuencias mudas devastadoras, maneja el tiempo del relato con una firmeza pasmosa, sin recurrir a artificios narrativos extraños… Un capo, mal. Ah, y si yo fuera Hermann, le haría llover las cartas documento al impresentable que diseña las portadas para las ediciones de ECC. Al lado de la portada de la edición francesa, la española es un vómito putrefacto de un cura pedófilo borracho, drogado y afiliado al PRO.
La segunda lectura, en cambio, fue una grata sorpresa. La Barranca de la Muerte es la ópera prima de Javier Velasco, y además es una joya. Muy loco cómo lo mismo que a veces no funciona, otras veces sí funciona. Me refiero a la estética que emplea Velasco para contar estas historias ambientadas en el barrio de su niñez. Una línea totalmente despojada, siempre del mismo grosor, donde el dibujo no nos transmite ninguna sensación de climas, ni de profundidad de campo, ni de texturas, donde no existe la perspectiva, los fondos son minimalistas (cuando aparecen), las formas geométricas no se respetan (porque están hechas a mano alzada) y prácticamente no existen las sombras ni ningún tipo de efecto de iluminación. Eso que no le funciona (por ejemplo) a John Porcellino, y hace que sus historietas se vean anodinas, insulsas, sin onda, de alguna manera le funciona a Velasco. Su dibujo tiene algo, un ángel, una chispa, una picardía, que obviamente no tienen todos los dibujantes de línea despojada y minimalista.
El libro ofrece 12 historias de distinta extensión, y para cuando llegué a la cuarta (la más extensa y quizás la mejor) ya estaba totalmente enganchado, ya me era imposible distinguir el mundo de Javier Velasco del mundo real. Mi infancia y la del autor se fueron amalgamando, me empecé a identificar cada vez más con lo que pasa en cada historia. Y me hizo recordar travesuras, peripecias y anécdotas jodidas de mi infancia, que seguramente transcurrió antes que la de Velasco y en otro barrio, pero que resuenan en la memoria cuando alguien que sabe narrar toca la tecla correcta. Para el final de la cuarta historia, yo era un integrante más de la pandilla de Velasco (seguramente uno de los “hermanos Macana”) y estaba ahí prendido, en esos juegos, en esas diabluras, en esas situaciones incómodas como la de la fiesta de la vecinita cheta en la que ponen lentos para que bailen los pibes de 10 años… Fue un trip alucinante, muy emotivo y muy disfrutable.
La verdad que, con ese talento para contar historias, podés dibujar infinitamente peor que Velasco y aún así ser un historietista de la San Puta.
La seguimos pronto. Seguro esta semana hay por lo menos un post más, previo a mi viaje a Rosario para asistir a la Crack Bang Boom.

viernes, 5 de octubre de 2018

TRIPLETE DE VIERNES

Tengo sueño y debería estar durmiendo para aguantar hasta las 6 o 7 de la matina en el boliche, pero bueno… acá estamos con nuevas reseñas.
Arranco con una breve glosa de Aragonías: Reencuentro con el país de las hipótesis, un libro de 1981 que es importante porque es una de las poquísimas veces que se publicaron chistes de Sergio Aragonés en el país donde vivió hasta 1962. Son todos chistes mudos y en blanco y negro, realizados por Sergio para la revista MAD en los ´60 y ´70, y muchos de ellos ya los conocía. Pero bueno, la militancia es así. Me ponés adelante un libro de Aragonés que no tengo y si el precio no es más demencial que las tarifas del gas en Argentina, sabés que me lo voy a llevar.
De lo geniales que son los chistes de Aragonés, prefiero hacerle honor al maestro y no decir una sola palabra. Y el dibujo es un poquito desparejo, porque en los ´60 el ídolo todavía no tenía el estilo tan depurado como en los años posteriores. La edición es rara, está agotada hace siglos y no se volvió a editar jamás, así que además es una pieza buscada por los coleccionistas. Por ahí más adelante le dedico una columna de Santo Grial en el sitio web de Comiqueando.
Salto a EEUU, a 2002, para leer la primera novela gráfica del hoy encumbrado Bryan Lee O´Malley, el autor canadiense que rompió todo con Scott Pilgrim. Lost at Sea me sorprendió con su perfecta combinación entre un dibujo super-sencillo, casi minimalista, y una gran complejidad en el tratamiento de Raleigh, el personaje central. La trama en sí es medio la nada misma, pero le sirve a O´Malley para llevarnos por un viaje en el que esta chica de 18 años se descubre a sí misma, se pelea y se reconcilia con su pasado y madura en una semana lo que una chica normal madura en cinco años.
Es una historia muy basada en los diálogos y en los bloques de texto narrados en primera persona por la propia Raleigh, y acá hay tantos hallazgos que es casi impensable que esto no lo haya escrito una chica de 18 años, sino un varón que cuando Lost at Sea salió a la calle tenía 23. Por supuesto, también hay varias secuencias en las que O´Malley “se calla la boca” y deja que los dibujos nos cuenten lo que pasa, y también están perfectas. Estamos ante un verdadero hito dentro del subgénero que yo denomino “jóvenes a la deriva”, o de lo que el narratólogo David William Foster llama “novela gráfica existencialista”, y la verdad es que -si no te ahuyenta una trama en la que todo pasa por los diálogos entre cuatro adolescentes medio nabos- te vas a encontrar con una obrita maestra, redonda y satisfactoria de punta a punta. Y encima está dibujada como los dioses por un chico hasta ese entonces totalmente desconocido, hoy convertido en uno de los faros insoslayables del comic alternativo norteamericano. Una belleza chiquita pero brillante.
Y cierro con Puntapié, una antología de historietas futboleras apuntadas al público infantil, producida por el sello Comiks Debris, en la que participan muchos (o todos) los autores que habitualmente publican en esa editorial. La idea es buenísima, y el resultado… no tanto. Al incluir 14 historietas en un libro de solo 48 páginas, casi todas son tan breves que no llegan a desplegar un argumento atractivo, o sí, pero lo resuelven de modo medio abrupto. Esto con… ocho historietas de seis páginas, sería un golazo de media cancha.
Aún así, con la limitación de tener que rematar en una baldosa porque no hay espacio para más, algunos autores la clavan en el ángulo. El inolvidable Eduardo Maicas y el grossísimo Pipi Spósito te muestran que en dos páginas también se pueden tirar caños y sombreritos. Las cuatro páginas de Tiburcio (a cargo de Alejo Valdearena y Diego Greco) también se ganaron la ovación de esta hinchada. Chanti tiene tres intervenciones, pero la que da la vuelta olímpica es claramente la tercera, las dos páginas de La Historietería, repletas de buenas ideas y chistes sumamente eficaces. Greco hace doblete, porque en su segunda historieta (la de Fuerza Mosca, con guión de Alberto Moreno) también tira magia y talento en cuatro páginas. Y el cupo extranjero lo cubre Marko Torres, con cuatro páginas del genial Super Ninja Kururo, que brilla un poquitín menos que las otras historietas resaltadas en este párrafo pero pone garra y huevo como para llevarse los tres puntos de visitante.
Después hay historietas muy bien dibujadas o con alguna idea muy copada, pero que –como ya señalé- no llegan a aprovechar del todo su potencial. De todos modos está bueno ver transpirar la camiseta a troncos absolutos que en su vida tocaron una pelota como Gustavo Sala y Fer Calvi y a jugadores de toda la cancha como J.J. Rovella. Pero repito: con menos historietas un poquito más largas, este libro peleaba la Superliga, la Copa Argentina, la Sudamericana y la Libertadores.
Grazie per tutti y la seguimos pronto!

miércoles, 3 de octubre de 2018

VENOM

Raro,no? Una película de Venom por afuera del mundo de Spider-Man es como una biopic de Maradona donde nunca aparezca jugando al futbol ni entrenando. Pero bueno, se dio así. A los muchachos de Sony se les ocurrió lanzar a Venom como solista, sin la apoyatura de “es la versión oscura de Spider-Man”.
El ignoto director Ruben Fleischer juega a recuperar la fórmula que hizo exitoso a Venom en los comics: cuando los pibes se cebaron mal con él, Marvel se resistió a la tentación de convertirlo en un héroe. Entonces pasó a ser un villano bastante turbio, bastante al límite, pero siempre aparecía una excusa para que se enfrentara a otro villano mucho más hijo de puta que él. La película busca eso todo el tiempo: Venom te tiene que caer bien, tenés que hinchar por él, y para eso apuesta fuerte a dos recursos. Uno es obvio: enfrentarlo a un turro infinitamente más turro que él. Y el otro es novedoso: los guionistas de la peli le ponen toda la onda a Eddie Brock, un personaje que en los comics tenía muy poco desarrollo previo a aquel primer contacto con el simbiote que Spidey trajo del mundo de las Secret Wars.
El Eddie Brock de la película es un capo que enseguida te conquista con esa impronta de looser carismático, de tipo rebelde, con huevos, con convicciones. Y lo logra en buena medida gracias a la actuación de Tom Hardy, una especie de Darío Lopilato más corpulento. Hardy (desaprovechadísimo cuando le tocó interpretar a Bane en el cierre de la bati-trilogía de Christopher Nolan) hace hasta las mismas muecas que Darío Lopilato, lo cual me causó bastante gracia. Y el guión se centra mucho en la parte humana del asunto: en cómo le cambia la vida a Eddie una vez que se fusiona con esa masa informe, antropófaga y aparentemente incontrolable que es Venom. O sea que las expresiones faciales son muy importantes para contar esa parte de la historia y ahí Tom Hardy salió muy bien parado.
En una historia donde casi no hay buenos, la violencia está a la orden del día y la verdad que sobra bastante. La persecución de autos por las calles de San Francisco, por ejemplo, ya la vimos mucho más linda en Ant-Man & the Wasp. Y después, en todas las historias donde el personaje sufre la dualidad hombre/monstruo (Hulk, Etrigan, el que sea) lo más importante del guión termina por ser el pacto. Los términos en los que la bestia acepta (o no) ser controlada por el hombre. Ese punto es el más flojo del guión. No queda muy claro por qué Venom se encariña con Eddy y decide ayudarlo a frenar el genocidio que pretende hacer… otro monstruo pasado de rosca.
La escena del final nos ofrece una primera aproximación a Cletus Cassidy, lo cual significa que la secuela va a enfrentar a Venom con Carnage… algo que a priori me la baja muchísimo porque –en general- los que no somos fans de Venom ODIAMOS a Carnage. Pero bueno, está Woody Harrelson a cargo del personaje y eso me hace ponerle una mínima ficha.
Me dejó bastante frío la música (venía mal acostumbrado a las bandas de sonido llenas de hitazos de Guardians of the Galaxy y Deadpool) y me gustaron mucho los efectos especiales. Los reyes del CGI lograron plasmar en la pantalla muchos de los mejores dibujos de Venom que uno vio alguna vez en los comics.
En síntesis, fui esperando una garcha aberrante y me encontré con un entretenimiento bastante aceptable. El nuevo origen de Venom funciona, la desconexión con Spider-Man y su universo no obstaculiza para nada el avance de la trama y el hecho de que en la gran mayoría de las escenas tengamos a Brock a cara descubierta tampoco es grave porque –repito- la actuación de Tom Hardy está tranquilamente al nivel de la de Robert Downey Jr. como Iron Man o la de Hugh Jackman como Logan. Si no vas esperando la gloria (y no te repele la machaca), lo más probable es que pases unos 140 minutos bastante gratos.

lunes, 1 de octubre de 2018

LUNES CHOTO

Hay viento, hace frío, se murió Carlos Ezquerra, gobierna Cambiemos… Todo una mierda. Por suerte tengo unos libritos para reseñar, como para combatir la amargura.
Arranco con el Vol.1 de La Danza del Tiempo, una saga creada en 2008 por el ídolo ucraniano Igor Baranko. Se trata de una aventura con bastante vuelo poético, ciertos visos románticos, mucha acción y mucho misticismo, ambientada en el Siglo XIX y protagonizada por aborígenes de los pueblos originarios de los Estados Unidos. La trama se apoya, básicamente, en una idea: si se baila la danza sagrada de los espíritus en el sentido inverso al que se mueve el Sol, es posible volver atrás en el tiempo. Así es como Cuatro-Vientos, el altivo, impulsivo y cancherito príncipe de los Lakota va a poder intentar (varias veces) encauzar su historia de amor con Luna-entre-las-nubes, la hija del jefe de los Pawnee. Pero esta remake de Romeo y Julieta atravesada por Back to the Future difícilmente tenga un final feliz.
En estas primeras 48 páginas, Baranko se dedica sobre todo a presentar a los personajes (con muchos hallazgos en la dupla de villanos) y a plantear como factible toda esta explicación mística para los viajes en el tiempo . Por supuesto, al haber caciques, príncipes y princesas, también hay una sana cuota de intriga palaciega y de rosca política entre estas tribus, eternamente enfrentadas entre sí, a pesar de profesar religiones similares y tener al monstruoso hombre blanco como enemigo en común. Veremos hacia dónde avanza la trama (o no, porque no tengo los tomos posteriores), pero lo que se ve hasta ahora promete mucho, sobre todo por un elemento que apenas se menciona en esta primera parte: la danza puede “rebootear” la realidad y volver a un status quo en el que los blancos nunca llegaron a América. Y en un momento, uno de los aborígenes habla de “las tribus del Sur”, así que probablemente la saga nos muestre una América Precolombina en pleno Siglo XIX, con aztecas y mayas a los que nunca invadieron los españoles. No hace falta ser un genio para sacar una buena historia de semejante consigna, así que le pongo muchas fichas a lo que puede hacer Baranko en los tomos que no tengo.
En cuanto al dibujo, el ucraniano hace gala de la profunda influencia que tienen sobre él los grandes autores italianos: Milo Manara, Hugo Pratt y Sergio Toppi se reencuentran en el trazo de Baranko, al que le queda perfecto ese color plano, sin degradés ni efectos de volumen. Visualmente esto tiene fuerza, expresividad y el grado ideal de realismo. Baranko combina páginas de muchas viñetas con momentos más épicos, o más oníricos, en los que nos detona las retinas con viñetas mucho más grandes, con un nivel de detalle y un vuelo dignos de Quique Alcatena. Y sí, como en casi todas las historias protagonizadas por aborígenes, La Danza del Tiempo tiene muchas secuencias mudas, en las que el croata demuestra una solvencia narrativa escalofriante. Quiero más álbumes de esta serie, cuanto antes mejor.
Este año el sello Historieteca lanzó su línea de humor y su primer título fue este librito dedicado a El Oficial Yuta, la longeva (y siempre fértil) creación de J.J. Rovella. Para divertirse con esta tira hay que pagar un peaje: tenés que estar convencido de que la policía es la institución más abyecta sobre la faz de la Tierra, el epítome de la corrupción, la violencia, la represión, la mala leche y la mugre más asquerosas. Si no comulgás con este credo, ni lo intentes, porque no vas a lograr sintonizar la onda de lo que Rovella quiere hacer con El Oficial Yuta.
Como en casi todas las obras de este prolífico autor, acá hay distintos tipos de humor: más físico, más verbal, basado en la “gramática” del comic, basado en parodias a cosas que todos conocemos… Rovella prueba de todo y lo único que no me termina de convencer es cuando arma esos juegos de palabras complejos, tipo “Algunos alegremente piden mano dura. Pero cuando se me va la mano, no les dura”. Después, hay varios momentos brillantes, a veces por la crueldad, a veces por el disparate, a veces por lo que hace Rovella desde el dibujo.
Y en este rubro es donde más recursos muestra el creador de Dante Elefante. Según le convenga, su trazo y su paleta mutan para transportarnos a una tira de Mafalda, un aviso publicitario de los ´70, un videojuego, un dibujo animado clásico o una pintura rupestre. Hasta las recetas de Blanca Cotta que aparecían en Anteojito reciben su parodia/homenaje de la mano de un Rovella que no deja estética sin explorar.
Y sí, muchas veces te reís para no llorar. Y sí, te podés hacer fan de un personaje irredimible, de una bestia bruta y extremadamente hija de puta. Y sí, seas o no fan de Rovella, te den asco o no las tropelías que cometen a diario los “agentes del orden”, te recomiendo enfáticamente este libro de El Oficial Yuta. No te digo que seguro se va a convertir en tu tira favorita, porque a Seguro se lo llevaron preso, y creo que el Oficial Yuta lo picaneó un toque de más…
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.