el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 15 de octubre de 2018

LUNES DE HIJOS DE PUTA

Ya 100 posteos en lo que va del 2018. Venimos bien, llegamos tranqui a la meta de 120 posteos en el año.
Arranco con un pendiente, que es el TPB que recopila la miniserie de Deadshot de 1988, co-escrita por el maestro John Ostrander y su difunta esposa Kim Yale, y dibujada por Luke McDonnell. Esto engancha antes de los dos últimos libros del Suicide Squad que me bajé, pero bueno, es lo que hay.
Antes de meterme con la miniserie, breve glosa para las historias de Deadshot contra Batman que aparecen para rellenar el TPB y que quede más gordito. La primera ya la había leído en el libro reseñado el 23/10/10 (recomiendo releer dicha reseña). Las otras dos (de 1982 y 1984, respectivamente) son historias 100% de Batman, en las que Deadshot aparece simplemente porque es un comic de superhéroes y el protagonista tiene que luchar contra alguien. Pero es un mero ornamento, los guionistas (Gerry Conway, Paul Levitz y Doug Moench) no tienen la menor intención de desarrollar un poquito a Floyd Lawton. Y en ambos casos, el dibujo lleva la impronta del glorioso Don Newton, perfectamente complementado por las tintas de Alfredo Alcalá.
Ahora sí, vamos con Ostrander, Yale y un Luke McDonnell prendido fuego, afiladísimo, que capitaliza al mango la posibilidad de entintar sus propios lápices y hasta se ve beneficiado por la estridencia cromática de Julianna Ferriter. Gran trabajo del siempre sub-valorado McDonnell, lleno de secuencias memorables, tanto en los tramos más intimistas como en las escenas de acción.
En cuanto al guión, Ostrander y Yale nos enredan en una trama sórdida, tremenda, repleta de escenas horribles, perturbadoras. Básicamente, es una historia sin buenos, donde lo que nos quieren contar los autores es que Deadshot es un hijo de puta irredimible y le gusta ser así. Lo más parecido a una heroína es Marinie Herrs, la ex-terapeuta de Floyd Lawton, apartada de su cargo por haberse involucrado emocionalmente con su paciente. Pero no creas que esto dispara una historia de amor en la que Deadshot busca la redención por la vía de sus sentimientos hacia Marnie. Acá la redención no llega nunca, por ningún lado. Y eso es lo que hace tan memorable a esta historia. Si el Suicide Squad jugaba todo el tiempo en el límite entre buenos y malos, con los dilemas éticos siempre a flor de piel, acá ya no hay ambigüedad que valga. Es todo atrocidad y mala leche, de punta a punta. Ojalá cada vez que sale un spin-off de una serie en la que los guionistas se centran en un sólo integrante de un grupo, la calidad fuera esta.
30 años después de la mini de Deadshot, el argentino Marcelo Dupleich edita Roberto (un tipo de mierda), una obra a la que le sobran las buenas intenciones, pero también los problemas. En primer lugar, el librito tiene 58 páginas, de las cuales sólo 39 son de historieta. O sea que hay casi VEINTE páginas de prólogos, carátulas, dedicatorias, o incluso páginas vacías, donde sólo vemos tinta negra. Un delirio absoluto.
Las tres historietas del tomo van encajando en forma muy ingeniosa. Están publicadas en un orden cronológico que no respeta la diégesis y que acentúan la sorpresa que se lleva el lector al internarse en otro festival de la mala leche y la abyección moral. Pero a nivel narrativo y de armado de la página, les juega muy en contra la decisión de Dupleich de no meter nunca más de tres viñetas por página. Casi siempre hay sólo dos viñetas (sabemos que es la grilla que a mí menos me convence en términos de narrativa secuencial) y además no hay zanjas ni marcos para separar unas de otras. El omnisciente fondo negro se mezcla con las abundantes masas negras que utiliza Dupleich y complica un poco la lectura, al igual que el tamaño de los globos (algunos son gigantescos, repletos de palabras, como si los personajes tiraran monólogos infinitos cada vez que abren la boca) y la tipografía elegida para los textos, que es realmente espantosa.
La idea de Dupleich parece ser impactar al lector a toda costa, no sólo con las turradas que nos cuenta/muestra, sino incluso con la elección de los ángulos (bien extremos) y los planos (cortados en lugares más que inusuales). La estética también es feista, totalmente jugada al grotesco, y por momentos funciona bastante bien, sobre todo cuando Dupleich se concentra en el claroscuro (sin dudas la técnica que mejor maneja) y no se ceba metiendo detalles y texturas con ese trazo más finito, mucho menos logrado.
Lo mejor que tiene el libro son los diálogos (excelentes, sumamente realistas) y los argumentos, la base sobre la que Dupleich arma los relatos. A los guiones les faltan más viñetas, para mostrar un poco más de la acción y “licuar” los diálogos más extensos entre más imágenes. Al dibujo le falta decidirse por una sóla técnica de entintado. A la narrativa le faltan las zanjas y le sobran las splash-pages y las páginas de dos viñetas. Y al libro le falta por lo menos una historieta más, porque la verdad que 19 páginas de relleno es demasiado. Así como está, Roberto (un tipo de mierda) es el embrión de una obra importante, tanto en la carrera de Marcelo Dupleich como en la historieta argentina actual. Entre el embrión y la obra importante hay un largo trecho, que ojalá el autor pueda recorrer en futuras historietas, o en eventuales reediciones de esta. Talento no le falta.
Y nada más. Después de Floyd Lawton y Roberto, ya me empiezan a parecer buenos pibes Marcos Peña, Durán Barba y Héctor Magnetto. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.

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