Esta noche me voy a dormir temprano, porque en la mañana del sábado nos vamos para Rosario, a disfrutar un par de días de Crack Bang Boom. Así que aprovecho para reseñar algunos libritos que leí en estos días.
Barcelona es una breve novela gráfica de Kenny Ruiz, el autor cuya obra más conocida (El Cazador de Rayos) vimos acá en el blog el 14/12/17. Esto no tiene ni en pedo la calidad de dibujo que vimos en El Cazador de Rayos (sobre todo en los tramos finales de dicha saga), en parte porque acá Ruiz arma un equipo con un entintador y varios coloristas en vez de hacer todo él. Pero aún así, Barcelona se ve bien, no decepciona a nivel visual. Y narrativamente se banca decorosamente el hecho de que Ruiz cuenta en 42 páginas una historia que daba para 50 ó 60. Hay que fumarse páginas con muchas viñetas chiquititas en las que el dibujo se luce poco, pero felizmente el flujo del relato no se resiente para nada.
En cuanto al argumento, entré convencido de que el álbum era una especie de canto de amor a la Ciudad Condal, pero al leerlo me encuentro con que no es así. Ruiz nos muestra (a través de los ojos de Cyan, la protagonista) lo chota y lo hostil que puede ser Barcelona para una chica que llega del sur, con poca guita, pocos contactos y pocas ganas de que la forreen. El libro se podría llamar tranquilamente “Las desventuras de Cyan en Barcelona”, porque recién sobre el final la senda de esta intrépida fotógrafa se empieza a encarrilar.
Lo cierto es que la historia se hace llevadera, dinámica, las casualidades no suenan tan forzadas y uno se encariña rápidamente con Cyan. Como fan de la ciudad, me parece que Ruiz no le sacó todo el jugo posible. Pero como fan de las historias realistas, humanas, cercanas, con un tinte de denuncia social apenas disimulado, Barcelona me pareció forma bastante satisfactoria de ver qué hace Kenny Ruiz cuando no está narrando ambiciosas epopeyas pensadas para el mercado francés.
Me bajé también el Vol.5 de Amuleto y por primera vez no tengo el tomo siguiente pidiendo pista. Tranqui, sale el mes que viene. Este es, por lejos, el tomo menos interesante de los cinco primeros. Nunca antes me había parecido que Kazu Kibuishi estaba estirando innecesariamente la saga, ralentizando más de la cuenta el ritmo al que avanza el relato. Esta vez, para mi profunda desazón, la trama se arrastra, avanza a un ritmo sólo comparable al de un bondi por la avenida Medrano, en el tramo que va de Córdoba a Bartolomé Mitre, un miércoles a las 5 de la tarde. Ya cuando empieza ese festival de las secuencias oníricas, queda de manifiesto la intención de Kibuishi por tirar la pelota a la tribuna y dejar correr los minutos. Ojo, algunas cosas suceden. Pero son pocas para la cantidad de páginas que ofrece el tomo y para el ritmo que tenía Amuleto hasta acá.
Lo bueno de estas secuencias oníricas y de la narración mucho más descomprimida es que Kibuishi encuentra espacio para meter más de sus magníficas ilustraciones. Entonces, cuando aparecen esas composiciones, esos paisajes, esos colores, medio que se hace irrelevante que la trama avance poco o nada. Por ahora hay crédito para seguir apostando por Amuleto y ver qué onda el Vol.6.
Y cierro con el Vol.5 de Lucha Peluche, que marca el fin de la fascinante tira de El Niño Rodríguez, tira a la que la gran masa del pueblo comiquero le dio escasísima bola, más allá de sus inmensos méritos.
Este tomo probablemente sea el mejor de los cinco, porque acá se nota que el Niño se sacó de encima la presión de la entrega diaria (originalmente Lucha Peluche salía en un diario) y puede pensar mejor cada mini-relato. E incluso –lo más interesante- plantear relatos más extensos, sin llegar a armar una estructura de novela, pero sí con mucho más margen para explorar a algunos personajes. La Familia Bolchevique, Mortadela, Tony Torres y en especial Alejo son los que logran hilvanar historias más jugadas, que traspasan las fronteras del chiste para parecerse un poco más a las típicas historias cortas que podrían aparecer en cualquier antología de historieta.
El humor del Niño combina chistes con reflexiones, siempre con una mirada cáustica, filosa, provocativa. Es un humor descarnado, sin concesiones, que contrasta explícita e intencionalmente con la sencillez y la belleza del dibujo. El capitalismo y sus crisis cíclicas, el vínculo espurio entre los medios de comunicación y el poder, la desigualdad social, la frivolidad de los famosos, el miedo como forma de control social y otros temas complejos y elevados se mezclan con chistes de culos y pedos, de futbol y merca, de Instagram y Twitter, en una fiesta sin límites, repleta de imaginación y con ideas que trascienden ampliamente la coyuntura que reflejaron en el momento en que el Niño las llevó al papel. Ojalá más gente descubra esta verdadera gema de la historieta humorística argentina.
Y bueno, hasta acá llegamos. Probablemente haya nuevas reseñas el lunes, si duermo poco en los bondis de ida y vuelta a Rosario. Nos vemos en la Crack Bang Boom, o donde pinte.
viernes, 12 de octubre de 2018
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