el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 29 de noviembre de 2020

RIO DE ESTRELLAS

Una vez más me toca leer un trabajo de Jorge Morhain y Horacio Lalia, muy distinto al que vimos la última vez (reseña del 05/02/13). El dibujo de Lalia está en un muy buen nivel, muy ajustado, muy sobrio, con momentos de expresividad potente y un esmero en los paisajes muy encomiable. Tiene esa puesta en página rara, esa forma de poner los cuadros medio caprichosa, que me hace suponer que en cualquier momento voy a llegar a una encrucijada en la que no voy a saber en qué orden tengo que mirar/leer las viñetas. Por suerte, eso está contemplado, y la ubicación de los globos resuelve las incógnitas en la gran mayoría de los casos. Creo que hubo una sóla página en la que traté de seguir el hilo del relato y me encontré con una viñeta que no era la que me tocaba leer. Se solucionaba todo pidiéndole al maestro que utilizara una grilla más clásica, cosa que sabe hacer y muy bien. El argumento tal como lo plantea Morhain tiene su atractivo: unos humanos de otra dimensión viajan por el espacio-tiempo con la misión de capturar a las criaturas más jodidas del horror cósmico, monstruos lovecraftianos, que incluso tienen los nombres que les puso el glorioso Howard Phillips. En un momento, tienen un problema a bordo de la nave y se ven obligados a descender hasta el fondo de un río junto a un pueblito cuasi-perdido en la selva de la Mesopotamia argentina en el que van a empezar a suceder un montón de cosas raras. Lo más interesante es cómo Morhain reparte el protagonismo entre 10 ó 12 personajes. Lo menos interesante es que los lectores siempre estamos dos pasos adelante de los personajes. Nosotros sabemos que estos “visitantes” no son científicos normales, sabemos que esas luces en el río provienen de la nave, que esas criaturas monstruosas son las que causan todos los despelotes… y los personajes no entienden un carajo. O empiezan a entender todo mucho después. Lo cual no es ilógico, porque se supone que es gente con poco acceso a la cultura, a la que Morhain sitúa en un contexto socioeconómico de mucho atraso, más cercano a la superstición que a la ciencia futurista que traen estos visitantes. Pero el efecto que causa este “delay de comprensión” en el relato para mi gusto lo lastra, le resta fuerza e interés a los sucesos. Y lo otro que no tiene mucho sentido es la cantidad de peripecias sobrenaturales que se acumulan en el pueblo antes de que tomen cartas en el asunto las autoridades policiales o militares. Recién en el capítulo 11 vemos una reacción por parte de las autoridades que se hacía imperiosa desde el capítulo… cinco, por ser generosos. Es decir que se sostiene durante muchas páginas la fachada de que sucesos que podrían tener una repercusión cósmica permanezcan acotados a un espacio muy chico, en el que viven (si no entendí mal) menos de 50 personas. Con el correr de las páginas, esto se hace cada vez más inverosímil. Al estar planteada como una serie episódica y no como novela gráfica, Río de Estrellas recurre a una acumulación gradual de sucesos extraños vinculados a los visitantes y los entes que estos tienen en cautiverio, que hace que el verosímil se vaya desgastando de modo exponencial. En general, los diálogos están bien, reflejan de modo acertado los distintos orígenes de los personajes. Y me pareció correcta la forma en la que Morhain deja de lado gradualmente los elementos y situaciones emparentados con la comedia costumbrista, para enfatizar que en punto la cosa ya se puso demasiado heavy como para meter chistes de señoras que toman mate y clientes de burdel que se enamoran de las prostitutas. Entre una cosa y otra, Río de Estrellas cuenta en 144 páginas algo que podría haber pegado más fuerte contado en 80 ó 90, sin estirar innecesariamente misterios que lo eran sólo para los personajes, porque los lectores ya sabíamos todo lo que estaba pasando. Pero bueno, la verdad que no hay muchas historietas que combinen suspenso sobrenatural, horror lovecraftiano y comedia costumbrista ambientada en un pueblito de Corrientes o Misiones. En ese sentido, hay que ponderar la originalidad y los riesgos que asume Morhain. Y cuando el crujido que se escucha es el del verosímil, tiene ahí al dibujo de Lalia que le pone dramatismo y hasta realismo a las escenas más bizarras. Río de Estrellas no es una gema de la Historieta Argentina: es una lectura llevadera, perjudicada por el formato episódico y por algunas decisiones que tienen más que ver con el guion que con el argumento. Me da la sensación de que el fan de la aventura clásica lo va a disfrutar un montón, más allá de estas cositas que a mí mucho no me cerraron. Y se terminó el Noviembre temático. Para la próxima, vamos con comic europeo, yanki o japonés (todavía no lo sé). Gracias por el aguante y nos reencontramos el mes que viene con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 26 de noviembre de 2020

JUAN SAENZ VALIENTE, EL CÓMICS

No me siento bien, pero este es el único rato que tengo para escribir, así que mala leche. De última, será una reseña un poco más corta que las habituales. Por motivos que no logro entender, vendí muy poquitos ejemplares de este libro. No me voy a poner ahora a sopesar los factores por los que (creo yo) mis clientes no me lo encargaron, pero sí quiero señalar que si en el resto de las distribuidoras Juan Sáenz Valiente, El Cómics tuvo tan poca repercusión como la que muestran mis planillas, estamos ante una injusticia mayúscula, sólo comparable al hecho de que el Diego esté muerto y Carlos Menem no. Juan Sáenz Valiente, El Cómics combina breves historietas humorísticas con chistes de una sóla viñeta, por supuesto todo escrito y dibujado por el autor de La Sudestada y Norton Gutiérrez. El registro elegido por Juan es la autobiografía y así es como lo vemos de principio a fin del libro convertido en personaje. Juan combina anécdotas graciosas de su infancia, adolescencia y actualidad, con secuencias en las que lo vemos flashear, dar rienda suelta a su imaginación, y dibujar no lo que realmente sucede, sino por lo que pasa por la cabeza (bastante sexópata, por cierto) del autor. Este es un efecto cómico muy eficaz, que me hizo acordar a los mejores momentos de El Otro Yo del Dr. Merengue, pero por supuesto “tuneado” para este milenio. Entre guarangadas sexuales, chistes escatológicos y momentos más tranqui, el libro me arrancó varias carcajadas. Lo único que no me cerró es un detalle de los diálogos: Juan usa palabras porteñas como “bondi”, “laburo”, o “garchar”, y las incorpora a diálogos con frases que parecen escritas en ese engendro lingüístico espantoso llamado “castellano neutro”. El resto, todo muy divertido, muy genuino, muy gracioso. El dibujo es excelente. Acá se luce el poder de observación de Sáenz Valiente, su ojo clínico para pescar detalles en el lenguaje corporal, la ropa y los gestos de la gente (y los perros). Además cobra protagonismo esa plasticidad, esa facilidad para deformar los cuerpos, los rostros y los ángulos, que Juan usa para acentuar momentos cómicos y patéticos en igual medida. Acá Juan tira una magia digna de Oscar Grillo o Kyle Baker, a un nivel realmente altísimo. Y por supuesto, algo que en las historietas no se ve tanto, que es la increíble habilidad de Juan para la caricatura, para incorporar rostros de personas reales a su registro gráfico. Desde él mismo y su mamá hasta Mercedes Sosa, el Puma Rodríguez y China Zorrilla, cuando Sáenz Valiente se propone retratar a alguien real, da siempre en el clavo. Recomiendo mucho este libro, de verdad. Para cagarse bien de risa, para disfrutar del dibujo y las ideas de Sáenz Valiente en una dimensión más libre, más salvaje, y para pensar si la autobiografía está realmente liquidada como género, o si con un par de buenos libros (como este) está como para levantarse de la tumba y salir de joda varias noches más.

lunes, 23 de noviembre de 2020

MANO OCULTA

Otra vez me toca reseñar una obra de Rodrigo Canessa, un guionista semi-oculto en los pliegues de la historieta argentina actual, del que se habla poco, pero por lo menos una vez al año tira al “mercado” una obra interesante. En este caso me tocó leer Mano Oculta, escrita por Canessa y dibujada por Athos Pastore, una obra en la que el guion en sí es casi minimalista. Canessa plantea un argumento (no lo quiero explicar, por las dudas que que alguien prefiera leer el libro), que tiene que ver con un mundo post-holocausto nuclear en el que algunos sobreviven como pueden y otros montan un complejo operativo para experimentar ilícitamente con seres humanos. Y ya está. Lo plantea y lo deja volar. Lo que más me gustó del guion es cómo Canessa “se calla la boca” y deja que las imágenes que conjura Pastore cuenten la historia de Etiel y su búsqueda. Esto podría ser un festival de bloques de texto introspectivos, o descriptivos, y los personajes podrían hablar mucho más de lo que hablan, pero el guionista elige el camino contrario: el de los silencios., el de dejar que los dibujos creen los climan, describan y acentúen lo que le está pasando a Etiel y al resto del elenco. En principio no es una mala opción, pero para mi gusto Mano Oculta tiene dos problemas, y casualmente los dos tienen que ver con esta decisión por parte de Canessa: por un lado, como toda historieta en la que escasean los textos, se lee muy rápido. No a todos los lectores les resulta un bajón que los libros les duren menos de 15 minutos, pero a mí la verdad que no me copa. El otro problema es que noto una cierta falta de intensidad. Canessa piensa un argumento rico en situaciones tensas, estremecedoras, jodidas… pero después renuncia al uso de un montón de elementos que podría poner en juego para hacernos vivir todas esas sensaciones con más fuerza. Sin embargo, prefiere que estas nos lleguen –como decía recién- exclusivamente a través de los dibujos de Pastore, lo cual no siempre sucede. En algunas secuencias, como la del incendio cerca del final, Pastore se pone el relato al hombro y deja todo para transmitirnos la verdadera fuerza dramática de lo que está sucediendo en la historia, y en otras la verdad que no, y eso hace que Mano Oculta enfríe en momentos en los que debería calentar y no impacte en momentos en los que –desde el argumento mismo- tenía todo servido para impactar. En el apartado gráfico, Athos hace muy bien algo que la mayoría de los dibujantes hacen mal, que es mezclar varias técnicas de entintado. Acá hay un revoltijo de línea clara, mancha expresionista ida al carajo, tramas mecánicas, claroscuro… Imaginate una historieta dibujada a ocho manos entre el Lucas Varela de Doctor Oscuro, Pablo Burman, Renzo Podestá y Gonzalo Ruggeri. Un dibujo muy generoso en materia de climas, repleto de detalles en los fondos pero muy simple en los rostros, realmente muy interesante para mirar y estudiar. Le falta lo que señalábamos recién: más intensidad a la hora de transmitir todas esas cosas que habitualmente transmiten los textos y que acá el guionista decidió “restar” de la ecuación. Pastore se desvive para cuidar la calidad del grafismo y el flujo del relato secuencial, pero le falta ese plus, esa garra para cazar al lector de la garganta y ametrallarlo con todas esas sensaciones y emociones que Canessa imaginó en el argumento pero no incluyó en el guion. Sólo por la cantidad de secuencias mudas que tiene Mano Oculta, me doy cuenta de que es una historieta que guionista y dibujante hablaron mucho, y que hay entre ellos un fuerte vínculo de confianza. Esta vez, la apuesta a un guion minimalista y un dibujo que cargara con casi todo el peso de la narración no salió todo lo bien que uno quisiera, no obstante lo cual (cantaría Riff) estamos ante una obra atractiva, con un buen conflicto, un buen desarrollo y una buena resolución, ambientada en un mundo atípico y fértil para este tipo de aventuras, y dibujada en un estilo original, novedoso y de gran solidez, coherente consigo mismo de la primera viñeta hasta la última. No tengo dudas de que en su próxima obra conjunta Canessa y Pastore van a ajustar un poquito la sintonía para que todo este despliegue de ideas e imágenes pegue mucho más fuerte. Ah, excelente la edición a cargo de la editorial Deriva. Un lujo, de verdad. Nada más por hoy. Seguimos recorriendo obras de autores argentinos en este Noviembre temático, acá en el blog.

viernes, 20 de noviembre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.28

Hora de despedirme de esta serie, que me acompañó durante unos cuantos meses de este año bizarro e irrepetible. El coleccionable de Planeta-DeAgostini sigue un montón de tomos más, la serie escrita por Robin Wood también, pero yo me bajo acá, con esta tanda de episodios de mediados de 1979. Lo que viene después es la etapa en la revista Nippur Magnum, creo que con Ricardo Villagrán de nuevo a cargo de los dibujos, y no sé si algún día lo leeré completo. Algunos episodios leí en mi infancia, otros ya de grande, y –como me pasó con estos tomos- no todo me pareció glorioso, ni mucho menos. Así que hasta acá llego. Para la despedida me acompaña también el maestro Carlos Leopardi, dibujante de los seis episodios incluídos en este tomo. Un tomo narrado en estilo “moderno”, con pocas páginas de más de 9 viñetas y pocas secuencias sepultadas por infinitos masacotes de texto. En la mayoría de las páginas, el dibujo de Leopardi encuentra espacio para lucirse, si bien no son tantos los momentos en los que el dibujo se hace cargo de llevar adelante la narración. Leopardi llega a este último tramo de su paso por la serie pisando muy firme, muy afianzado en un estilo bien expresionista, por momentos brecciano, por momentos bien grotesco, y en algunos pasajes más tributario del de Lucho Olivera. Lo más notable es cómo lo masacran los coloristas (juicio y castigo a esos hijos de un tren cargado con siete millones de putas) y cómo Leopardi explota cuando tiene la posibilidad de dibujar escenas de acción y violencia. Este es, lejos, el Nippur más violento de todos. Ninguno de los dibujantes que pasó o pasará por esta serie grafica las peleas como lo hace Leopardi, con esa sensación de vértigo y de peligro extremo tan atípica en las historietas de Columba. Por motivos que desconozco, Leopardi no tiene muchas más producción en historieta fuera de su etapa en Nippur. Una pena, porque lo que mostró acá alcanza para aspirar a la consagración y sumarse al Olimpo de los grandes dibujantes de aventuras que dio este país. En cuanto a las historias que componen el tomo, no hay demasiado para destacar. La primera es un disparate, liso y llano, en la que pasan un montón de cosas impactantes que no tienen ninguna explicación racional. Se podría escribir una saga de 12 capítulos explorando y tratando de responder todas las preguntas que dispara Wood en estas 14 páginas, pero nunca nadie se tomó el trabajo de hacerlo. En la segunda, Robin hace algo que a mí me gusta, que es traer de vuelta a prersonajes que ya aparecieron en episodios anteriores. En todo caso, el que sobra en esta aventura es Nippur, cuyo aporte a la trama es ínfimo. La tercera es rarísima… Si no entendí mal, es una historia de amor entre un adulto grandote y un nene de unos 10 u 11 años. Por ahí en 1979 esto no hacía mucho ruido, pero hoy es muy turbio. La cuarta historia es fórmula pura, 14 páginas en las que pasan millones de cosas y Robin crea a personajes muy grossos para liquidarlos sin ningún miramiento. Y la quinta y la sexta son las historias más interesantes, las que ofrecen los giros argumentales menos predecibles. También con personajes secundarios alucinantes a los que jamás volveremos a ver, pero con tramas intensas, dramáticas, que dan pie de modo muy natural a combates grossos y moralejas conmovedoras, de esas que Wood escribe mejor que nadie. En fin, podría haber sido bastante peor. No sé si voy a extrañar a Nippur, pero a Leopardi seguro que sí. Y hasta acá llegamos. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas de historieta argentina acá en el blog.

martes, 17 de noviembre de 2020

SOBRE EL DANUBIO

Me imagino que la reseña de hoy va a quedar cortita, porque se trata de una historieta muy breve. Leonardo Kuntscher y Kundo Krunch narran la historia del Puente de Trajano en apenas 114 viñetas, varias de ellas sin textos. Es una buena historia, basada en hechos reales ocurridos en la época del Imperio Romano, que es un período histórico acerca del cual la historieta argentina ha hablado bastante poco. El guion de Kuntscher ensaya una explicación interesante de por qué pasó lo que pasó y explica bien el conflicto entre el poderosísimo imperio y los dacios, un pueblo que habitaba lo que hoy conocemos como Rumania. Como los galos de la aldea de Astérix, los dacios se van a plantar frente a los romanos para resistir la conquista, y también la magia (esta vez no en forma de poción) va a tener algo que ver en el resultado final. En el medio, los hijos de Roma van a construir una de las obras arquitectónicas más impactantes de su época, un puente sobre el río Danubio, de ahí el nombre de la historieta. Sobre el Danubio tiene una premisa atractiva, un conflicto interesante y una resolución de altísimo impacto. ¿Qué le falta? Probablemente un poco más de carnadura en los personajes. Ni la bruja de los dacios ni los jefes de ninguna de las dos facciones tienen esa profundidad, o esos matices, que nos dan ganas de que unos ganen y otros pierdan. Ahí sí que las distancias con cualquier aventura de Astérix (incluso las más chotas) son abismales. Y es cierto que en tan pocas páginas no era fácil meter, además, desarrollo de personajes complejos. Entre el planteo de la trama, el mínimo desarrollo y un espacio dedicado al final que es acorde con la grandilocuencia del mismo, Kuntscher se consumió toda la extensión de esta breve historieta. El librito ofrece 33 páginas de narración gráfica sobre un total de 44, es decir que el 25% está ocupado con algo que no es lo que uno paga por leer. O sea que en la Ratio Accorsi, le va definitivamente mal. Donde realmente descolla Sobre el Danubio es en la faz gráfica, que nos presenta a Kundo Krunch (uno de los dibujantes más interesantes que tiene hoy la historieta argentina) dispuesto a bancar el desafío de salir de su zona de confort y documentarse a full para llevarnos al año 105 de nuestra era de manera convincente. Kundo afila el ingenio para hacer entretenidas esas páginas con seis o siete viñetas chiquitas donde sólo se ve gente hablando y las rompe en las secuencias en las que la historia deja de lado los textos y se imponen los silencios. Pero sin dudas lo que más impacta, lo que se me impregnó en las retinas con más fuerza, son esas escenas gigantescas con batallas y cataclismos fuera de control. Y lo que menos me cerró fue el trabajo con el color, que abusa un poco del recurso (el último recurso) de engamar cada página, o dos páginas contiguas en un sólo color que, con mínimos matices, convive con la mancha y la línea negras. La idea piola que pone en juego Krunch a la hora del color es la de hacer desaparecer el blanco de personajes y fondos, y usarlo sólo para los globos de diálogo. Repito, entonces: obra cortita, que ocupa apenas el 75% de un libro chiquito, pero a la que no le faltan méritos en el guion y ofrece unos cuantos momentos memorables en el dibujo. Se puede recomendar sin ningún resquemor a cualquier fan de la historieta al que le gusten las aventuras con base histórica y dimensión épica. Y nada más, por ahora. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas de historieta argentina, en este Noviembre temático que estamos transitando acá en el blog.

sábado, 14 de noviembre de 2020

LA FRUSTRACION

Sigo recorriendo lanzamientos de historieta argentina de este extrañísimo 2020, y ahora es el turno de La Frustración, el nuevo trabajo de Brian Janchez. Esta probablemente sea la novela gráfica más extensa en la bibliografía del autor, que no sólo subió la apuesta en materia de ambiciones, sino también en materia de originalidad. Después de jugar con varios géneros, de destacarse sobre todo en la comedia costumbrista (a la que de a poco le fue incorporando elementos dramáticos), ahora Janchez se propone una fusión sumamente original: La Frustración es una aventura dramática, con mucha introspección, con un rol muy importante para los vínculos entre las personas, pero ambientada en un contexto de ciencia-ficción del post-holocausto. Una combinación rara, que en una de esas se le podría haber ocurrido a Beto Hernández, pero no a muchos más. Y por si a la consigna le faltara atractivo, Janchez incorpora otro elemento con el que le había ido muy bien en sus primeros trabajos: la autobiografía. La Frustración no es un comic autobiográfico, pero obtiene un montón de recursos tragicómicos del hecho de que la protagonista, Bulma Jimenes, es una autora de historietas enrolada eternamente en un underground enrarecido y adverso, que garantiza sangre, sudor y lágrimas, más que esa consagración a la que todo artista alguna vez aspiró. Está claro que muchas de las frustraciones que experimenta Bulma, ese boulevard de los sueños rotos por el que transita su carrera como autora de comics, empalma con los sinsabores que alguna vez vivió Brian en los años que lleva en este metier. El contexto del post-holocausto da origen a un world-building interesante, bien pensado y bien ejecutado. Pero sin dudas el principal atractivo de la novela está en la construcción que hace Janchez del personaje central. Bulma Jimenes es una mina dura, conflictiva, tramposa, manipuladora, por momentos capaz de ser muy cruel. Difícil identificarse con un personaje así, si no fuera por ese rasgo que (en una de esas, a los ojos de algunos lectores) la redime: su amor por la historieta. Probablemente eso sea lo único 100% genuino en esta mujer enroscada al límite de lo patético. Janchez hace crecer al personaje desde la primera viñeta hasta la última, a fuerza de un logrado equilibrio entre silencios introspectivos, diálogos punzantes y escenas de acción a todo o nada, con más violencia que la que nos mostró en cualquier otra de sus obras. El final es abierto, y no del todo triste. No me molestaría en lo más mínimo que en algún momento Janchez se decidiera a retomar a Bulma Jimenes para continuar esta historia y ofrecernos nuevos giros argumentales y más exploración de este mundo crepuscular y caótico en el que la historieta es el principal entretenimiento popular. El dibujo va en la línea de los trabajos más recientes de Brian: una línea despojada, sintética, con un claroscuro extremo en el que sólo existen los espacios blancos y las masas negras. Las caras son muy expresivasy los fondos no aparecen muy seguido, pero cuando lo hacen, están bien. Creo que lo que más me gustó de la faz gráfica fueron los homenajes a Peanuts, los personajes claramente basados en Marcie y Peppermint Patty. Y me gustó también la narrativa descomprimida, sobre todo esas páginas en las que en vez de meter tres viñetas widescreen cada una con un bloque de texto, Janchez dibuja tres viñetas normales y pone los textos en la mitad de la página que le queda vacía. A rasgos generales, hay una intención coherente en guión y dibujo que –digo yo, no sé si Brian lo pensó así- la de generar una distancia entre lo que se cuenta y el lector. La narrativa tiene ese grado de frialdad como para que incluso las escenas que nos resultan familiares se sientan lejanas, la protagonista no se esfuerza en lo más mínimo en generar ningún tipo de empatía, y el recurso de ambientar la historia 65 años en el futuro le permite al autor “vendernos” un mundo que no se parece demasiado al nuestro. Así como hay historietas que buscan que uno se sienta parte del relato, que se involucre casi como si fuera un personaje más, La Frustración va para el lado contrario y aún así llega a buen puerto. Estamos hablando de una muy buena novela gráfica, donde brilla el desarrollo de un mundo y un personaje para nada trillados, y donde se ve a un autor maduro, en total control de una vasta gama de recursos narrativos y gráficos. Me animo a recomendarle La Frustración no sólo a los fans de Brian Janchez que lo siguen hace años, sino incluso a quienes nunca se aventuraron en las obras de este interesantísimo autor. Y nada más, por hoy. Retomamos este Noviembre dedicado a la historieta argentina en un futuro post que se viene pronto, acá en el blog.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

CRIMENES Y CASTIGOS

Qué grosso tener todo este material en libro… Yo lo tenía disperso en un montón de números de Fierro, encima de la época más floja de la etapa clásica de Fierro, que es esa del medio, entre los nºs 30 y 60. Tenerlo todo en álbum, así editado, es un placer increíble. Hay 10 páginas sin historietas sobre un total de 56, lo cual es un poquito mucho, pero es realmente una edición preciosa, muy cuidada, a la altura de la chapa de un genio del Noveno Arte como fue Carlos Nine. ¿Qué me pasó leyendo las historietas? Primero, descubrí que no me acordaba un carajo de cuando las leí por primera vez, allá por los ´80. Fue como leer algo 100% nuevo, como si Nine hubiese escrito y dibujado este material el año pasado. En parte porque es un material que no envejeció en lo más mínimo. Hoy probablemente los historietistas lo piensen un poco más antes de introducir tantos personajes sexópatas y tantas mujeres golpeadas, ultrajadas o asesinadas en un comic, pero básicamente Crímenes y Castigos es una historieta muy moderna, muy actual. Y lo otro que me pasó no está tan bueno: me encontré por un lado con unos textos exquisitos, escritos por un tipo que no sólo entiende perfectamente las convenciones y lugares comunes del hard boiled, sino que las sabe satirizar con ingenio y con talento, que logra hacer impredecibles historias que parten de premisas muy, muy remanidas. La faz literaria de Crímenes y Castigos me pareció brillante, intachable. Y los dibujos, por otro lado, son alucinantes. Es Nine en estado puro, decidido a detonar todo su arsenal de recursos plásticos, en un festival desenfrenado de imaginación, grotesco, sensualidad y delirio, técnicamente asombroso, originalísimo, cautivante. Pero nunca llega a producirse ese click, esa comunión entre el texto y el dibujo. O por lo menos yo no la sentí nunca. Editás este libro sin los dibujos, y te quedan unos cuentos cortitos y geniales. Editás este libro sin los textos y te queda un artbook alucinante, repleto de ilustraciones y viñetas majestuosas. Pero texto e imagen nunca se acoplan, no necesitan el uno del otro. Nine no sólo se arriesga a no delimitar los bordes de las viñetas, no sólo deja de lado ese elemento gráfico formidable que tiene la historieta que son los globos de diálogo, no sólo te clava cada tres o cuatro páginas una splash page que fuerza un cambio en el ritmo de la narración. También hace una con la que yo particularmente no comulgo, que es prescindir casi por completo de la secuencialidad. Veo poca conexión, poca interacción, poco juego entre cada viñeta y la siguiente. Muchas veces, si no fuera por la reiteración de algún personaje, parecen viñetas de distintas historietas, o peor aún: ilustraciones realizadas para distintos medios, o distintos proyectos, hilvanadas de un modo medio forzado para integrarlas a una misma página y a una misma narración. Se le ven un poco las costuras, se nota que por momentos cada historia es un Frankenstein de dibujos gloriosos que no nacieron en función de estas historias, sino de otros trabajos de Nine. Y la verdad que las imágenes son tan hermosas y tan potentes (a veces tan perturbadoras) que no importa demasiado. Pero si venías más acostumbrado al Nine de Fantagás o de El Patito Saubón, es probable que esto te haga un poco de ruido. Como en todo relato hard boiled, no hay mucha indagación en la personalidad de los detectives protagonistas, que están ahí más como artificios de la narración que como personajes que nos tienen que transmitir la sensación de ser personas (o algo así). De hecho, hasta es al pedo que haya tres investigadores distintos, porque no interactúan entre ellos, pero sobre todo porque Nine no les da distintas personalidades o distintas formas de encarar el relato en primera persona de cada uno de los casos. Felizmente los casos son muy atractivos y están resueltos con finísima mala leche y hasta cierto vuelo poético. Un nuevo libro de Carlos Nine en el mercado argentino siempre es motivo de festejo y se vive como un acto de justicia, como una forma de pagar la deuda que nuestro país tiene con uno de sus artistas más brillantes, y que mejor nos hizo quedar en el exterior. Al comiquero que nunca se enganchó con las historietas de Nine, no le recomiendo empezar por Crímenes y Castigos, ni a palos. Como puerta de entrada a este universo descontrolado, seguramente funciona mejor Fantagás, por ejemplo. Pero al fan de Nine, o de la historieta argentina menos convencional, o al fan de la literatura hard boiled que se banque la parodia y el manoseo de los tópicos del género, estoy seguro de que Crímenes y Castigos le va a volar la cabeza. Nada más por hoy. Seguimos recorriendo historietas argentinas en este Noviembre temático en futuras reseñas que aparecerán muy pronto acá en el blog.

domingo, 8 de noviembre de 2020

NIPPUR DE LAGASH Vol.27

Y no, no podía ser. Ya era muchísimo pedir que este tomo mantuviera el nivel del anterior en materia de guiones. En estos seis episodios vamos a ver a Robin Wood volver a la fórmula clásica de la serie, es decir, a generar aventuras autoconclusivas que no construyen ni para arriba ni para los costados, en las que todo vuleve prolijamente al punto de partida sin afectar en lo más mínimo a Nippur. No pretendo que en todos los tomos tengamos un sacudón como el que vimos en el Vol.26, pero tampoco esta forma tan gastada de patearla siempre a la tribuna. La que más me sulfuró fue la tercera historia, La Furia de las Mujeres. No es una mala aventura, pero en esta serie está más desubicada que chupete en el orto. El relato empieza y termina con Nippur viviendo en pareja con una chica llamada Darana, dedicado a labrar la tierra para los cultivos. Los bloques de texto nos permiten suponer que Nippur lleva muchos meses de esa vida sedentaria, a la que regresará en la última página, una vez vencidos los villanos. ¿Por qué el errante decide abandonar los caminos y la aventura para vivir esa vida? ¿Cómo conoció a Darana? ¿Cómo y por qué se separa de ella para retomar la senda de la aventura en el episodio siguiente? ¿Por qué nunca más se vuelven a mencionar los meses (o años) que paó junto a Darana? Nada, Robin no nos da la más mínima pista de qué pasó. Lo cual –lamento decirlo así, de modo tan tajante- ESTA MAL. Es una traición al lector que sigue la serie. Esto mismo, narrado en el marco de las aventuras de Juan Carlos el Labriego, o de Darana la Campesina, estaba perfecto. Pero esto es Nippur de Lagash, un tipo que se dedica a vagar por el mundo antiguo y a impartir justicia sin quedarse nunca en ningún lugar. Los guiones de las otras cinco historias son normales, ni brillantes ni catastróficos. Pero con el ominoso regreso de las páginas de 11 y 12 viñetas microscópicas superpobladas de textos kilométricos. En algunas Nippur tiene un poco más de peso, en otras está de adorno, o de mero testigo de situaciones que se desenvuelven a su alrededor, pero ninguna transmite esa sensación de saga, de que están pasando cosas importantes a largo plazo. Siempre hay alguna frase demoledora, alguna descripción fascinante en algún bloque de texto, siempre está esa línea de rebelarse contra la opresión, de bancar hasta la muerte ideales de dignidad y lealtad para con los compañeros… En eso también Wood es coherente, digamos todo. Pero este último tramo de 1978 no ofrece ni por asomo las situaciones extremas y las emociones que ofrecía el tramo inmediatamente anterior. Los dibujos de Carlos Leopardi están muy bien. Lo que pierden en sofisticación lo ganan en fuerza expresiva, en salvajismo. Por momentos, se le va la mano en el grotesco (me imagino cómo lo putearían los fanáticos de la línea más académica, más identificados con la estética más clásica de un Ricardo Villagrán, por ejemplo), pero le pone a la serie esa impronta más dramática y te hace sentir que cuando pinta la violencia se pudre todo, de verdad. En el último episodio del tomo, a Leopardi se le ocurre cambiar la forma en que le dibuja la nariz a Nippur, un detalle pavote, pero que me llamó la atención. Y al igual que Lucho Olivera, dibuja a todas las mujeres con la misma cara. Esta vez me pareció que los coloristas trataron un poquito mejor a los dibujos de Leopardi. Sigue habiendo viñetas todas pintadas de rosa, o todas de celeste, o secuencias en las que el cielo pasa de verde a rojo de un cuadrito al siguiente. Pero noto un cierto cuidado, un leve esfuerzo por no arruinar el trabajo del dibujante. Y bueno, no se pudo. La gloria duró un tomo, que fue el anterior. Me queda sin leer uno solo, que prometo reseñar antes de fin de mes. La colección sigue hasta el sesenta y pico, pero mi hermano tomó la decisión bastante sensata de dejar de comprarla cuando algún delirante decretó que pasara a salir todas las semanas. Veremos con qué me encuentro cuando me toque despedirme (probablemente para siempre) de Nippur de Lagash. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas en este mes temático dedicado a la historieta argentina, acá en el blog.

jueves, 5 de noviembre de 2020

UNA DE VAMPIROS

Acá está el batacazo, el tapado. Una de Vampiros es ese libro al que la gran masa del pueblo no le dio pelota, que salió allá por Marzo o Abril sin causar demasiado revuelo y que -una vez que lo leés- se instala con total comodidad entre las mejores historietas argentinas de este año… y de los años anteriores, incluso. Yo le tenía fe porque conozco el trabajo de Agustín Paillet en el campo de la ilustración infantil y sé que es muy grosso. Pero sinceramente nunca me imaginé que a la hora de contar historias Paillet iba a lograr un ensamblaje tan perfecto entre su dibujo, los distintos recursos de la narración gráfica, los argumentos y –sobre todo- los diálogos. Después de ocho páginas prácticamente en blanco que lo hacen caer por debajo de la Ratio Accorsi (sumadas a cuatro páginas en blanco al final del libro), Una de Vampiros ofrece cinco historietas autoconclusivas con los mismos protagonistas: dos nenes de cinco años y una nena un poquito más grande, de siete u ocho. La gracia es que estos chicos hacen las mismas cosas que en las típicas películas yankis hacen chicos de más de 14. Salen de noche, fuman, van a recitales de rock, se enamoran… todos los clichés de las películas yankis de adolescentes están extrapolados y recreados para ser vividos en forma prematura por estos nenes de pre-escolar que todavía creen en Papá Noel. Eso le da a las historias un clima raro, inquietante, un WTF?!, que resulta muy ganchero, muy bizarro y en cierto modo muy tierno. La primera historia me gustó mucho. Con la segunda, ya me empecé a encariñar fuerte con los personajes. En la tercera, ya me estaba riendo a viva voz, solo como un infeliz en un colectivo donde el resto de los pasajeros me empezaba a mirar con cara de “¿qué el pasa a este subnormal?”. La cuarta me pareció la mejor historia del libro, una gema absoluta, difícil de superar. Son 20 páginas que te atrapan por completo, que te llevan del éxtasis a la angustia, con diálogos brillantes, chistes, ternura freak, mala leche y un talento infernal para subvertir los lugares comunes de este tipo de relatos y hacerlos caer por el propio peso del absurdo. Y la quinta también, encuentra en el absurdo las herramientas fundamentales para hacernos sentir en carne propia las desventuras amorosas de Tomi y el otro vampirito. A lo largo de todo el libro, me reí muchas veces, me sentí identificado muchas veces, me fascinó la forma en que Paillet juega a contar historias de nenes chiquitos que en realidad esconden otra cosa y disfruté a lo bestia de un dibujo exquisito. Paillet desarrolla una estética típica de dibujo animado actual (una onda Gravity Falls, por citar una que sepamos todos), pero sólo para los personajes. Los fondos parecen de una historieta indie yanki, tipo Daniel Clowes o Adrian Tomine, y la combinación es impecable. La idea de colorear todo en tonos de rojo y rosa, sumado a un trabajo magnífico en el claroscuro, da por resultado un libro muy hermoso a la vista. Paillet arma para todas las páginas una grilla básica de 12 viñetas, con cuatro tiras de tres. Pero en todas las páginas encuentra el momento ideal para romper la grilla y meter viñetas que ocupan dos o más de esos 12 espacios, a veces ampliadas a lo ancho y a veces a lo alto. Con eso logra un ritmo perfectamente controlado (muy idóneo para las situaciones de comedia) y a la vez encuentra margen para enfatizar ciertos momentos de la narración con cuadros más grandes, siempre elegidos con muy buen criterio. Lo más notable es que incluso esas viñetitas que ocupan la doceava parte de la página están dibujadas y organizadas en un nivel altísimo, nunca muy apretadas, siempre con los planos bien elegidos y el espacio para los globos bien dispuesto. Una de Vampiros es el primer libro de historietas de Agustín Paillet, pero parece el trabajo de un autor con 20 ó 25 años de trayectoria en este medio. Que no tenga la prensa que tienen otros no significa que no estemos frente a un monstruo con un dominio apabullante de este oficio, un capo que a los 34 años alcanzó un pico realmente magistral, en el que ojalá lo veamos quedarse a vivir y a contar historias durante mucho tiempo. De verdad, ni siquiera hace falta ser fan de la historieta argentina para engancharse a full con Una de Vampiros. Alcanza con que te gusten las buenas comedias, con personajes entrañables, diálogos brillantes y situaciones familiares en las que aparece un twist bizarro e impredecible que las hace frescas y cautivantes. Si seis de esas 12 páginas en blanco fueran historietas o dibujos de Agustín Paillet, estaríamos hablando de un libro perfecto, de una gema imposible de mejorar. Así como está es una belleza, la sorpresa más grata que me dio este año plagado de muerte y desolación. Gracias por leer este choclazo de texto y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 2 de noviembre de 2020

BOLA NEGRA

A lo largo de varios años, Liniers trabajó en la adaptación al comic de este cuento del autor mexicano Mario Bellatin, ahora transformado en una novela gráfica. Fiel a su estilo innovador y cercano al disparate, Liniers se puso una regla: iba a adaptar en cada página del comic dos renglones de cuento. O sea que si en dos renglones Bellatin contaba poco o nada, lo mismo sucedería en la historieta. Incluso cuando el renglón termina con una palabra cortada en alguna de sus sílabas por un hiato, Liniers reproduce ese corte y la palabra inconclusa continúa en la página siguiente de la historieta. Sí, ya sé. Un delirio total. Ya el sólo hecho de no modificar el texto en lo más mínimo, no sintetizar frases, no dejar afuera ni una coma, es un salto al vació absoluto. Lo que hace Liniers, al final, no es exactamente una historieta: es acompañar con ilustraciones un texto que ya existe exactamente igual en su versión literaria. Las páginas están armadas (casi siempre) como si fuera una historieta: varias viñetas yuxtapuestas, con globos de diálogo (que a veces contienen menos de una palabra entera) y bloques de texto. Pero en ningún momento hay secuencias mudas, en las que el dibujo se aventure a contarnos algo que el texto no cuenta y en general vemos muy pocas transiciones de acción a acción, o de momento a momento. Este detalle y el de las palabras cortadas en cualquier lado (y continuadas en la página siguiente) son las que transmiten la sensación de estar leyendo algo que más que una historieta es un experimento, o –visto con mala leche- un capricho. No voy a descubrir nada nuevo si digo que Mario Bellatin escribe muy bien. En este relato hay muchísimas frases preciosas, ideas muy locas, un misterio que se nutre tanto de elementos místicos como científicos, cierta ironía, cierto juego con lo asqueroso, cierta mirada satírica a las tradiciones milenarias de Oriente… Falta un poquito más de profundidad psicológica en el protagonista (el entomólogo japonés Endo Hiroshi), pero ahí sí, a la hora de definir el aspecto de los personajes Liniers logra darles una carnadura que por ahí en el texto de Bellatin no tenían. El relato es atractivo, no lo discuto para nada. Entiendo por qué Liniers se cebó con el cuento al punto de querer transformarlo en una historieta. Lo que me parece es que no era un cuento idóneo para este tipo de traslación y que, al imponerse esas reglas tan bizarras, Liniers inclinó todavía más la cancha a favor de los rivales. El resultado no es exactamente malo, pero comete un pecado que ningún libro debería cometer: jamás te convence de que estás leyendo algo trascendental. Incluso si te engancha la historia de Endo Hiroshi, incluso si te intrigan o fascinan las bizarreadas que manda Bellatin para enroscar un poco más la trama, incluso si te maravillás con los recursos gráficos y con la calidad del dibujo de Liniers (que es sublime), Bola Negra no te termina de involucrar por completo. Todo el tiempo aparece el tema del capricho, a veces de manera subyacente, otras de manera muy, muy conspicua. Y al final gana esa sensación de que Liniers la pasó bomba poniéndole dibujos a su cuento favorito de ese escritor con el que pegó onda cuando se conocieron en Tierra del Fuego, pero que uno, como lector, nunca termina de ser parte de esa fiesta. Hay dos tipos talentosos, cada uno hizo lo que se le cantaron las bolas, los dos le pusieron imaginación, pasión y jerarquía a su labor artística, y sin embargo el resultado es algo que (por lo menos desde mi óptica de fan de las historietas de Liniers) no logra llegar a buen puerto. No logra lograr ese logro (diría un especialista en rebuznancias) que la convierta en una novela gráfica potente, atrapante, compacta, satisfactoria de punta a punta. Si sos muy fan de Bellatin, quizás te interese como pieza extraña en la bibliografía del escritor mexicano, y si sos fan de Liniers acá vas a ver al ídolo dibujando, coloreando y planificando páginas en un nivel extraordinario. Con la adaptación al comic de Bola Negra, el consagrado autor de Macanudo propone una timba muy loca y muy arriesgada, pero con la que en varios momentos me costó conectar, por eso hoy me cuesta recomendar. Nada más por hoy. Este mes, vamos a tener 10 reseñas de sendos libros a cargo de autores argentinos, o por lo menos UN autor argentino. Nos reencontramos pronto, acá en el blog.