el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 31 de julio de 2010

31/ 07: BIRTH OF A NATION


Además de Special Forces (de la que ya hablamos), en estos últimos años el incombustible Kyle Baker acumuló muchísimas obras interesantes, entre otras Plastic Man, King David y la impactante Nat Turner. Pero, casi irónicamente, su mejor trabajo es el único en el que el guión no le pertenece. Birth of a Nation (de 2004) es un comic absolutamente bakereano, pero escrito por Aaron McGruder (autor de The Boondocks, una popular tira diaria) y Reginald Hudlin (guionista y director de cine, que llegó al comic para escribir Black Panther).
El hecho de que los tres autores sean negros no es ninguna casualidad. De hecho, la nación a la que alude el título no es otra que Blackland, una región de St. Louis con mayoría de población afroamericana, que decide separarse de los EEUU y convertirse en un país independiente. Suena a algo serio (sobre todo a la luz de que hoy EEUU tiene un presidente negro), pero Birth of a Nation es una gran farsa, una joda inteligentísima y con toques de mala leche, que nace de aquella famosa elección presidencial de 2000, la que George W. Bush le birló a Al Gore, legítimo ganador... si todos los votantes hubiesen podido votar, o si los votos se hubiesen contado como corresponde.
La historia parece por momentos uno de esos grandes episodios de South Park en los que una boludez cotidiana empieza a crecer tipo bola de nieve, a hacerse cada vez más grossa, hasta que ya se le va de las manos a los propios protagonistas y puede terminar en cualquier cosa. Y sí, tanto el desarrollo como el desenlace de la historia de Blackland están totalmente fuera de cualquier pronóstico, incluso de los lectores más curtidos. La historia se construye con coherencia, de modo accesible y lineal, pero pega volantazos alucinantes en los momentos clave que hacen que nunca puedas predecir qué va a pasar con esta nueva nación.
Birth of a Nation es un comic raro, primero porque es político, cosa que no suele suceder con frecuencia, y segundo porque es 100% satírico, y tiene hasta gags verbales y físicos, mientras que en general el comic político suele ser demasiado circunspecto. Pero McGruder y Hudlin hablan de política sin pelos en la lengua, se meten a fondo en los mecanismos del poder y sus consecuencias en la vida cotidiana de la gente, y además le ponen la onda de comedia zarpada y disparatada, esa que Kyle Baker pilotea como los dioses.
El trabajo de Baker es definitivamente fundamental para que la novela gráfica prospere. El glorioso creador de Why I Hate Saturn opta por un trazo muy sencillo, con una línea muy austera y un estilo caricaturesco, casi de animación. Y después realza el dibujo a niveles maradonianos con la computadora, para agregar efectos, texturas, brillos volúmenes, y –obviamente- el color y las letras, que a esta altura son rasgos tan propios de Baker como su propia firma. Como en muchas de sus mejores obras, acá Baker trabaja sin globos de diálogo dentro de las viñetas. Los textos se ubican abajo o al costado de los dibujos y siempre se entiende a quién pertenecen. Para que eso suceda, los guionistas recurren a los medios de comunicación como reemplazo del narrador omnisciente, esa figura mediante la cual el autor suele narrarnos en los bloques de texto cosas que los personajes muchas veces desconocen (o deciden no expresar). El resultado es un hermoso contraste entre una presentación de la página limpita, ordenada y más prolija que armario de puto, y unas viñetas en cuyo interior se desatan pandemoniums página por medio, ya sea por pasiones, luchas de poder, intereses económicos, o lógica reacción del perejil oprimido frente al garca opresor.
Las 137 páginas de Birth of a Nation son una lectura recomendadísima para los fans de: 1) la política, 2) los movimientos por los derechos de las minorías raciales, 3) Kyle Baker, 4) el humor malalechístico acerca de temas socio-políticos, 5) las novelas gráficas originales y zarpadas que se cagan por completo en los géneros más masivos y en el siempre poderoso Más de lo Mismo. Pulenta de la buena.

viernes, 30 de julio de 2010

30/ 07: THE PUNISHER: FROM FIRST TO LAST


No soy fan de Punisher. Nunca lo fui y no creo que nunca lo vaya a ser. No sé por qué, pero es un personaje que casi no me genera ningún interés. De todos modos, y gracias a las recomendaciones de amigos y colegas, cada tanto algún especial fuera de las series regulares me llama la atención y entro como un caballo. Este libro reúne tres one-shots escritos por Garth Ennis, dos de los cuales me habían cebado cuando escuché de qué se trataban, quénes eran los dibujantes y qué opinaban de ellos algunos críticos cuyos gustos suelen coincidir con los míos. Así fue como me decidí a comprarlo, y la verdad es que no me arrepiento para nada.
Me saco de encima rapidito el que menos me gustó: The Cell. Nada, es la fácil. Punisher se hace meter preso para boletear a cinco mafiosos hijos de mil putas que viven como reyes en un penal, protegidos por la propia policía. Castle pergeña un plan para hacerlos mierda, y va para adelante, sin mayores contratiempos. El final es 100% gore y truculencia, porque los mata con una crueldad inusitada, acorde con los crímenes de los mafiosos, que encima tuvieron que ver con la muerte de la esposa y los hijos de Castle en aquella famosa masacre en el Central Park. Es un comic duro, áspero, frío y sin sobresaltos más allá de ese final salpicado de vísceras. El dibujante es Lewis Larosa, un muerto de frío sin onda, que chorea fotos a cuatro manos y no tiene nada para aportar.
Pero el tomo abre con una joya: The Tyger es una de las mejores historias de Punisher jamás escritas, si no la mejor. Nos ubica en dos tiempos paralelos: la infancia de Frank y su primera noche como Punisher, pero también tiene un maravilloso (y escalofriante) flashback al paso de Castle por Vietnam. The Tyger alude al famoso poema de William Blake y –aunque parezca una joda- la poesía es un elemento central en esta historia de venganzas, miedos, hipocresías y dilemas morales, de esos que desembocan en decisiones jodidas, de las que no hay marcha atrás. Los dibujos son del maestro John Severin, que obviamente no dibuja como en los ´50 y ´60, pero pone su onda retro al servicio del relato con una cancha descomunal. Hay viñetas de enorme belleza plástica, un trabajo de plumín asombroso y una perfecta reconstrucción de las tres épocas en las que transcurre la historia. El truco de las páginas negras donde sólo “vemos” diálogos es un salto al vacío por parte de Ennis, pero le sale demasiado bien. Posta, esta historia vale el precio que pagues por todo el tomo.
Y para cerrar, The End, dibujado por el gigantesco Richard Corben. Sí, Corben y Ennis juntos. Too much. Esta arranca como una historia rara, un post-holocausto trasnochado, con un Punisher viejo y baqueteado, que con el mundo devastado por la guerra nuclear, igual sigue fanatizado con su misión de boletear criminales. El lector se identifica no con Castle, sino con su ocasional aliado, Paris Peters. Pero para la mitad de la historia, Ennis pega un volantazo totalmente inesperado y todo tiene tanto sentido que lo aplaudís de pie. Sí, flaco, así actuaría Punisher en un futuro post-holocausto. No hay otra. Y el giro del final también, un lujo, una última gota de mala leche para redondear con chapa y hasta con vuelo poético una historia magistral. Lo de Corben es impecable. El tipo algo manya de futuros apocalípticos y acá por ahí no se luce como en sus mejores trabajos, pero no se guarda nada. Espera pacientemente el momento justo para lucirse, se luce, y durante el resto de la historia acompaña al guión con sobriedad, pero con su estilo inconfundible. Otro lujo y van…
Probablemente los fieles seguidores del Puni se hayan perdido From First to Last, porque no sigue la numeración de ninguna de las colecciones habituales. Y los que no son fans del calavera, probablemente lo hayan pasado por alto para darle bola a otro material. Pero a ambos les recomiendo armarse hasta los dientes, salir a buscar este libro y matar a quien haga falta para conseguirlo. Ennis ya mostró muchas veces que puede hacer obras de arte a partir del grim ´n gritty pasado de rosca y acá lo vuelve hacer, incluso sin recurrir a los chistes que tantas veces lo hemos visto reiterar. Grosso, mal.

jueves, 29 de julio de 2010

29/ 07: SMART MONKEY


El comic es así. Cuando ya creías que habías visto todo, aparece un nuevo hijo de puta que patea el tablero y te estropea la cabeza con cosas que creías que nunca en tu vida ibas a ver en una historieta. El francés Winshluss es uno de esos hijos de puta y la chapa que obtuvo en los últimos años no es casualidad, ni regalo, ni un cobro de favores mafiosos por parte del editor que le publica los libros.
Smart Monkey es una obra exquisita, una novela gráfica de 95 páginas de las cuales sólo 13 tienen texto. El resto es todo mudo, ya que el protagonista es un monito que no habla, y que interactúa con otros animales que tampoco hablan. Muy parecido a lo que sucede con el alucinante Gon, de Masashi Tanaka. De hecho, Smart Monkey es el Gon europeo. Con algunas diferencias, claro, y la más importante es que Winshluss no se propone mostrarnos un canto a la naturaleza y la vida salvaje, sino que usa al monito para hablar solapadamente de los humanos, de las luchas de poder, de las boludeces que hacemos los tipos para levantarnos minas, de la crueldad con la que los pulenta pasan por encima a los pichis. No hace falta llegar a la secuencia en la que aparecen los humanos (y los diálogos) para darnos cuenta de que ese monito recontra-expresivo está ahí para mostrarnos cosas de nosotros mismos.
La otra gran diferencia entre Smart Monkey y Gon es el estilo del dibujo. Mientas Tanaka se mata para darle a sus bichos y sus paisajes un realismo fotográfico, Winshluss se caga de risa y nos muestra todo a través de un prisma exagerado, descontrolado, con mucho de dibujo animado yanki de la época de Chuck Jones y Tex Avery. Acá ves el movimiento, aunque no quieras. Esos personajes están vivos, inquietos, ansiosos, alzados. Como en los comics de André Franquin, las pantomimas se potencian, se exacerban y cobran un protagonismo infrecuente en la historieta europea, que tiene fama de sobria. Pero esto no tiene nada que ver con los clásicos europeos (excepto por esa referencia a Franquin). O sí, porque la iluminación de las viñetas y algunas manchas tienen matices que vimos en Blutch, o en Christophe Blain. Pero la narrativa parece yanki, y en el dibujo hay cositas de Carlos Nine, de Gary Baseman y hasta de John Kricfalusi, el creador de Ren & Stimpy, lo cual engancha con la mención a los ultra-clásicos de la animación yanki.
Que parece ser una referencia ineludible, porque el argumento está plagado de gags visuales y hay secuencias enteras en las que el monito y el tigre dientes de sable podrían reemplazarse sin problemas por Tweety y Silvestre o el Coyote y el Correcaminos. Sí, este es un comic de un altísimo voltaje humorístico, que se centra en el slapstick, pero que también incluye finas y malignas ironías, como todo el epílogo protagonizado por Humberto, el Vizconde de Vallombreuse. Poco importa si Winshluss manda fruta cuando nos cuenta cómo y cuándo se extinguen un montón de animales prehistóricos. La gracia está en cómo nos muestra esta historia de ingenio y supervivencia, que tiene todos los elementos para ser memorable, y que además está dibujada como los fuckin´dioses, por un genio del pincel y el plumín que da cátedra de narrativa, composición, diseño de personajes, crosshatching, iluminación y fondos, todo en 95 páginas.
Smart Monkey tiene hace unos meses una edición nacional, excelente y sumamente accesible, como para que nadie se quede sin descubrir esta papita tan fina y tan brutal.

miércoles, 28 de julio de 2010

28/ 07: HELLBOY Vol.9


El noveno libro de Hellboy se titula The Wild Hunt, y retoma la historia casi donde la dejó Darkness Calls. Una vez más, se trata de un único relato extenso y ambicioso, de alto impacto para el status quo de la serie. Darkness Calls, serializada en 2007, fue un auténtico “nuevo punto de partida” para la serie, un punto de inflexión en el que Mike Mignola profundiza la movida de separar a Hellboy del mundo de los humanos y afianzarlo en su rol de criatura legendaria y mitológica. Mignola afirmó en su momento que Darkness Calls era apenas el primero de una serie de cuatro libros que cambiarían a Hellboy “para siempre” y una vez que leés The Wild Hunt, te queda clarísimo que el autor cumplió con su palabra. Después de este tomo, Hellboy jamás puede volver a ser lo que fue.
Este es un libro de revelaciones. No importa tanto lo que Hellboy hace como las verdades de las que se entera. Muchas tienen que ver con su origen, con su linaje. De pronto se descorren velos que ocultaban datos fundamentales acerca de la madre del bicho rojo y todo cobra otro sentido, perfecto y coherente, y a la vez abre infinitas posibilidades a futuro. Pero lo principal es el pasado. Como en Darkness Calls, Mignola cosecha mucho de lo sembrado en los años previos. Reaparecen villanos, personajes secundarios, profecías y visiones mencionados en sagas y unitarios anteriores. Hasta encuentra la forma de darle más sentido, coherencia e importancia a las dos historias que componen Strange Places, que era el tomo más aburrido, inexplicable y descolgado de la serie. Ahora resulta que no, que Mignola no se había fumado un churro, no se había tirado a chanta y no estaba tratando de hacer su Mu, o su Elvetiche: Rosa Alchemica, convencido de ser el Hugo Pratt yanki. Todas esas anécdotas mínimamente hilvanadas, de dudosa trascendencia y difícil comprensión eran también un sembrado de plots para esta saga que, ahora que llegó a su primera mitad, promete convertirse en uno de los máximos clásicos del comic yanki contemporáneo.
Posta, no quiero contarles nada del argumento para no spoilear, pero lo que pasa en este tomo, y lo que parece avecinarse para el próximo es indescriptible. Gruagach consiguió la caja, la abre y sale la nueva reina de todas las brujas (no puedo nombrarla para no dar datos acerca de otras puntas importantes de la trama), quien decide que, además de la reina de las brujas quiere ser la diosa de la guerra, y para eso se decide a derramar TODA la sangre del universo. La nueva y depravada villana empieza a amasar un mega-ejército de criaturas fantásticas malignas para arrasar con todo y alguien (tal vez Hellboy) tendrá que hacer lo mismo, pero con las fuerzas del Bien para hacerle el aguante.
Como en Darkness Calls, acá Mignola cuenta con el magistral dibujante británico Duncan Fegredo (Enigma, Kid Eternity, Jay & Silent Bob y un larguísimo etcétera), el socio ideal para esta epopeya de Hellboy. Y Fegredo, fanático de Hellboy de la primera hora, cumple con creces. Hay viñetas que parecen dibujadas por Mignola, otras en las que se ve el trazo distintivo de Fegredo y otras que parecen obra de un tercer autor, que reúne las virtudes de ambos. El Hellboy de Fegredo se parece al de los primeros álbumes de Mignola, con más líneas y menos manchas, aunque casi sin hombros, como el Hellboy más actual. Fegredo además se mata en los decorados, castillos, cuevas, criaturas, armas y trajes de combate. Como el propio Mignola, pilotea con idéntica cancha las escenas introspectivas, las oníricas y los estallidos de violencia donde pela unos combates electrizantes. No sé cómo hace, pero Fegredo le pone poesía a la machaca entre dos monos pulentosos. La paleta del maestro Dave Stewart se luce como pocas veces, y se adapta con holgura no sólo a los distintos climas que propone el guión, sino también al grafismo de Fegredo, que se basa menos en la mancha negra y más en la línea a la que luego realzará el color.
The Wild Hunt es un comic demoledor. Tiene pasión, tragedia, misterio, runflas espurias, profecías, revelaciones shockeantes, peleas monumentales, personajes logradísimos, y aún así, más grosso que lo que nos muestra es lo que se guarda para el próximo. El Vol.10 acaba de salir y recopila varias historias cortas (entre ellas una con Fegredo y una con Richard Corben) que no conectan (creo) con esta saga. O sea que hay que seguir esperando para saber a dónde va esta epopeya, cuyos primeros dos tomos son gloriosos de verdad.

martes, 27 de julio de 2010

27/ 07: DAGO: DALLE ACQUE DEL CERESIO


Otra vez recurro a la memoria genética de mis siete bisabuelos tanos para leer en su idioma (idioma que jamás estudié, pero que para mi propia sorpresa entiendo como para leer historietas sin mayores problemas) una saga reciente de Dago, de esas que probablemente jamás se publiquen en castellano.
Dalle Acque del Ceresio es la segunda de una serie de libros en los que Dago recorre el sur de Suiza, o sea, la región donde se habla italiano y donde la creación de Robin Wood tiene infinitos fans. Una vez al año, Wood y el dibujante Carlos Gómez son invitados a la principal convención comiquera de Suiza, Uchronia, y para festejarlo, la organización edita un álbum de la saga de Dago en Suiza, que reúne material que previamente aparece en la Lancio Story, hogar de las aventuras semanales del justiciero veneciano. Esta vez (2008) se dieron el lujo de editarlo a color, lo cual no está del todo bueno, porque el dibujo de Gómez se luce mucho más en blanco y negro. Además es un color bien trabajado, pero “bonito”, que no capta la atmósfera ominosa de la historia, ni el hecho de que la misma transcurre en una época en la que los caminos eran de tierra y la gente se bañaba de vez en cuando. Falta clima, falta mugre y están excelentes los efectos que aparecen cuando Dago dialoga con la chica fantasma del lago Ceresio.
Como pasa en más de una saga reciente de Dago, el principal atractivo reside en el dibujo de Carlos Gómez. El cordobés da cátedra de dibujo realista, de expresiones faciales, de ambientación histórica y de solvencia narrativa en todas y cada una de las páginas de la novela. Encima logra que parezca muy fácil hacer los prodigios que hace él. Posta, es tan bueno que casi te da bronca. Además es 100% reconocible. Dibujantes de estilo realista y académico hay miles, pero Gómez supo despegarse de sus maestros (Alberto Salinas y Lito Fernández) y pelar una identidad gráfica propia, en la que vemos elementos de algunos maestros del comic americano contemporáneo (con Neal Adams a la cabeza) e incluso de un monstruo que fue joven casi al mismo tiempo que Gómez, el inolvidable Jorge Zaffino. Pero el conjunto es un estilo personal y único, admirado por capos de la talla de Milo Manara, confeso fan de Carlitos Gómez.
El guión de Robin no es choto ni mucho menos, y tiene dos puntas interesantes (lo cual no es poco, si pensamos en la cantidad de episodios de Dago que lleva escritos el ídolo): por un lado, se afianza un personaje secundario creado en el primer arco de Dago en Suiza: Fabio Romiti, médico, espadachín y fogoso amante de cuanta mina se le cruce, que comparte nombre y rostro con el organizador de la convención Uchronia. Y por otro lado, por fin y después de mucho tiempo… Dago se enamora! La fiera, la implacable máquina de luchar, el abanderado de la soledad, el sufrimiento y la falta de sentimientos humanos, encuentra a una mina con la que se quiere quedar para siempre. El detalle maligno y genial es que la minita es un fantasma, sin memoria ni siquiera de su propia muerte, una criatura helada y casi incorpórea que se materializa de vez en cuando en el majestuoso lago Ceresio. O sea que Dago sigue acumulando motivos para que su turbulenta alma no encuentre nunca la paz.
El resto de la trama es una peripecia menor (nada que ver con la grossitud del arco anterior), llevada con oficio por dos maestros del Noveno Arte, pero que no te va a quitar el sueño ni mucho menos. Hay violencia, romance, un par de garches bastante explícitos (que si existiera Columba se esforzaría por mutilar), escenas fuertes, diálogos punzantes, bloques de texto con cierto vuelo poético y todas esas cosas que hacen que la fórmula que inventó Robin Wood a fines de los ´60 siga vigente hoy, a pesar de las décadas transcurridas. Algún día alguien se hará millonario publicando en castellano el Dago de Wood y Gómez. Mientras tanto, como diría el gran Aldo Rain, arrivederci!

lunes, 26 de julio de 2010

26/ 07: BATGIRL Vol.3


Y sí. Kelley Puckett y Damion Scott hicieron lo que yo esperaba que hicieran. Tomaron un comic del mainstream, en el que aparece Batman número por medio, y lo convirtieron en un comic de autor. Interrumpido varias veces por crossovers ridículos (Joker´s Last Laugh, Bruce Wayne: Murderer y Bruce Wayne: Fugitive), pero con la libertad y la onda de un Starman de James Robinson o un Orion de Walt Simonson. Este tomo no sigue el orden lineal de los episodios, sino que saltea algunos, ya sea porque formaban parte de los mega-arcos crossoverados ya mencionados, o porque van a aparecer en el cuarto tomo, junto a capítulos posteriores. Lo cierto es que me puse a investigar y la dupla Puckett-Scott llega, con varios arcus interruptus, al n°37 de la serie, con lo cual –entre pitos y flautas- tenemos casi tres años de historias de Cassandra Cain en un gran nivel, lo cual es muchísimo decir. No está todo recopilado en libros: los cuatro TPBs cubren, con algunos baches, hasta el n°28. Pero lo que está, merece ser capturado.
Este tercer tomo es –me parece- el más importante de los tres que leí. Por un lado, Puckett termina de integrar a Batgirl al núcleo de la bati-familia, en un episodio en el que hace team-up con Robin y se dicen (y callan) varias cosas importantes. El incombustible Chuck Dixon juega de visitante en otro episodio, esta vez para que Cassandra entable amistad con Spoiler, quien –según me cuentan- es la actual Batgirl, o sea, la sucesora de Cassandra. Y por supuesto, tenemos mucha participación en los roles secundarios de Batman y Oracle.
Por otro lado, tenemos la potente resolución del plot de Lady Shiva. Pasó un año desde el combate anterior y la inminencia del nuevo y definitivo enfrentamiento con la asesina es uno de los temas fuertes del libro, que se hace sentir y avanza de a poco en casi todos los episodios. Puckett lo usa magistralmente para disparar preguntas sobre Cassandra. ¿Se quiere morir? ¿Quiere que Shiva la mate? ¿Todavía sigue traumada por la culpa de algo que Cain la obligó a hacer nueve años atrás? Batman y Barbara son los encargados de verbalizar todas estas conjeturas (recordemos que Batgirl casi no habla) en unos contrapuntos muy, pero muy logrados.
Otro de los grandes unitarios del tomo se centra en David Cain. ¿Qué onda? ¿Siente algo por la niña a la que crió? ¿Hasta dónde llega su total falta de escrúpulos? La respuesta es shockeante. Tal vez el unitario más interesante sea Little Talk, el de la charla entre Batman y Oracle, porque Puckett se las ingenia para mantener la tensión durante 22 páginas en las que no hay ningún peligro. Batgirl combate contra hologramas en una especie de “Danger Room” y los otros dos dialogan. Punto, se acabó. Pero seguro el capítulo más impactante es el último, el de la machaca Batgirl vs. Shiva. A muerte, posta. Y con los diálogos indispensables para que te replantees todo lo que creías saber acerca de ambos personajes. Realmente brillante lo que hace Puckett en este episodio.
Y hay que hablar también de la labor de Damion Scott, y hablar muy bien, por cierto, ya que es MUY notable cómo va mejorando con el correr de los números. Sigue salvaje, sigue arriesgado, sigue en la búsqueda de nuevos ángulos y nuevas coreografías para mostrar las (abundantes) peleas… pero además está más fino, más elegante, menos grotesco… NADA grotesco! …muy bien complementado por las tintas del veterano Robert Campanella, muy canchero para crear recursos que le den dinamismo y gancho incluso a las escenas más tranqui, muy cuidadoso de no caer en el fan service barato. El dibujo, sin ser perfecto, es muy atractivo y sumamente eficaz para contar el tipo de historias que propone Puckett.
Y bueno, reitero mi recomendación para una serie que hace años que ya no se publica, pero a la que vale la pena descubrir, aunque sea mal y tarde. Y en TPBs, así no te comés el garrón del capítulo 13 de una saga de 20 capítulos que casi seguro no te va a interesar en lo más mínimo y en la que Batgirl participa sólo porque su revista necesitaba sumar lectores de los que seguían las otras series de Batman y sus amigos. Si alguien tiene para largar el Vol.4 (Fists of Fury) avise, que no lo consigo por ningún lado…

domingo, 25 de julio de 2010

25/ 07: ROCO VARGAS: EL BOSQUE OSCURO


En 1999, trece años después de prenderle fuego al mundo del comic europeo con La Estrella Negra, el valenciano Daniel Torres cede a una muy buena oferta económica por parte de la editorial Norma y se pone a trabajar en el regreso de Roco Vargas, la serie que lo consagrara en los ´80. En el medio, la revista Cairo (hogar de las aventuras de Vargas) había desaparecido, mientras que Torres había triunfado en EEUU como ilustrador y realizado para distintas editoriales de Europa algunas de sus mejores historietas, como la insuperable serie de relatos cortos conocida como El Octavo Día.
Casi ocho meses de trabajo resultaron en El Bosque Oscuro, un nuevo álbum que debuta en 2000, pero que transcurre en 1986, poco después del final de La Estrella Lejana. El dibujo de Torres cambia muchísimo, y ahora se asemeja más que nada al de los cortos animados de Superman realizados por los hermanos Fleischer en los ’40. Ya le queda poco de la impronta angulosa heredada de su maestro Miguel Calatayud, y casi nada de línea clara, ya que su trabajo de sombras es realmente notorio, al igual que los prodigios arquitectónicos de este retrofuturo tan especial. La narrativa también se vuelve más ajustada, más sobria y menos estridente, a años luz de los experimentos onda “superheroica” de la obra inmediatamente anterior de Torres, la polémica El Angel de Notre-Dame.
El guión también trae cambios: los dos sidekicks de Roco, Sansón (ahora rediseñado) y Cosmo, casi no aparecen. Roco asume su doble rol de escritor y aventurero, de hecho sigue firmando sus novelas como “Armando Mistral”. Jill Covalsky desplaza a Rubí para convertirse en LA mina de Roco, y como si fuera poco, es ella la que lleva adelante esta nueva aventura, en la que Roco es casi un personaje secundario. Vargas ahora es un tipo más maduro, que venció su adicción al café y que se hace cargo de su pasado y de las canas que (como Torres) empieza a peinar. De hecho, el pasado vuelve todo el tiempo y provee al álbum de secuencias memorables, como la aparición del fantasma de Saxxon durante la visita de Roco y Jill a Camelot, la mansión del Dr. Covalsky en la que ambos vivieron durante su niñez y juventud.
A partir de esta aventura, el mundo retrofuturista de Roco Vargas incorpora dos elementos que cobrarán protagonismo en los próximos álbumes: las computadoras y la inteligencia artificial. La trama es atrapante, el ritmo no decae, el villano (Medusa) es aterrador, y el plan del maléfico Doctor Kulkan, tan original como genialmente diabólico. En síntesis, un gran comic de ciencia-ficción con algunos elementos de policial, y un retorno a toda orquesta de uno de los grandes personajes del comic español, capaz de reconquistar a los viejos fans y de sumar a muchos nuevos.

sábado, 24 de julio de 2010

24/ 07: LANGER FOR EXPORT


Hace un par de meses, cuando hablábamos de La Nelly, yo decía que el Sergio Langer al que vemos todos los días en la tira es el Langer Light, muy lejos del otro Langer, el asesino serial que dibuja con los tapones de punta en Barcelona o en Fierro. Bueno, este libro (editado en Perú) reúne chistes, dibujos e historietas del Langer Hardcore, del jodido, del perturbador.
Alguna vez, un colega suyo (cuyo nombre me reservo) me dijo “Langer nunca va a llegar a ser Número Uno porque su dibujo no tiene ángel”. Yo creo que Langer está orgulloso de que su dibujo no tenga ángel. Todo lo que podría ser bonito, prolijo o atractivo, Langer se esfuerza por dibujarlo horrible, sucio y desolador. Langer juega a agredir al lector y el dibujo le resulta una herramienta fundamental para que se note su intención de ir siempre al choque. A veces con su línea chunga muy peladita, a veces con un entintado fuerte, espeso, y otras veces con un trazo que parecede carbonilla, el dibujante de La Nelly siempre se las ingenia para pasarse de expresionista y asestarnos dibujos que duelen, o por lo menos que incomodan.
En sus historietas de una página lo vemos meter muchísimos cuadros, y muchísima información en cada cuadro, al estilo Gustavo Sala. La narrativa ajustada y la composición claustrofóbica de la viñeta no nos impiden verlo como un dibujante completísimo, capaz de plasmar en el papel lo que se le dé la gana, con o sin diálogos. La historieta de 18 viñetas iguales que narra la trayectoria de un misil desde que lo lanza Bush hasta que impacta es una pequeña obra maestra que sobra para demostrar que, además de un genio del humor gráfico, Langer es un historietista de la San Puta.
En su repertorio de chistes, el autor no nos ahorra momentos de mierda, incómodos como tampón de virulana. Nos hace reir de la pobreza, de la invasión cultural, económica y religiosa que sufren los países del Tercer Mundo, de las guerras que esconden intereses empresariales y hasta de los curas que se garchan pendejitos. El tipo no se guarda nada. Quiere que te rías y que después te sientas mal por haberte reído de esas cosas, como un capítulo de South Park, pero en una sóla viñeta. Por suerte, todo esto se sostiene con una coherencia a prueba de balas, porque Langer pega sistemáticamente, siempre para el mismo lado: sus víctimas son los fachos, los oscurantistas, los explotadores, los fanáticos religiosos, o del consumo, o de la violencia, los discriminadores y los tilingos. Pero la gracia no pasa tanto por ver a quién le pega, sino cómo nos presenta la situación. No es fácil plantear conflictos tan agudos en una sóla viñeta, y menos lograr un efecto cómico a partir de un tema sensible. Y sin embargo, este zarpado lo logra en casi todos sus chistes.
El prólogo del libro (del peruano Oscar Malca) arranca con una gran verdad: “En un mundo perfecto, Langer no existiría”. Y está muy bien, porque un mundo perfecto, sin derrames de petróleo, sin dictaduras, ni desigualdad social, ni guerras absurdas, ni religiones opresivas, Sergio se quedaría sin material para sus chistes y tendría dedicarse a otra cosa, o cambiar de repertorio y hacer chistes de suegras, náufragos o gatitos, con lo cual tampoco seguiría siendo Langer. O sea que en un punto, las atrocidades que nos vomitan todos los días los noticieros tienen su lado positivo y es que nutren a esta bestia del humor. Le dan esa materia prima asquerosa y revulsiva que Langer procesa para convertir en estos chistes iconoclastas, políticamente incorrectos, filosos, punzantes, hirientes, de esos que sólo se le ocurren a un genio del mal. Aguante.

viernes, 23 de julio de 2010

23/ 07: SPIDER-MAN/ DOCTOR OCTOPUS: NEGATIVE EXPOSURE


Corría el año 2004, y como se acercaba el estreno de la maravillosa Spider-Man 2, era un momento justo para que en las bateas hubiese una saguita de Spidey contra el Dr. Octopus, por afuera de las colecciones regulares del arácnido. Así es como Marvel pone en marcha esta mini, escrita por el siempre sorprendente Brian K. Vaughan y dibujada por Staz Johnson.
Johnson (a quien más de uno habrá descubierto durante su paso por la ongoing de Robin) podría ser un buen clon de Mark Bagley y robar tranqui en ese estilo. Pero no. El tipo quiere cagar más alto de lo que le da el culo y fracasa estrepitosamente página por medio, cuando trata de clonar a Bryan Hitch o a Gary Frank, dibujantes que están muy por encima del techo de calidad al que puede aspirar Johnson. Para embarrarla un poquito más, las tintas están a cargo de Danny Miki, un veterano de aquella abominable fosa séptica de los ´90 conocida como Extreme Studios, la factoría en la que los fans lobotomizados de Rob Liefeld trataban de dibujar como su ídolo, o sea, mal. Miki sobre-entinta y recarga el dibujo de Johnson, para tratar de imbuirlo de un realismo que este no puede o no quiere lograr, y ayuda a que visualmente este comic sea apenas tolerable.
Por suerte está Vaughan para llevar la saga a buen puerto. El tipo la hace perfecto: no se tira a la grandilocuente, a la saga que cambie para siempre la relación entre Spidey y el Doc Ock. No quiere hacer el Killing Joke de Spider-Man y subirse a la gloria. Se conforma con contar una historia chiquita, muy humana, pero además muy original, porque explora a fondo un aspecto poco trabajado de Peter Parker que es su habilidad como fotógrafo y la casi inverosímil serie de casualidades que hacen que SIEMPRE sea el fotógrafo del Bugle que lleva al diario las mejores imágenes del trepamuros en combate contra sus enemigos.
Jeff Haight, un fotógrafo más veterano, verdadero amante y conocedor del arte de las lentes y los focos, envidia esta habilidad de Peter y el viejo zorro (o pulpo) de Otto Octavius lo va a manipular para que esto juegue a su favor. Al final, dos losers consumados (Octopus y Haight) se van a enroscar en un juego de egos lastimados, donde cada uno trata de usar al otro en beneficio propio y en detrimento de su rival: el Doc contra Spidey y Haight contra Peter. Por supuesto van a perder, pero Haight va a aprender algo de la cagada que se mandó, mientras que Octopus ya está tan chapita que se quedó muy lejos de la posibilidad de aprender o replantearse algo. La historia es redondita, perfecta, con momentos muy logrados y con ese elemento poco explotado que es la fotografía de Peter como herramienta para conectarlo con Spider-Man y poner en riesgo su secreto.
Vaughan ambienta la historia en la etapa en la que Peter y Mary Jane todavía eran novios, y hasta deja intuir que Gwen todavía está viva. Perfecto. Ese es el Spidey que nos gusta a todos. Por si faltara algo, el guionista de Y the Last Man y Ex-Machina condimenta la saga con algunos chistes excelentes, que hacen absolutamente disfrutables cada escena en la que el arácnido intercambia trompadas con los villanos (en plural, porque también aparecen en roles menores Mysterio y el Vulture). Posta, hay diálogos muy, muy cómicos.
Negative Exposure (Revelado de Negativos, en castellano) es un juego de opuestos muy ingenioso, con la fotografía como tema central, pero también con un muy buen buceo en la psiquis de un personaje clásico (Octopus) y uno nuevo (Jeff Haight) que lo hacen mucho más rico e interesante que el típico comic de machaca pochoclera. El dibujo no está para nada a la altura del guión, pero el guión solito justifica ampliamente la compra y la lectura del tomo. Un grosso, Vaughan.

jueves, 22 de julio de 2010

22/ 07: LOS REYES ELFOS: LA EMPERATRIZ DE HIELO


Bueno, conseguí otro tomo de los que componen la magna epopeya de fantasía creada por Víctor Santos. La última vez les contaba que la serie, además de los libros de historias cortas, tenía cuatro tomos canónicos (o posta) y este es el segundo. O sea que sigo condenado a leer la saga en perfecto desorden.
Y no importa. No importa saber hace meses cómo va a terminar, no importa haber visto la muerte de un montón de personajes que acá están en su plenitud, acumulando chapa como Macri acumula fallos en contra. Héroes y villanos, dioses y perejiles, tiran frases elípticas, profecías, cuasi-revelaciones enigmáticas… y yo ya sé a qué se refieren, porque todavía repiquetea por mi mente aquel tomo final de la saga, aquel que me dejó no sólo satisfecho, sino convencido de que el aporte de Santos a este género fue monumental, comparable al del Elfquest de Richard y Wendy Pini, El Gran Poder del Chninkel de Van Hamme y Rosinski y alguna genialidad de Alcatena y Mazzitelli. No mucho más. No hay muchas obras más de ese nivel en el género de la fantasía épica. Y falta mucho para que las haya, porque es un género que no está de moda y no se puso de moda ni siquiera cuando se estrenó en cines la trilogía de Lord of the Rings.
Lo cierto es que, tambien encarándola por el medio, la saga de Ehren Heldentodsson te ceba, te emociona y te impacta por su coherencia, su perfecta construcción y su cuidado en todos los detalles. El desarrollo de personajes, la explicación de los pormenores de cada raza, su idiosincracia y su rol en el conflicto grosso que se viene, la relación entre los distintos bandos y los dioses nórdicos… Víctor Santos pensó en todo y logró no dejar nada afuera. Salpimentó con toques de humor, con romance, con misticismo, con machaca de la buena, y le quedó una obra sencillamente devastadora. La Emperatriz de Hielo es un gran in crescendo hacia la batalla final entre los elfos de Ehren y los draugr (unos guerreros zombies) del Caballero Oscuro. Es un viaje cuesta abajo, cada vez más intenso y jodido, que termina en una batalla impresionante, y que en el medio tiene un momento clave, un dilema moral que Ehren tiene que resolver y que nos deja en claro que el joven elfo pone lo que hay que poner para ser un rey hecho y derecho.
No me quiero extender mucho más en el argumento. Sí ponderar un poco más el trabajo que hace Santos con sus personajes, incluso con los secundarios. Jurgen Ulf, el dios Vali, Dreide, la Reina Glirenn, los enanos de Grimmerson Doblefilo, el Maestro Skoll, el dios Tyr, todos son seres complejos, con múltiples aristas, creíbles y entendibles, aunque uno tenga pocas chances de interactuar con dioses y elfos en su vida real.
Por el lado del dibujo, nos encontramos con el Santos tempranero, el que todavía no descubrió a Darwyn Cooke. Acá lo vemos buscando su propia identidad gráfica, ya no tan pegado a Chris Sprouse y Mike Wieringo. En la búsqueda incorpora cosas raras: primeros planos de las mujeres que parecen de Gipi, enanos que parecen de Sanyú, tramas mecánicas tipo Javier Pulido, y por supuesto, un clásico de Santos que son los yeites narrativos heredados de Matt Wagner y Mike Mignola. El cóctel es bizarro pero explosivo y, si bien uno ya lo vio dibujar mucho mejor en obras posteriores, me imagino que cuando salió a la venta este tomo (2002) más de uno habrá dicho “Epa! ¿Lo tenías a este pibe? Mirá lo que peló en el Vol.2 de Los Reyes Elfos! Se está yendo a la mierda!”.
Este tomo no tiene algo que a mí me cebó mucho en los posteriores, que son los comentarios del autor, en los que revela las conexiones entre su saga y los mitos nórdicos, y explica otras referencias que va mechando, incluso a detalles de la propia saga de Los Reyes Elfos. Pero bueno, hay lindos pin-ups de dibujantes españoles que me gustan mucho, como Quim Bou y Oriol Roca, así que está todo bien. Reitero por enésima vez: Víctor Santos, un capo absoluto. Y esta saga, una obra maestra.

miércoles, 21 de julio de 2010

21/ 07: JONAH HEX: THE SIX GUN WAR


Bueno, lo confieso: de todo lo que edita DC con el sello de DC, la única serie que sigo al día, y de la que me pido los TPBs ni bien se anuncian en el Previews, es Jonah Hex. Eso tiene una sóla explicación, y son los grandes unitarios que casi todos los meses pelan Justin Gray y Jimmy Palmiotti. En apenas 22 paginitas, la dupla pergeña todos los meses historias redonditas, no muy ambiciosas, que casi siempre se pueden leer en cualquier orden (como los álbumes de Lucky Luke), en la que vemos a Jonah infligir sus atroces métodos de justicia a algún asesino, violador, explotador o avechucho pasado de rosca.
Tan buenos están los guiones, tan fuerte pega este western sórdido y malalechístico, que hasta me hacen olvidar de que Jonah Hex es un personaje insostenible. A ver, supuestamente es un tipo normal, sin poderes, pero capítulo tras capítulo lo vemos recibir trompadas, cuchillazos, balazos, fierros al rojo vivo… y Hex siempre logra convertir el dolor en odio y el odio en la fuerza que lo hace levantarse del piso, y hasta del ataúd, para procurarse por milésima vez un chumbo, un caballo y un hijo de puta más al que boletear. Hex no tiene amigos, no se enamora, no tiene miedo, ni reparos, ni hambre, ni sueño, ni ambiciones desmedidas de chapa, poder o fortuna. Entonces, ¿qué es? ¿Es realmente un tipo normal, o es un demonio, o una fuerza de la naturaleza, o qué? Es un mecanismo, un recurso, un coñemu unidimensional, tipo Judge Dredd, que se desenvuelve mejor en historias breves, simples, sin lugar para demasiados matices.
The Six Gun War ejemplifica con claridad que las sagas largas no son el fuerte de Gray-Palmiotti. En sus 132 páginas, Jonah zafa de tantos peligros tan extremos, que leído todo de una resulta un poco trucho. Además, para subrayar que esta saga es grossa y distinta, Hex no cumple el rol de depredador, sino que a lo largo de casi toda la trama es la presa. Quentin Turnbull (lo más parecido a un villano recurrente que tiene la serie) se decide a borrar la horrenda jeta de Hex de la faz de la Tierra, y juega todos sus cartuchos para lograrlo. Nuestro no-héroe se rodea (casi a pesar suyo) de tres estrellas invitadas: Tallulah Black (una especie versión femenina de Hex), el ídolo Bat Lash (poco aprovechado) y la versión clásica de El Diablo (nada que ver con lo que vimos en la saga de Azzarello y Zezelj). Todo muy épico, muy grandilocuente y muy largo, pero ¿a dónde vamos? ¿Turnbull mata a Hex? No. ¿Hex mata a Turnbull? No. ¿Muere algún personaje importante? Mmmnah, apenas El Papagayo, un villano de segunda línea. ¿Se trata de una historia chota, o sin sentido? No, para nada. Es atractiva, tiene momentos muy power y, sin ser fundamental, es una buena aventura de Hex. ¿Hacían falta 132 páginas para contar esta historia? Ni a palos.
En la faz gráfica tenemos al italiano Cristiano Cucina, bien, digno, para nada desubicado en una serie por la que pasaron monstruos sagrados como Jordi Bernet, Darwyn Cooke y J.H. Williams III. No creo que Cucina nunca aspire siquiera a ser un Número Uno, pero como dibujante cumplidor, como tipo que se banca decorosamente dibujar cosas difíciles y complicadas (cientos de tipos a caballos, páginas de 10 cuadros, orgías de sangre, etc.), sin duda esta saga lo pone en el mapa.
The Six Gun War, entonces, es un extenso y escabroso canto a la violencia, la venganza y la crueldad. Nos la quieren vender como la mega-saga de Jonah Hex, pero la verdad es que es tan distinta a lo que habitualmente vemos en esta serie, que es más lo que desentona que lo que aporta. Por suerte, la revista del cowboy más fulero del Oeste suele estar compuesta mayoritariamente por números unitarios, que suelen ser muy, muy sólidos, tanto que el resto de los TPBs se le pueden recomendar incluso a los que no se copan en lo más mínimo con el western.

martes, 20 de julio de 2010

20/ 07: NOCTURNO Vol.1


Y sí, otro Nocturno más. Pero este no es de Salvador Sanz, sino del genio mexicano Tony Sandoval. Es una novela gráfica de 2007, realizada originalmente para la editorial franco-suiza Paquet, y que –me entero cuando llego a la última página- es la primera parte de una saga de dos tomos. Por supuesto, en la edición de La Cúpula nadie te aclara que te estás llevando media historia y mucho menos que al final del libro te espera un cliffhanger más turro que Horacio Rodríguez Larreta.
Pero basta de lloriqueos, que este libro hay que celebrarlo. Tony Sandoval lo hizo otra vez. De nuevo, como en El Cadáver y el Sofá, sacó de la galera una extraña y deliciosa joya del Noveno Arte, que no se puede dejar de leer. Las primeras 22 páginas de Nocturno están entre lo mejor que leí en mi vida. Realizadas íntegramente a lápiz, con unas texturas y unos trazos increíbles, Sandoval las utiliza para crear el clima oscuro, misterioso, ominoso y extraño que reinará en buena parte de la obra. La narrativa es re-Dave McKean y el dibujo, bastante cercano al de Teddy Kristiansen, excepto en los primeros planos de Seck (nuestro protagonista), que son 100% Sandoval.
La siguiente secuencia incorpora a dos secundarios importantes: Iván y Rojo, y además, para subrayar que cambian el clima y la ambientación, se suman también la tinta y el color, que se quedarán hasta el final, pero aplicados de distintas formas, según las secuencias. El siguiente tramo nos presenta a Karen, el interés romántico de Seck, y acá Sandoval le da al color un tratamiento más pictórico y más sutil. Para la página 40, uno levanta la ceja y dice “¿qué carajo pasa acá?”. Se ve venir el romance entre Seck y Karen, hay un concurso de rock en el que participará la banda de Rojo y Seck y aparecen unos “malos” que se disponen a hacer trampa para que nuestros amigos no ganen. Nah, no puede ser… Sandoval no puede dejar que esto se desbarranque hacia el peñasco del Más de lo Mismo, y menos con un argumento de película para adolescentes del Disney Channel. Y no. En la página 68, pasa algo que no estaba en los planes de nadie, y la historia pega un volantazo impresionante, que se va al carajo y más allá.
A partir de la página 80, Seck se reencuentra con sus fantasmas y todas las profecías ominosas y oscuras de la primera secuencia se corporizan en él. Varias máscaras se caen y otras máscaras cubren los rostros de Seck y de la banda de “los malos”, rostros que estallarán en pedazos y se enchastrarán con sangre propia y ajena cuando esta peli para adolescentes del Disney Channel se convierta en una de machaca sanguinaria y dark tipo The Crow. Sí, leíste bien. Seck se enmascara, un espíritu llamado Nocturno lo posee y le da el coraje, la fuerza, la agilidad y el aguante para volver a ajustarle las cuentas a la bandita de Viktor y sus secuaces. Tony Sandoval, el que saltó a la fama con una especie de cuento de hadas freak, bucólico y sutil, acá hace explotar la violencia a niveles revulsivos, y nos presenta unas escenas de combate tensas, vibrantes, de inquietante intensidad, como las de Teddy Kristiansen, pero en crack. La narrativa acelera, se ralentiza, va, viene, te pone los pelos de punta, y cuando el combate llega a su punto cúlmine, se termina el tomo.
No sin antes dejarnos algunas imágenes maravillosas: el momento en que Karen ve a Rojo y Seck como monstruos marinos, escenas del recital donde Sandoval deforma a los personajes como si fuera Bill Plympton o Jack Davis (de la MAD) pasado de ácidos, la escena del primer polvo entre Seck y Karen, la de los guerreros esqueléticos sobre el cadáver de… alguien que muere, esa página de 14 cuadros, con 10 viñetas chiquititas, iguales, en las que Nocturno le saca a Seck el miedo que le impide reaccionar… cosas que se te impregnan en la retina, que las seguís viendo en tu mente horas después de cerrar el libro, en un 67 repleto, con una vieja gorda y miope que en cualquier momento te clava las agujas del tejido en la entrepierna.
No sé cómo termina Nocturno. No me lo quiero imaginar, no me interesa especular. Quiero que el tomo final me sorprenda como me sorprendió este, con sus volantazos, sus cambios de registro, sus perversas y seductoras triquiñuelas para tenerme al filo del asiento durante más de 100 páginas. Nocturno es un viaje de ida, mal.

lunes, 19 de julio de 2010

19/ 07: 100 BULLETS Vol.7


Bueno, prometí volver pronto y cumplí. Ahora, los que no volvieron son los personajes del tomo anterior! Posta, este tomo es rarísimo: Graves aparece tres páginas, en un flashback. Shepherd aparece (cada día más parecido a Alack Sinner) en una secuencia de 12 páginas. Y el único de los grossos que tiene un rol más o menos importante es un personaje al que en el tomo anterior vimos caer abatido a balazos y a quien yo, como buen salame crédulo y naif, creía boleteado forever. Obviamente no lo voy a nombrar, para no spoilear.
Eso que decía la vez pasada de la pachorra exasperante con la que Brian Azzarello hace avanzar esta ambiciosa trama de corrupción y venganza, en este libro alcanza niveles insólitos. Samurai (así se llama el recopilatorio, sin más sentido que jugar con el título de la famosa película) se compone de dos arcos argumentales. Uno transcurre en una cárcel y está protagonizado por Loop, uno de los reclusos, el de la saguita Hang Up on the Hang Low (Vol.3), un cuatro de copas que –por lógica- debería cobrar protagonismo en los próximos arcos. La segunda historia del libro retoma la historia de Jack, otro perdedor consumado a quien el Agente Graves le entregó el chumbo con las 100 balas imposibles de rastrear (presentado en los números 21 y 22). Hasta ahora no hay muchas pistas de que Jack pueda llegar a ser importante en el desenlace del conflicto entre los Minutemen y el Trust, pero con dos excelentes historias a cuestas, ya sería muy ilógico que no enganchara para nada en el big picture.
Ambos arcos tienen en común la vida tras las rejas. El de Loop, obviamente porque transcurre en la cárcel, un submundo que Azzarello ya demostró que domina como pocos cuando tiró aquella bomba atómica que fue la saga de Hellblazer en la que John iba en cana, aquel dibujado como los dioses por Richard Corben. Y el de Jack, porque gira en torno a una especie de zoológico de la B Metropolitana, en el que un par de tigres viven enjaulados. Y por supuesto, en los dos hay muchísimos momentos sórdidos, violentos, jodidos como enema de chimichurri. Aunque parezca mentira, la historia de Jack y los tigres es más escabrosa, y te revuelve más las entrañas, que la de Loop en la cárcel. A Loop ahora nos lo muestran como un habilidoso, un tipo que con ingenio, chamuyo y huevos se las va a rebuscar siempre para salir más o menos bien parado. Y además tiene códigos: con los amigos no se jode y al enemigo, ni justicia. Jack, en cambio, es un tiro al aire, un heroinómano poco dispuesto a intentar dejar la jeringa, que nunca sabés para dónde va a disparar (en sentido literal). Los dos “héroes” se enchastran de sangre ajena, los dos cobran de lo lindo, los dos van a tener que replantearse miles de cosas antes de poder tomar partido en la guerra fría entre el Trust y el Agente Graves.
Pero vuelvo a lo de antes: las historias están buenísimas, los diálogos son excelentes, los climas están logradísimos, las escenas de acción son recontra-impactantes… El tema es cuánto avanza la trama central en cada arco y la verdad es que la respuesta es: poquísimo. En todo caso la gracia será decir “yo a este pibe lo sigo desde la Novena” cuando Loop o Jack cobren chapa más adelante, pero por ahora la cantidad de páginas que les vimos protagonizar no tienen la menor relación con su injerencia en la trama. Veremos cómo y cuánto aparecen en la segunda mitad de la obra.
Del trabajo de Eduardo Risso al frente de la faz gráfica casi ni tiene sentido hablar. La chapa que demuestra el león de Leones en cada secuencia te deja helado. La cantidad de recursos que pela para darle ritmo y variedad a las extensas escenas de diálogo, o de inacción, es pasmosa. Su aporte al clima pesado y ominoso de la trama es incalculable. La personalidad que le da a cada uno de los cientos de personajes menores que desfilan por la(s) trama(s) es alucinante y su forma de retratar la violencia, escalofriante.
Por si faltara algo, el prólogo de este tomo lo escribió nada menos que Carlos Trillo, otra máquina de generar excelentes historietas con y sin dibujos de Risso. Esto se cocina a fuego lento, muchachos. Pero va largando un olorcito riquísimo…

domingo, 18 de julio de 2010

18/ 07: LA FIESTA PAGANA


Termino (por ahora) mi recorrida por los países hermanos con una notable antología en la que participa la flor y nata del comic boliviano actual. En Bolivia, la aparición de algo así como un “comic de autor” es un fenómeno muy reciente y este álbum de 2008 da cuenta de las mejores búsquedas de esta primera etapa.
Cuando la historieta empieza a hacer pie, o incluso a ponerse de moda, lógicamente atrae, además de a los historietistas de raza, que llevan la narrativa gráfica en la sangre, a ilustradores que buscan en el comic un medio más donde mostrar que dibujan muy bien. En este libro hay de eso, cómo no. Edwin Villegas y Avril Filomeno son grandes ilustradores (esta última particularmente dotada para la ilustración infantil), pero están lejos de saber aprovechar el lenguaje narrativo de la historieta. Alexandra Ramírez, en cambio, lo comprende, pero le falta mucho para adquirir un nivel destacado de dibujo.
El resto, realmente impacta por la calidad. La Fiesta Pagana nos brinda la oportunidad de reencontrarnos con los dos autores bolivianos más conocidos en Argentina (gracias a Suda Mery K primero y Fierro después): Por un lado, el increíble Joaquín Cuevas, ese que trabaja en un estilo minimalista, naif, casi de infografía, pero con una narrativa alucinante e innovadora y unos guiones zarpados y letalmente satíricos. Acá Cuevas tiene la infrecuente posibilidad de trabajar con color, y como todo capo del diseño gráfico y la comunicación, saca un enorme provecho de este recurso para potenciar aún más una historieta brillante, en la que hasta se da el lujo de bajar línea política.
Por el otro lado, el maestro cubano-boliviano Frank Arbelo, el más europeo de los autores del país vecino, el tipo que mejor narra y mejor maneja climas y claroscuros. Arbelo es una especie de mezcla entre Jacques Loustal y Eduardo Risso, pero muy personal y muy grosso. Su historia para este libro habla de una boliviana que emigró a Suecia y tiene, sin dudas, el mejor guión de la antología. Pulenta de verdad.
Paola Guardia todavía no está del todo aceitada como dibujante, pero sus historias (dos, muy cortitas) están buenas y sus apuestas en materia de narrativa resultan ganadoras. Alejandro Salazar ya está claramente encaminado para convertirse en un grosso, y además tiene un estilo perfectamente compatible con la animación, el nuevo medio en el que están empezando a cotizarse los artistas bolivianos.
Iván Cáceres es un autor un poco pasado de rosca, que aporta una furia underground no muy prolija, pero sanamente iconoclasta. Jorge Siles sale airoso del extraño experimento de contar una historia más poética que narrativa y encima graficarla con dibujos trabajados en base a fotos. El resultado es bizarro pero de gran belleza. Alejandro Archondo tiene un estilo muy de humor gráfico, pero se tira a narrar una historia en cinco páginas sin diálogos y termina por aportar una de las mejores historietas del libro.
Y dejo para el final a Susana Villegas, la referente, la que está en esto desde el principio, a la que todos señalan como motor del surgimiento de esta nueva ola de comic boliviano. Villegas maneja de taquito el dibujo realista de estilo clásico, puede pasar sin problemas de eso a la ilustración fantástica tipo Boris Vallejo, y además narra como los dioses. No estaría mal una buena antología con todas las historias cortas de Villegas.
Sin tener todavía un mercado grande ni una industria fuerte, el comic boliviano se las ingenió para incorporarse en cinco o seis años al mapa de la historieta mundial. Y lo hizo sobre todo a fuerza de calidad y aprovechando al mango las posibilidades que da el hecho de no tener industria, de que nadie le explique a los autores qué hacer, a qué tendencias subirse, ni a qué hitazos extranjeros copiar. Así también se llega.

sábado, 17 de julio de 2010

17/ 07: SPIDER-MAN AND THE FANTASTIC FOUR: SILVER RAGE


Hasta hace un rato, lo confieso, creía como un boludo que Jeff Parker era el mismo que en los ´90 hacía ese comic de Beavis & Butt-Head magníficamente jodido que editaba Marvel. Eso, sumado a que varios amigos comiqueros me hablaban muy bien de los trabajos actuales de Parker como guionista, me llevaron a leer esta saga. Ahora me doy cuenta de que no, de que el capo que me hacía reir muchísimo con Beavis & Butt-Head era Rick Parker, y que efectivamente, este es mi primer comic de Jeff Parker.
Y la verdad es que me gustó. No es la gloria, no es imprescindible, ni es el antes y después de nada. Pero es una buena historia, con un muy buen ritmo, personajes bien trabajados, un peligro real que genera verdadera tensión (incluso cuando antes de abrir el libro sabés que al final ganan los buenos), una amenaza bien explicada y con matices, como para que no sea una mera machaca de héroes vs. villanos, y algo que en estos días es una virtud cada vez más infrecuente en el comic de superhéroes: Silver Rage dura lo que tiene que durar, se inicia, se desarrolla y se liquida en 90 páginas y está perfecto, hasta ahí daba.
La trama gira en torno del enésimo imperio mega-planetario que se decide a sumar a la Tierra a su lista de mundos colonizados, o sea que se acerca mucho más al tipo de historias que habitualmente se narran en Fantastic Four que a las que suelen involucrar a Spider-Man. Pero el rol de Peter no es menor, ni se lo ve desubicado en el conflicto, porque Parker se las ingenia para que la resolución cobre dos caminos paralelos: uno más de ciencia-ficción, que es donde se lucirá Reed Richards, y uno más de machaca superheroica, donde los resultados llegarán cuando Spidey se integre al grupito de Sue, Ben y Johnny como si hubiesen trabajado juntos toda la vida. Además, la combinación de Ben, Johnny y Peter potencia las instancias de comedia y Parker las aprovecha metiendo muchísimos chistes, algunos buenísimos.
¿Por qué Parker no va a ser nunca un gran guionista de Fantastic Four? Porque no maneja bien a Sue. Sue es el personaje difícil del grupo y sólo los guionistas que la entienden son los que dejan una huella importante en la serie. ¿Por qué Parker tiene todo para ser un gran guionista de Spider-Man? Porque maneja bien a Peter Parker, y sólo los guionistas capaces de escrbir un buen Peter pueden escribir un gran Spider-Man. Los otros personajes destacados de la saga provienen de la mitología del cuarteto (y no, no me refiero a la Mona Jiménez): los Knights de Wundagore, el Dr. Doom y el Impossible Man. Y es con este último con quien mejor se lleva Parker, al punto que redefine y le da un poco más de sentido a la raza Poppupiana, que hasta ahora siempre había sido una especie de chiste que era más gracioso si nadie lo explicaba.
Por el lado del dibujo, tenemos a un grosso que ya no está: el inolvidable Mike Wieringo, autor junto a Mark Waid de muchos números alucinantes de Flash y de una etapa de Fantastic Four a la que los fans veneran, y que yo todavía no empecé a leer. Wieringo dibuja un Spider-Man perfecto, un Dr. Doom espectacular, un Impossible Man brillante y al mejor Thing de todos los tiempos (bue, parejo con los de John Byrne y Carlos Pacheco, así somos más justos). No sé a quién se le ocurrió ponerle como entintadores a Wade Von Grawbadger y Andy Lanning, porque son tipos con estilos muy distintos, que van para un lado distinto al que proponía el querido “Ringo”. Pero cuando abajo hay un dibujo con tanta onda, tanta potencia y tan bien desplegado a lo largo y a lo ancho de la página, el resultado final sigue siendo más que satisfactorio.
Como en las buenas historias del universo de Star Trek, acá tenemos ese raro híbrido al que podemos llamar “pochoclo para nerds”: un dilema moral, un conflicto de escala cósmica que no se soluciona a trompadas (aunque hay muchas) y una resolución en la que el nerd de la física (Reed) y el nerd de la biología (Peter) se complementan para salvar no a una sino a tres civilizaciones. Interesante, divertido y muy, muy bien dibujado por un titán al que vale la pena homenajear hoy y siempre.

viernes, 16 de julio de 2010

16/ 07: PERRAMUS Vol.4


En el Olimpo de la historieta argentina, alla donde reina hace más de 50 años el Eternauta, hasta el más bravo integrante de nuestro panteón comiquero tiembla cada vez que alguien se calza un Perramus. La obra magna de Juan Sasturain y Alberto Breccia es –entre otras cosas- la única historieta en ganar un premio de Amnesty International. Y también una de las dos o tres mejores historietas argentinas de la gloriosa década del ´80.
Desde sus orígenes en 1981, cuando Sasturain, hasta entonces con cero trayectoria como guionista, accede a escribir una historieta para que la dibujara el Viejo, Perramus recorrió un camino no muy largo (apenas ocho años) pero sí bastante sinuoso. Empezó a realizarse cuando la dictadura militar todavía estaba al frente del gobierno de nuestro país y así de dark resultó el primer libro (El Piloto del Olvido). En el segundo (El Alma de la Ciudad), ya escrito en democracia, asoma un rayito de esperanza. El tercer arco (La Isla del Guano) ya se va bastante al carajo: arranca cuando Borges recibe el Premio Nobel de Literatura y continúa en una seguidilla de peripecias ya cercanas al realismo mágico (una lluvia de mierda, por ejemplo). Los diálogos tienen más chistes (aunque no se trata de una obra liviana, ni mucho menos) y menos referencias culturales y abunda la chicana política.
Diente por Diente, el cuarto y último arco, es una aventura más convencional, o por lo menos menos heavy. Además, es la más argentina de todas: arranca 26 meses después de la saga anterior, en el bar La Academia, y contiene apariciones o menciones al diario Clarín, María Kodama, Osvaldo Pugliese, la Guerra de Malvinas y a muchísimos tangos de Gardel, ya que todo gira en torno a la sonrisa del Zorzal. Los Mariscales ya son un triste recuerdo y Santa María ahora se llama Buenos Aires. También aparecen Fidel Castro, Frank Sinatra y Gabriel García Márquez (envueltos en situaciones que muchas veces desembocan en el grotesco o en lo desopilante), pero esta vez, el grueso de la acción lo llevan adelante Perramus, Canelones, el Enemigo y Borges.
Finalizado en 1989, este es el tomo más raro. El guionista vivía en España y el dibujante en Haedo, y se nota una cierta desconexión. Hasta el propio Sasturain subraya la contradicción, el desfasaje entre una historia que tenía mucho de comedia, con notables hallazgos en el campo del humor (elemento siempre presente en las novelas y cuentos de Sasturain) y el dibujo de Breccia, siempre pesado y sombrío. El guión y el dibujo parecen querer proponernos climas distintos, algo potencialmente peligrosísimo en un comic, pero –no me pregunten cómo- acá la mezcla funciona. No me costaría nada imaginarme ese guión dibujado por Fontanarrosa, por ejemplo. Pero no quiero, porque lo que hace Breccia con las tintas, las aguadas, los collages y los recortes es sublime, más allá de que se ajuste más o menos a la onda del relato.
Y cuando se terminó Perramus (con esa última secuencia en la el protagonista intercambia con Borges diálogos ingeniosos, citas literarias y un guiño final al lector, como amagando con romper la cuarta pared e irse a través de ella), quedó un suculento caldo de metáforas y referencias a la política y la cultura argentina de los ‘80 (que es el que nutre a la gran mayoría de los estudios sobre esta serie, vengan de respetados especialistas o de trabajos prácticos para alguna materia de Ciencias de la Comunicación). Y además quedó la aventura, plasmada en una obra descomunalmente bella, con textos y dibujos que trascienden su contexto con obscena amplitud y cuya insoslayable “argentinidad” no pareció incomodar a los lectores del resto del mundo (digo, para los que se cuidan de ambientar sus historietas en Nueva York, Tokio o Júpiter, pero jamás en Rivadavia y San Pedrito). Algo similar pasó con El Eternauta, con la diferencia de que Perramus, además, cosechó una docena de premios internacionales.
No hace falta decir que el hueco que dejó Perramus es imposible de llenar. Ni tampoco que estamos frente a una obra imposible de olvidar, de esas que se dan muy de vez en cuando, cuando dos monstruos se dan la mano y deciden ponerse los impermeables largos...

jueves, 15 de julio de 2010

15/ 07: MIGHTY LOVE


Llegó la hora de encontrarme una vez más con el maestro Howard Chaykin y no, Mighty Love tampoco entra en el Olimpo de las obras decisivas o fundamentales del prócer. Está muy bien, realmente la disfruté. Pero seguimos lejos de aquel puñado de obras con las que Chaykin nos volatilizó las neuronas en los ´80.
Mighty Love está editada por DC, pero no es un comic de DC, sino un comic de Chaykin. Empieza y termina, y contiene altas dosis de violencia, sexo y puteadas. Con lo que habitualmente publica la editorial de Superman y Batman, hay un sólo elemento en común: los protagonistas son justicieros enmascarados. Y hasta ahí llegamos. La forma en que Chaykin aborda el género (género al que logró gambetear con éxito durante muchos años) se parece poco a lo de siempre: son un tipo y una mina sin poderes, que se divierten bastante haciendo lo que hacen, pero que se toman la pausa necesaria para preguntarse qué sentido tiene disfrazarse para salir a jugarse la vida y a machacar delincuentes. Los dos personajes, un juego de opuestos riquísimo al que Chaykin le hace sacar chispas, están a años luz del justiciero pesutti y conflictuado, pero tampoco son dos yosapas marca Giffen/DeMatteis. Skylark y Iron Angel son héroes absolutamente humanos y creíbles, falibles, cuerdos, ingeniosos, nobles y hasta en un punto humildes.
Todo lo contrario de lo que son de día, cuando trabajan en sus identidades civiles, ella como policía de mano dura al servicio de un gobierno corrupto, y él como abogado especializado en que los criminales paguen barato por sus fechorías. Así, Chaykin arma el doble juego: de día chocan constantemente, se detestan, se obstaculizan. De noche y con la máscara puesta se complementan, se entienden, se enamoran. El tema de la doble identidad es fundamental: si cualquiera de los dos héroes viera al otro sin máscara, la historia se precipitaría a un abismo más difícil de remontar que las finanzas de Grecia.
Entre paralelismos, moorismos y demás yeites narrativos que Chaykin maneja con una destreza maradoniana, se construye un relato ágil, dinámico, muy hollywoodense, con la extensión exacta para que se convierta en película. De hecho, los rasgos faciales de Iron Angel tienen bastante de Tom Cruise. Hay que sacarle algunos desnudos, porque en Hollywood todavía no se muestran pijas en las pelis no-porno, y por ahí bajarle el tono a algún garche. Pero Mighty Love tiene todo para ser un hitazo de taquilla. Diálogos, personajes secundarios, puntos de tensión, todo encaja en el molde del blockbuster hollywoodero sin mayor inconveniente.
Y claro, si algún día esto se filma, los pobres giles que vayan al cine se van a perder el inmenso placer de ver esta historia dibujada por un genio del lápiz y la tinta, y encima coloreada por Dave Stewart, el mago del color. Por más actor taquillero que contraten, por más que respeten las escenas de sexo y aparezcan en bolas Jessica Alba y Megan Fox, no hay efectos especiales que logren plasmar en la pantalla la sutileza, la complejidad y el talento que pone Chaykin en cada fondo, en cada montaje, en el armado de cada página, en el diseño de cada vestuario, en las expresiones faciales, los climas y hasta en las onomatopeyas.
Mighty Love es un comic de superhéroes de inusual inteligencia, pensado para ser disfrutado por el público que habitualmente no los consume. Por eso es más real, más sensual, más zarpado y en algún punto más coherente que la clásica hiper-epopeya en la que el Bien y el Mal dirimen los tantos a las trompadas entre chicas y muchachos disfrazados con spandex. Howard Chaykin demostró que la alternativa también funciona y que también es terreno fértil para buenas historias. Pero claro, no hay muchos autores dispuestos a seguir la senda que inaugura Chaykin con Mighty Love simplemente porque los hallazgos de esta están sostenidos en un nivel de talento que no abunda, ni dentro ni fuera del mainstream.

miércoles, 14 de julio de 2010

14/ 07: DIEU EN PERSONNE


En Francia, los críticos de historieta otorgan todos los años un Grand Prix (Gran Premio) a la mejor obra del año anterior. El Grand Prix de 2010 se lo llevó Dieu en Personne, la joya del Noveno Arte que terminó de poner a Marc-Antoine Mathieu (un tipo con 51 años de edad y 20 de crear una tras otra las novelas gráficas más vanguardistas del mercado francés) en el Olimpo de los grossos.
Y sí, es cierto que en Dieu en Personne el autor no experimenta tanto como en otras obras suyas (especialmente en su serie Julius Corentin Acquefacques), pero el tema… el tema es sencillamente definitivo. Dieu en Personne nos cuenta qué pasa el día que Dios, el verdadero Dios, vuelve a la Tierra de keruza y empieza a interactuar con los mortales tranqui, sin armar kilombo, hasta que alguien se da cuenta y –tras demostrar sobradamente que se trata del mismísimo Dios- el mundo cambia por completo, de la noche a la mañana.
A lo largo de las 110 páginas que tiene la obra, Dios responde absolutamente todo lo que uno le preguntaría si lo tuviera enfrente. Son diálogos extensos, sofisticados, donde se manejan conceptos ontológicos, filosóficos y hasta de física cuántica. Con Dios en la Tierra, pierde sentido la religión, la propia fe, ya que nadie duda de su existencia, ni de su omnisciencia, ni de su buena voluntad para con los mortales. Y empiezan otros debates, centrados más que nada en la responsabilidad de Dios, en el por qué de su milenaria inacción, en la causalidad, el azar, la emoción, las verdaderas leyes que rigen nuestras vidas y en el por qué necesitamos conocer el origen de la vida y de las cosas en general. O sea que Dios se nos presenta como un intelectual, un sabio absoluto, que da vuelta como un guante a teólogos, psicólogos, filósofos y jueces en unos contrapuntos verbales de un nivel impresionante, en los que Mathieu hace gala de una inteligencia pasmosa, realmente descomunal.
Paralelamente, el autor explora el fenómeno comercial de la llegada de Dios: el merchandising, las giras, los libros, el comic, los videogames, todo aquello que Dios hace o dice se comercializa y el capo de la creación amasa una cuantiosa fortuna que dedica a obras de caridad y a pagar las costas del mega-juicio que le hacen unos cuantos pícaros, perjudicados por fenómenos naturales y demás creaciones de Dios. Mathieu resuelve todo esto con ironía y con un gran talento para contraponer los procedimientos, mecanismos y reacciones ordinarias del “mundo real” con la forma totalmente inusual e impredecible en que Dios responde en cada una de estas situaciones. Metafísica y marketing, justicia civil y justicia divina, interrogatorio policial y preguntas trascendentales sobre el sentido de la vida se dan cita en esta historia absolutamente única.
Con tantos diálogos (y en términos tan elevados) corremos el riesgo de caer en una historieta lenta y embolante. Dieu en Personne es lenta, sí, pero no te aburrís ni un segundo. No querés que termine nunca. Esto se debe en gran medida a la narrativa de Mathieu, clara, dinámica, con los cortes y las pausas puestos en los momentos justos, con un criterio brillante para elegir dónde y cuándo meter los momentos intimistas y los grandilocuentes. Y como si esto fuera poco, estamos frente a un dibujante impecable. Un tipo que maneja las masas de blanco, negro y grises plenos con una cancha devastadora, notable en las expresiones faciales, asombrosamente grosso en las arquitecturas y los fondos, infalible a la hora de iluminar las escenas, y encima con un grafismo personal, con la cuota justa de expresionismo para subrayar con maestría el grotesco, para retratar la mendacidad y la berretada que se generan (o en realidad, se potencian) ante la aparición de algo tan sublime como una visita de Dios a nuestro mundo. Visita que –no hace falta ser el Guacho Vidente para sospecharlo- no se va a prolongar por demasiado tiempo, pero a la que Mathieu le saca infinito provecho.
Creas o no en Dios, esperes o no verlo algún día en persona, esta historieta te va a sacudir. No sólo por su belleza gráfica, sino por las preguntas que hace, las respuestas que da y la cantidad de ideas que te deja rebotando en el bocho, como pelotitas de pinball rellenas de crack, frula y LSD. Historieta Perfecta, de verdad, escrita y dibujada con la mano de Dios.

martes, 13 de julio de 2010

13/ 07: BATGIRL Vol.2


En las grandes editoriales yankis, cada vez que un autor propone lanzar a un personaje en una serie o miniserie presenta un pitch, que es una especie de chamuyo en el que plantea los lineamientos generales de la serie y el enfoque que pretende darle al personaje. No sé con certeza si Kelley Puckett tuvo que presentar su pitch para la serie de Batgirl, pero seguro que si lo hizo, las dos palabras que terminaron de “venderle” la propuesta a Denny O´Neil (por entonces mega-coordinador de todas las series relacionadas con Batman) fueron “Lady Shiva”. La verdad es que la idea de vincular a Cassandra Cain con Shiva es, además de increíblemente coherente, sencillamente brillante. Son personajes que encastran a la perfección, como las piezas del Rasti.
Este segundo tomo de Batgirl suma a Lady Shiva a la ecuación, sin romper la consigna principal de la serie que es “Cassandra no lucha con villanos disfrazados”. Esto, sumado a la saga con los servicios de inteligencia, en los que Puckett tira la onda de que Batgirl puede ser metahumana, hace que casi todo este tomo esté atravesado por el tema de las habilidades (¿o poderes?) de la joven protagonista. Por supuesto, Barbara Gordon, Batman y David Cain reaparecen como secundarios y Puckett los aprovecha al máximo. El episodio en el que el bati-oreja le pasa factura a Cain por la crianza “poco convencional” que le brindó a Cassandra es realmente heavy y por momentos te pone los pelos de punta.
Pero los momentos más jugosos llegan en el contrapunto entre Shiva y Batgirl, en escenas de poquísimos diálogos (ya sabemos que el idioma verbal no es la especialidad de Cassandra) y un despliegue de artes marciales de altísimo impacto, con unas coreografías fastuosas y un ritmo cinematográfico, más de manga que de comic yanki, en el que cada movimiento, cada golpe, cada caída, se ve milimétricamente refelejado en los dibujos de Damion Scott. Y por ahí en 22 páginas vimos apenas una pelea y una escenita de Barbara vendándole alguna herida a Cassandra, pero todo está muy bien contado y además (como ya subrayamos la vez pasada), Puckett es un capo a la hora de narrar con pocos recursos. Igual esto es una exageración de mi parte, porque no hay 22 páginas en las que no avancen por lo menos una de las sub-tramas: o la venganza de Batman contra Cain, o la investigación de la agencia secreta, o el misterio de las habilidades de Batgirl. Nunca falta ese “algo más” que hace que esto no se pueda encasillar en el género “comic de machaca” que muchas veces deja gusto a poco.
Otro hallazgo que comparten Puckett y Scott es que nunca ceden a la tentación del fan service. En cualquier otra historieta protagonizada por una guerrera de 17 años, esta aparecería constantemente pelando tetas y culo, en poses provocativas, con tajos y roturas en lugares del traje especialmente elegidos para que el pajero pispee la nerca y demás trucos baratos para calentarle la pija al adolescente al que todavía no lo dejan comprar la Penthouse. Acá, nada que ver. Batgirl recibe heridas en todo el cuerpo, el traje se le hace añicos, y salta y pelea en infinitas poses distintas, pero ninguna de esas imágenes están pensadas para revolucionarle las hormonas a la muchachada. El hecho de que sea una chica joven y linda no parece llamar la atención de ninguno de los personajes del comic y coherentemente, los autores tampoco hacen hincapié en eso, ni mucho menos.
Ya sin Scott Peterson como co-guionista, esta serie sigue creciendo. No sé si Puckett y Scott pondrán lo que hace falta para convertirla (medio de keruza) en una historieta de autor ambientada en el mainstream (como fue en su momento el Starman de James Robinson, o en menor medida el Hulk de Peter David), o si en el próximo número se irán a la mierda para ser reemplazados por cualquier verdulero. Pero acá hay cuidado, pasión, buenas ideas y una direccción muy atractiva que hacen que esta serie se despegue bastante del resto. Así que seguiré avanzando, a ver hasta dónde llega la pulenta…

lunes, 12 de julio de 2010

12/ 07: BOGGART


Raro lo que me pasó con este comic: hace cuatro o cinco años lo leí en francés y me gustó bastante. Ahora, como se editó en Argentina, lo volví a leer en castellano y me gustó bastante menos. Ojo, no es un problema de la edición local (a cargo de Historieteca), que es realmente grossa, sin nada que envidiarle a la francesa. Es más bien un gusto a poco que me dejó el guión.
Acá tenemos de nuevo al Carlos Trillo versión Siglo XXI, ese que se regodea en las miserias, las atrocidades y las perversiones, que nos cuenta con la peor de las malas leches historias de gente de mierda, más allá de la redención y de las moralejas edificantes o las bajadas de línea políticamente correctas. El truquito inédito que ofrece Boggart es que Trillo nos propone un cruce entre géneros: por un lado las hadas, duendes, orcos, musas y demás criaturas legendarias de los bosques, de esas que pueblan las fábulas y las novelas de fantasía con ambientación medieval. Por otro lado, la estructura del relato respeta casi a rajatabla las convenciones del policial negro: un asesinato, un detective bastante perdedor, líos de polleras que complican la investigación, aprietes mafiosos cuando los poderosos detrás de los crímenes ven tambalear su impunidad, y un clima enrarecido de sordidez, corrupción y decadencia moral. No es fácil plantear un hard boiled con haditas y duendecitos, que en vez de en Chicago transcurra en un reino mágico. Pero la verdad es que Trillo lo logra y demuestra que cuando a uno le sobra oficio, este tipo de desafíos bizarros se superan sin mayor dificultad.
El resultado es una historia que, cuando la leo por segunda vez, no me termina de cerrar. Boggart resuelve el misterio simplemente apostándose frente a la casa de la principal sospechosa y vigilando a ver quién entra y quién sale de su casa. Es un poco simplista, no? En el medio, la trama se hace llevadera gracias a los buenos diálogos entre Boggart y Boon, y gracias a alguna peripecia menor, en la que el investigador interactúa con otras criaturas fantásticas. Pero el final es sumamente anticlimático (salvo por el giro del final, en la última página) y subraya aún más esa falta absoluta de códigos, de ética, casi hasta de justicia que veníamos viendo a lo largo de la historia. Cuando una mina que está buena se abre de gambas, se olvidan los crímenes, las traiciones, las mentiras y hasta “el bueno” se caga en todo y se dedica a darle a la matraca. O sea que el guión acierta en el planteo (en mostrarnos cómo sacude el status quo del reino mágico la aparición de un misterioso asesino serial) pero no llega a buen puerto a la hora de resolver ese planteo tan atractivo.
Parte de lo que hace que esto sea interesante (más allá de mis pegas para con el final) es el dibujo de Horacio Domingues, que acá realiza un gran trabajo, con personajes y fondos muy trabajados y muchas páginas de 10 cuadros de las que sale intacto. A nivel visual, los mejores pasajes llegan cuando los personajes narran flashbacks. Acá Domingues modifica sutilmente su estilo: cambia el color plano por unas texturas sutiles y de gran belleza plástica y suaviza la línea negra de los contornos. Estas imágenes son grossas de verdad y los franceses, que no comen vidrio, lo convencieron para que en su siguiente novela gráfica con Trillo (el primer tomo de Angustias) trabajara de punta a punta del álbum en este estilo, un poquito menos pegado a Carlos Meglia y un poquito más cerca de Juan Bobillo. Ni hace falta decir que lo que hace Domingues en ese libro es majestuoso, a años luz de trabajos suyos hechos sin onda ni inspiración, como Fantastic Four: True Story.
Pero volviendo a Boggart, el muy buen dibujo de Domingues y la muy buena consigna de Trillo (re-interpretar el mundo idílico y pastoril de las criaturas fantásticas en clave de sexo, droga y corrupción dignas de Sin City) alcanzan para que la lectura sea novedosa y entretenida, pero no para elevar a esta obra al panteón de las grandes novelas gráficas realizadas para Europa por los autores argentinos y cuya edición nacional resultaba poco menos que indispensable. Igual está bueno que se haya editado y que esté al alcance de todos los lectores argentinos, para que cada uno la lea y saque sus propias conclusiones.

domingo, 11 de julio de 2010

11/ 07: 100 BULLETS Vol.6



Cuánto hacía que no leía 100 Bullets! Encima el último tomo que había leído era el quinto, que roza de manera casi tangencial la ambiciosa saga que durante 100 episodios construyeron con mano maestra Brian Azzarello y Eduardo Risso.
De todos modos, este volumen me permitió re-engancharme de un modo bastante accesible, por su propia estructura. Se trata de seis historias cortas, cada una con un protagonista distinto, pero con un tema que las atraviesa a las seis, y que es la inminente guerra entre las familias que componen el Trust. El tipo que más conoce acerca de la runfla en ciernes es Shepherd y –lógicamente- aparece en un rol bastante importante en casi todas las historias. Otro elemento que siempre se las rebusca para robarse el protagonismo es la violencia. Excepto en la primera historia (la de Dizzy Córdova), donde no vuela ni un sopapo, en las otras dice presente la muerte, siempre de manera truculenta. Parte de lo grosso que tiene esta serie es que hay miles de muertes y los autores se las ingenian para que todas sean impactantes, para que nunca te dé lo mismo cuando los cuerpos caen al asfalto como bolsas de papas llenos de sangre y agujeros de balas.
Y el tercer elemento muy presente en todo el tomo es -ya lo adelantamos- la runfla, la intriga entre intrigantes profesionales, un juego de ajedrez por el poder absoluto, jugado con frialdad y cinismo por un Agente Graves implacable y sus ex-patrones y hoy enemigos, conocidos (por muy pocos) como el Trust. Esta trama de guerra fría, de amenaza latente y de “yo sé que vos sabés que yo sé lo que vos no querías que nadie supiera” es la que hace que este sea un comic importante, una obra compleja y cautivante, y no un mero canto a los corchazos y la sordidez tipo Sin City, y no un clon choto de las pelis de Tarantino o de la saga del Padrino o de Los Soprano, como tantos otros comics y series de TV. Pero tiene una contra y es que le da a Azzarello una inmejorable excusa para que la trama general avance muy lentamente, con una pachorra medio exasperante. No te extrañe si en un episodio de 22 páginas te comés 15 de dos tipos hablando en un bar. Creo que Risso tiene el record mundial de bares dibujados en la historia del comic. Me acuerdo que en cada ciudad que visitaba, Risso se metía en los bares y los dibujaba en su cuaderno de bocetos, para después meterlos en alguna de las miles de escenas de 100 Bullets que transcurren en un bar. La verdad es que el cordobés devenido rosarino mostró una abnegación increíble, y una paciencia santa para esperar esos momentos en los que el guión le permitiera lucir toda la grossitud de su estilo.
Por suerte en este tomo hay varios. No faltan los momentos en los que guión y dibujo se ensamblan en una danza frenética, zarpada y sanguinaria, que te deja con la boca abierta. Las cuatro últimas páginas del episodio de Benito son una cátedra de historieta. Y los dos últimos episodios del libro, el de Graves y el de Wylie, son magníficos de punta a punta, con sorpresas, cambios de ritmo, jueguitos entre el dibujo y los bloques de texto dignos de Alan Moore, páginas con 11 ó 12 cuadros que no querés que se terminen nunca y muchas puntas para que cuando cerrás el comic puedas pensar de otra manera acerca de lo que hay de este lado de la página, en eso que algunos insisten en llamar “el mundo real”.
100 Bullets hizo historia, de eso no hay duda. Para algunos, por haber sido el primer comic de Vertigo que tuvo éxito sin apelar a elementos sobrenaturales ni de ciencia-ficción. Y para otros, porque es otro ejemplo de cómo dos autores grossos, con tiempo, libertad y un plan a largo plazo, pueden crear historietas que además de impactar y entretener contribuyan a ampliar las fronteras del medio, a eliminar prejuicios y a elevar el standard de lo que vos, como lector, le podés exigir a una serie a la que mes tras mes le apostás esos manguitos que tanto te cuesta ganar. Volveremos pronto, porque tengo varios tomos más sin leer.

sábado, 10 de julio de 2010

10/ 07: LOS ULTIMOS DIAS DEL GRAF SPEE


Hoy mato dos pájaros de un tiro: por un lado retomo mi recorrida por el comic de los países hermanos, y por el otro tengo una excusa para desear en voz alta que la selección uruguaya le rompa bien en orto a la alemana en el partido de esta tarde.
En Uruguay, como en Chile, el estado otorga fondos concursables a los proyectos de mejor nivel artístico. Desde que existen los fondos, los ganan sistemáticamente los miembros del Grupo Belerofonte, que son básicamente el guionista/ editor Rodolfo Santullo y el dibujante Matías Bergara. En 2008, los fondos les permitieron convertir en un hermoso álbum esta excelente novela gráfica que es Los Ultimos Días del Graf Spee.
Tal como el título nos permite suponerlo, se trata de un relato ambientado en 1939, cuando el buque alemán Graf Spee llega al Río de la Plata y echa anclas en Montevideo, hostigado por los cañonazos de la armada británica. Eso ya de por sí reviste el suficiente interés como para bancar un buen relato, pero Santullo va más allá y lo sazona con elementos de ficción, para lograr lo que mejor le sale: una aventura en la que la imaginación va a fondo, pero 100% verosímil. La trama que propone Santullo envuelve a los verdaderos marinos alemanes y los verdaderos políticos uruguayos con espías, diplomáticos, femme fatales y hasta un arquitecto que termina por convertirse en el protagonista de la novela. Los personajes de José Arenales y Claire están perfectamente construídos, al igual que el del capitán Hans Langsdorff, máximo oficial a bordo del buque alemán, que se debate entre la obediencia al Reich y sus deberes para con sus tripulantes. Lo de Santullo se parece mucho a lo que hacía Osvaldo Soriano en sus mejores novelas. Incluso, como Soriano, se anima a quebrar la notable tensión dramática con momentos más distendidos, casi con aire de comedia, y logra que el guión se mantenga agazapado, siempre listo para que estalle el conflicto final, que el lector uruguayo conoce de memoria, ya que el hundimiento del Graf Spee en las costas de Montevideo es uno de los hechos más destacados en la historia del país vecino, acerca del cual se han escrito toneladas de textos.
Otro acierto de Santullo es que sus personajes no cuentan la historia: la viven. No los llena de diálogos en los que explican lo que pasa, ni por qué cada uno hace lo que hace. Un texto previo a la historieta nos presenta el marco histórico y a los protagonistas de la historia, y después, ya fue: cada uno interpreta su rol con total naturalidad y sin dar demasiadas explicaciones.
Esta economía en los textos es uno de los tantos elementos que juegan a favor del lucimiento del dibujo, al igual que la poca cantidad de cuadros por página. Y Matías Bergara no desaprovecha en lo más mínimo las posibilidades de lucirse. Acá lo vemos en plena consolidación de su estilo, al que podríamos definir como una mezcla entre Jacques Tardi y Juan Sáenz Valiente, pero con los grises trabajados como Alberto Breccia en Perramus: con aguadas, esfumados, la línea negra convertida en gris y muchas veces ausente, reemplazada por masas de distintas tonalidades aplicadas con el pincel. La narrativa es clara y potente, como en Sáenz Valiente y Tardi, y sobre el final los primeros planos se van haciendo cada vez más expresivos, hasta llegar a niveles dignos de José Muñoz. El resultado es sencillamente delicioso.
Los Ultimos Días del Graf Spee combina rigor histórico con vuelo creativo y una gran belleza plástica. Y pone allá arriba a una obra gestada en un país que llevaba muchos años sin producir historietas de primer nivel. Por suerte, con Santullo, Bergara, Renzo Vayra y algunos nombres más, el comic uruguayo atraviesa un muy buen momento a nivel calidad, que ojalá se traduzca en un crecimiento genuino del mercado editorial y del consumo del propio público uruguayo, cuyos gustos parecen conectar más y mejor con el comic japonés o norteamericano. Aguante la Celeste!