el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 8 de febrero de 2016

CUATRO DE CARNAVAL

Vamos con otras cuatro reseñas cortitas, con paso de murga, como me enseñaron mis amigos uruguayos.
Arranco con una joyita de un autor francés, recientemente editada en Argentina. Me refiero al maestro Vincent Paronnaud, mucho más conocido como Winshluss. El librito se titula Welcome to the Death Club y recopila varias historias cortas en las que prima el humor negro, la desazón y la mala leche. Como siempre en las obras de este autor, escasea bastante el texto y casi todo se resuelve mediante magníficas pantomimas en las que el dibujo y la narrativa se hacen cargo de llevar las historias a buen puerto. Además de una aguda sátira social también hay delirio, e incluso poesía en estos breves relatos. En el pliego central, a todo color, vemos el gran manejo que tiene Winshluss de las acuarelas y los lápices de colores. Y lo único flojo que tiene el libro es que hay unas cuantas páginas en blanco, que se podrían haber utilizado para brindarnos una historieta más. Un lujo y un deleite tener otra obra del virtuoso Winshluss editada en nuestro país.
Un autor al que sigo desde que no lo junaba ni su vieja es David Lapham, y cuando salió el primer TPB de su nueva serie, le entré sin dudarlo. Juice Squeezers es una aventura juvenil, apuntada al público adolescente. Una especie de The Goonies, en la que un grupito de chicos debe combatir en secreto una plaga de insectos zarpadísimos en un apacible pueblito rural de los EEUU. Se nota que la idea de Lapham es seguir adelante con Juice Squeezers a largo plazo, porque va desarrollando de a poco a los personajes y deja varias puntas por explorar. De todos modos hay una aventura sólida, compacta, con buenas ideas, buenos diálogos y mucho ritmo. Irresistible para los más pibes, entretenida para los adultos y dibujada en un gran nivel.
Sigo avanzando con el material de autores argentinos editado en 2015 y así es como me devoré Artemis: Ecos de Meridia, el primer álbum de una serie de aventuras a cargo de Ariel Grichener y Guillermo Villarreal. Este es un comic clásico, con una típica batalla entre buenos y malos, donde la originalidad pasa por la construcción del universo y de los personajes, no tanto por los conflictos. Con pocas pretensiones y mucho ritmo, Grichener nos mete a full en el mundo de Artemis Black para hacernos vivir una epopeya a la que no le faltan ni humor ni dramatismo. Villarreal dibuja en esa onda “cool” tipo Duncan Rouleau, Mike Parobeck, Mike Wieringo o (Dios nos libre) Joe Madureira. No está mal. Es un estilo que va mejor con el color que con el blanco y negro, pero la faz gráfica está bien resuelta, más allá de algún afano medio brutal a Moebius. Otro comic correcto, entretenido, en un género que acá se hace poco como es la fantasía épica.
Y termino con el Vol.9 de Astro City, el que recopila los primeros episodios de la serie actual, la que aparece todos los meses en el sello Vertigo. Como ya es costumbre, el maestro Kurt Busiek sigue sumando buenas ideas a su exploración del “backstage” de un mundo en el que los superhéroes son cosa de todos los días, pero la verdad que –en esta primera tanda- ninguna me voló la cabeza ni me hizo gritar “¡Hijo de puta, ¿cómo se te ocurre esta genialidad que nunca se le había ocurrido a nadie!?”. De todos modos, hay diversión, hay emociones grossas, se nota que hay un plan a largo plazo y el nivel de los diálogos y los bloques de texto le pasa el trapo al 85% de los comic de superhéroes que hay hoy en las bateas. El dibujo de Brent Anderson siempre cumple y, si no te molesta que se la pase tratando de clonar a Neal Adams, se disfruta a full. No hace falta que recomiende esta serie: bancar a Astro City ya es casi una religión.
Y ahora sí, creo que nada va a impedir que este viernes me metan un rato en un quirófano para hacerle chapa y pintura a mi deteriorada columna, así que se vendrán días de poquísima actividad laboral y social, en los que prometo leer muchos comics. La seguimos pronto!

jueves, 4 de febrero de 2016

DEADPOOL

Nunca fui fan de Deadpool y de hecho si hay un personaje cuyos comics no me interesa leer ni siquiera para ver qué onda, es Deadpool. En su momento me enganché con Deadpool MAX por los autores, pero no termino de entender cómo eso no vendió y venden fortunas todas esas series y miniseries pedorras que protagoniza este personaje cuya popularidad es inversamente proporcional a su calidad.
Aún así, fui a ver el preestreno de la película que se estrena el jueves 11, seguramente porque estoy muy al pedo y me sobraban 108 minutos (y muchos más). Me encontré con una película BRILLANTE, que me hizo mear de la risa desde la secuencia inicial de los títulos hasta la escena que viene al final de los créditos. Los guionistas Rhett Reese y Paul Wernick encontraron la forma de darle una vuelta de tuerca a la típica película de superhéroes y lograron hacer algo increíble. Acá está TODO lo que en las otras peliculas de superhéroes NO se puede hacer: Deadpool le habla al público, mete chistes acerca de los actores (al pobre Ryan Reynolds lo mata), de la producción, de otras películas de Marvel… El recurso de romper la cuarta pared, llevado al límite. Y además, chistes de negros, de discapacitados, de porongas, todas las guarangadas habidas y por haber, sexo explícito (con minas en bolas), humor negro, slapstick, humor absurdo, gags visuales, infinitas referencias (una más desopilante que otra) a la cultura pop y un nivel de sangre y violencia inusitado en el cine yanki.
El director Tim Miller banca un ritmo tremendo de principio a fin de la cinta, sin descuidar los climas, pero apostando muy fuerte sobre todo a la acción y la machaca. Lo más loco es que, además del festival de las peleas, torturas, decapitaciones y mutilaciones varias, hay una especie de trama dramática e incluso una trama romántica. Hay un conflicto, hay un villano (Ed Skrein), y hay un desarrollo grosso no sólo de Wade Wilson (cuyo origen –el del comic, no esa payasada que vimos en la primera peli de Wolverine- se narra detalladamente) sino también de su novia Vanessa, hermosa atorranta interpretada por Morena Baccarin.
Como contrafigura de Deadpool lo tenemos a Colossus, que será el encargado de tratar de encauzar al mercenario, de llevarlo más cerca de la justicia y el altruismo que de la venganza y el descontrol. Por supuesto fracasará estrepitosamente, pero uno de los logros del guión es que Colossus no se hunda nunca en el pantano del ridículo del que no se vuelve, incluso cuando le toca hacer el rol del “straight” en una comedia delirante donde la chapa se la lleva el “oddball”. Como sidekick de Colossus (protagonista de varias de las mejores escenas de pelea) tenemos a Negasonic Teenage Warhead, una alumna de la escuela de Xavier creada por Grant Morrison en New X-Men, pero bastante cambiada. De todos modos funciona bien en el contexto de la historia.
La banda de sonido es alucinante, los efectos especiales están perfectos y todo el tiempo te sentís adentro de la película, es una montaña rusa de la que no te podés bajar. Lo raro es que no existe en 3-D, en eso Deadpool es una peli “de las de antes”. ¿Te parece que no da para fumarse 108 minutos de un loco de mierda que atraviesa gente con una espada mientras hace chistes de culo, teta y concha? Haceme caso, dale una oportunidad. Olvidate de que es una creación de Rob Liefeld, olvidate de que la peli es de FOX y no de Marvel, olvidate de que los comics son chotos y los fans de Deadpool son subnormales invertebrados… Andá a ver una peli 100% para adultos, que te va a sorprender con una aventura repleta de ritmo, con diálogos gloriosos, garches, mala leche, acción, machaca pasada de rosca y un humor tremendamente efectivo. Prestá atención al cameo de Stan Lee (memorable, aunque no sé si el viejito sabe quién carajo es Deadpool) y quedate hasta el final-final-final de los créditos para una escenita imperdible. Si te gusta la grosería al límite, la vas a amar. Al lado de la peli, Deadpool MAX es una de Anteojito y Antifaz. Esto es un auténtico kilombo, un estallido de alegría, risas y originalidad que no me esperaba en lo más mínimo y que me hizo muy feliz.

lunes, 1 de febrero de 2016

CUATRO CORTITAS Y AL PIE

Sigo avanzando en la lectura del material publicado por las editoriales argentinas en 2015. Esta semana leí dos.
Primero y fundamental, Barrio Gris, el majestuoso tomo que recopila 22 historias de las que Eduardo Maicas y Pipi Spósito habían publicado en Fierro. Esto es humor y mala leche de altísimo vuelo. Es el barrio convertido en escenario de historias crueles, sangrientas, violentas, que deberían causar escozor o espanto y –gracias al humor insumergible de Maicas- causan gracia. Muchísima gracia. Esto está lleno de chistes, no sólo en forma de remate de cada breve relato sino en todas partes, hasta en los cuadritos del medio de la historia. En cuanto al dibujo… imaginate que se juntan Elzie Segar, Miguel Gallardo, el Niño Rodríguez, Peter Bagge y John Kricfalusi. No puede fallar, tenés garantizada una orgía de felicidad y gran calidad. Y además Spósito pone la vara altísima en la narrativa y en la composición. La verdad es que es un libro glorioso, que conviene leer en varias sentadas y que se disfruta inmensamente, de punta a punta.
Otro lanzamiento de 2015 es Fin: los cinco segundos de un dios, una extraña novela gráfica que marca la primera incursión en la historieta del artista plástico Daniel Brandimarte. El propio autor editó la obra, y la verdad que no sé dónde se vende ni cómo se distribuye. El guión es medio alienígena, en varios pasajes se queda en la mera excusa para que Brandimarte dibuje lo que tiene ganas de dibujar, pero se hace entretenido. El dibujo me hizo acordar al de Lucho Olivera, con algunas viñetas resueltas medio a los pedos y otras con un laburo infernal en volúmenes, texturas, detalles maravillosos en los fondos, etc. El color es excelente y la tipografía de los diálogos… insostenible. No se me ocurre cómo empeorarla. Es un comic para estudiar como rareza, y para estar atentos a ver con qué vuelve Brandimarte a este medio.
También sigo adelante con la lectura de Saga, la serie que más TPBs vendió en EEUU durante 2015. Esta semana le entré al Vol.4 y si bien Brian K. Vaughan y Fiona Staples están decididos a narrar al estilo René Lavand (no se puede hacer más lento), me volví a divertir con las situaciones, con los diálogos y con el desarrollo de los personajes. También hay giros argumentales imprevisibles y unos dibujos fascinantes, así que esto garpa por todos lados.
Y otra serie irresistible, que no necesita en lo más mínimo que yo la recomiende para que corras ya mismo a comprarla, es Bakuman, de los ídolos Tsugumi Ohba y Takeshi Obata. Ya entrado este 2016, los muchachos de Ivrea lanzaron el Vol.11, y como buen cebado me lo compré el día que salió y poco después (ni bien tuve un viajecito largo en bondi) me lo leí. Pasan los tomos y esto sigue muy arriba. Los chicos tienen manga nuevo, Aiko Iwase amaga en un momento con convertirse en una especie de villana, el genial Eiji Niizuma sigue acumulando pallets enteros de chapa y nunca faltan la emoción, la pasión, el amor, los momentos cómicos ni la data grossa acerca de cómo se produce la antología más exitosa de la historia del manga. Incluso los personajes llegan a debatir acerca del éxito, de cómo su búsqueda te condiciona como artista, de qué hacer como creador frente a ese frenesí disparatado del minuto-a-minuto de las encuestas de popularidad que deciden qué series siguen y cuáles se van al descenso con más pena que gloria. Una exquisitez, como siempre con muchísimo más diálogo que un manga promedio, y con unos dibujos con los que Obata humilla impúdicamente a sus colegas.
Este martes tengo función de prensa de Deadpool, con lo cual puedo prometer para esta semana un post de reseña de la peli, así si es una garcha no te clavás, y si está buena no te la perdés por prejuicioso. Nos seguimos leyendo.