el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 27 de mayo de 2011

27/ 05: EX MACHINA Vol.4


Cumplí rápido mi promesa de volver a leer esta serie a un ritmo normal. Acá estoy con un nuevo tomo, que hasta ahora es el mejor.
El dibujo de Tony Harris ya me está empezando a cansar. Se nota tanto, pero tanto que labura todo en base a fotos, que se me hace pecho frío, le falta esa cosa más expresionista de Obergeist o Starman y la reemplaza con algo que al principio gusta, engancha, llama la atención, pero con el correr de las páginas hincha un poquito las bolas. Encima este tomo ofrece dos episodios dibujados por Chris Sprouse, un grosso de aquellos, que demuestra que sin jugarle todas las fichas a la referencia fotográfica también se puede lograr un estilo muy realista, muy creíble, muy digerible para el tipo que lee esto porque parece más una serie de HBO que una historieta. Decía la otra vez que, a diferencia de muchos Juan Carlos Flicker, Tony Harris integra muy bien la referencia fotográfica a su dibujo, logra meter las fotos en los fondos de modo armónico, nada chocante. Bueno, no alcanza. Todo se ve muy lindo, incluso demasiado lindo, pero le falta personalidad, riesgo, vuelo… no sé, en una de esas me quejo de lleno, nomás. Será que realmente quiero ver a Harris en su estilo anterior, más dark, más personal, menos reader-friendly.
Igual, poco importan estas quejas cuando tenés buenos dibujantes y tanto Harris como Sprouse son dos bestias infalibles. Y nada importan estas quejas cuando los guiones son excelentes, como en este caso. La serie venía en alza y para este cuarto tomo lo que pela Brian Vaughan ya es indescriptible: grandes personajes, magníficos diálogos, pero además conflictos jodidos, momentos realmente tensos, dilemas morales complicados y lo más importante: una trama 100% política, donde queda un mínimo margen para que Mitchell Hundred use sus superpoderes, pero donde lo principal pasa por la ética, por el compromiso ideológico, por las convicciones. La segunda historia, la que dibuja Sprouse, es un flashback a la época en la que el intendente todavía era superhéroe y tiene un villano y una estructura más clásica. Pero la secuencia inicial y la de cierre (ambientadas en el presente) nos traen de nuevo a la encrucijada política de Hundred, que –de nuevo- tiene que ver con las convicciones. Hoy estos episodios tienen un sabor distinto, porque varias veces se nombra a Osama Bin Laden, y se especula con qué hacer si las tropas yankis lo capturan, si da para matarlo, si no, quién lo tiene que ejecutar… Diatribas que desde hace un par de semanas tienen menos sentido, pero que hace unos años formaban parte de los debates acerca de la seguridad en unos EEUU sumidos en una paranoia de la que Vaughan se burla apenas, de keruza, sin hacerlo demasiado obvio, por las dudas.
La temática de Irak, Al Quaeda, Saddam Hussein, Bin Laden, la guerra, la respuesta yanki a los atentados del 11/9 (hace ya casi 10 años, qué lo parió!) invade la New York de Mitchell Hundred y Vaughan se las ingenia para que la Gran Manzana se convierta en un espejo (o en una lupa, para amplificar) de lo que se vivía en esos años en los EEUU de George Bush. Pero claro, las diferencias entre Hundred y el borracho-genocida-retrasado mental son millones y, en la medida en que uno PIENSA cómo carajo responder ante el miedo, las respuestas tienen que ser otras, menos obvias, más complejas… y en un punto más dolorosas.
Por lo menos en este arco, no se cumplió ni por casualidad mi predicción acerca del rol creciente de la mamá de Hundred. Pobre vieja, ni una viñeta aparece… Pero no me puedo quejar en absoluto del trabajo que hace Vaughan con los personajes secundarios. Todos están perfectamente pensados y trabajados y –si bien la que se roba los mejores tramos es Amy Angotti, la jefa de policía- el entorno vasto, creíble y complejo es parte de lo que hace tan sólido al personaje de Hundred.
Ex Machina –ni hace falta decirlo, creo- ya está en la lista de las series imprescindibles, definitivas de la década pasada. El engaña-pichanga de “el protagonista tiene poderes y antes era superhéroe” le permitió a Brian Vaughan juntar los suficientes lectores como para bancar un comic de política, arriesgado, sin miedo de meterse con temas ásperos, incómodos como tampón de virulana. No es DMZ, está claro, pero está a años luz del “más de lo mismo”. Y la próxima vez que alguien trate de meter la temática política en un comic de superhéroes (o algo así), todo el mundo va a decir “Miralo a Fulano, cómo trata de hacer la Gran Ex Machina”… Una gloria.

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