el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 21 de marzo de 2017

TRASNOCHE DE MARTES

Debía la reseña del cuarto y último tomo de The Victories, la espectacular serie de Michael Avon Oeming, que lamentablemente no cosechó el éxito que se merecía. Este cuarto TPB incluye los episodios finales de la saga y dos historias cortas dibujadas por artistas invitadas, en las que tiene bastante chapa Sai, el personaje menos desarrollado por Oeming en la parte troncal de la serie.
Los episodios finales vuelven a poner a Faustus en el centro de la trama. El conflictuado personaje (y en menor medida Lady Dragon) será quien cargue con el peso de resolver un dilema ético en el que está en juego (y no te exagero un milímetro) el futuro de la Humanidad. Esto ya lo hicieron chotocientos autores, chotocientas veces. Pero acá Oeming lo hace distinto, hace que pegue más fuerte, que todo sea más tenso, más extremo, hasta que uno, como lector, sufra como sufre Faustus a la hora de tomar la decisión. Y hasta llegar a ese incierto final, el autor nos obsequia un montón de páginas de machaca fuera de control y la explicación (redondísima) de quiénes y por qué manipularon desde las sombras todos los sucesos que fuimos presenciando a lo largo de la serie.
Además de situaciones muy jodidas, muy buenos diálogos, un mundo lleno de elementos alucinantes para explorar y una atención formidable puesta en el desarrollo de los personajes (hasta los villanos segundones tienen toda la onda), The Victories nos ofrece muchas páginas dibujadas por Oeming a un gran nivel, con un ritmo narrativo impecable. Con la complicidad del colorista Nick Filardi, el co-creador de Powers sube la apuesta tomo a tomo en materia de puesta en página y cambia con excelentes resultados virtuosismo por impacto, detallismo por potencia visual. Si no te causa rechazo la idea de revisitar a los superhéroes en clave oscura, sórdida, 100% apuntada al público adulto, no tengo dudas de que vas a amar a The Victories.
Me vengo a Argentina, al 2016, cuando se editó a todo culo la novela gráfica Black is Beltza, co-escrita por los vascos Fermín Muguruza y Harkaitz Cano, y dibujada por Jorge “el Doctor” Alderete, gran artista argentino radicado hace muchos años en México. Black is Beltza es una obra que se nutre principalmente de su contexto histórico. El relato arranca en Octubre de 1965, termina en Diciembre de 1967 y, como si fuera una aguja con un hilo, dedica sus 125 páginas a unir mediante una trama de espionaje un montón de hechos y personajes reales que coexistieron en esos años. El tapiz se va formando con retazos que incluyen la tensión racial en EEUU, el Che Guevara en Cuba (y más tarde en Bolivia), la guerra de los seis días en Medio Oriente, la Expo mundial en Montreal y el separatismo de Quebec, la pica entre argelinos y franceses, el mítico recital de Jimi Hendrix en Monterey, el legado de Pancho Villa en México, Mohammed Ali, Otis Redding, la resistencia del País Vasco contra el régimen de Francisco Franco…
Todo eso y mucho más aparece en la historia de estos convulsionados meses, atravesado por la aventura que protagoniza Manex, un muchacho también de origen vasco, al que los autores dotan de una gran carnadura a lo largo de la novela gráfica. Manex aprende, observa, calla, se planta cuando hay que plantarse, se enamora, sufre, cobra, corre, la pone, extraña, se gana el respeto de algunos y el odio de otros, revela de a poquito algunos de sus secretos… La verdad es que para el final de Black is Beltza es difícil no considerarlo un amigo más. Creo que si Muguruza y Cano no se hubiesen gastado todos los cartuchos en estas 125 páginas, Manex podría seguir funcionando durante muchas aventuras más, como una especie de Corto Maltés del último tercio del Siglo XX.
La trama que urden los guionistas convierte a este muchacho común y corriente en una pieza clave de un delicado juego de espionaje internacional, a fuerza de intrigas, persecuciones, volantazos imprevistos… y alguna que otra casualidad demasiado inverosímil. Eso, sumado al alud de referencias a personas, hechos, conflictos y canciones de la época, tira un poquito abajo a la historia. Pero es muy entretenida, te mete muy bien en el contexto y hasta te da ganas de investigar más acerca de ese período política, social y artísticamente tan intenso.
El dibujo de Alderete me sorprendió. Yo esperaba algo más frío, más “diseñoso”, y me encontré con un dibujo más visceral, con un uso interesantísimo del color, con un tratamiento fascinante de la referencia fotográfica, un manejo devastador de las tramas mecánicas, una planificación de página muy pensada en función del flujo narrativo… Alderete cumple con los que esperaban de él algo estéticamente atractivo, y a la vez demuestra que no le cuesta nada poner su arte al servicio del relato. Muguruza y Cano lo premian con una breve secuencia onírica y con esa secuencia en la que los personajes le entran al camote (un hongo alucinógeno) y ahí el Doctor aprovecha para mostrar otros estilos, otras formas de encarar el grafismo que funcionan mejor en la ilustración que en la historieta y que así, en poquitas páginas dentro de un relato más complejo, se disfrutan a full.
No te digo que Black is Beltza es una gloria del Noveno Arte, pero si tenés antepasados vascos, o si sos muy fan del espionaje de la Guerra Fría o te copa la historia mundial de fines de los ´60, seguro te va a encantar. Y si delirás con las ilustraciones de Alderete, acá lo vas a descubrir en otra faceta, en la que también la rompe.
Volvemos pronto con nuevas reseñas.

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