Me está costando mucho sentarme a escribir las reseñas. No tanto leer, pero sí encontrar el momento para redactar las reseñas y subirlas al blog… Hasta acá veníamos muy bien, con 53 entradas contra las 67 del 2016, pero me parece que de acá a fin de año vamos a tener, con suerte, una entrada por semana. Una pena.
Arranco con un fuerte aplauso para Chrononauts, de Mark Millar y Sean Murphy. Una historieta sin mayores pretensiones, divertidísima, ágil, canchera, como una buena peli de superhéroes, pero sin superhéroes. Millar concentra sus energías en hacernos reir con los diálogos, siempre frescos e ingeniosos, y en impactarnos con lo grosso, lo alucinante, lo increíblemente zarpado que es poder dominar de taquito los viajes en el tiempo. Algo parecido a lo que vimos en The Time-Travelling Tourist, pero más llevado hacia la aventura. Olvidate de esos comics sesudos en los que se indaga a fondo en los bolonquis en el continuum que producen uno o varios boludos al viajar para atrás en el tiempo. Acá se distorsiona todo, Corbin Quinn y Danny Reilly van y vienen por toda la historia de la humanidad, cambiando de lugar y de época prácticamente en cada viñeta y llevándose cosas de un período histórico a otro… y no pasa nada, es todo un gran festival de la diversión.
Y eso es lo más lindo que tiene Chrononauts: se nota que Millar se divirtió un montón mientras la escribía. Seguramente se relamía pensando en los dólares que le van a dar por llevarla al cine, pero eso no lo condiciona en lo más mínimo. Chrononauts no es un comic careta, ni frío, ni especulador, sino una especie de salvajada, donde los autores laburan con total libertad en una historia que andá a saber cuánto hay que modificar para convertirla en película. No tiene la profundidad de MPH, ni la complejidad de Jupiter´s Legacy, pero para vibrar un rato con una aventura de palo y palo, está genial.
El dibujo de Sean Murphy es super-expresivo y contribuye mucho a esa sensación de salvajada que me transmitió la obra. Murphy se debe haber vuleto loco buscando locaciones para las distintas escenas, y logra llevarnos de la prehistoria a los años ´60, del imperio mongol a la New York de la década del ´20, pasando por ocho mil épocas y lugares más, todas dibujadas de modo convincente. El color de Matt Hollingsworth está bueno, pero no hay con qué darle: Murphy SIEMPRE garpa más en blanco y negro.
Me vengo a nuestro país, a 2016, cuando El Waibe publica Super Malo, un librito de pocas páginas muy loco, protagonizado por un personaje que creó cuando tenía 5 años. Esto está dibujado así nomás, sin darle bola al dibujo. Acá lo que menos le calienta al Waibe es mostrar lo bien que dibuja. La consigna parece ser contar en poquitas viñetas (generalmente seis) estas mini-historias de este monstruo limado y otros villanos deformes, cuya humanidad aflora siempre, por más que quieran parecer crueles y despiadados.
Con el correr de las (poquitas) páginas, El Waibe va deslizando la intención de que estas mini-historias no queden ahí, en ese remate tempranero, sino que sugiere una cierta cohesión, como si se tratara de una novela, más que de páginas autoconclusivas. Pero para que esa idea llegara a buen puerto, Super Malo necesitaba una extensión mucho mayor. Y de hecho, eso es lo que menos me gustó del librito: para cuando me encariñé con Super Malo, se terminó.
El propio Waibe se suma en algún momento al elenco de la historieta, como una especie de némesis heroico de Super Malo, pero este clivaje entre bueno/malo, o personaje/autor tampoco se llega a desarrollar en profundidad. Otra creación del autor, el chico con cara de culo, aparece en una página que además es la mejor dibujada de todo el libro, pero la interacción con Super Malo no pasa de esas seis viñetas. Me queda la sensación de haber visto cómo El Waibe encontró un personaje ideal para armar algo así como un universo, en torno al cual hacer girar y evolucionar a un montón de otros personajes copados, pero le dio paja llevarlo más a fondo, construirle una base más sólida y bancarlo a lo largo de más páginas hasta que cobrara una verdadera coherencia interna, una identidad narrativa que exceda el capricho o el firulete narrativo del autor.
De todos modos en estas mini-historias de seis viñetas hay no sólo buenas ideas, sino también momentos cómicos, machaca, ternura y hasta reflexiones jugadas, profundas. Si no te la baja demasiado esa estética sucia y desprolija, mezcla de un Brian Chippendale esmerado y un Sergio Langer tirado a chanta, dale una chance a Super Malo, que a nivel argumental te va a sorprender con algunas resoluciones realmente notables.
Y hasta acá llegamos. No creo que logre postear de nuevo antes del miércoles que viene, así que será hasta entonces. A los amigos de Viedma, Carmen de Patagones y otras ciudades cercanas, los invito muy especialmente a acercarse este sábado y domingo a Comarca Fest, donde voy a estar junto a un All-Star Squadron de guionistas y dibujantes argentinos, más algún doblajista mexicano de esos que no saben qué carajo es ganarse la vida laburando honestamente.
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1 comentario:
"Clivaje", qué grande ese termino. Suena académico y denota erudición. Recuerdo haberlo escuchado en algún lado donde no escaseaban los gafapastas (yo quería ser parte de eso, pero no pude). Bueno, después lo googleo a eso del clivaje (así me da chapa al hablar, ja ja).
Y otra cosa que me gustó de tu reseña al cómic de El Waibe, es eso de "un Sergio Langer tirado a chanta", ja ja. ¿Es que había otro Sergio Langer? ¡Ja ja ja!
Bueno, ¡saludos, chabón!
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