el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 8 de mayo de 2020

OTRO VIERNES DE CLÁSICOS

Mientras Alberto sigue explicando filminas y la cuarentena se extiende hacia el infinito y más allá, sigo avanzando con las lecturas.
Me enganché bastante con la saga de Nippur en Tebas, así que rápidamente me devoré el Vol.9 de la colección de Planeta-DeAgostini, con siete episodios más de la serie con la que se consagró el maestro Robin Wood.
Las primeras tres historias que compila el tomo son muy buenas y muy atípicas. Son historias de muy poca acción y mucho desarrollo de personajes, que hasta se dan el lujo de incorporar ciertas situaciones más de comedia, en una serie que siempre se caracterizó por un tono sombrío y solemne. Pero después llega ese cuarto episodio, el funesto “MIs Gloriosos Compañeros”, que es todo lo que está mal en la saga de Nippur. Doce páginas en las que (ahora sí) estalla la acción, y en las que Robin masacra sin piedad a TODO el elenco de secundarios que se fue agrupando alrededor de Nippur en los tres episodios anteriores. Veníamos bien, el lector se podía encariñar de a poco con nuevos personajes que parecían interesantes, pero una vez más, alcanzan poquísimas páginas para demostrarnos que hacerse amigo de Nippur es letal. Más peligroso que chuparle los mocos a un anciano chino con aliento a murciélago o que aplicar las recetas del FMI en un país periférico.
La épica al palo se extiende un episodio más (“La Gran Batalla”, otra masacre, pero con muertes de personajes a los que Wood nunca desarrolló, con lo cual nos chupa todo un huevo) y enseguida vuelven la tristeza y la solemnidad en “La Epidemia”, donde además tenemos ¡la muerte de Nofretamón!. Otro golpe al corazón de nuestro héroe, de los lectores y del elenco de secundarios de la serie. Este es un episodio muy emotivo, que además desliza una certera bajada de línea para el lado más social. Y ahí saltamos de la revista D´Artagnan al comic-book de Nippur, con una aventura a todo color que yo recordaba haber leído en blanco y negro, en un libro que se editó hace más de 15 años acá en Argentina. Historia chotísima, obvia, predecible, a la que –como es habitual- salvan del bochorno los excelentes bloques de texto en los que brilla la clásica prosa woodiana.
En cuanto a los dibujos, el tomo abre con la despedida (supongo que no definitiva) de Lucho Olivera, que se despide de Nippur con un buen trabajo. Lo reemplaza Sergio Mulko (co-equiper de Lucho en la serie de Gilgamesh que ya reseñamos por acá), que al principio trata de clonar la estética de Olivera, pero ya para la mitad de su segundo capítulo se da cuenta de que es muy difícil, y empieza a “desnudar” un poco más su estilo propio, y que me resulta gráficamente menos atractivo que el de su antecesor. Y en el episodio a todo color tenemos el debut del inmenso Ricardo Villagrán, el Hal Foster argentino, una bestia sagrada del dibujo académico-realista, con un despliegue de anatomía absolutamente espectacular, potenciado por la posibilidad de dibujar en cada página muchos menos cuadros que Olivera y Mulko. Son 16 páginas (con cuatro splash-pages, una más zarpada que la otra) en las que Villagrán se posiciona en tiempo record como el dibujante destinado a levantarle la calidad gráfica a Nippur y mantenerla muy alta durante muchos años. Prometo entrarle pronto al Vol.10, a ver con qué me encuentro.
Me tiré de cabeza con toda la emoción del mundo sobre el Vol.9 de Valérian, Metro Chatélet Dirección Casiopea, que era el único que me faltaba de la etapa clásica de esta fundamental serie. Me hiper-recontra-mil cebé con la aventura que me propusieron Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres y cuando ya estaba perdidamente atrapado en el misterio, llega el final del tomo y me entero que este tomo es parte de un díptico (el primero, en una serie que hasta acá sólo incluía álbumes autoconclusivos) y que el final de la historia no está acá, sino en Brooklyn Station Término Cosmos, que felizmente tengo. En cualquier momento lo leo (o releo, capaz que lo leí hace años, sin entender por qué carajo pasaba lo que supongo que pasaré en esas páginas) y lo comentamos por acá.
Así solito, Metro Chatélet Dirección Casiopea es mucho más que la primera mitad de un díptico. Tiene aventura, intriga, comedia, exploración del universo en el que se mueven los personajes, muchas ideas copadas y mucho desarrollo, sobre todo del vínculo entre Valérian y Monsieur Albert, quien se va a convertir en un miembro estable del elenco de la serie. Y el dibujo es infernal, no puede ser mejor. Ya desde la portada, Meziéres juega con esa dicotomía entre una estación de subte bien común y un paisaje fantástico, repleto de vuelo e imaginación. Esa dicotomía se sostiene todo el álbum, a un nivel descomunal, con imágenes y climas muy reales, muy cotidianos (sobre todo si vivías en París en 1980) en contrapunto con mundos, naves y criaturas alucinantes. Un trabajo realmente extraordinario del maestro Meziéres.

Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.

2 comentarios:

Obi Bujannie dijo...

Uffff te leo y me emociono... de ese álbum no deben de haber llegado al país en su momento porque yo también tenía Brooklyn y el anterior lo leí hace pocos años cuando comencé a comprar los integrales a partir de ese díptico. Una maravilla de comic.

Nicoanarco dijo...

Estuve comparando la edición de Nippur de ECC y me di cuenta q no usan los mismos originales. La de ECC está retocada en las primeras historias. Capaz que las han sacado de los tomos recopilatorios y no de las revistas. Me pareció muy curioso