lunes, 24 de marzo de 2025
FERIADO FINOLI
Bueno, pasó el vértigo de los Premios Cinder, pude aprovechar el feriado para descansar, y hasta me quedó una horita para reseñar los últimos libros que leí.
Clafoutis Vol.6 es la sexta entrega de una antología muy cheta que se publica en Francia, en formato álbum, con lomo, 160 páginas y un papel de mega-lujo. Le dedican bastante espacio a la ilustración, pero es básicamente una antología de historietas, a cargo de grandes nombres de todo el mundo, que aportan trabajos autoconclusivos, algunos más experimentales y otros más clásicos.
Está, por ejemplo, Manuele Fior, uno de los grandes autores italianos de la actualidad, que ensaya en dos páginas un relato muy original, con una puesta en página que transgrede con éxito la "gramática" normal de la historieta. Está también Jorge González, con una historia de cinco páginas, con mucho más clima que argumento, en la que cuenta en su particular estilo una mini-anécdota de la infancia de Diego Maradona. Jeremy Bastian (a quien no conocía) se manda un homenaje a Little Nemo in Slumberland en una página magnífica. Al español Pablo Auladell también le alcanza con una sola página para demostrar lo grosso que es, en un mini-relato poético y sugestivo, narrado en ocho viñetas de igual tamaño, dibujadas como la hiper-concha de Dios.
Antoine y Guillaume Truillard, autores franceses a los que tampoco conocía, me sorprendieron con una hermosa historia de cuatro páginas protagonizadas por Diógenes y Alejandro Magno. De los autores que "narran raro", o que se preocupan más por mostrar que dibujan bárbaro que por contar una historia, creo que el que más me interesó fue Olivier Bramanti, con esas manchas y esas aguadas zarpadas. Otro excelente dibujante al que no conocía, y que por ahí necesitaba más páginas para desarrollar mejor lo que quería contar, es Przemyslaw Truscinski (andá a citarlo cuando discutas de comics con tus amigos ;)). Y la historieta más extensa, con 19 páginas, es la de la sueca Linnea Sterte, con bastante influencia del manga alternativo, tanto japonés como coreano. La trama arranca como un slice of life, pronto se enrarece con elementos fantásticos muy atractivos, y al final de nuevo es todo más tranqui, con buenos diálogos y un clima más intimista, más de comic de Adrian Tomine.
Lo más impactante que me encontré en Clafoutis no fueron estos nombres actuales, de fuerte impronta autoral, sino que entre estas páginas aparecen una historieta del maestro Sergio Toppi que parece de los años ´80 (dibujada a un nivel increíble, pero con una narrativa puesta al servicio del dibujo, cuando debería ser al revés), y una gema del genial Alex Toth, que parece anterior, como de mediados de los ´70, seguramente realizada para una revista de Warren. La idea de mechar trabajos de dos próceres clásicos largamente fallecidos con material sumamente actual me pareció BRILLANTE. Compensa ampliamente esas páginas dedicadas a la ilustración, o a relatos ilustrados que no me mueven un pelo, e incluso la frustración de ver a dibujantes de gran talento con ganas de mostrar su virtuosismo (gráfico o plástico) en vez de contar buenas historias.
No creo que vuelva a ver jamás un número de Clafoutis, pero este me lo guardo porque tiene material más que interesante y una calidad de edición superlativa.
Me vengo acá cerca, a Brasil, donde en 2024 se publica Muzinga, el nuevo libro de un autor recontra-capo como es André Diniz. Acá tenemos dos aventuras de este carismático personaje que se presenta como el hombre más viejo del mundo y dice tener cerca de 200 años. Muzinga recorre el mundo sin rumbo fijo, sobrevive como puede y se copa cuando descubre nuevas culturas, nuevos rincones del planeta (dicen que estuvo en lugares que no encuentra ni Dios con un GPS), o cuando aprende un nuevo idioma (según él, sabe más de 120 distintos).
Pero las historias que Diniz tiene para contarnos van bastante más allá de las andanzas de un viejo medio chanta, hábil para el chamuyo y para meterse en problemas. Hay, además, una dimensión metafísica, que irrumpe en las historias y que tienen que ver con seres y lugares que exceden a los mapas que Muzinga conoce de memoria. Así, lo vamos a ver confrontar con una especie de tribunal compuesto por demonios, que lo va a juzgar sin miramientos, y en la segunda aventura va a acompañar a una mujer al mundo de los muertos. Todo esto, porque sí, para hinchar las pelotas. Muzinga quiere aprender un idioma ancestral, muy complejo, que muta todo el tiempo, y para eso necesita libros, códices tallados en cuevas y -finalmente- una especie de "upgrade espiritual" que le va a permitir comprender esa extraña lengua. Entonces se mete en estas gestas bizarras, donde -en una de esas- consigue más datos, más libros, alguien que le enseñe.
Son aventuras de viajes alucinantes, donde por momentos se impone una lógica onírica, en la que puede pasar literalmente cualquier cosa. Diniz nos invita a pensar en la vida y la muerte, en qué significa aprender, madurar e incluso envejecer, en el amor por la cultura, por el descubrimiento de aquello que nos estaba oculto, en más de un sentido. Todo esto sin descuidar ni la acción, ni las peripecias locas, ni los diálogos, que combinan profundidad filosófica con las guarradas más prosaicas que puedas imaginar.
Y lo más importante: el dibujo y la narrativa. Diniz inventa unas puestas loquísimas, muy sueltas, en las que o bien prescinde de los marcos de las viñetas, o bien los deforma para que sean curvas, semi-círculos, cualquier cosa. Arma la página de una manera absolutamente atípica, que -para mi sorpresa- funciona a la perfección y logra una fluidez notable en el relato, también sostenida por el hecho de que los personajes no hablan demasiado y que el texto es, en general, escaso. Y el dibujo es ZARPADO. Parece un dibujo animado de Samurai Jack, pero entintado por Eric Drooker o Peter Kuper. todo con un trazo brutal, de una fuerza expresiva aplastante, en el que Diniz combina claroscuro a todo o nada con unos grisados fascinantes, que le agregan muchísima profundidad a cada viñeta. Visualmente, esto es el famoso "hay que verlo para creerlo". Yo cuando lo vi, me caí de ojete. No esperaba encontrarme con una estética tan personal, tan potente, y menos tan funcional a una forma rarísima de narrar, que me cerró por todos lados. Obviamente me hice hardcore fan de André Diniz, quiero conseguir más obras suyas, y si hay algún editor argentino leyendo esto... Dale, ponete las pilas, buscá a este genio y comprale los derechos para traducir al castellano Muzinga, o cualquier otra obra suya. No hace falta editarlo en tapa dura y a todo culo como lo editó Comic Zone en Brasil. Pero hay que darlo a conocer, porque -posta- estamos ante un monstruo del Noveno Arte.
Nada más, por hoy. Sé que me morfo seguro un "Cero Comments", pero me chupa un maple entero de huevos. Ni bien tenga más libros para reseñar, nos reencontramos acá en el blog. Y el miércoles a las 22:30, estoy en vivo en el canal de YouTube de Comiqueando con una nueva emisión de Agenda Abierta. Nos vemos por ahí.
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