viernes, 31 de octubre de 2025
ACÁ ESTOY DE NUEVO
Bueno, ayer volví de las vacaciones y hoy, antes de que se termine el mes de Octubre, clavamos un posteo más en el que repaso los libritos que llegué a leer, pero no a reseñar, antes del viaje.
El Tesoro de El Olonés es una aventura de piratas realizada por Enrique Breccia a principios de los años ´80, cuando no era tan frecuente que el maestro trabajara como autor integral. Por motivos que desconozco, este material permaneció inédito en castellano hasta este año, y recién ahora muchos fans de Enrique nos enteramos de que existía.
En general, las obras "solistas" de Enrique son más personales, más salvajes incluso. El Tesoro de El Olonés, en cambio, es una obra más de género, donde la impronta del autor no está tan presente. Obviamente te das cuenta de que el dibujo es 100% Breccia, y de la época gloriosa que coincide con Alvar Mayor, porque está ese trazo inconfundible, esas texturas, esos sombreados, esos enfoques, esa forma tan particular de resolver las escenas de acción siempre con planos detalles de manos o pies, nunca con figuras de cuerpo entero. Todo el tiempo se nota (y se disfruta) lo mucho que le gusta a Enrique dibujar los barcos a vela, las selvas, las ciudades europeas del Siglo XVII... De alguna manera, El Tesoro de El Olonés encaja perfecto "en la continuidad" de muchas de las obras más notables del maestro. Tal vez por eso, en materia de dibujo, acá te vas a deleitar sin sobresaltos de un excelente trabajo de Enrique, que para este entonces ya había alcanzado un nivel inmejorable, años antes de soplar las 40 velitas.
El guion tiene dos puntos altos, para mi gusto. Uno es la evolución del personaje principal, que llega al final de la obra muy distinto a como lo vimos empezar. Y el otro es un desenlace inesperado, poco predecible, que se niega a respetar a rajatabla las convenciones del género de piratas. Me gustó mucho el final, y no solo porque no lo vi venir. Después, el desarrollo de la serie se me hizo un poquito arduo. Breccia tomó unos cuanto elementos de la historia real y los combinó para armar esta trama aventurera, y la idea no está mal, pero por momentos se le va un poco la mano con la cantidad de texto. Ante la necesidad de contarnos todo lo que investigó sobre esos hombres, esos barcos, esas islas, Breccia cae en algunos excesos, y así hay páginas muy lastradas con bloques de texto farragosos, que muchas veces explican detalles del pasado de los personajes no siempre necesarios para entender la trama. Incluso hay momentos en los que los textos ocupan tanto espacio en la página que le quitan lucimiento a los dibujos. Si la prosa fuera de una jerarquía maravillosa (un Oesterheld, un Wood, un Mazzitelli), en una de esas se justificaría, pero la verdad es que, sin evidenciar torpezas ni limitaciones, es una prosa normal, que no se eleva por sobre el típico relato de piratas y tesoros perdidos, derivado de las novelas de Robert Louis Stevenson o Emilio Salgari.
El Tesoro de El Olonés es una curiosidad interesante para los hardcore fans de Enrique Breccia, porque es una creación integral del ídolo, de una época en la que dejaba la vida en cada viñeta. Si no entrás por el lado de la manija que genera el rescate de una obra cuasi-perdida de este monstruo, me parece que tenés que ser muy fan de los piratas para que la obra te conmueva. Y si no sos fan de los piratas ni talibán de Enrique, probablemente te deje un poquito frío.
En 1990, cuando ya había iniciado su recorrida cuesta abajo por el tobogán que iba a terminar en la quiebra, la editorial First ensayó algo muy loco: consiguió los derechos para generar una historieta nueva, 100% inédita, protagonizada por Betty Boop, un ícono de los dibujos animados de los años ´20. Betty había tenido su propia tira para diarios entre 1934 y 1937, y entre 1984 y 1988 había compartido con Felix the Cat una segunda tira, a la que le había ido bastante mal. Pero de alguna manera su status icónico estaba intacto y la gente la recordaba con cariño. Incluso su cameo en Who Framed Roger Rabbit? marcó un punto muy alto en aquel inolvidable film de Robert Zemeckis. En ese contexto apareció este librito prestige, con 40 páginas de historieta y un relleno bastante atractivo (textos, dibujos y fotos acerca de la historia del personaje y sus creadores) que los giles como yo leímos apenas 35 años tarde. El guion le pertenece a Joshua Quagmire, el dibujo corrió por cuenta de Milton Knight y Leslie Cabarga tuvo a su cargo las tintas y el rotulado.
En "Big Break", como en tantos cortos animados en blanco y negro, Betty comparte protagonismo con el perrito Bimbo, y también tiene su participación el payaso Koko, otra estrella de la era pre-Popeye de los estudios Fleischer. La aventura es simple, y está motorizada (como los buenos cartoons) por un tsunami de situaciones absurdas, exageradas hasta lo imposible y presentadas con muchísimo ritmo, de modo que la acción no dé tregua. Betty y Bimbo, siempre en busca de algún laburito fácil y lucrativo, trabajan en una película en la que nada parece salir según los planes del director. Pero como el productor no tiene un mango, filman todo, incluso los accidentes, desastres y equivocaciones. Los cambios de escena y de decorados le dan a Betty la posibilidad de lucir su escultural figura bajo una amplia gama de disfraces, y a pesar de las cagadas que se manda, y de su compulsión por cantar cuando el guion así no lo requiere, el carisma de Betty va a llevar adelante la cuasi inexistente trama del film y los múltiples percances que se van a vivir durante el rodaje. El dibujo de Knight y Cabarga es muy idóneo para este tipo de relato. Tiene la cuota necesaria de delirio, tiene ese toque retro que uno asocia con estos personajes clásicos, y hasta tiene esa pizca de pimienta, como para que no olvidemos que (aunque parezca estar de novia con un perrito) Betty es una piba que raja la tierra de lo buena que está.
En solo 40 páginas, marcadas por el humor y el ritmo frenético, no se puede profundizar mucho más ni en la trama ni en el desarrollo de los personajes. Por eso "Big Break" no trasciende mucho más allá de la anécdota de que, un día, autores de 1990 revivieron un ratito el mito de Betty Boop. Pero el resultado (sin ser una joya imprescindible) es convincente, entretenido y válido en tanto homenaje a los cartoons clásicos de Betty, y también como intento de actualizar el concepto y mostrárselo a un público que no lo había consumido en su momento.
Nada más, por hoy. La seguimos pronto. Gracias por el aguante.
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