No estoy con muchas ganas de escribir, pero creo que mañana voy a tener menos ganas y casi seguro menos tiempo, así que ahí vamos.
Arranco con Seraphim-2666133336Wings, un manga co-creado por dos de los más grandes directores de la historia del animé: Mamoru Oshii y Satoshi Kon, con dibujos de este último. Son unas 220 páginas, que cuentan… con mucha suerte un tercio de la historia. En algún momento de la serialización (allá por 1994) se produjo un cortocircuito en la dupla autoral y Seraphim quedó ahí, inconclusa, cuando la trama todavía tenía muchísimas incógnitas por resolver.
Estamos hablando de una historieta profunda, compleja, con acción y tiros, con conspiraciones y runfla política, situada en un futuro post-apocalíptico y cercano, narrada en un tono muy realista, circunspecto, dramático. Los elementos fantásticos tienen mucho peso en la trama y son interesantísimos, porque vienen de dos palos distintos: algunos tienen una explicación cuasi-científica y otros (los vinculados a Sera, la misteriosa niña que es niña hace un montón de años) parecieran estar vinculados a cuestiones místicas o metafísicas.
Oshii y Kon logran generar una intriga que te atrapa y te pone nervioso, y que crece a la par del ritmo de la aventura. La segunda mitad del libro es claramente más ganchera, con mejores y más impactantes revelaciones, mientras que en la primera mitad, los autores te están presentando este mundo en crisis y cada vez que dos personajes se encuentran, uno le explica al otro cómo funcionan ciertos aspectos de esta sociedad arrasada por una enfermedad misteriosa, a veces en diálogos muy extensos, que conspiran contra la agilidad del relato.
Lo mejor que tiene Seraphim es el planteo, el tratamiento de uno de los personajes (el Inspector Melchor, también conocido como “Jacob, el mata países”), el clima ominoso y –muy por encima de todo eso- el dibujo de Satoshi Kon, que está fuera de escala. Acá vemos al director de Paprika y Perfect Blue dejar la vida en cada viñeta y obsequiarnos un trabajo absolutamente insuperable en materia de fondos, aplicación de grises, expresiones faciales, planificación de las secuencias mudas… Me imagino que Kon habrá trabajado en equipo con muchos asistentes, porque cada página de Seraphim tiene una cantidad de laburo inhumano, más allá de la calidad, que es sublime. ¡Qué bestia que era este tipo y qué pena que no haya producido más mangas!
Me voy a Francia, a 2011, cuando Aude Picault publica Fanfare, conocido en nuestro idioma como “Charanga”, gracias a la edición de la extinta Sins entido. Estamos frente a una historieta que logra algo muy difícil: mantener nuestra atención durante casi 90 páginas sin nada parecido a un conflicto fuerte, sobre el cual apoyar el desarrollo del argumento.
Picault nos sitúa en un pueblito de Francia donde se realiza cada año un festival, al que concurren bandas de música, muchas y muy numerosas, a tocar y sobre todo a escabiar. Durante los días del festival, los miembros de las “charangas” tienen canilla libre en todos los bares del pueblo y parte de la gracia es chupar hasta caer en el arruine más absoluto. Lo más parecido a una trama es el fragmento en el que Alde, una joven que toca el trombón, recorre varios lugares de este pueblo tratando de encontrar a Bilu, el chico que le gusta. Pero el dato de que Bilu no asistirá al festival se lo dan a Alde 50 páginas antes del final. De ahí en más, la protagonista pasa a ser testigo. La vemos deambular por el pueblito, interactuar con chicos y chicas de distintas charangas, hablar boludeces, ver cómo sus interlocutores vuelcan del pedo que tienen y –cerca del final- fisurar ella también.
Casi toda la obra adopta un tono más descriptivo que narrativo, con los personajes convertidos en guías, que están ahí para llevar al lector de la mano, en esta recorrida por el pueblo copado por esta legión de músicos amantes de la fiesta y el escabio. No es fácil, me parece, lograr mantener el interés en un relato de este tipo, sobre todo en un comic, donde la música no se oye y la birra no se degusta. Pero bueno, los diálogos son divertidos, Alde es un personaje querible casi a pesar suyo y está todo muy, pero muy bien dibujado por una autora de trazo simple, fresco, con una línea hiper-clara, con mucha atención por el lenguaje corporal y las expresiones faciales, un gran manejo de las onomatopeyas, un tratamiento hermoso del color y un recurso que está bueno para transmitir la sensación de libertad, de descontrol en el sentido de escasez de reglas: Picault no le dibuja los marcos a las viñetas en toda la obra, como lo hiciera alguna vez el glorioso Will Eisner.
No te quiero vender el chamuyo de que Charanga es una obra fundamental del comic contemporáneo, pero es algo distinto, muy logrado en un montón de aspectos, que me alcanzó y sobró para poner a Aude Picault en la lista de los historietistas a los que conviene seguir de cerca.
Volvemos a encontrarnos pronto, cuando tenga más libros leídos. Y nos vemos cara a cara el lunes, con los que se hayan inscripto en el seminario de Historia de los Superhéroes que voy a estar dictando los cuatro lunes de Marzo.
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