el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 18 de septiembre de 2018

MARTES PRIMAVERAL

Hermoso día en Buenos Aires, que coincide con un ratito libre para reseñar un par de lecturas recientes.
Allá por 2003, el sello Dolmen retomó la publicación en España de Jeremiah, la exitosa serie del maestro belga Hermann, que en los ´80 se había publicado en nuestro idioma de un modo un poco errático. Dolmen se manda con una edición espectacular… del Vol.20 de la serie. Y no, no es un “punto de entrada” para nuevos lectores. Hermann no recapitula nada, no dedica ni dos viñetas a explicar quiénes son los protagonistas, por qué hacen lo que hacen, por qué el mundo en el que se mueven está tan cambiado respecto del nuestro… O sea que si nunca habías leído un álbum de Jeremiah (o sí, pero 20 años atrás, como en mi caso) hay muchas cosas que no se terminan de entender.
Y no tengo mucho más para criticarle a este álbum de Jeremiah, en el que Hermann construye una trama muy atractiva, hace buen uso de esta ambientación un tanto extrema, presenta muy buenos personajes secundarios (que dudo que vuelva a utilizar más adelante) y nos conduce a muy buen ritmo a una resolución potente, no exenta de una cierta ironía, que a mí me hubiese gustado ver desplegarse a lo largo de un par de páginas más. Pero de jodido que soy, nomás, para regodearme un poco más en la derrota de los villanos, a los que Hermann nos presenta como unos avechuchos definitivamente irredimibles.
En una aventura clásica franco-belga, con un héroe joven, atlético y fachero, el virtuosismo en el dibujo no es algo fundamental. Puede estar, y si no está, no pasa nada. Pero este es un comic de Hermann, con lo cual la maestría del belga a la hora de ponerle imágenes a su historia es lo que más llama la atención. Inevitablemente, uno termina babeando frente a ese trabajo en los fondos, a esa tridimensionalidad que le pone Hermann al manejo de los planos (sobre todo en las viñetas más grandes)… Las secuencias están perfectamente armadas, las páginas con mucho texto se hacen sumamente llevaderas y por si faltara algo, el ídolo le mete a todo el álbum ese color directo tan característico de sus trabajos recientes. Un color sutil, vibrante, perfectamente pensado para acentuar los climas del guión, con el que Hermann resuelve todos los desafíos en materia de iluminación. No creo que nunca complete los más de 30 álbumes que tiene la serie de Jeremiah, pero como soy muy fan de Hermann y lo encontré muy barato, este tomo se suma a mi colección de buenas aventuras firmadas por el maestro. Por suerte, en el pilón de las lecturas pendientes tengo más material de Hermann.
Este año se editó en nuestro país 155 Simón Radowitzky, la novela gráfica que marcó el regreso a la historieta (después de demasiados años) de Agustín Comotto, autor argentino radicado en Cataluña. Sí, tal como te imaginás, se trata de la biografía de Simón Radowitzky contada en forma de una extensa historieta de unas 240 páginas. Y no, no te imaginás lo buena que está.
Yo sabía muy poco de la vida de Radowitzky. Para mí era “el anarquista judío que mató a Ramón Falcón”. La obra de Comotto me sumó toneladas de información que yo desconocía, y dotó al personaje de una enorme profundidad. De la mano de Comotto, Radowitzky trasciende las fronteras del héroe, del villano, del mito, para convertirse en una persona, compleja y fascinante, pero tan real como cualquiera de los lectores.
El único problema que tiene 155 es que es una historia muy triste, y cuando una historia triste está bien narrada, no hay forma de que la sensación de tristeza no invada al lector. El tono intimista que elige Comotto se tiñe gradualmente de desesperanza, y lo que podría haber sido una epopeya, o un canto al aguante y la resistencia, resulta ser una tragedia, donde incluso los momentos más favorables a Radowitzky y su causa están impregnados de nostalgia, de padeceres y sueños rotos.
Luego de tantos años alejado de la historieta, Comotto no perdió en absoluto la magia a la hora de dibujar. De hecho, no recuerdo trabajos suyos dibujados a este nivel. Y en la narrativa, se lo ve un poco retro, muy clásico para ser un autor que inició esta obra a los 47 años. Me da la sensación de que Comotto “se casó” con los referentes de cuando éramos pibes (noto, por ejemplo, ciertos yeites típicos de Carlos Sampayo), lo cual no está para nada mal, aunque quizás eso le reste atractivo a la obra a los ojos de los lectores más jóvenes… que igual no creo que sepan quién fue Radowitzky, ni les interese demasiado la vida de un anarquista revolucionario que vivió en la primera mitad del Siglo XX.
Claramente esta es una historieta apuntada a un público adulto, cuyo atractivo pasa por un dibujo sobrio, no exento de cierto vuelo poético, una narrativa muy ajustada en la que no hay escenas ni estiradas ni apretadas, y una temática siempre vigente como es la del rebelde que decide confrontar con el sistema, impulsado por un ideal de justicia y libertad para las mayorías. La historia de Radowitzky es conmovedora, inspiradora, y la amargura que me hizo sentir está más que compensada por la alegría que me da tener a Agustín de nuevo activo como autor de historietas, de nuevo dispuesto a hacer lo que mejor hace, que es poner su talento para el dibujo al servicio de buenas historias.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

1 comentario:

NN dijo...

Celebro que alguien haya tenido la idea de difundir la vida de Simón en formato de historieta, pero hay que tener cuidado a la hora de abordar este "155" de Comotto, que presenta bastantes problemas desde el rigor historiográfico por decisión del propio autor.

La vida de este militante anarquista es como mínimo un desafío para los historiadores: aquellos que hayan leído dos o tres biografías suyas saben que casi no hay certezas de temas cruciales. No se puede establecer ni el lugar –puede que hay sido Ucrania pero también Polonia- ni la fecha de nacimiento, dato de bastante importancia -(existen todas estas fechas al menos: 1889, 1891, 1892, 1893)-. No hay fuentes constatables para muchas afirmaciones sobre su infancia –no leí jamás sobre esa secuencia represiva traumática del principio- ni adolescencia –, la hija de un patrón enseñándole teoría socialista a los 8 años, ser secretario sindical a los 13- salvo la biografía de un autor, Souchy Bauer, que creo que es la que reproduce en el medio local Bayer y que suele ser cuestionado por incurrir en cierta idealización del personaje.
La presencia de un hermano suyo en la Argentina es un tema que no quedó jamás claro.
Aunque de convicciones socialistas, tampoco parece ser cierto que fuera anarquista a la hora de arrojar la bomba contra Falcón, sino que su incorporación al ideal anárquico llegó luego, por ser reivindicado por los compas de entonces y por encontrar en ellos compañeros de acción. No era conocido en los círculos –se menciona únicamente una biblioteca de la que participó poco tiempo-, aunque se vinculó a dos gallegos anarquistas Andrés Vázquez Paredes –uno de los “Anarquistas Expropiadores”- y Eduardo María Vázquez Aguirre. Ellos fueron aparentemente los ideólogos y encargados de preparar la bomba y un sorteo determinó que fuera Simón el responsable de arrojarla, mientras los otros se encargaban de las tareas de apoyo. Hay un testigo que afirmó la presencia de un cómplice, que también consta en el informe de época. Acá –salvo por los especialistas españoles que le hicieron la bomba- Comotto sugiere que Simón fue el único tras el atentado.
Tampoco hay prueba alguna de un vínculo con Pavel Karaschini; ante su foto la esposa declaró desconocerlo pese a confesar que odiaba las ideas anarquistas. La policía había seguido la pista dado que su marido había llevado una bomba a la capilla de Nuestra Señora del Carmen. Pero fuentes anarquistas señalan al “grupo” de Karaschini como socialistas revolucionarios y rusos y no anarquistas y ucranianos.

Como si todo esto fuera poco Comotto aporta más a la confusión y crea un personaje determinante en su versión sobre Simón: Lyudmyla. Es decir, esa historia de amor que marca todo el libro es una licencia.

Para concluir, no hay más que unas líneas sobre su muerte, otro tema que nunca quedó esclarecido y del que hay al menos tres versiones. Esto no es criticable, por supuesto, pero su final incierto es otro dato que alimenta la leyenda.

Creo que todas estas imprecisiones hubieran podido alimentar una biografía mucho más rica, que las constituyera en el eje del meollo y jugara con los múltiples relatos que hay de una sola vida que sigue siendo un misterio, reforzado aún por el propio Simón.
Pero las formas novelescas se llevan mejor con lo que el público espera. Aunque no comparta su enfoque, al menos veo en Comotto un cariño e interés genuino por Radowitzky. De eso lo diferencio del manoseo de Santiago que hizo cierto sector del progresismo (acá como chicana podría preguntar por qué Tristán Bauer y Flor K. no hicieron un documental sobre Daniel Solano o los Qom), del manoseo que están haciendo de Soledad ahora mismo (¡Gracias Agustina Macri por tu película la verdad no hacía falta!). Pero bueno, lxs infiltradxs somos así…