jueves, 14 de julio de 2011
14/ 07: CHAGALL EN RUSSIE Vol.1
Como está muy ocupado dirigiendo películas de animación, en los últimos años el salvaje de Joann Sfar bajó un cachito su producción en materia de historietas, como para darnos una tregua a sus desbordados lectores, que cada año nos encontrábamos con una brutal seguidilla de libros nuevos con la firma del ídolo y no siempre nos daba el cuero para comprarlos todos.
Chagall en Russie es una saga de apenas dos tomos, uno (este) de 2010 y uno de 2011, que nunca vi. En Francia lo publicó la prestigiosa editorial Gallimard, la que publicó a Alejandro Dumas, a Borges, a Harry Potter y hasta Jusepe en Amerique, una epopeya de Carlos Trillo y Pablo Túnica, todavía inédita en nuestro idioma. El protagonista es un joven Marc Chagall y la historia está ambientada poco después de la Revolución Rusa. Pero el contexto histórico es apenas relevante. Chagall en Russie va más para el lado del slice of life, o en realidad, del subgénero de “jóvenes a la deriva”.
Básicamente, Chagall cae en la cuenta de que el padre de su amada nunca le concederá la mano de la chica de sus sueños mientras sea un vulgar pintor, y se plantea qué hacer al respecto. Su pasión, su razón de ser es el dibujo. Pero con eso no puede garantizarle el porvenir a su eventual familia, entonces sale a vagar por ahí, a ver qué se le ocurre. Y este tramo de la novela es eso: un joven virtuoso del dibujo, a la deriva por la Rusia rural de los primeros años de comunismo, que se encuentra con personajes excéntricos y muy atractivos, algunos medio bizarros, hasta que en un punto la sucesión de encuentros y peripecias hace que Chagall deje de pensar en su chica y se entregue a ese devenir medio aleatorio de los hechos.
Lo más atractivo está casi siempre en los diálogos entre Marc y el resto de los personajes. Pero la mejor escena es su soliloquio en el río, cuando expresa realmente su amor por el arte al que se abrazó y a través del cual haría feliz a tanta gente. Lo más aburrido son esos largos diálogos acerca de los judíos, qué es ser un buen judío, y toda esa perorata que Sfar ya nos hizo fumar varias veces. En el Gato del Rabino, por ejemplo, la cultura y la religión judía conviven con la islámica y la cristiana y de ahí salen hermosos contrapuntos. En otras obras (como la insostenible Klezmer) no, y eso las hace aburridas. Acá el contrapunto entre la ortodoxia judía y las nuevas reglas del juego impuestas por el comunismo apenas se insinúa y –sospecho- se aprovechará más en el segundo tomo. Pero yo que Sfar aflojaría un par de años con el tema del judaismo, porque corre el riesgo de hacerse denso y reiterativo al pedo.
En el rubro dibujo, lo de Sfar es sencillamente genial. El tipo encontró una forma de dibujar a los santos pedos, que le queda buenísima. Uno sospecha que ni siquiera hay un boceto a lápiz, que Sfar caza el plumín como un poseído y le entra a dar, derecho viejo, hasta que se cansa de meter detalles alucinantes en cada viñeta y pasa a la siguiente. La que lo tiene jodido es (otra vez) la colorista, Brigitte Findakly, que tiene que decodificar esos garabatos incompletos, esas texturas abigarradas, y acompañar todos los climas que intenta transmitirnos desde el dibujo este monstruo del expresionismo. Este sistema le funciona increíblemente bien a Sfar, pero algo tiene que resignar y es la puesta en página, la planificación. Como en El Principito, el autor divide las 59 páginas de la novela en una única grilla de seis viñetas iguales (la Gran Kirby) y se la banca hasta el final. Y listo, a otra cosa, un problema menos, algo menos en qué pensar. Por suerte, así como respeta a rajatabla la grilla, se zarpa groseramente a la hora de encontrar los planos y las angulaciones para lo que nos muestra en cada cuadro, o sea que en ningún momento la grilla fija se convierte en un embole, ni transmite sensación de rutina. Las cuatro páginas de la batalla entre el militar loco y el ejército comunista son una mini-epopeya alucinada, con un vértigo y un despliegue de recursos absolutamente inusual. Y como ya vimos en La Vallée des Merveilles, la parte tranqui, la del viaje y la contemplación, Sfar la sabe resolver sin sobresaltos, sin caer en pozos narrativos ni aburrir.
Esto puede terminar en cualquier cosa. Incluso con Chagall dedicado a la gastronomía en un carrito de la Costanera, sin volver a mencionar nunca a la chica con la que (en la primera mitad de este tomo) sueña con casarse. Veremos cómo la remata el ídolo en la segunda mitad.
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1 comentario:
Qué hijo de puta este tipo, es imposible seguirlo.
Igual, no estoy de acuerdo con vos sobre Klezmer. Para mí es muy superior El gato...
Es un placer leerlo como idishista, quizás no sea una historieta legible para todos, pero para aquellos que aún consideramos la posibilidad de educar a nuestros hijos en ídish, que lo vemos como una lengua del futuro y no como un resabio del pasado, Klezmer es una inspiración y un apoyo. No quiero decir "esto lo entendemos solo los judíos", pero hay una cantidad de elementos que saca a flote (dejando de lado muchos positivos vueltos mitos, e incorporando otros invisibilizados), una habilidad para renovar e innovar en un contexto sobreexplotado, trillado y vilipendiado, que hace que me enamore de él. El gato del rabino es entretenido, una muy buena historieta. Pero Klezmer es un libro más de la literatura ídish, quizás el comienzo de algo nuevo (ojo, no estoy poniendo a la literatura pos sobre la historieta, sino planteando que Klezmer se inscribe en un género que muchos daban por muerto y Sfar logró demostrar lo contrario).
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