Vuelvo a encontrarme con el maestro belga Hermann Huppen (de acá en más, Hermann a secas) y su hijo Yves (de acá en más Yves H.), quien oficia de guionista en esta prolífica y exitosa dupla. En esta novela gráfica, padre e hijo nos llevan a la China del futuro para contarnos una clásica historia de espionaje, condimentada con elementos de ciencia-ficción.
Esta vez, las 52 páginas le alcanzan perfectamente a Yves H. para desarrollar la trama. De hecho, se da el lujo de escribir varias y muy intensas secuencias mudas, en las que se luce a pleno el talento de su padre, dibujante y narrador de calidad superlativa. Como en tantas historietas de misterio, en las últimas páginas habrá que aclarar verbalmente varios puntos oscuros de la trama y aparecerán algunos soliloquios un poco más extensos, pero nada que se compare ni remotamente con los masacotes de texto que vimos en La Chica de Ipanema.
En un tono sobrio, sin las estridencias típicas de las películas de James Bond, Yves H. nos mete en medio del típico enredo diplomático: un espía chino, que supuestamente robó datos confidenciales, pide asilo en la embajada de EEUU, donde nunca va a estar del todo seguro, porque hay infiltrados que responden a los servicios de inteligencia chinos, a la mafia de las tríadas y a la propia CIA que –como siempre- tiene su propia agenda. El primer tramo de la novela parece concentrarse en cómo Wang Li Fang zafa de sus captores, pero con el correr de las páginas, el guionista desplaza el foco hacia el agente Ditto, un ser clonado numerosas veces (incluso por distintas facciones), que intentará desenredar esta siniestra red de conjuras que intoxica, corrompe y lleva al límite del protocolo a las relaciones diplomáticas entre China y EEUU.
Por suerte el tema de las identidades y las lealtades volátiles (algo frecuente en el género del espionaje) no complica innecesariamente la comprensión de la trama. Que -en rigor de verdad- es más bien sencilla, a tal punto que muchas de las secuencias de acción parecen estar puestas por Yves H. simplemente para sacudirnos un poco, para asegurarnos de que no nos aburran el protocolo y el chamuyo. El hecho de que haya clones, autos que vuelan y chiches tecno del futuro también hace su aporte a la espectacularidad y a la tensión dramática de algunas escenas. Sin ser una maravilla, el guión está bastante bien y se hace sumamente llevadero.
Y como siempre, lo que manda al libro a la pila de los imprescindibles es el trabajo de Hermann al frente de los dibujos. El maestro aprovecha a full las secuencias mudas, las secuencias oníricas, las escenas en las que la acción le roba el protagonismo al protocolo, esos momentos tensos de interrogatorios, aprietes y torturas, las persecuciones por esta gigantesca urbe china del futuro, las escenas en mansiones y oficinas de lujo, para variar radicalmente la paleta de colores, para acompañar cada cambio de secuencia con cambios muy notables (y siempre acertadísimos) en la iluminación y sobre todo en las tonalidades del color. Todo a manopla, eh? Acá no existe el photoshop, ni ningún chiche informático. Los fondos, laburadísimos y omnipresentes como en toda novela pensada para el público franco-belga, están todos dibujados, hay cero foto retocada. Las armas, vehículos, laboratorios, rascacielos y hasta celulares ni siquiera están basados en fotos, porque al ambientar la historia en el futuro, Hermann los tiene que imaginar. Hay muchos hallazgos en el dibujo del belga, pero creo que me quedo con el de los saltos permanentes en el color, esa adaptación constante de la paleta del maestro a las muchas variantes que le ofrece el guión en materia de climas y locaciones.
Zhong Guo no es LA obra maestra de los Huppen, no cambia la historia ni te dan el diploma de Boludo si no la leés jamás. No obstante lo cual (cantaba el Carpo, que hoy cumple ocho años de gira) se trata de una historieta sólida, potente, convincente y con unos dibujos que te detonan las retinas en fuegos artificiales de placer. Me queda sin leer un libro más de Yves H. y Hermann, pero lo guardo para más adelante, para después de mitad de año.
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2 comentarios:
Andrés, ya que hablás de que todo está hecho "a mano", quería preguntarte algo. ¿Qué opinás de los dibujantes que "abusan" (por decirlo así) de la fotografía como referencia para su trabajo? Quiero decir, por ejemplo, el Tony Harris de Ex-Machina, donde en cada fucking página se nota, y demasiado, que cada personaje, cada pose, cada mirada, fue previamente fotografiada y luego pasada a dibujo. A mi me molesta mucho, me siento como estafado de alguna manera. Hay dibujantes que, creo, no utilizan esa técnica para nada, como Frank Quitely, por ejemplo. Otros, como Maleev (en Daredevil) utilizan la técnica pero más que nada para fondos y demás, o al menos no se nota tanto en los personajes. Quizá Alex Ross también trabaje con modelos vivos, pero, repito, no es tan evidente. Pero cuando se nota tanto, como en Ex-Machina, ¿te gusta que eso pase? ¿Qué opinión te merece? Adieu.
Fijate lo que opino sobre lo que hace Tony Harris en Ex Machina repasando las reseñas de los tres o cuatro tomos de esa serie que comentamos acá en el blog.
Lo mismo para Maleev. Hacé click en su etiqueta y ahí seguro vas a encontrar menciones al tema de las fotos retocadas.
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