Si sos uno de esos peregrinos de la perversión que siguen hace años la irresistible senda del sensei Suehiro Maruo, quieras o no, inevitablemente, em algún punto vas a terminar por encontrarte con alguna obra de Usamaru Furuya, el mejor alumno del maestro, un muchacho que sopló las 45 velitas unos días antes que yo, surgido no de las revistas eróticas, sino de la prestigiosa Garo.
Este trabajo fue realizado por Furuya entre 2005 y 2006 para la antología Manga Erotics f, la misma que serializó Velveteen & Mandala, de Jiro Matsumoto (ver la reseña del 29/01/12). Y como pasaba con aquel manga, hay que estar bastante hecho mierda para suponer que Lychee Light Club es una historieta erótica. Aparecen varios pibes y una mina en bolas, y un pibe le hace un pete a otro. Punto. Hay una violación medio heavy, pero no se ve, se sugiere. Ah, y una paja muy bien narrada, en una secuencia de 18 viñetas inolvidables. El resto, es una historieta MUY zarpada, pero por otros motivos. Basada en una obra de teatro de la compañía Tokyo Grand Guignol (en la que actuó el mismísimo Suehiro Maruo), Lychee Light Club cuenta la historia de un grupito de chicos de 13 años que planean dominar al mundo desde un sótano abandonado, en un barrio fabril venido a menos. Parece una joda, no? Pero es en serio.
Al frente del Club está Zera, un chico de increíble inteligencia y desmedida ambición, de modales autoritarios y salidas impredecibles, una especie de proto-Hitler que vive al límite, convencido de que alguno de sus subordinados conspira para eliminarlo. Zera alcanza la gloria cuando pone en funcionamiento el proyecto en el que él y sus chicos trabajaron durante años: un humanoide, un robot programado para obedecer sus caprichos, alimentado con frutas de lichi (un árbol tropical originario del sur de China, según la amiga Wikipedia) y con capacidad de aprendizaje. Con este coloso de metal a su servicio, nadie podrá detener a Zera, que aspira a gobernar el mundo antes de cumplir los 14 años. Alrededor de este personaje tan jodido como carismático, Furuya desarrolla a varios más, cada uno con sus características, al androide (llamado Lychee), y a Kanon, una hermosa colegiala a la que Lychee rapta por orden de sus amos.
La historia nos lleva en un in crescendo de tensión impresionante, impulsada por una sucesión de atrocidades de altísimo impacto dramático. Los chicos del club (y sus víctimas) sufrirán violaciones, mutilaciones, desmembramientos, se prenderán fuego y se quemarán por completo, serán atravesados por distintos objetos (incluyendo un inodoro), o simplemente golpeados hasta morir, en un clima cada vez más enrarecido por la paranoia megalómana de Zera y la extraña relación que se teje entre Kanon y Lychee. Detrás de este festival del gore y la sangre, hay un mensaje positivo que habla de humanidad, sensibilidad y conciencia, pero claro, entre tanta violencia y tanta perversión se pierde un poco. De todos modos, el argumento avanza con muy buen ritmo y llega a un final absolutamente satisfactorio, trágico y –como tantas cosas- inevitable.
El dibujo de Furuya tiene un par de problemas: primero, esos chicos de 13 años parecen de 16 o 17. Segundo, varios de ellos parecen chicas! Están todos vestidos con uniforme escolar de varón, pero parecen chicas disfrazadas de varones. Recién cuando Furuya los muestra como Kamisama los trajo al mundo, te cae la ficha de que son todos pibes, incluso los que tienen cara de nena y transan con los que parecen más varoniles. Si dejamos pasar ese detalle, nos vamos a encontrar con un monstruo que no tiene nada que envidiarle a Maruo: sus personajes son elegantes, sofisticados y a la vez muy expresivos. Su trabajo en los fondos y las líneas cinéticas (hay muchas, porque abunda la acción) es espectacular, la construcción de las secuencias es clara, ganchera y muy impactante, la sangre y las tripas producen el efecto buscado incluso cuando ya van 250 páginas de sangre y tripas, hay detalles cuidadísimos en la vestimenta, los peinados y los circuitos que componen a Lychee, y lo más importante: desde la primera página, Furuya crea este clima enroscado y ominoso tanto con los textos (esos diálogos trastornados donde los chicos vociferan en alemán) como con los dibujos, en páginas con mucho negro y con efectos de iluminación poco frecuentes en el manga.
La contratapa del libro, en su afán por venderlo, compara a Lychee Light Club con Lord of the Flies, la clásica novela de William Golding. Y no está mal: los puntos de contacto son muchos y muy notorios, aunque claro, este manga es más salvaje y más perturbador. Voy por más Usamaru Furuya, que por suerte tiene varias obras editadas tanto en España como en EEUU. Quiero ver si siempre resuelve tan bien las tramas (que por lo que leí, suelen ser extremas y con propensión a irse al carajo), o si acá lo logra porque adapta una obra que ya existía...
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1 comentario:
Que raro que nadie comentó nada. Soy el único enfermo al que le gusta el eroguro?. Parece que sí, sniff...
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