el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 29 de junio de 2020

LUNES HORRENDO

Llueve, hace frío y estoy en mi casa, aburridísimo. Por suerte tengo un par de libritos para reseñar.
Predeciblemente, no me aguanté demasiado antes de entrarle al segundo y último tomo de Blanco, del maestro Jiro Taniguchi. Quería saber, necesitaba saber, si había una chance de final feliz para la historia del perro ruso convertido en una máquina de matar. No pretendía tampoco un final tipo Disney, donde todos cantaran y bailaran, pero tenía mucho miedo de que Taniguchi me clavara una puñalada artera y me dejara puteando. Finalmente se podría considerar un empate. Hay una carga de sensiblería golpebajera importante, el clima desolador de “se pudre todo” se conserva hasta el final, y Taniguchi logra filtrar un rayito de esperanza sin tirar a la mierda el dramatismo ni el verosímil que fue construyendo a lo largo de casi 600 páginas.
¿Es de los mejores guiones del ídolo? No, no te quiero mentir. Es una aventura zarpada, muy realista, que explora a fondo las consecuencias de todo lo que pasa y que explica en detalle esas cosas que vemos en Blanco pero nunca vimos en el mundo real. Un gekiga sólido, duro, sin facilismos, sin tomar por boludo al lector. Por ahí se pdría haber simplificado, con menos personajes y menos explicaciones, pero dentro de un esquema de aventura para jóvenes o adultos, así como está funciona muy bien. Y además el guion (me enteré el otro día que no se acentúa más la “o” de “guion”) le da a Taniguchi la posibilidad de lucirse, de maravillarnos con esa ambientación geográfica imponente, de sublime majestad, como es el sudoeste de Canadá y el noroeste de Estados Unidos. Pocas veces leí un manga que se nutra tan bien, que aproveche tanto los escenarios naturales en los que se sitúa la acción. Y por si faltara algo, la acción también está bárbara, repleta de escenas de alto impacto, con momentos de una violencia estremecedora, retratados con maestría por este inolvidable genio del Noveno Arte.
O sea que, sin ser una obra maestra, si te acercás a Blanco por completismo, porque querés tener todo lo que hizo Taniguchi, te vas a encontrar con una aventura clásica, potente, emotiva, por momentos descarnada, que te va a hacer pasar un buen rato a puro misterio, vértigo y machaca.
Nos vamos a EEUU, año 2014, cuando Kieron Gillen y Jamie McKelvie empiezan a publicar The Wicked + The Divine, una serie que tuvo una excelente repercusión y muy buenas ventas. ¿Te acordás cuando Neil Gaiman refritó varias ideas de la saga Brief Lives y les pegó una vuelta de tuerca muy copada para volver a usarlas en la novela American Gods? Bueno, Gillen vuelve a esas mismas ideas y les pega OTRA vuelta de tuerca copada. Sí, otras vez dioses poderosísimos de distintos panteones mezclados entre los humanos en un contexto urbano y actual. Pero esta vez, Gillen le agrega todo un discurso acerca de la cultura de la celebridad, la fama efímera y –lógicamente- vincula esto a la música que consumen los adolescentes, esa industria caníbal en la que todos los días se inventan ídolos pensados para romper todo durante dos años y después desaparecer más rápido que la guita que el Banco Nación le prestó a Vicentín.
The Wicked + The Divine es una historia de poder, de fe, con mucha acción, un cierto tinte fatalista (típico de Sandman) y mucha rosca sobre el tema de la identidad, que por supuesto incluye la exploración de identidades sexuales no tradicionales. El personaje central (Laura) está muy bien trabajado, los diálogos son excelentes (y muy groseros) y –a diferencia de Gaiman- Gillen quiere que la presencia entre nosotros de estos seres hiper-poderosos garantice el constante estallido de escenas de acción y violencia bien al límite. La explicación de todos estos elementos fantásticos está bien lograda, desde el momento en que jamás te aburre. Ahí también, el guión combina sabiamente buenas ideas, sutileza e impacto.
El dibujo de McKelvie me gustó mucho, lo sentí muy idóneo para el tipo de historia que nos quiere contar. Se trata de un dibujante muy influenciado por Kevin Maguire en los enfoques, en la composición de la página y hasta en el trazo en sí, aunque claro, McKelvie no llega a los extremos a los que llega Maguire a la hora de ponerle onda a las expresiones faciales. Es como un Maguire al que el editor le dijo “buenísimo todo, pero bajame un cambio con las muecas”. Aclaro por las dudas que me gusta más Maguire que McKelvie, pero acá veo a un muy buen dibujante, que además deja la vida en los fondos, en el diseño de los personajes y en un montón de detalles que tienen que ver con indumentaria, peinados y hasta con maquillaje y bijouterie, que tanto aportan a la imagen de las estrellas del rock y el pop para adolescentes.
Nada, leí la puntita del iceberg. Seis episodios de una serie que ya pasó el nº 50. Pero me enganchó bastante. Cuando vea a buen precio los tomos que siguen, no voy a dudar en entrarles. Bien por Gillen, bien por McKelvie y bien por Image, apostando por un título de esos que hasta 2012 sólo podrían haber aparecido en Vertigo.

Nada más por hoy. Mañana seguro voy a avanzar con nuevas lecturas para que arranquemos el segundo semestre con más reseñas acá en el blog.

4 comentarios:

hector dijo...

hola andres el manga BLANCO tiene un cierre porque tenia entendido que fue una serie de mas tomos que fue cancelada en españa? lo pregunto porque hablas sobre el final

Andrés Accorsi dijo...

La verdad que el final parece un final. No me dio la sensación de que falten episodios...

Kevin Kripper dijo...

Aca otro fana de Taniguchi. Siento que la traducción no está a la altura de este manga (Blanca en realidad) y que bueno..el guión no es de lo mejor. Pero sin lugar a dudas pase un buen momento leyendolo, grandes dibujos y la magia siempre instacta de Taniguchi.

Neywoll dijo...

Muy entretenido Blanco.
Por lo que ví, tuvo una continuación que se hizo varios años después. Dos tomos más. Pero solamente los encontré editados en Francia, o en Italia en un solo tomo doble de quinientas y pico de páginas. Y aparentemente inconseguibles...