martes, 31 de diciembre de 2024
ULTIMAS DEL AÑO
Y bueno, no pudo ser. Quería llegar a los 100 posteos en 2024 y quedamos ahí, en 99. No está mal, hemos tenido años más flojos.
Empiezo en EEUU, año 2006, cuando Gilbert Hernandez publica en Vertigo una novela gráfica llamada Sloth, totalmente desconectada del universo de Palomar, las novelas/ películas de Fritz, etc.. Son 122 páginas en blanco y negro, dibujadas por Beto en el nivel más alto de su ilustre trayectoria. Gráficamente, Sloth solo se puede comparar con lo mejor de su obra: Speak of the Devil, Chance in Hell... y no mucho más. El trabajo que le puso el ídolo a estas páginas es absolutamente descomunal y consagratorio. Cada cielo nocturno es una sinfonía, cada viñeta está perfectamente organizada, con la información exacta y la dosis adecuada de detalles, como para agregarle verosimilitud a un trazo simple, caricaturesco, como el que caracterizó desde siempre a Beto. La puesta en página es clásica pero muy variada, muy dinámica, con un truco infalible para puntualizar ciertos momentos (heredado de Will Eisner) que es hacer desaparecer los fondos y el marco de la viñeta y dejar a los personajes "flotando" sobre un fondo blanco.
Beto nos atrapa durante unas 70 páginas con un montón de conflictos y proto-conflictos centrados en Miguel, un chico abandonado por su mamá y criado por sus abuelos, quien un día entró en coma sin motivos aparentes y, un año después, despertó. Su papá está preso, su tutora escolar tiene mil problemas, y desde que volvió del coma Miguel se mueve más lento que la gente normal. Esto va a afectar desde la forma en que toca el bajo en su banda de rock (llamada Sloth), hasta la forma en que se vincula en la intimidad con Lita, baterista de la banda y novia de Miguel. Y falta lo más importante: en el pueblo donde viven los protagonistas se cultivan limones y hay un enorme campo todo sembrado con limoneros... que es el foco de más misterios y todo un lore de leyendas urbanas que los tres miembros de la banda de rock (también llamada Sloth) conocen, aman y sueñan con investigar a fondo, para ver si son reales. Gente desaparecida que supuestamente está enterrada bajo los limoneros, espíritus extraños, una especie de hombre-cabra capaz de poseer cuerpos... Obviamente acá Scooby-Doo y sus amigos se harían un festín.
Y cuando pensamos que no le van a alcanzar las 50 páginas que le quedan para cerrar todas las puntas que abrió, Beto pega un volantazo que nos deja pedaleando en el aire. De pronto cambia la realidad, y la que se despierta del coma es Lita. Ahora ella es la que se mueve más lento, mientras que Miguel es un pibe fachero al que le revolotean un montón de pibitas del cole y Romeo es Romeo X, un astro del rock al que todos estos adolescentes veneran y consumen con un fervor inexplicable. ¿Qué pasó acá? Nunca lo sabremos.
La tutora y los abuelos de Miguel desaparecen y ahora la que está en cana es la mamá de Lita. El nuevo conflicto central es que Lita quiere conquistar a Miguel, y quiere conseguir entradas para el concierto que va a brindar Romeo X en el pueblo. Finalmente la chica lenta se va a levantar a los dos: al facherito del cole y al astro del rock. Los limoneros van a seguir ahí, pero apenas se va a mencionar el hecho de que Romeo está obsesionado con ellos. Y en un último giro bizarro, será el propio Romeo (el que faltaba) quien tendrá un accidente y quedará en coma.
Entonces, entre la sobredosis de misterios que se acumulan en la primera parte y esta nueva realidad que se impone en la segunda (en un pase de magia que recuerda a una peli de David Lynch), el argumento termina por no resolverse jamás. Podemos conjeturar que Lita sueña las primeras 70 páginas mientras está en coma, podemos suponer que el espíritu del hombre-cabra posee primero a uno y después a otro (tipo Deadman), podemos buscar simbolismos en esos limoneros que cautivan a los adolescentes... pero nada tiene una explicación real.
Si para disfrutar de un comic necesitás que la historia cierre, y que todo (o casi todo) lo que plantea el autor tenga una lógica, un por qué... bueno, Sloth no tiene chances de quedar entre tus novelas gráficas favoritas. Este es un Beto más suelto, más raro, con más ganas de bucear en el inconsciente de los personajes que de llevar a buen puerto un relato reader-friendly, o convencional. Un Beto que se ceba mandando fruta... en este caso, limones.
Y cierro con una breve reseña de El Canto de Olga, octava aventura de los queridos Roque & Gervasio, pioneros del espacio, la serie creada por Federico Reggiani y Ángel Mosquito que arrancó con todo y ahora se publica muy de vez en cuando (de hecho, leí el Vol.7 el 06/01/24).
Del dibujo ni me gasto en hablar, porque el planteo gráfico y la calidad del trabajo de Mosquito no varían de un libro a otro, y están siempre muy arriba. La trama, en cambio, vuelve a sorprender por su aparente complejidad, y la forma desopilante en la que los autores la llevan adelante. Los diálogos de Reggiani son ágiles, picantes, agudos, fundamentales para que todo este disparate se sienta más o menos cercano, ya que no real. El desfile de personajes secundarios copados es incesante, pero esta vez ninguno (ni siquiera los protagonistas) se acercan siquiera a la chapa de Olga, la suegra de Roque, que queda establecida prácticamente como una figura central para la saga. Si me pongo a enumerar uno por uno los giros bizarros, ingeniosos o sorprendentes del guion, llegamos al Año Nuevo... de 2026. Así que no me quiero extender mucho más.
Ojalá en 2025 esta serie retome la periodicidad que supo tener en los primeros tiempos, cuando salían tres libritos por año, porque la verdad que -si bien se disfrutan enormemente- 80 paginitas por año dejan gusto a poco. Lo bueno de que en los últimos tiempos hayan salido pocos libritos de Roque & Gervasio, es que si te querés enganchar ahora, solo tenés que conseguir ocho, no 14 ni 15. Si todavía no te subiste a la nave espacial de estos carismáticos buscavidas cósmicos, ni lo dudes.
Mañana date una vuelta, que festejamos los 15 años del blog. Y este es el posteo nº2993, así que muy pronto festejamos también los 3000 posteos. Gracias por el aguante y no te olvides de descargar la Comiqueando Digital en https://comiqueandoshop.blogspot.com/.
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domingo, 29 de diciembre de 2024
DOMINGO DE FIACA
Qué lindo es estar todo el día en calzoncillos, tirado en la cama o en el sillón, sin hacer nada, o a lo sumo leyendo comics. Ahora que salió la Comiqueando Digital nº10 (ya se puede descargar por muy poquita plata en https://comiqueandoshop.blogspot.com/) me puedo dar el lujo de dedicarle todo el domingo al ocio, algo sumamente recomendable para bajar unos cuantos cambios.
Las lecturas me llevan primero a España, año 2003. Cuenta la leyenda que en el 2000, el dibujante David Ramírez publicó en la revista Dolmen una historieta en joda, donde se satirizaba con muy mala leche a Antonio Martín, una especie de institución en el comic de la Madre Patria. Martín es historiador del comic, crítico y además dirigió las líneas de comic de Planeta-DeAgostini en la época en la que era -por lejos- la editorial nº1 del mercado. Pero así de grossa como es su trayectoria, el tipo no se bancó la joda (que, repito, era picante al borde del mal gusto) y le metió una demanda tanto a Ramírez (un cuatro de copas) como a Vicente García, editor de Dolmen. Años más tarde, la justicia española falló a favor del agraviado, y condenó a David Ramírez a pagar una multa millonaria... y así es como en 2003 aparece "Artículo 20", una especie de "We Are the World" en el que un montón de autores colaboran gratis en una antología co-editada por Dolmen y Astiberri, cuyo objetivo era juntar fondos para que Ramírez pudiera costear la multa.
Lo bueno: las historietas no hablan de Martín ni de Ramírez. Ningún autor nombra a ninguno de los dos. Las historietas (y textos) hablan de censura, de libertad de expresión, de cómo naturalizamos la imposibilidad de hablar y opinar acerca de ciertos temas, etc.. Lo malo: a cada autor le dieron una sola página para trabajar. Hay que ser MUY capo para poder plantear una idea y desarrollarla en una sola página, y así naufragan en la intrascendencia dibujantes y guionistas que habitualmente la rompen. No tiene sentido juntar a semejante elenco de colaboradores y después no darles espacio para que se luzcan. Algunos lo hacen, a pesar de todo, y los quiero destacar.
La portada de Albert Monteys es buenísima, me hizo comprar el librito sin tener la menor idea de lo que me iba a encontrar adentro. José Luis Ágreda se va bien al carajo en ocho viñetas muy zarpadas, al filo de lo impublicable. La de Josep Busquet y Ramón Bachs te desgarra el alma, pero está muy bien. Quim Bou tiene una idea que claramente requería más espacio, y la termina apretando en una página con VEINTE viñetas microscópicas, donde el dibujo no solo no se luce, sino que apenas se entiende. La pongo entre los mejores aportes, simplemente por la calidad de la historia y los textos. La de Muñoz, Trashorras y Luis Bustos también queda apretadísima en una página llena de viñetas ínfimas, pero la compresión brutal le termina por quitar buena parte de la gracia. Zafa el dibujo, nomás. Bartual y Castaño aportan dos historias cómicas de media página, también con muchas viñetas, pero muy graciosas y transgresoras. Excelente el trabajo de Luis Durán, a quien no amedrenta la obligación de tener que meter mucho texto en cada viñeta. Otro de los que resuelve con jerarquía es Guillem March, capo. Bien también la de Santiago García y Pepo Pérez. Brillante la de Raule y Roger (un poquito apretada, claro). Muy grosso también lo que nos trae Víctor Santos. Y en la última página, tenemos un chiste mudo de Alex San Vicente, que es una especie de clon un poquito más moderno de Quino, uno que cada vez que metía un chiste sobre censura y libertad de expresión la clavaba en el ángulo.
Artículo 20 es una gema extraña y bizarra del comic español, que resulta atractiva sobre todo por el tremendo listado de autores que participaron. Esto tracciona y cautiva más allá de la calidad misma de las historietas... que tampoco está mal.
Última tarde de domingo de 2024, me pareció un buen momento para leer Domingo a la Tarde, la novela gráfica de Camila Torre Notari aparecida este año. Es paradójico, pero lo que más me gusta de Camila es lo que más le juega en contra... Me explico: los cuatro segmentos que componen esta obra (al igual que tantas otras obras de la autora) son historietas costumbristas, alegres, llenas de buena onda y vitalidad. En los cuatro aparecen los sueños de los protagonistas, pero casi todo es 100% real, al punto que parecen historias tomadas de la vida de la propia Camila, su familia o sus amigos. Esta impronta cercana, humana y copada se disfruta muchísimo. No hay tantos historietistas que logren que uno se enganche con historias cotidianas de gente que sale a pasear, se junta a charlar con amigos o vecinos, o se pone a cocinar.
Y al mismo tiempo, más de una vez te preguntás "¿y dónde está el conflicto?". ¿Dónde está eso que pasa y que desafía a los personajes y los acorrala para que tomen decisiones cruciales en las que hay un montón de cosas en juego? En las historietas de Camila, eso aparece poco, y no está enfatizado. De los cuatro segmentos de este libro, uno solo (el que protagoniza Margarita) está atravesado por un conflicto que genera tensión en el lector y que, para resolverse, va a requerir cambios que tampoco están muy enfatizados. El resto de lo que le pasa a los personajes son -para decirlo en criollo- boludeces, minucias de la vida cotidiana, que a veces ni siquiera aspiran al rango de "anécdotas". Entonces, para el lector que busca en las historietas una narración intensa, con acción, con momentos jodidos... las historietas de Camila son anatema. Acá no va a encontrar nada de eso. Acá tenés que venir buscando otra cosa, que tiene que ver con una mirada alegre de la vida cotidiana en los suburbios, o incluso de un viaje por Rusia de dos señoras de unos 65-70 años.
La irrealidad, lo fantástico, aparece en las escenas oníricas, que además es donde Camila más se suelta a la hora de dibujar y planificar la puesta en página. Pero siempre está claro que son sueños, entonces vos sabés que si pasa algo extraño, o algo peligroso, no va a afectar la calma y la buena onda que rigen las vidas posta de los protagonistas. De Rimski-Korsakov a Evangelion y Saint Seiya, estos relatos de Domingo a la Tarde tienen un encanto muy especial, el encanto de lo cotidiano: del fulbito, el chinchón, el barrio, la siesta, las mascotas y la pileta. Me da la sensación de que esta impronta amistosa y cercana los hace un buen punto de entrada para gente que habitualmente no lee historietas, y eso sin dudas suma un montón. Sobre todo si te edita Maten al Mensajero, que es un sello que suele buscar lectores por fuera del circuito tradicional.
Y hasta acá llegamos... No sé si vuelvo a postear antes de fin de año, pero el miércoles seguramente habrá un posteo para conmemorar los 15 años del blog. Mientras tanto, sigue la cuenta regresiva hacia el post nº3000, que seguro va a aparecer en Enero. ¡Gracias y hasta pronto!
sábado, 28 de diciembre de 2024
MAGIA A TODO COLOR
Antes que nada, mil gracias a tod@s l@s que pasaron por https://comiqueandoshop.blogspot.com/ y se descargaron la nueva Comiqueando Digital. Dejamos el alma en un número recontra ambicioso (el más zarpado de la historia de Comiqueando) y está buenísimo que del otro lado la respuesta sea tan positiva.
Vamos a Francia, año 2011, para encontrarnos con el gran Tony Sandoval, formidable historietista mexicano radicado hace décadas en la Ciudad Luz. Doomboy es una novela gráfica atípica, primero por su formato (a los franceses no los seduce mucho el formato apaisado, que acá tenemos totalmente naturalizado gracias a Mafalda, Patoruzú, El Eternauta y tantos otros clásicos), después porque -si bien se entiende perfectamente por sí sola- tiene puntitas que la vinculan al universo de Nocturno (ver reseñas del 20/07/10 y el 17/03/11), y finalmente porque tiene como núcleo argumental algo que es muy difícil de hacer funcionar bien en la historieta: el sonido. Sí, en un medio donde el sonido está más ausente que la dignidad en los diputados radicales, Sandoval se anima a contar una historia sobre un músico, su guitarra y las cosas que lo llevan a encontrar un sonido nuevo, revolucionario, que va a subyugar a una audiencia que no sabe quién es, ni dónde está, ni cómo escuchar más canciones suyas. A contramano del resto de los músicos, D busca el anonimato y adopta la identidad de Doomboy para tocar en un pueblito perdido de la costa, ante solo dos espectadores: su perrita Elsy y su amigo Sepelium. Pero de alguna manera, esas sesiones van a quedar registradas y cada vez más gente las va a escuchar, de modo que la leyenda de Doomboy va a crecer hasta llegar a la propia gente de la que D quería escaparse.
Una historia que arranca áspera, violenta, con muchos conflictos, va a edificar a lo largo del segundo acto una calma bucólica, un paréntesis en el que D solo puede confrontar con el pasado de una chica que amó y que ya no está entre los vivos. Su guitarra, su dolor y el paisaje agreste se van a combinar para crear este sonido nuevo, un choque entre las tormentas que azotan la costa y las que arrasan dentro del alma del protagonista. Y para el final, cuando la mascarada de D quede expuesta, volverán la violencia, las piñas, los guitarrazos por la cabeza y tras esa tormenta final, una nueva calma, en la que la vida de los protagonistas se reacomoda, aunque no como ellos lo planearon.
Con la música en el centro de la escena, Doomboy es una historia de búsqueda personal, con momentos introspectivos muy hermosos, diálogos muy reales, personajes muy queribles, conflictos muy humanos. Lo único sobrehumano es el dibujo de Sandoval, que en varias secuencias despega del slice of life y te acribilla con una impronta entre épica y poética, que no se puede creer. Ese sonido único, que Doomboy logra con su guitarra y le parte el cráneo a quienes lo escuchan, está graficado por el autor de una manera fascinante, con técnicas que tienen más que ver con la ilustración fantástica. El resultado es de una belleza indescriptible. Incluso si leíste varias obras de Tony Sandoval, esto te va a sorprender y a emocionar fuerte. No te digo que Doomboy es una maravilla del Noveno Arte, pero casi.
Hace ya muchos años, el 14/07/20, vimos en este espacio el Vol.1 de Seven to Eternity, la serie de Rick Remender y Jerome Opeña. Y nunca más le di pelota, porque no tenía los tomos posteriores. Ahora conseguí varios, así que vamos a avanzar en el viaje por este mundo de fantasía, ciencia ficción y conceptos extraños. Por supuesto me costó recordar qué carajo había pasado en el tomo anterior, pero bueno, es la vejez.
De nuevo me sorprendió la ambición y la complejidad del world-building que tiene esta serie, y de nuevo me caí de culo con el dibujo de Opeña, que es tremendo. El nivel de detalle, la variedad en los enfoques, la composición de las viñetas... todo me resultó increíblemente atractivo, en buena medida gracias al descomunal trabajo de un colorista de primer nivel como es Matt Hollingsworth. En las primeras páginas, antes de que empiece la historieta, se nos revela que dos de los cinco episodios que componen este TPB no están dibujados por Opeña. Imaginate mis puteadas. Pero llegué a ese segmento del libro y me encontré con James Harren, un dibujante que -sin parecerse a Opeña- me resultó excelente. Harren es una bestia, una mezcla entre Olivier Coipel y David Rubín, con cositas de Jean-Claude Mézieres y el mejor Brett Blevins. Cuando vuelve Opeña, la felicidad es total, pero cuando no está, la verdad que la pasé bárbaro gracias a este "suplente" de gran jerarquía.
La aventura en sí me resultó menos atractiva. Se nota mucho que lo que le interesa a Remender es explorar y desarrollar a fondo a estos personajes (principalmente a Adam Osidis y el Mud King) y tiene que inventar peripecias fumadas para que el viaje que ambos deben realizar juntos no llegue a destino, para que no se le terminen las escenas de diálogos entre ellos. Los secundarios están bien, y como no son parte de una franquicia intocable, Remender se puede dar el lujo de hacerlos boleta cuando no le sirven más. Pero Adam y su prisionero son personajes cuidadísimos, que tienen conversaciones profundas, reveladoras, realmente jugadas. Incluso dibujadas por Opeña, si esas charlas ocuparan todo el libro, sería medio un embole, por eso está bueno que haya acción, peligros, traiciones y demás. De paso, abrimos grandotes los ojos para tratar de asimilar la magia que tira el dibujante cuando le toca mostrarnos paisajes, edificios, criaturas y armas que solo pueden funcionar en este universo.
Seven to Eternity lleva al extremo el concepto de la aventura de héroes y villanos con poderes, un extremo que solo tiene lógica en un mundo controlado 100% por una dupla autoral que es dueña de los personajes y puede hacer con ellos lo que se les dé la gana. Y si esta inexistencia de límites repercute en una extensión desmesurada de la saga (tengo entendido que son siete TPBs), los diálogos que escribe Remender y los dibujos de Opeña están ahí para que la llama no se apague y la sensación de maravilla no decaiga. Este segundo TPB tiene más páginas de historieta que el primero, lo cual es un avance, y entre el "relleno" tenemos hermosos bocetos de Opeña y portadas alternativas de capos como Rafael Albuquerque, Tradd Moore, Farel Dalrymple y los propios Harren y Opeña. Visualmente esto es impactante y finoli de punta a punta.
Nada más, por hoy. Espero meter un posteo más antes de que termine el año, siempre en la cuenta regresiva hacia el 15º aniversario del blog (que es este miércoles) y el posteo nº 3000 (este es el 2992). Gracias y hasta pronto.
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jueves, 26 de diciembre de 2024
MAGIA EN BLANCO Y NEGRO
Bueno, después de un paréntesis muy largo para mi gusto, tengo el placer de contarles que ya está lista la Comiqueando Digital nº10 (se puede descargar por muy poquita plata en www.comiqueandoshop.blogspot.com). Eso significa que vuelvo a tener tiempo para leer comics y reseñarlos en este espacio, volver a participar en el canal Disfuncionales y Vehementes y demás actividades que tenía suspendidas.
Hoy terminé de leer El Espíritu de Mascarín, una historieta realizada por el genial Oswal a partir de 1974 en una revista quincenal, ahora recopilada en un libro muy cheto por Deux. Por suerte lo único que hizo Deux fue llevarlo a la imprenta: del armado y el diseño del libro se encargó Silvina Viola, la hija de Oswal, que cuidó con pasión el trabajo de su padre. Originalmente, las aventuras de Mascarín ocupaban dos páginas en la revista Chaupinela, y eran páginas repletas de viñetas muy chiquitas. A veces llegaban a ser más de 40 viñetas por página, una demencia. En 2001, cuando Oswal le vendió este material a la Eura, lo rearmó en episodios de 10 páginas, con muchos menos cuadros por página, y eso es lo que podemos apreciar en este libro.
Los guiones... son de 1974. No esperes genialidades, aunque tampoco vas a encontrar ninguno que te falte el respeto. Tampoco esperes que Oswal explique categóricamente qué o quién es Mascarín. Va a quedar todo en el terreno de la especulación, o de la interpretación de cada uno. Mascarín es -ante todo- un concepto muy loco, que le permite al autor contar las típicas historias de sustitución de identidades (como esos episodios de Spider-Man contra el Chamaleon, o Batman contra Clayface), pero a una velocidad supersónica. Mascarín cambia de identidad seis, siete, ocho veces en 10 páginas, y eso acelera y potencia el ritmo de las aventuras... y la frustración del inspector de policía que se propone capturarlo. Como en las historietas de The Spirit, hay episodios más aventureros y otros más profundos, más centrados en la vida (generalmente chota) de algún personaje al que Oswal desarrolla mucho más que al protagonista mismo. Yo creo que a la serie el falta eso: explicar, o por lo menos darle desarrollo y profundidad, a Mascarín. El resto funciona, porque las ideas son buenas, los diálogos no descollan pero acompañan, y las resoluciones son siempre sorprendentes.
Y lo que realmente convierte a este libro en una pieza fundamental en la biblioteca de cualquier fan del comic es -sin dudas- el dibujo. No sé cuánto de esto redibujó Oswal en 2001, pero se ve todo demasiado bien. El claroscuro ágil, vertiginoso, del maestro se complementa a la perfección con las tramas mecánicas y el resultado es un kilombo nuclear que detona la página. Es como una vorágine, que rara vez da tregua, en la que Oswal te tira una imagen perfecta atrás de otra, sin descuidar nunca la fluidez del relato. Acción, emociones, personajes hiper-expresivos, siluetas, contornos, pinceladas cargadas de sutileza... Una belleza realmente inexplicable.
El maestro Oswal nos dejó en 2015, pero por suerte todavía queda su obra, y ojalá se siga reeditando con esta calidad, así llega a un público que la pueda valorar y atesorar. Y estudiarla, porque leyendo a Oswal se aprende un montón.
Vuelvo con Gou Tanabe, casi un fetiche de este blog, y me interno en las casi 300 páginas que componen la primera parte de su adaptación de Las Montañas de la Locura, el extenso relato de H.P. Lovecraft, escrito en 1931 y publicado originalmente en 1936. La historia está protagonizada por un grupo de científicos y aventureros (todos varones) de la Universidad de Miskatonic, que parten rumbo a la Antártida para descubrir los secretos del continente blanco. Lo primero que me viene a la mente es... che, para escribir esto hay que saber un montón. No sé si Lovecraft estudiaba a fondo todas estas disciplinas, o si mandaba fruta, pero acá nos habla de geografía, de geología, de biología, de meteorología, de física, de química, de espeleología... y si es fruta, la verdad que no se nota para nada. Es todo muy convincente. Lovecraft pone sobre la mesa una cantidad brutal de nociones científicas para construir el verosímil de una trama en la que -obviamente- en algún momento van a irrumpir los elementos fantásticos que le va a agregar peligro y horror a la epopeya de los protagonistas.
Lo que más me gusta, por lo menos de esta primera parte, es que los protagonistas nunca están ahí cuando se desencadena la acción. Cuando la expedición liderada por Lake descubre los cuerpos de "los antiguos", estos llevan ahí millones de años inactivos. Y cuando el grupo de Dyer encuentra a la malograda expedición de Lake, los vemos descubrir los restos, los vestigios, de una masacre espantosa que nunca nos muestran, y que cada lector se la imagina de una manera distinta, con distintos niveles de crueldad y violencia.
Tanabe elige con mucho criterio qué textos de Lovecraft conservar en su versión y cuáles no, y logra un clima de suspenso y tensión muy similar al de los relatos del mítico escritor. Y cuando le suma los dibujos, la locura se hace más palpable, el horror se hace más horrendo y el suspenso crea más tensión. Tanabe narra pausado, como Lovecraft, y se toma su tiempo para crear climas ominosos y para mostrar en dibujos con muchísimo detalle lo que el texto describe con palabras. Paisajes, animales, criaturas... todo cobra relieve y belleza gracias al trazo de Tanabe, que complementa su línea elegante con un excelente trabajo de aplicación de grisados mediante tramas. Lo único que le falta es variar un poquito más los enfoques cuando muestra primeros planos de los personajes hablando. Las viñetas de "talking heads" se parecen mucho unas a otras, y hay páginas en las que abundan bastante.
Este es un manga ideal para gente que nunca leyó manga. Fans de Lovecraft hay en todas partes, y yo supongo que la mayoría no conoce a Gou Tanabe, pero se puede dejar subyugar tranquilamente por la lograda combinación entre la prosa del ídolo yanki y el trazo y la narrativa del ídolo ponja. Tengo el Vol.2 en la pila de los pendientes y prometo entrarle a la brevedad.
Nada más, por hoy. Ojalá tengamos otro posteo antes de fin de año, ya en la cuenta regresiva hacia el 15º aniversario del blog, y el post número 3000. Y obviamente, si te gusta leer sobre historietas, no te pierdas la Comiqueando Digital, que es una bomba atómica de 426 páginas, con 15 notas inéditas, colaboradores de primer nivel y contenidos audiovisuales exclusivos.
miércoles, 18 de diciembre de 2024
MEDIODIA DE MIERCOLES
Un poco porque lo tenía a mano (lo conseguí hace unos días en una librería de usados de San Pablo), un poco porque quería escribir sobre esta serie en el sitio web de Comiqueando, me leí el álbum de Lola y Ernesto editado en 1990 por La Cúpula. Son historietas que yo había leído de modo muy salteado, incluso en desorden, en varios números de El Víbora, de los años 1988-89. En aquel entonces ya me gustaba muchísimo el dibujo de Bartolomé Seguí, y ahora me gusta mucho más, tanto sus trabajos más actuales, como estos que tienen ya más de 35 años. El Seguí de Lola y Ernesto exhibe un trazo que combina a Jaime Martín con Sanyú, un combo devastador al que se le suma un manejo magistral de la aplicación de los grises y cositas que recuerdan a los primeros trabajos (también en blanco, negro y grises) de Daniel Torres. Una línea muy idónea para lo que quiere contar el autor, que es básicamente una comedia romántica, un When Harry Met Sally español.
La serie nos cuenta momentos en la vida de Lola y Ernesto, una pareja moderna que vive en Barcelona y disfruta a pleno de la apasionante movida nocturna de la hermosa Ciudad Condal. Es la época en la que Barcelona está en plena transformación, con la mira puesta en los Juegos Olímpicos de 1992, y en sus calles (ahora menos turbias que las que veíamos en las historietas de El Víbora de principios de los ´80) se respira optimismo y ganas de salir de joda, ser felices y, en una de esas, enamorarse. Lola y Ernesto se conocen por casualidad en el primer episodio y pronto se empieza a armar un romance que -no sin contratiempos- se va a sostener a lo largo de toda la serie. Seguí nos invita a recorrer restaurantes, cines, centros comerciales, discotecas y playas, como un guía turístico que no le tiene miedo a la parte no turística de las ciudades que visita. Los romances, celos, choques, rispideces, borracheras y malos entendidos entre los protagonistas y su peculiar grupete de amigos le agregan sal y pimienta a un relato muy distendido, a años luz de la peripecia, donde la violencia solo aparece de manera accidental. Los diálogos son mordaces, agudos, por momentos desopilantes y siempre cargados de referencias a actores, actrices, músicos y hasta políticos de fines de los ´80. Pero, más allá de las marcas de época, las no-aventuras de Lola, Ernesto y sus amigos son un canto a la vitalidad, repletas de realismo, humor y alta onda.
Seguí va a equilibrar perfectamente la comedia costumbrista con el romance e incluso nos va a pegar un golpe bajísimo cerca del final, cuando César, el amigo gay de la pareja, descubre que tiene HIV y decide quitarse la vida. También había espacio para el drama en la mágica Barcelona de fines de los ´80. Incluso aparece en escena la temática del aborto, en el último episodio, cuando Lola está encinta y -como en 1988 el aborto no era legal en España- la pareja viaja a Inglaterra a ponerle fin a ese embarazo no deseado. Nada va a salir según lo planeado, pero Seguí se va a divertir llevándonos por calles, museos, teatros, tiendas, parques y pubs de la capital del Reino Unido. Un álbum bien escrito, bien dibujado, donde no se siente como algo negativo ni aburrido la falta de conflictos fuertes, donde la única cagada es que hayan dejado afuera el hermoso episodio a todo color de Lola y Ernesto que apareció en el nº111 de El Víbora. Fuera de eso, estamos ante un gran viaje por una ciudad y una época que nos quedan lejos, pero son lo más.
Sigo tratando de completar la colección de los comics de The Escapist que publicó Dark Horse a principios de este milenio, y conseguí el librito que reedita el material de los dos primeros prestiges. todo basado en el personaje que crean los protagonistas de The Amazing Adventures of Cavalier and Klay, la magistral novela de Michael Chabon. Este librito tiene unas 160 páginas, y un solo problema: Kevin McCarthy. Más adelante, este guionista va a aportar buenos trabajos a esta antología, pero acá, en los dos primeros números, no solo escribe un montón de guiones (seis, nada menos) sino que todos son entre aburridos, decepcionantes y definitivamente chotos. Pobre pibe, no da pie con bola. Y duele, porque le dan esos guiones a dibujantes superlativos, genios de la talla de Bill Sienkiewicz, Kyle Baker o Dan Brereton, y dibujantes dignísimos como Steve Lieber. Incluso McCarthy dibuja una historieta (cortita y en joda) y es mejor como dibujante que como guionista. Obvio que cualquier cosa dibujada por Sienkiewicz, Baker o Brereton es una fiesta, y se disfruta aunque los guiones sean pedorros. Pero bueno, uno quiere que el lujo sea completo.
Otro guionista que quedó por debajo de mis expectativas fue Glen David Gold, que desaprovecha la oportunidad de lucirse en una historieta de 21 páginas dibujada con todas las pilas por el inmortal Gene Colan. De la dupla integrada por Mike W. Barr y Val Mayerick no esperaba casi nada, y eso es lo que puedo rescatar de su participación. La mejor historieta "de dupla" es claramente la primera, escrita por el mismísimo Michael Chabon y dibujada por el más que correcto Eric Wight. Y tenemos también a otros dos autores integrales, uno más legendario que el otro: Jim Starlin aporta una historieta casi muda, poética y extraña, mientras que Howard Chaykin la rompe con una historia de 10 páginas, que por suerte no será la última que realice con The Escapist.
Una vez más, me deleité con los textos apócrifos en los que varios especialistas en historieta injertan retroactivamente en la historia del medio a The Escapist, como para darle sustento a la ficción (nacida en la novela de Chabon) que lo presenta como un personaje vigente desde la Golden Age. La portada de Chris Ware, otra exquisitez. Y sí, me quedé con las ganas de leer más guiones impactantes y copados. Pero me quedo con los maravillosos dibujos de un puñado de ídolos, que representan un porcentaje generoso de la antología. Me faltan dos libritos de 80 páginas para completar todo lo que me interesa tener de The Escapist. Ya aparecerán.
Nada más, por hoy. Nos reencontramos por acá ni bien tenga más material para reseñar, y si no, el miércoles 25 nos vemos en el canal de YouTube de Comiqueando, con una nueva emisión en vivo de Agenda Abierta.
viernes, 13 de diciembre de 2024
VIERNES COPADO
Después de esa lluviecita chota de la mañana, tuvimos (y tenemos) un viernes espléndido acá en Buenos Aires, y se festeja con nuevas reseñas de material muy reciente.
En 2023, la pequeña editorial yanki RNM Press publicó a través de un crowdfunding la novela gráfica Wolf, She Cried!, protagonizada por Bixby Grant: Private Eye, un detective hard boiled momificado, que vive en una ciudad poblada por vampiros, licántropos y demonios, no muy distinta (pero mejor organizada) que la de The Goon. Bixby Grant es una creación del guionista Patrick Coyle, ilustre desconocido, que conoce muy bien los mecanismos narrativos de la novela negra, maneja muy bien los diálogos y urde una trama de misterio que no es obvia, que mantiene el interés hasta el final y que se resuelve de manera asombrosa y satisfactoria. Nada mal para un Juan Carlos Nadie absoluto, al que nunca habíamos oído nombrar.
Como suele suceder, lo que menos me gustó del guion es la compulsión (típica de los autores que aspiran a formar parte del mainstream yanki) por meter escenas de acción en cualquier lado. Las excusas por las cuales Bixby Grant se caga a trompadas con otro homínido (porque seres humanos es un poco mucho en el contexto de Harbor City) están justificadas por el género, no son un mero capricho. Pero podrían no estar, y la historia sería la misma. Fuera de eso, si (como a mí) te gusta el hard boiled y no te molestan los licántropos, las momias y los robots, acá te vas a encontrar con una forma muy ingeniosa de combinar estos elementos fantásticos con el realismo sucio y las atmósferas turbias del clásico policial negro.
Falta agregar un dato muy importante y es que Wolf, She Cried! cuenta con dibujos del maestro chileno Gonzalo Martínez. Y no, la línea clara, ese estilo pulido, prolijo, clásico, ordenado, amistoso... no es el más idóneo para un hard boiled con peleas entre monstruos. No sé a quién se le ocurrió darle a un dibujante como Martínez un guion como este. Lo que veo es que, a pesar de ir para un lado distinto al de la mayoría de sus trabajos, Martínez se comprometió con la historia y no le mezquinó nada. El colorista Arthur Hesli ayuda un montón, también. Pero es notable cómo el dibujante se toma en serio el trabajo y le pone todo, más allá de la incompatibilidad obvia entre su estilo y lo que tiene que dibujar.
El epílogo (una historieta de siete páginas que aclara varias cosas acerca de Bixby Grant y su pasado) nos muestra otro estilo de coloreado y un Gonzalo Martínez mucho más suelto, más distendido, con la posibilidad de dibujar viñetas más grandes y darle más vuelo a la narrativa. Sin duda, a nivel visual son lo más disfrutable de un libro donde el nivel del dibujo es muy bueno y muy parejo de punta a punta aunque -repito- yo nunca le habría dado ese guion a ese dibujante. Estaría bueno que alguna editorial chilena publicara Bixby Grant: Private Eye en castellano, para que los fans de Martínez (que en el país vecino son muchísimos) puedan acceder a esta obra, en la que -una vez más- se ve claramente el enorme profesionalismo de este autor central de la historieta latinoamericana.
Creo que la última vez que habíamos visto un comic de Gonzalo Martínez acá en el blog fue cuando comentamos la obra que dibujó sobre guion de Rodolfo Santullo... y acá estamos con otro trabajo del prolífico autor uruguayo nacido en México, esta vez en dupla con el marplatense Germán Genga. Publicada en 2024, Dios y el Diablo en Sâo José Rio Das Mortes es una novela de unas 100 páginas que, al igual que Wolf, She Cried!, le mete elementos sobrenaturales a una historia realista ambientada en un submundo bastante turbio, en este caso las elecciones para intendente en un pueblito del norte de Brasil. Los resultados... muy por debajo de los que obtuvo Patrick Coyle. La trama política está muy bien armada, los personajes son carismáticos (algunos, como Katrina, son tan interesantes que estaría buenísimo verlos regresar en futuras historias), pero cada vez que aparece el factor místico, la narración se desploma. Me imagino esas secuencias en las que vemos a la hechicera cantando, pero en cine, donde no podés simplemente pasar más rápido las páginas... y me da un ACV. No podría soportarlo.
Tampoco me enganchó mucho el dibujo de Genga. Me parece que tiene un estilo muy interesante para la ilustración, o para relatos más breves. En dosis de 100 páginas, se pierde la sorpresa, el encanto... y se nota que hay cosas que a Genga no le resulta cómodo dibujar. Por si faltaba algo, la impresión del libro no le permite lucirse en el rubro del color. Por el contrario, las escenas nocturnas, o en las que Genga opta por tonos más apagados, se ven empastadas, al punto que cuesta encontrar los contornos de los personajes y distinguirlos de los fondos.
En definitiva, me pareció muy piola la idea, disfruté muchísimo de la mala leche y la sordidez que ofrece el guion, me encantaron casi todos los personajes, pero no me cerró ni la forma en que Santullo le sumó fantasía al thriller político ni la forma en que Genga lo ilustró. Una pena. Recuerdo haber leído algunas páginas de otra obra de esta misma dupla (Moreau, una de piratas que sale en el e-zine de Loco Rabia) y estaba muy bien, así que espero que este faux-pas no desanime a la editorial y lance en libro lo que podría ser una reivindicación de Santullo y Genga después de un Dios y el Diablo que quedó bastante por debajo de mis expectativas. Y si se puede mejorar la calidad de impresión sin que el precio de los libros se vaya a la mierda, también, es algo que ayudaría un montón cuando publican a dibujantes que trabajan a todo color.
Nada más, por hoy. Gracias totales y será hasta pronto.
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jueves, 12 de diciembre de 2024
JUEVES CON CALOR
Acá estamos de nuevo, choreándole un rato a la Comiqueando Digital para reseñar los últimos libros que leí.
Empiezo en España, año 2018 y me pregunto por qué carajo un monstruo como Andrés G. Leiva (la G es de González), que apuntaba para ser un nuevo Alberto Breccia, se terminó por convertir en el enésimo clon de Gipi. En serio, no hacía falta. Para ser justos, no es solo Gipi: también está Taiyo Matsumoto, su presencia se siente todo el tiempo en las páginas de Uno de Esos Días. Pero lo asocio más con Gipi por el tema de querer contar una historia realista, urbana, ambientada en la temprana adolescencia del autor, que incluso se pone como co-protagonista. De nuevo, no hacía falta. Venía leyendo unos guiones realmente espectaculares de Leiva, y este -si bien tiene situaciones interesantes, diálogos copados y una mirada muy interesante a la transición democrática española- va para otro lado. Menos ambicioso, menos poético, hasta -paradójicamente- menos personal, porque es un enfoque que ya vimos, por ejemplo, en Miedo (ver reseña del 02/03/14). Acá de nuevo tenemos el conurbano de una ciudad de España, de nuevo 1982, de nuevo los adolescentes comiqueros y pajeros... todo demasiado bien dibujado, porque Leiva es una bestia, pero nada realmente novedoso.
Me encanta cómo narra Leiva, cómo maneja el color, cómo elabora los climas... lástima que esta vez lo que tiene para contar sea tan chiquito, tan mundano, tan autorreferencial. Taiyo Matsumoto y Gipi también le dedicaron obras al subgénero de "jóvenes a la deriva", pero las articularon en torno a argumentos más gancheros, con más impacto, con los conflictos más enfatizados, más apasionantes. Uno de Esos Días, sin ser un embole, no tiene conflictos fuertes. Maneja y resuelve muy bien un subplot interesante (el de la desaparición de Sito) pero ni ahí ni en la trama principal se generan tensiones de esas que logran meter al lector adentro de la página y ponerlo nervioso. Por ahí es a propósito. Por ahí lo que quería hacer Leiva era simplemente llevarnos a pasear por el barrio donde vivió en su niñez y adolescencia y contarnos las boludeces con las que flasheaba cuando tenía 13 años. Pero es un despropósito volcar tanto talento (y tanto tiempo, porque 100 páginas de historieta no se dibujan en 15 minutos) para contar algo tan trivial.
Sin dudas, al lado de la gloriosa Serie B (ver reseña del 10/11/22) esta es una obra menor en la carrera de este increíble autor español. Y es una pena, porque -como ya dije- el dibujo es descomunal, los diálogos son filosos y sumamente reales, y los personajes muy queribles. Falta una historia ganchera para contar, lo cual -a mi juicio- no es poco.
Al Vol.1 de Lost Word, por el contrario, le juega en contra su elevadísimo nivel de ambición. Pero primero subrayemos lo más importante: estamos en Argentina. Eso hace que NO SEA ADMISIBLE que se publique el Vol.1 de una obra extensa sin aclarar cuántos tomos son, ni cuándo sale el siguiente. Uno creería que eso ya se entendió, pero parece que no porque las editoriales siguen sin brindarle esa información a los consumidores.
Lost Word es un Watchmen hecho en Argentina por donde se lo mire. Desde la obvia sustitución de los personajes que DC no te permite usar por otros muy parecidos (como le pasó a Alan Moore en 1985), hasta la tipografía del inicio de cada capítulo, los fragmentos de poemas o canciones que cierran cada capítulo y que incluyen a las palabras que les dan título, hasta elementos que tienen que ver más con la narración gráfica, como los "movimientos de cámara" y la vinculación entre los bloques de texto y lo que muestran las imágenes. Es el tributo definitivo de Mauro Mantella a Alan Moore, aunque realizado para un mercado donde las referencias a los héroes y heroínas medio oscuros de la Edad de Oro de DC corren serios riesgos de pasar desapercibidas, simplemente porque la cultura comiquera del lector de historieta argentino no llega hasta Colonel Future, G.I. Robot o Merry, the Girl of a Thousand Gimmicks. Con mucha suerte, esto lo va a leer gente que sabe quién es... Savarese.
La estructura narrativa no se parece tanto a la de Watchmen, sino más bien a la de un Elseworlds tipo The Golden Age, en el que la idea es recorrer un mundo alternativo en el que algo está mal, y de a poco se empieza a notar. Eso es lo más interesante que tiene Lost Word: el concepto. Algo pasó en 1937 que hizo que un montón de tipos y minas que estaban destinados a combatir el crimen, o a los nazis, cambiaran de rumbo y se dedicaran a otra cosa. Pero algo queda, algo flota en el aire, y de a poco, los que debieron tener poderes los van a empezar a manifestar y los que debieron ponerse un antifaz para salir a repartir trompadas lo van a hacer. Hay algo ahí, más fuerte que la matufia que hizo el villano para alterar la historia de estos personajes. El heroísmo es más fuerte, las ganas de pelear contra la injusticia son más fuertes. Y en algún momento va a explotar todo a la mierda y estos tipos y minas casi normales van a terminar por reencontrarse con ese destino que les chorearon.
Lost Word tiene dos problemas graves: uno es su espectro tan amplio, la decisión de contarnos una historia con 15 ó 20 protagonistas. Eso la hace densa, difícil de seguir, difícil de engancharse. Hasta es difícil (un poco porque es en blanco y negro) distinguir a los personajes. Acá no va el truco de "ah, sí, este es el rubio, esa es la pelirroja, este es el canoso", y hay que prestar mucha atención a los saltos entre una escena y la otra, que a veces son muchos en una misma página. Este mismo concepto, con un elenco más acotado, por ahí se disfrutaba más o fluía mejor.
Y el otro problema es el dibujo. Darío Bustamante hace un buen trabajo con un guion muy complejo. Puesta en página clásica, narrativa muy sólida, anatomía correcta, buen trabajo de luces y sombras... pero le falta onda, personalidad, alma. Es un dibujo realista genérico, perfectamente ajustado a un guion riguroso, al que le vendrían bien más rasgos de estilo propio, que nos permitan identificar enseguida el trazo de este artista cordobés. Yo entiendo que Lost Word quiere ser Watchmen y Watchmen no se caracteriza precisamente por la expresividad de sus personajes, ni por la estridencia de la acción, pero Bustamante exagera un poquito esa frialdad y ese estatismo.
Eventualmente se publicará un Vol.2 y me enteraré si la historia termina ahí, o si hay también un Vol.3. Por ahí con un planteo menos ambicioso, este concepto tan copado se podía desarrollar y resolver en estas 110-115 páginas de historieta. A juzgar por el ritmo que elige Mantella para este tramo del relato, me da la sensación de que se pueden llenar tranquilamente 300 páginas más antes de llegar al final. Ojalá me equivoque y ya para el segundo libro la trama se concentre en menos personajes y enfatice más el conflicto central que -repito- me parece muy ganchero.
Nada más por hoy. Gracias y hasta pronto.
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lunes, 9 de diciembre de 2024
VAMPIROS
Siempre es un placer echarle mano a una obra de Osamu Tezuka que uno nunca había leído... aunque leerla ya es otro tema. Vampiros es una serie que el Dios del Manga publicó entre 1966 y 1967, y que en su momento generó respuestas bastante heterogéneas dentro del público. Y es lógico porque a lo largo de un poco más de 580 páginas (alto masacote) nos vamos a encontrar con una montaña rusa que sube y baja sin control, de momentos apasionantes a momentos WTF?!? que dan testimonio de un Tezuka que en vez de ir a lo seguro elige arriesgar sin medir las consecuencias.
Hay que aclarar que Vampiros no es un manga de vampiros, sino que Tezuka emplea este término para denominar a una amplia raza de humanos metamorfos que se transforman en muchos animales distintos, y por motivos de los más diversos. A los efectos de esta historia, los vampiros son más o menos lo que en Marvel son los mutantes: una minoría de humanos con una distorsión genética que les otorga un poder sobrenatural, en este caso, transformarse en algún animal y adquirir sus habilidades. Y como lo hicieran Stan Lee y Jack Kirby en 1963 con los X-Men, Tezuka nos invita a preguntarnos qué hacer con esta minoría... y la respuesta es muy parecida a la que nos van a dar muchos villanos de Marvel a lo largo de los 60 años de historia de los X-Men: convencer a la mayoría de que son un peligro, y exterminarlos. Perseguidos y amenazados, los mutan... digo, los vampiros se van a organizar y a confrontar con los homo sapiens en las mejores secuencias del manga... que lamentablemente llegan muy tarde.
El Manga no Kamisama se toma unas 130 páginas para presentar a los personajes y a los conflictos, y a partir de ahí, la trama se hunde en un montón de peripecias pelotudas que tienen que ver sobre todo con el villano, que no es otro que Rock, uno de los personajes del "elenco estable" de Tezuka. Esta vez a Rock le toca ser un sorete, perverso, manipulador, hábil para disfrazarse y despistar a sus oponentes, traicionero, rosquero y sin ningún escrúpulo. Pero para la página 150 ya saturó y lo querés ver muerto, lo antes posible. Entre las muchas peripecias absurdas que no le aportan nada a la trama, muchas las protagoniza el propio Osamu Tezuka que toma la decisión (a mi juicio errónea) de ponerse como un personaje más en la obra, con un rol bastante destacado. Y el otro personaje recurrente, de lo que rara vez faltaban en los mangas que el ídolo creaba en los ´50 y ´60 es el querido Shunsaku Ban, que acá es un policía, tío del Inspector Shimoda, una especie de Dick Tracy al que Rock le va a dar un baile bárbaro.
El rol de Shunsaku Ban va a crecer sobre todo en el último cuarto de la obra, que es cuando se vuelve a poner buena. Alrededor de la página 475, después de casi 350 páginas entre soporíferas y descabelladas que podrían tranquilamente no estar, Vampiros repunta fuerte y el tramo final es realmente atrapante. El funesto Rock va a llegar vivo casi hasta la última página, pero eso no le quita onda ni consistencia a un desenlace más a la altura del planteo inicial que de la falopa en mal estado con la que Tezuka nos rellenó la parte del medio.
Vampiros es un manga de acción, con conspiraciones, crímenes, algo de rosca política, persecuciones y peleas muy violentas, y un mensaje en favor de la inclusión del distinto. A diferencia de las obras de Tezuka de los ´70 (mis favoritas) acá todavía no aparece el sexo como elemento de peso en el relato, pero ya hay atmósferas un poco más oscuras, personajes más jodidos y ese nivel imposible de expresionismo en el dibujo. A nivel gráfico, Vampiros es una obra donde se aprecia de modo diáfano esa transición que hace el Dios del Manga del trazo limpito y amistoso de Astroboy y Ribon no Kishi, hacia el trazo más extremo, más retorcido, más cargado de texturas y con más peso de las masas negras que se va a imponer en sus mangas a partir del último tramo de los años ´60.
Estaría buenísimo sintetizar Vampiros, entrarle con la motosierra que el presiduende tiene metida en el orto y podarle todas esas escenas al pedo, que estiran innecesariamente la obra y que por momentos la hunden en el tedio más agobiante. No te digo de dejarle solo las primeras 130 páginas y las últimas 110 ó 120, pero por ahí anda la cosa. Esto mismo, abreviado y pulido, sería realmente mucho mejor, porque los personajes son atractivos (sobre todo Toppei), el conflicto es interesante y la línea que baja Tezuka está muy bien, sobre todo si pensamos cuándo está escrita la obra. Tiene situaciones muy limadas, está siempre ese contraste entre muertes truculentas y personajes caricaturescos que se deshacen en gestos ampulosos, se tropiezan y se golpean como en un dibujo animado de los Looney Tunes, pero bueno, es el Tezuka de los ´60. Obviamente si el manga no Kamisama hubiese imaginado esta saga en los ´70, sería más breve, más oscura y no exhibiría estas inconsistencias típicas de una época de exploración, de probar cosas nuevas, de romper ciertos cánones de la aventura infanto-juvenil para ver qué onda. Así como está, Vampiros adolece de un tramo bastante extenso al que no lo salva ni el dibujo, que es sensacional de punta a punta. Y es una pena porque -me reitero- empieza bien y termina bárbaro.
Nada más, por hoy. Ni bien tenga leídos un par de libritos más, nos reencontramos con nuevas reseñas, acá en el blog.
domingo, 8 de diciembre de 2024
DELIRIOS DE DOMINGO
Bueno, estoy en casa, ya pasé por la CCXP de San Pablo, ya se terminaron las chances de que Racing gane el torneo local, tengo un par de libros leídos y me atrevo a robarle un rato a la Comiqueando Digital para escribir un par de reseñas. Ahí vamos.
Hijos de puta, cómo se nota que cuando tienen ganas y le ponen onda las cosas salen de otra manera. La otra vez vimos la antología con la que DC festejaba los 80 años de Aquaman, y costó encontrar tanto autores de primera línea como historias relevantes. Pero para festejar los 80 de Catwoman, un equipo editorial liderado por Ben Abernathy salió a la cancha con el cuchillo entre los dientes y levantó muchísimo la vara. Veamos.
Ed Brubaker y Cameron Stewart, un dream team, aportan una muy linda historia que encaja perfectamente en la fundamental etapa en la que ambos estaban en la serie mensual de Selina. La de Ram V y Fernando Blanco tiene muy buenos momentos, pero creo que es secuela directa de aquel infausto nº50 de Batman, en el que se suponía que Bruce y Selina se iban a casar y al final nos quedamos sin boda. Will Pfeifer nos acribilla con un meta-comic tan alucinante que en un momento resulta obvio que va a ser un sueño, una pesadilla, o fruto de un plan de un villano que altera las percepciones de Selina. MUY grosso todo, salvo el dibujo de Pia Guerra, que es de la B (y no mejoró nada desde los tiempos de Y the Last Man). La Catwoman de los ´90 vuelve en una breve historieta con un guion poco pretensioso pero digno de Chuck Dixon, y unos dibujos de Kelley Jones que me generan sensaciones encontradas: dibuja todo bien, a Clayface lo hace espectacular, pero se va al carajo con el tamaño de las tetas de Catwoman.
Un placer reencontrarme con Mindy Newell, guionista a la que DC manijeó fuerte a fines de los ´80 y después desapareció. Acá aporta una muy buena historia (ambientada en la época en la que Selina era "escort", como en Year One), con correctos dibujos de Lee Garbett. Lo de Liam Sharp son apenas tres paginitas, con unos dibujos de la San Puta. Jeff Parker nos trae a la Catwoman de la serie de Batman de los ´60 (sin aclarar si es Julie Newmar o Lee Meriweather), en una historia delirante, divertida, también con un dibujo muy notable, a cargo de Jonathan Case, un autor al que no conocía. Una especie de versión más mainstream yanki de Jordi Bernet, realmente talentoso. Tom King y Mikel Janin nos cuentan la historia del embarazo de Selina y el nacimiento de Helena, la hija que tiene con Batman. No sé si esto es canónico, o si es de Tierra-2 o de otra continuidad paralela, pero es una historia emotiva, bien narrada, con buenos diálogos y un gran final. A la gloriosa Ann Nocenti le toca colaborar con el difunto dibujante brazuca Robson Rocha que (no sé por qué) le pone a Catwoman el traje que usaba Michelle Pfeiffer en la peli Batman Returns. El guion es digno, sin saltos al vacío. Y dejé para el final la historieta con la que abre la antología, con un guion espectacular de Paul Dini y muy buenos dibujos de Emanuela Lupacchino. Una joyita escrita por uno de los tipos que mejor entiende a Selina. Y además, hay muy lindos pin-ups de capos como Ty Templeton, Steve Rude, Tula Lotay o Tim Sale. Así que es un librito cuya compra está más que justificada par el fan de DC en general, y que para el fan de Catwoman es poco menos que imprescindible.
Me voy a Perú, año 2024, cuando se publica Marías que se van, otra novela gráfica del talentoso Gino Palomino. Esta vez, se trata de un extenso relato ambientado en París en el año 1924 y tiene como co-protagonista a César Vallejo, poeta peruano que existió en el mundo real y que vivió en la Ciudad Luz en aquellos años apasionantes (no casualmente los mismos que tomó Juan Díaz Canales para la aventura de Corto Maltés que vimos el 05/11/24). Marías que se van está muy bien dibujada, más allá de algunas páginas en las que escasean bastante los fondos. El dibujo tiene ritmo, es expresivo, la puesta en página es ganchera, el color -sin ser maravilloso- hace su aporte y a nivel gráfico el relato fluye muy bien. Los personajes son interesantes y la trama es muy ingeniosa, una investigación detectivesca con algún que otro paso de comedia y algún momento más turbio, más violento, muy al estilo de los mejores álbumes de Gil Jourdan, la obra maestra de Maurice Tillieux.
El problema que le encontré a Marías que se van es la extensión. En los años ´60, un monstruo como Tillieux agarraba este guion y te lo contaba en 50 páginas. Con mucho texto, con 12 viñetas por página, pero te lo liquidaba en lo que dura un albumcito normal del mercado franco-belga. Palomino, en cambio, necesita 200 páginas para contar la historia y no son muchas, pero tiene algunas páginas de 10 viñetas y alguna que otra viñeta muy cargada de texto. Nunca me llegué a aburrir, todo el tiempo pasan cosas atrapantes, jamás me imaginé la vuelta de tuerca que el autor se guardaba para el epílogo... pero me parece que la magnitud de la historia en sí no daba para 200 páginas. Se podría haber sintetizado un poco, depurado un poco, para que entrara en una extensión menor. Así como está, a la aventura y el misterio Palomino le pudo meter comedia, política, data histórica, un elenco vasto y bien trabajado... y también varias peripecias de esas que -cuando mirás el big picture- no le aportan tanto a la trama en sí.
Banco la ambición de Palomino, el trabajo que hay detrás de ese rigor histórico, los giros ingeniosos del guion, la calidad del dibujo (muy superior a lo que vimos en la reseña del 27/08/24), pero me hubiese gustado dedicarle menos horas a la lectura del libro y que, cuando lo acomode en el estante, me ocupe menos lugar. Son boludeces, ya lo sé. Lo importante es que Marías que se van ofrece una muy buena combinación de guion, dibujo y narrativa, sumamente disfrutable. Además me imagino que para el fan de la obra poética de Vallejo debe ser un flash verlo correr por París, repartir piñas y esquivar balazos. A mí, que no sé un choto de poesía, ese aspecto del comic no me llegó, pero me parece muy piola que esté. Ah, y no sé si Gino fue alguna vez a París, pero la dibuja muy bien y te da ganas de ir a recorrerla, o -si ya fuiste alguna vez- de volver. Obviamente no está igual que hace 100 años, pero sigue siendo una ciudad maravillosa, con muchísima importancia en el desarrollo de esta historieta. Estoy atento a los futuros trabajos de Gino Palomino, hoy con un asiento asegurado en la mesa de los autores latinoamericanos a los que vale la pena seguir de cerca.
Y nada más, por hoy. Tengo empezado un libro de casi 600 páginas, que espero terminar pronto. Ni bien lo logre, sale reseña acá en el blog. Gracias y hasta entonces.
lunes, 2 de diciembre de 2024
SEMANA COMPLICADA
Increíble lo que me costó encontrar un rato para leer comics y un rato para reseñarlos esta semana. Y ahora seguro no vuelvo a postear por lo menos hasta el domingo, porque entre el miércoles y el sábado voy a estar en San Pablo, Brasil, en la CCXP. Pero vamos rápido con las lecturas...
What a Wonderful World! es un libro de casi 180 páginas que reúne trabajos del maestro suizo Zep, más en clave de humor gráfico que de historieta propiamente dicha. Hay algunas páginas resueltas a través de la narración secuencial, pero la mayoría tiene más que ver con lo que hacía Maitena en la revista Para Ti, o Alfredo Grondona White en la Hum®: Zep tira un tema y lo desarrolla en varias viñetas cómicas que muchas veces no dialogan entre sí. Los resultados son brillantes en los dos casos: cuando hay un relato secuencial y cuando no lo hay.
En estos "ensayos gráficos" de dos o tres páginas, el creador de Titeuf se mueve con la más absoluta libertad, y se mete con temas que tienen que ver con la política internacional, la religión, las costumbres sociales, la economía, la inmigración, la brecha generacional, el deterioro del medio ambiente, el impacto de las redes sociales en nuestras vidas, el rock, el cine, los comics, la sexualidad... incluso hay algunos en los que aparece la escatología, que es algo que siempre estuvo presente en las historietas de Titeuf. Cuando publica este material (primera mitad de la década del 2010) Zep es un muchacho ya cuarentón, al que le pega fuerte pensar en cómo cambió todo (incluso su cuerpo) desde sus ya lejanos años mozos. Y además no oculta su lado nerd, de fanático de las películas de ciencia ficción, los superhéroes, Star Wars, y un montón de clásicos del comic francés. Hay también un homenaje muy lindo a las víctimas de la masacre de Charlie Hebdo, a B.B. King, a Calvin & Hobbes... y son los únicos momentos del libro en los que no reina la mala leche. La mirada de Zep sobre todos estos temas (y muchos otros) es la de un tipo ácido, de un cinismo implacable, que no tiene piedad con nadie, ni siquiera con su mujer, sus hijos, o con él mismo. El tipo ve patetismo en todas partes y lo sabe convertir en humor de una manera absolutamente fascinante.
Además de lo mucho que me reí con el libro, me sorprendió (una vez más, porque llevaba varios años sin leer trabajos del ídolo) la calidad del dibujo. Zep tiene ese trazo redondito, prolijo y amistoso típico de Florence Cestac, pero sumado a la desfachatez gráfica de Marcel Gotlib y a esa sobriedad irónica y paródica de Morris. Es un combo bestial, que acá brilla más que en Titeuf, porque hay muchas menos viñetas por página y ni siquiera tienen marcos dentro de los cuales contener a los dibujos. Las dos modalidades de combinar palabras e imágenes (globos de diálogo y textos por fuera de la imagen) le abren a Zep un abanico muy vasto de recursos humorísticos, y el suizo no desaprovecha ninguno. What a Wonderful World! es una auténtica joya del humor gráfico y lamento infinitamente que solo exista en francés.
Me vengo a Argentina, año 2024, para encontrarme con Los Hijos de Jesús, el nuevo trabajo del notable guionista Federico Baert. Esta obra se inscribe en la misma tónica que El Rey de la Historieta (ver reseña del 21/11/19): una historia tremenda, sin concesiones, sin piedad, protagonizada por un hijo de puta irredimible, un personaje completamente amoral, perverso y execrable. No quiero contar nada del argumento, porque es una obra reciente, pero Baert nos muestra una por una las atrocidades que hace y dice Jesús a lo largo de 60 páginas realmente escabrosas. Por lo jodido del protagonista, por lo maligno de su accionar y por lo real y cercano que resulta todo lo que sucede. Acá no hay elementos fantásticos, ni saltos al vacío: hay una mirada de la realidad cotidiana totalmente descarnada, sórdida y perturbadora, sobre la cual se sostiene una trama de muerte y desolación. Los diálogos no se quedan atrás a la hora de la violencia y la transgresión, y -una vez más- están pensados para incomodar al lector, para hacernos sentir mal por disfrutar (o incluso reirnos) de las animaladas que dice Jesús. Al lado de este personaje, Roberto (el tipo de mierda creado por Marcelo Dupleich) es un Premio Nobel de la Paz.
Una vez más, Baert escribe un guion que tendría que haber dibujado Peter Bagge. Todo el tiempo me imaginé esta historieta dibujada por Bagge. Pero no. El Rey de la Historieta la dibujó él mismo, y Los Hijos de Jesús fue a manos de Matías Di Stéfano, cuyo trabajo no solo no me gustó, sino que por momentos me molestó. Primero, porque recuerdo haber leído hace años historietas mejor dibujadas por este mismo autor (ver reseña del 01/09/18). Y segundo, porque hay páginas dibujadas de un modo muy descuidado, con poca onda, como si Di Stéfano pensara solo en sacarse de encima este trabajo lo más rápido posible. Incluso me molestó esa boludez, ese rasgo de pereza que rompe totalmente el verosímil, que es que los personajes aparezcan siempre con la misma ropa... Eso puede funcionar en South Park, o en The Simpsons, e incluso puede ser un plus a la hora de generar comicidad, o complicidad con el espectador. Pero acá, donde se supone que estamos frente a una obra ambientada en el mundo real, no tiene sentido que Graciela o Facundo aparezcan siempre con la misma ropa, escena tras escena. Fuera de eso, la narrativa fluye muy bien y los grises (aplicados por Leo Cabrera) contribuyen bastante a que todo se vea un poco mejor. Pero, al igual que El Rey de la Historieta, Los Hijos de Jesús merecía un dibujante con menos limitaciones a la hora de llevar al papel las guachadas que se le ocurren a Baert. Ves la ilustración de la portada, obra de Marcos Vergara, y no es difícil imaginarte toda la historieta dibujada así. Sin embargo, adentro tenemos un nivel de dibujo muy por debajo del de Vergara, con manos que cambian de tamaño en todas las viñetas, autos que parecen hechos con cajitas de remedios y perspectivas chingadas. Una pena, porque el guion de Baert es una cátedra de mala leche, oscuridad y abyección moral.
Nada más, por hoy. Nos reencontramos la semana que viene, a la vuelta de San Pablo, con nuevas reseñas acá en el blog, que ya está ahí nomás de cumplir 15 años.
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