Mirá vos... me acabo de enterar que la fascinación de Mark Millar por la Unión Soviética viene de mucho antes de Superman: Red Son. Este libro trae dos sagas, una de 1991 (cuando Millar era prácticamente un principiante) y otra de 1994, más un breve unitario de 1995. Todas transcurren en la Unión Soviética del futuro y –también me entero cuando ya arranqué con el libro- están integradas al universo y la continuidad del Judge Dredd. De hecho, en la segunda saga aparece el mismísimo Dredd.
Al registrar ese dato, tuve un flashback traumático, tipo veterano de Vietnam, a aquel infausto 24 de Enero de este año, cuando me topé con ese libro con las historias de Dredd escritas por Millar (algunas en team-up con Grant Morrison), en el que me esperaban agazapadas historietas de fétidos guiones, que desde entonces me esfuerzo por olvidar. Sin embargo, con Dredd y todo, esto es mil veces mejor que aquella tortura que me tocó padecer. Acá hay un personaje duro de matar, jodido, cínico, de inquebrantable voluntad, pero por lo menos sufre, transpira la camiseta, lo cagan a palos varias veces, no estás tan seguro de que va a resolver todo de taquito y sin despeinarse. Razors era un pandillero violento y amoral, al que los Jueces del Sov Block 2 en vez de boletearlo, lo reconvirtieron en un Juez tan respetuoso de la ley como ellos, aunque un toquecito más zarpado.
Millar le saca muchísimo jugo al detalle de que todo esto sucede en la URSS del futuro: juega con los íconos del comunismo, los contrasta con el consumo desmedido de la cultura chatarra de los EEUU y logra barnizar a toda la obra con una pátina de ironía muy fina, típicamente británica. La ironía fina, a su vez, contrasta con un humor negro bastante tumba y con unas dosis de violencia absolutamente escalofriantes. De todos los riesgos que asume Millar, el que más garpa tiene que ver con el protagonista: Razors juega para el lado de la Ley, pero no es un héroe ni quiere serlo. Cerca del final, cuando su lealtad sea puesta en duda, llegará el cana más malo de Mega-City One a ponerle los puntos y el desenlace se volverá completamente impredecible y shockeante.
La primera saga de Red Razors la dibuja Steve Yeowell, otro dato que a priori podría convencerme de no leer este libro ni aunque esté en juego mi vida y la de toda mi familia. Milagrosamente, acá Yeowell no da ni por asomo la lástima que daba en Invisibles, o en esos fill-ins de Starman. No te digo que la rompe, pero cumple con mucha dignidad. Se compenetra con el clima del guión, acierta en las caricaturas (Elvis, la pandilla de Scooby-Doo, los viejitos bolches) y si bien le falta dinamismo y onda, tiene unas cuantas viñetas muy logradas y una narrativa incuestionable.
En la segunda saga y el unitario final descubro a Nigel Dobbyn, un dibujante al que creo no haber visto nunca, bastante interesante. Dobbyn se luce sobre todo en el color, al que le da volúmenes, texturas, esfumados y demás truquitos que quedan lindos, entre otras cosas porque le suman sutileza y elegancia a una historia muy cabeza. Y tampoco se puede soslayar que Dobbyn no es muy ducho para dibujar expresiones faciales, con lo cual el color lo ayuda bastante a remar esa falencia. En la anatomía, los fondos e incluso en la narrativa, no tiene mayores problemas y en general, ofrece páginas atractivas, dinámicas, con más alma que las de Yeowell, que son más chatas. Dobbyn está a años luz de un Simon Bisley, o un Kevin O´Neill, pero se la banca.
Para hacerla corta, Red Razors es una aventura sórdida y trepidante, sin muchas pretensiones y a la vez sin concesiones. Si no le pedís más que una historia fuerte y lineal, de machaca y humor negro en un contexto de ciencia-ficción, seguro te va a resultar sumamente satisfactoria. Y por supuesto te va a llamar la atención lo clara que la tenía Mark Millar en esos guiones de 1991, escritos cuando llevaba apenas dos años de carrera profesional. Buenísimo que esto se haya recopilado en libro, para no tener que rastrear esos capítulos brevísimos en los semanarios británicos de hace 20 años, tarea ingrata si las hay.
martes, 28 de mayo de 2013
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3 comentarios:
Cuando decías que tenías en carpeta algo de Millar que ni nos imaginábamos decías bien: no tenía idea de esto. Hasta te gustó más Steve Yeowell, algo que nunca creí que ibas a decir. A mi el tipo no me desagrada tanto, en Invisibles tiene mejores y peores momentos. Peor que él es Jill Thompson en el (creo) primer volúmen. Este libro que reseñás, ¿se consigue o es medio un incunable? Y no te cuelgues con "Nemesis" que la hinchada quiere debatir...
Este libro lo editó en EEUU nada menos que DC. Y no le fue bien, o sea que, aunque es de 2004, no creo que esté ni remotamente cerca de agotarse.
Y ya sé que lo que hizo en Invisibles está muy lejos de su mejor nivel, pero yo igual banco SIEMPRE a Jill Thompson y me corto un huevo antes de compararla con las aberraciones que hizo Yeowell en esa serie.
Bueno, puede ser. Jill empieza con un laburo muy flojo, pero es cierto que los números 13 a 15 (creo), con el origen de Fanny, son espectaculares, aunque no grandiosos.
La serie se va al carajo (para bien) cuando aparecen Chris Weston, John Parkhouse, y más adelante Phil Jimenez. La estoy releyendo... qué placer por Dios.
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