Bueno, uno más, y no jodemos más.
Los Desampa-
rados es (hasta ahora) el último libro de Fabián Zalazar, esta vez volcado de lleno a la labor de narrar una historia de largo aliento, pero con la particularidad de que cada una de las 100 páginas está compuesta por dos tiras y siempre en la última viñeta de la segunda tira hay una especie de remate humorístico.
-Pará, pará, pará… ¿es una novela de 100 páginas, o son tiras cómicas? Es una novela, narrada en un tono de comedia costumbrista, en la que los protagonistas son todos varones que se juntan a jugar un fulbito, comer y tomar cerveza. O sea que se cagan de risa entre ellos, con gastadas, chistes y guarangadas varias, lo cual le aporta a la novela esa cuota de jolgorio y de humor. Sin embargo, cuando está por llegar a la página 30, Zalazar (que labura de autor Y de personaje) empieza a introducir de a poco elementos de misterio, para llevar la trama hacia otro lado, hacia una exploración por momentos dramática y conflictiva de este predio donde los muchachos se juntan a jugar. Este lugar de apariencia normal, convertido a lo largo de meses de fulbito y asado en un escenario donde Fabián y sus amigos juegan de local, se torna gradualmente un lugar extraño, ominoso, en el que pueden suceder cosas absolutamente imprevistas y difíciles de explicar desde el cinismo prosaico y la vulgaridad de los protagonistas.
Ahí está el atractivo central de Los Desamparados, en la forma en que Zalazar nos lleva por un laberinto de sucesos por lo menos anormales, sin irse nunca del registro costumbrista, sin abandonar esa compulsión por los chistes, los gastes, la ironía, la puteada, las pulsiones hiper-básicas que parecen definir (así, con brocha gruesa) a este grupo de amigos. Y quizás lo más flojo del libro sea que hay pocos matices para diferenciar a los protagonistas: casi todos los diálogos (en general muy ingeniosos) pueden ser dichos indistintamente por cualquiera de los ocho o diez personajes que integran el elenco. Cada retruque sarcástico de Fabián tiene, quizás un par de páginas después, un correlato muy similar, con un humor muy parecido, en otro de los integrantes del elenco.
El dibujo está muy bien y –por supuesto- después de tantos años trabajando en el formato de la tira, Zalazar tiene perfectamente internalizado el timing, el tempo narrativo para llevar cada secuencia hacia un remate gracioso, o para mantener la atención del lector viñeta a viñeta, aunque muchas veces sólo haya chabones conversando. El libro trae además varias páginas excluídas (con buen criterio) por el autor de la narración central, y un epílogo bien loser, que yo hubiese puesto inmediatamente después de la última página de la historia. Los Desamparados es mucho más que un fulbito con amigos, y si no te voltea el olor a huevo que despide, seguro te va a atrapar.
Y no hay más. Tengo más libros leídos, pero me los guardo para reseñar el año que viene. En este sencillo pero emotivo acto damos por cerrada la octava temporada del blog, en la que clavamos la nada despreciable suma de 103 posts, muy por encima de los 67 de 2016. Para la próxima, la meta será superar los 120. Yo creo que llego, pero habrá que ver cómo se arma el cronograma de viajes y eventos, que este año fue demoledor.
Como siempre, muchas gracias a los que leen el blog (ya estamos cerca de los DOS MILLONES de lecturas), a los que dejan sus comentarios, a los que comparten links en las redes, a los 534 seguidores, a los 2546 “megusteadores” de Facebook, a las editoriales y autores que me hacen llegar sus libros para que los reseñe, a las distribuidoras de cine que me invitan a las funciones de prensa y sobre todo a los historietistas, porque sin ellos no habría comics para leer. Nos reencontramos pronto para arrancar la novena temporada, en un 2018 que ojalá sea un buen año para todos.
Cierro con dos frases que uso tanto que ya parecen muletillas: Gracias totales, y vamos a volver.
sábado, 30 de diciembre de 2017
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