Casualmente, mis dos últimas lecturas son historietas que piensan en voz alta acerca del rol del guionista en un comic y que, de alguna manera, juegan a mostrar los hilos de la marioneta.
Arranco con el Vol.2 de Animal Man, en el que Grant Morrison repite la fórmula del primer TPB: primero un arco de cuatro episodios y después cinco episodios prácticamente autoconclusivos. El arco inicial es vanguardia pura. Es algo arriesgado, rupturista, incluso leído hoy, casi 30 años después. Morrison se decide a explorar las sutiles inconsistencias entre su Animal Man y el clásico, aquel oscuro personaje que acumuló poquitas apariciones durante la Silver Age. En el medio pasó la Crisis on Infinite Earths, y el escocés se agarra de eso para analizar a fondo las consecuencias de las reescrituras en la continuidad del Universo DC, algo que ningún otro autor se había animado a hacer en los años posteriores a aquella famosa saga. Por supuesto que, para que todo tenga más impacto, Morrison adorna estas reflexiones con un contexto de aventuras y peligros, pero lo que realmente le interesa es pensar en cómo cambió la forma de escribir a los superhéroes entre los ´60 y la bisagra entre los ´80 y los ´90. Ese aspecto que Morrison había sugerido muy astutamente en “The Coyote Gospel” (el de la existencia de distintos niveles de realidad) empieza a cobrar otra sustancia en este arco, que es genial en sí mismo pero que va a cobrar mucha más relevancia a raíz de lo que va a pasar después.
En cuanto a los unitarios, primero tenemos una historia durísima ambientada en el peor momento del apartheid en Sudáfrica y después un episodio 100% de transición, en el que Morrison siembra puntas argumentales que veremos dar sus frutos en el Vol.3. El tercer unitario retoma el tema de la lucha a favor de los animales (acá Buddy se reencuentra con un par de excompañeros de los Forgotten Heroes) y en el cuarto, Morrison se propone mostrarnos lo mucho que se desaprovecha el género superheroico cuando se lo reduce a las luchas entre “buenos” y “malos”. Finalmente, el TPB cierra con otro episodio áspero, incómodo, en el que Buddy debe enfrentar las consecuencias de sus acciones a favor de la liberación de animales en cautiverio que están siendo sometidos a experimentos científicos.
En total, tenemos más de 200 páginas memorables, con un Morrison inspiradísimo, como siempre complementado por un Chas Truog que no brilla ni mucho menos, al que en un par de episodios reemplaza Tom Grummett, bastante más sólido en el dibujo y tan correcto como Truog en la narrativa. Este no es un dato menor, porque en historietas de esta complejidad, la narrativa que tiene que ser sí o sí cristalina para que el mensaje del guionista pegue como tiene que pegar.
Me vengo a Argentina, a fines de 2017, cuando se recopilan en libro ocho historias cortas escritas por Lautaro Ortiz y dibujadas por El Tomi, en un libro titulado Interior/ Noche. El formato es perfecto, el papel excelente, pero… la tipografía de las historietas las eligió el enemigo y la cantidad de páginas en blanco, o despilfarradas en carátulas, separadores y biografías es casi una obscenidad. Acá había que poner una historieta más, o publicar un libro con menos páginas, sin dudas.
En las historietas, Ortiz rompe sistemáticamente la “cuarta pared”. Todo el tiempo hay menciones a cómo el dibujante respeta o trastoca las ideas del guionista, varios personajes se hacen cargo de ser parte de una narración ficcional en forma de historieta, y los bloques de texto hacen hincapié en aspectos de la producción de un comic, como los materiales de dibujo, la planificación de las secuencias y las fechas de entrega. Son textos interesantes, con bastante vuelo literario y hasta muchas veces poético, por momentos un toque crípticos, que nos invitan a la reflexión desde un lugar emotivo, no científico. El problema principal es que son relatos casi sin conflictos: pocas de las ocho historias respetan la estructura de principio-nudo-desenlace. En general queda todo en una zona gris entre la reflexión, la descripción y el vuelo poético. Creo que la que más me atrapó fue “Querido Amigo”, precisamente porque es donde más se nota una intención narrativa por parte de Ortiz.
Y si los guiones narran poco, ¿qué se puede esperar del dibujo? Estos textos a veces etéreos de Ortiz le dan a El Tomi la excusa perfecta para hacer lo que tantas veces hace cuando él mismo escribe los guiones de sus historietas: colgarse en imágenes alucinantes que no cuentan nada. Cuerpos espectaculares, garches hardcore dibujados con elegancia, prodigios asombrosos en materia de sombreados, aplicación de grises, de tramas, de pinceladas de color… Hasta cuando juega a mostrar el lápiz pelado, sin entintar, El Tomi saca a relucir su chapa de virtuoso del dibujo. Pero de narrar, ni hablar. Abusa de la grilla menos narrativa-friendly que existe (la página partida al medio con una viñeta arriba y otra abajo), dibuja tres fondos en todo el libro… en ese sentido, un trabajo muy pobre del dibujante rosarino. Creo que –puesto a elegir una historia- me quedo con “Pintó la Noche”, por la variedad de enfoques y el generoso (y hermoso) despliegue de técnicas que ofrece El Tomi.
Interior/ Noche es un libro demasiado experimental para los amantes de la historieta clásica y demasiado terrenal para los fans del material más arriesgado, o con más vuelo artístico. Una pena.
Y nada más, por ahora. Ni bien tenga nuevos libros leídos, vuelvo a postear las respectivas reseñas, acá en el blog.
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