el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 23 de junio de 2018

SABADO DE CIENCIA-FICCION

Aprovecho que me levanté casi temprano, para ponerme al día con las reseñas de un par de libros que leí en estos días.
Arranqué con el Vol.1 de Zéro Absolu, la saga de ciencia-ficción que marcó (si no estoy muy loco) el primer hitazo en las carreras de dos autores franceses hoy ampliamente consagrados como son el guionista Richard Marazano y el dibujante Christophe Bec.
La verdad que me aburrí mucho. El único mérito que le encuentro a la labor de Marazano es que se desloma para darle personalidades distintas a nueve personajes importantes, sin caer en estereotipos demasiado trillados. El guionista hace magia para repartir el protagonismo entre los nueve miembros de este elenco (que sólo se puede reducir, no ampliar, con el devenir de la trama) y eso también le sale bastante bien. Ninguno queda demasiado relegado respecto del resto. Y banco también los diálogos, a los que Marazano les pone alta onda.
Después, muchos problemas. La trama que avanza lento, la misión que no termina de entusiasmarme, el clima que no se termina de definir, los flashbacks que interrumpen el relato y que –por ahora- no aportan más que confusión, el contexto de ciencia-ficción en buena medida desaprovechado… Me imagino que al ser una trilogía, Zéro Absolu mejorará en los dos tomos que siguen, pero la verdad es que es poco probable que me ponga las pilas para conseguirlos. Y menos habiendo otras obras de Marazano que me interesan más y que todavía no leí.
Pero lo que más me la baja, lo que menos ganas me da de buscar los otros dos tomos, es el dibujo de Bec. Esto es desastroso. La cantidad de choreos que encontré es casi digna de Nik. Hay dibujos afanados a Jordi Bernet, a Jim Steranko, a Enki Bilal, a William Vance, a Hernández Palacios… un espanto. Y eso no es lo peor. Lo peor es que Bec no se decide por una estética: va fluctuando entre el típico dibujo de aventura realista y un registro aún más realista, también conocido como “calcar fotos y casi no retocarlas”. Este álbum es de 1997, cuando no existía Flickr, o sea que el achaco no es digital. Pero es muy evidente, hasta se nota de que actores son las fotos que calca Bec. El cambio constante de una estética a otra rompe totalmente el fluir de la narrativa… que además viene muy jugada porque rara vez tenemos menos de 13 viñetas por página (algunas muy chiquitas), organizadas en secuencias cuyo orden de lectura no siempre está claro. Obvio que con los años Bec mejoró, pero este trabajo (de cuando tenía 28 años) es sumamente precario en más aspectos de los que me dan ganas de enumerar.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando se edita Tekton, una novela gráfica escrita por Gastón Flores y dibujada por Lisandro Estherren, el entrerriano hoy cada vez más consagrado en EEUU. El libro tiene un solo problema: demasiadas páginas de relleno. Pero la historieta me gustó bastante, tiene unas cuantas ideas buenas y un desarrollo dinámico, atractivo. La construcción de los personajes por ahí no descolla y el hecho de que esté todo escrito en neutro (ese engendro idiomático que suena a inglés mal traducido por centroamericanos) sin dudas es un palo en el orto. Aún así, el guión se me hizo llevadero, en ningún momento perdí el interés por descubrir cómo iba a resolver Flores los conflictos que plantea el argumento. Creo que lo más difícil de pensar debe haber sido un final en el que todo se resolviera por el lado de la violencia, o sea, cagándose a tiros y piñas con “los malos”. Todo el tiempo pensé que esto se iba a resolver de otra manera… Pero bueno, tampoco está mal cómo lo cierra Flores.
Lo más destacable, sin embargo, es el dibujo de Estherren, que ya desde la portada te avisa que va a salir a matar, a comerse los chicos crudos. Olvidate de aquel Estherren de Etchenike, que jugaba a parecerse al Viejo Breccia y se terminaba pegando algunos palos en la narrativa. Este es un Estherren más maduro, más curtido, que agarra para el lado de Sean Murphy y le va bárbaro. Muy bien los personajes, muy bien la planificación de las secuencias, impecable la integración de la referencia fotográfica, cuidadísimo el equilibrio entre masas negras y espacios blancos y hasta con espacio para pelar un sello propio, una identidad gráfica a la que (si bien está emparentada con la de Murphy) no le falta originalidad. Gran trabajo de Lisandro, a esta altura ya un nombre clave de la historieta argentina actual.
Y nada más, por ahora. Sigo leyendo (creo que en la pila de los pendientes ya me quedan menos de cinco libros publicados en Argentina en 2017) y vuelvo a postear nuevas reseñas muy pronto, acá en el blog. Ci vediamo.

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