el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 8 de junio de 2024

LOS ESCORPIONES DEL DESIERTO Vol.3

Perdón por postear de manera tan espaciada, y con una única reseña por entrada, pero me topé con una obra de una densidad imprevista, que me tuvo varios días remando en el océano de dulce de leche. El Vol.3 de la edición argentina de Los Escorpiones del Desierto incluye las 145 páginas de "Brisa de Mar", la última historia protagonizada por el Capitán Koinsky que llegó a realizar Hugo Pratt, y que se dio a conocer en 1992. Y esas 145 páginas parecen 500. El argumento en sí es sencillo: Koinsky está en un punto X y debe llegar a un punto Y. El tema es la forma que elige Pratt para narrar ese periplo. A partir de la tercera página, el autor empieza a sumar personajes al elenco de la novela, para poder llevarla al terreno de los diálogos infinitos. A lo largo de las 145 páginas nos encontramos con muchísimos personajes y todos hablan, hablan, hablan... Los diálogos a veces son protocolares (porque son militares de distintos rangos y pertenecen a distintas fuerzas de las que ocupan el África Oriental en 1941, plena Segunda Guerra Mundial), a veces son picantes e ingeniosos y a veces son completamente intrascendentes. Pero los diálogos que más abundan son los especulativos. Pratt -por haber vivido en esa zona en aquellos años- sabe de memoria qué regiones están ocupadas por los alemanes, cuáles por los franceses, cuáles por los ingleses, cuáles por los italianos, dónde hay tribus nativas más cercanas al cristianismo o al islam, y dónde hay árabes, griegos o armenios dedicados a comerciar con las distintas facciones. Y todo el tiempo nos refriega esos conocimientos por la cara, incluso cuando es información que no hace falta para entender lo que sucede. Los personajes, en cambio, manejan esa información de manera incompleta, fragmentada. Así es como buena parte de los diálogos los dedican a contarle a los demás qué les conviene hacer si tal bando desplaza a tal otro de tal posición, si tal facción termina derrotada, o aliada con tal otra, o si tal grupo de soldados decide desertar y ponerle fin a su participación en la guerra. Son tiempos convulsionados, de lealtades volátiles y Pratt vuelca esa confusión en sus personajes, pero no precisamente para sumarle dramatismo o tensión a su relato, sino para llenar páginas y páginas de gente hablando. El personaje de Madame Brezza, por ejemplo, tiene un rol pequeñísimo en la trama, pero Pratt se obsesiona con ella, y la hace aparecer en decenas de secuencias en las que lo único que hace es hablar (de hecho, dice conocer a prácticamente todos los militares con los que se cruzó Koinsky en los tomos anteriores). Además de la sobreabundancia de personajes y de diálogos, el guion adolece sobre todo de falta de ritmo (por momentos se hace soporífero) y ofrece su mejor momento, su escena de mayor impacto, en la página 87, cuando falta muchísimo para el final. Nada de lo que pase después va a generar la misma tensión ni la misma emoción que el ataque de las guerreras dancalí al destacamento y el barco de los alemanes... y ni siquiera es que Pratt le suba demasiado el voltaje a la acción o la violencia en esa secuencia. De hecho, algo que después va a ser relevante para la trama (el capo de los alemanes resulta gravemente herido pero no muere) sucede fuera de cámara, y Pratt nos lo narra después, por supuesto a través de diálogos. Dentro de este gigantesco faux pas, de este interminable laberinto del terror, destaco como positivo que hay dos personajes femeninos fuertes, algo infrecuente en los comics de temática bélica. Madame Brezza es prácticamente un adorno, pero el rol de Ghula es realmente crucial. El resto es una avalancha de datos irrelevantes, larguísimas conversaciones que no van a ningún lado y poca acción, como si el Tano te quisiera subrayar todo el tiempo que él hace lo que se le canta, y que no está creando esta historieta para seducirte o conmoverte a vos, sino porque sí, per codere. La faz gráfica nos presenta al Pratt de los ´90, el que ya encontró una síntesis increíble y desarrolló un dibujo casi caligráfico, resuelto a los santos pedos. Los personajes son tres líneas y dos manchas, los paisajes son dos líneas y tres manchas y todo está contado con los mismos tres o cuatro planos. En ese contexto desentonan brutalmente los vehículos (los autos, el blindado, los barcos) que los asistentes del Tano injertan en las viñetas y que tienen un nivel de detalle y de elaboración muy distinto al del resto del comic. Lo que más se ve en Brisa de Mar, lo que hegemoniza todas estas páginas, son cabezas que hablan, a veces dibujadas muy chiquitas, de manera muy esquemática, porque tienen que compartir viñetas con enormes globos de diálogo, encima escritos con una tipografía bastante chota. El resultado es visualmente muy aburrido, incluso si (como a mí) te gusta el Pratt minimalista que dibuja poco y rápido. Llegué hasta el final con mucha fe, convencido de que Pratt iba a pegarle un volantazo grosso a la trama, que iba a poner sobre la mesa su chapa de Narrador Quintaesencial y sorprenderme con un giro magistral e imprevisto... Nunca llegó. La novela se desinfla poco a poco y ya para el final no le queda ningún atractivo. Una pena, pero esto no se lo puedo recomendar a nadie que no sea talibán de Koinsky y sus andanzas bélicas. Antes de que el Fondo de Cultura Económica empezara a publicar estos álbumes en Argentina, yo tenía incompleta la colección de álbumes de Los Escorpiones del Desierto. Y ahora también, primero porque no va a salir el tomo realizado por Pierre Wazem, y segundo porque no me da para guardar Brisa de Mar en mi biblioteca. Todavía no llegué a esos niveles absurdos de completismo... Nada más, por hoy. Gracias por el aguante y espero volver a postear pronto acá en el blog.

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