el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 29 de agosto de 2024

JUEVES SANGRIENTO

Últimas reseñas de Agosto, supongo yo, y el mes que viene va a ser raro, porque coincide con dos de las tres semanas que me voy a tomar de vacaciones. No esperen muchas entradas para Septiembre, porque no las vamos a tener. Llegué al noveno y último tomo de Innocent, el manga de Shin´ichi Sakamoto, y de nuevo siento que me cagaron. Obviamente la frustración es parcial, porque sé que estas tramas (algunas, por lo menos) continúan en Innocent: Rouge, la secuela mucho más breve a cargo del mismo autor, que en una de esas Ivrea publica antes de fin de año. Pero si esta fuera realmente la última vez que tenemos noticias de la familia Sanson, sería un auténtico bochorno, porque esto termina en cualquier lado. En realidad, todo el Vol.9 es muy raro. Las primeras 15 páginas resuelven bastante rápido el conflicto jodido entre Charles-Henri y Marie-Josephe con el que terminó el tomo anterior. Después tenemos una escena tremendamente heavy en la que Charles-Henri tortura a su propio hijito de seis años y después viene una larga secuencia ambientada en el palacio de Versailles, 90 páginas que están narradas de una manera muy extraña, como si fuera un largo cuadro de una comedia musical. ¿Qué esto? ¿Qué necesidad había? ¿Quién asesoró a Sakamoto, o le dio el okey para hacer esta bizarreada? ¿Por qué Charles-Henri aparece vestido de mujer, así, de la nada? No tiene sentido. Ojo, tampoco es horrible. Visualmente es todo muy grosso, y finalmente el subplot de María Antonieta llega a un final razonable. Nos queda el subplot del casamiento de Marie-Josephe, y Sakamoto lo resuelve rápido, en las mejores 20 páginas del tomo, con un as bajo la manga que nadie se imaginó que iba a pelar. Pero quedan 70 páginas, y son suficientes para pegarle otro volantazo bizarro a la trama. De la nada aparece Alain, un nuevo personaje, interesante y carismático, lo más parecido a un "héroe" que tiene Innocent, y Sakamoto le da tanto protagonismo que Charles-Henri queda totalmente desplazado del foco de la narración. Al toque nos injerta un flashback para revelar que hace muchos años hubo un vínculo entre Alain y Marie-Josephe, y después el reencuentro, una trama que tiene que ver con la injusticia social de esta París decadente y de brutales contrastes entre ricos y pobres. Y cuando uno ya se hizo hincha de Alain, chau: es boleta. ¿Qué va a hacer Marie-Josephe al respecto? Hay que leer la secuela para enterarse. ¿Y qué onda la aparición de la guillotina? ¿Cómo va a alterar la labor de estos verdugos especialistas en decapitar gente de un espadazo? También, hay que leer la secuela. Y bueno, es así. Te dan la golosina y después te la ponen. Por suerte el dibujo sigue en ese nivel de belleza inexplicable, a años luz de lo que se ve normalmente en los mangas más pochocleros. Ni bien se edite Rouge en Argentina, me tiro de cabeza, a ver cómo termina la saga de los Sanson, y a ver si finalmente estalla la Revolución. En Francia de 1789, no acá, que ya sabemos que la gente tiene un témpano en el pecho y se banca que la forreen con mansedumbre bovina.
Hablando de Francia, fue en ese mercado que en 2022 se editó Les Yeux Perdus, una novela gráfica de los argentinos Diego Agrimbau y Juan Manuel Tumburús (Tumbu, para los amigos). Son 80 páginas a todo color en formato grande, de álbum europeo cheto, con lo cual veo muy difícil que esto se publique alguna vez en nuestro país. Y es una pena, porque se trata de una muy buena historia de guerra, muerte, canibalismo, muerte y atrocidades varias. La trama nos lleva a la Primera Guerra Mundial, a un páramo perdido en Europa donde tres pibitos de entre siete y once años sobreviven como pueden en una mansión abandonada. Ahí van a pasar cosas muy horribles, muy truculentas, y Agrimbau va a tener la crueldad y la sangre fría necesarias para contar todo ese espanto desde la mirada inocente de uno de los chicos, lo que le permite matizar las bestialidades que narra con ese toque de fantasía infantil, de juego de niños. Pero nada mitiga la desolación que transmite la historia, ni el estupor que provocan las escenas más zarpadas en materia de sangre y violencia. El elemento sobrenatural no es decisivo en la trama (de hecho, el guionista deja abierta la puerta a que sea fruto de la imaginación de los chicos), pero le permite introducir variantes, emociones y sensaciones imprevistas para impactar al lector, y climas nuevos para el mayor lucimiento de un Tumburús prendido fuego. No quiero ahondar en la trama, porque hay muchas sorpresas. Pero es oscura, perturbadora y te pone muy nervioso. En Les Yeux Perdus, Agrimbau corre los límites de lo que se puede hacer en una historieta protagonizada por huerfanitos a los que la guerra les arrebató la infancia y los condenó al abandono. Y lo hace con los tapones de punta, sin concesiones, dispuesto a todo. De hecho, hasta llama la atención que una editorial grande (y un toque conservadora) como Dargaud se haya jugado a publicar esto. En general, los editores franceses son muy estrictos con el tema de no mezclar violencia y sangre con niños y niñas. Acá no se salva nadie. No quiero cerrar la reseña sin destacar el trabajo de Tumbu, capo imbatible del ping-pong, que acá despliega todo su talento, todo el oficio de años de darle a la Wacom, para insuflarle vida y onda a esta historia. Experto en ilustración de libros infantiles, Tumbu capta como pocos las expresiones de los chiquitos y además se luce con los fondos, y sobre todo con los climas y las iluminaciones. Hasta las escenas más gore y más revulsivas tienen algo de ese vuelo, de esa frescura, de esa magia que les agrega el trazo de Tumbu y que levantan muchísimo toda la faz gráfica del álbum. Además, como Agrimbau no es amigo de los bloques de texto ni de los diálogos muy extensos, la página grande le permite al dibujante plantar viñetas también bastante grandes (nunca más de ocho por página) y organizar los elementos dentro de cada una de ellas con muy buen criterio, con espacio y con un olfato infalible para potenciar el impacto de lo que está planteando el guion. Les Yeux Perdus no es una historieta para cualquier tipo de lector, porque requiere bastante estómago. Pero es un gran trabajo de una dupla de autores argentinos con nivel internacional que nos representa muy pero muy bien en un mercado hiper-competitivo como es el de Francia. Y nada más, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

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