
Cada tanto pasa (y a Daredevil le pasó varias veces) que aparece un autor que entiende perfectamente a un personaje y que, además de haber leído todas las historias pasadas para no mandarse mocos groseros, se atreve a desafiar ciertas lógicas internas del personaje, o de su funcionamiento.
Brian Michael Bendis quedó como guionista titular de Daredevil en 2001, después de un par de años de rotación de autores y aparición irregular. Y cuando desembarcó (junto al prodigioso búlgaro Alex Maleev) se puso como prioridad deconstruir y hacer más razonable y creíble la relación entre el Cuernitos y el Kingpin. Porque, no jodamos, la situación ya era demasiado bizarra. El Kingpin conocía la identidad de Matt y no lo quería matar por aquella deuda de honor contraída cuando DD salvó a su esposa Vanessa de la muerte, mientras que tanto Matt como su alter ego encapuchado se dedicaban las 24 horas a cagarle los negociados y los chanchullos al gigantesco capo-mafia. ¿Qué clase de villano se auto-condena de esa manera a la derrota eterna?
Bendis se replantea todo esto, y lo hace a través de Mr. Silke, un personaje que funciona más como mecanismo que como personaje, pero cuya irrupción en escena modifica radicalmente el status quo de la serie. De pronto, todo pasa a girar en torno al Kingpin y sus laderos, entre los que cobra especial relevancia Richard Fisk (hijo del capo), y Daredevil pasa a ser una especie de colado en su propia revista. Pero ese retiro involuntario del héroe sirve para que el hampa de New York se reestructure de modo creíble y efectivo, y para poner en marcha mucho de lo que vendrá después. Este es, como tantos, un tomo de pre-temporada, en el que Bendis prepara a personajes (sobre todo a Vanessa y Richard) y temas (la doble identidad de Matt Murdock) para las sacudidas grossas que están por llegar.
Como siempre, el fuerte de Bendis son los diálogos. Pocos autores escriben diálogos a ese nivel. Acá los mafiosos (especialmente Silke) hablan mucho y de modo muy real, como en las películas de Quentin Tarantino. La danza entre los flashbacks y las secuencias del presente es brillante y ajustada. Y cuando le toca el desafío de narrar todo un episodio sin diálogos, Bendis afila la imaginación y la rompe, incluso sin su arma más eficaz. Por supuesto no descuida el aspecto legal de Daredevil (el famoso courtroom drama, que tanto le gusta a los yankis) ni la acción que está, y que se muestra con una sordidez que no tiene nada que envidiarle al DD de Frank Miller, obra seminal del grim´n gritty ochentoso.
Para que todo esto cuaje, resulte interesante y cumpla la premisa de darle un toque más creíble y más heavy al tema de las mafias newyorkinas, necesitamos un dibujante que sepa de climas oscuros, que se banque una narrativa ajustada y que sepa hacer explotar la acción cuando el guión lo requiere. Todo esto lo encontramos en el trabajo de Alex Maleev, que resultó consagratorio para el búlgaro. Hay un cierto exceso de fotos (lo cual lo limita un poco en materia de expresiones faciales y le resta un poco de plasticidad), pero también hay muchas secuencias 100% dibujadas, y en muchas de ellas Maleev pela un estilo más simple, mucho más expresivo, al que el gran Matt Hollingsworth acompaña con una paleta de colores alucinante y versátil. Entre los dos logran un DD oscuro, peligroso, verosímil, impactante y por momentos perturbador.
Underboss marca un nuevo comienzo para Daredevil, de la mano de dos autores que desde el primer día dejan lo mejor de sí mismos y que rápidamente se integran al panteón de los grandes nombres que dejaron su marca en esta longeva serie, junto a pichis como Miller, David Mazzucchelli, Gene Colan, Ann Nocenti, John Romita Jr., Joe Quesada, Kevin Smith… poquita cosa, bah…