sábado, 9 de octubre de 2010
09/ 10: 30 DAYS OF NIGHT Vol.3
Uno en general no es muy partidario de las secuelas a las obras exitosas. Casi siempre lo mejor es dejarlas ahí, no romperse los sesos pensando cómo carajo volver a sacarle leche a ese concepto que la rompió. Y no hace falta caer en la crueldad de putear (una vez más) a las infaustas secuelas de Matrix. Sin salir del comic, hay un montón de obras lindas y redonditas que no necesitaban secuelas y nos las encajaron igual. El Incal, El Clic!, El Eternauta… un montón. Pero 30 Days of Night es una sana excepción, porque las secuelas están buenísimas, tal vez mejores que la saga original.
Hace ya muchos meses (en Febrero, creo) comentamos el Vol.2 de la saga de Steve Niles y Ben Templesmith, que inteligentemente retomaba a un sólo personaje (Stella Olemaun) de los pocos que sobrevivieron a la masacre de Barrow en el primer arco, lo sacaba de ese entorno y lo metía en una situación totalmente nueva, que además se resolvía con sorpresa y con talento. O sea, nada que ver con la típica secuela. Este tercer arco se parece más al primero, sobre todo porque una vez más hay un sheriff que se hace cargo de la policía de Barrow (un pueblito de Alaska en el que, en pleno invierno, no sale el sol durante 30 días consecutivos) justo cuando se está por venir la noche, y con ella una nueva tropa vampírica con ganas de completar el sangriento genocidio perpetrado en la primera parte.
Pero la estructura del relato no se parece. No es lo mismo el viaje de ida que el de vuelta. Brian Kitka no es Eben Olemaun (aunque le tocará ocupar no sólo la oficina, sino también la casa en la que vivieran Eben y Stella) y el pueblo, después de la tragedia, nunca volvió a ser el mismo. Además, a diferencia del primer arco (en el que el rol de los Olemaun crece con el correr de las páginas) acá hay un protagonista definido desde la primera viñeta y todo el relato se articula (con perdón de la palabra) en torno a Kitka y su hijo. Los vampiros tampoco son los mismos, en buena medida gracias a la movida que le vimos hacer a Stella en el tomo anterior. O sea que sí, esta se parece a la primera parte mucho más que la segunda, pero no huele a clon ni a figurita repetida.
Como en los tomos anteriores, Niles mide muchísimo las palabras. En ese sentido es un anti-Bendis o un anti-Ennis. En 30 Days… se habla poco de verdad. Pero está muy trabajado todo lo demás: las pausas, los climas, las miradas, los gestos y por supuesto, la machaca, porque este es un comic de vampiros, pero podría ser tranquilamente de zombies. Y si bien gran parte del protagonismo recae en Brian Kitka, incluso con pocas pinceladas Niles le da chapa, carnadura humana y mucha onda a dos secundarios que estuvieron ahí durante el primer ataque de los vampiros, John y Donna, que encarnan la memoria, el dolor y a la vez la resistencia y el aguante. Les falta el pañuelo blanco en la cabeza, nomás. Por el lado de los vampiros, lo más impactante es cómo Niles boletea sin piedad a personajes a los que él mismo se esforzó por darles mucha onda, como Greta (una nena de ocho años) y Dane, un chupasangre con bastante peso en Dark Days, el segundo arco. Con todos estos elementos, algunos chistes, bastante gore y algo de sátira socio-política, la historia va para adelante, los buenos ganan no sin sufrir bastante y uno se divierte de lo lindo. Así da gusto leer secuelas.
Lo de Ben Templesmith también es muy notable. Como ya señalamos, está en tránsito hacia su mejor trabajo, que es Fell, y eso se nota sobre todo en cómo busca la síntesis en su grafismo y cómo se pone las pilas con la narrativa. Y después está el tema de los fondos: Templesmith ya se convirtió en un experto a nivel mundial en no dibujar fondos. Todo sucede de noche, en espacio abiertos, y las cuatro casitas chotas que dibuja cuando no tiene más remedio, se repiten perfectamente copy-pasteadas a lo largo del resto de la novela y –de nuevo- cuando no le queda otra. Lo suyo son los climas, las texturas, las manchas, las líneas cinéticas fuera de control, la paleta de colores opaca y fría con estallidos de violencia en la que los rojos furiosos y los naranjas incandescentes le prenden fuego a la página, la salvajada, el grotesco. Muy grosso.
30 Days… es una saga de vampiros distinta. No trata de explotar ni el lirismo ni la sensualidad habitualmente asociada a los chupasangre, no se va por las ramas con linajes ancestrales ni runflas políticas, ni tampoco nos encumbra a un héroe humano, valiente y pulentoso, destinado a borrar a los vampiros de la faz de la Tierra. Acá los buenos hacen lo que pueden. Y a veces, lo más que pueden es no olvidar ni perdonar.
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