Oootra serie de Vertigo que tenía colgada hace mil años. De hecho, los dos primeros tomos los leí antes de arrancar con el blog, allá lejos y hace tiempo. Por supuesto, se trata de otra serie ya cancelada, que no llegó ni a los 25 episodios. Y era bastante obvio que no iba a durar, por lo osado de la propuesta: el escritor y documentalista Douglas Rushkoff se manda a re-interpretar las historias del Antiguo Testamento, pero con un twist muy limado. Las historias no están 100% cerradas, sino que se van urdiendo sobre la marcha, a partir de runflas, traiciones y pactos entre las deidades de la antigüedad y –lo más zarpado- el accionar de los humanos de mediados del Siglo XXI. De algún modo, muchas de las historias clásicas de la Biblia se repiten una o dos décadas en el futuro, y de lo que hacen esos chicos, chicas, milicos, empresarios, etc., depende el resultado de estos grandes conflictos en los que están metidos los mismísimos dioses. Too much.
Este tomo, además, inaugura la segunda mitad de la serie con dos episodios unitarios, con poca conexión con la saga central, lo cual facilita de alguna manera el re-enganche del boludo que colgó la serie hace más de dos años. Uno de esos episodios (el que más aporta a la saga principal) es más bien choto, y el otro, el más inconexo, está bastante bueno. Pero lo grosso de este tomo es un arco de cuatro episodios en el que pasan un montón de cosas importantes, tanto en el plano de los dioses como en el de los humanos. Rushkoff reversiona la ancestral historia de la Torre de Babel a través de un mega-empresario que crea una nueva moneda, definitiva, de alcance global... y con vida propia. Surge así un verdadero Rey del Mundo, un tipo cuyo código genético está conectado a lo que el planeta entero usa para comprar y vender lo que sea. Y así como en el relato clásico Dios sentía que le estaban tocando el culo y saboteaba a la torre con el tema de la diversidad de idiomas, acá serán dos chicas las que –por un proceso muy complejo y que involucra a elementos que el guionista ya había introducido en tomos anteriores- tendrán que hacer inviable a la herramienta definitiva de la hiper-globalización.
Es un lindo arco, con buenos dilemas morales, y con la rareza de que a la hora de la caracterización, Rushkoff le da más bola a los dioses que a los humanos. Hay buenos diálogos entre los chicos, y una secuencia muy fuerte, muy impactante entre Miriam y sus captores. Pero la interacción más interesante está en el plano celestial, donde Moloch, Astarte, Krishna, Marduk y demás muestran aristas muy interesantes en sus personalidades.
En cuanto al dibujo, las dos historias cortas están a cargo de Peter Gross (el de The Unwritten), entintado por Gary Erskine. Un delirio: son dos artistas con estilos muy incompatibles entre sí y de esa mezcla difícilmente salga algo bueno. El resultado es más extraño que fulero (por suerte), pero no creas que vas a encontrar un real deleite para tus retinas.
Y el arco más extenso está a cargo de quien fuera el dibujante titular de la serie, el británico Liam Sharp. Sharp es más raro aún que la mezcla entre Gross y Erskine. Hay cuadros y hasta páginas enteras en las que todo pareciera chuparle un huevo. Dibuja así nomás, casi unos palotes con un trazo bien grueso, sin un puto fondo, lo básico o mucho menos. Hasta parecen páginas dibujadas en un formato mucho más chiquito que el del comic-book y luego ampliadas. Y hay otras páginas en las que deja la vida. Mete unas composiciones jugadísimas, los personajes cobran una dinámica que recuerda a lo mejor de Simon Bisley, las caras tienen unos detalles minuciosos y hermosos al estilo Frank Quitely, los dioses, monstruos y palacios pelan un vuelo digno de Alcatena y uno queda medio idiota, preguntándose cuál es el verdadero Liam Sharp. ¿El verdulero que saca las páginas con fritas, o el salvaje que te devasta las retinas en esas páginas fastuosas? Ni idea.
En síntesis, Testament no es una serie fundamental y si no le entrás, no te perdés ni un Sandman, ni un Invisibles ni una Promethea (por citar series complicadas, no aptas para quienes buscan una diversión livianita). Está bien, con mucho gusto voy a leer el último TPB, pero tampoco es la joya de la corona de Vertigo, ni un antes y un después. Te lo juro por Dios.
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