Arranco con un libro editado en 2003, Puntos Cardinales, que recopila cuatro historias cortas realizadas en los ´90 por el maestro Enrique Sánchez Abulí junto a Josep Martín Sauri, autores también de La Mariposa y la Llama, una novela gráfica que durante años fue un clásico de mesa de saldos.
En la primera historia, ambientada en la época de las cavernas, Abulí juega a narrar sin textos un relato sencillo, perfectamente ajustado a las 10 páginas que tiene que cubrir. La segunda es mucho más rara: 14 páginas protagonizadas por rusos y chinos… con los diálogos en ruso y en chino. Son diálogos sin los cuales la historieta no se termina de entender, pero están en idiomas que ningún cristiano en su sano juicio comprende. Muy raro. La tercera es una historia cruel y violenta, que podría haberse narrado en menos páginas. Y la cuarta historia es la que nos da eso que tanto nos gusta a los fans de Abulí: 12 páginas a pura mala leche, con tiros, muertes y lo peor, lo más miserable y abyecto de la raza humana. Obviamente es la historia que más me gustó.
Los dibujos de Sauri varían mucho de historia a historia. La tercera, de ambientación medieval, es la que más se acerca al Sauri que me gustaba a mí en los ´80, ese dibujante de trazo finito, barroco, elegante, cercano al mejor Harold Foster, al mejor Barry Windsor-Smith y al mejor Alcatena. En las dos primeras historias, el dibujante le pone todo a la narrativa, se juega a lucirse a full en ese rubro y escatima su virtuosismo, se disfraza de un típico dibujante de historieta de aventuras que maneja muy bien el blanco y negro (un Gustavo Trigo, ponele). Y en la última vuelve a experimentar, esta vez con un claroscuro extremo, hiper-cargado de masas negras, un intento de agarrar para el lado de Alack Sinner o de Sin City, con resultados no del todo convincentes.
En definitiva, un tomito prescindible, con cosas para rescatar y cosas para criticar, recomendado sólo para los hardcore fans de Sánchez Abulí.
Vamos con Intro, la novela gráfica de Alexander Duré publicada en Argentina en 2017 y… pará: ¿otra vez la historia del pibe común que pasa accidentalmente a otra dimensión donde lo esperan como si fuera El Elegido para que libere a los sojuzgados? Sí, de nuevo. La gracia de Intro no reside en la historia que nos cuenta (que es esa, que ya leímos chotocientas veces, del pibe que se convierte en héroe de un mundo extraño en el que juega de visitante) sino en cómo nos la cuenta: la dimensión a la que cae Gavin es la de un videojuego de principios de los ´90, y Duré va a fondo en la exploración de la ambientación que elige para la obra.
No sólo Gavin tiene que luchar como se luchaba en los videojuegos de los ´90 (que yo desconozco, porque nunca pasé del Atari), sino que además la lógica del argumento avanza como en un videojuego, los personajes con los que interactúa el protagonista son típicos personajes de videojuego, y -por si fuera poco- la estética del libro (y del comic-book que le sirve de prefacio) también está milimétricamente tomada de los videojuegos de aquella época. Esto último es lo más increíble: leí casi 100 páginas dibujadas por Alexander Duré y no tengo la menor idea de cómo dibuja Alexander Duré, porque lo único que veo en Intro es una mímica perfecta, milimétrica, de los gráficos de los videojuegos de hace 25 años.
La narrativa está muy bien planificada, el color es extraordinario, hay algunos diálogos ingeniosos y en general está todo pensado para que el fan de los videojuegos clásicos sea inmensamente feliz y el que tiene cero cultura de videojuegos se entretenga con una aventura muy básica, muy lineal, pero no por eso torpe o precaria. Quiero ver cuanto antes otras obras de Duré, a ver si descubro cómo dibuja.
Allá por el 16/09/15, me tocó reseñar el Vol.1 de Black Science y terminé por definir a esta serie de Rick Remender y Matteo Scalera como “una especie de versión oscura y malalechística de los Fantastic Four, que no se lee como un comic de superhéroes, sino como uno de ciencia-ficción ido al carajo”. Ahora leí el Vol.2 y reafirmo esos conceptos. Además aplaudo a Remender por bancar la decisión de que no sea una de “buenos contra malos”, por los diálogos y los bloques de texto, que están buenísimos, y sobre todo por darnos cinco episodios a un ritmo frenético, difícil de sostener a lo largo de tantas páginas.
Este tomo de Black Science no da respiro, es un comic de palo-y-palo que no se puede soltar hasta llegar al final, y si hay algo para criticarle es que se lee muy rápido y que, si no leíste el Vol.1 (o no te lo acordás) cuesta un huevo entender qué está pasando y por qué. El dibujo de Scalera es demoledor, trasciende ampliamente la notable influencia de Sean Murphy para tirar pases mágicos que me recordaron también a Rafael Albuquerque, Alex Niño y hasta a Alfonso Azpiri. El glorioso Dean White ascendió al Olimpo de los coloristas con su labor en Black Science y es en buena medida responsable de que esto se vea tan bien, y sobre todo tan distinto al resto de los títulos que pululan por el mercado americano. Eventualmente le entraré al Vol.3, porque la serie me terminó de atrapar.
Torniamo presto con nuevas reseñas. Gracias por el aguante.
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1 comentario:
Soy fan hardcore de Abuli pero Puntos Cardinales es de lo peor q ha hecho, no tiene nada que zafe minimamente
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