Una vez más, un eximio dibujante “de otro palo” incursiona en el western y cae rendido bajo el influjo irresistible del referente obligado, el inmortal Jean Giraud. Esta vez le tocó a Jiro Taniguchi (amigo y colaborador de Giraud) ponerse el sombrero de cowboy y viajar a New Mexico, para contarnos una gran historia, ambientada varios años después que las del Teniente Blueberry (última década del Siglo XIX), pero en una región donde el progreso tecnológico se hacía sentir poco. Puesto a brindarnos un trabajo que no bajara de sus 10 puntos habituales, Taniguchi se empapó, por un lado, de referencias fotográficas, y por el otro, de los asombrosos logros de su amigo Giraud en materia de comics ambientados en el Oeste cuasi-salvaje de los EEUU. Pareciera como si al principio, Taniguchi hubiera ofrecido resistencia: en la sexta página mete una viñeta chiquita, con dos caballos que se asustan al oir los aullidos de los lobos, y le salen mal, no se ven lindos, ni anatómicamente correctos. Casi 200 páginas después, hay otra viñeta chiquita en la que tres caballos se asustan al oir los aullidos de los lobos y están perfectos, pero son caballos que bien podría haber dibujado Giraud, virtualmente calcados de los del prócer francés. Los sombreros, los cabellos, los pelitos de las barbas, muchísimos detalles que acá despliega Taniguchi son herencia directa del gigantesco Jean Giraud.
A todo esto... ¿qué hace Taniguchi dibujando un western? Bueno, esta obra de 2004, escrita por Yoshiharu Imaizumi, no es exactamente una de cowboys pendencieros que se cagan a trompadas en el saloon y se baten a duelo con sus colt en las polvorientas calles de algún pueblito choto cuyo nombre contiene las palabras Town o Gulch. Esta es una historia, como tantas de las que dibujara Taniguchi a lo largo de su ilustre carrera, de contrapunto entre el hombre y la naturaleza. Una región ganadera de gran prosperidad, en la que se concentran enormes rebaños de vacas y ovejas, es asolada por una manada de lobos liderada por “el Rey”, un animal mucho más fuerte, ágil, rápido e ingenioso que los típicos lobos a los que los ganaderos capturaban sin mayor inconveniente. Esta situación llega a oídos del canadiense Ernest Thompson Seton, pintor y estudioso de la naturaleza, quien en 1893 llega a Currumpaw a ver si puede ayudar a los hacendados a erradicar la amenaza de “el Rey”.
Con eso, más algunos flashbacks al pasado de Seton como artista plástico en París, Imaizumi llena 270 páginas de un manga que avanza lento, pero se disfruta a full. Secuencia tras secuencia, se entabla el duelo entre el capo de los lobos y este tipo finoli, más acostumbrado a la pluma y el pincel que a la pala, el pico y el alambre de púas, un extranjero en tierra extraña que sin embargo sabe mucho más sobre las costumbres de los lobos que los cowboys más curtidos de la región. Como el querido Wile E. Coyote, Seton pondrá un montón de trampas que fracasarán, porque “el Rey” es cuadrúpedo, pero no boludo. Y ya a punto de cejar, la obsesión de Seton por este majestuoso depredador lo llevará a hacer un último intento. Un intento que lo obliga a romper códigos, pero que finalmente lo conduce al éxito. Sobre el final, cuando “el Rey” se nos muestra por fin vulnerable, primitivo, en desventaja frente a los humanos a los que le pintó la cara todo el libro, Imaizumi pega un giro magistral y le plantea a su héroe un dilema ético realmente espeso.
Humanos versus lobos, salvajes versus domésticos, instinto versus ingenio, así está planteado este duelo que tiene por marco unas planicies, unas montañas y unos desfiladeros con los que Taniguchi hace maravillas. Sus lobos son impresionantes, repletos de expresividad y hasta distintos entre sí. El guión le permite a nuestro mangaka favorito colgarse en secuencias donde todo pasa por la contemplación de los paisajes agrestes, algo que a Taniguchi le gusta demasiado y desde siempre. Y cuando irrumpe la acción, el ídolo se luce con persecuciones, combates y hasta masacres (de vacas, ovejas y perros) sumamente impactantes, pensadas para quitarte el aliento. La puesta en página y la aplicación de los grises con tramas mecánicas (probablemente en el photoshop) también potencian muchísimo este prodigioso laburo de Taniguchi, en cuya maquetación para la edición española (y yanki, supongo) metió mano mi amigo Edu Di Costa.
Este es un manga de gran calidad, una lectura tan placentera como inquietante. Y lo más lindo: si bien cierran todas las líneas argumentales, es apenas el primer tomo de una serie de tres, así que pronto habrá más Seton.
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1 comentario:
Gran historieta Andrés, muy bueno que la hayas comentado por que mucha gente se va a interesar. Seton sigue, yo tengo hasta el tomo tres (que es por lejos superior a los dos anteriores), y creo que ha salido uno más.
Está basado en la vida y los relatos de un naturalista que existió realmente. Hay una página en inglés sobre él, creo que es la oficial o de una fundación, no tengo a mano la dirección pero es cuestión de googlear, de la cual se puede bajar, también en inglés sus relatos. El del tercer tomo de la historieta, por ejemplo, es un librito, con mucho aire, de alrededor de 80 páginas a las cuales Taniguchi transformó en unas 500 páginas fascinantes.
Abrazo
Roberto
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